EL ELLO
Maggie se asoma por primera vez a la vida adulta cuando la realidad la golpea de forma brutal. Herida y confusa, se encuentra de pronto en una situación que jamás hubiera imaginado. Hundida hasta el cuello entre las entrañas de oscuras conspiraciones internacionales, tendrá que enfrentarse cara a cara con sus peores miedos y luchar para no ser corrompida por esa fuerza siniestra que no es otra cosa que la esencia humana.
Índice de Capítulos
- 👉 Introducción
- 👉 13 de junio de 2011
- 👉 20 de mayo de 2012
- 👉 22 de mayo de 2012
- 👉 23 de mayo de 2012
- 👉 24 de mayo de 2012
- 👉 25 de mayo de 2012
- 👉 26 de mayo de 2012
- 👉 27 de mayo de 2012
- 👉 28 de mayo de 2012
- 👉 29 de mayo de 2012
- 👉 30 de mayo de 2012
- 👉 3 de junio de 2012
- 👉 30 de agosto de 2012
- 👉 2 de septiembre de 2012
- 👉 8 de septiembre de 2012
- 👉 10 de septiembre de 2012
- 👉 13 de octubre de 2012
- 👉 28 octubre de 2012
- 👉 31 de octubre de 2012
Introducción
La temperatura en aquellas oscuras instalaciones subterráneas debía estar muy por debajo de los cero grados, para sus habitantes era normal. Deslizándose entre la descolorida y polvorienta arquitectura que alguna vez pareció futurista, vestidos en harapienta ropa de invierno que databa quizás de la época de la guerra fría, eran verdaderos fantasmas de la ex Unión Soviética. En sus rostros cubiertos por pasamontañas y bufandas brillaban sus pupilas rojizas, como ojos de animales, se movían además como bestias arrastrando sus manos de uñas largas y afiladas sobresaliendo de sus viejos mitones de lana y los faldones de sus gruesos abrigos en cuyos hombros se veían bordados aún logos del Ministerio de Ingeniería General de la URSS. Se reunían para recibir instrucciones del líder de la tribu, el único de aquellos personajes capaz de caminar erguido y quizás pensar racionalmente.
Agazapados en torno al cabecilla del grupo, lo miraron expectantes, mientras él leía una carta acariciando las trenzas rojizas de una pequeña hembra que se aferraba a sus piernas. Finalmente la estrujó y lanzó al piso con rencor, las demás criaturas aullaron excitadas con furia asesina comprendiendo la orden mientras el papel volvía a desplegarse un poco mostrando su mensaje: “venimos en son de paz”.
13 de junio de 2011
La joven y cándida Maggie sintió un escalofrío. Había decorado los arbustos en la azotea de su apartamento con las luces del árbol de la Navidad pasada para, según ella, darle un toque más romántico a esa cena que estaba sirviendo al aire libre. La Luna, a dos días de estar llena, le estaba ayudando a conseguir ese ambiente mágico que buscaba para la noche en que pensaba darle a su novio una gran noticia. “And I Love Her” de los Beatles sonaba en una vieja radio sobre la mesa, mientras ella veía al firmamento y se percataba que desde niña se había sentido extraña al mirar aquel disco plateado en el cielo; entre conmovida, fascinada y en cierta forma repelida.
Magdalena “Maggie” Cárdenas Fernández de Henestrosa cargaba en su nombre y en cada aspecto de su vida el peso de ser una “niña de buena familia”, algo muy similar a ser un pájaro enjaulado. Llevaba doce años viviendo en Estados Unidos; los primeros diez los pasó con su conservadora abuela paterna, los últimos dos por su propia cuenta. Era la séptima hija de una dama española de ilustre abolengo cuyas piernas estaban paralizadas desde que Maggie tenía cinco años y un famoso médico mexicano que siempre había soñado con ver a su estudiosa y obediente hija, la única niña de todos sus hijos, graduándose en Harvard. Pero desde su llegada a Cambridge, Massachusetts, las cosas no habían ido de acuerdo al plan de Maggie; o más bien de su padre. Ella, que nunca había tenido un novio porque su papá le había ordenado a su abuela que la castigara si hablaba con muchachos, de pronto conoció a un hombre y se comenzó a sentir mujer. Era una chica de escasos diecisiete años y estatura mediana que había sorprendido a todos al entrar directamente a la universidad para estudiar psicología antes de cumplir la mayoría de edad, algo muy notable debido a su estilo de vestir tan propio de la moda adolescente en la temprana segunda década del siglo XXI. Estaba consciente de que su ropa colorida y su peinado emo desentonaba entre los otros estudiantes ya veinteañeros, pero vio su salvación en el noviazgo con Tommy Tolley, un prestigioso neurocirujano neoyorquino que, siendo su profesor y varios años mayor que ella, la notó por que pese a sus excelentes calificaciones era insegura y extremadamente sensible al sufrimiento ajeno; tanto así que muchas veces sus compañeras usaban el chantaje emocional para convencerla de que les hiciera las tareas. El joven doctor Tolley era apuesto y popular en la universidad; cada vez que Maggie lo veía acercarse con sus maravillosos ojos azules, sus rizos de cabello negro y su sonrisa perfecta, se sentía atemorizada de que todo fuera un sueño y que en realidad él solo estuviera jugando con ella.
Un viento frío sopló y de pronto hubo un raro silencio. La radio perdió señal y Maggie se acomodó los lentes nerviosamente. Bajó de la azotea hasta su laptop, se distrajo un momento revisando los mensajes que sus familiares le habían dejado en su red social favorita y se sintió culpable de su apasionado romance secreto con Tommy. Miró al reloj y se dio cuenta de que su novio ya llevaba veinte minutos de retraso. Buscó su teléfono y le llamó, pero él no contestó nunca. Un presentimiento extraño la embargó de repente. Justo entonces llamaron a la puerta y ella corrió a abrir. Era Tom, cargado con bolsas de víveres y un ramo de rosas amarillas. Maggie lo recibió feliz, con entusiasmo infantil; se paró de puntas para alcanzar la mejilla de su novio y estamparle un beso en la mejilla, luego le quitó las bolsas y corrió con ellas a la cocina. Tom preguntó por la cena mientras se sentaba en la mesa del comedor y Maggie fue a tomarlo de la mano para halarlo hacia la azotea, diciendo:
—¡Aquí no!, la cena se servirá arriba, ¡tengo algo importante que contarte!
—Qué casualidad, también yo quería decirte algo grandioso...
—Arriba, vamos; quiero que todo sea perfecto esta noche.
Al llegar a la azotea, Tom se sorprendió al mirar los arbustos iluminados y dijo, mientras su novia servía los platos:
—Maggie, chiquilla traviesa... ¿Qué le has hecho a estos arbustos...?
—¿No te gustan?, me pareció un lindo detalle.
—Bien, si a ti te gusta. ¿Cuál es la gran noticia?
—Di tú primero la tuya. Mientras, ven, siéntate ya a la mesa.
Tom se sentó y dijo, con gran entusiasmo:
—¡¡He conseguido la oportunidad de mi vida!! Será algo temporal, solo algunos meses o un año, quizás un año; pero tal parece que ganaría más de quinientos mil dólares a la semana y el respeto de todas las eminencias médicas. ¿Entiendes lo que estoy diciendo, Maggie? Se trata de una importante investigación financiada por el gobierno. Un viejo amigo de mi padre hizo las conexiones y hoy fue mi día de suerte, me eligieron para el puesto. Así que es necesario que...hagamos planes para el futuro...En poco menos de un año yo tendré que partir a Alaska para comenzar en ese trabajo y tendremos que dejar de vernos por una temporada.
El semblante de la muchacha se tornó serio y habló, bajando la voz como solía hacer cuando discutía un tema grave:
—Pero, Tommy...No es el mejor momento...Mi noticia...
—¿Qué es?, habla ya. ¿Acaso estás preñada?
—Sí...Llevo dos meses de retraso...y esta mañana hice una prueba y pues....
—¡¡Oh, no, Magdalena!!
Tom Tolley se levantó de la mesa dando un manotazo que hizo brincar del susto a Maggie y fue hasta una terraza, evidentemente malhumorado. Ella sintió como si le lanzaran un balde de agua fría y quiso llorar, pero antes quería comprender por qué su novio perfecto había reaccionado de forma tan ruda:
—¿No te alegra?, es nuestro bebé...
—No, es el producto de tu ignorancia por no querer usar condones, ni píldoras, gracias a tu religiosidad hispana. Te dije que el método de ritmo no es nada confiable, ¡ahora ve a decirle a las monjas que te educaron que te saquen de ésta!
—Tommy, no hables así, respeta mis creencias. Eres mi primer novio...
—Maggie, estás en América, en el siglo XXI; las chicas aquí se avergüenzan si no han tenido sexo antes de entrar en la universidad. ¡Ya abre los ojos!
Maggie se le acercó para tomarlo de un brazo y decir:
—Pero yo lo decidí así, quería que fuera algo especial para mí y para el hombre que amara realmente; y lo fue, ¿recuerdas? Fue mi mayor regalo de amor, y ahora sucedió esto...y me siento feliz de que tú seas el padre.
—Pero yo no.
Replicó Tolley soltándose de ella con un breve tirón. Estas palabras la hirieron profundamente, prácticamente se encogió de dolor al escucharlo y solo acertó a decir, con voz trémula:
—¿Cómo puedes hablarme así?, hemos sido tan felices juntos...
—Eres demasiado ingenua y me haces sentir tan culpable, acabo de decirte que hay un negocio de millones de dólares en juego y tú me sales con…Escúchame, quizás en algún otro momento de mi vida yo te hubiera dicho: “adelante, sigamos con esto hasta el fin”; pero ahora no, Maggie, ahora no. Este trabajo es demasiado importante, es algo que definiría el curso de todo el futuro de mi vida.
La pequeña Maggie, aun sabiendo que ella no había hecho nada apropósito para perjudicar a su novio, se sintió responsable de su frustración y murmuró:
—Yo comprendo.
—No, no pongas esa cara. Mira, te diré algo: los sujetos de investigación para ese trabajo que te mencioné no estarán listos hasta mayo de 2012; mientras podríamos tomarnos unas vacaciones y hacer ese viaje a Europa del que siempre hablamos, ¿recuerdas? Tu embarazo aún está en una etapa muy temprana y, bueno, tengo un amigo que podría hacernos el favor...e interrumpirlo.
Tal proposición espantó a la joven, que exclamó indignada:
—¡¿Abortar?!, ¡¡estás hablando de mi bebé, no de extirpar una verruga!!
—Magdalena, “tu bebé” es un amasijo de tejidos con tanta conciencia como los pelos que me crecen en el culo... ¡Deja de actuar como una niñita tonta de la república de México y empieza a pensar como una mujer universitaria de Harvard! ¡¿No te das cuenta de que este capricho podría hacer fracasar tu carrera?!, ¡¡y la mía!! Lo peor es que eres menor de edad...Yo podría ir a la cárcel por tu culpa...
Maggie volvió a la carga en defensa de su maternidad:
—Pero...No lo haremos público hasta que yo tenga dieciocho años. Y seguiré estudiando, ¡muchas chicas estudian y son madres! Solo deberé esforzarme un poco más, no será algo tan pesado. ¡Podré seguir adelante con todo!
—¡¡Genial!! ¡¡Pero yo no quiero ser padre, abusador de menores, marido y al mismo tiempo arriesgar mi pellejo en un trabajo en el fin del mundo!! Si hay que escoger entre criar a un estúpido niño y ser multimillonario, todo el mundo escogería la segunda opción y respecto a ti: ¡creo que varios millones de dólares podrían solventar tu tristeza de ser una madre frustrada!
La muchacha rompió en llanto:
—No... ¡Ni todo el dinero del mundo podría! Desde que lo supe esta mañana, he soñado con este bebé. Lo imaginé en su primer día de escuela, como una niña, como un niño, parecido a ti, parecido a mí; lo imaginé jugando a la pelota por primera vez, teniendo su primera cita, graduándose de la escuela... ¡Hasta casándose! Y soñé con tenerlo ya en mis brazos, y escogí nombres, y pensé en todo lo que quiero enseñarle...Y ahora toda esa ilusión se viene abajo...Mi bebé ya está vivo...Ya es una persona en mi mente...No puedo matarlo...
Tom guardó silencio. Se frotó la cara con las manos, pensó por unos momentos y luego la tomó de los hombros, diciendo:
—Está bien. Tranquila, no llores. Yo soy el verdadero adulto aquí y debí ser más responsable contigo, no solamente mimarte siguiendo tus caprichos de niña tonta; como eso de no usar protección alguna. Escucha: ¡serás madre!, pero tengo una idea para compensar lo que te he hecho, y para que tú y el bebé tengan el futuro asegurado. Dentro de un año más o menos, cuando tú ya tengas dieciocho años y yo parta hacia Alaska, tengo la opción de llevar conmigo a un asistente de confianza para que me ayude en mis labores. No pensaba llevar a nadie pero... ¿Quién mejor que tú?, eres dedicada y confiable. Además, con lo que ganes ahí, no necesitarías trabajar nunca más en la vida. Podrías regresarle a tu padre todo lo que ha gastado para que estudies en Harvard y aún tener suficiente para comprarte un lindo apartamento y vivir holgadamente toda tu vida. Pero a cambio, quiero que me hagas feliz a mí, y te hagas feliz a ti...y a unos tíos míos en Canadá. Quiero que des al bebé en adopción para que él o ella crezca feliz en manos de personas maduras, que puedan darle todo el amor y apoyo que necesite.
Maggie sintió un ahogo repentino mientras decía:
—Pero yo podría darle...
—No, no, Maggie. Tú no podrías, tienes diecisiete años, ¡eres una niña! Aún debes formarte, hacerte una vida. Confía en mí, esta es la mejor opción para todos. Empaca pronto. Dile a tu padre que te irás a Canadá de vacaciones con tus amigas y así te vas con mis tíos hasta que nazca el bebé y te restablezcas. Yo te ayudaré con los trámites de la adopción y luego te reunirás conmigo en Alaska. Tú solo firma todo lo que te envíe, sé una buena chica con mis tíos y yo estaré mientras allá con unos colegas; preparando todo lo que necesitaremos: equipo médico, provisiones, seguridad... ¡Solo confía en mí!, todo saldrá bien. No te dejaré desamparada. Una vez en Canadá, dile a tu padre que quieres vivir tu vida, que te fugas o algo así; y luego a forjarte un futuro ya sin el bebé estorbando.
A medida que Tom hablaba, Maggie iba llorando cada vez con más congoja hasta gemir:
—¡No, Tommy!, ¡yo no podría separarme de mi hijo!
—Es que no te separarás...Es solo mientras dura la investigación y tú consigues el dinero. Luego vuelves con el bebé ya teniendo la vida resuelta. ¡Confía en mí!, si me amas, simplemente haz lo que te digo. Aún eres muy joven y no sabes nada.
Esa noche, muchas ilusiones se derrumbaron ante Maggie. Ella, que se sentía tan madura y autosuficiente al vivir sola con su amante, de repente se descubrió a sí misma insegura de sus propias decisiones y capacidades gracias a las palabras de su idolatrado Tommy. Él había hablado con gran autoridad y sus francos ojos azules la convencieron de que nadie mejor que él sabía qué era lo correcto hacer. Pero ella ignoraba que muchas veces los peores errores vienen escondidos en los que parecen ser los mejores consejos.
Pocos días luego, Maggie voló hasta Vancouver, Canadá; y se instaló con los estrictos tíos de Tom Tolley, que se esmeraron en hacerla sentir aún más inmadura e inútil ordenándole hacer su cama a las seis de la mañana, comer hasta la última migaja de su plato, vestir como una muchacha de los años 40´s, e irse a la cama a las ocho de la noche. Maggie cerró todas las cuentas que tenía en diferentes redes sociales para que nadie tuviera noticias de ella y mantener así su embarazo en secreto, luego avisó a su padre a través de un correo electrónico que había decidido abandonar sus estudios temporalmente y se encontraba colaborando en una importante investigación científica que la mantenía muy ocupada.
Los meses pasaron y la única diversión de Maggie consistía en sentarse en la sala a las cuatro, con los respetables tíos de Tom, y ver deprimentes documentales sobre cuál sería el aspecto del mundo si los humanos desaparecieran de repente. Sus momentos favoritos del día eran aquellos en los que se quedaba a solas y podía buscar en su laptop más posibles nombres para su bebé, que ahora sabía que sería un niño. La enviaban a la cama desde las ocho de la noche, aún sin nada de sueño; no se atrevía a desobedecer o contradecir a sus hospedadores por lo que aceptaba dócilmente irse a dormir temprano y ocupaba ese tiempo en contemplar la Luna y el cielo estrellado a través de una cúpula de cristal sobre su cama, hasta que finalmente se quedaba dormida. A veces, mientras observaba el pálido disco Lunar, le embargaba una angustia extraña; sin saber por qué. Y entonces pensaba también en su novio, segura de que él pronto haría que todo estuviera bajo control.
Finalmente llegó enero y un día Maggie despertó con dolor de espalda; y luego, mientras ayudaba a cortar tomates en la cocina, una gran cantidad de líquido brotó de entre sus piernas e hizo un charco en el piso. La reprimenda de la tía de Tom fue breve solo gracias a que la pobre chica había comenzado el trabajo de parto. Maggie trataba de mantenerse controlada en la sala de alumbramientos, no le parecía que el dolor fuera tan intenso como para gritar como lo hacían las otras parturientas pero le asustaba pensar en cuando ella llegara a ese punto. Finalmente, alcanzó el máximo de dilatación y el bebé comenzó a salir. El obstetra le pedía que pujara fuerte mientras ella obedecía y se sentía mal al pensar que dar a luz a su hijo era como tener una fuerte constipación intestinal. Mientras se reprochaba a sí misma por comparar a su bebé con las heces se encogió de vergüenza, comprimió el abdomen y terminó de dar a luz. Al ver por primera vez a su hijo, pensó que era muy feo, pues estaba sucio y arrugado; con la cabeza enorme y el cuerpo algo flaco. Pero una vez lo tuvo en brazos y notó que el pequeño la reconocía y se sentía seguro con ella, lo amó. Era muy parecido a ella después de todo, pensó, un ser inexperto y necesitado de amor.
Maggie llamó a su hijo Abel, como el padre de ella, a quien le ocultó el hecho de que ya era abuelo; tal como Tommy le había ordenado que lo hiciera. Durante tres meses fueron felices los dos juntos. Había aprendido a reconocer en el llanto de su hijo cada una de sus necesidades y era tan exacta la forma en que ambos se habían acoplado que, cuando se acercaba la hora de alimentarlo, más tardaba Abel en llorar llamando a Maggie que ella en que sus senos escurrieran leche. En poco tiempo este curioso hecho comenzó a volverse un problema, pues Maggie se volvió sobreprotectora y no controlaba su deseo por nutrir y proteger a su bebé; hasta llegar al extremo de que con solo imaginar el que su hijo podría estar hambriento se mojara su blusa con leche materna. Dicho fenómeno se volvió un verdadero problema cuando ocurrió de pronto durante una cena con los vecinos y la tía Tolley comenzó a darle un discurso sobre pudor femenino. Fue también en este punto cuando la tía opinó que permitir que Maggie criara a Abel era inaceptable y exigió que se apresurara el proceso de adopción. Y así, en una mañana de mayo, la tía Tolley anunció súbitamente a Maggie que debía despedirse de su hijo; pues esa misma tarde partiría a Alaska para reunirse con Tom. La joven se sintió sumamente avergonzada al adivinar que la prisa de los viejos Tolley por sacarla de su casa era debido al bochorno que les causó en aquella cena, por lo que no comentó ni preguntó nada al respecto; convencida de que la tía tenía toda la razón para enojarse a causa de su torpeza que había provocado el asco de todos los comensales. Volvió a vestirse como solía hacerlo antes de llegar a Canadá, se vio al espejo ya sin ánimos siquiera para llorar y se imaginó a sí misma como una vaca tonta, fea, cegatona y gorda. Pero la realidad era que de hecho había adelgazado, y lo que menos imaginaba era que estaba a punto de vivir la experiencia más terrorífica y retorcida de toda su vida.
20 de mayo de 2012
Para Maggie separarse de su hijo fue un dolor comparable al de la amputación de un miembro. Una desesperación tan fuerte que la hizo estar cerca de llamar a su padre, confesarle todo, olvidarse de Alaska y volver con el niño a México. La temporada con los tíos de su novio fue devastadora. Estuvo llorando durante todo el viaje en avión, recordando el rostro de su hijo que la tía Tolley le arrebató de los brazos para apresurarla a tomar un taxi al aeropuerto; ahora su único consuelo era reencontrarse con su amado y perfecto Tommy.
Al aterrizar en su destino, fue recibida por unos uniformados que, sin explicar mayor detalle, le hicieron firmar varios documentos y luego la subieron a un avión privado para hacer un viaje de casi seis horas hasta una especie de base militar en medio del desierto americano, donde aterrizaron ya cuando había caído la noche para abordar un autobús de cristales oscuros que los transportó hasta una compuerta camuflada en el suelo arenoso al pie de una colina.
Fue escoltada por los uniformados a través de esa compuerta hasta un elevador. Bajaron varios metros bajo tierra hasta unas sobrias instalaciones subterráneas, donde finalmente se encontraron con un hombre de unos setenta años ataviado con una bata de laboratorio y boina militar. El curioso personaje la saludó con una sonrisa, diciendo:
—¿Así que tú eres la pequeña prima de Tom?
Maggie se sorprendió ante tal saludo, pero inmediatamente supuso que Tom Tolley debió haber dicho una serie de mentiras para conseguir que ella ingresara en una investigación gubernamental, aparentemente, ultra secreta. Se caló los lentes y sonrió tímidamente, respondiendo:
—Sí...así es...Maggie Cárdenas, estoy a sus órdenes. ¿Esto no es Alaska, verdad…?
El anciano se echó a reír:
—¡Me temo que no! Ya te explicaré. Yo soy Andréi Mitkov, excosmonauta, doctor en psicología y jefe del equipo de psicólogos en esta investigación. Tengo entendido que tú te unirás a mi grupo como asistente. Tommy me habló mucho de ti, dice que eres brillante y sinceramente me parece que eres bastante precoz al haber entrado a la universidad siendo tan joven. Conozco a los Tolley desde hace décadas, tú debes ser de la rama de los Costa, ¿cierto? Recuerdo que los Tolley, por parte de un tío político de Tommy, tenían familiares en Barcelona.
—Bueno...yo soy mexicana.
Contestó Maggie con timidez y luego rápidamente cambió de tema:
—¡Tommy me dijo en sus E-mails que investigaban algo muy importante relacionado con los supervivientes de una catástrofe o algo por el estilo! No me dio mayor detalle, pero me entusiasmó mucho poder trabajar con ustedes y ayudar a esas personas.
—Así es, pequeña. Ven tomaremos un café y mientras te explicaré más detalladamente qué es lo que hacemos aquí.
Dijo Mitkov antes de despedirse de los uniformados. Después condujo a la joven a través de una serie de pasillos y compuertas que aislaban del exterior a la zona exclusivamente designada para la investigación. El lugar lucía completamente estéril, como una sala de operaciones; la decoración era minimalista, sino inexistente, y el blanco dominaba todo el panorama. Maggie se sintió como en un hospital del futuro y comenzó a preguntarse a sí misma el por qué había aceptado meterse en semejante lío. Mitkov invitó a la muchacha a entrar en una pequeña cocina-comedor, donde una mujer alta y rubia, también enfundada en una bata blanca, se servía café a toda prisa. El doctor Mitkov se dirigió a ella diciendo:
—¡Doctora Voyager!, le presento a Maggie, ella será mi nueva asistente. Maggie, ella es la doctora Voyager, encargada del laboratorio clínico.
La mujer, en cuya mirada podía adivinarse un carácter fuerte e impaciente pero confiable, comentó hablando rápido:
—¡Es una chica muy joven! Cada vez dudo más de la seriedad de esta investigación. Tanto secreto y luego incorporan a una adolescente al equipo, tan fácilmente como si esto fuera cualquier estudio universitario. ¡No se sienta mal por mis comentarios, señorita! Dicen que soy una persona bastante cáustica, pero juro que no lo hago por maldad, simplemente no me gusta perder tiempo en adornar lo que digo y la gente no quiere perder tiempo en comprender mis razones. No puedes controlar el tiempo ni el tiempo es el mismo para todos, pero nadie quiere perderlo.
La extraña mujer salió de la habitación caminando a zancadas y el doctor Mitkov explicó:
—Es una persona muy curiosa, hizo descubrimientos revolucionarios en el campo de la microbiología y la genética. Es un poco agresiva y desafiante, pero no suele meterse en problemas personales con nadie. Su obsesión es no desperdiciar el tiempo y obtener el dinero necesario para sus propias investigaciones.
—¿Qué investigaciones?
Preguntó Maggie y el anciano respondió:
—Se rumorea que es algo sobre un virus descubierto en una expedición arqueológica, un asunto misterioso del cual ella se niega a hablar. Acostúmbrate a ese tipo de actitud entre científicos, nadie quiere que le roben sus descubrimientos. Ahora, déjame explicarte sobre nuestra investigación. Antes que nada, debo señalarte la importancia y confidencialidad de nuestro trabajo. Los documentos que firmaste antes de llegar aquí te comprometen legalmente a guardar absoluto silencio respecto a todo lo que veas y escuches en estas instalaciones. Se te sancionará con pena de cárcel si llegas a irrespetar esos acuerdos. Desde este día, te has convertido en propiedad del gobierno de los Estados Unidos de América, y si ellos consideran que tú eres una amenaza para sus intereses…tendrás graves problemas. Así que te aconsejo que trates de seguir estrictamente las reglas que te impongan y jamás cuentes nada de esto al salir del laboratorio. Los americanos están atravesando una época decadente, su poder está disminuyendo año con año y lo que tenemos aquí podría devolverlos a la cima o desatar una tercera guerra mundial. Los secretos que tratamos de descifrar en esta investigación interesan a los americanos por simple afán megalómano, pero me interesan a mí por razones profundamente emotivas: una angustia que tengo desde hace cuarenta años y me obligó a escapar de mi patria y a unirme a mis antiguos enemigos; y que finalmente ha encontrado un alivio.
Arrellanándose en el sofá, Mitkov prosiguió mientras Maggie lo escuchaba asombrada:
—Cuando los americanos ganaron la carrera a la Luna, los soviéticos optamos por un plan “B” muy arriesgado: desde finales de los 50´s, un equipo secreto conformado por científicos y cosmonautas selectos estuvimos trabajando en el desarrollo de una base lunar usando tecnología adelantada a nuestra época y diseñada por nuestros mejores genios. Era un proyecto en permanente carrera contra el tiempo, que se volvió aún más atropellado luego de que los americanos pisaran la Luna primero. Decíamos al mundo que lanzábamos robots y sondas al espacio para realizar investigaciones científicas, cuando en realidad enviábamos en secreto toneladas de materiales y equipo hasta una caverna en la Luna que se introducía a unos diez metros bajo la superficie cerca del polo norte Lunar; donde sabíamos que había algo de agua en el suelo y una temperatura aceptable para comenzar una colonia. Mientras, aquí en la Tierra, preparábamos a los cosmonautas en un duro entrenamiento para la vida en la Luna. En un principio, era una misión suicida; pero a mediados de 1975 todo parecía ser factible y creímos que en verdad lograríamos sorprender a los americanos adelantándonos cien pasos a ellos. Descubrimos bacterias capaces de sobrevivir en el hostil ambiente Lunar, y que proveerían de combustible y fertilizante a nuestros colonos Lunares; suficiente para que cultivaran lo necesario para su subsistencia mediante huertos hidropónicos, y para que abastecieran las maquinarias. También desarrollamos complejos sistemas de reciclaje de aire que permitirían que nuestros colonos respiraran dentro de la base con toda tranquilidad; como si estuvieran en la Tierra. El agua podría ser obtenida del mismo suelo lunar congelado y hecha apta para el consumo humano mediante un sencillo tratamiento. Así, preparamos para los futuros colonos una estancia medianamente segura e independiente de la Tierra durante al menos veinte años; gracias a toda esa maquinaria activada principalmente por paneles solares camuflados y que diseñamos a lo largo de años y años de ensayo, error y hermetismo. En ese proceso, al menos una docena de cosmonautas sucumbió en la Luna; víctimas de micrometeoritos, polvo lunar o accidentes con las máquinas durante la construcción de la base subterránea; cuya existencia fue guardada bajo absoluto secreto gracias a sofisticados métodos de sabotaje y encubrimiento por parte de nuestros agentes infiltrados en las redes de vigilancia espacial de los americanos y del resto del mundo. Cuando la base estuvo terminada, solo dos cosmonautas de todo el equipo que fue a la Luna a construir ese sueño habían sobrevivido. Los suministros y maquinarias de los que disponían eran insuficientes para volver a la Tierra y sus únicas opciones Fueron sobrevivir en la Luna o morir. Estos cosmonautas eran mi mejor amigo Gennadi Mijáilov y su novia Ludmila. Gennadi era como un hermano para mí, y lloré de felicidad al saber que él y su pareja serían los pioneros de una nueva era; los nuevos héroes de la Unión Soviética. Sin embargo, aún era un sueño demasiado frágil para decir que se había cumplido; la base era sumamente endeble, ya no teníamos suficientes recursos económicos para enviarles provisiones, ni mucho menos una misión de rescate; todo dependía de Gennadi y Ludmila, y nuestros líderes temían que en cualquier momento fallara algo y su orgullo se transformara en vergüenza mundial. Por eso, el gobierno ordenó esperar antes de hacer pública nuestra hazaña...y finalmente nuestros temores se realizaron. Los sistemas no fallaron, la estructura no colapsó, fueron Gennadi y Ludmila quienes comenzaron a actuar extrañamente al pasar los meses dentro de la base y darse cuenta de que jamás volverían a la Tierra. Gennadi apenas se reportaba y cayó en una profunda depresión mientras que Ludmila simplemente enloquecía; corría por la base desnuda y hablaba incoherencias. Lo último que supe de ellos fue que Ludmila estaba embarazada y en 1978 recibíamos la última transmisión desde la base lunar cuando Gennadi tuvo un ataque de ira y averió los medios para comunicarnos con ellos. El proyecto fue abandonado, junto a Gennadi y Ludmila, y yo fui presa de la desesperación; imaginando el sufrimiento de esos jóvenes que tanto habían dado por enorgullecer a nuestra amada Unión Soviética, abandonados a su suerte en la Luna. Me pareció injusto, no merecían ser tratados así. Protesté enérgicamente, exigí a mis superiores que hicieran algo para salvarlos y los amenacé con denunciarlos ante el mundo. Eso me valió para ser inmediatamente aprehendido por la K.G.B., y hubiera muerto a manos de ellos de no ser por unos espías americanos que me raptaron cuando era trasladado inconsciente a la cárcel. Yo estaba muy maltrecho, había recibido la paliza de mi vida mientras trataban de convencerme de que callara. Cuando desperté, estaba en un hospital de Washington; con las dos piernas rotas y un testículo aplastado. Poco a poco fui recuperándome y los americanos me interrogaron. Ellos me ofrecieron ayuda para a salvar a Gennadi y Ludmila si a cambio les contaba sobre la tecnología que usamos en el proyecto de la base Lunar. Así fue como los americanos obtuvieron secretos que inmediatamente aplicaron en su propia tecnología e incluso mejoraron. Pero poco después se agotó todo lo que podía decirles y que les sirviera, no cumplieron su palabra de rescatar a mi amigo, pues dijeron que tampoco disponían de medios; y yo me di cuenta de que las ratas son iguales en Washington y en Moscú. En los años posteriores estudié psicología bajo otro nombre, me gradué y trabajé como catedrático en Yale por varios años, siempre custodiado por la C.I.A.; hasta la caída de la Unión Soviética, cuando volví a ser yo mismo; aunque aún sin poder volver a mi patria, ya que todos los que estuvieron relacionados en el proyecto de la base lunar fueron asesinados para ocultar la vergüenza y mi vida corría peligro allá. La psicología me dio algunas respuestas al porqué Ludmila y Gennadi reaccionaron así en la Luna y por qué los políticos fueron tan crueles con todos nosotros aquí en la Tierra. Ya estaba resignado a aceptar la perdida de mi querido amigo Gennadi, cuando durante la administración Bush se reavivó la pasión por la Luna y el gobierno americano volvió a buscarme. Corrían rumores de que en Rusia habían recibido una débil llamada de auxilio procedente de la base lunar abandonada, sugiriendo que podría haber algún sobreviviente; lo que animó a la Agencia Espacial Federal Rusa y a la empresa NPO Lavochkin a retomar el proyecto de la base Lunar, que había permanecido paralizado durante décadas por falta de presupuesto. Los americanos se dieron cuenta esta vez de lo que realmente estaba pasando y decidieron adelantarse de nuevo, después de todo, la base abandonada legalmente ya no pertenecía a nadie y sería de quien llegara a reencontrarla primero. Fue por esas razones que fui enviado hasta aquí. Les proporcione la ubicación exacta de la base lunar secreta y ellos ya tenían la tecnología necesaria y los medios para viajar hasta allá sin ser detectados.
Maggie, ya pálida, preguntó mientras se le quebraba la voz:
—¿Dónde es “aquí”?
—Estamos al sur de Nevada. Este sitio es conocido como el rancho Paradise, el aeropuerto Horney, “la caja” o, entre otros nombres, el área 51.
La joven miró al piso, aturdida, acertando a preguntar:
—¿Han enviado astronautas a la Luna...en el siglo XXI?
Mitkov respondió muy sereno:
—Así es. Todo fue hecho con gran discreción para evitar conflictos con la ex Unión Soviética; una vez se concretó el proyecto, los americanos prefirieron guardar todo en absoluto secreto y el presidente Obama dijo que cancelaría los futuros viajes a la Luna para reducir el déficit económico, pero todo fue hecho con el fin de no atraer atención. Un transbordador espacial experimental de última generación se había mantenido oculto aquí y se usó por primera vez en esa misión de rescate; llegado el momento, todos los satélites y las principales redes de telecomunicación que observaban la Luna fueron saboteados para que nadie pudiera ver al transbordador en su trayecto. Las fallas se explicaron como una tormenta solar y, para acallar a quienes aun así habían logrado ver actividad extraña en el cielo, se lanzaron a los medios de comunicación charlatanes pagados por la NASA para que dijeran que eran ovnis; o directamente ridiculizaran las pruebas con historias inverosímiles de profecías ancestrales y conspiraciones de enanitos grises; y que así la gente le restara importancia al hecho. Como ves, todo fue muy bien planeado.
—¡¿Y llegaron a la base Lunar?!
El anciano suspiró y dijo tristemente:
—Sí...Y tuve noticias buenas...y malas. Milagrosamente, los sistemas en la base aún funcionaban y, aunque la calefacción y buena parte del alumbrado eléctrico ya eran inservibles, las instalaciones seguían siendo habitables. Gennadi y Ludmila ya habían muerto pero les sobrevivía su hija y... Y solo su hija: Ludmila Gennadievna Mijáilova; fue ella quien envió la señal de auxilio. Desgraciadamente, la muchacha sufrió una serie de terribles traumas allá arriba, según lo poco que me dijo en ruso al recién llegar a la tierra y antes de encerrarse en un mutismo total. Vio a su familia sumirse lentamente en la locura, pasó décadas enteras congelándose encerrada en una pequeña sección de la base, comiendo tomates de un pequeño huerto hidropónico y cucarachas que llevaron para experimentar y pronto se convirtieron en una plaga; bebiendo la misma agua con que regaba los pobres cultivos, en soledad y desesperanza.
Maggie dijo entonces, mirando al vacío sin pensar:
—Es extraño. Siento como si hubiera presentido siempre el sufrimiento de esas personas, cada vez que veía a la Luna sentía que algo estaba mal.
Sonriendo, el anciano Mitkov opinó:
—Entonces, supongo que disfrutarás el trabajar aquí. Actualmente, Ludmila hija lleva tres días en la Tierra, tiene treinta y cuatro años y aparentemente sufre de esquizofrenia de tipo catatónico. Ella no se mueve, no emite ningún sonido, y tu trabajo será ayudar a que poco a poco “contacte” con nosotros y nos cuente sobre sus experiencias en la Luna y sobre...sobre la gente con que convivió. Anda niña, ahora ve e instálate en tu dormitorio; llegarás solo con seguir a la izquierda por el pasillo que ves ante la puerta hasta el fondo del sector sur, es el dormitorio más alejado de todos por lo que gozarás de algo de privacidad. Cuentas con tu propio baño, sala de esparcimiento con una televisión y una mini cocina. El acceso a internet está restringido y te advierto que hay cámaras de seguridad en todas las áreas menos en los baños y sobre las camas. Pero esta medida es solo por nuestra propia seguridad...Por cierto qué quién controla esas cámaras de vigilancia y toda el área de informática es otro chico muy joven, pero responsable. Mañana reúnete conmigo aquí a las ocho y conocerás al resto del equipo. Ahora, descansa. Debes estar agotada, más aún luego de saber todo esto.
Maggie se despidió, dejó al doctor que se quedó pensativo terminando su café y se dirigió al que sería su dormitorio a través de un largo y solitario pasillo blanco adornado por pinturas abstractas de la Luna en tonos azules. Se detuvo un momento para apreciar una cuando escuchó un extraño y desgarrador alarido, algo como el chillido de un animal furioso pero que sonaba macabramente humano; un sonido espeluznante que recorrió los pasillos y se quedó en el aire creando una atmósfera de tensión. Luego corrió con su equipaje hasta el dormitorio que le asignaron, abrió a toda prisa y luego se encerró bajo llave.
Un nuevo día amaneció, Maggie despertó con un dolor de cabeza difuso. Se bañó sintiéndose agotada, se vistió y se dirigió a la cocina-comedor comunal para reunirse con el doctor Mitkov. Ahí estaba de nuevo la doctora Voyager sirviéndose café, y en la mesa estaban también tres enfermeros, dos hombres jóvenes y una mujer madura; acompañados por otro joven que permanecía silencioso y tenía un aspecto algo descuidado, con anteojos, barba de dos días y el cabello un poco largo. La mujer madura de acento cubano, y cabello teñido de rojo, discutía acaloradamente con uno de los jóvenes enfermeros, un asiático, de cabello puntiagudo, con el cuerpo cubierto de tatuajes y aretes:
—¡Tú eres un diablo!, ¡un diablo es lo que eres! ¡Por eso andas pintarrajeado así!
—Señora Yolanda, yo simplemente he usado mi piel como lienzo para expresar el arte de mi generación...
—¡Cual arte...ni cual arte...!, ¡diablo!
El otro enfermero, un joven blanco y muy rubio, de aspecto humilde, suplicó:
—¡Por favor dejen de hablar de cosas siniestras!, ¡¿no ven en dónde estamos?!
La doctora Voyager señaló a Maggie con un gesto brusco y atrajo la atención de todos gritando:
—¡Ella se llama Peggie!
Todos guardaron silencio y la enfermera se levantó rápidamente para abrazar a Maggie diciendo, mientras hacía gestos con sus manos repletas de anillos coloridos:
—Peggie, bienvenida. Yo soy la señora Yolanda García, soy la líder del equipo de enfermería; estos son mis muchachos: el americano tan dulce se llama Steve Miller. Yo suelo decir que él tiene un sexto sentido, ha crecido en los campos de Missouri y es medio psíquico...
El joven de los tatuajes la interrumpió para decir:
—Y medio tonto también. Por cierto, ¿ha dicho usted americano?, aquí todos somos americanos, señora. Todos nacimos en América, ¿no?
Yolanda García le reprochó al momento:
—¡Tú cállate!, este diablo es Takeshi Yamada, mi otro enfermero. En su tiempo libre toca la batería en un grupo de punk rock para espanto de su mujer y dos niñas en Detroit. Tienes un amigo en él, en el granjero Miller y en mí. ¡Siempre y cuando no andes tú en cosas diabólicas!, porque eso es pecado y no me gusta.
Maggie sonrió nerviosamente y Yolanda García sonrió también, satisfecha ante esta respuesta. Luego se acercó al joven silencioso de lentes y lo presentó, diciendo:
—Este muchacho tan hermoso es Abel Turn, él es nuestro ingeniero en sistemas encargado del área informática. Es mi consentido porque su corazón es el de un niño, se pasa el día entero sentado frente a sus pantallas y mirando sus caricaturas.
“¡Hen-tai!”, exclamó Yamada fingiendo un estornudo y Miller río mientras el joven de lentes bajaba la mirada con incomodidad. En ese momento entró el doctor Mitkov y se sentó a la mesa, invitando a Maggie a sentarse con él. Luego de explicar entre risas la confusión por el nombre que dijo la doctora Voyager para referirse a Maggie, la nueva asistente preguntó:
—¿No ha venido... mi primo Tommy a desayunar?
El enfermero Yamada respondió:
—Los chicos populares no desayunan aquí con nosotros los freaks, ellos comen solos en sus dormitorios. Lo verás más tarde cuando llegue con su pandilla a quejarse en la bodega porque sus impecables batas blancas tienen una arruga y desentonan con sus conjuntos de ropa de tres mil dólares.
Rápidamente Miller comentó:
—Yo llevo calzoncillos del ejército de salvación bajo el uniforme. Lo primero que haré cuando salga de aquí será comprarme uno de esos trajes italianos que usan los hombres importantes y no me lo sacaré nunca, ni siquiera para ir a cazar.
Maggie se sintió desconcertada por cómo Yamada había hablado de Tom Tolley, a quien consideraba un hombre humilde y sencillo. Terminado el desayuno, Maggie fue con la señora Yolanda a la bodega para probarse una bata y un uniforme de enfermería que debería usar en su condición de asistente; cuando de pronto llegó Tommy y sus amigos, tal como había predicho el enfermero Yamada. Maggie nunca había visto a Tom tan relajado y bromista. Jugaba a las luchas con otro hombre rubio tan bien parecido como él y los acompañaban una chica morena en ropa de yoga y otra rubia. Ambas hermosas, vestidas y maquilladas como estrellas de cine. Maggie se sintió incómoda al verlas entrar pero el mundo se le vino abajo cuando su amado Tommy levantó a la chica rubia, la puso sobre uno de sus hombros, le dio una nalgada y luego la bajó para besarla; entonces ella simplemente no pudo más y gritó:
—¡¡Tommy!!
El doctor Tolley la miró y por un breve instante se quedó congelado al saberse descubierto. Luego miró a sus amigos y dijo con gran indiferencia:
—Ah, sí... Ella es mi primita. Magdalena. Ella... fue adoptada por mis tíos hace varios años, la pobre vivía sola con una tribu de...incas en las selvas de Guatemala, cuando ellos la rescataron... ¿Cierto, Maggie?
La chica estaba estupefacta. Enmudeció por la impresión al ver lo que Tom estaba haciendo; y él continuó hablando, seguro que Maggie no lo contradiría nunca:
—Bien, Maggie, este es Bobby Wellman, psiquiatra e íntimo amigo mío desde la universidad. Jugábamos juntos en el equipo de football americano, ¿recuerdas, Bob? Esta hermosa morena es Selma Shapiro, psicóloga clínica y.… tu jefe. Más vale que no comas nada de carne frente a ella pues es estrictamente vegetariana y amante de los animales. Y este bebé que estaba cargando hace un rato es la doctora Lindsay Pemberton, especialista en anatomía patológica y mi novia desde la secundaria; ella, Robert y yo conformamos el equipo médico.
Tolley se quedó inmensamente tranquilo abrazando a la doctora Pemberton, que no paraba de sonreír con una mueca retorcida que sin palabras decía que ya conocía la verdad y las decisiones entre ella y Tolley ya estaban tomadas. Maggie quiso llorar, quiso gritar o hacer algo; pero la impresión la dejó fría, con todo el cuerpo entumecido y la lengua dormida. Tom pareció ser invadido por cierta culpabilidad y dijo a sus amigos:
—Okay, chicos. Adelántense ustedes. Voy a charlar un poco con mi prima para darle algunos consejos sobre las cosas aquí. Los veré en un rato.
Después llevó a Maggie hasta a una esquina lejos de la vista de todos y trató de parecer preocupado, mientras decía:
—Siento mucho que las cosas hayan sido así. ¡Pero tú sabes! Lo nuestro nunca pudo ser. Eres muy joven y somos de mundos diferentes. Tú latina, yo americano.
—Los incas son del Perú, Tommy...
Le corrigió la muchacha infinitamente decepcionada. Tolley prosiguió diciendo:
—¿Lo ves?, eres tan poco espontánea, tan cerrada. Yo solo quería experimentar un poco contigo; pero te tomaste todo en serio y mira ahora las consecuencias.
Finalmente Maggie reaccionó y lo apartó de un empujón susurrando:
—¡Monstruo...!, ¡quiero salir de aquí y volver a México con mi bebé!
Tolley se frotó el entrecejo con dos dedos, tomó aire y dijo:
—Maggie...olvídate del bebé. Lo diste en adopción. Legalmente ya no es tuyo y mis tíos no quieren que lo veas nunca más. Eso es algo que ya quedó en tu pasado.
La joven madre abrió la boca estupefacta antes de exclamar:
—¡¡Pero tú dijiste que solo lo tendrían hasta que yo saliera de aquí!!
Tras intentar inventar otra explicación, Tolley se dio por vencido y prefirió ser por fin honesto sin que el cinismo le incomodara ni un poco:
—Mira, te mentí, tuve que hacerlo. Eres muy terca y simplemente no sabes nada de nada. ¡¡Además eres muy joven!!, ¿y qué esperabas?, ¿que yo me hiciera responsable de tu hijo?, ¡tenías diecisiete años cuando te embaracé, no quiero tener cargos por abuso de menores! ¿Podrías ser tan egoísta como para arruinar mi vida y mi carrera así? Debiste leer los documentos que te envié para firmar antes de decir que no estabas de acuerdo. Ahora, legalmente tú nunca tuviste un hijo y el bebé es de mis tíos. No hay pruebas de que tú y yo hayamos tenido algo, todo quedó en el pasado. ¡No llores con esa cara de espanto!, mira donde estas ahora. Serás millonaria al salir de aquí, me costó mucho traerte. Tuve que sobornar a mucha gente para lograrlo y ese dinero salió de la adopción del bebé, hice todo pensando en tu porvenir; tú eras demasiado joven, tenías el futuro por delante, no podías hacerte cargo de ese niño. ¡Ni siquiera puedes cuidarte sola!, solo mira adonde fuiste a parar sin tener la más remota idea de cómo o porqué.
Maggie se cubrió la boca con una mano y se acurrucó, apoyándose en una pared. Tenía los ojos llenos de lágrimas y simplemente murmuró:
—Quiero irme de aquí...al menos quiero volver con mi padre...
El hombre le tomó el rostro con las manos para hacerla mirarlo a los ojos y dijo:
—Escucha, Magdalena, te llegó la hora de crecer. ¡No puedes salir de aquí hasta que te lo ordenen!, esto no es ningún juego. El equipo de investigación debe funcionar como una máquina bien aceitada o ¡puf!, nos eliminarán a todos. Así que olvida lo nuestro y mejor empieza a pensar en el futuro, por el bien tuyo y el de todas las personas que trabajamos contigo. ¡Imagina que saldrás de aquí y podrás abrir una fábrica de burritos o tu propio “Telemundo”! ¡Por fin el sueño americano que todos ustedes buscan al venir aquí!
—¿“Ustedes”? ... ¿Por qué me hablas así? ... ¿Por qué me haces esto...?
En ese momento apareció un elegante hombre afroamericano, alto y fornido como un oso, que los miró severamente mientras se frotaba el mentón perfectamente afeitado en señal de intriga. Tom Tolley explicó de nuevo:
—¡Doctor Moore!, ella es mi prima, la chica nueva que le comenté. Maggie, él es el doctor John Moore, jefe del equipo médico y uno de los astronautas que rescataron a los sobrevivientes de la base. Doctor, ella es Maggie, espero pueda disculparla; está muy nerviosa en su primer día y trataba de tranquilizarla.
El doctor Moore miró a Tom como si hubiera escuchado todo, con la mirada vidriosa, luego dijo con una voz grave y tremebunda:
—Que vaya a enfermería por un tranquilizante. No tenemos tiempo para estas cosas. Recuerde que estamos en una carrera contra el tiempo, doctor Tolley.
Moore se alejó con paso lento y firme, y Tolley también se preparó para retirarse diciendo a la chica:
—Sé que serás discreta y no comentarás lo nuestro con nadie, Maggie. Ya escuchaste, mucho trabajo. Debemos lidiar con el sujeto uno: la loca Ludmila. Hay que hacerla hablar antes de que el sujeto dos, con el que trabajan Moore y Mitkov, se muera o lo que sea. Poco tiempo, mucha presión, pero buena paga.
Tom Tolley se fue y Maggie se empezó a desvanecer hasta quedar de rodillas en el piso sintiéndose asesinada. Ahogándose en llanto, se levantó como pudo y fue hasta la enfermería; donde la vieja Yolanda corrió a recibirla y la recostó en una camilla mientras Miller la revisaba, diciendo:
—Estás prendida en fiebre… ¿Qué te pasó, niña?
Maggie no respondió nada y entonces se fijó en que las doctoras Pemberton y Shapiro estaban ahí, mirándola desde una esquina, con gestos de incredulidad y burla; hasta que finalmente se fueron meneando la cabeza negativamente. Maggie no quiso saber más, cerró los ojos y se desmayó.
22 de mayo de 2012
La Luna es una consejera fría que escucha las penas del triste insomne, pero en realidad no le brinda ningún consuelo. Maggie era atormentada en pesadillas, dentro de un mundo de blancos pasillos y puertas cerradas iluminado por dos Lunas donde escuchaba el llanto interminable de su hijo Abel pero no lograba encontrarlo nunca. Despertó a las tres de la madrugada en la enfermería, vestida con una bata de paciente hospitalario; oyendo un largo y lejano lamento que inmediatamente le hizo comprender que lo había confundido con el llanto de su hijo. También notó con tristeza que tenía en pecho empapado en leche materna, era la evidencia en su cuerpo de la desesperación en su alma. La tenue luz de la pantalla de una computadora era lo único que iluminaba la enfermería, donde la habían dejado sola y dormida. Entonces recapacitó en el siniestro lamento que se escuchaba a lo lejos y tuvo miedo. La computadora emitió un sonido y en la pantalla apareció una ventana de chat donde se leía un mensaje de un usuario llamado “Administrador”, que decía simplemente:
“Administrador: hola”.
La muchacha se levantó ya muy atemorizada; y luego de pensarlo un poco respondió como “Enfermería”, el usuario que aparecía para esa computadora:
“Enfermería: hola. ¿Quién eres?”
“Administrador: Abel”.
Un escalofrío recorrió su cuerpo y no contestó nada. Entonces recibió otro mensaje:
“Administrador: nos conocimos ayer temprano. Soy el encargado de archivar los datos, dar mantenimiento a las computadoras y manejar el sistema de vigilancia en este sector. Está bien si no me recuerdas, la gente raramente me recuerda.”
Maggie suspiró aliviada y escribió:
“Enfermería: perdón, el nombre Abel significa mucho para mí”.
“Administrador: ¿estás mejor?”
“Enfermería: sí, gracias”.
“Administrador: ¿Abel es el nombre de tu hijo?”.
Con sorpresa, Maggie respondió:
“Enfermería: sí. ¿Cómo lo sabes?”.
No recibió respuesta por unos minutos, hasta que el hombre contestó:
“Administrador: dijeron que te enfermaste porque tuviste un problema de maternidad o algo así. Que estabas lactando a un bebé y ahora ya no; y que por eso te dio una infección extraña en tus...No quiero ser indiscreto, solo quería saber cómo seguías”.
Maggie respondió con una débil sonrisa:
“Enfermería: gracias. Eres muy dulce”.
“Administrador: disculpa por no haber hablado mucho anteayer. Yamada y Miller nunca se callan. Además prefiero hablar por este medio, es más cómodo. Aquí siento que puedo ser yo mismo. En el mundo virtual puedes ser quien quieras pero en persona...Yo realmente solo soy un criminal informático pagando con mis servicios al gobierno, y mi decadencia es completamente notoria”.
“Enfermería: igualmente me caíste bien anteayer”.
Nuevamente la respuesta tardó en llegar, hasta que Maggie leyó:
“Administrador: eres amable”.
“Enfermería: tú eres simpático, algo extraño pero agradable”.
Respondió, riendo. Entonces recibió un nuevo mensaje:
“Administrador: mientes. Te ríes”.
La chica frunció un poco el ceño:
“Enfermería: no”.
“Administrador: puedo verte”.
“Enfermería: tú mientes”.
“Administrador: no. Controlo el sistema de vigilancia. Puedo verte, oírte e incluso hablarte con mi voz si fuera necesario. Ahora estás sentada ante la máquina de enfermería, envuelta con una sábana, como un jefe piel roja”.
Maggie tiró la sábana de nuevo a la camilla y se compuso la bata, escribiendo:
“Enfermería: ¿ves y escuchas todo?”
“Administrador: casi todo”.
“Enfermería: pero... ¿Todo, todo?”
“Administrador: menos lo que sucede en las camas de los dormitorios y los baños”.
“Enfermería: entiendo”.
Hubo otro silencio, y poco después el hombre escribió:
“Administrador: anteayer…Tolley es un hijo de puta”.
La chica se acurrucó en la silla:
“Enfermería: ya pasó...ahora solo me duele por mi bebé. Lo perdí”.
“Administrador: lo escuché. Te lo robó y lo vendió a sus tíos, ¿no te das cuenta? ¡Tendrías que demandarlo o algo!”
“Enfermería: su familia tiene demasiadas influencias...y yo firmé aceptando cada una de sus condiciones...confiando ciegamente en él. Por mi estupidez perdí a mi hijo, y ahora estoy enferma y atrapada aquí”.
“Administrador: te pondrás mejor. La vieja Yolanda te administró unos antibióticos y un analgésico; pidió una medicina para que tus...paren de...eso. Pero tardará una semana en venir, por el papeleo y los permisos. Es difícil que alguien o algo entre o salga del área 51 y con las medicinas no hay excepción. Tu amigo Tolley debió usar sus influencias para ayudarte esta vez...”
“Enfermería: según él ya me ha ayudado mucho trayéndome aquí. Ahora que lo pienso, Tom siempre fue un canalla, pero cuando te enamoras no ves los defectos”.
Nuevamente hubo una larga pausa y luego el hombre escribió otro mensaje:
“Administrador: lo sé”.
“Enfermería: ¿estás enamorado?”
“Administrador: sí. Pero ella me ignora. La saludo cada día por este mensajero interno y no me contesta jamás”.
“Enfermería: ¿así que es alguien de aquí?”
“Administrador: sí. Alice Voyager”.
Maggie se rascó la nariz y suspiró escribiendo:
“Enfermería: ella vive en su mundo”.
“Administrador: es hermosa”.
“Enfermería: sí, pero...quizás debas fijarte en una chica más fácil de llevar...”
“Administrador: está involucrada en investigaciones más complejas que esta, un asunto muy turbio sobre una antigua civilización. Creo que para ella todos somos unos idiotas indisciplinados y solo nos tolera porque necesita el dinero. Aparte de Voyager, Mitkov y Moore, todos los demás somos novatos”.
“Enfermería: ¿Cómo es que sabes tanto?”
“Administrador: me entero de todo lo que pasa aquí. Conéctate conmigo por este mensajero interno cuando quieras, nunca se cierra y yo solo duermo tres horas al día. A mí me gusta charlar por aquí y a los demás en el equipo no; y con el acceso a internet restringido me aburro demasiado sin tener a nadie con quien hablar”.
“Enfermería: si oyes todo, ¿oyes ahora ese rumor?, suena como un lamento”.
“Administrador: lo oigo. Viene del sector norte. Pero justo ese es el sector que no tengo vigilado de ninguna manera por órdenes del doctor Mitkov. Lo que sucede ahí solo lo saben y documentan los doctores Moore y Mitkov”.
“Enfermería: ¿qué crees que haya ahí?”
“Administrador: el sujeto dos. El uno es Ludmila, y el dos es un misterio. No estamos seguros de si es un qué o un quién; solo sabemos que emite sonidos extraños. El idiota de Miller cree que han capturado a un selenita y ahora todos dicen lo mismo”
“Enfermería: ¿un selenita?”
“Administrador: un extraterrestre de la Luna. Lee rápido y con atención, porque luego borraré todo rastro de esta charla”.
Maggie se estremeció y preguntó:
“Enfermería: ¿será peligroso?”
“Administrador: a juzgar por sus gritos y los golpes que da en la pared, diría que sí. La paga es demasiado alta para el trabajo que desempeñamos, ¡y se nos insinuó que sería de alto riesgo!, pero hasta la fecha no sabemos por qué. ¿No te parece extraño que todos en el equipo, salvo Moore y Mitkov, seamos muy calificados pero jóvenes y aún no muy conocidos públicamente?; no me hagas tanto caso, pero a veces creo que seríamos buena carne de cañón.”
La tímida chica miró a su alrededor, temerosa, y leyó el siguiente mensaje de Abel Turn:
“Administrador: también sospecho que Moore y Mitkov, los únicos que tienen contacto con él supuesto selenita, no saben cómo hacer para que sobreviva en la Tierra; están desesperados y he visto como llevan muestras de diferentes alimentos al sector norte. Deduzco que el ser que tienen ahí está muriendo de inanición, ya sea porque se niega a probar bocado o porque Moore y Mitkov no saben de qué se alimentaba o cómo funciona su organismo; creo que es imposible ayudar a ese ser si no se deja examinar, es agresivo y no puedes usar la fuerza ni sedarlo, porque no sabes cómo funciona su cuerpo o si lo matarás en el intento. Supongo que el tiempo que el selenita viva en la tierra, será tanto como el que sobreviva sin comer o beber nada. A menos que resulté que come carne humana y devoré a alguno de nosotros al estilo Hollywood, como dice el idiota Miller”.
Maggie rio un poco y luego escribió, con lástima:
“Enfermería: que tristeza...ahora espero que realmente no sea eso lo que tienen oculto ahí. Debe estar sufriendo mucho”.
“Administrador: siempre habrá alguien más jodido que nosotros”.
Hubo un largo silencio entre los dos, luego hablaron unos minutos más hasta que ella volvió a dormirse teniendo al menos la pequeña alegría de haber encontrado un confidente.
La hora de levantarse fue anunciada por el sonido del paso firme de Alice Voyager dirigiéndose a la cocina de los laboratorios subterráneos, exactamente a las siete. Esa mañana, Maggie se presentó a trabajar con el doctor Mitkov; tratando de mostrar todo su entusiasmo. Tom Tolley se le acercó un momento en la bodega tratando de reconfortarla saludándola con lastima, en una especie de acto auto expiatorio; pero Maggie, sabiendo que Turn los observaba, se sintió más fuerte; así que lo ignoró y fue tras Mitkov.
Para desagrado de Maggie, fue enviada a asistir a la mística doctora Shapiro que trabajaba con Ludmila, la sobreviviente de la base Lunar. Si Voyager podía ser descrita como ácida y Maggie como dulce; Selma Shapiro era una mujer que podría describirse simplemente como insípida. Era la última en despertarse cada día. Lo primero que hacía al salir de la cama era una rutina de yoga y luego iba a trabajar con una parsimonia que hacía recordar el movimiento de los caracoles de jardín. Solo les dirigía la palabra a sus superiores, a su mejor amiga Lindsay, al novio de ella y a su amigo Bobby Wellman. En cierta ocasión, Yamada estaba ocupándose de limpiar los pisos, otra de sus tareas debido al poco personal que era permitido dentro de los laboratorios; cuando de pronto se tropezó y cayó con la cara en una de las angulosas esculturas minimalistas que decoraban los solitarios pasillos, enganchándose en ella con uno de los aretes de sus cejas. Yamada comenzó a pedir ayuda al notar que era incapaz de desengancharse solo y entonces apareció Selma Shapiro quien, al ver a Yamada en una posición tan ridícula, prefirió ignorarlo para evitar compartir la vergüenza y pasó de largo caminando de forma rígida mientras Yamada, que la había visto perfectamente, le pedía ayuda a gritos. Abel Turn debió avisar a enfermería de la situación de Yamada para que alguien fuera a socorrerlo y desde entonces todos tacharon a Shapiro de insensible. Para demostrar lo contrario, a la noche siguiente ella lloró inconsolablemente por la muerte de los animales comidos en la cena mientras sus buenos amigos la elogiaban por su nobleza.
El método que usaba para tratar a Ludmila hacía sospechar aun al mismo doctor Mitkov de la veracidad del título de doctorado en psicología de Shapiro; después de todo, no era un secreto que, por ejemplo, Tom Tolley había movido sus influencias para integrar a su novia, y hasta a la propia Maggie, en el equipo. El dinero podía comprarlo casi todo y no iba a ser raro que la presencia de Shapiro en un cargo tan delicado fuera debido a la corrupción. Selma Shapiro se sentaba ante Ludmila en una sala decorada al estilo zen, con bambúes y una pequeña fuente artificial; tomaba sus manos y respiraba honda y lentamente, al son de una mística melodía hindú. Ludmila, una mujer demacrada de largos cabellos rubios y casi cadavérica, permanecía impávida ante las acciones de Shapiro que la miraba a cada tanto con exagerada compasión mientras le decía en ruso: “yo te comprendo”. En poco tiempo, Maggie se dio cuenta de que en realidad a Mitkov le tenía sin cuidado lo que Shapiro hiciera con la sobreviviente y su trabajo era solo sentarse cerca de ellas, que se miraban a la cara tomadas de las manos. Estuvo en silencio observando hasta que la situación comenzó a parecerle cómica y se mordió los labios para no reír.
Asombrosamente, Ludmila lo notó y le dirigió una mirada, lo cual fue el único avance que se había logrado en todos esos días; entonces Maggie no soportó más y tuvo que reír, cubriéndose la boca con ambas manos. Inmediatamente, Selma Shapiro se levantó y le ordenó que saliera con ella de la sala. Maggie obedeció avergonzada y retorciendo un extremo de las faldas de su bata de laboratorio. Una vez fuera, Shapiro habló seriamente a Maggie; pero sin verle a la cara, sino mirando a sus propias uñas:
—¿Tú...entiendes que estoy haciendo...ahí dentro?
Maggie respondió, temiendo parecer irrespetuosa:
—Creo que usted practica un ejercicio de relajación, doctora.
—¿Acaso tienes una mejor idea de lo que debo hacer con Ludmila?
—No, doctora...usted es la profesional y....
Shapiro dijo entonces a la muchacha, con voz prepotente y ladeando la cabeza con dramatismo mientras hablaba:
—Te digo que me expliques qué harías tú en mi lugar, ¿que se supone que harías tú?
—No...No lo sé doctora...Ella tiene un problema psiquiátrico bastante serio y está muy medicada y soñolienta como para prestar atención; así que realmente pienso que la psicoterapia no dará resultados muy notorios...Creo que solo me limitaría a hablar con ella, contarle cosas...Quizás eso le inspiraría confianza en mí y hasta se animaría a decir algo al cabo de unos días...No sé si es lo correcto...
La doctora Shapiro la interrumpió de forma tajante:
—ESO es lo que quiero señalarle, señorita Cárdenas. Su incapacidad para cuestionar mi trabajo. ¿Realmente es usted tan ignorante como para pensar que un paciente, sin importar su trastorno, mostrará avances antes de un año de tratamiento? ¡Pero si solo para elaborar una anamnesis se necesitan meses, ¡años!
—¿Años?, ¿meses?, ¿años para hacer una entrevista clínica...?, ¿son necesarios varios meses para tomarle los datos a alguien que verá durante una hora cada semana? ¿Es que acaso le haremos una sola pregunta por sesión?, ¿es que...es necesario más de un mes entero para observar la conducta de un paciente y aplicar, calificar e interpretar unas pruebas psicométricas...? No comprendo, doctora, cuál es la razón de alargar tanto...
Entonces Shapiro estalló:
—¡¿Es usted estúpida o demasiado ignorante?!, ¡¿cómo puede simplificar tanto un proceso tan complicado!? ¡¡Tenga un poco de sentido común!! ¡Somos psicómetras! ¿Esto es un trabajo científico sumamente delicado...y exacto...que debe realizarse cuidadosamente y eso requiere mucho tiempo...mucho dinero! ... ¡¿qué pensaba usted cuando comenzó a estudiar esta carrera?!
—Yo...me siento muy mal al ver a otras personas sufriendo, a veces siento que el dolor me duele más en otros que en mí. No quiero que la gente sufra por problemas que podrían superarse solo con pensar bien en una solución. Y creo que como psicóloga podría ayudarlos a eso, a sentirse mejor y a superar sus problemas...
—Debo decirle, señorita, que está usted muy equivocada si cree que el trabajo de un psicólogo es ayudar a las personas.
—Entonces... ¿Cuál debe ser su trabajo...?
Preguntó tímidamente Maggie y Selma Shapiro no le respondió, solamente giró sobre sus talones y volvió con Ludmila. La doctora Voyager, que justamente tenía su laboratorio clínico al lado y había escuchado todo, le respondió desde donde estaba; sin apartar la vista de uno de sus microscopios:
—Hacer dinero siendo una irritante charlatana.
Más tarde, cuando el equipo médico entró a examinar el débil cuerpo de Ludmila que había sobrevivido durante décadas fuera de la esfera terrestre, Shapiro fue a quejarse de Maggie con Mitkov; quien no dio mayor importancia al asunto y simplemente la transfirió al equipo de enfermeros. Yolanda García, la jefa del equipo, le encomendó mandar los desechos del laboratorio al exterior por medio de un elevador especial. Una vez terminada esta tarea, le mandó ayudar a limpiar los pisos mientras el resto del equipo se ocupaba de higienizar a Ludmila y su habitación. Maggie sabía que el equipo médico estaba reunido en el sector oeste, en el laboratorio clínico; por lo que decidió evitar encontrarse con Tom Tolley yendo a limpiar el sector éste primero, cerca de la enfermería y la sala de control de Abel Turn.
Hizo así y cuando estaba limpiando el sector central de las instalaciones, un pequeño bar que denominaban la sala de “esparcimiento conjunto” que jamás era usado y permanecía en silencio con las luces apagadas, pensaba con cierta amargura en cómo pese a que era una brillante y precoz estudiante universitaria procedente de una familia muy respetada en su comunidad había terminado limpiando pisos como los más pobres hispanos en Estados Unidos. Cavilaba sobre eso hasta que vio, al fondo de un pasillo, la entrada al sector norte, señalada con diferentes rótulos de advertencia. La muchacha fue picada por el aguijón de la curiosidad y comenzó a mover la aspiradora hacia ese pasillo, acercándose a la puerta. Apagó la máquina, tomó un paño del carro de limpieza, y comenzó a avanzar más por el pasillo; pretendiendo que limpiaba las paredes. Conforme iba acercándose a la puerta prohibida, escuchó la voz del doctor Mitkov a través de la pared izquierda, preguntando algo en ruso; luego escuchó al doctor Moore decir:
—Muéstrele la fotografía de Ludmila y vuelva a preguntarle.
La voz del doctor Mitkov se escuchó serena:
—Vy znaete etu zhenshchinu?
Entonces le contestó una voz siniestra, que si bien sonaba como si hablara algún lenguaje bien estructurado, no parecía salir de una garganta humana. Era una voz difícil de clasificar como masculina o femenina, se oía como un tenebroso susurro, a veces sibilante y carrasposo. Maggie escuchaba atónita, pegando una oreja a la pared, cuando de repente la voz se calló; a continuación escuchó pasos apresurados y luego fuertes olfateos y un sonido similar a sollozos o suspiros; y finalmente un fuerte golpe justo en el lugar de la pared donde ella estaba escuchando. Entonces se oyó aquel infernal alarido que había escuchado el día de su llegada a los laboratorios subterráneos. El pasillo se llenó de chillidos que llenaban de pavor, la misteriosa criatura que guardaban en el sector norte sonaba como una fiera iracunda mientras golpeaba salvajemente la pared y la rasguñaba, haciendo rechinar el concreto. Quería llegar a Maggie. La muchacha entró en pánico, recogió los artículos de limpieza a toda prisa y corrió a la enfermería. Al llegar, se encontró con Miller y Yamada que escuchaban los gritos también, como congelados por la tensión. La muchacha los miró espantada, sin saber cómo explicar lo que acababa de vivir en el pasillo que conducía al sector norte y Yamada se adelantó a ella, diciendo:
—Veo que tú también ya escuchaste al selenita.
23 de mayo de 2012
Cerca de las cinco de la mañana, Abel Turn cabeceaba soñoliento ante las pantallas de vigilancia cuando recibió la orden de permitir el ingreso en la puerta que conectaba con el exterior. Dio paso libre en el sistema de seguridad y vio, a través de la cámara en el sector éste, a una docena de militares llevando diez camillas con bolsas negras hasta el laboratorio clínico. Dos horas después, todos fueron convocados en la “sala de esparcimiento conjunto” por los doctores Mitkov y Moore. La joven Maggie hizo lo posible por excusarse y no asistir, ya que no quería encontrarse con Tolley y compañía, pero la vieja Yolanda prácticamente la arrastró a la reunión; donde se refugió quedándose cerca de Turn que permanecía silencioso detrás de todos. Moore esperó a que los doce integrantes del equipo de investigación estuvieran reunidos y entonces se aclaró la garganta y dijo seriamente:
—Hemos llegado al séptimo día de trabajo y es preciso comunicarles que atravesamos momentos críticos. Los datos obtenidos a través de Ludmila son escasos, solo hemos averiguado que la gravedad lunar disminuyó notablemente su masa corporal y que el agua contaminada dañó la gran mayoría de sus órganos; pero los hallazgos se congelaron justo ahí. Sobre el sujeto dos...
En ese momento todos parecieron poner más atención, excepto Alice Voyager que escuchaba siempre con indiferencia. Moore prosiguió:
—...del cual nos hemos ocupado el doctor Mitkov y yo, y en quien pensábamos originalmente basar toda la investigación, tristemente está condenado a sucumbir a la inanición. Se niega a recibir alimento y cada vez se cierra más a nosotros. Por esa razón, hemos decidido sustituir el enfoque psicológico de esta investigación por uno anatómico y fisiológico. Ya que los exámenes en Ludmila han terminado, deseó involucrarlos a ustedes en el análisis del sujeto dos; comenzando primero por las autopsias de sus congéneres y luego pasaremos a examinar al propio espécimen en su proceso agónico y luego cuando ya esté fallecido.
Todos se miraron entre sí, queriendo hacer preguntas pero sin atreverse a hacerlo, y entonces la doctora Voyager cuestionó con toda naturalidad:
—¿Quién o qué es el sujeto dos? Es la primera vez que lo mencionan oficialmente.
Moore y Mitkov intercambiaron miradas y finalmente Mitkov explicó, con cierto pesar:
—No creímos que fuera necesario exponerlos a este riesgo y por eso tratamos de mantenerlo oculto, pero la situación nos obliga a admitir ante ustedes su existencia. Aún no sabemos qué son exactamente el sujeto dos y las demás criaturas que le acompañaban. Puede que sean descendientes de los cosmonautas abandonados o verdaderos seres extraterrestres...o una mezcla de ambos.
Entonces Yamada dijo entre dientes:
—Así que un equipo integrado por médicos especialistas en psicología, psiquiatría y neurología es enviado por el gobierno a examinar la conducta de un alienígena. Al difunto L. Ron Hubbard no le gustaría esto. ¿El sujeto dos es agresivo?
Moore habló entonces con gravedad en la voz:
—Sumamente agresivo, no permite que nadie se le acerque a menos de un metro de distancia. Lo encontramos en la base lunar junto a otros seres similares a él, cinco “hombres” y una “mujer” vivos y varios más muertos; hablaban ruso y vestían viejas prendas de ropa, pero su actitud es salvaje. Estaban diseminados por toda la base y era de ellos de quien Ludmila se escondía, encerrándose en el área del huerto y la caldera. El sujeto dos era el líder de la extraña tribu de criaturas Lunares; el más astuto, violento y rápido. Vivían a varios grados bajo cero debido a que no había calefacción, y en la semipenumbra ya que tampoco funcionaba la mayoría de luces en la base, sin otra ley que la del más fuerte. Tuvimos que matar al resto del clan para salir con vida de la base. Fue una odisea traerlo vivo hasta la tierra. Mató a dos astronautas en la Luna y a cinco soldados aquí en la Tierra, para transportarlo se necesitó usar una red y atarlo entre cuatro hombres; los choques eléctricos o el gas pimienta no pueden ser usados con él porque no sabemos si le serían fatales y la vida del maldito es una prioridad para nuestra investigación. He sido un médico militar desde la guerra del golfo, vi la muerte a los ojos varias veces aun no puedo mirar a esa cosa a la cara sin tener las manos frías. Ninguna medida de seguridad será excesiva a partir de este momento. Pemberton, estarás a cargo de las autopsias de los cadáveres traídos desde la Luna. Wellman y Yamada te asistirán. Voyager, quiero los perfiles genéticos de cada una de esas criaturas y exámenes de todos sus tejidos. No importa cuánto tiempo tardes, Tolley estará apoyándote en eso. El resto seguiremos adelante con nuestras tareas de siempre y no quiero ver a nadie cerca de los cadáveres a menos que esté usando un traje quirúrgico completamente protegido de posible contaminación biológica.
No bien terminó de hablar, la doctora Shapiro protestó:
—Me parece inhumano el trato que le estamos dando a ese ser. Quizás sea el portador del mensaje más hermoso de las estrellas y lo estamos tratando como a un sapo que servirá para ser diseccionado en una escuela. Yo propongo liberarlo. Sinceramente, creo que será lo mejor.
El doctor Moore la interrumpió rudamente:
—Señorita, Mitkov y yo hemos preferido exponer nuestras vidas solos tratando de descifrar a ese bicho para que ustedes no fueran destrozados por él mientras trataban ingenuamente de hacerlo cooperar; como era el plan original del gobierno. Aún estamos procurando que las cosas simplemente fluyan, pero el sujeto dos comienza a dar signos de debilidad y ya es la hora de simplemente actuar y dejarnos de consideraciones para con esa cosa que ni siquiera sabemos si es humana, alienígena o qué mierda. Lleva días enteros sin beber o comer nada, y observándonos con la más espeluznante de las miradas. ¡Aborrece nuestros alimentos y no pasa un día sin que trate de cortarnos el cuello a mordidas!, ¡simplemente quiere matar o morir, no hay ningún mensaje hermoso en eso!
Shapiro replicó:
—¡Es un ser vivo! Es obvio, por lo que he entendido, que posee algún tipo de inteligencia; quizás similar a la nuestra. Es un ser pensante que ha crecido lejos de esta sociedad enferma y reprimida, libre en la Luna. ¿Como puede ser maligno? Él reacciona ante la maldad de ustedes, ante su ignorancia. Yo también los mordería y despreciaría si me sacaran de mi mundo puro, en donde vivía sin limitaciones, y me trajeran aquí para convertirme en una rata de laboratorio. Deberían liberarlo, dejarlo ser. Tarde o temprano, él compartirá con nosotros su mensaje de amor y paz universal; quizás no con palabras, pero con una sonrisa o una mirada...Yo propongo liberarlo, ¿quién está conmigo?
La mayoría de los presentes pareció conmoverse con las palabras de Shapiro, pero nadie levantó la mano. Entonces Moore se le acercó casi ferozmente y la señaló diciendo:
—La quiero lejos del sector norte. Esa cosa “pura y sin represiones” la destriparía a usted y al resto de este equipo solo por diversión, antes de compartir con nosotros “un mensaje de amor y paz universal”. Y créame...cuando vea “la sonrisa” de ese bicho...tendrá que cambiarse las pantaletas porque se orinará del espanto.
Tras decir esto giró sobre sus talones y trató de irse, pero Shapiro se le adelantó para detenerlo y gritarle:
—¡Usted puede decirme qué hacer en relación a este trabajo, pero no puede decirme qué es lo que debo pensar! ¡Nadie me dice que pensar!, ¡ni siquiera toleraba que mis padres opinaran sobre mis decisiones y ahora usted...!
Moore no le permitió seguir hablando, la levantó por los hombros para tenerla a la altura de sus ojos y apartarla de su camino gritando también:
—¡¡Voy a decirle que pensar si es necesario para que usted no cometa una idiotez y nos mate a todos!! ¡¡¡No quiero volver a escuchar sobre votaciones en este equipo!!! ¡¡¡Estamos aislados del mundo aquí, y mientras dure este encierro yo seré quien dicte las reglas y el deber de ustedes es seguir órdenes, es todo!!!
Mitkov tomó a Moore del brazo, tranquilizándolo, y ordenó a todos ir a sus labores. Shapiro se echó a llorar y Wellman estuvo pronto a consolarla, llevándola a su habitación para relajarse juntos mientras los demás trabajaban. Mitkov y Moore dejaron este conflicto en segundo plano y fueron a la sala de controles de Turn para ver las autopsias y grabarlas a través de un cristal. La vieja Yolanda fue a ayudar a Voyager y a Tolley en el laboratorio clínico y Maggie fue al sector sur para limpiar las habitaciones. De mala gana, la doctora Lindsay Pemberton se vistió con un traje protector quirúrgico y fue a la sala aislada donde se ubicaban los cadáveres; acompañada por Yamada y Miller relevando a Wellman que se había sublevado junto a Shapiro; abandonando sus responsabilidades para estar juntos en la cama.
Con asco, la doctora Pemberton abrió las cuatro primeras bolsas selladas y comenzó a sacar una serie de huesos aparentemente humanos; hasta completar cinco esqueletos adultos y siete infantiles de los cuales cuatro estaban incompletos. Los huesos pertenecían a dos hombres, una mujer, tres niñas, dos niños, y dos infantes de aproximadamente un año de edad con sexo indefinido. Las fechas de muerte eran difíciles de determinar debido al gran deterioro en los restos, pero uno de los esqueletos infantiles aún tenía tejidos como piel y carne húmeda adheridos; haciendo sospechar que no llevaba mucho tiempo muerto. Casi todos los esqueletos tenían señales de haber sufrido una muerte violenta y mostraban ciertas deformidades, especialmente en el cráneo. Los rostros eran extraños; las cuencas oculares desplazadas a los lados, empeorando en los cráneos de los más jóvenes; los maxilares tenían treinta y dos piezas dentales como en los humanos normales, pero estas eran extremadamente duras, afiladas y algo separadas entre sí; además, en los individuos más jóvenes no se encontraron los gérmenes de las terceras molares. Pemberton, Yamada y Miller se estremecieron imaginando cómo habrían sido los rostros de esas criaturas. Tomaron muestras de todas las osamentas y comenzaron a abrir las otras seis bolsas selladas que contenían cadáveres frescos.
Miller no pudo evitar estremecerse de horror al ver el primer cuerpo. Era una mujer muy blanca y delgada, de aproximadamente 150 centímetros de estatura, aun vestida con gruesa ropa de invierno; con el pecho destrozado a hachazos mostrando una horrible herida; su rostro ovalado, enmarcado por cabellos rojizos recogidos en dos largas trenzas, era impresionante: la frente amplia y los ojos grandes, de párpados negros y rasgados, le daban un aspecto inhumano. La nariz era exageradamente pequeña y respingada, pero lo más llamativo era su boca, de negruzcos labios delgados a través de los cuales sobresalían algunos dientes parecidos a los de un ser humano normal pero algo separados y muy afilados. Yamada midió el espacio entre las comisuras de esa boca con sus dedos y exclamó:
—Cuando esta chica sonreía, literalmente lo hacía de oreja a oreja...Huele como a margaritas o limón. ¿Serán feromonas o perfume, doctora Pemberton?
—No lo sé...Vivían a varios grados bajo cero. Es extraño, no luce como una salvaje. Parece que tenía hábitos de higiene comunes, creo que hasta más meticulosos de lo normal; y usa ropa común y corriente después de todo. Comienza a desvestirla, veremos que hay dentro.
La doctora Pemberton palpó los huesos faciales y dijo con desconcierto:
—Los astronautas que viven largos períodos de tiempo en el espacio presentan secuelas fisiológicas típicas: músculos atrofiados, pérdidas de masa ósea, trastornos del sueño, sistema inmunitario débil...Además reciben bastante radiación, se dice que a mayor tiempo en el espacio, mayor es la tasa de mutación de los cromosomas y la probabilidad de tener deformidades en su descendencia. Creo que eso tiene que ver con lo que sucedió en esta dama... Casi no tiene pabellones auditivos, carece de vello en todo el cuerpo, ni siquiera tiene cejas; solo el cabello en la cabeza. Tampoco presenta terceros molares y su frente es bastante grande...Me pregunto si esto último corresponderá a un lóbulo frontal del cerebro más grande, a Tommy le interesará. Luego de ver a todos los esqueletos y ahora a esta mujer, me parece que estas...mutaciones se repitieron en cada nueva generación, a modo de síndrome hereditario, y fueron volviéndose más marcadas en cada nuevo individuo que nacía; también pienso que estas alteraciones aparentemente les han ayudado a adaptarse a la Luna. Quizás estamos ante el siguiente paso de la evolución, el Homo Cosmos.
Yamada la miró de reojo y opinó:
—Si éste es el futuro de la humanidad, entonces nos estamos yendo a la mierda.
Después fue por los instrumentos quirúrgicos mientras Pemberton seguía hablando:
—Estoy casi segura de que son descendientes de los cosmonautas aquejados por extrañas mutaciones. Miren sus ojos...tan siniestros...Dame una lente de aumento Miller. Todo el iris es blanco, tanto que se confunde con la esclerótica; la pupila parece normal...aunque tiene cierto brillo rojizo, como los ojos de los animales en la oscuridad. Su rostro me recuerda un poco al caso de un niño chino del que leí allá por 2010, el chico había nacido con una hendidura horizontal que le cortaba el rostro a la altura de la boca.
—Lo recuerdo...
Murmuró Miller, atemorizado:
—... “El bebé que nació con una máscara”. Son castigos de Dios, doctora...
Rápidamente Yamada lo calló con un golpe amistoso en el brazo y dijo:
—El campesino se empieza a asustar doctora. He visto muchos casos de paladar hendido y malformaciones congénitas similares, pero nunca algo como esto. ¿Qué creé usted que le haya provocado semejante malformación?, ¿todo será obra de la radiación que afectó sus genes?
—Realmente no lo creo, ellos estaban protegidos en una base bajo la superficie Lunar. Debe ser algo multifactorial, pudo ser una infección en la madre durante el embarazo por las deficientes condiciones higiénicas en que vivían, la contaminación en el agua que extraían de la Luna...Escuché una vez que había estudios que decían que los embriones de rata desarrollados en gravedad cero tenían esqueletos y cerebros débiles o malformados. Quizás la baja gravedad de la Luna fue otro factor, aunque eso no explica el desarrollo de “mejoras” para adaptarse al ambiente; está desfigurada pero parece que en vida estaba sana. Según el doctor Moore era ágil y fuerte. Ahora me pregunto, ¿qué comían? Aunque había agua por toda la base, solo Ludmila tenía acceso a los huertos.
Otra vez respondió Yamada:
—Oí algo sobre una plaga de cucarachas y moho en la base, quizás eso explicaría su saliva con olor entre dulce y cítrico: puede que secreten algún tipo de agente inmunitario. Imagino que, luego de comer mugre durante décadas, desarrollaron algún tipo de defensa para sobrevivir. Si yo fuera el doctor Mitkov, llevaría al sujeto dos a un basurero y apuesto a que sería como un “todo lo que pueda comer” para él. Solo mire...Tiene la piel blanca como el papel pero todas sus superficies mucosas y alrededores son violáceas, casi negras, y emanan ese olor extraño. Los párpados, los labios...Quizás estaban comenzando a mutarse en venenosos. ¿Será en verdad un ser humano, doctora?
—Sinceramente...No lo sé, Yamada. Pero debemos averiguarlo. Toma unas muestras de saliva y comencemos a abrir.
Mientras que sus compañeros trabajaban todo el día arduamente, Wellman y Shapiro estuvieron en la cama del dormitorio de ella. El reloj marcaba las seis de la tarde cuando Wellman se levantó perezosamente para servirse una taza de café, mientras ella le gritaba desde el lecho:
—¡No salgas desnudo, te verán por las cámaras de seguridad!
Wellman respondió, mostrando su dedo medio a la cámara:
—¿Quieres ver esto, Turn?, tengo dos para ti aquí, mira.
Desde la sala de controles, Mitkov y Moore dieron un vistazo con fastidio al monitor donde hablaba Wellman y luego volvieron a mirar a la autopsia a través del cristal. Turn apagó las cámaras de seguridad para no seguir escuchando a Wellman que seguía burlándose de él pues sabía que no se atrevería a reclamarle nada en persona. Al ver que la pequeña luz de encendido en la cámara empotrada en la pared se apagaba, Wellman se echó a reír y dijo:
—¡¿Puedes creer que apagó las cámaras?!, ¡ese nerd es un marica!
Shapiro se levantó, vistiendo una camisa de Wellman, y fue a mirar lánguidamente a la cámara apagada, diciendo con su típico tono soso al hablar:
—Es un raro, siempre he pensado que la gente excéntrica está enferma de alguna manera. Son como una anomalía de la sociedad, un error. Esta investigación es un fracaso porque está en manos de personas que ni siquiera deberían ser tomadas en cuenta: ese Turn, Moore, Voyager, los tres horribles enfermeros...y finalmente esa chica “Magdalena”. Hasta su nombre es feo.
—Es que la pobrecilla es española y los españoles son en general bajitos, algo feos...Son del tercer mundo. Crecen desnutridos entre la suciedad y la pobreza. Me compadezco por ellos, realmente.
Dijo Wellman con una sonrisa comprensiva y Shapiro le corrigió:
—Esos son los mexicanos, no los españoles. Es mexicana o algo así.
—¿Por qué dices que no es española si habla español?
—Porque son hispanos, todos ellos hablan español pero son de diferentes países. Mi madre tenía sirvientas ilegales en casa. Era repugnante. Me robaban todo y siempre parecían estar sucias, con sus pieles marrones.
Hizo una mueca de repugnancia y Wellman preguntó alzando las cejas:
—¿Los hispanos son marrones?, Maggie es blanca.
—Sí...De hecho es muy blanca y la gente muy pálida es ridícula. Los hispanos casi siempre son como anaranjados...son el intermedio entre los chinos y los negros. Asco.
—Los hispanos realmente no me caen mal. Dicen que las latinas son calientes en la cama, con su música tropical y esos culos perfectos...
—Los europeos también son muy sucios...La mayoría de la gente es asquerosa...
Continuó divagando Shapiro, luego miró a una pintura de la Luna en la pared y Wellman se acercó a ella, abrazándola de la cintura mientras le decía al oído:
—¿Sigues de mal humor?
—El maldito negro me gritó. Nadie se había atrevido a gritarme antes.
—Es un perdedor. Solo ignóralo.
—No puedo...Me siento tan indignada...Voy a hacer que se arrepienta de lo que me hizo, pagará muy caro su insolencia.
—¿Qué tienes pensado hacer?
Ella se volteó y abrazó también a Wellman, hablándole con los labios tan cerca de los de él que cada palabra se confundía con un beso:
—El estúpido Turn apagó las cámaras de seguridad. Ahora aprovecharé el momento para dejar salir al selenita.
—¡¿Estás loca?!
Exclamó Wellman alarmado y ella sonrió cerrándole la boca con un dedo:
—¿No tienes curiosidad por mirarlo?, solo le abrimos la puerta, corremos a encerrarnos aquí y luego que se las ingenien ellos para atraparlo de nuevo.
—¿Y si alguien sale herido?
—Por mí que los mate. De todas maneras, el alienígena ya está debilitado por la falta de alimento; solo les dará un buen susto y de paso podremos ver finalmente al misterioso “selenita ruso”. Si me ayudas tendrás sexo diario durante el resto de la investigación...y...la cuarta parte de lo que yo gane aquí.
—¿Hablas en serio?
—Absolutamente.
Wellman aceptó con un beso y entre risas se vistieron, luego tomaron rumbo hacia el sector norte. Maggie terminaba de limpiar el sector sur cuando los vio salir del dormitorio de Shapiro. Imaginó que iban a seguir jugueteando en el sector central, por lo que no les puso cuidado y fue a su propio dormitorio a ducharse. Wellman y Shapiro se escurrieron hasta la zona prohibida y comenzaron a husmear. Encontraron una pequeña oficina, una despensa médica donde había comida amontonada pudriéndose y finalmente una habitación acolchonada cuyo interior podía ser visto a través de un espejo de dos vistas. Dentro había una persona acurrucada en una esquina, vestida con una bata de paciente hospitalario, con el rostro escondido entre sus brazos; como llena de desesperanza. Tenía la tez muy blanca y el cabello rubio, maltratado, largo hasta más o menos a la altura de los hombros; su complexión era delgada y menuda, tan delicada como la de una mujer o un muchacho de unos quince años. Shapiro exclamó:
—¡Oh, mi Dios!, esto es inhumano, ¡no es un extraterrestre!, ¡es una víctima de secuestro! Quizás es una esclava sexual de esos dos viejos apestosos...
Sin pensarlo, corrió hacia el interior de la habitación acolchonada; abriendo varias cerraduras complicadas para llegar. Tras ella fue Wellman y, una vez dentro, él tuvo un mal presentimiento al ver que “la persona” que estaba acurrucada en aquella esquina tenía las uñas de las manos sospechosamente largas, fuertes y oscuras; y que sus brazos, pese a ser delgados, tenían los músculos bien definidos. Shapiro le habló acercándose lentamente, inclinándose para tratar de verle la cara:
—Hola, cariño. Todo estará bien, vinimos a ayudarte. ¿Cómo te llamas?
El ser acurrucado movió los dedos de una mano, como poniéndose alerta, y levantó un poco la vista; mirando lo que sucedía a través de los mechones rubios de cabello que le caían desde los costados de la cara. Ver la puerta abierta pareció animarle bastante, pues lentamente comenzó a levantarse; mientras Shapiro le preguntaba su nombre en ruso, acercándose para tratar de verlo mejor. Entonces miró entre los adorables mechones dorados a un par de grandes ojos oblicuos e inhumanos, de párpados ahumados y diminutas pupilas rojizas que se fijaron en las de ella mientras mostraba el resto de su extraño rostro; con una nariz extremadamente pequeña que contrastaba con su boca; grande, de labios delgados y casi negros, por la que asomaban unos dientes filosos y algo separados mientras respondía con una voz siniestra y una espantosa sonrisa sarcástica:
—Kizssaaa…
Shapiro se congeló en pánico y Wellman no se quedó a esperar a ver qué sucedía luego. Huyó a toda prisa mientras el selenita se ponía de pie, moviéndose con la elasticidad y suavidad de un gato, hasta quedar perfectamente erguido; tenía casi la misma altura que Shapiro. Entonces la tomó del rostro, le atravesó los ojos con las uñas de los pulgares y luego violentamente le mordió los labios hasta arrancárselos y finalmente le cortó cuello de un arañazo. La mujer cayó al piso desangrándose, mientras el ser escupía asqueado su sangre y luego se limpiaba la boca con el dorso de la mano; escapando con toda calma de la habitación acolchonada.
Wellman estaba demasiado aterrorizado como para avisar a los demás del peligro; solo fue a su dormitorio y cerró la puerta tras de sí, incluso usando un sillón para impedir que la tiraran. Sin saber del peligro que corrían, Pemberton, Yamada y Miller continuaban la autopsia de la misteriosa mujer de la Luna bajo la estricta vigilancia de Moore y Mitkov. Mientras Voyager, Tolley y la vieja Yolanda examinaban las muestras obtenidas de los esqueletos. Luego de once horas de trabajo ininterrumpido, Tolley comenzaba a sentirse agotado y se sentó un momento a beber una taza de café ya frío; mientras Yolanda García buscaba afanosamente unos líquidos reactivos al fondo de una alacena y Alice Voyager seguía perdida en su mundo, mirando a través de un microscopio. Tolley dejó la taza de café sobre una mesa y entonces la puerta que daba al pasillo se abrió y el sujeto dos entró seriamente al laboratorio clínico ante la mirada incrédula de Tolley, que no supo cómo reaccionar ante tan extraño ser. La vieja Yolanda no se dio cuenta de lo que sucedía, estando de espaldas con la cabeza metida en una alacena y Alice Voyager vio entrar a la criatura pero simplemente no se impresionó y prefirió seguir trabajando. El selenita miró a todos de pies a cabeza, echó un vistazo a las mesas de trabajo y luego se apartó un poco el pelo que le caía sobre los costados del rostro, como si nada, y se fue directo a la sala de autopsias. Cuando entró, Moore, Mitkov y Turn casi saltaron de la impresión mientras el sujeto dos veía justo el momento en que Lindsay Pemberton sacaba el cerebro de la mujer de la Luna, con ayuda de Yamada. El primero que vio al intruso, de los que estaban dentro de la sala de autopsias, fue Miller; quien de inmediato gritó dando la alarma mientras Yamada decía un juramento dando varios pasos atrás y Pemberton también gritaba horrorizada tirándose al suelo y dejando caer al cerebro cerca de los pies del selenita que de momento también pareció alarmarse y luego miró desconcertado a la masa encefálica a sus pies, caminó hasta la mujer diseccionada en la mesa de autopsias y se inclinó a mirar el cuerpo, boquiabierto, para luego tocar el rostro muerto, reconociéndolo. Bajó la mirada evidentemente apesadumbrado y Miller se escondió bajo una mesa rezando, mientras Pemberton temblaba de miedo llorando acurrucada junto a una pared y Yamada miraba a Moore tras del cristal; como preguntando qué hacer. Durante unos momentos, el ser continuó sin levantar la mirada, y entonces Mitkov corrió a la sala de autopsias y se le acercó con cautela, diciendo:
—¿Kisa?...Pemberton, deje de llorar, Kisa odia el ruido.
Tras Mitkov llegó Moore, que murmuró gravemente:
—Ese cadáver era algo de él, Mitkov. Los vi juntos en la Luna.
—Lo imagino...
“Kisa” de pronto lanzó un espeluznante alarido que se escuchó en todas las instalaciones, sobresaltando a Maggie en la ducha y haciendo temblar a Wellman que estaba escondido en un armario de su dormitorio. Turn activó de nuevo el sistema de seguridad e hizo sonar la alarma mientras Moore decía:
—¡Es inútil, nadie entrará aquí a salvarnos, ese era el acuerdo!: ¡si algo salía mal, los de arriba cortarían la comunicación, nos aislarían y dejarían que todo fuera nuestra responsabilidad! ¡Vayan a sus dormitorios y enciérrense...!
Yamada trató de salir del salón y entonces el selenita le saltó encima, mordiéndole un brazo y arrancándole una tira de carne desde el codo hasta la mano. El enfermero trató desesperadamente de zafarse perdiendo en el intento unos dedos de la mano izquierda que el selenita escupió al piso. Moore se abalanzó sobre la criatura apartándolo del joven con su fuerza descomunal y gritando:
—¡Yamada, recoge tus dedos y sal de aquí!, ¡Miller, Pemberton, ustedes también!
Miller se arrastró llorando hasta Yamada, que envolvía su brazo y sus dedos en las faldas de su traje quirúrgico ensangrentado, y juntos salieron del salón; mientras, Moore seguía intentando dominar al selenita que pese a tener un aspecto más bien frágil no tardó mucho en escurrirse de los brazos de Moore; retorciéndose de forma antinatural para luego hacer perder el equilibrio al médico y tirarlo al piso, pero cuando estaba a punto de atacarlo con sus largas uñas afiladas, intervino Mitkov apresando al selenita por la espalda y diciendo:
—Moore, no lo ataque. Él piensa que le haremos daño, ¡debemos ganar su confianza!
El extraño ser se zafó de Mitkov mordiéndole un brazo hasta arrancarle un trozo de carne, para luego volverse, tomarlo del cuello y lanzarlo contra unos estantes que se derrumbaron estrepitosamente; después de esto, volvió a atacar a Moore, que ya se había levantado del piso y tomaba un extinguidor de fuego para golpearlo, pero el espeluznante ser lo esquivó haciendo que se estrellara contra el cristal tras del cual el aterrorizado Turn observaba todo. Después, la criatura fijó su atención en Pemberton que lloraba temblando mientras la lámpara del techo se apagaba de forma intermitente, averiada y manchada luego de que la sangre de los heridos salpicara en todas direcciones. El selenita haló a Pemberton del cuello, le arrancó la máscara quirúrgica y la observó un momento tomándole el rostro con ambas manos; acariciándole los párpados abiertos con las afiladas uñas de sus pulgares manchados de sangre. Entonces comenzó a hacerle lentamente varios cortes en torno a los ojos, mientras ella gritaba de terror y dolor; hirió el interior de sus parados halándolos con el dorso de las uñas y cuando estuvo a punto de sacarle los ojos, le estrelló la cabeza contra la pared haciéndola perder el sentido. Luego salió por el laboratorio clínico, donde García, Tolley, Miller, Yamada y Voyager se escondían bajo una mesa que la espantosa criatura apartó de un golpe para atacar a todos rabiosamente; rasgándolos con sus uñas afiladas como navajas, como disfrutando de ver la piel abrirse, liberando chorros de sangre; ensañándose con García que comenzó a insultarlo y terminó con un corte en la yugular. Luego, el ente asesino tiró al piso todo lo que estaba sobre las mesas de trabajo, gritó de nuevo encolerizado, y salió del lugar bañado en sangre; con una horrible mirada vidriosa. Turn vio hacia dónde se dirigía a través del sistema de seguridad y con horror advirtió que iba directo al sector sur, donde Maggie aún estaba en bata de baño preguntándose porqué sonaba la alarma y Wellman seguía escondido en su armario. Abrió el micrófono del sistema de seguridad y avisó atropelladamente por todos los altavoces de las instalaciones:
—¡Atención, el sujeto dos ha escapado y se dirige al sector sur!, ¡cierren todos los dormitorios y traten de esconderse, es sumamente agresivo!
Tolley se armó con una barra de metal que arrancó de una silla y trató de alcanzar al selenita en el sector sur, imaginando que Maggie estaría indefensa ahí; Wellman se cubrió con mantas y se pegó más a la pared interna del armario mientras Maggie contenía un grito, cubriéndose la boca y pensando en que no recordaba si había asegurado la cerradura de la puerta.
Fue corriendo a toda prisa a la entrada del pequeño apartamento para comprobar que estuviera cerrado, incluso saltando sobre un sofá para llegar más rápido; se asió de una pared para no deslizarse al tratar de frenar por la velocidad con que corría y cuando llegó ante la puerta, para su desgracia, el selenita ya estaba ahí; mirándola fijamente, con sus manos y su bata hospitalaria empapadas de sangre. Ninguno de los dos se movió por un instante, hasta que ella lentamente trató de alejarse sin darle la espalda. Entonces Turn avisó por los altavoces que el sujeto dos estaba entrando al dormitorio de Maggie y ella, como intuyendo su propia muerte, pensó en su hijo y se decidió a luchar para volver a verlo algún día; por lo que caminó de espaldas un poco más hasta llegar a un estante del que tomó una pesada esfera decorativa de metal. El selenita caminó hacia ella y cuando estuvo lo bastante cerca, Maggie sacó la esfera y trató de golpearlo; pero él la esquivó fácilmente, atrapó su mano y se la torció hasta que la hizo soltar su arma improvisada. Justo en ese momento llegaba Tolley pero entonces Wellman salió de pronto de su dormitorio, le arrebató la barra de metal y cerró el dormitorio de Maggie dejándolos a ellos dos fuera; usando la barra para atorar la cerradura. Tolley lo apartó gritando:
—¡¿Qué haces?!, ¡esa cosa va a matarla!, ¡mira cómo me dejó a mí, me hizo jirones la ropa y la piel!
Wellman respondió sin aliento:
—Tommy...La cosa está encerrada de nuevo, ¿quieres que la libere otra vez para que termine de matarnos a todos? Piensa en Maggie como en una heroína...
Ambos hombres se miraron, con horror, y se alejaron lentamente de la puerta. Turn dio la espalda a los monitores, imaginando lo que estaba a punto de suceder, y entonces llegó con él Miller, temblando ensangrentado; cubriéndose un ojo con su camisa y diciendo:
—¡Casi quedo tuerto! Yolanda García está muerta al igual que la doctora Shapiro, el extraterrestre la hizo puré...Yamada pierde mucha sangre y creo que los demás también están muy mal. ¿Dónde están los doctores Tolley y Wellman?, ¡necesitamos atender a los heridos!
—Están encerrando al monstruo usando a la chica nueva como cebo…
Miller miró al monitor del dormitorio de Maggie y vomitó al ver que la extraña criatura forcejeaba con la muchacha apoyada contra una pared, hasta que ella quedaba inmovilizada con ambas manos sujetas por el selenita que entonces, al parecer, comenzaba a devorarle el torso. Maggie no vio sangre, no sabía que le estaba haciendo la criatura, solo sentía un dolor que no le pareció tan insoportable; y recordó el momento en que dio a luz a su hijo Abel, cuando tampoco sintió un dolor tan fuerte como esperaba. “Entonces, este debe ser el dolor de la muerte”, pensó. Luego vio como todo a su alrededor se ponía negro, sintió que le pesaba el cuerpo, le faltaba el aire y simplemente se desconectó de la realidad.
24 de mayo de 2012
Amaneció un nuevo día con Selma Shapiro y Yolanda García muertas. Wellman, Tolley, Miller y Turn, los menos lastimados, pasaron la madrugada auxiliando a sus compañeros y luego toda la mañana, cuando se les unió Pemberton quien finalmente despertó con una serie de profundas cortadas en torno a los ojos; pasaron varias horas luchando por reinjertarle los dedos a Yamada. Alice Voyager tenía múltiples heridas que por suerte no eran de mucha gravedad, Mitkov un brazo roto y había caído en coma, mientras que Moore se había lesionado gravemente la columna y muy probablemente no volvería a caminar. Casi a mediodía, Miller recordó que nadie había visto a Ludmila desde la tarde anterior; cuando fue a buscarla, la encontró paseándose nerviosamente de un lado a otro. Se acercó a saludarla, sorprendido de verla al fin moviéndose, y ella le comenzó a explicar algo en ruso que Miller no entendió porque desconocía totalmente el idioma. El enfermero le indicó que esperara mientras iba por ayuda y fue al sector éste para informar a los demás. Ante la noticia, Wellman opinó:
—Solo Mitkov y Selma podían hablar ruso. Se supone que únicamente ellos interactuarían con Ludmila mientras los otros evaluábamos su estado físico. Cuando me hablaron de este trabajo pensé que el gran riesgo del que hablaban era posible contaminación biológica o radioactiva, de haber sabido que esa cosa estaba aquí...no hubiera venido ni por todo el oro del mundo...
Tolley le dio un empujón, diciéndole con rudeza:
—Tu padre convenció al mío de que moviera sus influencias para meternos en esto. ¿Pan comido dijo, no? Gracias a sus astutas triquiñuelas comerciales ahora estamos atrapados aquí y Selma está muerta.
Entonces Lindsay Pemberton se interpuso entre los dos, gritando histérica:
—¡¡Yo soy la que debería estar furiosa!!, ¡Tom, dijiste que esto sería la oportunidad de nuestra vida como pareja y solo llegué a encontrarme con tu amante latina, con un proyecto mal organizado que solo refleja lo decadente, hipócrita y corrupto que es nuestro gobierno; y con una puta criatura extraterrestre que me torturó en una sala de autopsias! ¡¿Por qué nadie habla ruso en una investigación con sujetos rusos?!, ¡¡¿por qué no se nos proporcionó seguridad adecuada?!!, ¡¿por qué los genios de la C.I.A, la NASA y el pentágono permitieron que unos ricachones y sus malcriados hijos con títulos universitarios comprados decidieran sobre una investigación tan delicada, en lugar de que lo hicieran verdaderos científicos?! Todo es una farsa, un vulgar afán por dinero, fama y... ¡¿Qué mierda es esa cosa que tenían encerrada?!
Wellman le respondió lánguidamente, apoyado en una pared:
—No culpes al gobierno. En Washington seguro que ni siquiera saben que estamos aquí condenados, o que esta investigación se está llevando a cabo. Culpa a nuestros acaudalados padres y a sus lacayos disfrazados con uniformes militares o escondidos tras varios escritorios gubernamentales por creer que estaban encima de todos y con derecho poner un precio y comprar a cualquier cosa; incluso al figurar en la historia como grandes científicos sin merecerlo realmente. Y sobre lo de la criatura encerrada...Es un puto extraterrestre, Lyn, o un demonio...Realmente no importa. Nos matará al escapar de su encierro sin importar lo que sea.
El siempre silencioso y retraído Abel Turn aprovechó el momento para alejarse del grupo y volver a su sala de control. Miró cómo seguía la situación en el dormitorio de Maggie y abrió el micrófono para esa habitación, diciendo:
—¿Me escuchas?, si estás bien mueve una mano...
En el dormitorio de Maggie, el selenita miraba al altavoz con desconfianza, sentado en el piso de un pasillo; escuchando la voz de Turn mientras Maggie yacía a su lado tendida sobre su vientre. La muchacha se movió despacio, se sentía entumecida y agotada; recordó un poco el día anterior como si hubiera sido una pesadilla y aún sin abrir los ojos se palpó el cuerpo entero. Aliviada al comprobar que estaba sana, se sentó en el piso y alguien le tomó una mano mientras trataba de encontrar un apoyo para levantarse. Se volteó y vio al selenita en cuclillas a su lado lamiéndole una muñeca, entonces dio un grito de espanto. La voz de Turn se escuchó de nuevo por el altavoz:
—Maggie, tranquila, está curándote a su modo. Suponen que su saliva tiene propiedades desinfectantes y cicatrizantes, así que está bien. Te he vigilado por la cámara de seguridad desde ayer, los dejaron encerrados en tu dormitorio por motivos de seguridad y por un tiempo indefinido. La criatura estuvo pacíficamente a tu lado, tal parece que perdonó tu vida ya que tú salvaste la suya.
La muchacha se acurrucó dónde estaba y preguntó un poco conmovida, mirando al ser delgado y de extraño rostro andrógino que tenía enfrente:
—¿Sí?
—Sí...
Respondió Turn por el altavoz, y agregó:
—...él llevaba muchos días sin comer ni beber nada y tú, pues, estabas lactando...El doctor Wellman dice que le fue una buena forma de obtener nuevos factores inmunológicos que podrían ayudarlo contra las bacterias terrestres comunes.
Arruinado el momento tierno, Maggie dijo con desagrado:
—Ya veo...Está todo ensangrentado, ¿es realmente peligroso?
—Prefiero no entrar en detalles ahora, las cosas se pusieron feas y hemos perdido la comunicación con el exterior. Hago lo posible por reconectarnos y quizás lo logre en unas horas...Tú solo intenta mantenerlo tranquilo. Se mueve lentamente, como si acechara, pero dicen que es porque vivió siempre en un ambiente de baja gravedad. Ha estado merodeando cerca de ti en silencio, cuando no lo hace se queda quieto observándote. Creo que entiende un poco de ruso. Dile algo a ver si te contesta.
—No sé nada de ruso... ¿Tiene nombre?
—Mitkov le llamó “Kisa”. No sé si es hembra o macho, o qué edad tendrá.
Maggie se sentó frente al extraño ser, que se encogió con recelo, y le dijo con su mejor sonrisa mientras le tomaba una mano, diciendo:
—¡Hola, Kisa!, ¿cómo estás?, ¿dormiste bien?
El selenita la miró un momento con desconfianza, luego ladeó la cabeza, confundido, puso una de sus manos sobre su pecho y dijo con una voz lenta, suave y espeluznante:
—Menyaa zovut Kizssaaa...Kak tebyaa zzssovut?
La chica sonrió ampliamente y murmuró:
—No tengo la menor idea de lo que habrá querido decirme.
Nuevamente, la criatura habló mirándola con un aire de inocencia acentuado por su aspecto entre infantil y andrógino; inspirando confianza en Maggie que como la mayoría de personas estaba educada para nunca esperar maldad de aquello que no luce muy hombruno:
—Vy menyaa ponimaete?
Maggie rio ya nerviosa y “Kisa” se recostó contra la pared, entrecerrando los ojos con cierto reproche. Esto le hizo gracia a la muchacha, quien dijo:
—Es...Es un extraterrestre. ¡Era un extraterrestre! Lo esperaba calvo y algo más bajito, pero tiene lindo cabello rubio, unos bonitos ojos grandes... ¿de color blanco?, y lo más gracioso es que casi no tiene nariz.
Diciendo esto, Maggie le apretó las narinas con toda confianza y Turn dejó escapar un “¡¡NO!!” en pánico mientras Kisa gruñía un poco y luego simplemente comenzaba a lamerse el dorso de las uñas, para limpiarlas. Entonces Turn recobró el aliento y murmuró:
—Parece que realmente no te hará nada...
Ya más tranquila, la chica comenzó a examinar a Kisa mientras él se dejaba hacer tranquilo:
—Su cuerpo, aunque flaco, está bien proporcionado. Es hasta lindo, ¿o linda? Déjame ver, Kisa, levántate la bata. Vaya es un muchacho, qué raro es lampiño de ahí... Parece que le incomoda estar sucio... ¿Debería bañarlo?
Turn preguntó nervioso, él sabía que la percepción de Maggie sobre el selenita estaba completamente equivocada pero no podía decírselo:
—¿Qué tal si le hace daño el jabón? Creo que es una criatura delicada de cuidar, mejor piensa en qué haría tu madre en tu lugar y...
—Casi nunca pienso en mi propia madre, me deprime. ¡Además yo misma soy madre y sé cómo manejar estos casos! Voy a limpiarlo.
Exclamó animosa y Turn trató de hacerla recapacitar:
—¿Segura? Quizás sea mejor que no lo hagas...
La muchacha procedió según sus propios planes y a partir del momento en que cruzó la puerta del baño llevando al selenita de la mano Turn ya solo pudo escucharla hablar:
—Bien, entremos ya...Todo va bien. Kisa es muy bueno...No tiene vergüenza de sacarse la ropa...Ni teme a pararse bajo la ducha. Ahora dejaré correr el agua.
Un espeluznante alarido se escuchó en todas las instalaciones subterráneas, Turn tragó saliva y luego escuchó la voz de Maggie:
—Ya, ya, ya. Solo es un poco de agua y jabón, ahora inclínate que no te alcanzo.
Pasaron unos minutos y Maggie reapareció brevemente en el monitor de vigilancia secando a su inesperado huésped. Luego salió otra vez de cuadro pues lo llevó ante un armario en su dormitorio y tuvo que vestirlo con ropa suya a falta de otra opción. Trató de escoger lo más masculino de su guardarropa, que resultó ser un pijama celeste y un sweater amarillo con un conejito bordado. Una vez terminó, se sentó en la cama a contemplar su obra, satisfecha, sin saber el horror que su inesperado huésped había hecho el día anterior. Kisa se distrajo un rato examinando la textura y la forma de la ropa que le habían colocado, y luego se dirigió a Maggie sentándose junto a ella y diciendo:
—Ya hochu ezsst.
—¿Te gusta? Tenemos suerte de compartir la misma talla.
Kisa la miró extrañado y volvió a emitir lo que para Maggie eran solo sonidos raros:
—Kak? Ya hochu eszzzt...
—¿Ya hoch...qué? ¿No te gusta?
—Ezssst...Daaa...Yaaa hochu ezzssst...
Dijo el selenita señalándose la boca y dirigiendo la vista al escote de la chica. Maggie, ruborizándose, le dio la espalda y dijo:
—¡No! Vamos a la cocina y te buscaré algo.
Sin entender nada y ya fastidiado, Kisa se puso de pie en actitud agresiva y tras uno de sus espeluznantes chillidos se abalanzó sobre la muchacha con las manos crispadas, listo para usar sus uñas como navajas. Maggie ni siquiera parpadeó, cuando la criatura estaba a punto de rasgarle la piel se detuvo a milímetros de la chica; llegando a rozarle algunos cabellos. Kisa pensó un momento, mirándola con enojo, luego la tumbó sobre la cama empujándola de los hombros y quedando a gatas sobre ella. Maggie, sin inmutarse, le propinó un fuerte rodillazo en la entrepierna que lo hizo quitarse de encima de ella y chillar; esta vez de dolor. Después se sentó bien, se acomodó los lentes, y dijo muy seria:
—Debes saber, tengo dieciocho años pero ya soy una madre. Y una estricta, no soporto a los chicos malcriados. Ahora sígueme.
Turn miró perplejo como Maggie volvía a aparecer ante la cámara, mientras la criatura la seguía dócilmente; entonces comenzó a grabar todo lo que sucedía. Al parecer, la muchacha estaba haciendo en minutos lo que Mitkov y Moore no habían logrado en días. Corrió hasta donde estaban Wellman, Tolley, Pemberton y Miller para contarles cómo iban las cosas. Cuando se enteraron de lo que estaba sucediendo, Wellman y Tolley intercambiaron miradas, y finalmente habló Wellman:
—Veremos qué pasa. Si el brutal asesinato de tu ex amante, o un milagro hispano. Lo que sea que suceda no logrará aburrirme.
Todos se dirigieron a la sala de control, donde en el monitor del dormitorio de Maggie podía observarse como ella había logrado que el selenita la siguiera hasta la cocina. Una vez ahí, buscó dentro del refrigerador algo que pudiera gustarle a Kisa; sin saber qué podría ser. Encontró una manzana, la olió y apostó por ella. Tomó un plato y un cuchillo de un gabinete y se sentó a la mesa para comenzar a cortarla en trocitos. Al ver esto, Kisa la imitó moviendo una silla y sentándose también; tratando de parecer sereno, mirándola de reojo y entrelazando las manos sobre la mesa. Maggie contuvo la risa y terminó de cortar la manzana, luego la espolvoreó con azúcar, fue al gabinete por un tenedor, se sentó, y lo uso para tomar un trocito de manzana; ofreciéndoselo a Kisa. Él lo miró con desconfianza y volteó la cara a otro lado. Maggie lo acercó más a él y dijo:
—Anda, está buena. ¿Qué comías allá en la Luna?, ¿cucarachas? Las manzanas deben ser parecidas...Son crujientes, rojas...Solo que no se mueven.
La chica no obtuvo respuesta y se encogió de hombros comiendo ella el trozo de manzana. Kisa nuevamente la miró de reojo y continuó observándola hasta que Maggie se comió la mitad de los trocitos. Entonces él se levantó, fue al gabinete y buscó un tenedor; se fijó bien en cómo lo utilizaba Maggie y luego lo usó para tomar un trozo de manzana y comerlo, imitándola. Wellman se cubrió la boca, sorprendido, y murmuró:
—El maldito está comiendo...y además imita las acciones de la chica... ¿Por qué está limpio y vestido así?, ¿acaso ella...?
Turn respondió, como orgulloso:
—Lo bañó y lo cambió de ropa. ¿Será mala idea que coma comida normal, doctor Wellman?
—No, no lo creo. Ya descubrimos que tiene saliva de desinfectante y ácido de batería por jugos gástricos. Yo diría que puede comer lo que sea sin temor alguno. Me parece que estará bien con Maggie...
Dijo Wellman y se humedeció los labios con la lengua, luego se peinó nerviosamente el cabello rubio con los dedos y preguntó a Turn:
—¿Tardarás mucho en recuperar la comunicación con el exterior?
—Quizás haya terminado antes de las seis de la tarde.
Le contestó el informático. Wellman exclamó excitado:
—Genial. En cuanto lo hagas avisa que ya está todo bajo control. Que solo necesitamos que se lleven a algunos heridos, pero que la investigación continúa satisfactoriamente y... subraya el hecho de que el selenita está controlado y cooperando, gracias a nuestros revolucionarios métodos de intervención.
Entonces Turn replicó, consternado:
—Pero, ¿qué será de Maggie? Aún no le digo que el selenita mató a García, a Shapiro, y que atacó ferozmente a todo el resto el equipo. No sé cómo reaccionará, ella cree que es una especie de niño perdido cuando en realidad es...
Wellman se echó a reír:
—¿Decirle?, ¿y que se asuste y pierda el rapport fenomenal que ha logrado con “Kizsaa”?, ¡¿estás loco?! ¡No se lo digas hasta que hayamos terminado nuestro trabajo! Señores, saldremos de aquí sanos, salvos y con las manos rebosantes de dinero; y nuestro As bajo la manga será la señorita Magdalena Cárdenas.
En unas horas se recuperó la comunicación con el exterior que había sido interrumpida al sellar las salidas de las instalaciones subterráneas para dejarlas en cuarentena dando por muerto a todo el equipo de investigación. Turn envió las buenas nuevas a sus superiores, adjuntando en su mensaje el video donde se veía a Maggie interactuando tranquilamente con el selenita. La noticia fue recibida con entusiasmo, se levantó la cuarentena y un equipo de rescate llegó por Mitkov, Moore, Yamada y los cadáveres. Wellman automáticamente tomó el lugar de Moore y Mitkov, aprovechando el estupor de Tolley y Pemberton, y siguieron los tres adelante asistidos por Voyager, Turn y Miller, que se volvió el responsable de Ludmila. Pese a que se siguió trabajando con el equipo prácticamente aislado del mundo exterior, esta vez les brindaron comodidades tales como acceso ilimitado a internet, televisión satelital y, por supuesto, un multimillonario aumento de sueldo para todos. Sin enterarse de nada de lo que sucedía fuera de su dormitorio, Maggie solamente pensó que era extraño que la televisión que antes solo sintonizaba dos canales nacionales de pronto mostrara canales de todo el mundo, y que su laptop ahora tuviera acceso a internet libre de las antiguas restricciones. Sin darle mucha importancia al asunto, se divirtió varias horas jugando en línea; luego de mostrarle a Kisa el uso correcto del control remoto del televisor para que no la molestara. Esa noche, las imágenes reales de ciudades de todo el mundo, gentes de todas las culturas, animales de todo tipo, mares imponentes, verdes campos, ríos y montañas, se revelaron ante el selenita. Quería verlo todo de una sola vez, cambiando continuamente de canal; descubriendo desiertos, modas, lagos, guerras, religiones, deportes; hasta que finalmente, cerca de las tres de la madrugada, Maggie le dirigió una dulce mirada, diciendo mientras él se frotaba los ojos:
—¿Quién eres?, ¿tienes familia? Quizás tu madre está buscándote ahora, ¿no te preocupa? Seguro pensarás que estamos locos, yo misma no sé si lo estoy. Hablo con un selenita vestido con uno de mis pijamas. Espero que no hayas mordido a Tom, aunque no me molestaría que mordieras a su novia...Pensándolo bien, puedes morder a los dos. Luego te vacunaré contra la rabia.
No quería pensar en Tom, pero inevitablemente sus pensamientos se deslizaban hasta él. Supuso que, de una u otra forma, él estaría enterado de que ella estaba presa con la criatura lunar y de alguna manera tendría que haberlo afectado, tendría que estar al menos un poco preocupado y recapacitar. “Es el hombre que me quitó la virginidad y me embarazó, eso debe significar algo para él”, se dijo mentalmente la chica con su ingenuidad característica y se propuso distraerse del asunto enfocándose de nuevo en el selenita. Le tomó una mano, examinando sus largos dedos de uñas afiladas y notando que carecía totalmente de huellas dactilares; cosa que le extrañó un poco ya que también le había revisado los pies, donde las uñas si estaban cortas y se podían observar huellas plantares. “Son unas manos extrañas, pero hermosas”, pensó Maggie. Entonces él selenita habló, sin prestar atención a lo que la chica hacía:
—Ya usztal...
—¿Qué?, ¿más comida?, te comiste un cesto de manzanas.
Kisa se acurrucó a su lado y cerró los ojos. Ella apagó el televisor y su laptop, dejándola sobre una mesa junto al sofá, y lo abrazó besando su frente. Maggie estaba contenta de tenerlo con ella, y de que el cuidarlo le llenara un poco el vacío que había dejado su hijo. “Después de todo...”, pensó, “...es como un bebé. No entiende nada, no sabe nada. Solo necesita amor y cuidados”. Poco después comenzó a conciliar el sueño, al igual que su nuevo amigo quien dormía con un ojo abierto pues sabía que tarde o temprano alguien aparecería para perturbarlo y tendría que volver a matar. Su implacable furia asesina y su fría astucia eran lo que le había valido para ser el líder de su clan en la Luna y no estaba dispuesto a dejar sus costumbres. Kisa era todo menos un ser inocente y frágil.
25 de mayo de 2012
Eran más de las diez de la mañana cuando Maggie finalmente despertó por el ruido del televisor. Kisa de nuevo estaba muy serio ante la pantalla, viendo noticieros rusos. Ella sonrió preguntándose si acaso entendería la mitad de lo que estaban diciendo y fue a darse un baño, pero no bien había salido de la habitación cuando Kisa ya estaba pisándole los talones; siempre moviéndose suave y silenciosamente como un gato. Casi no se había despegado de Maggie desde que la había visto por primera vez y lo más probable, imaginó ella, era que el pobre la veía como a su madre.
—No, quédate aquí. No puedes seguirme hasta al baño...
Kisa se le quedó mirando en silencio, obviamente sin entender una sola palabra. Maggie puso en práctica lo poco que aprendió de ruso la noche anterior en internet, y se metió al baño deteniendo a Kisa para que se quedara fuera y diciendo con firmeza:
—¡¡Net!!, ¡espera fuera!
El selenita la miró de la forma más suplicante que pudo con sus extraños ojos de párpados negros, oblicuos, y sin cejas; pero Maggie solo señaló la sala del televisor, ordenándole regresar. Como dándose por vencido, Kisa se alejó lentamente de la puerta mientras le dirigía una mirada acusadora y Maggie entró satisfecha; se preguntó cómo seguiría el trabajo de Shapiro con Ludmila y si la vieja Yolanda necesitaría de su ayuda, ignorando que ambas estaban muertas. Lo mejor de estar encerrada con Kisa, pensaba, era que no debía ver a Tom Tolley y a su novia. Se metió a la ducha dispuesta a relajarse con el agua caliente, tratando de idear qué hacer con el extraterrestre que ahora estaba a su cargo: “Tendrá trece o catorce años, digamos dieciséis pero más que seguro está desnutrido. El pobre Kisa no parece la criatura malvada que describió el doctor Moore, quizás haya más sobrevivientes de la base Lunar, de los cuales no nos han hablado...” De pronto tuvo la sensación de estar siendo observada, se volteó rápidamente a mirar a través del cristal de la ducha pero no vio nada raro; siguió bañándose sin dejar de estar alerta y al salir encontró la puerta del baño abierta. El sonido del televisor se escuchaba fuerte y claro mientras se envolvía en una toalla y se metía a toda prisa al dormitorio, donde comenzó a vestirse ya intrigada hasta que salió de la habitación percatándose de que tras ella venía Kisa reptando con una media sonrisa. Había estado siguiéndola agazapado todo el tiempo.
—¿De modo qué crees que te saliste con la tuya, eh?
Dijo la chica antes de darle una patada y llevarlo a empujones al frente del televisor, dejándolo perplejo. Tiempo después, cuando estaba en la cocina preparándole algo de comer, escuchó un sonido de aviso en su laptop. Le indicó a Kisa que esperara, sabiendo que la desobedecería en un minuto, y fue revisar; encontrando una conversación iniciada por Turn en el mensajero interno:
“Administrador: preferí comunicarme por este medio y ya no más por los altavoces. Sabes que odio hablar en voz alta y además tu nuevo amiguito se pone nervioso cuando me oye. El doctor Wellman quiere que trabajes con Kisa”.
Maggie respondió de mala gana, recordando que Wellman era el amigo de Tolley:
“Cárdenas: ¿Wellman?, ¿el doctor Mitkov está de acuerdo?”
“Administrador: es que ahora el doctor Wellman está al mando de todo. Él pregunta si alguna vez has hecho evaluaciones psicométricas”.
“Cárdenas: algo así...Estudié al respecto y el año pasado trabajé como ayudante en una investigación psicológica de mi universidad. Dile que solo espero que Kisa coopere. Se ha despertado muy necio”.
“Administrador: genial. Miller irá a dejar todo el material que necesitarás a tu puerta, solo abrirá y cerrará para eso. Mientras, procura que Kisa siga tras de tu espalda y no se dé cuenta”.
La muchacha se volteó un poco y se encontró con Kisa, casi respirándole en el cuello y tratando de ver que hacía. Ella simplemente le acarició el cabello rubio y seco, diciendo:
—Aún no sé si eres muy curioso o muy controlador.
Lo hizo recostar la cabeza en su regazo y siguió acariciándole el pelo hasta que supuso que Miller ya se había alejado. Entonces fue ante la puerta y recogió un paquete que llevó a la pequeña sala de estar, mientras Kisa la observaba atentamente sacar una serie de documentos y objetos coloridos del interior de la caja, luego quedarse leyendo las instrucciones de Wellman escritas en uno de los documentos. Al poco tiempo, el selenita dedujo que no había nada sospechoso en lo que Maggie hacía y encendió el televisor de nuevo; captando su atención un reality show ruso de mala calidad que se quedó mirando como indignado, murmurando palabras ininteligibles a cada tanto. Entonces Maggie se le acercó animosamente y le mostró una serie de figuras, diciendo:
—¡Mira, Kisa! He traído unos juegos divertidos. Son como rompecabezas que puedes armar. ¿Sabes que es un rompecabezas?, espera, usaré el traductor de Google Veamos... Cómo se dice rompecabezas... Dios mío, ¿pero por qué es tan complicado leer el ruso?... A ver, traducción fonética...aquí está: golovolomka. Muchos golovolomkas. Debes ver la figura incompleta...aquí...y escoger, entre estas otras opciones, cual es la pieza que falta.
El selenita la miró sin mucho interés y señaló una opción obvia, encogiéndose de hombros.
—¡Bien hecho!, pero esa era solo una prueba. Ahora vamos a jugar de verdad. Debes resolver todos los golovolomkas, ¡todos!, sin pedirme ayuda. ¿Has entendido?
Ella sacó un cronómetro y comenzó a medir el tiempo, esperando a que Kisa comenzara a resolver los problemas, pero él se acomodó perezosamente en el sofá ignorándola mientras subía el volumen del televisor.
Maggie detuvo el cronómetro y preguntó:
—¿Que sucede?, ¿no quieres jugar?
Kisa la miró de reojo y suspiró fastidiado, pero Maggie no iba a darse por vencida:
—¿No te gusta? Si no te gusta este juego tengo este otro. Mira, es muy bonito también, tiene hermosos colores y formas, ¿lo ves? El juego se trata de buscar figuras similares y completar dibujos, tú solo debes seleccionar...
De pronto, Kisa levantó una mano y la puso sobre la boca de Maggie; como ordenándole que callara. Ella se ofendió y le dio la espalda, él lo notó, le tomó un hombro para hacerla dar la cara pero ella se resistió suavemente. Estuvieron forcejeando así, entre en broma y en serio, hasta que él se hartó y la haló violentamente de un brazo; obligándola a mirarlo. La chica se quedó sorprendida un instante, después le dio un manotazo al selenita con todas sus fuerzas que no eran pocas. Kisa la miró atónito, luego tomó las pruebas de Maggie y se las mostró como ofreciéndoselas. La muchacha dijo malhumorada:
—¿Ahora qué?, ¿vas a cooperar?
—Golovolomkaa...
—Está bien.
Comenzó a tomar el tiempo y Kisa se detuvo un rato a examinar el trabajo que estaba por hacer. Luego empezó a resolver los problemas uno tras otro, sin pensarlo dos veces. Terminó en poco tiempo y comenzó a resolver las otras pruebas, casi sin dar oportunidad a Maggie de terminar de contar bien el tiempo o de explicarle nada. Una vez acabó con todo el contenido del paquete, se lo entregó como una ofrenda de paz. Ella aceptó todo, con recelo y murmuró:
—Gracias...
Maggie se sentó en el piso, a los pies de Kisa y comenzó a calificar sus pruebas mientras él se tendía en el sofá a cambiar de canal una y otra vez. En poco tiempo Maggie comenzó a dudar de los resultados. Eran casi perfectos. Apenas había fallado resolviendo los problemas que le presentó, y los resolvió en un tiempo inverosímil. Limpió sus anteojos con cara de escepticismo y se comunicó con Turn a través del mensajero interno, avisando:
“Cárdenas: he terminado de evaluar su inteligencia. ¿Wellman está conectado?”
“Administrador: Está en el laboratorio clínico ahora. Escríbele ahí, directamente”.
La chica se mordió un dedo, con nerviosismo. Sabía que en el laboratorio clínico también estaba Tolley y escribió con temor, sin saber si él le contestaría:
“Cárdenas: habla Maggie, ¿está el doctor Wellman ahí?”
No recibió respuesta por un tiempo, hasta que alguien le contestó:
“Laboratorio Clínico: ¡Hola, amor!”
Sobresaltada, Maggie respondió:
“Cárdenas: ¿Está ahí el doctor Wellman?”
“Laboratorio Clínico: Soy yo quien te escribe”.
Suspiró aliviada y al mismo tiempo se sorprendió a sí misma algo decepcionada de que no hubiera sido Tolley quien le respondiera. Entonces escribió:
“Cárdenas: he terminado con Kisa”.
“Laboratorio Clínico: fantástico, comienza a calificar”.
“Cárdenas: ya lo hice, terminé todo”.
“Laboratorio Clínico: ¿tan pronto?”
“Cárdenas: Kisa terminó las pruebas en tiempo record”.
“Laboratorio Clínico: ¿y qué tal los resultados?”
“Cárdenas: alcanzó los percentiles más altos. Se supone que es un superdotado, pero actúa como un salvaje. Debe ser una casualidad o algún error. Sus resultados indican que tiene una inteligencia superior, pero creo que deberían corroborarse”.
“Laboratorio Clínico: ¿cuántas pruebas hizo?, ¿los resultados difieren entre sí?”
“Cárdenas: seis pruebas. Los resultados similares en todas”.
“Laboratorio Clínico: una vez pudo ser casualidad, dos una gran coincidencia... ¿Pero seis veces? Haz un informe de los resultados y comienza a evaluar la personalidad cuando puedas. Luego corroboras estos últimos hallazgos”.
“Cárdenas: ¿usted piensa que pueden ser correctos?”
“Laboratorio Clínico: ¿has visto la mirada que tiene esa cosa espeluznante? Es una mirada calculadora, astuta, ...cínica...No me sorprenden estos resultados. Ahora vuelve con él y procura que se sienta seguro contigo.
Cárdenas: entendido”.
Cuando Maggie levantó la vista de la pantalla, se encontró con la mirada de Kisa que la veía fijamente con sus pupilas rojizas; como sospechando que hablaban de él. Ella lo miró también, comparando la forma en que Wellman lo había descrito con su aspecto delgado y frágil; casi patético por el rostro deforme y estar vestido prácticamente de niña. Entonces fue a su lado, como reprochándose el haberse permitido pensar algo malo sobre él, y lo estrechó entre sus brazos besándole una mejilla. Pemberton, que estaba con Tolley y Turn en la sala de control de seguridad, miró la escena por el monitor del dormitorio de Maggie y dijo con horror:
—Es escalofriante...Siento como si él fuera a comerle la cara en cualquier momento, es exageradamente confiada.
—Maggie siempre fue así. Cree que hay un poco de bondad oculta en todas las personas y que ella es capaz de encontrarla.
Comentó Tolley, y Pemberton murmuró:
—Gracias por la información, es bueno saber que guardas buena memoria de ella.
—Lyn...Es la madre de mi hijo. No sería correcto que hablara mal...
—¿Ahora te sientes el padre del año? ¡Por dios, Tommy! Todos aquí sabemos que vendiste tu hijo a tus tíos y que embarazaste a la chica siendo ella menor de edad. Yo que tú, tomaría una postura más ambigua respecto a lo que es o no es correcto.
Tolley guardó silencio y Turn se aclaró la garganta, fingiéndose distraído. Reinó un incómodo silencio por varios minutos, hasta que llegó Wellman diciendo:
—¡Excelentes avances con Kisa!, ¿cierto? Diría que sus procesos mentales son óptimos y me muero, Tommy, porque analices la estructura de ese cerebro Lunar. ¿Cuándo le harás una tomografía?
El aludido dijo entre dientes, cruzándose de brazos:
—Supongo que cuando sea seguro acercarse a él.
Wellman sonrió lleno de optimismo y concluyó:
—Entonces será entre mañana y pasado mañana. ¡Obsérvalo!, es un corderito cuando está con Maggie. Las mujeres son capaces de hacer lo imposible y tú Lyn, mi sexi médico rubia, vas a demostrarlo una vez más. Toma tu equipo y ve a hacerle un chequeo general al selenita. Y se dulce con él, si quieres vivir.
Pemberton se quedó boquiabierta, luego preguntó:
—Pero... ¿Estás bromeando?, ¿por qué no vas tú, o Tom? ¡¿O Miller?!
El doctor Wellman replicó con una media sonrisa:
—Porque al parecer Kisa se siente más cómodo con las damas y tu novio es el neurólogo, Miller el enfermero que hace el trabajo físico pesado y yo soy el psiquiatra; y nuestra presencia en la investigación es vital para que llegue a buen término mientras que tú...eres otra médico residente de hospital de caridad...Tú sabes, ¡tienes menos que arriesgar para los intereses de todos!
—Vete a la mierda, Bob...
Respondió Pemberton y Wellman sentenció:
—Más vale que obedezcas, Lyn. Sabes que la insubordinación en este proyecto gubernamental está penada con cárcel.
El rostro de Lindsay Pemberton se descompuso de rabia y Tolley se hizo el desentendido, mirando a otra parte para no opinar. Minutos luego, Maggie aún estaba ante el televisor, sentada en el sofá con el selenita plácidamente dormido en su regazo; cuando Turn anunció por el altavoz:
—Atención, Maggie. La doctora Pemberton entrará al dormitorio para examinar a Kisa. ¿Es seguro en este momento?
—Sí...Bueno, eso creo...Ahora está durmiendo. ¿Qué puede salir mal?
—Entrará en cinco minutos, trata de despertarlo y prepararlo para la visita.
Maggie se sintió incómoda por tener que estar en compañía de la novia de Tom Tolley. Despertó a Kisa de mala gana y le murmuró:
—Tendremos visitas...Pórtate bien y no estés de mal humor.
Él se sentó a su lado, aun soñoliento y sin entender nada, cuando escuchó con desconfianza a la voz de Turn por el altavoz:
—Ella entra ahora. Toma precauciones.
Pemberton apareció tímidamente en la puerta de la sala, con su uniforme hospitalario y su equipo. Al verla, Kisa se levantó de un salto y Pemberton dio algunos pasos hacia atrás; temblando; luego trató de parecer tranquila y dijo:
—Parece que está algo nervioso... ¡Hola, Maggie! ¡Hola, Kisa!, ¿me recuerdas? Nos conocimos hace un par de días en la sala de autopsias. Entonces te caí muy mal pero quizás ahora podremos limar asperezas...
Maggie miró desconcertada las heridas en el rostro de Pemberton. Kisa también las notó pero, muy al contrario de Maggie, a él le provocaron una sonrisa. Sin entender el horrible reencuentro que estaba presenciando, Maggie dijo:
—Le aconsejo que lo ignore. Parece malo al principio pero en realidad es muy dulce.
Después haló a Kisa, pidiéndole que se sentara y dijo mirando las profundas heridas en torno a los ojos de Pemberton:
—¿Doctora, que le sucedió en el rostro?
Lindsay Pemberton tragó saliva y habló mientras iba avanzando despacio:
—Bueno...Él estaba muy alterado aquel día...Yo estaba haciendo la autopsia de una de sus parientes y él entró, me vio ahí...y hubo un serio malentendido.
—¿Su familia?, ¿los cadáveres eran de su familia?
Preguntó Maggie conmovida y Pemberton respondió:
—Eso temo. Aún no analizamos el ADN de Kisa pero es deducible, debido a su parecido con los demás. Hasta ahora, la doctora Voyager ha descubierto que todos estaban emparentados entre sí; los más viejos eran hermanos de Ludmila y practicaban la endogamia forzosa. Suponemos que Kisa perteneció a la segunda generación nacida en la Luna y que tendrá alrededor de veinte años.
—Lo hacía más joven. Al menos ya sabemos que no es realmente un alienígena. Solo es un ser humano que es algo diferente y ha nacido en la Luna.
Comentó Maggie, la doctora retomó la palabra:
—Es diferente porque su ADN y el de sus familiares sufrió graves mutaciones. Unos nacieron con serias taras, otros como él aparentemente solo están deformes. Aunque podríamos pensar que sus cuerpos no están desfigurados, sino que “evolucionaron” para desenvolverse mejor entre la gravedad lunar y la poca iluminación de la base; Kisa solo conoce la luz de los bulbos eléctricos. Sus parientes también tenían cuerpos magros, casi carentes de grasa subcutánea; pero sus músculos eran fuertes y elásticos; al parecer, sus organismos se adaptaron a las condiciones de la base y el resultado fue este aspecto. Realmente no estoy segura de si esos cambios en sus cuerpos son adaptaciones para mejorar su relación con el ambiente en que vivían o son solo señales de cuerpos atrofiados. Se debió sentir desdichado allá arriba. O quizás no, quizá ni siquiera imaginaba que existía el planeta Tierra y que había más personas aparte de las pocas que veía en la base. Creo que se siente amenazado...pero me alegra que tú hayas conseguido hacerlo sentir más seguro entre nosotros.
Maggie sonrió, sintiéndose mal por no ser lo bastante fría como para resistirse a simpatizar con la que fuera su rival de amores. Durante toda la conversación, Kisa se mantuvo observándolas, como tramando algo. Luego miró con desconfianza a la cámara de seguridad y, en la sala de control, Wellman lo vio a través del monitor; diciéndoles a Turn y Tolley:
—Observen, Kisa sabe que es un prisionero, que lo tenemos cautivo y lo vigilamos todo el tiempo. Me temo que ahora que sabe esto, quizás trate de averiguar de qué somos capaces realmente. Ya nos atacó una vez y apenas y logramos encerrarlo.
—No hará nada ahora. Menos con Maggie presente.
Dijo Tolley gravemente y continuó, explicando:
—De ella depende su supervivencia, es su guía en la Tierra. Definitivamente, el selenita no es estúpido. Ha sido un sobreviviente toda su vida. ¿Qué creen que hacía viendo la televisión?, nos investigaba. Ahora sabe que la vida en la Tierra no es como en la Luna, que ya no está en un mundo de cien metros cuadrados con media docena de pelagatos que le temen. No volverá a arriesgarse atacando para imponer la ley del más fuerte porque ya sabe que somos demasiados como para controlarnos así. Estoy casi seguro de que cooperará con nosotros, aunque a regañadientes; lo que sea por salvar su pellejo.
—Doctores, eso no significa que nos haya perdonado por asesinar a su familia. Algo hará, en cuanto tenga la oportunidad...
Opinó Turn, en tono sombrío. Mientras, Pemberton seguía examinando al selenita sin poder dejar de temblar. Kisa observaba atentamente sus movimientos, como fijándose en su lenguaje corporal y comprobando que ella estaba aterrorizada. Lindsay Pemberton también lo observaba de reojo y trataba de parecer segura, sin tener éxito. Casi ajena a esa tensa situación, Maggie estaba sentada cerca de ellos ante su laptop; imaginando que el repentino mutismo de la doctora se debía únicamente a la falta de familiaridad entre las dos. Los nervios seguían traicionando a la joven médico, a menudo se le caían los instrumentos de las manos que no dejaban de temblarle. Comenzó a tomar el pulso del selenita y él se incomodó, pero no se mostró abiertamente agresivo; solo la miró fijamente con fiereza. Pemberton tartamudeo inmediatamente:
—Lo...lo siento...Maggie, busca en línea como se dice...lo siento en ruso.
—¡Se dice izviní!, pero no sé si pronunciara así. Igual él también pronuncia mal.
Lindsay miró a los ojos al selenita y dijo arrebatadamente:
—¡¡Izviní!!
Luego repitió hablando de todo corazón, mientras recordaba los momentos en que abría las carnes de la mujer de la Luna y todos los cargos de conciencia de su vida:
—Izviní, izviní,… izviní...
Él no respondió nada, solo dejó de mirarla a los ojos y se dedicó a observar lo que le hacía. La doctora Pemberton continuó su trabajo un poco más tranquila, hasta que el selenita lentamente comenzó a acariciarle uno de sus brazos con sus uñas afiladas. Ella trató de suavizar la situación diciendo:
—Tiene que cortarse las uñas...Rayan un poco...Aunque será difícil recortárselas, su queratina es más dura que lo normal...Pero seguramente él sabe cómo, porque las de los pies no están así; de alguna manera deberá de...
De pronto, la larga y pálida mano de uñas como pequeñas navajas subió hasta su cuello, el cual rodeó presionando las uñas afiladas contra su delicada piel. Pemberton se paralizó y dijo, mientras se le quebraba la voz tratando de volver a enfocarse en tomarle el pulso:
—Ciento veinte sobre ochenta...Normal.
Kisa sonrió irónicamente y acarició las heridas que él mismo había provocado en el rostro de la médico; como en una cruel amenaza. Pemberton apartó la cara, dirigiéndose a Maggie que seguía sin darse cuenta de nada:
—Debo tomar muestras de sangre. Eso seguramente le dolerá y puede que se torne agresivo. ¿Me ayudas a tranquilizarlo?
Maggie fue con Kisa y se arrodilló ante él, explicando mientras hablaba muy lentamente y haciendo gestos:
—La doctora debe examinar tu sangre. Ella la sacará...de tu brazo...con una agujita...Te dolerá un poco. Pero será muy rápido. Debes ser paciente.
Pemberton procedió a extraer la sangre, teniendo dificultades para encontrar la vena en el pálido brazo del selenita; él se trató de levantar con violencia cuando le clavaron la aguja, pero Maggie lo detuvo diciéndole seriamente:
—No. Quieto. Te prometo que esto no te hará daño.
Mirando a la cámara y luego a Maggie, Kisa se dejó hacer; pero desde ese momento le apartó la vista, a manera de desprecio. Cuando Pemberton terminó su trabajo, el selenita volvió malhumorado al sofá y encendió de nuevo el televisor. Maggie acompañó a Pemberton hasta la puerta y después volvió con Kisa, que obviamente estaba enojado con ella. La chica ignoró su actitud fría diciendo:
—Anteayer dormí en el piso y ayer en el sofá. Hoy me gustaría volver a mi cama y descansar un poco, si no te molesta. Estoy loca...Te hablo sabiendo que no entiendes. Podrás pasar toda la noche solo con tu amado televisor, mirando esos reality shows rusos que tanto te molestan pero aun así ves. ¿De acuerdo?
Kisa no respondió, descansando tendido en el sofá con el mentón apoyado en una de sus manos y la mirada vidriosa; mientras veía la película “Casablanca” subtitulada al ruso. Maggie besó el pinchazo que le había hecho Pemberton, diciendo:
—Estás enojado. Seguro te defraudé y ahora piensas que te he traicionado, sé lo que se siente. Pero esa dama no te hizo ningún daño, ellos solo quieren saber de ti; de tu cuerpo, de tu mente, para entender cómo afecta el ambiente extraterrestre a los seres humanos. Si hubieran tratado de hacerte daño realmente, yo te hubiera defendido. Sé que, aunque no me lo has dicho, has buscado protección y apoyo en mí. Y no te decepcionaré, yo no dejaré que te sientas abandonado...
Entonces se fijó en el detalle de los subtítulos rusos en la película que Kisa veía. Intrigada, fue hasta la pantalla del televisor y cubrió con sus manos las letras. Kisa protestó gruñendo y Maggie preguntó, asombrada:
—¡¿Puedes leer?!
—Kak...?
Respondió él, malhumorado. La muchacha corrió a su laptop y buscó en el panel de control la configuración regional y de idioma, eligiendo el ruso y haciendo lo mismo con la configuración de su navegador de internet. Después abrió un artículo en ruso sobre “Casablanca” que mostró a Kisa y él comenzó a leer con interés, señalando con un dedo el avance de su lectura que era bastante veloz. Maggie exclamó entonces:
—¡¡Lees!!
Maggie pasó hasta casi la medianoche explicándole a Kisa, con bastante dificultad ya que el teclado no estaba en alfabeto cirílico, como usar la laptop y navegar por la red. Lo más duro fue hacerse entender sin hablar el mismo idioma los dos, pero una vez Kisa comprendía lo que ella trataba de decir, lo ponía en práctica y lo memorizaba inmediatamente. Maggie se fue a la cama dejando a Kisa prendado del internet. A la mañana siguiente, cuando despertó, lo vio dormido junto a ella. La laptop estaba de su lado, en una mesa de noche, y cuando Maggie trató de tomarlo él le detuvo la mano sin ni siquiera abrir los ojos.
A esa misma hora, Wellman apareció en ropa deportiva y con una taza de café en el dormitorio de Tolley, que aún dormía en su cama. Observó la habitación con intriga y despertó a su amigo pateándolo mientras preguntaba:
—¿Dónde está Lyn?, no me digas que se enojó y no durmió contigo.
Tolley se desperezó sin ganas y respondió:
—No te lo diré, de todas maneras tú ya lo dijiste.
—Perra estúpida. El selenita no le hizo nada.
—Tú sabes...Las mujeres hacen un drama por todo.
El teléfono de Wellman sonó y él respondió inmediatamente, haciendo una señal a Tolley para que esperara mientras iba a responder al salón de al lado. Tolley salió de la cama y comenzó a hacer algunas flexiones hasta que Wellman volvió diciendo:
—Era Turn. Acaba de hablar con Maggie por la cámara de vigilancia. Ella ha pedido una laptop con teclado para idioma ruso. Al parecer, nuestro simpático alienígena sabía leer y ha aprendido a usar el internet para...No sé, buscar pornografía de extraterrestres o, quizás, planes para conquistar al mundo.
Tom Tolley se levantó de un salto y exclamó alarmado:
—¡Mier...!, Robert, ¡yo creo que esa cosa es capaz! ...¿Vas a darle lo que pide?
—¡Por supuesto! Maggie es mi gallinita de los huevos de oro, y si ella quiere que le traiga un rinoceronte vivo para mantener contento a Kisa, ¡pues se lo traeré! Ahora mismo voy a redactar un nuevo informe sobre esto.
26 de mayo de 2012
A mitad de la mañana, Wellman redactaba en su computadora el último informe sobre los avances de la investigación cómodamente sentado en un sillón de su dormitorio, cuando Miller apareció trayéndole un fajo de documentos:
—Doctor, Turn le envía esto. Acaban de venir del exterior.
Wellman leyó sobresaltado y dijo al cabo de un rato:
—Avisa a todos que recibiremos a un nuevo miembro del equipo en media hora, en el sector central. Tráeme todos los archivos sobre Kisa aquí, a mi dormitorio. ¡Rápido, antes que venga “la visita”! Y dile a Turn que no quiero ver al nuevo viendo las cámaras de vigilancia sin mi permiso.
Miller obedeció mientras en la sala de control de Turn estaban Tolley y Alice Voyager, mirando al nuevo integrante llegar por la puerta del sector este. Era un hombre alto vestido con un elegante traje negro, rubio y bien parecido. Turn y Tolley intercambiaron miradas y Alice Voyager dijo con indiferencia:
—Esperaba algo más rudo, por lo menos con un lanzallamas. Pero quien sabe, a lo mejor lo mandan como cebo para que la criatura lo mate a él en lugar de a la chica.
Se reunieron con los demás poco después para recibir al nuevo integrante en el sector central, el recién llegado entró al salón y Wellman lo recibió con cierto desdén:
—Bienvenido a nuestro humilde equipo de investigación. Debo decirle que aquí todos somos una familia.
Miller agregó con una risa bobalicona:
—¡Bienvenido, primo!
Los otros callaron con evidente fastidio y Wellman sonrió presentándolo:
—Este simpático joven traído directamente de los montes Apalaches es Miller, nuestro enfermero; él es Turn, el encargado de informática, esas hermosas damas son las doctoras Lyn Pemberton, nuestra especialista en anatomía patológica, y Alice Voyager, la encargada del laboratorio clínico; ese chico grande es Tolley, nuestro neurólogo; y su servidor, Robert Wellman, psiquiatra y líder de la investigación. Ahora, amigos, él es...
El nuevo integrante lo interrumpió, presentándose a sí mismo:
—J. Gabin. Sustituiré a los doctores Mitkov y Shapiro como psicólogo de la investigación y principalmente quisiera ocuparme del caso del sobreviviente masculino de la base lunar Nebo, Lukasha Mijailov. He sabido que es un individuo fascinante pero poco colaborador.
Todos se miraron entre sí y Miller dijo entonces:
—Apuesto a que ese es el nombre completo del selenita, ¿verdad? Lukasha Mijailov, “Kiizsaa” para los amigos.
La doctora Voyager comentó:
—Te felicito Miller. Es lo más inteligente que te he oído decir hasta ahora.
Wellman observó entonces, con recelo:
—Veo, señor Gabin, que usted conoce detalles de la investigación que nosotros no...Además su nombre se me hace desconocido. Es extraño, conozco a todos los psicólogos que colaboran con Mitkov… ¿De qué universidad se graduó usted?
Los demás lo miraron como sorprendidos, salvo por Alice Voyager, y Gabin replicó sereno:
—Tuve acceso a ciertos documentos y objetos encontrados en la base lunar que me revelaron varios detalles sobre la vida de la gente de Nebo. El doctor Mitkov ocultó gran cantidad de datos mientras aún estaba a cargo de la investigación pero por fortuna llegó a compartirlos conmigo antes de que cayera en coma. Ahora que esta misión ha tomado un verdadero carácter de trabajo en equipo, puedo transmitirles a ustedes ese conocimiento y seguir mi labor con la señora Ludmila y el señor Lukasha. Sobre la veracidad de mi título universitario… Lo hablaremos otro día.
Respondió el hombre de negro con una cínica sonrisa. Entonces Tolley preguntó con desconfianza:
—No dejo de sentirme extrañado... ¿Habla usted ruso?
—Me entiendo con cualquiera, por eso no debe preocuparse usted. Ahora bien, me gustaría ver al famoso “selenita”. Es la razón que me trajo hasta aquí.
Contestó Gabin ante la incredulidad de Tolley y sus compañeros, que miraron a Wellman esperando instrucciones. Él dijo con desgano:
—Venga conmigo, Gabin. Le mostraré a Kisa a través del sistema de vigilancia, al que solo tiene acceso el personal autorizado. Turn, acompáñanos.
Los tres hombres fueron a la sala de control y vieron por un monitor lo que sucedía en ese momento en el dormitorio de Maggie; donde ella, con infinita paciencia, trataba que Kisa le cambiara su laptop por la nueva con teclado ruso; mientras él la ignoraba tercamente. Gabin exclamó al ver al selenita:
—Tiene un aspecto tierno pero a la vez grotesco. Siempre hay en estos enfermos aquejados de males desfigurantes algo que mueve a la compasión, pero en este sujeto particular brilla cierta maldad en su mirada. Leí en su informe de ayer que finalmente lograron extraerle sangre. ¿Ya están trabajando en determinar qué sedantes serán seguros para su organismo?
Wellman respondió de mala gana:
—Sí, realmente...no queremos mantener a Kisa drogado. Nos interesa obtener la mayor cantidad de información de él y creemos que con Maggie llegará a abrirse completamente. Todo será cuestión de tiempo.
De pronto Gabin se acercó a Wellman y poniendo una mano en el bolsillo le preguntó bajando la voz mientras lo llevaba a un rincón lejos de Turn:
—Sobre esa información a obtener...Según el doctor Mitkov, los restos de la pareja de astronautas rusos fueron encontrados incinerados dentro de una vieja caja; junto a una misteriosa nota pegada a un estuche vacío que contendría cierta información, hasta el momento, perdida... ¿Ustedes averiguaron algo al respecto?
Tras cavilar unos segundos, Robert Wellman contestó:
—Pensábamos que los datos a obtener de los sobrevivientes eran diagnósticos psicológicos. Jamás se nos habló de recuperar información acerca de la base. Kisa y Ludmila simplemente no pueden comunicarse con nosotros, mucho menos podrían decirnos algo tan específico como la ubicación de documentos perdidos. ¿Que decía la nota misteriosa que menciona usted, Gabin?
—Verá, Gennadi Mijailov hablaba en sus últimos mensajes a la Tierra de un descubrimiento que hizo en la Luna, “un veneno que corrompía las mentes y sería capaz de destruir la Unión Soviética”. Sospechamos que se refería a una neurotoxina teratogénica que sería la responsable de la demencia de la esposa de Mijailov y de las mutaciones en los jóvenes nacidos en la Luna. Al parecer, esa sustancia era adictiva y la mujer no podía dejarla, por lo que probablemente él terminó matándola y suicidándose luego. La nota en el estuche decía textualmente “para destilar veneno”, por lo que imaginamos que la fórmula química de la misteriosa sustancia estaba detallada ahí. Es necesario averiguar si tal información aún existe o si los sobrevivientes conocen alguna pista sobre la misma. La forma en que esa sustancia alteró los organismos de las nuevas generaciones en la Luna fue terrible, y de ser propagada aquí, podría degenerar a las familias de regiones enteras durante varias generaciones.
Wellman sonrió con malicia, como comprendiendo todo, y dijo:
—Les diría a nuestros superiores del gobierno que mejor esperen por los resultados de la investigación antes de responsabilizar a cierta sustancia fantasma por las mutaciones y taras en los selenitas. Pero comprendo su entusiasmo. Conseguir tal “veneno” sería como tener en las manos una potentísima arma biológica...Una peste que convierte a las personas en bestias asesinas dementes, un destructor de humanidad. El gobierno no lo pensaría dos veces antes de volver a la Luna por una muestra de esa fórmula misteriosa creadora de monstruos, ¿cierto?
Entonces Gabin replicó cruzándose de brazos:
—¡Oh, no creo que el interés por la sustancia sea más que pura curiosidad científica! O mejor vea usted el lado positivo, doctor Wellman. Quizás en esa fórmula esté la cura para alguna enfermedad que hasta la fecha es mortal.
—Sí, claro. Temo que volveré a sonar negativo, pero ya hemos analizado la sangre y tejidos de todos los selenitas y no se encontraron trazas de ningún químico verdaderamente extraño. Quizás ese agente misterioso solo afectó a la madre; distorsionando de alguna manera su ADN que a la vez heredó a sus descendientes, que al reproducirse entre sí empeoraron la situación. Si tal sustancia nociva existe o existió, y si fue consumida por la esposa de Gennadi Mijailov, solo podría saberlo Ludmila; la primogénita de los astronautas rusos y la persona viva que más tiempo estuvo en la Luna. Lastimosamente, ella está desconectada de la realidad.
—Pero Lukasha Mijailov no.
Wellman arqueó las cejas, diciendo con algo de sarcasmo:
—Quizás le resulte difícil que Kisa le cuente detalles sobre este asunto. Él solo se comunica precariamente con Maggie y está resentido por la muerte de su familia, de modo que...preocúpese. Porque, si Kisa realmente conoce una forma de joder a la gente del planeta Tierra, tenga por seguro que la pondrá en práctica. El chico tiene una inteligencia de cuidado y sospechamos que no es tan salvaje e ingenuo como pensábamos originalmente. Por esa razón, quiero que él esté tranquilo, que se acostumbre a Maggie y que olvide la venganza...Más ahora que sé de ese secreto de la neurotoxina, del cual su antiguo mentor también nos “protegió” no revelándolo.
Sin tener conocimiento sobre la llegada del nuevo miembro del equipo y sus revelaciones, Maggie seguía encerrada con Kisa. Era casi mediodía y ella picaba vegetales para el almuerzo, tratando de imaginar cómo y dónde estaría su hijo en esos momentos. Había comenzado a estar más resignada por su pérdida, pensando: “Abel seguro crecerá y se volverá apuesto y exitoso como su padre, moviéndose entre las altas esferas de la sociedad, siendo uno de los hombres más privilegiados de esta nación”; luego se decía a sí misma con tristeza: “y se volverá arrogante como él, se hará superfluo y hasta se avergonzará de saber que soy su madre. Pero si en ese mundo lleno de lujos, al cual yo no podía darle acceso, él tiene el triunfo asegurado...” Mientras, Kisa seguía obsesionado con el internet. Había aceptado cambiar la laptop de Maggie por la nueva con teclado ruso y ya sin la barrera del alfabeto se enfrascó de lleno en buscar información acerca de todo. Solo escribía con dos dedos de cada mano, o más bien con dos uñas, y de vez en cuando se quedaba meditando mirando a la pantalla; para luego seguir buscando afanosamente. Reinaba un apacible silencio, solo ocasionalmente interrumpido por el trajinar de Maggie en la cocina y el incesantes teclear de Kisa. En un momento se dejó de escuchar el sonido de las teclas para dar paso a una vieja canción movida de los ochentas. Al cabo de un rato, la extraña voz siseante de Kisa se escuchó:
—Ascercate, Maaggie...
La muchacha casi dejó caer una cazuela que manipulaba justo cuando escuchó que el selenita la llamaba por su nombre por primera vez y hablando en su idioma. Se secó las manos en la falda y se compuso los lentes nerviosamente, saliendo a la sala y preguntando:
—¿Me...me llamaste?, ¿has dicho Maggie?
Kisa asintió moviendo la cabeza con una expresión candorosa, sentado en el piso con un sweater rosa y las manos entrelazadas sobre el regazo. Ella acudió emocionadísima, como si su hijo hubiera dicho su primera palabra. Llegó a su lado y él señaló a la pantalla con gran sencillez, mostrando un video donde un hombre quemaba petardos en su trasero:
—Retrasado.
Maggie replicó con enojo:
—¡¿Pero...por qué ves esto?!, ¡¡y me haces verlo!! ¡¿Todo este tiempo navegando en la red y solo aprendiste a llamarme y a decir “retrasado”?! Para la inteligencia que se supone que tienes esperaba que al menos aprendieras algo útil...
Él simplemente se rio. Luego cerró el video y dijo con su voz siniestra, señalando a la pantalla ya con más seriedad:
—La Tierra como en los libros, es hermosa. Pero la mayoría de sus habitantes, salvo por los animales, no merecen vivir aquí. No me gusta este sistema de gobierno, los líderes de las naciones hacen a su gente dócil a través de darles gran incertidumbre. Es verdad que es más fácil manejar un pueblo de tontos, pero si se reproducen mucho empiezan a devorarse entre sí. Entonces hay que matar a los más molestos. Tal como está la Tierra ahora, tendría que ser lavada enteramente con sangre para que vuelva a ser un lugar apto para la comunidad.
Maggie lo miró perpleja y respondió:
—Al menos veo que manejas bien el idioma. Verás, Kisa...en la Tierra no tenemos la costumbre de matar a otros, se supone que cada vida humana es muy valiosa. Si lo hiciéramos como tú dices, podríamos perder a mucha gente que pese a sus defectos ayudaría mucho a “la comunidad”. La tolerancia para nosotros es importante y preferimos no usar la violencia.
—¿Entonces no te defenderás si alguien intenta dominarte por la fuerza?
—Me defenderé sin violencia, con tolerancia y comprensión.
—“Tolerancia y comprensión”, al menos te morirás con optimismo.
Farfulló Kisa riendo. La muchacha le dio un empujón, indignada, y replicó:
—¡No me hables así! Se supone que somos amigos.
Entonces el selenita se le quedó mirando un momento, luego dijo tras un corto suspiro:
—En realidad estoy cansado y creo que en cualquier momento abrirán la puerta de esta pequeña casa y vendrán a matarme. Quisiera compartir en paz esta poca vida restante con una de esas mujeres que solo había visto en fotografías y dibujos, así me moriré satisfecho y será como haber tenido una vida completa. Casi feliz.
Tras escuchar esto, Maggie se sentó a su lado y trató de seguir la conversación; no muy segura de qué decirle a ese ser extraño:
—Me alegra que te guste mi compañía. Disculpa si parecí desconsiderada antes...La barrera del idioma era un gran problema. Espero no haberte ofendido tratándote como a un bebé o haciéndote usar esta ropa de chica.
Kisa miró al sweater rosa que traía puesto y dijo con seriedad:
—¿Ropa de chica?
—Sí...Es ropa de mujer y tú eres un chico.
Replicó Maggie, suponiendo que el selenita no conocía los atuendos tradicionalmente asignados a cada género en la Tierra. Él solamente repuso:
—Sí, pero me gusta usar esta ropa.
La joven Maggie dejó salir un leve soplo mientras veía al vacío, pensó unos segundos y luego preguntó cruzándose de brazos:
—¿Te gustan...los chicos? No tiene nada de malo, muchos amigos míos...son homosexuales.
—Tuve alguna mala experiencia con las mujeres, pero no por eso me desagradan. Me gustan mucho. ¡Por eso me gusta su ropa!
Dijo Kisa confundido y un en un tono de voz un poco molesto.
—Pero… ¡Es que a mí me gustan las sandías pero no por eso me visto como una!
Fue la respuesta de Maggie, a la cual Kisa contestó siempre con su rara seriedad; una serenidad solemne como la que tienen las fieras enjauladas cuando descansan:
—Si lo hicieras yo podría comprenderte. Hace un rato hablabas de tolerancia y comprensión, quizás no conoces el significado de esas palabras que suenan tan bonitas.
A partir de ese momento, comenzaron a hablar por el simple deseo de hablar. Conversaron largo y tendido acerca del color de las paredes, de lo incómodo que era el sofá, de la superioridad de los palitos de manzana sobre los cubitos de manzana y sobre todo aquello que no implicara revelar detalles sobre la vida personal o el pasado de ninguno de los dos. Maggie notó que la charla iba orientada en ese sentido, pero lo interpretó como el deseo de Kisa de no alterar la relación entre los dos. Ella sospechaba que él había hecho más de alguna cosa horrible, pero no quería llegar a avergonzarlo haciéndolo confesar nada. Conforme iban platicando y Maggie comenzó a acostumbrarse al extraño timbre de voz de Kisa, que era vagamente andrógino pero espeluznante, así como su apariencia, ella dejó de ver al selenita como a una rara criatura para empezar a considerarlo como una persona muy peculiar. Poco a poco dejó de notar sus estremecedores ojos oblicuos de párpados oscuros y su boca casi inhumana que al sonreír era mucho más escalofriante. “Después de todo”, pensó la muchacha, “su aspecto es como una mezcla entre una persona anoréxica y un caso de mala cirugía estética, y ambos ejemplares son considerados hermosos por ciertos grupos de personas. En realidad, no puede ser tan aterradora una criaturita rubia de poco más de cuarenta kilos...Si no se le presta mucha atención a su mirada que no deja de parecer maliciosa”. El problema de este nuevo nivel de confianza entre los dos llegó cuando cerca de las 12 a.m. Maggie decidió irse a dormir y Kisa fue tras ella como en las últimas noches, caminando suave y silenciosamente como un gato y luego metiéndose a la cama con ella; pegándose a su cuerpo para que lo abrazara. Entonces ella se sintió demasiado incómoda. Lo rodeó con uno de sus brazos y besó su frente, pero ya no lo veía como a un niño y la situación se volvió tensa. Contempló la idea de negarse a seguir durmiendo así, pero luego pensó que podría ser peligroso estando a solas con él en una habitación sin vigilancia y peor aún, según ella, podría herirlo emocionalmente. Lo sintió acomodarse entre sus brazos suspirando satisfecho y, convencida de que esa noche no podría conciliar el sueño, luego lo escuchó preguntar en voz baja:
—¿“Maggie” es diminutivo de qué?
—De “Magdalena”. Nadie me llama así, es un nombre muy feo.
—Tienes nombre de santa.
—Pues...me llamaron así por los muffins.
—Es igualmente muy apropiado. Eres muy dulce. En realidad deliciosa...
“¿Galantería o piensa comerse una de mis piernas mientras duermo?”, pensó Maggie con un escalofrío y siguió la conversación tratando de parecer tranquila:
—¿Y “Kisa” es diminutivo de algo?
—Lukasha. Estas noches has estado arrullándome para que duerma. ¿No lo harás ahora? A mí no me molesta, es muy dulce de tu parte y de hecho me relaja.
La chica cerró los ojos pidiendo al cielo fortaleza y comenzó a tararear una melodía mientras le acariciaba el cabello al selenita, y él murmuraba:
—Es algo ilógico. Sé que estoy atrapado y un final con orgullo implicaría que yo use la violencia. Pero estar así y saber que me aceptas, aunque mi aspecto sea horrible para ti, ... me dan ganas de no morir para tener más tiempo contigo.
Maggie lo estrechó conmovida y habló ya más confiada:
—Está bien. Puedes quedarte conmigo hasta que...
—Hasta que la muerte nos separe.
Sentenció el selenita y la chica no supo qué más decir, tenía razón. Tras ver toda la corrupción e insensibilidad de sus superiores, lo más probable era que la investigación terminase con él diseccionado o de hecho con ella muerta para que no quedaran testigos. Ambos se durmieron en poco tiempo, Kisa antes que Maggie. Mientras la vencía el sueño, sintió algo rígido entre las sábanas y tuvo ciertas sospechas; pero luego se convenció de que posiblemente estaba imaginando cosas y que aun de no ser así, todo sería simplemente un reflejo involuntario.
27 de mayo de 2012
Desde el escape de Kisa, Ludmila aparentemente había recuperado parte de la cordura. Se escondía en cuclillas bajo la mesa cuando Miller le llevaba sus alimentos y desde ahí le murmuraba cosas que el sencillo hijo de campesinos no comprendía y se limitaba a responderle con una sonrisa ingenua. Esa mañana, Miller fue a entregar su desayuno a Ludmila como siempre mientras Wellman y Tom Tolley observaban en silencio a través de un cristal de dos vistas, escuchando al mismo tiempo a la doctora Voyager informar los últimos avances de su trabajo en el laboratorio clínico:
—Finalmente, la doctora Pemberton y yo hemos logrado determinar el grado de parentesco entre todos los selenitas vivos y muertos. Los hallazgos son interesantes. Los tres esqueletos deformes adultos son hermanos de Ludmila, por tanto, hijos de los cosmonautas abandonados en la Luna. El ADN encontrado en la osamenta de la segunda hija de los cosmonautas corresponde al de la madre o abuela de casi todos los demás sujetos deformes hallados en la base, incluidos los otros seis selenitas que junto a Kisa atacaron a los astronautas en Nebo. Otros datos interesantes son que Kisa resultó ser el único hijo nacido de Ludmila y uno de sus propios hermanos; y que el cadáver infantil más reciente era hijo de Kisa y una de sus sobrinas: la mujer que estaba en la mesa de autopsias cuando nos atacó.
Justo en ese momento, Lindsay Pemberton entró a la habitación donde estaban y agregó:
—Eso explica por qué su reacción tan agresiva en la sala de autopsias, pero deja sin explicación el asesinato de Selma. Me atrevo a suponer que en la “sociedad” de la Luna el matar era la forma más sencilla de resolver los conflictos y Kisa era el líder del clan gracias a su carácter sanguinario. Tenía privilegios típicos de un macho alfa, como el derecho a procrear por sobre los otros miembros masculinos del grupo y posiblemente disponer de la vida de los más débiles.
Tolley, que escuchaba nerviosamente con los brazos cruzados, resopló exasperado y dijo apoyándose con ambas manos en una mesa:
—Es suficiente, hay que sacar a Maggie del dormitorio. Esa cosa no es una persona, es un monstruo por donde sea que se le trate de ver. ¡Era tan peligroso que hasta los otros salvajes le temían!, que digo, ... ¡Hasta su madre se alejó de él!
Sin perder la calma y siempre tratando de ser ameno, Wellman replicó:
—Tommy, el selenita reaccionó ante su compañera muerta. ¿Eso no fue acaso un signo, quizás primitivo, de amor?; el sentimiento más noble de la humanidad. Lyn, creo que has exagerado las cosas, decir que disponía de la vida de los más débiles. ¿Insinúas que mató a su propio hijo? Recuerdo que dijiste algo sobre el cerebro de la “novia de Kisa” que observaste en la sala de autopsias.
La doctora contestó pensativa:
—Así es. Algo curioso que vi poco antes de que el órgano fuera destruido durante el ataque. Ella tenía viejas lesiones en las áreas parietales del cráneo y el cerebro, especialmente en el área de Wernicke donde había una zona considerable de tejido cicatrizado. ¿Qué hay de relevante en esto, Bob Wellman?
—Según tu criterio médico, ¿crees que una persona con semejante daño cerebral podría comunicarse y tener una relación normal con los demás?
—Difícilmente...Pero aún podría valerse por sí sola...
—Valerse por sí sola. Defenderse a sí misma de lo que le molesta, como un hijo fastidioso y gritón... Lo más probable es que ella se hiciera cargo del niño y pasara más tiempo con él, no el padre.
Pemberton le respondió en tono dubitativo:
—Cabe la posibilidad de que ella matara a su propio hijo...Realmente es casi imposible saberlo con certeza.
Entonces Wellman se apoyó en una pared y explicó, mostrando las palmas de las manos y encogiéndose de hombros:
—Creo que la chica era, de alguna horrible forma que no quiero imaginar, buena para coger pero mala para ser madre. Caso cerrado. La mujer de Kisa era retrasada, pero él no. Ahora, él solo debe comprender que en la Tierra no es aceptable matar a las personas que nos caen mal, aunque Dios sabe cuántas veces hemos deseado que si lo fuera, y creo que ya lo está entendiendo. ¿Han notado la tremenda rapidez con que adopta nuestra forma de vida? No me sorprendería que ya tuviera un perfil en Facebook y un correo electrónico. ¿Se imaginan?: “extraterrestre_asesino85”.
Lyn Pemberton se frotó el ceño en un gesto de reprobación y Tolley dijo seriamente:
—¿Qué tal si un día lastima a Maggie?, ella está en peligro. Está sola y a merced de un ser que no tiene límites para sus deseos, ni remordimientos, ni respeto a la vida humana. ¡Hasta podría violarla de repente! ¿No harás nada al respecto?
Wellman se echó a reír, diciendo:
—¿Quieres que haga algo al respecto?, le enviaré a Maggie una caja de píldoras anticonceptivas y le aconsejaré que cierre los ojitos cooperando. Hay millones de dólares en juego y no voy a dejar ir esta oportunidad.
Entonces salió de la habitación y al cruzar la puerta casi chocó con el enigmático J. Gabin, quien saludó a todos diciendo:
—Buen día. Hoy comenzaré a tratar a la señora Ludmila, doctor Wellman.
—Claro, como guste...Parece que despertó usted muy tarde esta mañana.
—No, no. Salí al exterior a pedir algunos permisos para trabajar a mis anchas.
—Ya veo ... y ... ¿se ocupará de Kisa también?
—No por ahora. Mi prioridad de este día es la señora Ludmila.
Diciendo esto, se fue dejando a Wellman nervioso por la estrecha relación entre Gabin y las autoridades en el exterior; el codicioso médico pensó unos instantes hasta que corrió a la sala de control de Turn y le exigió dejarle ver los últimos treinta minutos de grabación del sector donde estaban observando a Ludmila, descubriendo que Gabin había permanecido todo el tiempo cerca de la puerta; escuchando sin ser visto. “Es un puto espía... ¿del gobierno? Y, de ser así, ... ¿de cuál gobierno? ¿Rusia, Estados Unidos…?”, pensó mientras se comía las uñas. Dio una palmada en la espalda a Turn y dijo con cierto nerviosismo:
—Graba todo lo que se digan con Ludmila y luego usa un software de traducción en el video. Entrégame todo traducido esta noche en mi dormitorio y procura que nadie se dé cuenta...Y nadie es Gabin...
Miller seguía como un niño escuchando el discurso interminable de Ludmila cuando Gabin irrumpió en la habitación acolchonada, diciendo:
—¿Qué tal? Enfermero Miller, déjenos un tiempo a solas.
El joven obedeció inmediatamente y Ludmila lo siguió con la mirada uniendo las manos en señal de plegaria. Gabin tomó una silla y se sentó ante la mujer de forma desenfadada, dejando el respaldo al frente para apoyar ahí los brazos. Ludmila se acuclilló viéndolo con temor y él le habló en perfecto ruso mientras comenzaba a grabar el audio de la conversación con un aparato digital:
—Hola, Ludmila. Hace mucho que quería conocerla.
Ella respondió hablando atropelladamente también en ruso:
—¡Un soviético, es usted un soviético! Los americanos han invadido el mundo, han invadido al universo. Llegaron a la Luna y saquearon nuestro huerto, saquearon nuestra agua, saquearon nuestros tomates, saquearon mi sopa. La tercera guerra mundial ya viene, debo avisar a los camaradas que los americanos harán la tercera guerra mundial y tomarán sopa de tomate. Es un castigo por no honrar al patriarcado de Moscú, san Basilio me lo dijo hace muchos años. Antes, solo escuchaba su voz retumbando en mi cabeza, pero luego pasó el apocalipsis y él vino hasta mí en persona. San Basilio me protege y trae comida todos los días a mi celda porque la tercera guerra mundial va a comenzar y él va a llevarme al cielo. ¡Porque soy la virgen de la Luna, la pura y santa en el espacio exterior!
Gabin respondió entonces, con calma:
—Ludmila, yo también he venido a ayudarle. Pero para eso necesito saber todo lo que sucedió allá en Nebo, absolutamente todo. Dígame, ¿recuerda esto?
Sacó de su chaqueta una fotografía antigua tomada con una cámara instantánea. Ahí se veía a una joven Ludmila sonreír luciendo un vestido hecho con una falda de su madre, peinada con dos trenzas. Se veía delgada, aunque hermosa y aparentemente sana. Ella señaló a la fotografía, embelesada, y dijo:
—Ese día cumplí ocho años y papá tomó esta foto. En esa época yo aún era un ángel. Y mis entrañas eran puras como una fuente de agua bendita.
—¿Cuándo dejó de ser un ángel?
—Cuando...
Adoptó una posición fetal y miró al piso. Gabin volvió a hablar:
—Dígame, ¿qué sucedió con su familia? Debo saberlo todo para que los camaradas podamos ayudarle, Ludmila.
—Fue culpa del veneno que corrompe las mentes...Hay algo en la Luna que convierte a las personas en monstruos.
—Hábleme de ese veneno.
—Mamá se había enviciado con eso...Papá decía que no era acorde a nuestros ideales socialistas...Papá me dijo que si yo me ponía del lado de mamá, entonces me azotaría, que el veneno era un invento de los capitalistas para hacer al mundo holgazán, promiscuo, egoísta y estúpido; para así poder manipularlo más fácilmente. Luego, san Basilio me habló y me dijo que el veneno era la esencia del pecado. Me dijo que el veneno no era gratis como decía mamá, el veneno tenía precio de sangre y destruía tu alma...
—¿Qué era el veneno?
Ludmila se arrodilló y contestó con las manos sobre el corazón:
—Yo nunca lo probé, por eso permanecí inmaculada. Mamá confeccionaba el veneno, con trozos de su cabeza y gotas de su corazón. Papá y san Basilio me lo dijeron. Ella buscaba matar al tedio envenenándose.
—¿Su madre consumía algo para divertirse?
—Así es. Se llenaba de veneno.
—¿Lo fumaba, lo bebía, ...lo inyectaba?
—Ella lo inoculaba directo a su corazón...Directo a su alma...
—¿Dónde estaba ese veneno?
—Escondido. Incluso verlo era impúdico, pecaminoso…
—¿Estaba en el estuche vacío junto a las cenizas de sus padres?
—Sí...
—¿Exactamente qué había en el estuche?
—Si leía el contenido de su estuche lo encontraría...y me enviciaría también...
—¿El estuche contenía escritos?
—Manuscritos secretos de mi madre, que puse junto a sus cenizas cuando ella murió...Pero luego Kisa los encontró...y se envenenó también...
—¿Kisa es su hijo?
Preguntó Gabin sacando una instantánea deteriorada de Kisa fechada en 1990, donde se veía a Kisa de aproximadamente cinco años con un vestido rojo y el cabello recogido con dos listones; mirando a la cámara con temor. Ludmila sonrió al verlo y se la arrebató diciendo:
—Sí...En el momento en que le saqué esta fotografía, era casi tan puro como lo fui yo siendo un ángel. Nació tan feo, tan feo...Debía vestirlo de niña para que su apariencia no me ofendiera tanto...Es demasiado feo para ser un hombre...
—Hábleme de su hijo.
—San Basilio me lo dio, fue un milagro...
—¿San Basilio es el padre?
—No, él no tiene padre...Es producto de un milagro...Un milagro que me purificó...
—¿Por qué la purificó? Usted ya era un ángel.
—Así es...Pero papá y mamá no. Yo trataba de hacer todo bien, escuchaba la hermosa música de nuestros compositores soviéticos, leía la bella colección de libros de grandes escritores de todo el mundo que mis padres trajeron de la Tierra, estudiaba el funcionamiento de las máquinas que sostenían nuestra vida en la base y cultivaba el huerto. Era educada, estudiosa, obediente...Pero papá y mamá ya no...Luego que yo nací, mamá se empezó a envenenar más y más...Y primero dio a luz a mi hermana malvada, fea y deforme...Ella que no hablaba correctamente, no aprendía nada y era torpe para moverse...Mamá la llamó Laika, como la perra espacial, y después dio a luz a otros dos engendros aún más repugnantes, esos ni siquiera recibieron nombres ni aprendieron a hablar. Ambos monstruosos y estúpidos. En un principio, mis padres trataron de educarlos pero luego cayeron en una honda desesperación al ver que era inútil, y un día papá no soportó más y se cortó las muñecas. Mamá y yo no sabíamos que había muerto hasta que lo hayamos tendido en el piso mientras los engendros bebían su sangre. Mamá no dijo nada al ver esto, me dejó sola y cuando la volví a ver estaba colgada del cuello en el techo de la cocina...Yo solo tenía diez años y no sabía qué hacer...A los pocos días empezaron a hincharse y poco después apestaban tanto y se veían tan espantosos que toda la base se convirtió en un infierno. Como pude, los llevé hasta el incinerador de desechos y recogí sus cenizas luego; guardándolas en una caja sobre la cual dejé los manuscritos malditos de mi madre metidos en un estuche. Entonces, Laika se sintió dueña de todo. Ella y los engendros solo sabían hacer el mal, porque habían sido concebidos con la sangre envenenada de mi madre...Rápidamente, Laika maduró: su cuerpo se volvió de mujer e hizo cosas abominables con los otros engendros. Ella sabía que era pecado mostrar en público sus partes sagradas, pero no le importaba...y actuó aún peor. Yo solo leía, leía, leía...y san Basilio me hablaba a veces y me decía que todo era culpa nuestra por ignorar las normas del patriarcado de Moscú...Y un día, uno de los engendros empezó a hostigarme. Quería que participara en juegos perversos como lo hacía él con Laika. Yo me negué y eso solo hizo que me acosara más y más, luego también lo secundó el otro engendro...Hasta que un día me atraparon entre los dos y me estrujaron con sus manos sucias y malolientes, ensuciaron de formas horribles cada parte de mi cuerpo y aun lugares que no podía limpiar...Después de eso me encerré en el área del huerto y los dejé afuera sin comida santa para que se alimentaran solo de cucarachas y musgo... Yo estaba muy contaminada. Muy lastimada. San Basilio no dejaba de hablarme día y noche diciéndome que estaba sucia como una pila de heces fecales, y me sentí tan asqueada que enfermé gravemente del estómago durante meses. Hasta que un día tuve terribles dolores y le rogué a san Basilio que me los quitara. Entonces él hizo un milagro y todo el dolor y lo sucio que nunca pude limpiar salió de mi transformado en una persona miniatura. Yo la saludé, le pregunté cómo se llamaba, pero no me contestó. Entonces comprendí que su mente estaba en blanco porque era un ser humano nuevo, un hijo que san Basilio me había regalado. Lo llamé Lukasha y con el tiempo Kisa, mi hijo que era pequeño como los gatitos que adornaban los dibujos de mi niñez...Pero Kisa era un hijo torpe, malo y feo. No pudo hablar hasta que cumplió un año, y cuando lo logró lo hizo mal. Tardó más o menos lo mismo en aprender a estar limpio. Para aprender a leer y escribir fue aún más estúpido, no lo hizo hasta que tenía casi tres años. Desde que san Basilio me lo dio, yo traté de hacerlo bueno, lo castigaba duramente y le decía: “deje de llorar, usted se comporta como un idiota. Aprenda buenas maneras, aprenda la historia, aprenda las ciencias, aprenda de las artes” ...Y durante los primeros años fue casi inútil. Solo lloraba y ensuciaba todo asquerosamente. Luego fue obedeciendo más, comenzó a hacer todo lo que yo le exigía, el conocimiento al fin le entraba en la cabeza, se ocupaba del mantenimiento de las máquinas y creí que sería un hombre bueno aunque feo...Pero eso duró poco. Empezó a volverse terco, a querer hacer lo que le venía en gana. Él sabía perfectamente qué era el bien y qué era el mal, pero dudó, pensó de más y puso antes que todo a sus retorcidas ideas existencialistas...San Basilio me dijo que el exceso de letra mata y yo no lo escuché. De repente, aquel ser tan civilizado y culto que yo había criado empezó a distorsionarse hasta llegar a un estado primitivo de algo que no comprendí nunca...y ese refinado salvaje solo se guiaba por la satisfacción de sus deseos y por evitar la pena. Se rebeló contra mí, y aunque nunca dejó de respetarme, o temerme, se alejó tanto que llegó a un lugar donde el influjo de mis plegarias ya no podía alcanzarlo.
—¿Y qué sucedió entonces?
Preguntó Gabin frunciendo el ceño, Ludmila continuó:
—Faltó el respeto a sus abuelos y tomó los manuscritos de mi madre...Lo vi y recé en silencio. Yo ya no le importaba y me senté a esperar al destino escuchando una cinta magnetofónica...Él tomó los papeles, los leyó por primera vez y pasó largo rato cavilando. Los leyó varias veces más y yo me acerqué diciendo: “¿lo ve usted, Kisa?, ¿ve lo grotesco y disonante que es el pecado?, ¿no es acaso mejor escuchar la hermosa música del camarada Vysotski y rezar, como hago yo?” Él me miró con insolencia y respondió: “a mí me ha parecido bueno lo que he leído”. Entonces comprendí que se había corrompido con el mismo veneno que destruyó a mi madre, y le quité los manuscritos para romperlos en pedazos. Él se encolerizó por primera vez contra mí y destruyó mi cinta del camarada Vysotski. Entonces yo me indigné...La ira santa de san Basilio me poseyó y le dije: “es usted un hijo horrible, horrible por dentro y horrible por fuera; siempre se lo he dicho. Está sucio, envenenado, podrido, y no quiero estar más cerca de usted. Me provoca asco, debí haber aplastado su cabeza cuando aún era una persona diminuta”. Él no me respondió nada. Escondió su rostro malvado de mí y al siguiente día no estaba más. Salió de nuestro santo encierro en el huerto hidropónico y fue con Laika y sus engendros al infierno, donde estaban los malos. Lo eduqué bien...No entiendo que falló. Hice todo lo que san Basilio me dijo y aun así se envenenó.
Gabin sonrió y dijo, casi dulcemente:
—Los hijos no vienen con un manual para los padres.
Horas más tarde, Pemberton y Tolley estaban reunidos con Wellman en su dormitorio y veían la entrevista de Ludmila traducida con subtítulos, completamente consternados. La doctora Pemberton murmuró:
—La vida de esa pobre mujer ha sido un calvario, tenemos casi la misma edad pero se ve como si tuviera veinte años más.
Wellman le respondió:
—La desnutrición y el estrés la marchitaron. Hasta su mente está cayéndose a pedazos: vive en un mundo distorsionado de fantasía, entró en negación ante su embarazo, sublima su rechazo hacia las malformaciones de su hijo...Con una madre así, no es difícil acabar matando a diestra y siniestra.
—Por esa razón...
Dijo seriamente Tolley:
—...me preocupa lo que esa cosa pueda hacerle a Maggie.
La respuesta de Wellman no tardó en llegar:
—No le hará nada. Maggie es la madre solícita y amorosa que Kisa siempre quiso tener. Por lo visto la idealiza y al mismo tiempo la desea demasiado como para arriesgarse a perderla. Creo que en realidad los selenitas no eran tan diferentes a nosotros y que, de cierta forma, podrían encajar perfectamente en nuestra sociedad. Voy a redactar un nuevo informe, ¡y comiencen a empacar! Gabin dice que pronto podríamos terminar esta etapa de investigación y salir de este sótano de mierda.
Lindsay Pemberton tuvo un mal presentimiento. Aunque aparentemente Maggie había sido la cura para la agresividad de Kisa y todo estaría bien, ella sentía una pequeña opresión en el pecho. Especialmente cuando se preguntaba cuáles serían las verdaderas intenciones de Gabin.
28 de mayo de 2012
“Cárdenas: No sé por qué me siento decepcionada al saber todo esto”.
Escribió Maggie desde su laptop a Turn, tendida de costado en su cama luego de que él le contara por el mensajero interno sobre el contenido del video que tradujo para Wellman y los últimos hallazgos del laboratorio clínico acerca del parentesco entre todos los selenitas. Turn respondió dibujando una cara risueña improvisada con una “X” y una “D”:
“Administrador: ¡tú estás celosa por qué supiste que tu “amigo” tenía novia!”
“Cárdenas: no es eso. Es el bebé que tuvo con su sobrina y que murió...Tú no eres padre no lo entenderías”.
“Administrador: entendería si me lo explicaras”.
“Cárdenas: para empezar, el tema del incesto es bastante turbio, pero lo peor es... ¿Su hijo muere y lo deja pudriéndose ahí cerca...?”
“Administrador: sí, te comprendo. ¿Pero qué podría entender él?”
“Cárdenas: entiende todo. No me explico cómo pudo ser tan insensible”.
“Administrador: quizás no sabía que era un hijo suyo. Había otros cinco hombres ahí, y la mujer no hablaba. Además recuerda cómo lo trataba a él su propia madre, por eso te digo, ¿que podría entender Kisa de amor paternal?”
“Cárdenas: ¿qué más hizo?”
“Administrador: ¿cómo que qué más hizo?”
“Cárdenas: tú sabes...Llegó todo ensangrentado aquí y apenas tenía algunos rasguños, yo sé que esa sangre no era suya. ¿Qué hizo el día que se escapó?”
Turn no respondió durante largo rato. Entonces Maggie insistió:
“Cárdenas: somos amigos, los amigos no sé ocultan cosas importantes”.
Luego de otro largo silencio escrito, Turn se atrevió a responder:
“Administrador: arriesgo mi trabajo diciéndote esto. Wellman me ordenó que no te contara este tipo de detalles”.
“Cárdenas: está bien, Abel. Comprendo, disculpa por insistir”.
Maggie no obtuvo una respuesta durante varios minutos y luego leyó:
“Administrador: borraré toda huella de esta conversación luego. Eso me llevará tiempo que no tengo así que te lo diré rápido y una sola vez: trató de matar a todo el equipo. Wellman y yo fuimos los que tuvimos más suerte. Los demás sufrieron lesiones de moderadas a serias, a Yamada le cortó varios dedos, Mitkov aún está en coma y Moore tiene la columna rota; pero al menos están vivos. Shapiro y García murieron degolladas. No me preguntes más sobre esto, me meterás en graves problemas”.
Maggie palideció, pasados algunos minutos escribió con manos trémulas:
“Cárdenas: ¿muertas? Y… ¿Moore tiene la columna rota?”
“Administrador: y tuvo suerte”.
“Cárdenas: gracias, Abel. Te quiero mucho. Hablamos luego”.
La muchacha se volteó lentamente temiendo que Kisa estuviera, como otras tantas veces, detrás de su espalda mirando en silencio lo que escribía en la pantalla. Él tenía una habilidad extraordinaria para no hacerse notar cuando lo deseaba y ya había aprendido a leer un poco de inglés. Para su alivio, se encontraba ella sola en la habitación y podía escucharse el ruido del televisor en la sala de estar. Se frotó el rostro y tomó aire, tratando de recuperar la calma sin lograr conseguirlo. Entonces sonó una alarma en la cocina y se dio cuenta de que debía ir allá y mantener esa frágil seguridad en que vivía. Cuando salió, vio de reojo a Kisa en el sofá mirando con melancolía un noticiero; fue hasta la cocina y desde ahí preguntó:
—¿Alguna mala noticia en el mundo?
—Más desastres naturales...
Maggie trató de terminar de preparar el almuerzo como si todo siguiera en calma, pero sus emociones eran incontrolables en ese momento. Se sentía nuevamente traicionada, engañada, usada; enojada con todos y especialmente con Kisa, pero al mismo tiempo tenía mucho miedo. El recuerdo del espantoso día en que su madre cayó de un balcón de su casa fracturándose la columna le vino a la mente como un aguijonazo repentino que le amargó los pensamientos. Le volvió también a la memoria el recuento de todos los años siendo la tontita de la clase y de la familia, la impotencia le hizo rechinar los dientes con indignación; pensar en que durante todos esos días ella había tratado con tanta dulzura a un asesino monstruoso le ardía en el alma. Las sienes le palpitaban pero aun así trató de parecer tranquila:
—Es culpa de la contaminación ambiental, Kisa...La naturaleza se está vengando de nosotros... ¿Qué más hay de nuevo en el mundo? ¿Algún robo...u ho...
Tragó saliva arrepintiéndose de mencionar la palabra que dijo después:
—...homicidio?
—No lo sé.
Respondió él lánguidamente y agregó:
—Yo estaba contigo en la cama. Hasta hace un par de minutos.
Maggie se congeló, luego siguió cocinando sin responder. Gruesas lágrimas corrieron por sus mejillas y decidió esperar en silencio a que llegara la hora de su muerte, sin duda Kisa había leído todo. Pasaron varios minutos de absoluto silencio que le parecieron una eternidad, de pronto escuchó la voz del selenita justo detrás de ella.
—¿Dónde está tu hijo?
Ella se secó las lágrimas con el dorso de la mano y respondió sin voltearse a mirarlo:
—Me lo robaron.
—Eres muy pasiva.
—¿Qué le pasó al tuyo?
—Un día simplemente murió.
—¿No hiciste nada para evitarlo? Yo he extrañado a mi hijo cada día desde en que me separé de él. ¿Tú al tuyo...?
—Me molestó perderlo.
—¿Nunca amaste a nadie?, ¿a la madre del niño...?
—Ella me seguía fielmente a todas partes desde que era muy pequeña. Un día se hizo mujer y la usé, no sé bien que sentía por ella...Amé a mi madre.
Nuevamente reinó el silencio y después Maggie habló de nuevo:
—¿Qué edad tienes realmente?
—Veintisiete años, según madre, aunque ella está loca, creo que el dato es correcto. Tengo recuerdos claros desde la noche del primero de enero de 1988.
—¿Por qué esa fecha exacta?
—Esa noche ella me hizo pegar las palmas de las manos en la puerta ardiente del incinerador de desechos hasta que humearon. Fue un castigo por tocarla con las manos sucias. Por eso ahora no tengo huellas digitales.
La muchacha se volteó conmovida, vio a Kisa acercarse a ella despacio pero no pudo determinar si iba buscando cariño o atacarla; antes de que pudiera salir de la duda, su exnovio el doctor Tolley habló alarmado a través de los altavoces:
—Maggie, ¿está todo bien?
La chica miró a la cámara confundida y asintió con la cabeza, diciendo:
—Sí... ¿Qué pasa?
—La investigación toma un rumbo incierto. Hace un par de minutos nos informaron que los rusos ya se enteraron de que nuestro gobierno llegó hasta su base lunar y ha comenzado una batalla legal por Ludmila y Kisa. Ellos quieren que se los regresen para reunirlos con el resto de la familia Mijáilov, los hermanos y sobrinos del cosmonauta abuelo de Kisa. La agencia india de viajes espaciales y La Administración Espacial Nacional China también están al tanto de la situación y apoyan a Rusia en la disputa. Escucha, muchas decisiones importantes deberán tomarse en la mayor brevedad posible y tú estás involucrada en todo esto... ¿Podemos hablar contigo un momento en privado o realmente estás secuestrada ahí?
El propio Kisa contestó, mirando a la cámara casi con odio:
—Ella puede irse de aquí cuando guste. Es libre.
Luego salió rumbo a la habitación de la cama, dejando a Maggie sola en la cocina. Ella se quedó aturdida ante todo lo que estaba ocurriendo y entonces Tolley le habló de nuevo:
—Esta es tu oportunidad de escapar...
Maggie salió a la sala lentamente, meditó un momento y luego dijo en voz alta para que Kisa la escuchara:
—Voy a salir. ¿Vas a estar bien?
—Eso ya no depende de mí.
Respondió él desde la otra habitación. Maggie dijo entonces:
—Haré lo posible por que estés bien, como lo he hecho hasta ahora. Solo prométeme que tú no dañarás a nadie más.
La contestación no llegó y Maggie fue hacía la puerta, dispuesta a salir. Pero no bien hubo terminado de girar la perilla cuando media docena de marines armados entraron, tomándola por sorpresa y alejándola del lugar. Los militares fueron hasta la habitación de la cama, apuntando con sus armas a Kisa que simplemente los miró con resignación; sentado a la orilla de la cama con el cabello cayéndole sobre la cara. Los hombres lo hicieron salir del dormitorio y lo condujeron a punta de rifle hasta la habitación donde se encontraba Ludmila, que al verlo comenzó a dar gracias al cielo mientras los marines los dejaban solos y encerrados. Kisa tomó aire y se acercó a su madre, sentándose a su lado en el piso y hablándole en ruso:
—¿Cómo está, madre?
—San Basilio me dijo que un día usted sería devuelto a mí. Y aquí está.
—¿Aún sigue escuchando a san Basilio?
—Así es. Y ahora lo veo y lo palpo. Él está aquí en la Tierra, protegiéndome de los americanos. ¿Le hicieron daño a usted?
—No. Solo me interrogaron durante algunos días. Luego estuve investigando sobre este lugar, sobre la Tierra.
—¿Ha visto cuántos hombres y mujeres viven aquí?, ¡quizás hay unos cincuenta! Su base es mucho más grande que la nuestra.
—Madre, esta base no es el hogar de todos los americanos. La gente de la Tierra, en su mayoría, vive en el exterior. La Tierra es tal y como la describen los libros. En realidad existen los bosques, los mares y las grandes ciudades. Y los habitantes son millones y millones de personas. Sus bibliotecas ahora están contenidas en aparatos pequeños, del tamaño de un solo libro. Así supe todas estas cosas.
—¿Y cómo está la Unión Soviética?
—Parece que la Unión Soviética ya no existe como tal, madre.
Ludmila se cubrió la boca para no dejar escapar un grito y sus ojos se llenaron de lágrimas. Kisa continuó:
—Pero nuestra gente vive bien y no está esclavizada por los americanos, como usted temía. La nación simplemente se desarrolló de otra manera. De hecho, la familia de mi abuelo ya sabe que usted y yo estamos aquí, y quieren reunirse con nosotros según escuché.
—¿Aún tenemos familia en la Tierra...?, ¿familia sana...?
—Supongo que ellos no se verán como yo.
—Kisa, este es otro milagro, ansío ver a la familia de mi padre. Cuando usted se fue al infierno con Laika, yo creí que la soledad consumiría mis huesos y me mataría desde adentro. Ella me dijo que usted me dejaría para siempre...y ahora lo tengo aquí conmigo, y hasta conoceré a la familia de mi padre...
El hijo miró a un costado y poco después respondió con determinación:
—Sí, madre...Pero es que yo no quiero ir con ellos.
—¡¿Qué dice usted?!
—Es que yo no encajaría entre esa gente y además estas personas que nos han capturado no son confiables. Mataron a los hijos de Laika, los destrozaron. Solo usted y yo sobrevivimos de todos los que habitábamos la base.
—Debía ser así. Los pecadores fueron exterminados.
—Pero, madre...
—¿Acaso usted lamenta que mataran a los engendros?
—Estaban enfermos, madre...No eran tan malos como usted piensa. Yo viví con todos ellos durante once largos años...De hecho, ... tuve un hijo con una de ellos.
—¡Pero...!, ¡¿cómo pudo usted unirse a esas bestias?!
—También soy una de esas bestias, madre...Usted me lo dijo...
—¡No...no, no...Yo nunca le dije eso...! ¡Solo dije que usted era feo y estúpido...!
Pasaron algunos segundos gélidos en los que Kisa fue incapaz de responderle, hasta que finalmente dijo:
—Siéntase tranquila, madre. Su nieto murió al poco tiempo de haber nacido, estaba condenado a eso desde que fue dado a luz. Le faltaba la mitad de la cabeza.
—El veneno, Kisa, el veneno sigue corriendo por sus venas...Mi madre me lo inoculó a mí, y luego pasó de mi sangre a la suya... ¡Ese veneno convierte a las personas en bestias! Usted nunca podrá tener hijos sanos.
Kisa replicó entonces con cierta timidez:
—Pero...Quizá si me uniera a una persona sana...ese veneno se diluiría...Podría ser que con una mujer normal...
—¿Una mujer normal?, ¡¿pero usted qué hará con una mujer normal?!, ¿va a besarla como en los poemas, con esa horrible boca?, ¿quién podría fijarse en usted?
Él bajó la mirada sin responder y Ludmila continuó diciendo:
—Si no quiere ir al cielo con la familia de su abuelo, ¿a dónde irá entonces?
—Quiero estar aquí...en América...
—¿Por qué?
—Cosas mías...
—Y me dejará a mí de nuevo...A mí que soy su madre y que lo soporté cuando era una persona diminuta que no sabía conducirse correctamente por la vida. Yo que le enseñé las buenas maneras y lo hice el hombre que es ahora.
—Voy a comunicarme con usted en cuanto pueda, pero necesito hacer esto.
—¡¿Por qué?!, ¿por qué dar la espalda a su madre de nuevo?
—Porque por primera vez me he sentido realmente bien, madre...Sin miedo, sin rabia, sin desesperanza, sin resentimiento...Creo que hasta me sentí feliz.
Ludmila lo miró pensativa y por un momento sus ojos tomaron una expresión totalmente cuerda, mientras decía serenamente:
—Haga usted lo que juzgue mejor. Pero solo no se olvide de su madre.
Justo entonces la puerta se abrió, y el doctor Gabin entró con su enigmática sonrisa; escoltado por cuatro marines. Se sentó en cuclillas ante los selenitas y habló también en ruso, diciendo:
—¿Ha sido una hermosa reunión familiar, no? Tengo entendido que ustedes dos no se veían desde hace una década.
No obtuvo respuesta de ninguno de los dos, Kisa lo miró con desconfianza mientras acercaba a su madre como protegiéndola. Gabin continuó:
—Señora Mijáilova, mañana partirá a Rusia y podrá vivir por fin una vida normal entre los suyos, en la tierra que vio nacer a sus padres. Con respecto a usted, señor Mijáilov, antes que nada me presento: soy J. Gabin, un gran aliado o un gran enemigo de ustedes, todo depende de cómo respondan a mis demandas. Verá usted, señor Mijáilov, han surgido una serie de problemas legales en contra suya, mató alrededor de una docena de ciudadanos americanos desde que fue encontrado allá en la Luna y por esa razón nuestros abogados han conseguido que usted pueda ser reclamado por la justicia americana para ser retenido y castigado aquí. Ahora bien, tengo dos opciones que ofrecerle: la primera, permitir que usted permanezca el resto de su vida tras las rejas, como un criminal más; excepto por su extraño aspecto alienígena que le valdrá estar marcado para morir entre los reos comunes. La segunda es que usted acepte convertirse en propiedad absoluta del gobierno de los Estados Unidos de América y nos obedezca fielmente en todo a cambio de una libertad condicionada.
Ludmila miró a su hijo con pánico mientras lo abrazaba, él la tranquilizó acariciándole el cabello y luego dijo a Gabin:
—Eres como el viejo Mitkov. Ahora dices que quieres ayudarnos y luego empezarás a exigirme que te diga de donde sacaba mi abuela la sustancias con que, según ustedes, se drogaba. Un hongo del huerto, un insecto contaminado, un mineral extraño, el agua, el aire, la desesperación, ¡imaginen lo que quieran! No sé qué emponzoñó realmente nuestra sangre, solo puedo decirles que era algo en la base. Sé que soy un prisionero y que mi vida les pertenece a ustedes los habitantes de la Tierra, sean rusos o americanos. Seguramente moriré y espero que sea matando a sus “ciudadanos” ...Sin embargo...estoy dispuesto a ponerme a sus pies a cambio de una sola cosa. El último capricho de un condenado.
—Creo saber qué es. Puedo garantizarle una entrega absoluta, será totalmente suya.
—Convénceme de que me darás eso y yo te daré a cambio mi lealtad.
—Traicióneme y se arrepentirá. ¿Es un trato?
—Lo será...Cuando lo vea cumplirse...
Gabin sonrió alzando las cejas y se levantó diciendo:
—¡Usted es nuestro!
Luego salió de la habitación inmediatamente y se dirigió al laboratorio clínico donde las doctoras Pemberton y Voyager tomaban muestras de sangre a Maggie, mientras Tolley la examinaba y era bombardeada por las preguntas de Wellman; en tanto que Miller y el silente Turn la reconfortaban envolviéndola con una manta y ofreciéndole café caliente:
—¿Te dijeron algo los militares, Maggie?
—No...Solo me sacaron del dormitorio...
—¿Viste a donde llevaron a Kisa, oíste algo?
—No, solo escuché el alboroto de cuando cortaron las cámaras de vigilancia. ¿Irán a hacerle daño, doctor Wellman?
—Bebé, si van a convertirlo en fiambre o no, me tiene sin cuidado. Me preocupa más qué sucederá con todos nosotros.
En ese momento entró Gabin y dijo con su mejor sonrisa y una reverencia:
—¡Felicitaciones, equipo! Han hecho un excelente trabajo y su esfuerzo será recompensado. He recibido noticias del exterior y debo comunicarles...
Wellman se lanzó a él y, tomándole por el cuello de la camisa, le dijo:
—Escúcheme muy bien, amigo, sea cual sea su nombre o su verdadero cargo, porque obviamente no es “el psicólogo J. Gabin” ni es discípulo de Mitkov, sus superiores firmaron un contrato con nosotros y sepa usted que algunos miembros de este equipo somos hijos de personajes muy influyentes en esta nación y en el mundo...Si no salimos sanos y salvos de este puto sótano, juro que el atentado a las torres gemelas será poco comparado a lo que mi familia le hará a su gobierno de mierda. ¡Muchas cabezas rodarán el día que yo no salga de aquí en perfecto estado!
—Uno nunca debe presumir de sus influencias y abolengo, doctor. Un día hablará con alguien que esté muy por encima de eso y se reirá de usted.
Respondió Gabin sin perder la sonrisa y sacando de su chaqueta un memorándum que mostró diciendo:
—Mañana estarán todos de nuevo en casa. Lejos de Nevada y de este tedioso aislamiento. Claro que por un tiempo todos sus pasos aún serán cuidadosamente vigilados por nuestros agentes de la C.I.A. Pero, excepto por hablar al respecto de esta investigación, ustedes gozarán de plena libertad; aderezada con treinta millones de dólares para cada quien. Creo que eso hará que usted y su simpática familia recuperen el patriotismo.
Wellman soltó a Gabin, que siguió hablando mientras se arreglaba el traje:
—Ahora bien, la investigación no ha concluido realmente. Solamente ha terminado la primera etapa. Sin embargo este es el punto en el que ustedes tienen la oportunidad de tirar la toalla. Si deciden retirarse ahora, pueden hacerlo perfectamente; tendrán su dinero y en un par de años todo este mal rato habrá quedado en el pasado. Pero si se quedan con nosotros, trabajando en los experimentos secretos del buen tío Sam, les prometo que en un año obtendrán el doble de lo que han ganado ahora, libre de impuestos y de la mayoría de molestas restricciones legales.
—¿Libre de restricciones...?
—Les daremos el privilegio de estar por encima de la ley. Todos los placeres prohibidos al alcance de sus manos a cambio de guardar silencio absoluto del mismo modo en que nosotros haríamos con ustedes. Es una relación de complicidad, todo en beneficio de esta noble nación. Mis superiores saben que tratar con genios científicos requiere de mucho tacto, y quieren que ustedes trabajen sin presiones y llenos de motivación para que rindan lo mejor de sí. Ellos están muy complacidos con el trabajo que se ha hecho con la familia Mijáilov, los datos que se han obtenido sobre la vida en la Luna han superado nuestras expectativas. Por esa razón, les rogaría que no nos abandonen ahora.
Wellman miró al piso sopesando la idea y Pemberton dijo sin dudarlo:
—Yo renuncio. Es una locura, no puedo seguir.
—También me retiro. Ha sido suficiente para mí.
Dijo Turn. Pemberton agregó:
—Tommy, decide ahora mismo, dijiste que ibas a casarte conmigo cuando tuviéramos el dinero y aquí está ya. ¿Vienes conmigo o te quedas?
Tolley miró a Maggie con pesar, tragó saliva y dijo:
—Nos vamos...
Inmediatamente, Miller exclamó:
—¡Pues yo me quedo! Es más, me ofrezco para acompañar a la señora Ludmila en su viaje a Rusia. Ella piensa que soy una especie de ángel y no quiero irme y defraudarla desapareciendo sin más.
Después de él habló también Voyager:
—El trabajo no es apasionante pero me hará bien el dinero. Me quedo.
Y finalmente habló Maggie:
—Yo...quisiera irme para tratar de recuperar a mi bebé...y también quiero volver con mi padre...pero antes quisiera saber qué pasará con el selenita...
Gabin se le acercó y, acariciándole una mejilla, dijo:
—Mi dulce señorita Cárdenas, siento decirle que en su caso no puede decidir. Usted debe continuar trabajando en la investigación sí o sí. Ha sido una pieza clave en este proceso y simplemente se ha vuelto indispensable para nosotros. Sobre el señor Mijáilov, puedo asegurarle que él estará bien y que pronto lo verá de nuevo.
Maggie guardó silencio, sin saber qué contestar y sintiéndose atrapada. Gabin se dirigió entonces a Wellman para terminar:
—Entonces, ¿qué dice usted, doctor? ¿Quiere acompañarnos hasta Washington como el jefe del equipo de investigadores del caso Mijáilov?
Wellman lo miró con codicia y respondió:
—No podría dejar ir a la pequeña Maggie sola.
29 de mayo de 2012
Aparte de Maggie, quien durmió bajo efectos de un sedante para que pudiera tranquilizarse luego de todos los sucesos ocurridos, nadie pudo conciliar el sueño la noche anterior a la partida del equipo; ya fuera por la incertidumbre, por empacar o simplemente por tristeza; como fue el caso de los dos selenitas.
Ludmila estuvo repitiendo sus plegarias toda la madrugada mientras su hijo se encargaba de peinarla por primera vez en diez años para que se viera un poco más presentable cuando conociera a sus familiares en Rusia. La desconfianza de Kisa estaba empezando a convertirse en paranoia. Temía que en realidad llevaran a su madre a otra parte, que Maggie hubiera fingido su benevolencia todo el tiempo, que estuvieran esperando a que ellos dos dieran la información correcta para entonces matarlos al volverse inútiles, y hasta estaba empezando a temer que su madre tuviera razón y en realidad ya estuvieran muertos; purgando sus pecados en el infierno. A las cinco de la mañana exactas, dos militares llegaron acompañados por Miller para recoger a Ludmila. Ella, viendo al enfermero, inmediatamente supo que venían para llevarla con su familia paterna y que tendría que despedirse de Kisa posiblemente para siempre. Entre madre e hijo casi nunca habían existido manifestaciones de cariño, sin embargo en esa ocasión ella se dignó a darle una leve caricia en el rostro diciendo con los ojos llenos de lágrimas:
—Ha venido san Basilio para llevarme con él. ¿Usted me escribirá cartas, verdad?
Kisa tomó la mano de su madre y la hubiera besado de no ser porque nunca había besado a nada o a nadie en su vida ya que pensaba que era demasiado monstruoso para hacer algo así. Se limitó a estrechar la esquelética mano de su madre entre las suyas mientras decía:
—Tendrá noticias mías. Solo me preocupa el que esté usted realmente segura allá.
Ludmila sonrió y dijo con la convicción de una niña:
—No se preocupe, san Basilio cuidará de mí.
Miller levantó suavemente a la mujer y la condujo hacia la puerta, sonriendo. Ver a su madre frágil y enferma partir fue más de lo que pudo soportar, Kisa estaba acostumbrado a ocultar sus sentimientos hasta el punto de convencerse a sí mismo de que no los tenía, pero esa parte automática del alma que se encarga de impulsar al componente humano dentro del ser de cada hombre o mujer se le rebeló esa mañana y unas lágrimas se asomaron por sus ojos deformes. Escuchó que alguien se acercaba de nuevo a la puerta, rápidamente se secó los párpados en el sweater que traía puesto y esperó. Entonces apareció Gabin escoltado por varios militares, siempre sonriendo de una forma sospechosa. Se apartó un mechón de lacio cabello rubio que le caía sobre la cara y dijo en ruso, con la serenidad que le caracterizaba:
—¡Hace un hermoso día allá afuera! Perfecto para viajar. Supongo que no tendrá mucho equipaje, señor Mijáilov; pero igualmente vine a preguntarle si quería volver un momento al dormitorio de la señorita Cárdenas para llevar consigo algunos objetos que podría necesitar. Su laptop o algo así.
Kisa respondió en el mismo idioma y levantándose para apartarlo de su camino, aun cuando los militares se pusieron inmediatamente en guardia:
—Quiero asearme y cambiarme...Me siento tan inmundo como tú.
—Como guste.
—¿Ella está ahí?
—Me temo que no. Al entrevistarla me di cuenta de que estaba ante una víctima del síndrome de Estocolmo y cuando comenzó a ponerse muy nerviosa le di un calmante, actualmente duerme. La llevaremos así hasta nuestro destino y empacaremos sus pertenencias por ella. Le prometo que usted podrá verla en cuanto consideremos que ha recuperado un poco su estabilidad emocional. Un encuentro con usted en este momento tan crítico podría hacer que la pobre comience a sentir aversión por su persona, y no queremos eso, ¿cierto?
El selenita lo miró con desconfianza y luego siguió su camino.
La mañana avanzaba con rapidez, como ansiosa por irse también. Tolley y Wellman fueron casi los últimos en salir de las instalaciones subterráneas. La luz del sol sobre el paisaje desértico los cegó por unos segundos y luego rieron como niños, felices de haber salido a la superficie. Un equipo de médicos los examinó brevemente y luego les entregaron unos tapabocas mientras un equipo de limpieza especializado esterilizaba su equipaje y lo clasificaba. El ambiente estaba saturado con el olor de las sustancias desinfectantes y el ruido del ajetreo de los militares, pero eso no impidió que Tolley y Wellman se sentaran sobre unas cajas mirando al horizonte; disfrutando unas tazas de café que les proporcionó un soldado. Wellman suspiró y dijo:
—El área 51... ¿Le contarás a tus nietos?
—¿Que traje a su abuela a trabajar con una de mis exes, en un sitio donde un ruso psicópata y malformado casi nos mata, y todo por dinero? No, éste es el tipo de cosas que vas a tratar de olvidar con un psicoanalista.
—Yo creo que les contaré. Cuando el gobierno deje de vigilar cada uno de nuestros pasos y pueda convertirme en un viejo excéntrico.
—Más vale que disfrutemos mucho este dinero, casi nos ha costado la vida. Lo triste es que ahora viene el conflicto con mis tíos por el bebé de Maggie...
Wellman lo miró extrañado y preguntó:
—¿Qué ha pasado?, ¿piensas recuperarlo?
—Yo no, pero Lyn se ha puesto justiciera. Tiene un ataque de consciencia o algo así y me está presionando para que regrese el chico a su madre. Pero sabes que mi tía es una perra malnacida que preferirá ver al niño muerto antes que devolverlo. Lo más seguro es que a estas alturas mis tíos estén en Sudamérica con nombres falsos y que no los vuelva a ver jamás.
—Hombre, lo siento. Debe ser terrible para ti pasar por todo esto con tu hijo.
—Sí, claro...Tú sabes...Siento como algo ahí, en mi pecho...Qué sé yo.
Miraron al extremo de una pista de aterrizaje y divisaron una figura delicada deambulando. Parecía ser una chica de unos quince años, distraída con un Tablet Pc; llevaba lentes de sol, un tapabocas, un sweater rosa y un vestido corto con flores del mismo color. Su claro cabello rubio y lacio, largo hasta la altura de los hombros y ondeando al viento, lanzaba destellos dorados bajo el sol. Tolley sonrió diciendo:
—No sabía que también tenían ángeles capturados aquí. ¿Será la hija de alguien?
—Este no es exactamente el sitio al que traes a los chicos para que conozcan tu oficina. Si es la “hija de alguien” ese alguien debe ser muy importante.
—Se parece a Lyn, pero más joven, tú sabes…Más plana. ¿Tendrá más de dieciocho?
—Pues está realmente plana, pero será por lo flaca, no por la edad. Camina con las piernas abiertas, ¿no? Diría que es una zorra caliente de secundaria y no estaría mal montarla antes de irnos.
En ese momento apareció Gabin detrás de ellos, siempre sonriente, y se apoyó en los hombros de ambos; inclinándose para hablarles:
—¿Contentos de volver a ver la luz del sol?
—El sol, el aire fresco, las chicas sin batas de laboratorio ... Sí que estoy contento.
Respondió Wellman. Tolley bebió el último trago de café y señaló a la persona que caminaba por la pista de aterrizaje, diciendo:
—Gabin, ¿quién es esa chica? Será por el largo encierro pero la veo preciosa.
—¿Verdad que se ve lindo? Es Kisa, está probando su juguete nuevo. Es un geek nato.
Replicó Gabin y Tolley lo miró con asco, luego Wellman dijo entre dientes:
—¿Por qué mierda está vestido de mujer? ¡Tiene pito! Y no lo tiene pequeño…
Tom Tolley tuvo arcadas y entonces Gabin explicó:
—Verán, “Kisa” no es el diminutivo de “Lukasha”, es un mote femenino. Su madre lo educó como niña para castigarlo, pero él no lo entiende todavía, cree que es un asunto puramente estético y como siempre se cubría bajo largos y gruesos abrigos soviéticos en la base Nebo, y sus parientes eran muy salvajes para notarlo, nadie le ha dicho que es extraño usar vestiditos. Sospechamos que se enojará cuando sepa que fue engañado toda su vida, pero de alguna forma es gracioso. ¿Se han puesto a pensar en cuantas cosas nos han hecho creer nuestros mayores y en verdad no son como nos las dijeron?
Entonces Wellman preguntó arqueando las cejas:
—¿Y también usa lencería femenina?
Tolley miró a su amigo casi con dolor, preguntándose por qué alguien querría saber eso, y Gabin respondió:
—Sin sostén y nada atrevido, su madre lo educó para ser decente.
Ya hastiado, el doctor Tolley exclamó apretándose las sienes:
—¡Okay, demasiada información sobre el Norman Bates lunar! ... ¿A qué hora partimos?
—Usted en una media hora. Su avión los dejará en Alaska y de ahí podrán regresar a sus hogares y retomar su vida. Los demás iremos al estado de Washington y saldremos en dos horas. Debemos tomar ciertas medidas de seguridad, puede que “alguien” se torne agresivo durante el viaje.
El doctor Tolley se paró de un salto y sugirió:
—Pónganle un bozal...y unos pantalones de paso...Por cierto, Gabin, ¿podré seguir en contacto con Robert, ahora que él tomará este nuevo cargo?
—Naturalmente. La única regla que les exigimos cumplir es no hablar sobre su trabajo con nadie que sea ajeno a la investigación. Usted podrá seguir llamando a su amigo y saliendo con él a divertirse, como si simplemente trabajara en un laboratorio clínico cualquiera. Es lo que queremos que sus amigos y familiares piensen y la mejor forma de dar esa impresión es que ustedes piensen igual. Todo lo necesario será llevar una vida relajada y discreta.
Tolley se sintió más tranquilo con estas palabras y lo mismo ocurrió con Wellman. La calma por fin volvía para todos menos para Kisa, que seguía vagando por la pista, sintiéndose perdido en un mundo extraño.
Para el selenita, el estupor que sentía ante su nueva vida en la superficie terrestre aumentaba cada vez más. Esposado de manos y tobillos como un criminal, y custodiado por dos marines armados, llegó al aeropuerto internacional de Seattle-Tacoma donde fue con Gabin directamente del avión a una camioneta con cristales oscuros que tomó rumbo hacia el sureste; adentrándose en una zona boscosa. El paisaje verde lo maravillaba pero, como era su costumbre, prefería no exteriorizar sus verdaderas emociones limitándose a ver de reojo a la ventanilla, en silencio y cabizbajo. Gabin lo observaba sonriendo, como adivinando lo que estaba pensando; hasta que ordenó al conductor detenerse en un tramo solitario de la vía y entonces pidió a los marines que sacaran a Kisa. Bajaron del vehículo y se adentraron un poco entre los árboles, siguiendo a Gabin mientras el conductor los esperaba en el auto. El viento silbaba entre las ramas y el bosque ante ellos parecía tan espeso que daba la impresión de tener a la noche escondida en su vientre. Gabin fue hasta unos matorrales y cortó una delicada flor roja que ofreció a Kisa mientras decía en ruso:
—Dicen que la primera vez que se huelen es la mejor.
El selenita no respondió nada, miró a otra parte y con sus manos esposadas trató de componerse los lentes oscuros que se le caían, ya que apenas tenía unos pequeños apéndices de cartílago por orejas. Gabin intentó ayudarle pero al acercarle una mano al rostro, Kisa reaccionó agresivamente clavándole las uñas en la muñeca y arrancándole la piel como quien desprende la cáscara de una fruta, descubriendo una armazón metálica. El extraño J. Gabin simplemente sonrió y sacó unos guantes de cuero de su traje negro, para cubrirse. La mirada de Kisa por sobre los lentes era la de un animal desconcertado ante un enemigo desconocido. Gabin permaneció impasible mientras se sentaba en una roca, diciendo:
—Que complicado es usted, señor Mijáilov. Ha metido a estos amables marines en un grave problema a causa de lo que acaban de ver. Un secreto deja de ser divertido cuando tiene demasiados testigos.
A continuación, sacó un revólver nueve milímetros y disparó a las frentes de los marines, matándolos en el acto. Después guardó de nuevo el arma y dijo tranquilamente:
—Tendremos que continuar el viaje solo en compañía del conductor. Yo nada más quería brindarle a usted una experiencia agradable...Usted me recuerda mucho a mi padre, sí, alguna vez tuve un padre. Quisiera hablarle más al respecto de esto, pero comprenda que en mi posición debo mantener el anonimato. Yo en realidad no trabajo para el gobierno de Estados Unidos o el de Rusia, sirvo a quienes están por encima de ellos.
Kisa lo miró fijamente mientras contemplaba la idea de escapar y entonces Gabin dijo:
—Ni lo intente, señor Mijáilov. Si huye, tenga por seguro que no dispararé contra usted, castigar su insolencia así sería muy poco inteligente. Sencillamente lo dejaría escapar y luego, si no aparece más, sería su madre la que pague su falta con la vida.
El selenita lo miró como incrédulo y Gabin continuó diciendo, sin perder su fría sonrisa:
—Debe confiar más en mí, confiar en que es mejor hacer lo que yo diga, puesto que en mis manos artificiales está su porvenir. No haga esfuerzos por hablar o tratar de amedrentarme, sé lo que está pensando, sé lo que está sintiendo. Su vida para mí es como una historia en un viejo libro que leí ya. Tranquilícese, su madre estará a salvo con sus abuelos y seguirá así mientras usted no nos de motivos para que ocurra lo contrario. Pero, seamos sinceros, usted está más interesado en un asunto muy ajeno a su madre. Algo tan anhelado y a la vez temido por usted que prefiere hacer como si no existiera, aunque está ahí...Carcomiéndole los pensamientos a cada segundo. ¿Se avergüenza usted porque yo lo sé?, pierda cuidado; no me echaré a reír como la mayoría, señalando al monstruo patético que sufre por un amor imposible.
El viento sopló entre las ramas, en un silbido siniestro. Kisa guardó silencio unos segundos más y luego murmuró:
—Ustedes querían que esto sucediera...Que yo la deseara a ella...
—No, no, todo fue muy espontáneo. Maggie hizo el milagro así, por casualidad. La muchacha por sí sola es más inofensiva que el algodón de azúcar, pero en las circunstancias correctas se volvió una dulce trampa. Y señor Mijáilov, ¿cómo alejarse de ella ahora? Difícilmente encontraría de nuevo en el mundo un alma tan noble, o tan tonta, como para confiar en usted y hasta brindarle cariño. Usted jamás volverá a tener tan cerca la felicidad. No solo por su aspecto. Es además por su forma de ser, su origen, su historia...Es usted un ser espeluznante, como escapado de una pesadilla, ni siquiera su madre pudo amar ese rostro siniestro. Pero Maggie sí lo hizo. Ella besaba su frente a menudo, ¿alguna vez lo habían tratado así? Sé que la respuesta es no y le diré algo más: jamás volverán a tratarlo de ese modo si pierde a la chica. Ahora mismo la tienen nuestros médicos, le están insertando un aparato para localizar su ubicación en todo momento. La estamos convirtiendo en nuestra mercancía y ella no sospecha nada. Es tan inocente, tan tímida, tan obediente, tan frágil...Tan fácil de usar y hasta abusar...Y no me mire ahora con rencor por lo que estoy diciendo, usted también ha sacado provecho de la inexperiencia de la chica, creyó que realmente estaba sin vigilancia en la cama de Maggie. ¿Le recuerdo lo que hacía cuando esa ingenua estaba profundamente dormida? Pobrecilla. Tuvo suerte de que ella nunca viera las manchas de semen por la mañana.
Kisa bajó la mirada, avergonzado, sin lograr comprender por qué ese hombre sabía todo eso y Gabin se levantó estirándose, diciendo mientras se dirigía de nuevo al vehículo:
—Sin duda usted me recuerda a mi padre, a ese tipo de gente ladina y primitiva que va por la vida rebotando de un extremo, sin pensar en las consecuencias. Bien, volvamos al auto. Aún nos queda un buen trecho por recorrer.
El selenita obedeció sin decir nada, caminando lánguidamente y cabizbajo. J. Gabin sonrió esta vez para sus adentros, había desmoralizado al selenita y así sería más manejable.
Finalmente llegaron hasta un edificio rodeado de altos muros cubiertos de hiedra y fuertemente custodiado, escondido cerca de una carretera rural olvidada que atravesaba el bosque. En la reja, otro hombre todo vestido de negro y con lentes oscuras los esperaba y Gabin bajó la ventanilla para saludarlo con un gesto, entonces la reja de entrada al edificio se abrió. Una vez en la puerta principal, fueron recibidos por más hombres vestidos de negro; todos guardando absoluto silencio con una expresión seria, excepto por Gabin; que siempre parecía estar sereno. Condujeron al selenita hasta una sala de espera donde se encontraba el viejo doctor Mitkov, que al verlo saludó en ruso:
—¡Hola, te estaba esperando, Kisa! No hay rencores sobre lo que pasó. Ya me han puesto al tanto de tu relación con la dama fallecida en la sala de autopsias y te comprendo. He sabido que estás más abierto a la gente últimamente.
El selenita lo miró un momento con rencor, se le acercó lentamente y luego señaló a Gabin, preguntando en voz muy baja:
—¿Quién es ese?
Mitkov respondió, bajando la voz también:
—No lo sé en realidad, creo que jamás lo sabremos. Su trabajo es observar, investigar y persuadir usando cualquier método.
Entonces Kisa dijo en tono de amenaza:
—Me incomoda, es muy extraño...Si no se va tendré problemas con él...
—No puedes poner tus condiciones aquí. Escucha, todo estará bien, solo necesitamos hacerte unos exámenes más. No puedo darte detalles al respecto porque yo tampoco sé mucho, acabo de llegar y aún estoy convaleciente por las lesiones que sufrí en Nevada. Cuando llegue el doctor Wellman podrás preguntarle todo lo que quieras. Él será el nuevo jefe de la investigación.
—¿Quién es Wellman? ¿El médico de pelo negro que grita mucho?
—No, es uno rubio muy extrovertido. No se confunde.
—Ah...Ese, junto a una puta que olía a sexo, me ayudó a escapar. Ambos abrieron la habitación donde tú y el militar me encerraban... ¿Dónde está él, tu amigo el militar?
El doctor Mitkov lo miró un momento consternado y tras recuperar el aliento respondió:
—Está postrado en cama, Kisa. No volverá a caminar, le rompiste la columna. Me contabas sobre el día en que escapaste… ¿Cómo sucedió?
—La prostituta abrió y se me acercó con lástima, como si me restregara en la cara el hecho de que ella era mejor que yo. Eso me enfureció, aunque realmente estaba más interesado en salir de ahí. Dejé que se me acercara y entonces la ataqué. Me agradó ver su cara de espanto cuando estaba a punto de matarla y su amigo huyó meándose de miedo. La gente en la Tierra no está acostumbrada a la sangre, viven cómodamente sin esfuerzo, lo que me inspiran va más allá del deseo de justicia o la envidia...Quisiera destriparlos a todos...
El anciano meneó la cabeza y murmuró compasivo:
—Podría y debería condenarte, pero estás tan herido, hijo...Tan herido...
—Irónicamente, me alegra no haber atacado a ese Wellman. De no ser por él, ahora yo estaría muerto gracias a ti. Planeabas dejarme morir, encerrado.
—De ninguna manera, Kisa. Intenté desesperadamente ayudarte a sobrevivir pero era inútil, tú no cooperabas. Me contaron que luego aceptaste los mismos alimentos que yo te ofrecía, de manos de la chica nueva en el equipo.
Kisa guardó silencio abandonando la actitud agresiva y Mitkov continuó:
—Ella, Wellman y otra doctora, Voyager, se reunirán con nosotros en poco. Mientras, querrán revisar el estado en que llegaste a este lugar. Yo también debo ser puesto al tanto de otros asuntos concernientes a mi trabajo. Me alegra que estés siendo más colaborador con nosotros, pero te aconsejo lo seas aún más...Sé inteligente.
El selenita fue sacado de la habitación por dos enfermeros fornidos y Mitkov se frotó la barba, pensativo. Entonces reparó en que Gabin desde lejos había fijado la vista en él, con una sonrisa indescifrable. Mitkov lo miró también y dijo secamente:
—Hable. ¿Qué necesita de mí?
—Venga conmigo, quiero mostrarle algo.
Mitkov siguió al misterioso hombre de negro hasta un espejo de doble vista en el que podía observarse una pequeña sala, donde un individuo repulsivo fumaba sentado ante una mesa. Era en muchas formas parecido a Kisa, pero mucho más tosco de rasgos. Su boca grande y casi carente de labios era similar a la del selenita, al igual que su complexión delgada; de miembros largos y finos pero, a diferencia del nieto de Gennadi Mijáilov, sus manos y pies eran enormes y grotescos, con dedos largos y gruesos. Su piel no era pálida y lampiña como la de Kisa, sino cubierta manchas e imperfecciones principalmente en el rostro; además de tener vellosidades en algunas partes. Su nariz era diminuta también y sus ojos sin cejas eran saltones con grandes bolsas bajo los párpados inferiores. La diferencia más notoria era que su rostro no era un fino óvalo como el de Kisa sino una gran cara redonda coronada por cabello corto, rojizo y reseco. El extraño hombre vestía una camisa abotonada que le quedaba grande, y unos pantalones de corte americano sujetos penosamente bajo una protuberante barriga con un cinturón de cuero negro; parecía estar muy deprimido. Gabin lo señaló y dijo a Mitkov:
—Le presento al señor Joseph White, una de las dos personas con vida aquejadas por el hasta ahora llamado síndrome de Selene. Un trastorno con la particularidad de volver el cuerpo humano apto para habitar en el espacio y cuyos efectos positivos nos gustaría replicar en el laboratorio. La otra persona con la misma afección es Lukasha Mijáilov. Hemos estudiado a otros cuatro sujetos con signos similares a los de ellos, todos eran sobrevivientes de otra base lunar secreta propiedad de Estados Unidos, Pan II. Esta base se construyó mediante planos robados por algunos de nuestros espías en la Unión Soviética y tecnología obtenida mediante ingeniería inversa. Al igual que la base Nebo, Pan II se construyó bajo la superficie lunar y se abasteció de agua y minerales obtenidos del suelo. Los sujetos deformes y sociópatas aparecieron en la primera generación nacida en la base y, al igual que en Nebo, los colonizadores perdieron la razón. Nunca se supo exactamente qué hizo que los astronautas mutaran en monstruos asesinos. Los colonos simplemente comenzaron a procrear seres deformes, a practicar el canibalismo y a tener ataques violentos de paranoia. Finalmente, en 1992, uno de los colonizadores no soportó más; tomó a los más jóvenes de la base, entre ellos al señor White, y voló Pan II escapando en un transbordador espacial de emergencia. Logró volver a la Tierra con cinco pequeños niños acompañándolo. Dos de ellos murieron junto al adulto cuando regresaban a la atmósfera terrestre, otro murió por complicaciones cardíacas a los pocos meses de haber llegado a la Tierra y otro más fue muerto de un tiro en la cabeza hace un par de años cuando devoraba el rostro de uno de nuestros médicos. Finalmente, solo quedó el señor White quien sufre regularmente de episodios depresivos y ha tratado inútilmente de adaptarse a la sociedad ocultando su verdadero lugar de origen. Fue arrestado varias veces por su conducta agresiva y bajo cargos de abuso sexual. Este comportamiento es común en los aquejados por el síndrome de Selene. Además su físico es característico: tienen una complexión delgada, musculatura poco desarrollada pero tendones y ligamentos extremadamente flexibles y fuertes que les permiten tener una fuerza superior a la normal, ser ágiles y especialmente diestros en reptar por el piso y meterse en lugares poco accesibles. Su rostro es también típico: boca amplia de labios delgados y dientes afilados generalmente separados por diastemas, mucosas negras, ojos grandes aptos para ver en la oscuridad, orejas poco desarrolladas pero un sentido del oído muy agudo y nariz pequeña. Su olfato también es muy desarrollado y ciertos olores pueden provocarles emociones fuertes, a veces hasta tornarlos violentos. La conducta de los selenitas es lo más inquietante: tienen un C.I. alto, pero son propensos a desarrollar trastornos de personalidad, depresivos y sexuales. Tienen ataques de ira asesina, también rasgos de sadismo y paranoia; en situaciones sociales suelen mantener un bajo perfil y de pronto atacar a sus acompañantes, por lo que necesitan medicación psiquiátrica permanente. Son asesinos natos, sus genes son microscópicos exterminadores de los rasgos que separan a las fieras de la raza humana. Si solo pudiéramos encontrar cuál fue el agente causal que degeneró el ADN de estos seres pero los volvió capaces de sobrevivir en la Luna, tendríamos en nuestro poder la clave para la colonización del espacio y un arma biológica capaz de hacer el peor daño a cualquier sociedad: envenenar sus bases, a las familias, condenándoles eternamente a una descendencia horripilante encaminada la autodestrucción.
—Esto es enfermizo...
Murmuró Mitkov, y el hombre de negro dijo con una sonrisa:
—¿Usted lo cree así? Quizás sea el próximo paso de la evolución, la destrucción del Homo sapiens para abrirle paso una nueva especie de hombre: brillante, ágil y fuerte como el señor Mijáilov. Y si esto no funciona, a una nueva forma de vida no biológica basada en la humanidad, que sepa aprovechar mejor los recursos de este planeta. ¡Es un destino ya inevitable! El futuro.
Mitkov tuvo un escalofrío y Gabin agregó:
—Al comparar los hallazgos sobre el síndrome de Selene obtenidos a través del caso del señor Mijáilov con los que se obtuvieron en los sobrevivientes de Pan II, observamos que hemos conseguido mayor información con la investigación del caso ruso; por lo que ahora es nuestra prioridad. Mañana, cuando llegue el resto del equipo, reanudaremos el trabajo. Ahora descanse, una vivienda ha sido asignada para cada uno de ustedes en la isla Mercer del lago Washington; ahí podrán llevar una vida discreta cuando no estén trabajando con nosotros. Sus misiones serán sencillas. Solo queremos que den seguimiento a los casos y examinen las muestras obtenidas en la Luna para encontrar el agente causal del síndrome de Selene. Eso incluye algunos experimentos en sujetos de prueba, claro está.
—¡¿Seres humanos?! ¿Intentarán replicar el mal de la Luna…en seres humanos?
—Reos, prostitutas, vagabundos...Especímenes con una mente sana pero que no serán echados de menos por nadie. Hasta ahora solo hemos conseguido intoxicarlos o provocarles esquizofrenia y, al cruzarlos entre sí, sus defectos no son heredados a la prole. Quizás ahora con las muestras obtenidas de la base Nebo lleguemos a encontrar el origen de Selene.
—Es horrible...
Comentó Mitkov espantado, Gabin se encogió de hombros diciendo:
—Oh, el horror durará menos si ustedes consiguen que el señor Lukasha confiese qué leyó en los manuscritos de su abuela. “El veneno”, estamos seguros, es la clave.
—¿Y qué sucederá ahora con Kisa?
—Pasará la noche aquí, supongo. Cuando aparezca la joven Maggie buscaremos un lugar en Seattle donde establecerlos sin que llamen demasiado la atención. El presupuesto destinado a los sujetos de prueba y a los asistentes es menor al de los científicos, pero sin duda vivirán cómodamente.
—¿Soltaran a Kisa en la ciudad...?
—¡Él puede hacer lo que quiera! Es parte de nuestra investigación, observar su conducta en sociedad sin mayores limitaciones. Además, estará bajo la supervisión de la joven Maggie. Ella seguramente podrá contenerlo, si no, simplemente será desechada.
30 de mayo de 2012
La luz del sol colándose a través de una ventana de la modesta habitación de una clínica privada en las afueras de Seattle llegó hasta el rostro de Maggie, despertándola. Inmediatamente tuvo la sensación de que algo no estaba bien. Tras levantarse de la cama, se asomó por la puerta a un pasillo para ver si alguien estaba cerca y observó la habitación en busca de cámaras, encontrando una empotrada en el techo. Llevaba puesta solamente una bata de paciente hospitalario y en su antebrazo izquierdo había una herida vendada que le ardía y no recordaba haberse hecho. La palpó con cuidado y sintió como si tuviera enterrada una pequeña espina de metal o algo parecido. Un sentimiento de horror la embargó y salió corriendo de esa habitación, buscando una salida. En una pared divisó un reloj que marcaba las seis de la mañana, supuso que tenía poco tiempo antes de que los empleados de la misteriosa clínica empezaran a circular por los pasillos. Desde unas ventanas pudo darse cuenta también de que estaba en un tercer o cuarto piso y al llegar al ascensor vio con espanto que alguien venía subiendo. Corrió a otro pasillo encontrando unas escaleras y bajó a toda prisa hasta un sótano, cerrando tras de sí la puerta que además trancó con una escoba que encontró en el lugar. Siguió corriendo hasta ver una salida a los estacionamientos subterráneos y entonces escuchó ruidos de hombres persiguiéndola. Sin quedarse a ver quiénes eran, salió a través de un portón hacia una calle solitaria y siguió corriendo por unas seis calles hasta el cobertizo de un edificio que parecía ser una iglesia. Ahí, finalmente se detuvo y envolvió sus pies, llenos de rasguños luego de correr casi medio kilómetro descalza sobre el pavimento, con tiras arrancadas de su bata. Trató de pensar qué hacer cuando escuchó a dos automóviles estacionarse cerca y una voz diciendo: “está en el cobertizo”. Se puso de pie de un salto y corrió a unos apartamentos, buscando callejuelas y recovecos para hacerlos perder la pista pero parecía que sus perseguidores leían su mente, adivinando a dónde se dirigía. Entonces recordó la herida en su antebrazo y tuvo una idea. Tomó una roca que encontró en un patio y rompió la ventana de una vieja casa, despertando a sus ocupantes y tomando un largo trozo de vidrio roto; para luego volver a correr hasta un río. Siguió sin detenerse hasta llegar debajo de un puente, donde encontró un acueducto en el que entró y, aprovechando que había ganado un poco de ventaja sobre quienes le perseguían, se quitó la venda del antebrazo y usó el trozo de vidrio para cortar las suturas y abrirse la herida. Poniendo el dolor en un segundo plano, se hurgó entre la carne abierta hasta encontrar un pequeño objeto rectangular plateado. Logró sacárselo del antebrazo pero le quedó adherido en la piel por la sangre. Iba a sacudírselo para tirarlo cuando escuchó que alguien entraba al túnel y gritaba desde lejos:
—¡Señora!, no vamos a hacerle daño, trabajamos en el mismo proyecto de investigación en que está usted.
Maggie pensó un momento que hacer y luego tiró el vidrio ensangrentado en un charco de agua que uso para lavarse un poco también, volvió a colocarse la venda dejando escondido entre la piel y la tela al cuerpo extraño que había en su antebrazo; entonces se acercó tímidamente a quienes la perseguían y al notar que no estaban armados dijo, con voz trémula y corriendo a abrazarse a uno de ellos:
—¡Oh, que alivio!, tuve un susto de muerte al despertar ahí. Creí que me habían secuestrado... ¡Viví un trauma tan terrible en Nevada que aún estoy confundida!
El hombre la tranquilizó diciendo:
—Todo está bien señora. Ya está a salvo.
Luego, el hombre se dirigió a uno de sus compañeros que llevaba una Tablet que no dejaba de consultar:
—Aún tiene puesto el...
—Sí. La señal es fuerte y clara.
—Bien, volvamos a la clínica.
Maggie dijo de inmediato:
—¡No por favor, ahí ya no! Ese lugar me provoca un malestar espantoso, ¿podría mejor alojarme en un hotel?
—Señora, tenemos órdenes de llevarla de regreso a la clínica para que de ahí puedan enviarla a su nueva residencia. Además, deben revisar la herida de su antebrazo.
—Ah...esta herida...Seguro me la hice accidentalmente mientras dormía en el avión, ¿verdad? Por cierto, ¿ya estoy en el estado de Washington...?
—Así es. Acompáñenos. Luego podrá tomar su equipaje e ir a instalarse a la casa que le asignaron en Seattle.
Maggie aceptó, jugaría el papel que fuera necesario con tal de sobrevivir y eventualmente escapar. Al llegar encontró algunas de sus pertenencias sobre la cama, se cambió de ropa, trató de mostrarse amistosa y colaboradora hasta que una enfermera quiso cambiarle las vendas. Entonces dijo que eso no era necesario, ya que ella podía hacerlo sola; pidió que mejor la llevaran a su nuevo hogar cuanto antes. Para su alivio, la enfermera que la atendía accedió y luego de que le entregaran el resto de su equipaje la condujeron a un taxi que la esperaba afuera de la clínica y la llevó hasta el centro de la ciudad. El taxista le entregó un sobre, se despidió de ella y arrancó, dejando a la muchacha con su equipaje en la calle. La ciudad gris a su alrededor se llenaba de vida con el ir y venir de autos y personas que transitaban las calles enfrascadas en sus propios mundos. La muchacha abrió el sobre y encontró una serie de documentos unidos con un clip, y una llave. Una tarjeta venía por encima de todos los papeles y ahí se leía una dirección, la de su nuevo hogar. Maggie caminó un par de calles, preguntando a los lugareños sobre la dirección, y finalmente llegó hasta un viejo edificio de apartamentos. Subió por un elevador destartalado que olía a tabaco hasta su nueva residencia, destartalada y plagada de cucarachas; en cuyas paredes colgaban sospechosas cajas con una lente en el centro. Sin pensarlo dos veces salió de ahí y revisó sus documentos. Tenía una nueva identificación como “Margueritte Mijáilova” y una tarjeta de crédito a nombre de esa nueva identidad que leyó pensando: “genial, me casaron con Kisa...” Buscó un banco mientras iba cargando con todas sus maletas y el antebrazo le dolía horriblemente, al encontrarlo entró y pidió su estado de cuenta. Así se enteró que tenía cincuenta millones de dólares a su nombre y casi se fue de espaldas. La empleada del banco que la atendía sonrió:
—¿Se siente bien, señora Mijáilova?
—Sí...Sí, disculpe...Es solo que...Hace tiempo que no venía a ver cuánto tenía en el banco y ...pues ahora pienso... ¿Y yo que haré con ese dineral?
La empleada se le quedó mirando con asombro:
—Lo que usted disponga, ¡es suyo!
—¿Puedo...Puedo enviarle algo de eso a mi padre?
—Me parece que sí...si es lo que desea.
—¿A mis tíos, mis primos, mis padrinos, mis abuelos y ... a unas vecinas que eran amigas mías en la escuela?
—Sí. ¡Usted puede hacerlo!
Rio la empleada. Maggie siguió pensando en voz alta:
—Bien...Si le doy un millón a cada uno...Eso aún me deja bastante sin ninguna utilidad...Vaya, luego pensaré qué hacer. Por cierto, ¿sabe usted dónde podría encontrar a un buen abogado?
Ya con incomodidad, la empleada replicó mirando a Maggie de arriba a abajo, una y otra vez:
—Pues no sabría recomendarle uno... ¡Pero usted tiene la posibilidad de simplemente buscar en la web al mejor del estado y contratarlo!
—Sí...Supongo… ¡Gracias!
Contestó la chica y salió del edificio agradeciendo a todos y dando traspiés, ya sentada lejos en una banca de la calle se sintió bastante tonta al recapacitar en la conversación que acababa de tener con la mujer del banco. Siguió andando con sus maletas hasta parar en un parque donde compró una hamburguesa y se sentó a pensar. Se entretuvo revisando su billetera y comprobando si aún estaba ahí la pequeña foto de su hijo que siempre llevaba consigo en un compartimento especial. Entonces tuvo una idea y fue a una joyería para conseguir un relicario donde guardarla mejor. Minutos luego, cuando le entregaban lo comprado, notó que su antebrazo seguía sangrando. Salió de la joyería directo a una farmacia donde consiguió una tijera, alcohol, gasas y esparadrapos. Luego caminó hasta una catedral y fue a un rincón solitario del templo donde se quitó las vendas y terminó de arrancarse el cuerpo extraño, que luego limpió cuidadosamente y guardó en el relicario junto a la fotografía de su hijo para llevarlos colgando de su cuello. Aún no quería ser una fugitiva, pero sí tener la capacidad de serlo. Luego se curó la herida y la cerró con las gasas y el esparadrapo. Entonces comenzó a sentirse cansada y se limitó a buscar el hotel más cercano y limpio que pudiera encontrar; una vez lo hizo, tomó una habitación que cerró poniendo un armario tras de la puerta; tomó un largo baño y después durmió profundamente. Casi a las dos de la madrugada despertó sin abrir los ojos y buscó a tientas a su lado, esperando encontrar a Kisa. Entonces recordó todo lo ocurrido y se revolvió entre las sábanas, tenía el pecho adolorido y húmedo. Suspiró y se restregó los ojos pensando: “¿quién diría que su atrevimiento al final fue beneficioso?, ahora tengo de nuevo este problema. Pobre señora Yolanda, nunca llegó a curarme...Todo por culpa del necio de Kisa que tuvo que... ¿Cómo estará él ahora?, seguro callado y huraño...Seguro no comió nada porque es así de terco... y ya van dos días en que no lo veo...Debí dejar una especie de manual de cómo cuidarlo. No le gustan los ruidos fuertes, no le gustan las luces brillantes, no le gusta sentirse sucio, no le gusta... ¿qué le gusta? ... ¿Estar conmigo?” Volvió a conciliar el sueño y al salir el sol tomó su laptop para buscar casas ya amuebladas en venta. Encontró una en las afueras de la ciudad y se contactó cuanto antes con el agente de bienes raíces. Luego de pasar todo el día haciendo llamadas y cruzando los dedos, llegó a un trato; al caer el sol ya estaba en un taxi de camino a su nuevo hogar: un polvoriento caserón victoriano en una calle solitaria cerca de un bosque y separada de las otras casas viejas, habitadas casi todas por ancianos, por poco menos de medio kilómetro de arboledas. Una vez llegó, arrastró sus maletas hasta el dormitorio y se tiró en la cama a recobrar el aliento. Entonces el teléfono de la casa sonó. Extrañada, se estiró hasta la mesa de noche y respondió:
—¿Buenas tardes?
—Hola, Maggie.
La voz de Wellman la espantó y tragó saliva, diciendo luego:
—Hola... ¿Ya está en Washington usted también, doctor?
—Así es. Pasaré por ti mañana a eso de las nueve.
—¡¿Sabe dónde estoy?!
—Eh...Eso creo. Turn me llamó diciéndome que no tenías auto y que por favor te recogiera, él me dio tu teléfono y tu dirección. Dice que acabas de comprarte una casa en las afueras de la ciudad. ¿Por qué no te mudaste a un sitio más agradable?, la zona que escogiste es un poco aislada.
—Vaya, tener un amigo hacker es un poco perturbador...No se preocupe, doctor. Este sitio no es peor que el apartamento que me habían asignado originalmente. ¿Usted sabe cómo está...?
—¿El extraterrestre?, ni idea. Ojalá no se haya comido a nadie. Mañana lo veremos supongo, vivo o diseccionado y listo para guardarse en formol.
A Maggie se le encogió el corazón y dijo, sentándose en la cama:
—Lo espero mañana temprano. Que tenga una linda noche.
A las ocho de la mañana siguiente, Wellman llegó a casa de Maggie para recogerla en un auto deportivo nuevo. El hombre, vestido con una camisa polo, pantalones caquis y lentes de sol; se ató un sweater sobre los hombros y luego miró a la casa de Maggie con cara de horror. Cuando la chica salió, ojerosa y despeinada, él se apresuró a abrirle la puerta del vehículo mientras decía:
—Sinceramente, podrías escoger algo mejor para vivir.
—¿Por qué? Esta casa me parece linda, cómoda y aparentemente no tiene cámaras.
—Aun así nos vigilan todo el tiempo. Es mejor acostumbrarse. A mí no me incomoda, siempre fui un poco exhibicionista.
Tomaron rumbo hacia el edificio escondido en el bosque, mientras Wellman se esforzaba por hacer hablar a la tímida adolescente:
—Tú eres una emo, ¿verdad?
—No realmente...
—¿Que no lo eres?, todos los chicos son algo a esta edad, buscan su lugar en la vida a través de subculturas. Yo fui un patinador callejero, o al menos intenté serlo hasta que me caí de espaldas sobre las escaleras de la escuela y me fracturé el coxis; fue una pesadilla que no quiero recordar. Al año siguiente entré al equipo de football y ahí comencé a encontrarme conmigo mismo, a saber quién era realmente.
—¿Un competidor aguerrido...?
—Un hijo de puta que aplastará a todos en su camino con tal de anotar.
—Pienso que...la apariencia no define a nadie en realidad. Hacerse de una identidad propia es más que tener un estilo. Creí que había descubierto quien soy realmente cuando conocí a ... al padre de mi hijo, pero no...Luego creí que lo había logrado al tener a mi hijo...Pero también fue un espejismo. Más tarde en Nevada, cuando vi la muerte a los ojos y dormí a su lado, me di cuenta de que siempre supe quién soy pero no quería aceptarlo. No sé por qué, realmente no era tan terrible...
Wellman estiró el brazo hasta el asiento trasero, sin apartar la vista de la carretera, y tomó una laptop que entregó a Maggie diciendo:
—Enciende esto y busca en el escritorio la carpeta “Bola de queso”. Ábrela.
—¿Qué es...?, ¿algo de cocina?
—No, chica boba. Son todos mis informes y archivos personales sobre el selenita. Trata de estudiarlos ahora en el camino y comienza a idear una estrategia para seguir conservando su confianza. Estarás a cargo de él durante largo tiempo...
—Está bien.
Respondió la muchacha con resignación y comenzó a leer y ver los videos de las entrevistas que hizo Gabin. Luego de un silencio que duró casi diez minutos, Wellman la miró de reojo y preguntó ya con ansias:
—¡Pero, di algo! No te acobardarás ahora, ¿o sí?
—No, no...Es solo que es tan triste pensar que haya niños viviendo así...Tras saber toda su historia, comienzo a comprender por qué hizo lo que hizo...
—¡Freud ya murió así que dejémonos de compasiones psicoanalíticas! Kisa no es ningún huerfanito desvalido del África. El bicho ese, por muy patética que sea su infancia, es un maldito asesino sádico. Escucha lo que te digo, algo he de saber yo siendo un psiquiatra: no importa que tan tierno y afectuoso pueda parecer contigo, tarde o temprano su naturaleza agresiva emergerá y te dará un buen susto si no sabes manejar la situación. En sujetos perturbados como él, los sentimientos entran a veces en cruentas batallas dentro de sus mentes; arquetipos legendarios se enfrentan entre sí y causan tales estragos durante la lucha que el caos y la muerte pueden desbordar del individuo amenazando con arrasar hasta con quienes lo rodean. Si eso sucede, mantente en tu papel. Tú serás tan intocable para él como lo hayas convencido de que lo eres. Si incluso esto falla...empieza a encomendarte a tu Guadalupana. Nada es seguro cuando tratas con psicópatas.
Finalmente llegaron al laboratorio secreto y se encontraron con el doctor Mitkov y la doctora Voyager. Mitkov los saludó diciendo:
—Bienvenidos al carnaval de los monstruos, donde nosotros también somos parte del espectáculo. Doctor Wellman, espero que esté preparado para ver otra buena porción del iceberg.
—¿Hay más?, espero que esta vez no oculte información al resto del equipo, doctor Mitkov. Ahora que estoy al mando, quiero que formemos una verdadera inteligencia colectiva y eso significa total comunicación y cero secretos entre miembros de este grupo de trabajo.
—Lo comprendo doctor, no habrá secretos para usted salvo los que yo también desconozca. Y le aseguro, deben ser bastantes.
—¿Dónde está nuestro extraterrestre?
—No he visto a Kisa desde anteayer. Pero existen muchas otras razones para preocuparse aparte de la agresividad del nieto de mi buen amigo Gennadi.
—Pues venga y póngame al tanto ya. Doctora Voyager, acompáñenos también; usted jamás se entera de nada y ya es tiempo de que empiece a hacerlo. Maggie, tú ve a buscar al selenita y cerciórate de que esté completo.
Maggie obedeció tímidamente y se internó en el edificio de diseño minimalista, blanco y con ciertos elementos de cristal iluminados por lámparas estratégicamente colocadas; de pronto recapacitó en que no tenía la menor idea de adónde ir. Siguió deambulando por los pasillos hasta llegar a una zona solitaria en torno a un jardín de piedra. Observó las grandes rocas agrupadas alrededor de un pino retorcido plantado entre la arena rastrillada, y de pronto le pareció ver del otro lado del jardín a una figura delgada y siniestra. Corrió tratando de alcanzarla pero al llegar la figura ya no estaba, vio una puerta abierta cerca y entró a buscarla ahí dentro. Tras la puerta había otra más de color rojo y entró también con cautela. Encontró otro pasillo muy angosto y blanco que se desviaba a la derecha. Lo siguió y descubrió que el pasillo seguía avanzando y tomando diferentes direcciones, bifurcándose y trifurcándose a veces; hasta que se dio cuenta de que eso era un laberinto. Entonces vio con el rabillo del ojo a una sombra delgada, que se movía suave y ágilmente como un gato, desaparecer tras de una esquina. Corrió hacía ahí y al doblar el camino se encontró con un hombre espantoso frente a ella. Un grito de horror se le escapó y el extraño ser de cuerpo desproporcionado y cabeza redonda se le acercó caminando despacio, mirándola lánguidamente y hablando casi con el mismo siseo que tenía Kisa pero menos marcado:
—Hola. Disculpa si te asuste, imagino que no esperabas tener compañía en el laberinto de meditación, se supone que esto relaja y disipa tus impulsos negativos...o eso dicen. Me llamo Joseph, ¿y tú?
La muchacha respondió casi temblando:
—Ma-Maggie...Hola...Buscaba a un amigo...
—Nadie más está aquí. He estado solo desde hace unos quince minutos. Vine a que me hicieran unos chequeos médicos de rutina. Nada fuera de lo común. Realmente no estoy enfermo pero nací con cierta condición médica...Tú sabes.
—Sí...Es bueno...ocuparse de la salud.
—Te ves muy joven, ¿qué haces aquí? Deberías estar en la escuela con tus amigas.
—Yo...ya me gradué de la escuela...Hace casi dos años...
El extraño Joseph siguió con la conversación a la vez que iba acercándose a ella de a poco:
—¡Qué rápido! Debes ser un cerebrito. Yo apenas y pude ir a la escuela normalmente...y cuando lo hice todos me odiaron. Los chicos pueden ser muy crueles con los alumnos diferentes. ¿Estás aquí tú sola?
—No...Trabajo como asistente con un equipo nuevo de investigación y...
—¿Y ellos saben que tú estás aquí?
—No...Es decir, sí saben que estoy en el edificio. Pero no exactamente dónde.
—Oh, vaya. Imagino que no sabes cómo salir del laberinto. No te preocupes, yo te guiaré a la salida. Solo gira sobre tus talones y toma la dirección que yo te indique. Iré justo detrás de ti.
Maggie asintió con la cabeza y comenzó a avanzar con temor, sentía que algo estaba muy mal con ese hombre. Joseph seguía caminando suavemente tras de ella, hablando con una inquietante calma:
—Ahora gira a la derecha. ¿Quién es tu amigo al que buscabas? Ahora a la izquierda.
—Es un...Es un hombre que participa en una investigación.
—Comprendo. Pobre de tu amigo, es tan deprimente colaborar con “el laboratorio”.
—Sí...Espero que esté bien.
—¿Es tu novio? Cruza en la siguiente puerta.
—No, para nada...Es como un...Es una relación complicada.
—Entiendo. Ahora a la derecha. Son amigos “con privilegios”.
—No, nuestra relación es más como de madre e hijo...Además dudo que él se fije en mí, siempre está enfrascado en sus asuntos y él tampoco me atrae mucho...
—Qué lástima, no es de tu tipo. ¿Pero tienes novio o algo, aparte de tu amigo?
—No...No...Soy bastante solitaria...
—¿Cómo es posible?, una niña tan hermosa. Gira a tu derecha de nuevo. Yo tampoco tengo a nadie conmigo. Sigue recto.
Maggie comenzaba a sentirse demasiado incómoda con esa charla y trató de voltear para mirar al hombre que la acompañaba. Él parecía ir haciendo algo sin decirle y ella comenzó a alarmarse. Joseph continuó hablando:
—Yo he intentado muchas veces tener algo con una mujer, pero he fracasado siempre. El tema me obsesiona. Todas las mujeres que me encuentro son unas putas traicioneras y engreídas...Gira a tu derecha.
—Okay...
—En parte es culpa mía, dirán ellas, porque me veo repulsivo debido a mi condición médica. Tengo malos genes, tan malos que los médicos de aquí decidieron que era mejor hacerme la vasectomía para evitar que tuviera descendencia, ya que siempre andaba tras una mujer. Por desgracia, me desperté de la anestesia durante la operación, me puse...algo violento...y ocurrió un accidente. El médico me daño por dentro y desde entonces el pene no me funciona tan bien como yo quisiera, ¿sabes?
—Lo siento...
La chica caminaba encorvada, sintiendo una gran inquietud. Joseph siguió hablando:
—Cruza aquí...Luego de esa intervención fallida, comencé a sentirme aún más inseguro...Me sentía castrado...Entonces conocí a una bella mujer en una fiesta del laboratorio. Fue el gran amor de mi vida. Ella parecía verme como a una persona y no como a un fenómeno médico. Llegó a mi mundo y me acompañaba a los sitios de mala muerte que suelo frecuentar porque sé que ahí solo encontraré mierda tan apestosa como yo y nadie me criticará. Ella era como un ángel iluminando la oscuridad en que yo vivía...Finalmente, decidimos hacerlo una noche en el sofá...Yo estaba muy emocionado, tanto que simplemente no pude responder a la hora de ser un hombre...y me sentí avergonzado, frustrado...Furioso conmigo mismo. Pero ella me trató con infinita ternura y comprensión...O al menos eso pensé. Dos semanas luego la encontré en la cama con mi vecino...Quise matarlos a ambos y casi lo hice...De no ser porque alguien llamó a la policía y me arrestaron. Esa noche, ella pagó mi fianza y me llevó de nuevo a casa. Cuando volvíamos a casa le hablé de tratar de volver a intentarlo, de perdonar y volver a empezar...Pero ella me dijo que ya habíamos terminado, que no quería saber más de mí. Yo me sentí devastado aunque no dije nada...Esperé a que llegáramos a casa y cuando ella entró al baño para lavarse la cara, entré yo también sin que me oyera y le estrellé el rostro contra el espejo rompiéndolo en mil pedazos. Esa noche la violé unas treinta veces mientras le arrancaba pedazos de carne a mordidas y cuando ya no podía penetrarla más, tomé una escoba, botellas, cepillos...todo...y la destrocé por dentro. Entonces me cagué sobre ella y me sentí mejor. De pronto sentí que todo lo relativo a ella me molestaba, y que su cadáver sanguinolento y mi mierda eran una misma porquería. La arrastré hasta la ducha y la deposité ahí, dejando caer el agua. Luego llamé a mi psiquiatra de aquí, en el laboratorio. Ellos llegaron, limpiaron todo...Me recetaron Haloperidol...y desde entonces he estado muy tranquilo.
Las piernas de Maggie comenzaron a temblar y en ese momento dieron vuelta a la última esquina y llegaron a un callejón sin salida. Estaba atrapada entre tres paredes y ese hombre espantoso. No quiso voltearse a mirarlo, no quiso decir nada, solamente tomó aire y esperó. Entonces las manos huesudas y deformes de Joseph comenzaron a acariciarle los hombros, y ella violentamente se giró un poco para darle un codazo en el abdomen; tuvo la suerte de que su contrincante tenía mal equilibrio y que lo atrapó desprevenido, por lo que logró derribarlo; saltando después sobre él y huyendo de ahí. Joseph no tardó en ponerse en pie y comenzar a perseguirla velozmente por el laberinto. Maggie seguía perdida pero corrió sin detenerse a pensar hasta que dio vuelta en una esquina y se encontró con otro camino ciego. Joseph traía los pantalones desabrochados y parecía furioso, con sus horribles ojos inflamados fijos en ella. La muchacha se volvió para mirarlo también, ya no temblaba, ya no estaba asustada; con la adrenalina al máximo adoptó una actitud desafiante mientras decía:
—Tendrá que matarme para ponerme un dedo encima...¡¡Ya he soportado suficientes monstruos y humillaciones en mi vida!!
Joseph avanzó a ella alzando el puño y entonces cayó al piso inconsciente. Tras él estaba J. Gabin, con un aturdidor eléctrico. Maggie se recostó en la pared, aliviada y confusa. Gabin rodeó el cuerpo desplomado de Joseph para acercarse a ella y apoyarse en la pared también, hablándole:
—Debo cuidar con más empeño a nuestra joven asistente. Veo que ya conoció al señor White, señorita Cárdenas; o más bien señora Mijáilova. ¿Qué hacía aquí sola?
—Yo...buscaba a Kisa y luego...me perdí aquí y ese tipo...
—Señora Mijáilova, debió consultarme antes. Sucede que el señor Mijailov no está aquí. Siempre fiel a su costumbre de hacer lo que le plazca, atacó a nuestros enfermeros en un descuido y escapó por los conductos de ventilación. Sin embargo no se fue realmente, solo deambula por los alrededores del laboratorio. Supongo que es su forma de protestar: fastidiarnos la vida siendo obstinado.
—¿No han logrado hacer que vuelva al edificio?, ¿ha dormido allá afuera, en el frío y sin alimentos?, ayer llovió de noche.
—Pienso que quizás así aprenderá a ser más colaborador. Déjelo todavía esta noche hacer su capricho, en un par de días iremos a traerlo de una buena vez. Ahora, será mejor que regrese a su residencia y se relaje un poco. También sería bueno que se atienda esas heridas en los hombros, está sangrando sin parar.
—¿Heridas?, ¿qué heridas?
Maggie se palpó la nuca y se dio cuenta de que Joseph en realidad le había cortado la piel al tocarla pero ella no sintió el dolor. Volvió a su nueva casa y tuvo algunos mareos. Se tomó la temperatura y descubrió que nuevamente tenía fiebre. La mastitis que nunca se trató y se había mejorado temporalmente tras su encuentro con Kisa estaba cobrándole una factura muy cara a su salud. Tuvo que ir a la sala de urgencias de un hospital donde le recetaron un antibiótico, algunos analgésicos, y le indicaron que guardara reposo absoluto durante al menos una semana. Maggie volvió a casa y a la mañana siguiente vio que llovía, por lo que trató de levantarse para ir a buscar a Kisa. Se bañó, se vistió, tomó su desayuno, y salió decidida; con paso firme y la mirada llena de determinación. Atravesó el pórtico, dio tres pasos en la vereda de su jardín que iba de la casa a la calle y se desplomó como un saco de papas de cara en el pavimento, a la sombra de los árboles plantados ante la fachada de su casa. Una señora que paseaba a su perro y pasaba justo frente a ella gritó y salió corriendo.
3 de junio de 2012
A primeras horas de la mañana, una reportera era filmada por su camarógrafo mientras entrevistaba a un viejo labrador en una granja a unos cinco kilómetros de “el laboratorio”, bajo una fina llovizna que caía sobre el melancólico paisaje campestre:
—Estamos en la zona donde varios testigos han indicado haber visto al legendario azote de las granjas, la misteriosa bestia chupacabras. Anteayer, un joven de la localidad logró grabar con su teléfono a la criatura y colgó el impactante video en YouTube. En el ya famoso clip, efectivamente se observa de lejos a un ser de aspecto espeluznante rondando las granjas de la zona. Ahora, escuchemos las opiniones de los lugareños. Señor, por favor, ¿respondería algunas preguntas para nosotros?
—Con todo gusto.
Respondió el anciano y se caló el sombrero mirando a la cámara a la vez que era interrogado por la reportera:
—Díganos, ¿usted ha logrado ver al supuesto monstruo que ronda esta zona?
—Oh, señorita, me temo que todo ha sido una equivocación. He visto el famoso video que usted mencionó y debo decirle que esa persona que filmaron solo es un pobre niño drogado con una deformidad grave en el rostro que anda por aquí observándonos y a veces haciendo preguntas. Me parece que es un turista alemán o algo así, y definitivamente está muy drogado porque no reconoce ni al pasto, sospechamos que se ha comido un hongo venenoso. Hago mi atento llamado a la embajada alemana, o algo así, para que venga a ayudar a ese pobre niño extranjero vagabundo.
Mientras, Kisa caminaba sin rumbo fijo por las granjas cercanas al laboratorio. Una familia se había apiadado de su apariencia frágil y le regalaron ropa invernal de uno de sus hijos varones para soportar el frío, ya que se negó a entrar a su casa. Así descubrió por fin que su madre había intentado reprimirle su masculinidad toda su vida al vestirlo de niña, eso lo enfureció, perdió el deseo de colaborar con la investigación y estuvo mucho tiempo vagando desmoralizado. Se sentía traicionado otra vez por su madre y además cargaba el peso de ser el único sobreviviente de una tribu donde él era el líder que tendría que haberlos salvado; pasó el tiempo en un círculo vicioso de culpa, frustración y enojo, atacaría a la menor provocación. Esa mañana estaba al borde de una crisis de ira, cruzando un prado mientras veía de lejos a los autos que pasaban por la carretera; vestido al fin con ropa de chico, pasó de parecer una niña rara a parecer un niño raro, esa androginia infantil lo hacía parecer de alguna forma tierno y por eso la gente aunque se sorprendía al verlo no entraba en pánico, pero él por dentro se iba enfureciendo más y más. Miró de reojo a un árbol donde un francotirador le apuntaba y así comprobó que seguía siendo vigilado todo el tiempo por sus captores. De pronto vio a unos cien metros de donde estaba a un grupo de cuatro soldados que se le acercaban apuntándole con sus armas y se detuvo a esperar. Entonces uno de los hombres gritó en ruso:
—¡Señor Mijáilov!, necesitamos que nos acompañe ahora.
El selenita permaneció inmóvil, viéndolos con desconfianza. Hubo un inquietante silencio hasta que el militar habló de nuevo:
—Escuche, debo informarle que si no obedece nuestras indicaciones se tomarán medidas drásticas de disciplina que involucrarán a terceras personas.
—Pretenden chantajearme así. Ya no funcionará.
Respondió Kisa en ruso con su voz espeluznante y luego agregó:
—Solo necesitas encadenarme de nuevo, ¿cierto? Pues anda, ¿qué esperas?
Los soldados se miraron entre sí y uno de ellos avanzó hacia él llevando un par de esposas. El francotirador se puso en alerta y el soldado con las esposas llegó hasta Kisa y le dijo seriamente:
—Muéstreme las muñecas, despacio.
No obtuvo respuesta. Kisa se quedó quieto, mirándolo fijamente, limitándose a dirigirle una sonrisa siniestra. El hombre de las esposas se acercó con determinación, dispuesto a hacerse escuchar de una buena vez y, en solo milésimas de segundo, Kisa le cortó el cuello de un arañazo mientras el francotirador disparaba sin lograr acertarle debido a la rapidez con que degolló a su compañero y luego desapareció entre la hierba alta. El francotirador se comunicó por radio con los demás militares:
—Tengan cuidado, perdí el contacto visual. Debe estarse arrastrando por la maleza cerca de ustedes, me parece que fue hacia la dere...
Antes de que pudiera acabar de decir la última palabra, el selenita apareció de entre unos arbustos y de un solo salto llegó hasta la rama en que él estaba para derribarlo luego tomándole el cuello y retorciéndoselo de forma grotesca hasta matarlo, todo antes que llegaran a tocar el suelo. Cuando los otros hombres armados pudieron reaccionar, el selenita ya había desaparecido de nuevo. Uno de los soldados murmuró entre dientes:
—A la mierda la orden de no disparar a matar, si lo ven métanle una bala en medio de su horrenda cara. Es su vida o la nuestra.
Tras pronunciar esta frase hizo un sonido extraño y luego se desplomó. Sus compañeros lo miraron de reojo y vieron con horror que tenía la parte posterior del cuello abierta como de un zarpazo. Una lluvia de balas cayó sobre la maleza detrás de los militares hasta que algo de sangre escurrió desde el follaje hasta una vereda de tierra. Los dos hombres se acercaron con cautela, encontrando la sudadera grande del selenita asomando de entre los escombros; todavía dispararon un poco más, hasta agotar las municiones. Un soldado corrió a ver el bulto de ropa mientras el otro recargaba. Levantó la tela agujereada y encontró un gato muerto al que cubrió de nuevo murmurando:
—Quizás es una trampa...
Al levantar la vista, se dio cuenta de que su compañero ya no estaba. Comenzó a recargar frenéticamente cuando escuchó una risa escalofriante tras él. Se volteó y se encontró cara a cara con Kisa que venía reptando con la boca ensangrentada, trayendo a rastras a su último compañero ya muerto; con la cara y el cuello destrozados a dentelladas. Antes de que pudiera gritar o defenderse, ya tenía a la criatura encima desgarrándole un brazo y la cara a mordidas y arañazos. Ese soldado hubiera muerto ahí también en menos de un par de segundos de no ser porque un dardo alcanzó al selenita justo en un brazo. Un espeluznante chillido se escuchó en todo el prado. Kisa se levantó furioso, arrancándose el dardo y tratando de ver quien le había atacado, pero entonces se le nubló la vista y luego no supo más.
Despertó horas luego en un lugar silencioso mientras le hacían algo en el cuerpo. Sobresaltado, asió ferozmente la mano que lo tocaba y entonces se encontró de nuevo en bata hospitalaria cara a cara con Maggie, que le limpiaba la sangre con un paño húmedo, en una pequeña sala donde solo había una camilla y una mesa con instrumental médico. Sintió que el corazón le daba un brinco y hubiera querido abrazarla y llorar para que ella lo consolara, como muchas veces deseó hacerlo con su madre, pero el mismo miedo extraño que se lo había impedido siempre lo embargó; y solo se quedó quieto y mudo ante ella. En cambio, Maggie no tuvo ninguna limitación para con él y le dio un fuerte bofetón que lo hizo rebotar contra una pared, mientras le decía enojada:
—¡Has matado a cuatro hombres!, ¡y herido gravemente a uno más!
El respondió tomándola del cuello violentamente y acercándola para preguntarle con esa voz casi ininteligible que tenía en esas ocasiones en que no hablaba ruso:
—¡¿Dónde estabas?!
—¡Enferma en un hospital!, luego de que me hicieran una intervención quirúrgica sin mi consentimiento y un tipo con cara de sapo intentara violarme.
Lo apartó de un violento empujón y siguió hablando. Estando impaciente, tenía una fuerza tremenda, inesperada en una jovencita tan tímida:
—¡Ahora quédate quieto y quítate la bata! Debo buscar en tu cuerpo por si a ti también te han metido algo sin que te fijaras.
Kisa la miró con indignación y un poco sonrojado, replicando:
—¡¡A mí nunca me han metido nada!! ¡Ya te dije que me gustan las mujeres!
Su respuesta no fue relevante para Maggie, quien le entregó unos documentos sujetos con una liga y empezó a revisarle los tobillos diciendo:
—Date prisa y desvístete. Toma, mira esto, tienes una nueva identidad.
Tomó el pequeño fajo de documentos y empezó a leerlos con recelo:
—¿Qué...? Dicen que nací en Nevada y que estoy casado con una tal Magu...
—Margueritte, soy yo, también cambiaron mi identidad. Se supone que estamos casados y siempre fuimos americanos. Esta mañana llamé a mi antigua universidad y me dijeron que mis datos ya no existían y que “nunca estudió ahí una tal Magdalena Cárdenas”. Algo similar sucedió cuando llamé a las embajadas de mi país. Simplemente borraron mi identidad y la sustituyeron por la de “la señora Mijáilova que nació en California”.
—¿Dijiste que estamos casados...?
Preguntó Kisa tratando de disimular su regocijo, mientras Maggie respondía:
—Sí, te contaré todo.
La joven se acomodó en la silla y le informó de los sucesos que le habían ocurrido desde que salió de Nevada hasta ese día en que se reencontraron. Hablaba con temor y mirando al piso, en voz muy baja por miedo a que la escuchara alguien más. Terminó su recuento de los hechos en los que fue testigo, diciendo:
—...Mi situación y la tuya, dentro de toda esta pesadilla, es bastante similar. Nos hemos convertido en herramientas para ellos y eso me preocupa. Así como podemos ser usados, podemos ser desechados en cualquier momento. Quizás no me estás entendiendo nada o creas que te miento como todos, porque todos mienten u ocultan algo, pero creo que eres la única persona en la que puedo confiar realmente ya que estás en la misma condición que yo...Aunque seas también la criatura asesina a la que hay que temer...Ahora déjame verte bien. Mientras estabas inconsciente te hicieron unos exámenes sin que yo pudiera estar presente. Quiero asegurarme de que no te hayan implantado algo como hicieron conmigo.
Entonces Kisa se pegó a la pared y murmuró apartando la mirada:
—No quiero que me veas ahora...
—¿Por qué no quieres que te revise?, ¿escondes algo?, ¿estás...del lado ellos?
—No...Solo no quiero me veas sin ropa. Soy un hombre. Quiero que me trates como uno.
—¡Ya te he visto desnudo varias veces! Qué tonto, alguien te regaló unos pantalones raídos y ya te crees un machote. ¡Los hombres son tan inseguros!
Maggie realmente no podía imaginarse la verdadera razón por la que él quería evitar que lo viera sin ropa y a plena luz del día mientras ella le tocaba el cuerpo. Kisa la miró un momento casi con compasión mientras pensaba: “pobre, es demasiado ingenua o demasiado idiota”, finalmente se armó de valor para sacarse la bata y dejar que la chica pudiera revisarle cada centímetro de piel buscando algo sospechoso mientras evitaba a toda costa hacer contacto visual con ella. La joven notó su actitud extraña y preguntó, mientras le examinaba el ombligo con la yema de los dedos:
—¿Pasa algo? Realmente es admirable que tu madre haya salido adelante contigo ella sola. Me aterra solo imaginar tener un hijo sin asistencia médica en una base lunar abandonada, supongo que ella se volvió sobreprotectora y por eso te alejaste. Seguramente cuando tenías mi edad estabas ansioso por ser libre. A mí me sucedió algo parecido con mi padre. Él sabía que yo era muy propensa a ser abusaba, así que me sobreprotegía, controlaba cada paso de mi vida, cada decisión; por eso en cuanto tuve la oportunidad de alejarme de él lo hice sin pensarlo. Pensé que, de no hacerlo, él terminaría por absorber mi propia identidad y convertirme en una verdadera muñeca de carne y hueso. Aunque sé que lo hacía con las mejores intenciones, huir de su control fue como huir para salvar mi vida, mi identidad como persona... ¿En qué piensas?, pareces tan concentrado en todo menos en lo que te digo o en mí...
—Putrefacción, muertos, la intrascendencia de la vida humana...Algebra.
—En ti no me extraña.
Replicó Maggie. En ese mismo instante se abrió la puerta y el horrible Joseph White apareció. Miró la escena con sorpresa y cerró la puerta suavemente tras de sí, diciendo luego con serenidad:
—Está bien. No se incomoden por mí. Hola Maggie, disculpa mi comportamiento de ayer. No había tomado mi medicación y estaba comportándome de forma rara. ¿Es tu novio?, parece sufrir de Selene también.
La muchacha se había aferró al abdomen de Kisa con horror hasta que él la apartó de un tirón, levantándose en actitud desafiante. White lo miró de pies a cabeza y dijo, siempre con su inquietante calma:
—¡Oh, perdona, amigo! No quise ser indiscreto. ¿Viniste de la Luna? Tus rasgos son típicos...Salvo porque...te ves extrañamente bello...
Maggie y Kisa se miraron entre sí como perturbados por el halago de Joseph, luego Kisa empezó a vestirse otra vez con la ropa que obtuvo de los campesinos mientras Maggie decía:
—Se llama Lukasha, nació en una base lunar rusa abandonada. No quiere hablar ahora y está de mal humor. Por favor déjelo en paz, la está pasando mal.
El rostro de Joseph White pareció iluminarse con entusiasmo, se acercó a ella y exclamó:
—¡Lo sé, Maggie! Y lo sé porque yo viví lo mismo. Supongo que es más difícil para él adaptarse siendo un adulto. Cuando vine aquí tenía apenas cuatro años, pero recuerdo bien el cambio de ambientes y la reacción de las personas al mirarme por primera vez. ¿Por qué lo vistes como chica?
—Honestamente no lo sé, con él es mejor no hacer muchas preguntas.
—Es realmente hermoso, radiante, escultural...Debe pertenecer a una segunda generación. Los genetistas decían que posiblemente para la segunda generación, mis hijos nacidos en la luna, aparecerían individuos cuyo ADN mutado se recombinaría de maneras más adecuadas para una vida normal. Él es la prueba de tal teoría...
White trató de acercarse más y Kisa empezó a tomar una actitud amenazante. Maggie se interpuso entre los dos y dijo seriamente:
—Señor, agradezco su admiración por mi amigo pese a que me parece algo morbosa. Pero por favor déjenos estar solos.
Joseph White buscó en su billetera hablando en voz baja:
—Claro...Quieren estar solos...Noté lo bien que estaban antes de que yo apareciera. Te daré mi tarjeta y prométeme que un día me llamarán o saldrán conmigo...Para hablar. Es saludable, para él y para mí, hablar con alguien que sufre del mismo mal. Así podemos desahogarnos y eso. Aunque tal parece que él está sobrellevando todo muy bien gracias a ti, supongo. Hermosa pareja.
Tras decir esto, el extraño White entregó su tarjeta a Maggie y se retiró. La chica dudó un momento si conservarla o no, pero finalmente la guardó en su bolso diciendo:
—Quizás quieras hablarle alguna vez. Aunque ese tipo fue quien me persiguió ayer, solo falta que quiera violarte a ti también. No te lo dije frente a él porque no pude prever tu reacción o la suya. Ambos son...agresivos. Es gracioso, pensó que éramos una pareja romántica. Ese enfermo seguro ve una connotación sexual en todo. La relación entre tú y yo es tan pura que solo se compara a la que tenía con mi hijo.
Kisa no respondió, no se lo permitió el remordimiento. En ese instante apareció una enfermera y les indicó que se podían marchar ya. Maggie suspiró aliviada y puso un sombrero y un tapabocas a Kisa para evitar que llamara la atención, sería la primera vez que él estaría suelto y bajo la responsabilidad de ella. Tuvieron que caminar un largo trecho en el bosque antes de llegar al punto en donde abordarían un autobús hasta la ciudad. Durante el camino, Maggie decidió hablar un poco más sobre sus vidas personales; ya que desde ese día estarían juntos todo el tiempo:
—Te gustará vivir en la Tierra, es agradable pese a que existen ciertas personas malvadas. No reparé en esto hasta cuando mi novio me pidió que entregara a mi hijo en adopción...
La opinión del selenita fue inquietante:
—No tiene sentido regalar un hijo. En la Luna, preñar a una mujer era una hazaña tomando en cuenta que todas las mujeres eran poco atractivas, familiares tuyos y enfermas mentales; y que luego de usarlas, la baja gravedad te afectara bajándote la presión de la sangre. Solo los más resistentes podíamos tener sexo.
—Acabas de darme la peor imagen mental de mi vida...
Llegaron al lugar en que debían esperar el autobús y justo entonces los alcanzó el doctor Mitkov. El anciano corrió como pudo hasta la muchacha y dijo, tomándole un hombro:
—Necesito...hablar contigo...A solas.
Maggie asintió con la cabeza y ordenó con señas a Kisa que esperara. Se alejaron algunos metros y Mitkov le comunicó en voz baja:
—¿No te dijeron nada sobre los últimos exámenes que le realizaron?
—No, no me han dicho absolutamente nada salvo que ya podía irme.
—Maggie, estás en grave peligro. Kisa presenta rasgos clásicos de psicopatía, no solo en su conducta, sino también en su anatomía cerebral. Los resultados obtenidos por resonancia magnética mostraron una gran actividad en su sistema límbico, el área cerebral encargada de las emociones primarias e impulsos como la agresividad. Es probable que en la mente de Kisa haya siempre pensamientos violentos y deseos siniestros que no puede controlar y que él mismo considera normales.
—Doctor, sé que él no es una persona normal, sé que puede ser peligroso. Pero estoy segura de que puede cambiar o al menos aprender a controlarse. Su neuroanatomía no lo condena a ser un asesino sin remedio. Una vez leí el caso de un científico que dedicó su vida a estudiar el cerebro de los asesinos seriales hasta que descubrió que él mismo tenía el perfil cerebral de un psicópata sin serlo.
—Escuché de eso, pero es distinto. El doctor Fallon tuvo una infancia feliz, por lo que el instinto asesino en su cerebro, afortunadamente, jamás se activó. El caso de Kisa es muy diferente, ha vivido un infierno durante veintisiete años. Nació deforme en un ambiente enfermizo y tuvo una niñez miserable. Para colmo, sufrió todo tipo de abusos de parte de su madre esquizofrénica. Dudo que pueda sentir empatía por los demás seres humanos, ese pobre muchacho nunca ha conocido el amor.
La voz del propio Kisa, que se había acercado sigilosamente sin hacerse notar, los sobresaltó. Habló en ruso para hacerse entender nada más por Mitkov:
—No siempre estuvo loca. Mi madre era estricta y exigente, pero también me amaba, quizás en exceso. Era una mujer brillante, educada por dos científicos quienes fueran sus padres; siempre se lamentó por mi aspecto, pero me amaba porque decía que mi forma de ser le recordaba a mi abuela. Su enfermedad empezó cuando yo era muy joven, ahora entiendo que hizo cosas abusivas como su obsesión por vestirme de niña, pero otras fueron por mi bien, como el inculcarme ser meticuloso con la limpieza pues en la baja gravedad en que vivíamos era más fácil que proliferaran los gérmenes. Oía voces celestiales que le hablaban y dejó de conversar conmigo, yo tenía diez años cuando empecé a hacerme cargo de ella, a vigilarla para que no se fuera a flagelar la espalda con una correa para agradar a san Basilio o se pusiera a gritarle a los demás parientes que era la virgen de la Luna, y lo hice porque la amaba. No fue hasta cumplir dieciséis años cuando la dejé y me fui con los retrasados y los deformes porque la frialdad de su locura terminó por romperme el corazón y salí a buscar eso que, según tú, yo nunca conocí.
Mitkov lo miró seriamente y le preguntó también en ruso:
—¿Entonces por qué matas?, ¿por qué no dejas de hacerlo si conoces el amor, que es de donde nace la compasión?
—Estoy vengando a mi familia, habrá un muerto por cada año que estuvimos abandonados en la base Nebo. Siento que por dentro me arde el resentimiento, la indignación, es lo que me impulsa a cumplir esta meta sangrienta. Cada vez que veo a otro de los tuyos gritando de miedo y muriendo, siento un poco de alivio. Quizás esos defectos que dices que hay en mi cabeza sean los responsables de que yo me rebaje a actuar así, como un animal. Pero también hay una química extraña, una combinación de olores, un sabor, no lo sé, que me hacen volver el tiempo atrás y olvidarme de todo el dolor. Y eso solo lo consigo cuando estoy con esta niña.
El anciano lo miró con tristeza y dijo:
—Volverás a matar, Kisa. Es tu naturaleza. Matarás a otros de nuevo para mitigar el resentimiento y un día terminarás por lastimarla a ella. Sí, un día no podrás controlarte, algo activará tu gatillo y no podrás evitarlo. Si realmente la quieres, déjala ir. Ella no puede vivir contigo. Al menos no ahora, sigues sin desarrollar verdadero autocontrol y no veo un esfuerzo sincero de tu parte por conseguirlo. Si la amas, déjala, vuelve a buscarla más tarde cuando sea seguro, ahora ella no puede vivir contigo.
—Y yo no puedo vivir sin ella.
Replicó Kisa. Maggie se compuso los anteojos nerviosamente y preguntó ya con temor:
—¿Qué...Qué están diciendo?
Un cuervo graznó escondido entre las ramas de la catedral natural que los árboles del bosque habían construido con sus altos troncos y tupido follaje, y Mitkov respondió:
—Él dice...que tratará de no darte problemas mientras esté contigo. Yo le digo que si tú comienzas a temer por tu propia vida o la de otros a causa de él, deberás darle a beber veneno para ratas con azúcar. Mientras tanto … No olvides darle su medicación habitual.
Luego le dio una suave palmada en el hombro a la chica y se alejó en dirección al laboratorio. Durante todo el trayecto en autobús, Maggie estuvo en silencio mientras Kisa permanecía a su lado, cabizbajo y también callado. Al llegar a la ciudad, Maggie se aseguró de que llevara la cara lo más cubierta que fuera posible y de tomarlo de la mano con fuerza para no perderlo de vista. Kisa se dejó hacer, aunque le incomodaban tantas precauciones; quería volver a ganarse su confianza. Una vez en su destino, el selenita se encontró en el mundo de emociones desbordantes de una adolescente de la temprana segunda década del siglo XXI; entre infinidad de objetos de color rosa, afiches de películas de vampiros de secundaria y bandas andróginas de rock, caricaturas, juguetes; todo mezclado en una extraña quimera que danzaba entre lo infantil y lo terriblemente cursi. Maggie le mostró el lugar y dijo con orgullo:
—Yo misma lo decoré. ¿Qué te parece?
—Durnogo vkusa...
—¿Es decir?
Kisa no respondió, como solía hacer cuando un tema de conversación no le interesaba o convenía. Maggie lo advirtió y simplemente dijo, encogiéndose de hombros:
—Dejé un sitio sin ningún estilo en especial para que sea tu habitación y hagas con ella lo que se te antoje. Ahora que ya no estamos encerrados, cada quien puede tener su propio espacio. Por cierto, no has comido nada. Veré si hay algo que te guste.
El selenita guardó silencio de nuevo. Al caer la noche, Maggie trató de instalarlo en su dormitorio y darle a entender que ahora debía dormir él solo ahí. Kisa aparentemente le obedeció con su fría indiferencia, mientras se enfocaba en leer la pantalla de su laptop. La muchacha sonrió y le besó la frente antes de salir cerrando la puerta tras de sí. Una vez calculó que ella debía estar ya lejos de la habitación, Kisa se deslizó en silencio a una pared y escuchó con atención los pasos de Maggie hasta que la oyó dirigirse a su propio dormitorio y encerrarse bajo llave. La desconfiada precaución de la joven lo ofendió. Entonces comprendió que su relación con ella ya no volvería a ser la misma, que sus escasas esperanzas de ser correspondido se habían esfumado, y no pudo evitar que los ojos se le llenaran de lágrimas; sintiéndose aún más miserable que cuando estaba muriendo de inanición en el laboratorio subterráneo. Casi inmediatamente pasó del dolor a la rabia y escapó como un gato por la ventana de su habitación, guiándose por el olor hasta la ventana de Maggie que abrió sigilosamente para luego entrar de la misma manera. Fue reptando en silencio hasta su cama, buscando a la luz de una lámpara de noche el cuello de la joven con intenciones de abrírselo de una mordida; la encontró ya durmiendo profundamente, puesto que estaba agotada luego de un día tan pesado. Al tener la piel de Maggie tan cerca de nuevo, su aroma lo hizo sentirse algo mareado y descartó el propósito original de su pavorosa visita para olerla un rato con fascinación. Tan distraído estaba, que no notó que Maggie se había despertado y lo miraba con reproche y ternura a la vez. Cuando por fin se dio cuenta de que ella lo había sorprendido, no tuvo el valor de atacarla y, antes de que pudiera explicar nada, Maggie le hizo un lugar en su cama; apagó la lámpara y lo acogió entre sus brazos diciendo:
—Lo sabía, ibas a entrar de alguna forma. Solo por esta vez, mientras te acostumbras a tu nuevo hogar.
Escudado por la oscuridad en la que veía y se desenvolvía perfectamente, Kisa pasó la noche feliz observando a su antojo a Maggie mientras dormía y acariciándole el cabello. Se había enamorado perdidamente y sentía que realmente era su esposa. El problema era que no se lo había dicho a ella, no podía decírselo porque se moriría de horror al saberlo.
30 de agosto de 2012
—¿Que mi hijo está muerto, tía?
El doctor Tolley tomó la mano de su nueva esposa Lindsay Tolley, antes Pemberton, y miró a su tía con horror mientras ella mantenía una expresión severa; sentada en la sala de su lujosa mansión canadiense. Lindsay, suspiró hondamente y opinó:
—Váyase usted mucho a la mierda, señora. Díganos de una vez donde tiene escondido al niño. Solo queremos sacarle unas fotos para llevárselas a la madre. Acabamos de casarnos y estoy trabajando porque mi familia no tenga esqueletos en el armario, yo misma me he estado comunicando con Maggie y le he rogado que no actúe legalmente contra usted para que la familia Tolley no se involucre en escándalos públicos; le prometí que Tom y yo arreglaríamos todo pacíficamente y ahora o nos muestra al chico o llamo a la policía y destapo la olla de una vez.
La tía Tolley apretó su collar de perlas, como una monja de la mezquindad aferrándose a su rosario de egoísmo, y respondió escandalizada:
—¡¿Tommy, cómo pudiste casarte con esta malcriada...?! ¡No tiene nada de qué acusarme!, ¡fue una adopción legal y el niño murió por causas naturales!
El hombre insistió ya perdiendo la paciencia:
—Tía...En serio, ¿qué pasó con mi hijo? No te lo quitaré, es solo que he pensado mejor las cosas y creo que Maggie se merece al menos tener noticias del niño. La chica lleva una vida difícil ahora. No puedo decirte los peligros que enfrenta cada día en su trabajo, solo que una simple imagen de Abel la haría inmensamente feliz.
La tía Tolley hizo un gesto de lavarse las manos y dijo:
—Siento mucho que Magdalena lleve una vida tan difícil. Pero las cosas son así. Abel fue víctima del síndrome de muerte súbita del lactante y no se pudo hacer nada. Se realizó una autopsia, una investigación completa de la escena y las circunstancias de la muerte, de su historial médico, y solo nos dijeron que fue una “muerte de cuna”; que suele suceder. Puedo mostrarte los documentos de su defunción, si gustas.
Entonces Tom Tolley terminó de exasperarse y gritó, poniéndose de pie y tirando a un lado la silla en que segundos antes estaba sentado:
—¡Tía, no solo quiero ver esos documentos! ¡Quiero que exhumen el cuerpo para una prueba de ADN! ¡¡No creo nada de lo que me estás diciendo!!
Tía y sobrino perdieron los estribos, los gritos en la sala de estar hicieron que los empleados de la residencia llegaran corriendo para ver a su patrona chillando:
—¡¡Estás loco, Tommy!! Sacar al niño de su descanso eterno...¡¡te digo que está muerto!! ¡¡No te miento, es la verdad!! Los hijos de madres adolescentes siempre están expuestos a este tipo de riesgos inesperados...
—¡¡Voy a exhumarlo, soy el padre y estoy en mi derecho de pedir ver a mi hijo por última vez antes de que lo entierren para siempre!! Y si me estás mintiendo, tía...
El joven matrimonio Tolley abandonó la residencia con enojo. Fueron a su automóvil y arrancaron partiendo a gran velocidad ante la mirada furiosa de la vieja Tolley. Mientras iban por la autopista, Lindsay dijo mordiéndose los nudillos:
—Siempre odie a esa puta vieja...Se cree tan lista.
—Llamaré a mi abogado en cuanto lleguemos al hotel, Lyn.
—¿Y si realmente está muerto?
Tom tragó en seco y contestó:
—¡No digas...!, conoces a mi tía, simplemente no podemos tener tanta mala suerte. ¿Cómo se lo dirías a Maggie? “Oye, tu hijo está muerto, siento que hayas arriesgado inútilmente tu pellejo en Nevada pero tienes bastante dinero y un puto alienígena asesino de recuerdo”.
—Robert me contó que está teniendo problemas económicos en Seattle.
—Sí, a mí también me lo dijo. La tonta empezó a regalar su dinero a los parientes y amigos aprovechados. Al parecer, Turn, el informático aquél, se dio cuenta de la situación por medio de una red social. Avisó discretamente a Mitkov para que él tratara de aconsejarla sobre administrar sus bienes, pero fue tarde.
Hubo un largo silencio en el que Lindsay apoyó la frente en la ventana del auto mirando el paisaje con pesar, hasta que preguntó asqueada:
—¿Y sigue siendo responsable de la cosa?
—El gobierno simplemente le dio una pensión para gastos del extraterrestre y le dijeron que tenga mucho cuidado. En el tiempo que lleva en Seattle, “eso” ha matado a cuatro hombres y herido a varios más. Un día la hallarán despedazada.
Contestó su marido totalmente seguro de lo que estaba diciendo.
En ese mismo momento, en Seattle, Washington, Maggie salía llorando de un banco. Tomó un autobús que la dejó a unas calles de su casa, a la que corrió secándose las lágrimas ennegrecidas por el delineador de ojos. Había vuelto a contactar con su padre apenas unas semanas atrás. Al escuchar su voz otra vez, no pudo evitar sentirse de nuevo bajo su control y le confesó que había tenido un hijo y lo había dado en adopción para formar parte de una investigación gubernamental que la había hecho millonaria. Para su sorpresa, su padre no se molestó. Más bien reaccionó jubiloso, contándole a toda su familia y amigos que su hija ahora era muy rica. En poco tiempo, aparecieron parientes lejanos y amigos perdidos que argumentaron haber estado buscando a Maggie por años y estar felices de haber podido reencontrarla casualmente hasta ahora que ella era tan afortunada. Personas que en la escuela o la universidad no le hablaban de pronto comenzaron a llamarla preocupados porque no la veían desde hacía mucho, y sus viejas amigas que la abusaban pidiéndole que les hiciera las tareas llegaron a felicitarla y luego a llorarle que tenían mil problemas y frustraciones que Maggie solucionó con su dinero. Gastó tres millones de dólares en publicidad para una de sus amigas que quería ser cantante, diez en otra que quería convertirse en cineasta haciendo su propia película, dos más en otra que quería una casa en Miami para veranear con su novio, seis en una prima lejana que quería abrir una cadena de tiendas de moda; y así fue cumpliendo deseos y haciendo realidad sueños hasta que se quedó solo con quinientos dólares en su cuenta y no lo suficiente para pagar sus propios gastos en los próximos meses. Y entonces los amigos y la familia volvieron a desaparecer. Fue llorando a la parte trasera de su casa hasta una amplia zona boscosa donde Kisa solía ir a pasar el día merodeando entre los árboles y espantando de muerte a quienes tenían la desgracia de pasar por ahí. En esa ocasión, Kisa había recibido un paquete de parte de su madre y quería abrirlo en su lugar favorito: una pequeña cueva de difícil acceso que iluminaba con una vieja lámpara de gas, donde podía seguir investigando la información que se encontraba en línea sobre el planeta Tierra. La muchacha imaginó que él estaría ahí y se dirigió al sitio sollozando, entrando a gatas hasta encontrarlo abriendo una caja mediana con sus uñas afiladas. Se sentó a su lado sin decir nada, él la miró extrañado y luego se encogió de hombros y siguió con lo que hacía; el selenita sacó unas cartas de la caja y comenzó a ojearlas lentamente con sus largas manos siniestras, diciendo:
—Mi madre me ha enviado estas cosas. Noté que la caja había sido abierta y vuelta a sellar, pero no importa, ella no enviaría nada sospechoso.
Maggie comenzó a ver qué más había en el paquete, comentando llorosa:
—Mi madre y yo tenemos una relación muy mala, ella jamás me regalaría nada, pero yo para mi hijo escogería algo más...O algo menos...Bueno, veamos: te envió un envase vacío de aceite de auto, pan duro, un desatornillador, un oso recortado de una revista, bolitas de pelusa y uno de esos gorros rusos de comunista desquiciado.
—Oushanka, los usábamos en la Luna. Dámelo, me quedo con eso y te regalo lo demás.
—Gracias... ¿Qué dice la carta?
—No entiendo bien estos garabatos. Algo sobre el infierno y el queso americano.
La muchacha se acurrucó arrimándose a él, que siguió descifrando la carta con indiferencia hasta que Maggie le gritó dándole un formidable empujón que lo derribó:
—¡¿Porque tú nunca puedes ser cariñoso conmigo?!
Kisa se levantó un poco espantado por la brutalidad de la chica, teniendo cuidado del bajo techo de la cueva y respondiendo:
—Suelo serlo en la cama y sin luz...
—¡¡No lo digas así, das a entender otra cosa!!
—Ese tiempo juntos antes de dormir, cuando charlamos sobre nuestras vidas, es más valioso para mí que cien abrazos dados en público. Puedes confiar, dime qué te pasa.
La comprensión de Kisa hizo que Maggie recuperase su actitud de dulce florecilla indefensa, cubriéndose la boca y bajando la mirada:
—Tengo problemas. Quizás los regalos que hice a mis amigas fueron una mala idea...Me he quedado sin dinero y con muchas deudas que mi sueldo como asistente en el laboratorio alcanzará a saldar...Pero no sobrará lo suficiente para vivir...
—Hay un dinero que es mío. Úsalo.
—No quiero tocar lo tuyo...
Kisa contestó indiferente, probándose el gorro que le había enviado su madre:
—Yo no lo uso para nada. Te lo doy todo si es solo para nuestros gastos y no para esas sanguijuelas que te llaman a cada tanto. Pero si aun así no lo quieres tocar, entonces puedes dejar de pagar la casa y nos mudamos aquí. Comeremos hierbas e insectos.
—No, está bien...No gastaré más en mis amigas...He notado que cada vez que me llaman es para terminar diciéndome que necesitan dinero.
—Más te vale, terrícola.
Respondió él mirándola con simulaba desconfianza. Luego sonrió levemente, casi de forma paternal, le acarició el cabello y dijo:
—Debes tener cuidado con tus amigos de la Tierra. La vida que llevan aquí es inhumana, tanta comodidad llega a enfermar de tedio y corromper el alma. Todos son demasiado materialistas. En la Luna, valías por quien eras, no por lo que tenías.
—Allá valías por cuantos enemigos matabas...
Comentó Maggie y Kisa prosiguió:
—Pero todo era más sincero, los problemas se arreglaban muy rápido y para siempre. Aquí van por la vida sonriéndose entre sí y odiándose por dentro.
—La gente de la Tierra no se odia entre sí...Si sonríes lo haces por sonreír y ya. No como en tu caso, que sonríes una vez a la semana a menos que sea para reírte del miedo de la gente, lo cual no cuenta sin mencionar que es tenebroso.
—El generar miedo es una forma de control y defenderme así es completamente válido en mi situación de prisionero de guerra. La Luna está en guerra con la Tierra.
Maggie lo miró de reojo y dijo en tono burlón:
—¡Qué miedo!... Estamos en guerra con los selenitas...Es decir, la señora Ludmila, tú y el loco que dice que eres guapísimo.
—En la Luna lo era. Ahora bien, reír sin una buena razón es un verdadero síntoma de locura. Aquí, incluso en sus comedias televisadas tienen risas ilógicas pregrabadas; se ríen cuando uno de ustedes tiene un accidente humillante, o si se tropieza o hasta cuando se golpean entre sí. Se me hace algo tonto, también cruel.
—Oh, sí, Kisa...Y en la Luna soviética no te reías de los chistes, los chistes se reían de ti... ¡Ahora no quiero que me estés sermoneando con tu propaganda selenita! ¡No me comprendes, nadie me comprende!...
Diciendo esto, salió de la cueva llorando mientras él la veía alejarse sin mayor emoción; ya estaba acostumbrándose a los arrebatos emocionales de Maggie, de hecho lo estaban hartando. Ella vagó entre los árboles secándose las lágrimas con las manos y deteniéndose a sollozar cada tanto en los troncos musgosos, con cierta satisfacción autocompasiva en esto. Siguió deambulando un rato entre la bruma que dibujaba arabescos con los rayos de sol que se colaban desde el techo arbóreo del bosque, como una ninfa herida, hasta que sintió una gran piña de pino rebotando en su cabeza y escuchó la voz de Kisa justo a sus espaldas; haciéndola volver a la realidad:
—Ojalá que nunca tengas verdaderas razones para armar este tipo de escenas. Ya te dije cómo solucionar tu problema y aun así sigues haciendo espavientos. ¿Cómo es posible que seas tan inteligente para la ciencia y tan tonta para la vida?
La chica se quedó boquiabierta por la indignación, luego tartamudeó encolerizada:
—¿Có...Cómo esperas que esté bien cuando los que creía mis amigos me usaron y mis sueños fracasaron? A veces pienso que debería odiarlos a todos por esperar tanto de mí, y me odio a mí misma por no ser capaz de afrontar estas situaciones que no dejan de caerme encima como un enjambre. ¡¡Pero solo tengo dieciocho años, tengo derecho a derrumbarme y llorar!!
—No, no lo tienes.
Respondió Kisa tras lanzarle otra piña, agregando luego:
—Si me hubiera puesto a lloriquear así ante los problemas cuando tenía tu edad, ahora estaría muerto. Soluciónalo y cállate.
Antes de que Maggie pudiera salir de su estupor, comenzó a sonar una dulzona canción adolescente en su teléfono anunciándole que tenía una llamada. Respondió furiosa sin fijarse con quien hablaba:
—¡¿Qué?!
Del otro lado de la línea, el doctor Wellman alzó una ceja, miró al auricular y dijo:
—¿Maggie?, te escuchas algo distinta. Oye, te llamaba para recordarte que Voyager pidió tomarse libre el día de mañana, por tanto, solo necesitaré que llegues una hora para alimentar y limpiar a los conejillos de indias. Por cierto, ¿cómo te va?, ¿todo bien? ¿Cómo está Kisa?, ¿sigue tomando su medicación?
—No quiere tragar nada, le gusta andar loco. Tengo que darle las dosis escondidas en la comida y siempre debo estar pendiente de que no nos cambie los platos...Ya me ha dopado así cinco veces. Estuve viendo unicornios la primera vez...
La voz de Wellman sonó divertida:
—Bueno, todos tuvimos un mal viaje en alguna ocasión. ¡Por cierto!, recibí un correo electrónico de Tommy esta mañana. Lo envió desde una dirección nueva que no le conocía y es todo en plan misterioso. Viene a Washington por unos días y quiere verte, a solas...Es decir, ...viene sin Lyn. ¿Acaso los he atrapado en algo, mis traviesos?
La muchacha se levantó del piso casi brincando y respondió:
—No le he hablado desde que estábamos en Nevada. La doctora Pemberton ha sido muy amable conmigo, me llamó un par de veces poco después de que se casaron y prometió ayudarme a recuperar a mi hijo. Pero no he sabido nada sobre él.
Wellman comentó disfrutando de otro de sus vicios, el chisme:
—Aquí entre nosotros, últimamente Tommy había estado hablando con nostalgia de ti, así que imagino que rumbo irá a tomar todo esto...
—Pero...él acaba de casarse...y se supone que yo estoy casada con Kisa aunque eso es solo una fachada legal, pero... ¿Usted cree que...?
—En fin, le di tu dirección y él ha respondido diciendo que irá a visitarte mañana en la noche. ¿O quieres que le diga que no lo recibirás?, aún estamos a tiempo y sé que, con “tu esposo” por ahí, podría ser muy complicado...
Maggie lo pensó un momento y respondió:
—No, no, le diré a Kisa que nos deje a solas y él comprenderá. Dígale...que está bien. Que lo espero. Gracias por avisarme.
Terminó la llamada perdiéndose en sus pensamientos con la mirada fija en el vacío, hasta que Kisa preguntó con desconfianza:
—¿Para qué te dejaré sola?
—Puede ser...Sí...Las personas cambian. Tú has cambiado.
—No he cambiado, solo me has conocido mejor. Sigo siendo lo mismo que el primer día en que estuvimos juntos.
—Siento que has cambiado. Siento que todas las personas pueden cambiar, sin importar lo terribles que hayan sido en el pasado. Creo que todos se merecen una segunda oportunidad. Que al final, todos terminamos encontrando el buen camino. Y perdonar, ¡perdonar libera! Apuesto a que tú perdonaste a tu madre por vestirte de niña, aunque te hagas el enojado y te niegues a llamarla o responder sus cartas. Sigues abriendo sus paquetes con mucho cuidado y conservando algo de lo que te manda. ¡El amor verdadero siempre retoña!
—¿Te comiste de nuevo mis píldoras?
Preguntó Kisa y la muchacha explicó:
—Me ha llamado el doctor Wellman avisándome que el padre de mi hijo quiere verme y vendrá mañana por la noche a visitarme. Al saberlo, de pronto me he sentido extraña...Como presintiendo algo...Como si algo grande fuera a pasarme.
Los celos golpearon a Kisa por primera vez en su vida. Nunca antes se había apasionado por una mujer o tenido un rival. Su primera intención fue matar Maggie por hacerlo sentir tan enfurecido, la segunda fue matar a ese hombre que intentaría robársela, y finalmente recapacitó en que no podía odiarlo por quitársela sencillamente porque ella en realidad no era suya. Entonces se vio en la necesidad de consumar su matrimonio a la fuerza, después de todo, no iba a ser la primera vez que sometía así a una mujer. Comenzó a acercársele con la mirada vidriosa mientras ella seguía pensando en voz alta, dándole la espalda:
—Ahora creo que en cierta forma tenías razón, y siento mucho que hayamos peleado por una tontería. ¡Dios, fui tan ridícula quejándome de todo! Sin tomar en cuenta que la vida siempre da giros inesperados y nunca se sabe si a la vuelta de la siguiente esquina habrá una nueva esperanza. Sé que no debería ilusionarme, pero no voy a mentir, ¡se siente tan bien soñar!
Giró graciosamente, tan absorta en sus ensoñaciones que cuando Kisa la acorraló bruscamente contra un árbol y trató de comenzar a subirle la falda, ella no se dio cuenta de lo que estaba pasando y sin pensarlo lo besó amorosamente en la boca; dejándolo estupefacto a la vez que ella lo abrazaba diciendo:
—¡Disculpa, mala puntería!, en realidad iba a la mejilla pero bueno. ¡Siempre había tenido la curiosidad de saber cómo sería! No ha sido tan extraño como imaginaba, de hecho fue un siete en una escala de diez. ¡Creo que bien podrías tener una novia aquí en la Tierra!, seguro que alguna chica estaría interesada.
Él se soltó como pudo de ella y se alejó perdiéndose en el bosque sin decir palabra alguna.
Maggie volvió a casa y comenzó a escribir pésimos poemas de dos líneas en docenas de notas autoadhesivas que pegó por toda su habitación hasta que se le acabó el rotulador negro. Luego se tiró al piso a escuchar canciones de amor y en un momento dado apareció Kisa, con una expresión más siniestra que de costumbre, para pedirle el número de teléfono del extraño Joseph White. Era la primera vez que él se interesaba en contactar al otro selenita, pero Maggie no le dio mayor importancia al asunto mientras se pintaba corazones en las uñas usando barniz negro. Despertó a la mañana siguiente como en un sueño, fijándose en las finas partículas de polvo que flotaban lanzando destellos en un rayo de sol que se colaba por su ventana y escuchando el dulce canto de un pajarillo que no podía ver pero lo adivinaba escondido en los arbustos del jardín. Fue a la cocina en camisa y pantaletas, buscó alguna fruta para desayunar mientras recordaba la vez en que Tommy la llamó a su despacho para decirle una torpe declaración de amor: “Felicidades, obtuvo la nota máxima de la clase...y de mi corazón”. Suspiró y entonces apareció Kisa por la puerta trasera. Olía a alcohol y parecía estar muy serio. Se dirigió a la que se suponía era su habitación, chocando primero con una silla y luego teniendo problemas para encontrar el pestillo de la puerta. Maggie advirtió hasta ese momento que él no había llegado a dormir, y le preguntó un poco preocupada:
—¿Te pasaste de copas?
Desde fuera de la casa, el raro señor White respondió con voz pastosa:
—Se ha pasado... ¡de botellas!
Maggie cerró la puerta con llave, murmurando para sí misma: “okay, no quiero saber más”. Siguió soñando despierta mientras trabajaba en el laboratorio, necesitando en varias ocasiones que el propio Gabin llegara a chasquearle los dedos en una oreja para hacerla volver a poner los pies en la tierra. Y así, finalmente cayó la noche y comenzó a arreglarse nerviosamente con su mejor vestido mientras Kisa la veía sentado en la cama, con tristeza; el selenita avisó como en una amenaza: “saldré con White”, y Maggie le respondió asintiendo con la cabeza. Cuando se acercaban las ocho de la noche, Maggie estaba sola en la antesala de su casa; sentada en una mesita mientras trataba de calmarse para no parecer tan emocionada. Quería verse un poco enojada de ser posible, darse importancia ahora que él estaba casado. También quería que notara que estaba dispuesta a que fueran buenos amigos pero no a perdonar todo lo que le había hecho y, más que nada, quería comprobar si él aún recordaba aquel tiempo que pasaron juntos en Massachusetts. Finalmente tocaron a la puerta y tuvo un terrible sobresalto. Tomó aire, se levantó y abrió; encontrándose con la tía Tolley. Maggie saludó confundida:
—¡Señora Tolley!, no esperaba verla aquí...
—Sé que no. Quien sabe en qué negocios turbios andan ustedes. Tuve que mentirle a ese holgazán de Robert haciéndome pasar por Tommy para que me diera tu dirección. ¿Por qué guardan los datos sobre ustedes con un celo exagerado?
Maggie, desilusionada, la invitó a pasar y la vieja entró mirando a todas partes con repugnancia. Comenzó a pasar el dedo enguantado por los muebles, comprobando que estaban cubiertos de polvo, y dijo:
—Tengo entendido que vives con un hombre.
—Sí...es por trabajo...Él es...extranjero y además tiene problemas psiquiátricos.
Entonces la tía Tolley replicó algo presurosa:
—Por trabajo, dices. Escucha, debemos hablar. Tommy y su esposa están amenazándome y es por tu culpa. Supe que has tenido problemas por no saber administrar tus bienes y creo que de ahí viene este interés por cobrarme cuentas que ya habíamos saldado.
—No, señora Tolley...Es verdad que he tenido algunos problemas económicos pero en este momento ya los he resuelto.
—Apuesto que el extranjero loco te ayudó en eso.
—De hecho, ...sí.
La vieja se echó a reír y dijo:
—¡Claro! Y luego vas por ahí llorando con otra criatura en la barriga. Te tengo pésimas noticias. Abel ha fallecido.
Maggie sintió una especie de descarga eléctrica en todo el cuerpo y preguntó, palideciendo:
—¿Cómo ha dicho...?
—Que ha muerto. Hace un par de semanas. Murió en la cuna mientras dormía. Amaneció un día, fui a despertarlo y cuando lo cargué ya estaba frío. Pusimos un osito tallado en su lápida y guardé un mechón de su cabello en el álbum de fotos familiares. Debiste ver su funeral, fue precioso; llegaron los Thomson, los Gallen, los Walton, los Buffett, los Roggers, los Bloomberg, los Irving...Bueno, tú no sabes ni nunca sabrás quienes son. Incluso recibí una llamada del presidente dándome las condolencias.
La nauseas hicieron que Maggie se encorvara apoyándose en una pared, apretándose el estómago con una mano. Comenzó a dar arcadas mientras las piernas le temblaban y los dedos se le ponían fríos como hielo. La tía Tolley siguió hablando con desdén:
—¿Pero qué te sucede?, te has puesto aún más histérica que Tommy. Él muy insolente ha llegado a mi casa a ultrajarme por la muerte de Abel y me acusó de mentirle. ¡Es absurdo! Y estoy segura de que quien lo está manipulando en mi contra eres tú. Aún lo tienes apresado por el sexo y seguramente te estará secundando esa arpía de Lindsay Pemberton. Entre las dos quieren sangrarme porque no saben hacer otra cosa que derrochar el dinero. Pero no saben con quién se han metido...Yo no llegué hasta donde estoy sin haber tenido que ensuciarme las manos y sé cómo cortar los problemas de raíz.
De pronto abrió su bolso y sacó un arma de fuego, después le puso el cañón en la boca a Maggie diciéndole:
—Sé que mientras vivas querrás cobrarme la muerte de tu hijo. Conmigo no te será nada fácil conseguir lo que quieres. He venido hasta aquí borrando cada una de mis huellas y me iré sin que nadie sepa que estuve o que hice algo. Seré limpia y exacta. Voy a darte un buen escarmiento a ti, la más insignificante del par de zorras que han esclavizado a mi torpe sobrino, para dejarle un mensaje a Lindsay. Verás como muerto el perro, se acaba la rabia.
Mientras tanto, Joseph White salía de una licorería y subía luego por una escalera de incendios hasta la azotea de un edificio para reunirse con Kisa, que veía a la Luna llena con nostalgia; tendido en un viejo sofá abandonado. White se sentó en una caja ante él y comenzó a sacar sus compras diciendo:
—Somos los únicos hombres vivos que, no importando en que parte del planeta estén, siempre podrán ver el lugar en que nacieron por las noches.
Kisa respondió desanimado:
—A veces la extraño. Lo haría todo el tiempo pero no me lo permito.
Luego tomó una botella de licor y se dispuso a abrirla, mientras Joseph White decía:
—Admiro tu autodisciplina, la crianza estricta te sirvió de algo después de todo. Yo no puedo controlarme, siempre extraño la Luna; aunque en realidad no la recuerdo bien, apenas era un chiquillo cuando me fui. Vagamente tengo memoria de que no sabía cuándo era de día o cuando era de noche, y que era más difícil moverse allá. Traje vodka en tu honor. Supongo que es lo que se bebía en la base lunar rusa.
—Bebíamos queroseno. Alcohol puro en ocasiones especiales.
—Es un milagro que hayas llegado vivo a los veintisiete...
Observo White y Kisa le preguntó:
—¿Cuántos años tienes?
—Veintitrés. Sé lo que estás pensando y la razón de mi deterioro físico está en mis genes. Yo no tuve tanta suerte como tú y varios de mis órganos no funcionan bien. En todo caso, nuestra esperanza de vida no es muy alentadora.
—¿Cuánto crees que duraremos vivos?
—Dicen que de los cuarenta no pasamos...Mejor no desperdiciar el tiempo.
White abrió otra botella, dio el primer trago retorciendo la cara y diciendo luego:
—¡Ahora sí te va a gustar!, quema la garganta cuando baja. ¿Cómo está Maggie?, ¿quién iba a visitarla esta noche?
Kisa no respondió, rayando con las uñas el vidrio de la botella, sumido en sus pensamientos homicidas. White advirtió su disgusto y opinó:
—Es hermosa. Es lógico que tengas competencia.
—¿Cómo se posee a una mujer en la Tierra...si eres muy feo y no quieres violarla?
—¡Oh, yo creo que tienes un aspecto adorable! Pero si aun así no confías en mi apreciación, puedes ayudarte con dinero, …
—No sé bien cómo funciona. Ya se lo di de todas formas, no funcionó.
—...una personalidad agradable, ...
—Todos me tienen miedo y tiendo a ser violento.
—...o simplemente haz lo que hacías en la Luna para conseguir una mujer.
Con decepción, Kisa recordó la forma en que fornicaba a sus primas, sobrinas, y alguna que otra de sus medio hermanas en la Luna: primero le sonreía de lejos, si ella le respondía de la misma forma procedía a tocarla y si la mujer en cuestión no mordía o arañaba, la llevaba a un rincón y listo. Prefirió callarse sus experiencias y hablar de algo más:
—Maggie es demasiado hermosa para mí. Ya es mucho el que “estemos casados”.
—Y... ¿Cómo es en la cama?
—Duermo con ella pero nunca hemos hecho nada.
—¿Es tu esposa, la deseas, comparten la cama y no hay sexo?, ¡¿qué te pasa?!
La respuesta de Kisa fue inesperadamente idílica:
—Ella es diferente a las demás mujeres. En un principio solo me parecía una madre joven y hermosa, me atraía pero nada más. Con el tiempo comencé a notar más y más su belleza, hasta comenzar a intimidarme con tal esplendor; terminé viéndola como algo sagrado, como a las vírgenes madres de los católicos. Por ahora no necesito tocarla, me basta verla.
—Si un día te la llega a chupar, te vas a morir.
—Explícate.
—¿Acaso no sabes qué es...? No, claro, “experimentar” en la Luna con la gravedad tan baja era un fastidio...Pero la vida de una pareja aquí en la Tierra es mucho más compleja, ¿sabes?
—¿Qué se hace aquí?
—Puedo contarte todo lo que el porno y algunas amigas profesionales del sexo me han enseñado, pero quizás deberías volver a casa temprano esta noche para arruinarles la velada a los enamorados.
—Quizás...Pero no quiero que ella se enoje conmigo por estorbarle, además me has picado la curiosidad. Cuéntame cómo son las cosas aquí, solo mientras se acaba esta botella.
El señor White contó gustosamente todas sus fantasías y peripecias sexuales hasta que se acabó su primera botella, pero sus relatos eran tan interesantes que necesitaron abrir otras más y así siguieron hasta que comenzó a salir el sol y White quedó inconsciente en el sofá. Kisa lo arropó con su abrigo y emprendió el regreso a casa, sintiendo que el suelo se le movía hasta que entró al recibidor, donde encontró un charco de sangre. La borrachera se le cortó instantáneamente y corrió a la sala encontrando las paredes, el piso y hasta el techo manchados de rojo. Ya angustiado, fue a la habitación de Maggie. Estaba vacía y el vestido que ella se puso el día anterior tirado en el piso, ensangrentado. Se inclinó a recogerlo, lo olió comprobando que era de ella con dolor y rabia. Entonces escuchó la voz de Maggie desde la cocina, llamándolo:
—¿Eres tú, Kisa? Llegas tarde de nuevo.
El selenita fue tras de su voz y la encontró en ropa interior, con las medias rotas manchadas de sangre y los tacones aun puestos; tenía una mirada extraña tras los anteojos mal colocados y se lavaba una gran cantidad de sangre que tenía encima.
—Tuve un accidente, bueno una serie de accidentes.
Rio nerviosamente y le mostró una herida en su brazo, diciendo:
—Tengo algo enterrado aquí, ¿me harías el favor de sacarlo?
Kisa la miró confundido y palpó con cuidado la herida, usando luego sus uñas para sacar del interior una bala. Maggie agradeció con una sonrisa, sin muestras de dolor; se vendó el brazo con un trapo de la cocina, tomó un galón de cloro y paños de limpieza para llevarlos a la sala de estar; donde comenzó a recoger la sangre. Kisa fue tras ella tratando de ver si tenía más lesiones y luego le preguntó seriamente:
—¿El hombre que te preñó hizo esto?, ¡dímelo ya!
—No, él no vino. Fue una equivocación, él nunca iba a venir...Quédate esta noche conmigo, Kisa. Te he extrañado ayer y anteayer. Además White es tan antipático...
El teléfono sonó y Maggie siguió limpiando ensimismada, diciendo lánguidamente:
—Dile a quien sea que estoy enferma.
Luego de pensarlo dos veces, Kisa finalmente respondió a la llamada con su voz siniestra:
—¿Quién es?
Desde una morgue en Vancouver, el doctor Tolley reconoció la voz del selenita y respondió con cierto temor:
—Mijáilov, ¿verdad? Te habla Tom Tolley. Escucha, necesito hablar con Maggie...es un asunto muy grave.
Kisa miró a Maggie y murmuró:
—Es un tal Tolley. Dice que es serio.
Sin levantar la mirada, Maggie respondió:
—Dile que...Si es por lo de nuestro hijo, ya sé que está muerto. Que no quiero hablar de eso ahora. Y tampoco quiero que esté llamando a nuestra casa.
En ese momento, Kisa comprendió que estaba hablando con el hombre que más detestaba en el mundo y le dijo entre dientes:
—Ella dice que ya sabe que murió su hijo...Y que dejes de llamarla.
—¿Ya lo sabe? Hice unos exámenes de ADN al cadáver...para corroborar.
—¿Y ...?
—Está muerto...
—Cuando mueren, mueren. Adiós, Tolley.
Dijo y colgó. Maggie seguía limpiando en silencio en medio de la habitación ensangrentada y Kisa la miró sin entender qué estaba pasando. Finalmente la hizo soltar el paño de limpieza y la levantó del piso, diciendo en voz baja:
—Deja ya...Yo limpio. Perdiste a tu hijo. Sé que para las madres es más difícil.
Maggie sonrió, respondiendo:
—Es una pena...pero ya pasó...Ahora te comprendo, comprendo cómo te sentiste cuando perdiste a tu propio hijo y porqué lo superaste tan pronto. La única forma rápida de borrar las huellas de una catástrofe, es siendo arrasado por otra más.
La chica rio con un extraño nerviosismo y Kisa le acarició el cabello, sin lograr entender qué había ocurrido.
2 de septiembre de 2012
J. Gabin sonreía fríamente, sentado en el sillón de un sobrio juego de muebles de metal situado ante un jardín de arena, en la blanca azotea de los laboratorios secretos. Miraba con atención a Kisa que lo acompañaba encogido en el extremo de un sofá, en actitud defensiva. Gabin dijo, sin inmutarse por la desconfianza del selenita:
—Ahora hábleme sobre los manuscritos de su abuela.
—Ya lo he dicho todo. Los papeles en sí nada tenían que ver con las verdaderas razones por las que la gente de Nebo se intoxicó. El origen de nuestra tragedia está en el mal diseño de los sistemas de supervivencia de la base y en las condiciones ambientales en que vivíamos. Deja de insistir en encontrar la forma de traer esa maldición a la Tierra, es imposible. Quizás la única forma de transmitirlo ahora es por la vía hereditaria. ¿Cómo piensas hacer una epidemia así?, ¿me mandarás a preñar a unos tres mil millones de mujeres? La humanidad en la Tierra puede sentirse a salvo de desaparecer como víctimas del veneno que llevo en la sangre.
Gabin se inclinó hacia Kisa, apoyando los codos en las rodillas y entrelazando los dedos ante su frente; y dijo con más seriedad:
—Si aislamos las causas, podríamos propagar los cambios en la humanidad de formas más sencillas. No vea estos cambios como algo negativo, simplemente como el siguiente paso de la evolución. Piense bien las cosas, Mijailov, usted me dice que el agente causal no existe pero su madre mencionó que en esos manuscritos...
—Hablaba en sentido figurado. Ahí solo había poemas sobre libertad y garabatos de hippie. Te envenenaban en el sentido de promover una vida hedónica que atentaba en contra de los ideales socialistas que mi abuelo pretendía inculcar a su familia. Hablaban de amor libre, rebelarse al sistema, y esas cosas hacen que mi madre se desmaye...Ahora solo déjame ir, odio estar en este edificio, me parece una tumba.
—Espere, Mijailov...Quizás debamos abordar la investigación desde otro enfoque. Hablemos de algo más, ¿se ha logrado adaptar a su nueva vida en la Tierra?
Tras un breve silencio, Kisa replicó:
—No...Odio a esta sociedad...Odio su cultura...Todo me molesta. Solo me alegran la naturaleza y Maggie, pero últimamente ella ha estado actuando extraño...
—¿Quiere hablar al respecto?
—No...Solo parece actuar extraño, como si le hubiera pasado alguna cosa.
—¿Qué le pasó?, ¿vio usted algo fuera de lo común en su casa?
—No, no, yo no vi nada...Solo creo que está rara...
Al mismo tiempo, Maggie estaba en un laboratorio clínico de la planta baja reunida con Wellman y la estoica Alice Voyager. Wellman hojeaba el expediente del selenita, sentado negligentemente en una silla, mientras Voyager y Maggie esperaban sus indicaciones; las que luego de un rato comunicó hablando con duda:
—Pues bien, en vista de los resultados que hemos obtenido...y de los avances realizados con los ratones...me parece que deberíamos volver a empezar todos los experimentos desde el principio pero esta vez añadiremos al alimento el doble de la cantidad de bacterias que se cultivaban en la base lunar.
Voyager comentó entonces:
—Quizás así logremos ver algún resultado, doctor. Pero por ahora ya hemos visto nacer dos generaciones y no ha aparecido ningún ratón deforme o agresivo.
Ante esta simple observación, Maggie reaccionó indignándose mientras se componía los anteojos con un gesto rudo y decía:
—¿Qué quiere decir con “un ratón deforme o agresivo”? ¡¡Kisa no está deforme!!, tiene un rostro normal, simétrico y completo, solo es diferente al suyo o al mío. ¡¡Kisa no está deforme, solo es diferente!
Su respuesta sorprendió a Wellman, pero Voyager replicó tranquila:
—Tiene usted razón, señorita Cárdenas, perdón, señora Mijáilova. Discúlpeme por la forma en que me referí al señor Mijáilov. Pero no me negará que él sí es agresivo.
—¡¿Cómo quiere usted que no sea agresivo si se crio en la Luna, abandonado con una familia psicópata, y luego lo capturaron como a un animal para estudiarlo?!, ¡¡Vio a la mayoría de sus parientes diseccionados en una sala de autopsias!!, ¡¡es lógico, que reaccione así!! ¡Todos somos agresivos en algún momento…!
Luego de decir esto, Maggie se retiró de la habitación con paso firme y cerrando tras de sí con un portazo; Wellman se acomodó en la silla y dijo mientras se rascaba la frente con un lápiz:
—Pues bien, dicen que cuando dos personas pasan mucho tiempo juntas se comienzan a parecer. Ha reaccionado de una forma sospechosa, ¿no le parece?
—La joven está madurando, madurando un trastorno psicopatológico.
Dijo Voyager con su típica indiferencia.
Durante el largo viaje de regreso en un autobús casi vacío, Maggie permaneció en silencio, con una sien apoyada en el cristal de la ventana; mirando al paisaje como ausente hasta que dijo a Kisa que iba a su lado, soñoliento:
—Háblame de tu hijo.
Él se quedó pensando antes de responder y luego murmuró entre dientes:
—Cuando nació, sentí ganas de llorar. Ya sabía que era mío, que yo preñé a la madre, lo esperaba…
Maggie se sorprendió ante su respuesta, Kisa continuó hablando con cierta vergüenza:
—Se veía muy mal. La mitad de su cabeza estaba hundida, y era obvio que no viviría mucho. Fue un decepcionante fracaso para mí, y creo que también para la madre; aunque ella nunca pudo expresarme nada más que obediencia y temor. Pese a todo, el chico era simpático con su media cabeza y su cara de inocencia. En los pocos días que estuvo vivo, se mantuvo despierto y en ocasiones me miraba. Estoy seguro de que se dio cuenta de quién era yo y que era por mí que estaba ahí, creo que esperaba que lo mantuviera seguro. Pero un día se durmió, se enfrió y no se movió más. Claramente había muerto pero le ordené a la madre que lo dejara cerca de donde estábamos, por si acaso se despertaba. Claro, eso nunca sucedió y con el tiempo empezó a oler mal...Al menos así decían los demás. Como me enfurecía con quien lo dijera, todos pretendieron que estaba bien; que solo dormía. Hasta el día en que los americanos tomaron la base y, durante la lucha, alguien tiró la caja en que lo guardaba y su cuerpo cayó al suelo como una bolsa de grasa podrida y reventó. Hasta entonces pensé: “a la mierda todo, se murió”. Ya ni me molesté en seguir peleándome con nadie. Quería morirme con él pero nadie me mató, mala suerte...
La muchacha sonrió:
—Debiste contarme esto la primera vez que te pregunté sobre él. Amabas a tu hijo.
—No lo sé...Es vergonzoso contar esta historia.
—¡Sí lo amaste, deja de hacerte el duro! Yo también lo hubiera amado sin importar cómo hubiera venido al mundo.
Esta última frase hizo un impacto profundo en Kisa, que tuvo que bajar la mirada rápidamente porque sintió que se le humedecían los ojos. Antes de que pudiera reponerse de la impresión, escuchó a Maggie reír divertida y decir luego:
—Es tan gracioso cuando hablas así. Un hombrecito albino y flaco con voz rara, diciendo cosas como: “yo le daba miedo a mi mujer”.
—¿No me temes?, ¿por qué? ¿Realmente me ves a la cara y no sientes temor?
—Solo eres otro ser humano. No te queda bien el papel de “chico malo”, Kisa, eres demasiado infantil para eso.
El selenita se le quedó mirando un momento, luego murmuró:
—Ves el mar, ves las ondas de agua tranquila, y no te preguntas qué hay debajo...
Bajaron del autobús, no sin que antes el selenita ocupase algunos minutos en cubrirse bien la cara y Maggie se sintiera un poco molesta por su necesidad de esconderse así; pero no quiso decir nada para evitar hacerlo sentir más incómodo. Una vez en la calle, él comenzó a caminar un poco alejado de ella, quien paró en seco y le extendió la mano diciendo:
—Te he dicho que afuera no me gusta que andemos si no vas cerca de mí. Si llegas a extraviarte o algo me enojaré mucho.
—Llevas tacones...Nos vemos del mismo tamaño...y yo soy el hombre...
—Desde que llegaste a la Tierra y te enseñaron a vestirte y actuar como macho te has vuelto tan inseguro… Siempre mirándome de lejos, tímido, raro, ¡ven!
La chica no esperó respuesta, fue hasta él para tomarlo de la mano y hacerlo seguir por la fuerza. Desde el extraño incidente de la sala ensangrentada, había comenzado a sentirse fuertemente identificada con Kisa. Ya no era simple compasión por una criatura desdichada y necesitada de amor, era una especie de sentimiento de complicidad entre los dos. Sus conversaciones se habían vuelto más frecuentes e íntimas y, por las noches, las expresiones físicas de cariño se habían incrementado. Ya era oficial el hecho de que compartían la misma cama, salvo porque no tenían ningún contacto abiertamente sexual, prácticamente estaban evolucionando su relación de madre-hijo a marido-mujer; y sin embargo Maggie aún negaba el hecho de que Kisa la deseaba. Le era inconcebible imaginar tal cosa de ese ser que ella quería creer ingenuo. En varias ocasiones se despertó en medio de la noche y lo había escuchado frotando algo acompasadamente bajo las mantas, con la respiración agitada; pero prefería fingir que no se daba cuenta de nada, para evitar explicaciones embarazosas. Pensaba que él estaría soñando, jugando a algo, recordando a su mujer, cualquier cosa menos que se excitaba por ella; la simple idea le revolvía el estómago. Al llegar a la solitaria calle de su casa, Maggie divisó un automóvil estacionado frente a su jardín. Se sintió algo nerviosa, preguntándose si serían policías, y le indicó a Kisa que entrara a la casa por la puerta trasera; él obedeció separándose de ella y desapareciendo en una arboleda. Maggie siguió acercándose a la entrada frontal de su casa con desconfianza. Al llegar a unos metros del auto desconocido, una pareja bajó del vehículo y de inmediato los reconoció con sobresalto: eran Tom y Lyn Tolley. Maggie se congeló dónde estaba y Tom la saludó diciendo a la vez que la abrazaba:
—Sé que fui un hijo de puta...Pero compréndeme ahora, también yo he perdido.
La chica lo miró un segundo, confundida, luego se soltó violentamente dándole un empujón y dijo:
—¡¡Abel no se hubiera muerto de haber estado conmigo!! Pero ahora ya no importa...Encontrar culpables no le devolverá la vida y esa fue la última herida que me hiciste. En adelante, no quiero saber nada más de tu persona.
En ese instante se acercó Lindsay y tomó a Maggie de las manos, hablando con calma:
—Maggie, escucha. Sé lo que estás pasando y no es justo que arruinen tu vida por un error que no fue solo tuyo. Debes volver a la universidad, tener buenos amigos y, eventualmente, encontrar un chico que te valore y forme un buen hogar contigo. Creo que el mejor momento para arreglar las cosas siempre es ahora, y que nadie llega muy lejos en la vida si va arrastrando un fardo de dolor, de errores pasados. Tom y yo pensamos, y decidimos que sería mejor que estuviéramos cerca de ti como adultos responsables para apoyarte, al menos por un tiempo. Tommy actuó como un hijo de puta sin ética...Pero, de alguna forma, es la única familia que tienes ahora. Y sé que su relación conmigo es sólida y que tú no volverás a caer en su juego, por eso, yo misma decidí volver a la investigación y le pedí a Tommy que busque empleo en un hospital aquí en Seattle. Solo quiero que el día en que le cuente a mis propios hijos sobre la tragedia del primer bebé de su padre, pueda decir que al final hicimos todo bien y que tú fuiste feliz. No quiero pasados dolorosos, no tuve una infancia infeliz, no quiero que mis hijos o los tuyos la tengan...Por ellos, esforcémonos nosotros por arreglar las cosas.
Maggie bajó la mirada y respondió asintiendo con la cabeza. Lindsay sonrió lánguidamente:
—Está bien. Ahora, te daré nuestra nueva dirección y número telefónico. Siempre que tengas un problema, puedes contar con nosotros.
—Gracias...No hace falta. Pero agradezco su apoyo.
Respondió la muchacha sin levantar la mirada. En ese momento, escucharon un ruido desde el interior de la casa y vieron una cortina cerrarse rápidamente. Maggie explicó:
—Kisa está dentro. Suele esconderse de las visitas.
Lindsay tragó saliva, recordando las cicatrices en torno a sus ojos que debía cubrir cuidadosamente con maquillaje cada mañana, y prefirió no comentar nada. Pero Tom se acercó a Maggie y le dijo seriamente:
—Acerca de ese tema...Maggie, la gente suele meterse en problemas serios por involucrarse con personas peligrosas. ¿Recuerdas a la tía Tolley?
La muchacha palideció y no respondió nada, mientras Tom seguía:
—Ella desapareció poco después de que supiéramos lo de Abel, nadie sabe dónde estará ahora. Suponemos que en realidad hizo algo terrible respecto al bebé y en su huida terminó aún peor...y eso me hizo pensar en que quizás...tú Maggie...
—¡¿Yo...?!
Preguntó la joven asustada y el hombre prosiguió diciendo:
—...Tú podrías acabar así, por tomar malas decisiones. Dime, ¿esa cosa de la Luna te está chantajeando de alguna forma?, ¿él...él te ha hecho algo?
—¡¿Qué?!...No, no...es totalmente inofensivo.
Tolley le señaló con gravedad:
—Tú le atraes desde que estábamos en Nevada, deberías guardar un poco la distancia. O es que... ¿Es que estás aceptando tener sexo con eso...?
Nuevamente Maggie perdió los estribos:
—¡¿Pero cómo te atreves a preguntarme algo así?!, ¡¡yo no le “atraigo” de ninguna manera y jamás hubo nada inapropiado entre él y yo!! Ahora discúlpenme, quiero estar sola...Gracias por visitarme La veré luego en el laboratorio, doctora.
Después entró a la casa cerrando con llave tras de sí. Corrió las cortinas y apagó las luces, tirándose luego en un sofá mientras se frotaba el rostro. Kisa se le acercó silenciosamente, casi arrastrándose en el suelo con esa manera siniestra de moverse que tenía a veces. Llegó a recostar la cabeza en su regazo y ella le acarició el cabello diciendo:
—¿Cómo confiar en ellos? Por un lado, creo que debería y por otro...Creo que debí mandarlos a la mierda a los dos...Pero realmente me siento perdida a veces.
—¿Era el hombre...?
—Sí. Quería hablar de nuestro hijo. Hace apenas unas semanas, hubiera sentido una gran emoción al verlo. Pero ahora...sentí como si me insultara con solo poner su cara frente a la mía. Su sola existencia me ofendió. Lo empujé tan fuerte que me lastimé una muñeca.
El selenita suspiró como aliviado y dijo, mientras le tomaba la mano que le molestaba para lamerle delicadamente la muñeca:
—¿Por qué estás nerviosa todavía?
—Él me preguntó por su tía...
—¿Cuál tía?
—Nada...Una tía suya...También dijo que querías acostarte conmigo.
—Sí, me gusta. Eres cálida y me haces dormir con cariño.
—No en ese sentido...En el sentido de hacer el amor. El idiota aún está preocupado por su orgullo de macho, creerá que soy parte de su harem.
Kisa no respondió nada y volvió a recostarse en su regazo. Maggie se sintió insatisfecha con esa reacción y entonces argumentó, como explicando para a sí misma:
—Si hubieras querido tener sexo conmigo, simplemente me hubieras obligado a hacerlo hace mucho. Nuestra relación es mucho más complicada de lo que parece.
—Sí...
Suspiró el selenita cerrando los ojos, extasiado mientras ella lo acariciaba.
A la fría mañana siguiente, Maggie se aprontaba para ir a su empleo como asistente de laboratorio cuando recibió una llamada de Wellman avisándole que necesitaba a Kisa ese día. Para entonces el selenita ya se había ido a su cueva en el bosque buscando asustar a los corredores matutinos y Maggie debió ir a toda prisa a llamarlo. Se le hizo tarde, en el autobús se dio cuenta de que no había traído nada con que cubrirle la cara a Kisa y se peleó con una señora que iba mirándolos con espanto y luego con una madre cuyo hijo pequeño se puso a llorar al ver al selenita, que trataba de ocultarse la cara como podía con el cabello y su gorro ruso, peleándose con Maggie por hacerlo salir tan abruptamente. Cuando finalmente llegaron, Maggie estaba transpirada, despeinada y enojada; con Kisa quejándose de que tenía sed y desesperándola más. Finalmente llegó a su lugar de trabajo, dio un jugo al selenita para que se callara y lo dejó entretenido en la imposible tarea de impacientar a Voyager haciéndole toda clase de preguntas: “¿Qué tanto observas en ese aparato?”, “¿qué estás escribiendo?”, “¿tienes un vicio con el café?”, “¿alguna vez te has emocionado por algo?”, “¡¿sabes que yo podría matarte?!”; preguntas cuyas respuestas eran invariable y respectivamente: “algo”, “nada”, “quizás”, “no”, “sí”. Entonces Maggie se puso su bata de laboratorio, se sentó en una mesa ante una taza de café y exhaló más tranquila. Justo entonces sintió que alguien le acariciaba suavemente los hombros y se volteó para encontrarse con la sonriente Lindsay Tolley, a quien saludó mientras pensaba en la pésima suerte que estaba teniendo ese día:
—¡Doctora! Había olvidado que usted estaría aquí....
—¿Cómo has estado, Maggie? Se te hizo tarde, ¿cierto?
—Tuve problemas con Kisa...
—¿Lo trajiste?
—Sí, precisamente está atrás con la doctora Voyager, en modo “Nosferatu de 1922”.
Lindsay se volteó, rígida de horror, y se encontró con Kisa mirándola fijamente (al lado de Voyager que permanecía en su mundo); la rubia murmuró un “hola” trémulo y Kisa respondió con una extraña sonrisa. Lindsay se volteó de nuevo lentamente y dijo:
—Creo que le alegra volver a verme...de alguna forma.
Luego de pensar unos segundos, Maggie explicó:
—Estamos muy agradecidos con usted. Gracias a su trabajo en Nevada, la investigación avanzó mucho y pudimos tener una vida con un poco más de libertad.
—Me alegra haberte ayudado. Fuiste realmente heroica para todo el equipo en aquellas instalaciones subterráneas. Además has sido muy dulce estos últimos meses, enviándome correos electrónicos y comentarios en las fotos que publico. Mi madre prácticamente te adoptó como a otra de sus hijas.
Maggie la miró desconcertada:
—¿Comentarios dice?
—También me ha hecho mucho bien hablar contigo por el mensajero, ha sido tan terapéutico, tan profundo...Bueno, tú ya conoces mi vida y mis secretos. ¡Gracias por interesarte tanto por mí!, realmente, has tomado un lugar en mi corazón.
De repente Maggie estaba perdida, no entendía de qué le estaba hablando pero trató de seguir la conversación amablemente:
—Gracias, doctora. Usted también es muy especial para mí Siento que, al final de todo, se ha convertido en una buena amiga mía. Creo que si bien conversamos algunas veces por el mensajero, no recuerdo haber hablado tanto.
—Hemos estado charlando cada día, durante largas horas.
—¡Oh, no! Creo que sé lo que sucedió...es que suelo dejar mis redes sociales abiertas para que Kisa se entretenga viendo fotos mías o de mis amigos...
—¿He estado charlando con Kisa...?, ¿él me pidió que volviera?
Lindsay se volteó sobresaltada para ver al selenita que mordía el popote del jugo mientras le dirigía una mirada que la hizo sentir muy incómoda. “Era esto...El malnacido alienígena fantasea con Pemberton en mi propia cama todas las noches”, pensó Maggie y dijo luego:
—¡No, no, doctora! Quien le habló siempre fui yo. Le aseguro que no habrá coincidido con él en más de una o dos ocasiones. Esté tranquila.
En ese momento llegó Wellman acompañado por Mitkov. Wellman tomó a Lyn Tolley por sorpresa, abrazándose a su cintura y besándole una mejilla, mientras decía:
—Mi sexy médico rubia ha vuelto. Tengo buenas noticias, hoy acabaremos temprano ya que nuestra agenda no está tan apretada. Solo necesitamos... ¿Y Kisa?
—Atrás, con la doctora Voyager...
Respondió Maggie de mala gana. Wellman volteó, mirando a Voyager sola profundamente concentrada en su trabajo, y exclamando después:
—¡Ahí no está, cariño!
—Tenemos un problema...
Observó entonces Mitkov señalando a la cámara de seguridad, cuya lente estaba cubierta por una caja de jugo vacía. Encontrar al selenita suponía un reto difícil, puesto que Kisa era especialmente hábil para esconderse y ser silencioso; además de tener la capacidad de trepar y escurrirse en casi cualquier parte. Fácilmente había podido meterse en el sistema de ventilación o escapado por una ventana. Casi toda la mañana se desperdició en buscar al selenita por todo el edificio y sus alrededores, lo que aumentó el mal humor de Maggie y molestó también a Lindsay Tolley; que tuvo que pasar su primer día de reintegración al equipo mirando por cada rincón y escondrijo donde pudiera haberse metido Kisa, hasta que algo rasgó su falda y tuvo que volver corriendo al laboratorio clínico para tratar de repararla provisionalmente con una grapadora. Mitkov y Wellman se comunicaron con Gabin para tratar de encontrar pistas en las cámaras de vigilancia, mientras Voyager y Maggie buscaban hasta en las copas de los árboles de los jardines. Así, casi a medio día, Lindsay estaba sola engrapando su falda rota; entonces tuvo el presentimiento de que el selenita estaba justo detrás de ella. La rubia, sentada en la mesa de un escritorio, pensó por un momento que debía ser solo su imaginación; pero luego se volteó con cautela y confirmó sus temores al ver a Kisa mirándola fijamente, de pie frente a la puerta cerrada. Instintivamente miró hacia la cámara de seguridad, descubriendo que seguía tapada y entonces optó por manejar la situación por la vía pacífica:
—Vaya...apareciste. ¿Dónde te habías metido?,
—He estado detrás de ti todo el tiempo. Incluso rompí tu falda y no te diste cuenta.
Lindsay tuvo un escalofrío, ya era algo personal. Trató de permanecer en calma diciendo:
—¿Aún estás enojado...por lo de Nevada? Te pedí disculpas...
—Ojo por ojo, diente por diente; me alegra haberte convencido de venir.
—Yo solo hacía mi trabajo en la sala de autopsias...
Kisa se acercó hasta llegar a acariciarle el rostro lentamente con sus largas manos de uñas afiladas como de acero, mientras decía con una sonrisa sarcástica:
—Tú solamente los estabas destripando, ¿cierto?
—No... ¡No, no! No maté a esa gente. Nada más examinaba sus cuerpos porque esa era mi obligación. Tu clan fue asesinado en la Luna por los militares, yo no tuve ninguna responsabilidad en eso.
Antes de que pudiera terminar de hablar, el selenita ya la había atrapado por el cuello; obligándola a tenderse violentamente sobre el escritorio mientras le decía al oído:
—Si gritas no te mataré, te arrancaré la piel de la cara y te dejaré así hasta que te encuentren. Hoy vamos a terminar lo que empezamos aquel día.
—No tienes ninguna buena razón para hacer esto... ¡Te digo que yo no los maté!
—Has logrado ocultar bien las marcas que te hice, pero aún están ahí. Siempre van a estar en tu bello rostro, como un recuerdo mío. Me gustaría que fueran más notorias. Esta vez voy a penetrarte profundamente y dejarte huellas imposibles de ocultar.
La doctora intentó seguir dialogando:
—Piensa en qué sentirá mi familia cuando sepa que me hiciste esto, yo también soy una esposa...Una hija, una hermana... ¡Piensa en tu madre!
—¿Mi madre?
Preguntó el selenita ya sobre ella, arrancándole la blusa:
—Tú te pareces a mi madre cuando era más joven. Ella era una mujer muy hermosa, muy orgullosa, muy fría...Muy cruel. A veces me daban ganas de hacerle cosas horribles, pero nunca le hice nada; después de todo, era mi madre. Pero tú no.
Lindsay hizo un último intento, retorciéndose y cubriéndose el pecho, no perdió el valor y siguió tratando de hacerlo razonar:
—¡Mijailov, escúchame!, tú eras el líder de ese clan, ¿cierto? Era tu responsabilidad decidir qué debían hacer o que no. Los astronautas que llegaron a la base Nebo ni siquiera estaban seguros de que ustedes seguían viviendo ahí, nadie iba con la intención de matar a los sobrevivientes. Debieron hacerlo porque los atacaron. Era tu responsabilidad como líder haberle dicho a tu gente que preguntara primero y agredieran después, ¡pero no lo hiciste! Tú y tu madre sobrevivieron porque se dieron por vencidos. ¡Todos hubieran sobrevivido si hubieran cooperado!, si les hubieras dicho que averiguaran que querían esos desconocidos antes de tratar de matarlos. Por tanto, están muertos por tu culpa. No supiste manejar bien la situación y tu gente murió. ¿Quieres enojarte con alguien?, enójate contigo mismo. Yo no tengo nada que ver en esto. Y si así fuera, hubiera tratado de evitar cualquier derramamiento de sangre.
Kisa se quedó sin palabras. La soltó y fue hasta una esquina donde simplemente se cruzó de brazos, observándola. Lindsay se reacomodó la blusa sentándose en el escritorio, diciendo con un poco de alivio pero sin perder la guardia:
—No te acuso de nada, comprendo que debe ser difícil toda tu situación. Me cuesta creer que seas la misma persona que me escuchó y aconsejó cuando le conté sobre las infidelidades de mi esposo, parecías tan comprensivo...
—Yo también engañé a mi mujer. Sabía del tema. Podía decirte cómo evitarlo.
—Es horrible imaginar con quién fuiste infiel, puesto que tus únicas opciones eran tus propias parientes.
De pronto Kisa comenzó a acercarse lentamente a ella, sin mostrar ninguna emoción. Lindsay sintió que se le erizaba cada vello del cuerpo mientras él decía, mirándola con sus ojos siniestros:
—Mi madre era mi madre, las otras eran solo hembras. No tendrías porque verme como a un animal salvaje, tenemos algunas cosas en común. No veo la diferencia entre lo que yo le hago a la gente viva y lo que tú le haces a la gente muerta que debes examinar. Solo hacemos lo que debemos hacer, ¿no es así?
—No. La diferencia radica en que yo no quiero hacerles daño.
—¿Qué importa lo que sientan si a ellos no les importaría lo que sintieras tú de estar en su lugar? Mis enemigos dejan de ser personas desde el momento en que los considero una amenaza o un obstáculo. No siento remordimientos por matarlos.
Lindsay comentó un poco extrañada:
—No, no es lo mismo...Es difícil creerlo…Te conté de cuando era una adolescente regordeta e insegura, y me trataste con tanta comprensión. ¿Qué pensabas en esos momentos en que yo abrí mi corazón contigo?, ¿es tanto el odio como para tener tal paciencia al acechar así a alguien? Me parecías tan dulce, sensible, a veces poético; tanto que solo podía pensar que realmente hablaba con Maggie, con una persona...buena. ¿Qué pensaste el día en que te conté de cuando Selma y yo hacíamos pijamadas, y juntas jugábamos a las muñecas o nos contábamos nuestros secretos de niñas?, ¿qué pensaste...siendo tú quien la asesino?
El selenita respondió sin dudarlo:
—Pensé que te había liberado de algo que te emponzoñaba. Fue tu amiga, pero tú no eres como ella; y esa ha sido la verdadera razón por la que hoy no te maté. Pero me sigues interesando y esto a veces me incomoda.
Lindsay lo miró confundida y asustada. Estremeciéndose al pensar que estaba ante un psicópata impredecible que tenía una extraña obsesión con ella. Las palabras de su esposo le volvieron a la mente y esta vez estuvo totalmente de acuerdo con él: Maggie corría grave peligro y ese ser no dejaría de matar. Afortunadamente para ella, justo entonces llegó Wellman y dijo con su típica jovialidad:
—¡Buen trabajo, Lyn, lo encontraste! Ahora espero estés dispuesto a cooperar, Kisa; pues de ser así, todos habremos terminado nuestras labores de este día en muy poco tiempo. Únicamente necesitamos de ti una muestra...
—Ya me han sangrado como para llenar un lago.
—...de semen.
Kisa lo miró como escandalizado y Wellman añadió entregándole un frasco de plástico:
—¡No me mires como si te lo estuviera pidiendo para comérmelo con fresas! Esto es un examen de rutina. Ahora ve al baño y pon eso...en este recipiente. ¿Fácil, no?
Pasaron tres horas y Kisa aún no salía el baño. Todo el equipo se reunió en el laboratorio clínico para ver con tedio a las agujas del reloj avanzar y, finalmente, Wellman murmuró:
—¿Están seguros de que es chico?
Lindsay dijo, frotándose los ojos:
—Es un hombre adulto. Lo que no puedo decirles es si le funcionará el instrumento o no...Aunque en teoría le sirve, tuvo un hijo.
Su respuesta hizo que Wellman comentara en tono burlón:
—Seguramente ahora está pensando: “¿cómo me hago una paja zin zircunzidarme con miz propiaz uñaz?”
Sin saber si reír o llorar, Lindsay dijo:
—Por Dios, cállate, suenas igual.
Luego todos guardaron silencio, ya cansados hasta de tratar de tomarlo todo con humor. Finalmente el doctor Mitkov habló:
—Quizás lo que dice el doctor Wellman en broma sea justamente lo que está pasando...Iré a ver cómo va.
Entonces Wellman replicó:
—¡Oiga, doc, tenga cuidado! No sea que él lo malinterprete o algo. Diría que es mejor que entre una mujer; Maggie, de preferencia. Él le tiene confianza.
—¿Yo? Se sentirá más cohibido, soy como la madre.
Replicó Maggie y J. Gabin le ordenó con una media sonrisa:
—Entre usted. Es la indicada.
La joven asistente obedeció, entrando al baño tímidamente y cerrando tras de sí. Encontró a Kisa sentado en una esquina, hojeando tristemente una revista pornográfica. Al oírla entrar le dirigió una rápida mirada y luego volvió a ver al suelo murmurando:
—Esto es humillante...
—No creo que temas lastimarte, sé que sabes llevar tu vida normalmente con las uñas afiladas. Nadie te juzgará si lo haces rápido, lento, o si sale poco o lo que sea. Realmente no sé qué decirte en este caso...Salvo que si tardas más será peor.
—Solo no quiero hacer algo así aquí y ahora.
—Pero debes hacerlo...Mi trabajo depende de este tipo de cosas.
—Lo siento, pero es imposible.
Maggie se molestó un poco y replicó:
—No es un buen momento para otro de tus caprichos extraños, todos están esperando allá afuera a que yo arregle esto, incluida Lindsay Pemberton que... ¿Qué pasó ahí?, ¿para qué buscaste la forma de quedarte solo con ella?, ¿es que te gusta? Es decir, es tu vida, no me importa si te fijas en alguien. ¿Pero porqué Lyn Pemberton? De todas las mujeres del mundo...
—¡Ella no es la mujer de la cual estoy enamorado y no puedo hacer esto!
“¡Dios nos proteja, está enamorado!”, pensó Maggie al escuchar la contestación de Kisa; notando luego que él ya estaba muy avergonzado por lo que sintió lástima por él. Salió para rogarle a todos que lo dejaran intentarlo al siguiente día, a lo que el resto del equipo accedió; ya hartos de esperar. Durante todo el viaje de regreso a casa, Kisa fue en silencio y cabizbajo. Por la noche salió a beber con su amigo White y regresó casi a la una de la madrugada, pero no fue a la cama. Estuvo hurgando en unos documentos hasta que encontró el número telefónico de su madre en Rusia. Estuvo hablando con ella de religión y cucarachas, hasta que salió el sol.
8 de septiembre de 2012
Pasó una semana completa y la muestra de semen del selenita aún no se había obtenido. Kisa estaba sufriendo una especie de impotencia psicológica que lo llevó a negarse a salir de casa y a platicar hasta con Maggie. Pasaba los días dormido en la oscuridad del sótano y las noches bebiendo solo y en silencio sobre el techo, mirando a la Luna. Maggie sintió honda compasión por su orgullo masculino herido, pero tenía asuntos más importantes por qué preocuparse primero; tales como el hecho de que su patio trasero estaba empezando a heder a carne podrida. Se comía las uñas dando vueltas, pensativa, mientras veía a cada tanto hacia un montículo de tierra removida junto a sus rosales, finalmente tuvo una idea.
Ese sábado tomó sus pocos ahorros y fue a una tienda de jardinería, luego a una ferretería. Volvió a media mañana en un taxi, traía varios duendes de jardín que fijó al suelo con una enorme masa de cemento mal mezclado que ella misma hizo sobre el montículo de tierra removida en su jardín. Incluso moldeó una cavidad en el revoltijo, que luego llenaría de agua para hacer un pequeño estanque. A media tarde bebía una limonada con las manos temblorosas, mirando a su obra que había conseguido sellar la fuente del olor pero era tremendamente extraña y llamativa. Entonces creyó escuchar un murmullo, un suave retumbo debajo de la tierra. Se acercó con temor imaginando que el peso del cemento quizás había hecho ceder las costillas entre las carnes putrefactas e hinchadas que yacían debajo, y que probablemente todo colapsaría creando un macabro volcán de cemento, podredumbre y gases pestilentes. Tocó la superficie de su monstruosidad en busca de zonas resquebrajadas o flojas, temblando por el nerviosismo, y entonces la voz de Kisa repentinamente se escuchó a sus espaldas; haciéndola gritar por la sorpresa:
—¿Qué es lo que mataste? Hay algo muerto y podrido, enterrado ahí.
La chica se volteó como electrizada, explicando mientras Kisa la veía con desconfianza:
—¿Matar?, ¿por-porqué dices eso?, Lo que hay aquí...claramente es una fuga de aguas negras...Pero creo que con esto...se habrá reparado ya...
—Llama a un fontanero. Es lo que se hace, ¿o no?
—¿Fontanero?, no, ¿qué fontanero? Te incomodará y hará preguntas como... ¿Él es un extraterrestre? Y luego le dirá a los medios y luego, ¡pum!, cuando nos demos cuenta, serás presa de ufólogos...
—Pero soy humano, no extraterrestre. Mis abuelos eran soviéticos...de la Tierra...
—¡¡Pero naciste en la Luna, eso te hace prácticamente un extraterrestre!! Y, ... ¡no se hable más! Yo sé qué es mejor y es mejor no llamar fontaneros.
Kisa entró de nuevo a la casa, con un suspiro de resignación. Sin saber muy bien qué hacer, Maggie se quedó un momento tamborileando con los dedos sobre un duende de su “estanque” y después corrió al interior de la casa en busca de Kisa. Lo encontró bajando la escalera del sótano y al escucharla se volteó para verla, esperando que dijera algo. Maggie tartamudeó:
—¿Te-te has tomado tu...tu medicina?
—Sí. Me ayuda a estar más tranquilo pero también me da mucho sueño y me hace ver las cosas de forma distinta, darme cuenta de que en realidad si me arrepiento de mucho...Entonces deseo dormir y no despertar, o despertar en la Luna y que esto sea una pesadilla...Y aún esperan que les de esa muestra...
—Lo siento. Sé que estás pasando momentos difíciles... ¿No has intentado aquí...?
—No tengo ganas...Y si me obligo es peor...
—Está bien, supongo que todos los hombres pasan por esto alguna vez.
Él asintió con la cabeza, resignado, siguió bajando y de pronto se detuvo volviéndose a mirar a Maggie para preguntarle:
—¿Puedo hacerte una pregunta y que la respondas sinceramente?
—Claro...Te debo eso...
Respondió la chica, armándose de valor para explicar la aparición de la tumba clandestina en el patio trasero y los sangrientos hechos ocurridos en la sala de su casa aquel 31 de agosto. Estaba dispuesta a decir toda la verdad, puesto que ya no podía seguir llevando ella sola el peso de ese secreto pavoroso y necesitaba compartir la carga con alguien. Kisa miró al piso con el cabello rubio y maltratado cayéndole sobre la cara, y cerrando los puños preguntó seriamente:
—¿Tú tendrías sexo conmigo?
—¿¿Qué??
—Solo...es una pregunta hipotética...He estado pensando...y al ver que ahora que estoy en la Tierra soy un fenómeno médico entre casi toda una humanidad sana y hermosa, quise saber realmente...qué tan repugnante soy...
—Pues...he visto hombres más feos, pero no sabría responderte.
—Bueno, gracias. Por cierto, estás sangrando de una pierna.
Con espanto, Maggie notó que se había herido con las herramientas en el jardín pero no se percató en su nerviosismo y por su inusual tolerancia al dolor. El corte era bastante profundo, tuvo que ir a urgencias para que le dieran algunas puntadas. Esperaba a que el médico que la atendía terminara de curarle la herida, cuando él le dijo que debía dejarla sola un momento e inesperadamente se asomó por la puerta Tom Tolley con su uniforme hospitalario, tan apuesto y atlético como siempre. Maggie se mofó mentalmente de sí misma, al sorprenderse pensando: “se ve radiante en la indumentaria de su profesión, pero sigue siendo un hijo de puta”. Tolley se acercó sonriente y dijo:
—Me pareció ver de lejos una melena negra coronando una curvilínea silueta y pensé: “esa solo puede ser Maggie Cárdenas”. ¿Qué haces aquí?
—Tuve un accidente de jardinería...Y ya no soy “Cárdenas”.
Tom Tolley se acercó a examinarla, diciendo:
—Es horrible que uses el apellido de la cosa. ¿Eso te hizo algo?
—No. Se llama Kisa y es inofensivo.
—Quizás cuando está hasta las narices de Fluerixilina, Sertralina y no sé qué otras drogas que le ha prescrito Robert. Lindsay me contó que la semana pasada tuvo un encuentro terrorífico con él. Estuvo acechándola hasta acorralarla y la amenazó con desollarla viva y cosas así.
Maggie respondió incrédula:
—Estoy segura de que realmente no es el psicópata que todos describen. Es capaz de adaptarse bien a las normas sociales, es responsable y organizado cuando debe serlo; además siente compasión por la mayoría de animales, a los que conoció en vivo hasta que llegó a la Tierra y le maravillaron tanto que decidió hacerse vegetariano; y en general es bastante pasivo y dulce. La conducta de “extraterrestre asesino” solo emerge cuando se siente amenazado o nuestras regulaciones sociales chocan con las que él tenía allá en la Luna. Es...como un guerrero de la selva traído a la ciudad.
El doctor Tolley meneó la cabeza negativamente y cuando volvió el otro médico, le pidió que lo dejara terminar de atender a Maggie. Una vez a solas de nuevo, él continuó la conversación:
—Las investigaciones sobre el paradero de la tía Tolley han llegado hasta un punto ciego. Al parecer, ella compró un boleto de avión con destino a Seattle; Robert confirmó que recibió un correo electrónico sospechoso de alguien haciéndose pasar por mí para averiguar tu dirección domiciliar. Investigando la IP de esa dirección de correo, rastrearon el origen hasta la computadora de la tía Tolley. De modo que la tía voló hasta aquí para hablar contigo, pero las pistas terminan justo ahí. Ella nunca llegó a verte. Algo debió suceder entre el aeropuerto y tu casa.
Maggie guardó silencio, pálida como el papel. Tolley agregó:
—¿O acaso habló contigo?
—¡No! ... No, nunca la vi.
Mintió la joven y Tolley siguió hablando:
—Quizás el extraterrestre la vio antes que tú...Yo la he dado por muerta.
—Cada vez que Kisa ha matado, se ha asegurado de dejar el cuerpo expuesto a la vista de todos; como una forma de advertencia. No mata por placer o impulso, mata para defenderse o controlar mediante el terror. No creo que él la haya asesinado.
Aseveró Maggie y Tom contestó sonriendo:
—La tía desapareció aquí en Seattle, si no la mató Mijáilov, ¿quién más lo hizo? ¿Tú?
Maggie tuvo un ataque de tos y luego sugirió:
—Quizás...Quizás ni esté muerta...Quizás se esconde por ahí, Tommy.
—Es extraño que no haya llegado a tu casa. Estoy seguro de que llegó a acercarse, pero el monstruo la mató antes de poder reunirse contigo. Es lo más lógico.
—Bueno...quien sabe...Kisa es impredecible...Podría haberlo hecho.
La muchacha se mordió la lengua, reprochándose a sí misma por culpar a Kisa. Pero después de todo, pensó, el selenita había hecho suficientes atrocidades como para que inculparle por la muerte de la vieja tía fuera poco comparado a todos sus asesinatos anteriores. Tolley terminó de curarla y dijo, gravemente:
—Creo que lo mejor que podrías hacer es matarlo... Envenenarlo de alguna forma.
—¡¿Por qué haría algo así?!
—Porque los sujetos para los que hemos trabajado quieren al extraterrestre para crear algún tipo de arma biológica. Todos sospechamos eso. Le harías un bien a la humanidad destruyendo a esa criatura. Es un arma, un arma viviente.
Entonces la chica explicó:
—Hay otro hombre que tiene el mismo síndrome que Kisa y además ya recolectaron suficiente información sobre él como para hacer lo que quieran. Matarlo es inútil.
—Aun así, es un peligro para todos. Asesina a sangre fría, odia a todos los que le rodean, es astuto y rápido; si por desgracia llega a tener descendencia...puede que ese nuevo síndrome hereditario realmente llegue a la Tierra para hacer estragos. Una enfermedad que haría nacer psicópatas asesinos sin remedio. Maggie, sé que no eres capaz de algo así, pero ármate de valor un día y mata esa abominación. Es una amenaza para toda la humanidad. ¡Lo digo en serio!
La chica pensó un momento, aturdida, y luego murmuró:
—Puede que tengas razón, pero solo lo haría si encontrara la forma de que no sufra en el proceso...Él no es malo, solo tiene esa enfermedad en sus genes...
El doctor Tolley le hizo una señal con la mano para que esperara, salió de la habitación y volvió al poco rato con un frasco que luego le entregó; diciéndole en voz baja:
—Un poco disuelto en agua o en la comida. Bastará un trago, te prometo que no sospechará nada. Solamente le dará sueño, se empezará a quedar dormido y en una hora habrá fallecido. Nadie encontrará rastros de que haya sido una muerte no natural. Parecerá que tuvo un paro cardíaco y nada más.
Maggie se quedó mirando al frasco consternada y respondió:
—Tom...No puedo hacerle esto. ¡Kisa confía en mí!
—Si no lo haces tú, ¿quién lo hará? Maggie, te juro que he comprado un arma...Y a veces conduzco hasta tu calle, con la esperanza de verlo y poder llenarlo de plomo. No he podido dormir tranquilo desde que supe que esa criatura infernal existe. Por favor... ¡Deja de tenerle lástima y mátalo por el bien de todos!
Maggie no supo qué responder y luego pensó: “lo único más valioso que una vida, es la vida de una multitud”. Aceptó tristemente el frasco que le ofrecía Tolley y lo guardó en su bolso. Volvió a casa sintiéndose terrible. Cuando llegó, no vio señales de Kisa y supuso que habría salido a beber. Sacó el frasco de Tolley y lo llevó hasta un estante poco usado de la cocina, pensando aún si sería correcto usarlo o no. Lo dejó ahí escondido y fue a tirarse al sofá, encendiendo el televisor y cambiando los canales mientras se sentía sobrecargada de pensamientos que la agobiaban. La pérdida de su hijo, la amenaza que significaba Kisa, la nueva traición de sus familiares y amigos, su fracaso amoroso con Tom, su carrera universitaria frustrada, el recuerdo de su madre rompiéndose la espalda y maldiciéndola, y el de la tía Tolley con la cabeza estallando mientras la sangre brotaba como chorros; empapando toda esa sala que ahora parecía tan apacible y acogedora. Cerró los ojos con fuerza como intentando borrar esa imagen de su mente y entonces se sintió observada. Miró inmediatamente a un costado, ahí vio a Kisa apoyándose en el marco de la puerta del sótano, medio escondido en la oscuridad; cubriéndose con un abrigo y viéndola con la dolorosa tristeza de quien ve algo que anhela desesperadamente pero sabe que nunca podrá alcanzar. La chica se extrañó por su expresión y preguntó:
—¿Kisa?, ¿te pasa algo?
Pareció tardar en darse cuenta de que la pregunta era para él, luego respondió solamente:
—No. Solo hace mucho frío.
Maggie insistió, no satisfecha por esa breve contestación:
—Estaremos a veintidós grados, lo máximo. ¿Seguro estás bien?
—No, hace tanto o más frío que en la Luna. ¿Puedo recostarme ahí, contigo?
Ella le respondió abriendo los brazos y él fue hasta su regazo buscando su calor. Maggie le acarició el cabello y besó la frente, como ya era su costumbre, entonces se dio cuenta de que en realidad Kisa estaba ardiendo en fiebre. Tuvo que llamar de inmediato a Wellman.
—No sé si has visto suficientes películas de ciencia ficción, Maggie...
Dijo el médico a través del teléfono, mientras se bañaba en un jacuzzi acompañado por dos alegres prostitutas rellenas de silicona:
—...pero los extraterrestres siempre mueren por enfermedades comunes de la Tierra. De modo que si me dices que se ha resfriado y tiene fiebre de cuarenta, no puedo evitar preocuparme. No debiste dejar que pasara las noches a la intemperie bebiendo sin parar. ¿Ya le administraste acetaminofén?, ¿te aseguraste de que no esté muy tapado? El doc Bobby perderá mucho dinero si el alien se muere, Maggie...Quiero que te ocupes de mantenerlo bajo observación y aplica el clásico paño empapado en agua fría para refrescarlo. Llámame en una hora y cuéntame cómo siguió.
—Okay...Pero le repito, doctor, se ve muy mal. Le llamaré luego.
Maggie colgó el teléfono y volvió a su cama para recostarse al lado de Kisa, que luchaba por no quedarse dormido mientras ella le humedecía la frente a cada tanto con un paño mojado. Se miraron a los ojos un rato como diciendo sin palabras lo mal que se sentían y luego de un largo silencio, Maggie por fin habló:
—No entiendo tu actitud. Cuando no me dejas en paz ni un segundo, entonces me ignoras completamente. ¿Por qué no me dijiste antes que te sentías mal?
—Entiende que soy mucho mayor que tú y sé cuidarme solo. Yo no comprendo por qué insistes en tratarme como si fuera un niño o una mascota.
—¡¿Acaso no andas siempre tras de mí como si fueras uno de los dos?!
—Pero no es porque quiera que me cuides, es porque quiero que me ames...
Tal respuesta asustó a Maggie pero también la conmovió. Era la primera vez que alguien del sexo opuesto la pretendía con tanta devoción. Se ruborizó bajando la mirada, sin saber que contestar por los nervios, y entonces recapacitó en que quien le estaba intentando hablar de amor era una espeluznante criatura asesina traída de la Luna. Inmediatamente neutralizó la situación abrazándolo con fuerza y diciendo mientras le besaba una mejilla:
—¡Oh, tú sabes que te quiero mucho!
Kisa no tuvo valor de seguir el tema y prefirió callar disfrutando de la cercanía y el aroma de Maggie, que en ese momento se sentía una seductora de hombres. Estuvieron un largo rato sin hablar, mientras ella lo acariciaba pensando: “El peor amante del mundo debe ser uno menudito...Y es que creo que si accediera a sus deseos, al verlo avanzar hacia mí me darán más ganas de sentarlo en mis piernas para leerle un cuento que de otra cosa. Sin embargo, tiene lo suyo. El cuerpo duro como de madera labrada y la piel tan tersa que provoca besarla, podría ser que apagando la luz, sin mirar esa cara...La parte importante no es gran cosa pero tampoco es despreciable, el tamaño justo, ni mucho ni poco…” Estuvo dándole vueltas a la idea hasta que Kisa dijo:
—Dime qué pasó con la persona enterrada en el patio trasero.
La chica se quedó de una pieza y susurró:
—¿Qué dices...?
Él se levantó un poco, apoyándose sobre un codo y diciendo:
—Sé que algo pasó en la sala. Quizás estoy loco, pero no soy estúpido.
Maggie tragó saliva y comenzó a explicar en voz baja:
—Aquel día, en que yo pensé que mi ex novio vendría y en realidad no fue así, vino en su lugar su tía. La mujer que adoptó a mi hijo. Ella venía a decirme que mi bebé había muerto y que ahora estaba teniendo problemas por culpa mía...Yo no podía ponerle atención, no entendía lo que me decía; solo pensaba en que mi mundo se había acabado. Ella seguía diciéndome cosas que no recuerdo y, de pronto, no sé de dónde sacó un arma...Lo próximo que supe es que yo tenía el cañón del arma en la boca y comprendí que ella iba a matarme.
Comenzó a llorar a la vez se lanzaba a Kisa para abrazarlo, casi como en una embestida que a él le costó detener debido a la fuerza de la chica; que luego continuó relatando, entre sollozos mientras él le acariciaba el cabello:
—Entonces no sé qué pasó, tuve suerte quizás, pero logré sacarme el cañón y atraparle las muñecas. Todo fue rápido y confuso, la adrenalina me corría por las venas mientras pensaba en salvar mi vida y en castigar a esa mujer que no había podido cuidar bien de mi hijo. Sentí algo quemante en un brazo y vi que me había disparado, pero pensé que como no había sido herida en una parte vital podía seguir luchando por quitarle el arma. Una parte de mí solo quería arrebatarle la pistola y encañonarla, decirle que era una vieja puta, llamar a la policía para que la arrestaran y que se muriera de vergüenza en la cárcel....Pero había otra parte de mi...que se salió de control...Mientras forcejeábamos logré apoderarme del arma y...No lo sé...Disparé sin pensar y vi su cabeza reventando y salpicando sangre, sesos, por todas partes...Fue horrible...pero tan real, tan brutal,...que ahora me parece que es hasta romántica la forma en que las películas gore presentan a la muerte. Yo estaba bañada en su sangre, sentía su olor y su sabor ferroso...Y pude haberme dejado dominar por el pánico...Pero pensé que no había tiempo, que ya era demasiado tarde...La había matado. Comencé a juntar los trozos de su cráneo despedazado y los envolví con su cuerpo en una sábana. Corrí a quitarme el vestido ensangrentado y cavé un agujero allá atrás junto a los rosales...No pensaba, no estaba triste o asustada...Solo hacía lo que tenía que hacer para evitarme más problemas... ¡Y creo que por momentos hasta me sentí satisfecha de haberme cobrado así la vida de Abel! La enterré como pude y puse bolsas de basura y hojas secas sobre la tierra removida, para ocultar mejor esa tumba improvisada. Luego viniste tú...me ayudaste a limpiar...y seguimos nuestra vida... ¡Mientras ella se pudre en nuestro patio trasero!
Kisa guardó silencio un momento, pensando, y luego dijo tratando de calmarla; tomando en cuenta por primera vez las normas sociales de la Tierra:
—En realidad, mataste en defensa propia. Supongo que debiste llamar a las autoridades y explicar sinceramente todo para no empeorar el problema.
—Estaba muy enojada con ella cuando el arma se disparó. La asesiné...
—No lo sé, Maggie. ¿Eres culpable? Te dejaste llevar por tus instintos, esos que a mí me cuesta tanto controlar cuando no estoy medicado como ahora. Los instintos son parte de nuestro ser, nacemos con ellos, son nuestra naturaleza pero liberarlos significa darle el visto bueno a casi todo lo que es en esencia la maldad. Somos culpables de no ocultar el monstruo que somos realmente. Pero no pienses más, ya pasó, finge que no sabes nada. Si un día descubren que la vieja murió y está enterrada aquí, di que quizás yo la maté. Si me lo preguntan, diré que fui yo...Porque yo sí soy una bestia en guerra con tu gente y nadie podría dudarlo.
Maggie no pudo seguir hablando, la conciencia le pesaba demasiado como para decir algo. Siguió llorando amargamente hasta quedarse dormida. Una hora luego, Wellman empezó a desesperarse ya que Maggie no se comunicó para reportarle el estado del selenita; así que la llamó él. Esperó durante largo rato a que le contestara y ya comenzaba a sentirse algo asustado cuando finalmente le atendieron. Alarmado, Wellman saludó:
—¿Hola?, ¿qué pasó? ¡¿El alienígena se murió o algo?!
La voz siniestra de Kisa le respondió de forma cortante con un “¡Estoy vivo!”, para luego colgar violentamente. Wellman sonrió aliviado y volvió con sus mujeres.
10 de septiembre de 2012
Tras un fin de semana difícil, el lunes debieron volver a reunirse con el equipo de investigación y reanudar la tortura del selenita, que llegó siempre cabizbajo y silencioso. Esa mañana, Kisa estuvo sentado en un rincón del laboratorio clínico; completamente humillado mientras los doctores del equipo discutían ya hastiados. En un momento dado, Wellman ideó una solución:
—¡Lo tengo!, le damos Viagra y contratamos a una puta. ¡Una puta muy valiente y fanática del fenómeno ovni! Seguro que así al menos lograría una erección.
Lindsay Tolley replicó:
—Idiota. Yo opino que ya desistamos y optemos por una biopsia testicular. Eso sí, ¡yo no la haré ni porque me demandes cien veces, Robert!
—Jóvenes, paciencia. Quizás si lo intenta en otro sitio, puede que ese baño le incomode.
Opinó Mitkov mientras Maggie, sonrojada, escuchaba todo y Kisa permanecía cabizbajo cubriéndose la mirada con una mano; completamente avergonzado. Lindsay siguió defendiendo su idea, ya malhumorada y alzando la voz:
—¡Ustedes están negándose a hacer la biopsia como si se tratara de sus propias bolas! Oigan, estamos perdiendo tiempo, dejen de pensar como machos con temor a la castración y vamos a lo seguro ya. ¡Robert, acepta que es lo mejor!
—¿Pero estás loca?, ¡no aceptaré complicar tanto los métodos solo por “cuestiones de tiempo”! Si algo sale mal, si él no coopera, perderemos más y nos expondremos a otros riesgos. Dejemos que tome confianza, que se acostumbre, y un día de estos finalmente lo logrará. Tú acepta mi decisión o haz la biopsia, pero sola.
—Maldito hijo de puta...
Replicó Lindsay entre dientes y Wellman se encogió de hombros, exclamando:
—¡Tú eres la que quiere hacer ensalada de huevos lunares!
Maggie perdió la paciencia e hizo una seria decisión. Tomó el frasco estéril para la muestra, asió a Kisa de una mano y con determinación entró con él al baño; cerrando con llave tras de sí. Todos en la habitación se quedaron mudos, estupefactos, y bastante asqueados. Dentro del baño, Kisa miró a Maggie con desconcierto, mientras ella se quitaba la bata y decía:
—Ya ha sido suficiente lío. No importa lo que tenga que hacer, no saldremos de aquí hasta que el asunto esté terminado.
—Pero estamos en el baño de mujeres...
Alice Voyager salió de un retrete, mientras corría el agua, y dijo:
—Interesante, es como una abducción extraterrestre inversa. Recuerdo una vez...
—¡Salga de aquí doctora Voyager, luego hablamos!
Rugió Maggie, sacándola de un empujón y volviendo a cerrar. Se compuso los lentes tratando de recuperar la compostura y luego murmuró:
—Ese retrete es el más alejado de la puerta. Entremos ahí.
Le indicó que se sentara mientras cerraba cuidadosamente la puerta y luego se quitaba el vestido y el sostén. Kisa se aclaró la garganta cruzándose de brazos y mirando a un costado, y ella dijo seriamente:
—Bueno...pues... ¿Quieres tocar algo?
—No, gracias. Yo estoy bien así.
—¡Pero si todas las noches cuando crees que me he dormido me metes mano!
—¡Fue accidentalmente, estaba dormido!, ¡no es lo que parece!
—No ganamos nada discutiendo...Deja ya...Yo haré todo...
Se arrodilló entre sus piernas y meditó un momento sobre lo que estaba a punto de hacer, entonces le descubrió delicadamente los genitales; mientras él observaba, prácticamente temblando. La erección fue completa e instantánea. Ella lo acarició suavemente, diciendo para disimular un poco la incomodidad de la situación:
—Es...bonito, Kisa. Lo tienes bien, a mí me gusta.
La muchacha se le acercó más y él retrocedió, había algo que lo incomodaba mucho; no podía precisar si era que por primera vez estaba en una situación sexual en que él no tenía el papel dominante o que ya al ver realizada su fantasía de intimar con esa “virgen madre” su sentido moral entró en cortocircuito. Solo sentía pánico al no entender qué era esa gran inquietud. Tragó saliva y dijo con un leve quiebre de voz:
—Para, ...no quiero hacer esto, Maggie…
—Pero ya está duro.
—¡Sí pero no sé por qué si yo no quiero!, ¡me siento mal!
—¡Kisa, eres un hombre! Pareciera que te estoy violando, y los hombres no pueden ser violados. No pueden decir “no” en una situación como esta.
—¿Entonces no te importa que yo no lo esté disfrutando?
Maggie suspiró y respondió lánguidamente:
—Nadie lo está disfrutando. Es lo que nos obligan a hacer.
Después comenzó a usar sus senos para estimularlo y preguntó:
—¿Te gusta así?
No recibió respuesta. Kisa solo la miró perplejo, sin saber qué decir. Ella murmuró:
—Avísame cuando sientas que te vas a venir.
Comenzó a masturbarlo así, parecían perturbados por lo que estaba sucediendo pero ninguno hizo un mayor esfuerzo por detenerlo, no pasó más de un minuto antes de que él gimiera un débil “ya viene…” y eyaculara mientras la chica recogía el semen. Después de esto, Maggie no quiso decir nada o mirarlo a la cara. Se volteó para volver a vestirse y de repente sintió que el selenita la atrapaba violentamente, presionándola contra la puerta al mismo tiempo que le rodeaba fuertemente el cuello con una mano y le recorría el cuerpo con la otra. Pudo sentir que él aún tenía una erección y se dio cuenta, con horror, de que estaba a punto de ser violada. Entonces escuchó la respiración jadeante de Kisa en su oído, que le dijo en un susurró:
—Vete de aquí, déjame solo...
La soltó casi lanzándola lejos de él y Maggie se fue corriendo a la vez que se vestía. Al salir del baño, el resto del equipo se apartó con sorpresa luego de haber pasado todo el tiempo tratando de escuchar a través de la puerta. Maggie cerró desplomándose junto a la pared sin poder creer aun lo que acababa de hacer, luego sonrió nerviosamente mostrando la muestra ante la mirada espantada de los demás, diciendo:
—¡Ya está!, solo debíamos...platicar un poco y tranquilizarlo.
Todos se quedaron boquiabiertos, sin palabras. Maggie se puso nuevamente de pie y trató de actuar como si nada raro hubiera pasado, dándose cuenta hasta entonces de que traía el vestido puesto al revés.
Durante el viaje de regreso a casa en autobús, Kisa y Maggie permanecieron callados. El silencio continuó en el trayecto que debían recorrer a pie, con el ocaso tiñendo el paisaje de un tono cobrizo y la brisa moviendo suavemente las arboledas que rodeaban la solitaria calle por la que debían caminar para llegar a su vieja casa en las afueras de Seattle. Maggie apresuraba el paso halando a Kisa que parecía caminar más despacio que de costumbre. Por una parte, ella solo quería llegar a casa y esconderse de todos los que supieron lo que hizo; por otro lado no quería llegar y quedarse sola con Kisa, quien no había dicho nada desde el incidente del baño. De repente, Maggie escuchó un débil sonido tras ella, no supo si fue un resuello de gripe o un sollozo; pero prefirió hacer como si no lo había escuchado. Poco después se oyó otro sonido extraño, luego un gemido y un hipar; la chica tragó saliva y siguió caminando sin atreverse a voltear a ver, caminando rígidamente mientras pensaba: “está llorando... ¿Por qué tendría que llorar?, ¿tan mal se lo hice? Dios mío, por favor, que no esté llorando, que solo esté aspirando mocos o algo así. Que no esté llorando, que no esté llorando...” Entonces Kisa rompió en verdadero llanto y se abrazó a ella desesperadamente del mismo modo en que los niños se aferran a sus madres buscando su consuelo cuando sienten un dolor muy agudo: apretándose contra ellas con fuerza y embadurnándolas con lágrimas y mucosidades. Pese a todo, y ese todo era mucho, Maggie se sintió como si el corazón se le encogiera y lo abrazó acariciándole el cabello largo y descuidado; mientras decía tratando de tomar aire con las costillas comprimidas:
—¿Qué te pasa, pastelito? ¿Por qué lloras?
Él respondió ahogándose entre sollozos, sin poderse controlar:
—Ya no puedo seguir. Llevo años así y estoy cansado, tenso y adolorido...
Maggie trató de pensar con claridad: “es otro de sus ataques de emociones desbordadas, ya había visto antes el ataque-de-ira-asesina y el ataque-de-curiosidad-científica; este debe ser el ataque-de-preescolar-enamorado...” Kisa continuó tratando de explicarse, cayendo de rodillas y abrazándose a la falda de Maggie:
—No sé cómo se obtiene una mujer en la Tierra, no sé cómo atraerte, o cómo gustarte, o cómo pedírtelo...Quisiera que fueras mía.
En un arrebato de ternura, Maggie se olvidó de la razón y dijo sin pensar:
—¡Oh, no te preocupes! No hay otro hombre en mi vida, tenemos una relación muy íntima y siento mucho cariño por ti. Creo que eso significa algo.
Kisa se levantó de un brinco, sorprendido; la torpe respuesta de la chica fue interpretada por él como una aprobación. Cegado por la emoción del momento, olvidó sus temores y la besó apasionadamente. Desde un principio Maggie advirtió que había cometido un serio error pero decidió soportarlo. También notó que él nunca antes había besado, pero se sorprendió al descubrir que en las artes del amor vale más el instinto y el sentimiento que toda la experiencia del mundo. Tuvo que reacomodarlo varias veces y darle varios tirones de pelo para que él perfeccionara la técnica y así pasaron un par de minutos y varios automóviles que ella no advirtió, abstraída en el beso más extraño y más tierno de su vida. No fue hasta que unos chicos en bicicleta pasaron al lado gritando “¡¡un alien abduciendo a una chica!!”, cuando Maggie cayó en cuenta de que estaba besándose con el selenita en plena calle. Volvieron a casa cuales novios de secundaria, mientras Maggie comenzaba a entrar en pánico previendo el sexo interespacial inminente. Trató de guardar la calma, pensando: “es lo más lógico, darle a esta historia un final feliz...De nuevo me ha sorprendido con su astucia para conseguir lo que desea... ¡Alguien debe darle un Oscar! Me lo imagino claramente a los dieciséis años, sí, seduciendo a su tía Laika con su pose de niño triste a cambio de respeto en la base. Sí, así debió ser... ¿Por qué no lo mataron los otros engendros entre todos? ¡Porque manipuló a la líder!, luego la reemplazó...Creerá que también puede doblegarme a mí, pero todavía no me quita las riendas de las manos...” Le indicó entre caricias que fuera a cenar algo de la nevera mientras ella iba a tomar una ducha y así consiguió hacer un poco de tiempo a solas para pensar mejor que hacer. Pero el agua caliente, el recuerdo de lo que había sucedido en aquel baño y ese largo beso en la calle la comenzaron a excitar. Entonces pensó mientras se pellizcaba los pezones duros: “¿por qué no?, seguiría el curso lógico de las cosas. No necesariamente tendríamos que coger como conejos...Pero algo podríamos hacer para aliviar la presión”. Salió del baño rumbo a su habitación y ahí ya la esperaba Kisa en un rincón oscuro, se le acercó suavemente como una sombra y ella ni siquiera se molestó en vestirse; preguntando mientras se quitaba la toalla:
—¿Te gustó lo que te hice en el laboratorio?
Él se quedó como aturdido, mientras trataba de responder algo logrando solo sonreír torpemente. Maggie añadió:
—Apuesto a que también te gustarán los sesenta y nueves.
Llegaron hasta más allá de la media noche dándose placer mutuamente hasta que Maggie se sintió satisfecha, pero Kisa aún quería más; por lo que ella aceptó amablemente seguir complaciéndolo hasta saciarlo. Pero llegaron las tres de la mañana y él aún pedía con voz casi agónica que siguiera. Finalmente, quizás al quinto clímax, Kisa perdió súbitamente la erección y se quedó lívido con la respiración casi imperceptible. Maggie pensó un momento, luego lo sacudió un poco y recordó las palabras de Wellman: “El doc Bobby perderá mucho dinero si el alien se muere, Maggie...” Se llevó una mano a la boca y murmuró angustiada:
—¡No te mueras, no sabré cómo explicar esto!...
Para su alivio, Kisa susurró: “Estoy bien”, y así ella pudo dormir en paz. Despertó a la mañana siguiente con resaca emocional, arrepentida y avergonzada pero consciente de que muy probablemente volvería a repetir esa extraña experiencia solo por el adictivo placer de la noche anterior. Kisa pasó dos días medio dormido, como descansando plenamente por primera vez en su vida; lo que dio tiempo suficiente a Maggie para planear mejor las cosas. Sabía que tarde o temprano él exigiría una relación sexual por vía vaginal y, ya que ella no acostumbraba usar anticonceptivos, estaría totalmente indefensa ante la posibilidad de concebir un hijo de ese extraño ser que ahora era su amante. Volvía a su casa en autobús y pensaba como una niña en sus retorcidos conflictos adultos: “la abuela decía que el Papa no aprueba el usar condones y pastillas, ¿pero que puede opinar el Papa si ni siquiera tiene vida sexual...? Magdalena, no te pases, una solución debe existir. De hecho, tengo dos opciones: comprarme unas píldoras de natalidad y entregarme a una locura de sexo desenfrenado con una criatura asesina y salvaje, ...o bien usar el contenido del frasco que me dio Tommy para sacar a Kisa de mi vida. Abuelita, si estuvieras aquí, ¿qué escogerías? El sexo seguramente no, una mujer decente es ante todo casta. Entonces solo me queda matar...El asesinato, en este caso, sería lo más noble; pues es egoísta, y sobre todo indecoroso en una joven como yo, elegir primero al placer sexual. Tal parece que es el fundamento de toda señora respetable y católica, preferir la muerte antes que al placer. Pero quizás en la muerte exista cierto gozo, el del sacrificio, de la sublime entrega de la víctima... ¿No esto no es un poco parecido al placer perverso que siente Kisa al asesinar? Aunque creo que eso sería más bien una satisfacción, como cuando yo maté a... ¡Caramba!, dudo mucho que Dios esté contento con nosotras las respetables señoras católicas...” Así tomó la seria decisión de envenenar a Kisa. Llegó esa tarde suponiendo que su marido forzoso aún dormía, pero no lo encontró en la cama ni en ninguna parte de la casa. Puso un poco del veneno en un plato de comida y fue a buscarlo a su cueva para llamarlo a cenar, y morir. Lo encontró examinando un objeto pequeño a la luz de una vieja lámpara. Al verla sonrió y le entregó una sortija de bodas diciendo:
—Fui a conseguirlas ahora.
—¿Saliste tú solo?, ¿no tuviste problemas con la gente?
—No es ningún problema mientras no me vean bien la cara ni sepan lo que hice.
Con tristeza, Maggie se recordó a sí misma esperando emocionada a Tommy cada tarde cuando vivía con él en Cambridge y se apiadó de él. Entonces examinó el interior de la sortija y leyó confundida:
—¿“Trescientos ochenta y cuatro mil, cuatrocientos kilómetros”?
—Es más o menos la distancia que nos separaba, de la Tierra a la Luna. No bastó para impedir nuestro amor...
Maggie le besó la frente y se colocó la sortija en el anular izquierdo, diciendo:
—Habrá que celebrar este día. Ya que no tienes problemas con salir en público, me parece que lo indicado será cenar fuera. Solo déjame ir por un abrigo y a tirar un plato de comida mala que dejé en la cocina.
13 de octubre de 2012
En un agradable bar ambientado con música de Jazz en vivo, Tolley bebió el último trago de su vaso de cerveza y dijo con un escalofrío:
—¿Qué le pasa a Maggie, se ha vuelto zoofílica? La cosa parece una mezcla entre Lord Voldemort y una gemela Olsen, es…horrendo.
Wellman explicó, observando las aceitunas en su Martini:
—Que yo sepa, solo le hizo un “trabajo manual” y por alguna razón ahora llevan anillos de bodas. Aparte de eso, nunca los he visto en actitud romántica ni nada parecido, aunque no descarto el que quizás a solas… ¿Has escuchado la historia de la investigación que pretendía comprobar si era posible hacer que los delfines hablaran? Pusieron una linda chica a convivir con un delfín las veinticuatro horas del día, procurando que su relación fuera lo más íntima posible. En cierto punto, las necesidades sexuales del delfín se volvieron un problema y se les ocurrió que la chica podría “solventarlas”. Al final de la investigación tenían resultados dudosos y un delfín locamente enamorado de una mujer.
Después se echó a reír y Tolley opinó, asqueado:
—No me hace gracia, no estamos hablando de una asistente atrevida masturbando a un delfín. Es una chica y un hombre enfermo, solo imagina si llegara a embarazarla...
Entonces Wellman dijo:
—Bueno, eso ya sucedió en cierta forma.
—¿Qué?, ¿a qué te refieres?
El rostro de Tolley se descompuso mientras Robert Wellman confesaba:
—Usamos el esperma del extraterrestre para fecundar óvulos que se le extrajeron a Maggie cuando la trajimos de Nevada. Tienen doce lindos embriones, siete niñas y cinco niños. La mitad defectuosa y sin probabilidades de sobrevivir, la otra mitad normal. Aparentemente ninguno heredó el síndrome por tanto puedes imaginarte lo decepcionados que estamos.
Tolley dijo entre dientes, pálido como el papel:
—Dios mío, ...están locos...
—¡Oye, oye!, entiendo el riesgo. Los embriones serán desechados. Solo haremos un estudio genético para encontrar si el “gen Kisa” fue heredado a sus hijos o no. Pero la verdad es que, hasta ahora, los embriones se desarrollan sin mostrar ninguna de las características típicas de un sujeto con síndrome de Selene.
—Es porque han mezclado su ADN con el de Maggie, nada les garantiza que no nacerán niños aparentemente normales pero con la mente retorcida del padre. ¡Debes destruir esos embriones, Bob! ¡Es un cultivo de psicópatas lo que tienes ahí!
El grupo de jazz dejó de tocar para dar paso a otro espectáculo de variedades, Wellman bebió el resto de su trago y dijo:
—Tommy, comprendo y sé que es lo más prudente. Pero de todas formas, ¡ellos han decidido ser una pareja!
Tom Tolley comenzó a tomar una actitud agresiva, replicando:
—¡No!, ¡no quiero que los medio hermanos de Abel sean unos putos monstruos!
—¡No seas pesado! Tu aquí con tus celos mientras ella seguramente está en el bosque a cuatro patas con el extraterrestre detrás.
Contestó Wellman entre risas y el doctor Tolley no soportó más, parándose de un salto y propinándole un puñetazo. La música en el bar cesó y todos se voltearon a mirarlos. Wellman se levantó limpiándose la sangre de la boca y Tolley lo terminó de poner de pie tomándole del cuello de la camisa y diciendo:
—Debes separarlos y destruir los embriones...o juro que voy a matarte. Te mataré, hijo de puta.
—Lo que tú digas, …pero, ¿qué opinaría Maggie? Son sus bebés después de todo. Escucha, tranquilo. Haremos esto: yo le contaré a ella la verdad y le preguntaré qué es lo que quiere que hagamos con los embriones. Ahora, sobre su romance con Kisa, si acaso existe, no podemos meternos. Creo que es lo justo.
La gente comenzó a rodearlos con curiosidad y Tolley dijo, ya presionado por la situación:
—Está bien...Pero no quiero que se lo digas tú. Debe ser Lindsay quien hable con ella.
—Como gustes.
Respondió Wellman con una sonrisa cínica.
A la mañana siguiente, Maggie despertó tarde y lo primero que vio al abrir los ojos fue a Kisa ya vestido, viéndola sentado en la cama mientras jugaba moviendo una hoja rojiza de árbol entre sus dedos. La chica revolvió las sábanas acomodándose y volviendo a cerrar los ojos, el selenita se recostó a su lado abrazándola y dijo:
—Algo pasa a los árboles. Se ven tristes.
—Está comenzando el otoño, es normal. Perderán sus hojas y se pondrá más frío.
—Me alegra, tenía miedo de que murieran tan pronto.
Maggie se volteó perezosamente, mientras decía:
—Has estado tomando tu medicación cada día por tu propia cuenta y no has hecho nada malo en varias semanas, estoy tan orgullosa. Te besaría pero mi aliento apesta en este momento.
—Podría soportarlo.
Con ojeras, el pelo desordenado y una enorme camiseta deportiva, Maggie sonrió; lo besó rápido y fue al baño diciendo:
—Es lo bueno de ti, nunca soy lo bastante horrible como para que me desdeñes. No necesito esforzarme en nada...
Salió del baño, siempre seguida por Kisa como si fuera su pálida sombra, y fue a la cocina por una caja de cereal que fue comiendo hasta el sofá ante el televisor; tendiéndose ahí para ver caricaturas sabatinas. Siempre con su espeluznante suavidad felina para moverse, Kisa fue a sentarse a su lado, con una tímida sonrisa. Se le acercó lentamente y le acarició un muslo, mientras la miraba de manera insinuante. Maggie cruzó las piernas y dijo, alejándose hasta un extremo del sofá:
—No, te he dicho ya que no me gusta hacerlo con luz...y menos de día.
—Está bien. Comprendo. ¿Ya pensaste sobre si me dejarás...?
—Pues...Verás, creo que es suficiente con las caricias y el sexo oral, eres muy bueno en eso y yo estoy satisfecha. Nuestra relación es...complicada...y creo que, por ahora, aún no llegamos a ese nivel. Es mejor dejar las cosas como están...
Kisa adoptó una actitud sombría y la cortó en seco, diciendo:
—Pero estamos casados, deberíamos hacerlo así.
—¡Puedes usar el agujero de atrás si quieres!, ¡será lo mismo o quizás mejor!
Respondió Maggie hostigada y Kisa insistió:
—No...Ya he esperado suficiente. Quiero que esto sea real, eyacular dentro de tu vagina.
Ese nuevo capricho de Kisa había comenzado a incomodar a Maggie desde hacía unas semanas. Sabía que él era muy astuto para conseguir salirse con la suya, no se conformaría con poseerla solo de palabra; quería una entrega de por vida, del mismo modo en que tenía a su mujer en la base lunar. Estaba consciente de que ella no lo aceptaba totalmente debido a su aspecto y su historia, y Maggie sospechaba que intentaría atarla haciéndole tener un hijo suyo; un hijo al que, aun sin haberlo concebido, ya le temía:
—Kisa...yo también desearía hacerlo. Pero sería un paso muy adelantado, aún no estoy lista para una relación seria, mi hijo acaba de morir y además...No podemos hacer de lo nuestro algo formal, la gente no comprendería.
—¡¿Tu hijo?! No has mencionados a tu hijo desde hace mucho tiempo. ¡Yo tampoco menciono ya al mío! Hemos pasado página.
El selenita dio un arañazo al sofá con enojo. Se levantó violentamente y dio algunas vueltas por la habitación pensando, mientras Maggie guardaba la calma, hasta que él se detuvo en un rincón oscuro y se apoyó en una pared murmurando como para sí mismo:
—Te he entregado todo, mi voluntad, mi orgullo, mi confianza, ...mi amor.
Maggie no apartó la vista del televisor por un rato, pensando en que era verdad: su hijo se había convertido en un recuerdo trágico pero débil, una memoria vaga; el poco tiempo que pasó con él no bastó para que ella pudiera sentirlo como algo más que un bonito sueño, como la hermosa muñeca con la que solía jugar por aquella época en que su madre se rompió la espalda y comenzó a gritarle insultos odiosos, blasfemos en los oídos de una niña pequeña. Cuando se volteó para ver qué hacía Kisa, él ya se había ido. Justo entonces ella tuvo una idea y gritó:
—¡Esta noche!, ¡lo haremos esta noche!
Desde la oscuridad del sótano, Kisa escuchó sorprendido y luego rio sonrojándose emocionado, cubriéndose la cara por vergüenza a sí mismo. Se escondió agazapado entre unas cajas para pensar mejor mientras se comía las uñas, sintiéndose feliz y asombrado al creer que su adoración realmente lo amaba.
Maggie salió sola de compras esa tarde. Estuvo varias horas rondando cerca de una farmacia hasta que finalmente se decidió a entrar para comprar unos condones. Nunca antes lo había hecho y al estar frente al estante de preservativos tuvo un ataque de pánico al ver que había una variedad más amplia de lo que imaginaba, y que la cajera la veía fijamente desde el mostrador con mirada acusadora. Tomó una caja completa del tipo que fuera y caminó nerviosa hasta la mujer que cobraba, quien miró seriamente al llamativo empaque, luego a ella, y dijo:
—¿Toda la caja?, ¿tu madre sabe que estás haciendo esto?
La muchacha respondió espantada:
—¿Mi madre? ¡Soy mayor de edad, estoy casada y ya soy adulta!
Por unos segundos, la mujer detrás del mostrador la miró alzando una ceja y después replicó:
—Genial. Ciento cincuenta condones sabor a mango, brillantes en la oscuridad, con textura de perlas. Son treinta dólares con cuarenta centavos.
—¡Pero oiga...!, ¡espere, no quiero eso!, disculpe no me fije...
—Ya procesé la compra, señora.
—Pe-pero... ¡piense en mi marido!, ¡le dará un ataque cuando vea su cosa brillando!
—Compre otros más sencillos y use estos con un amante menos conservador.
—No, no...No importa. Ya está bien...Gracias.
Maggie salió de la farmacia muerta de vergüenza, con una gran caja de condones metida en una voluminosa bolsa de plástico decorada con colores chillones. Emprendió la retirada caminando a toda prisa y entonces escuchó con horror que alguien la llamaba. Era Lindsay Tolley que corría a ella desde la farmacia:
—¡Eh, Maggie!, te vi de lejos y te reconocí. ¿Cómo estás?
—Bien, …Bien, gracias. ¿Qué tal está usted?
—Bastante bien. ¿Qué comprabas?, yo me quedé sin bálsamo labial y pasé por aquí.
Las mejillas de Maggie se pusieron rojas al instante:
—Verá, doctora...Yo compraba...Es que me quedé sin...remedios...para la tos...
—Pues vaya, parece que llevas muchos cuando uno solo puede ser efectivo, ¿qué marca usas? Puedo recomendarte uno más práctico. Déjame ver.
—¡No!, no, gracias. Uso...una marca...desde hace muchos años...y le tengo mucha fe.
—Bueno. ¿Quieres tomar un café? Necesitaba hablar contigo sobre algo importante y esperaba hacerlo hasta el lunes, pero podríamos aprovechar este día.
Maggie aceptó con incomodidad. Poco después, la elegante Lindsay Tolley se ponía cómoda en una apacible cafetería, acompañada por Maggie que no paraba de mirar su reloj a cada tanto. Una vez se sintió a gusto en el lugar, Lindsay comenzó diciendo:
—¿Has visto ya lo que hace Voyager últimamente?
—Cultiva no sé qué...Es difícil saber qué hace, casi no habla.
—Bueno, debo decirte que cultiva embriones. Embriones obtenidos a partir de semen de Mijáilov y óvulos tuyos. Hicieron más que cuidarte muy bien cuando te transportaron de Nevada a Washington.
La chica la miró atónita y luego murmuró:
—Ya me imaginaba que algo así pasaría… ¿Es legal doctora?
—Es un abuso pero nuestro contrato les da derecho para hacer estas cosas. Solo me pareció necesario informarte, ya que nadie se molestó en hacerlo. Ahora bien, esos embriones deben ser desechados, Maggie. Son doce y seis de ellos no son viables, los demás...son un misterio que preferiría que no resolviéramos.
—¿Pero...no podría salvar ni a un bebé?
Lindsay Tolley la miró a los ojos y le tomó las manos diciendo:
—Maggie, aun si pudieras, nunca serían bebés normales. Todos tienen los genes de Mijáilov y un alto riesgo de desarrollar trastornos psicológicos o somáticos graves. No es buena idea traer al mundo un ser que será infeliz y podría dañar a los demás. ¿Te gustaría que tu hijo tuviera que vivir lo mismo que Kisa? Crecer sabiéndose diferente a todos, con la mente perturbada, con impulsos agresivos que apenas puede controlar y lo peor: con un padre...aterrador. No, cariño. Es mejor regresar a esos angelitos al cielo ahora que todavía hay tiempo de hacerlo. Sería imprudente y egoísta obligarlos a venir a sufrir aquí.
—Bueno...Supongo que usted tiene razón, no serían niños normales. Solo me gustaría saber qué pensaría Kisa al respecto...Aunque realmente ya lo sé. Él decidiría que nacieran los doce sin importar como vengan.
—¡Ni hablar!, ¡él no los va a dar a luz, así que mejor que no opine! Esos embriones deben ser desechados cuanto antes. Temo que Robert decida hacer alguna locura con ellos. El maldito es capaz de venderlos al mejor postor.
—Está bien...yo comprendo... ¡Que sensación más extraña tengo ahora! Doctora, solo quiero pedirle algo: no tire las probetas cuando deseche a los embriones. Quiero enterrarlos...Quizás deba.
Lindsay rio suavemente, asintiendo con la cabeza. Poco después Maggie emprendió el camino de regreso a casa con el ánimo decaído y llena de incertidumbre. Se sentía apenada por el destino de los embriones, pero también sabía que salvarlos era imposible; Lindsay Tolley estaba en lo cierto, la única razón por la que Wellman dejaría que esos niños nacieran sería para poder sacarles algún provecho; salvar a sus hijos para condenarlos a vivir como curiosidades médicas era algo que no podía permitir, pero dejarlos morir tampoco le parecía aceptable. Llegó a la calle de su casa y hasta entonces recordó con espanto su promesa para esa noche. Nunca iba a estar lo suficientemente lista para acostarse con semejante aberración genética, pero había llegado ya muy lejos; permitió demasiado y tendría que pagar las consecuencias. Entró a la casa desanimada y se encontró con Kisa esperándola tras de la puerta. Ver su figura larguirucha, siniestra, y ese rostro extraño de mirada espeluznante, no le ayudó mucho a entrar en calor. Por su parte, Kisa estaba listo para todo. La abrazó emocionado y comenzó a tratar de desnudarla ahí mismo. Maggie se soltó suavemente y dijo:
—Espera...al menos déjame terminar de entrar a la casa, también quisiera cenar. ¿Tú no quieres ver una película antes de ir a la cama?
—Quisiera ir a la cama ya. Todos los días espero con ansias a que caiga el sol para poder estar juntos, pero este día me pareció eterno; esperaba este momento como si fuera el más importante de mi vida. Por fin lo haremos francamente, no como un juego o algo que sucede por casualidad. Será real.
—Sí...vamos a hacerlo en serio...
Dijo Maggie sin ninguna emoción. Cenó bajo la ansiosa mirada del Kisa y trató de relajarse viendo una película después, pero su peculiar compañero de cama comenzó a olerle el cabello y besarle el cuello; susurrando:
—Tan bella...Tan suave...Cuando era niño, me dormía imaginando una mujer así...
La chica siguió mirando la película, ya muy nerviosa. Cuando vio el cartel que anunciaba el fin, sintió que se le erizaba el cabello y Kisa sonrió entusiasmado sabiendo que había llegado la hora. Fueron a su habitación mientras él le besaba y acariciaba una mano, agradecido. Maggie quiso salir corriendo, pero debía cumplir:
—Espera, voy a cambiarme...
—No, quiero que lo hagamos completamente desnudos. Esto es como nuestra noche bodas, debemos unirnos sin limitaciones.
Tal petición terminó de asustar a Maggie, que se cruzó de brazos, trémula, y respondió alejándose un poco:
—Eso me hace sentir...muy cohibida...
—Apaga la luz si te incomoda. Yo veo perfectamente en la oscuridad.
En lugar de tranquilizarla, esta revelación le dio escalofríos a Maggie. Apagó la luz y se desvistió con el corazón palpitando como desbocado hasta que sintió las manos largas y siniestras de Kisa acariciándole los hombros y haciéndola voltearse para comenzar a tocarle todo el cuerpo mientras se lo apretaba contra el suyo. Sentir y no ver al selenita no le desagradaba tanto. Le gustaba el tacto de esa piel pálida y sedosa, y en general de ese cuerpo esbelto pero de músculos acentuados. La hizo acostarse en la cama, fue sobre ella y comenzó a amasarla, a saborearla con deseo mientras le decía que la amaba; y esto hizo que Maggie poco a poco se fuera excitando. Cuando creyó que era el momento justo, Kisa le separó las piernas y trató de penetrarla; entonces Maggie lo paró de golpe, gritando con sobresalto:
—¡Espera, he olvidado algo!
Saltó desnuda de la cama, sin encender ninguna luz por pudor; tropezando y a tientas fue hasta la sala para buscar la bolsa que había traído esa tarde. Abrió la caja de condones a toda prisa y sacó uno volviendo inmediatamente al dormitorio mientras lo sacaba de su envoltorio y decía:
—Debes ponerte esto en el pene.
Con horror, vio que el objeto que tenía en su mano brillaba ridículamente en la completa oscuridad y recordó su error al elegir la compra. El selenita murmuró con enojo:
—¿Qué es eso?
—Es...Es por protección...Evitará que nuestros fluidos se mezclen.
—Pero es justo lo que quiero. Unirnos en uno solo.
—Pero existen riesgos...Puedo embarazarme. Ponte esto.
—Tú no usaste esa cosa con el padre de tu hijo… ¡¿Acaso tengo menos derecho a poseerte que él?!
El selenita había comenzado a gritar, Maggie podía escuchar que tiraba cosas al piso y golpeaba las paredes pero no le era posible verlo en la penumbra de su habitación; solo conseguía alejarse lentamente tanteando el camino mientras él seguía furioso:
—¡¿Estás burlándote de mí?!...Te veía como algo sagrado, pero quizás solo eres una hembra más para usar y desechar...
Sin poder ver bien qué pasaba, Maggie escuchó un portazo. Trató inútilmente de encender la lámpara de su mesa de noche hasta que descubrió el cable de electricidad cortado. Entonces sintió miedo y abandonó el dormitorio, poco después se dio cuenta de que no había servicio eléctrico en toda la casa y Kisa aparentemente no estaba cerca. Por varios minutos deambuló desnuda y a ciegas por la sala. Ninguna luz encendía, el teléfono fijo estaba muerto, no encontraba su teléfono móvil y no tenía la menor idea de donde podría estar el selenita; pero sabía que estaba ahí, tramando algo. No fue hasta ese momento que se dio cuenta del terrible riesgo al que siempre estuvo expuesta al convivir con ese ser cuya mente perturbada podría esa noche concentrar todo su resentimiento en una venganza terrible. Entonces corrió a la cocina y se armó con dos cuchillos que blandió extendiendo los brazos y agudizando el oído. Era preciso que saliera de esa casa y pidiera ayuda, pero antes debía ponerse algo encima. Trató de encontrar al menos un delantal de cocina o un mantel, pero le fue imposible hallar alguno; por lo que se vio en necesidad de volver a su dormitorio y buscar algo de ropa. Atravesó los pasillos y la sala de estar, atacando al aire a su alrededor de vez en cuando, y finalmente llegó a su habitación; cerrando con llave tras de sí. Dio una última vuelta por el lugar, por si acaso, y le pareció que realmente estaba sola y a salvo ahí; aunque no pudo determinar si Kisa se habría escondido bajo la cama o el armario. Comenzó a buscar su ropa a tientas, aún a la defensiva, cuando dos largas y fuertes manos le asieron las muñecas; trató de soltarse con la adrenalina a tope mientras el selenita la atrapaba por la espalda, diciéndole al oído:
—¿Serías capaz de acuchillarme...?
—¡Suéltame o no respondo!, ¡no seré una víctima fácil!
La chica trató de patearlo con los talones y hacerlo perder el equilibrio, pero entonces él le torció las muñecas para obligarla a soltar sus armas improvisadas. El selenita era capaz de dominar a un hombre fornido, pero ella también tenía una fuerza considerable; particularmente cuando su supervivencia dependía de esa capacidad. Se resistió ferozmente a soltar los cuchillos hasta que sus huesos crujieron haciéndola ceder, tratando entonces de escaparse con un codazo y lográndolo con éxito. Se armó con la lámpara de noche y empezó a golpear a ciegas a todo a su alrededor, hasta que un fuerte tirón en el cabello la hizo caer sobre la cama; donde Kisa la atrapó de las manos atándoselas detrás de la espalda con el cable cortado de la lámpara. Aun así, ella siguió pateando y gritando hasta que él la volteó de un tirón dejándola boca arriba; se dejó llevar por la rabia y volvió a patearlo, gritando:
—¡Si vas a matarme mátame de una vez!, ¡yo no tengo miedo a la muerte y mucho menos a ti!, ¡para mí solo eres una triste criatura enferma!
—Sí, lo sé. Pero matarte no es lo que quiero...
Entonces sintió con horror como la arrastraba hasta el borde de la cama y le ataba un muslo a cada uno de los postes inferiores del lecho, para luego ir sobre ella y lamerle la piel como un perro; mientras le estrujaba los senos hasta clavarle las uñas. Maggie gritó y se retorció con más fuerza, entonces Kisa dijo entre risas sarcásticas:
—¿Por qué gritas si no tienes miedo?
Aprovechando que tenía las piernas completamente abiertas y el sexo expuesto, la acarició a su gusto hasta hacer que su cuerpo traicionara su voluntad. Comenzó a rozarla con la punta del miembro y volvió a reírse, diciendo:
—¿Te da miedo que te deje preñada cuando eres la mejor madre del mundo?
De pronto la joven contuvo el aliento, atónita al sentir como él la penetraba brutalmente. Volteó el rostro a un lado, lánguida, tratando de evitar escucharlo mientras decía jadeando complacido al mismo tiempo que le manipulaba el clítoris para obligarla a sentir placer:
—Ya está...Mía. Bien, coopera, te va a gustar.
Y entonces Maggie respondió, ya en tranquila y con indiferencia:
—Nuevamente tu vida es un poco menos miserable gracias a mí. ¿Para esto te soporté con tanta paciencia? Al final resultaste ser el puto fenómeno repugnante y malvado que todos decían que eras.
—No hables de más ahora...No mientras estoy dentro de tus entrañas, no te conviene...
La joven se rio en un gesto irónico, ya no le importaba su seguridad, estaba lista para bromear ante la muerte:
—¿No me conviene a mí?, toda tu preciada hombría está metida en mi interior, en este momento me pertenece; un mal movimiento brusco de mis caderas y podrías sufrir una fractura de pene. Solo escucharíamos un suave chasquido y luego sentirías un dolor insoportable mientras se te pone todo morado y fláccido.
—Si llegaras a hacer eso, te mataría...No me provoques.
—El problema es que ya no me importa si me matas. Así que, continúa; vas a pasarlo bien todo el tiempo que yo te lo permita. Anda, sigue, ¿no me tienes confianza?, ¿acaso no te he tratado bien todo este tiempo?, ¿cómo podría dañarte?... ¿Como lo haces ahora tú conmigo, después de todo el apoyo que te di?
Kisa se detuvo confundido, la conversación que estaban teniendo le dolía. Recostó la cabeza bajo el cuello de Maggie sintiendo un nudo en la garganta mientras pensaba en cómo todo el cariño que en los meses anteriores lo había hecho sentirse aceptado por primera vez en su vida se había esfumado en cuestión de minutos, dejándolo de nuevo perdido en su existencia monstruosa. Los ojos se le llenaron de lágrimas y se abrazó a Maggie como esperando que ella lo salvara de sí mismo, pero era incapaz de pedirle ayuda; sentía demasiado temor y culpa para hablar y decir lo que estaba sintiendo realmente. Ajena a todo esto, Maggie había comenzado a ser consciente de sus propios instintos y a empezar a disfrutar de ese miembro que la llenaba; tenía sangre en las manos, un hijo muerto olvidado y apetito sexual sin saciar. Ya sin ningún escrúpulo y dando todo por perdido, le ordenó chorreando de morbo:
—Anda, ...continúa. Te daré la oportunidad. ¿No quieres sentir el placer de dejar tu semilla dentro de mí? Así voy a ser tuya, pero lo más importante, vas a ser mío; y cada vez que te vea, pensaré en este momento en que te permití tocar el cielo y me quedé con tu esencia. ¡Vamos, hazlo! No seas tímido...como siempre.
Él obedeció en silencio. La desató llevándola luego al centro de la cama, ahí se arrodilló entre sus piernas alzándola por las caderas con desconfianza, así reiniciaron el siniestro coito. Ella comenzó a jadear y luego a gemir hasta que se abalanzó al selenita, que trató de apartarse creyendo que intentaba atacarlo; pero luego bajó la guardia al ver que Maggie solamente se abrazaba a él, acomodándose para moverse a su gusto, entregándose a esa parte primitiva, desorganizada e innata que se oculta en la personalidad de todos; olvidándose de las consecuencias de esa cópula indebida para buscar únicamente su placer. La ardiente lujuria de la joven fascinó a Kisa, haciéndolo sonreír con cierta maldad mientras la miraba a los ojos, diciendo:
—Te encanta, ...y creo que te excita más saber que podría matarte...
—Tengo veneno suficiente en la cocina para matarte las veces que se me dé la gana y sin tanto escándalo. En este instante somos iguales.
La extraña pareja se besó apasionadamente, con una pasión tan violenta que llegó a hacerlos sangrarse los labios, ocultos en la oscuridad y el anonimato de esa casa perdida en una calle solitaria, tan extraviada que ya incluso la ética y la moralidad tenían problemas para encontrarla. Maggie estaba tocando fondo en un espantoso océano de pesadilla.
—Mi papá se moriría si supiera lo que hice...
Dijo Maggie al día siguiente por la mañana, luego de vomitar junto a un tronco de la arboleda que estaba detrás de su casa bajo la fría mirada de Kisa; que simplemente se encogió de hombros y siguió mirándola en silencio. Ella volvió a lamentarse:
—Creo que estoy embarazada...Siento algo dentro...
—Apenas lo hicimos hace unas horas, es muy pronto para decir eso.
—Deberé empezar a tomar píldoras anticonceptivas. ¡En realidad, tomarlas no tiene nada de malo!, ¡es por una buena causa! ... La causa de...no crearnos más líos aparte de los cientos que ya tenemos...También deberemos guardar en secreto los detalles íntimos de nuestra relación. Decir que solo somos amigos, ¡que nuestra amistad es pura como la nieve y tan fría como la misma! Y sobre todo, guardar siempre la compostura. Después de todo, yo siempre he sido una chica muy sencilla, muy tranquila y centrada; no estaría fingiendo realmente, solo guardando mi privacidad.
Kisa sonrió, el grado de intimidad alcanzado con Maggie lo hacía sentirse por fin como su igual. Finalmente podía hablarle con sinceridad y sin racionar su humor sarcástico:
—Me encanta cuando eres hipócrita contigo misma.
—Aún existe el problema de si he quedado embarazada o no...
—¿Temías tanto a la maternidad la última vez que te preñaron? No quiero pensar que es por mí, Maggie, quizás de casualidad justo ahora tomas consciencia de “la importancia de la planificación familiar”. Lo digo porque sé que vamos a repetir lo que hicimos anoche y no me preocupa que vengan niños enfermos o no, es demasiado pronto para pensar eso. Ahora solo se trata de nosotros dos.
Tras decir esto, se le acercó para acariciarle el rostro y preguntarle en voz baja:
—¿No crees que ya es tiempo de que vivamos nuestra vida, sin pensar en consecuencias?
Maggie lo miró un poco confundida y luego contestó:
—Sí...Creo que me gustaría...
28 octubre de 2012
Como cada mañana en Moscú desde su llegada a Rusia, Ludmila Mijáilova despertó con el sol para ir temprano a la catedral de san Basilio y rezar. La acompañaban fielmente su tío, un pediatra militar recientemente retirado, y el enfermero Miller; con quien había llegado a desarrollar un verdadero cariño. La vida tranquila de la Tierra había hecho maravillas en Ludmila que, al no sufrir del mismo síndrome que aquejaba al resto de su familia, adquirió en poco tiempo un aspecto normal; recuperando también su juventud y convirtiéndose en una mujer hermosa que poco a poco iba despertando de una pesadilla.
Había grandes trozos de su pasado que no recordaba o lo hacía vagamente, pero al menos ya comprendía que Miller era solamente un enfermero que la asistía y las voces angelicales que escuchaba eran las de sus propias desesperación y frustración. Recordaba vívidamente a su padre instruyéndola en la biblioteca de la base Nebo, las memorias que conservaba de su madre no eran tan detalladas pero podía evocar con claridad su perfume y su voz cuando se enojaba defendiendo acaloradamente sus puntos de vista; y muy confusamente recordaba a su hijo como un silencioso niño raro que la seguía a todas partes. Y nada más.
Esa mañana, luego de ir los tres juntos a la iglesia, fueron a una cafetería para desayunar. Eran una trinidad santa, bendita con el don de la ingenuidad. El tío Mijáilov actuaba como mediador entre Miller y Ludmila, pero el caballero era tan tímido que sus artes como casamentero solo consistían en mirar a Miller con una sonrisa nerviosa y murmurar: “anda, platica con Lyuda”. En esa ocasión, como siempre, el enfermero obedeció tímidamente y se dirigió hablando en un mal ruso a Ludmila mientras le pasaba el azúcar:
—¿Qué tal está su hijo en América?
—No he sabido mucho. Escribió una carta en que me preguntaba si aún guardaba en mi Biblia un regalo que me dio cuando era muy chico y que adivinara.
Contesto ella distraída en su té, Miller siguió interrogándola:
—¿Qué regalo fue?
—Pues no lo recuerdo... ¿Qué fue de mi vieja Biblia, la que tenía en la base lunar?
—Me parece que la vi en una caja junto a unas viejas fotografías y documentos.
—Revisaré todo, esta tarde, para ver si recuerdo algo.
Dijo ella y después de medio día, ya en el apartamento del tío Mijailov, Miller revolvió el equipaje traído de América que aún no se desembalaba; encontrando una vieja Biblia maltrecha que entregó a Ludmila. Ella la olió mientras evocaba recuerdos dolorosos y la comenzó a hojear, encontrando algunas fotografías de sus padres, recortes de enciclopedias y una hoja seca del huerto hidropónico. Miller preguntó:
—¿Cuál de todos es el regalo?
—No lo recuerdo, creo que ninguno. Kisa no tocaba mi Biblia. Se la leía yo y....
De pronto notó un bulto debajo del forro y lo levantó suavemente, sacando un espejo que era de su madre y una vieja hoja de papel doblada. Abrió el papel preguntándose qué era aquello y encontró un corazón mal dibujado, coloreado de negro. Miller comentó:
—Eso se ve un poco macabro. Parece digno de Kisa, con todo respeto.
Ludmila examinó el extraño dibujo y dijo:
—Es... ¿Me lo dio él?... ¿Por qué me daría un corazón negro? ... No recuerdo.
Mientras, en Estados Unidos, Robert Wellman bebía una taza de café leyendo las noticias matutinas en la computadora de su pulcro y elegante despacho decorado con pinturas abstractas, cuando el doctor Mitkov llegó ante su escritorio y dijo con gran seriedad:
—Tengo una observación que compartirle, doctor Wellman.
Él respondió sin quitar la vista de la pantalla:
—Maldito Yamada, ¿puede usted creer que huye recorriendo el mundo mientras da entrevistas a ufólogos? Anda diciendo que trabajó con un equipo de inescrupulosos científicos que ayudan al gobierno a esconder secretos que cambiarían el curso de la historia y que Kisa es un extraterrestre de verdad.
—Técnicamente lo es, y es sobre él que quiero hablarle.
—¿A quién mató, mutiló o hirió?
Inquirió Wellman con expresión de tedio y apoyando los codos sobre la mesa. Mitkov respondió con un suspiro de agotamiento moral:
—A nadie. Aún. Pero me preocupan ciertos cambios grandes que he notado en la joven Maggie. Anda como ensimismada y dice cosas extrañas en ella...
—Todavía no supera el que Tommy se haya casado con otra. No es nada raro.
—He notado que recibe una llamada a cada media hora, ella responde, pero parece le cuelgan inmediatamente. Parece una táctica intimidatoria de Kisa. Él busca controlar a los demás inquietándolos al darles la sensación de que siempre está vigilándolos.
Wellman resopló, se levantó de su escritorio y fue hasta el laboratorio clínico en que Voyager, Lindsay y Maggie trabajaban apaciblemente. Caminó directamente hasta la más joven del equipo y dijo, con la mejor de sus sonrisas:
—¿Cómo van esas crías de rata, Maggie?
La chica respondió muy tranquila:
—Nada en especial, doctor. Apenas alguna conducta irregular. Justo iba a tomarles unas muestras de sangre por órdenes de la doctora Voyager.
—Genial. Oye, me gustaría que me hicieras un favor. ¿Podrías contactarte con Abel Turn, el hacker de Nevada? Tenemos problemas con Yamada, aquel enfermero que casi perdió los dedos; nos está regando rumores por internet y nadie ha podido encontrar su verdadera ubicación actual o hacer que deje de divulgar información delicada sobre la investigación; pero seguramente Turn podría...
Maggie se rascó la nuca, diciendo:
—No sé, él no quería saber nada más acerca de este asunto pero sigue siendo amigo mío, no nos comunicamos muy seguido pero de seguro aceptará ayudarnos si se lo pido como un favor de amistad. Es muy bueno...
Justo entonces el teléfono de Maggie comenzó a sonar y ella se congeló temiendo responderlo frente a Wellman, que se quedó sonriendo como si nada. Finalmente no pudo esperar más y tomó el teléfono tímidamente pero, antes de que pudiera contestar, Wellman se lo arrebató; comprobó que el número que llamaba era el de la casa de Maggie y atendió:
—Hola, Kisa. Maggie no puede responder porque está ocupada.
Un espeluznante sonido como un gruñido de desprecio se escuchó del otro lado de la línea y colgaron con furia. Wellman preguntó:
—¿Por qué ha empezado a llamar?, antes no lo hacía.
La joven asistente miró al piso y respondió nerviosa:
—Solo se preocupa por mí...Quiere saber si estoy bien y que recuerde que me espera.
—Pues se comporta como una especie de acosador o un marido celópata.
Maggie bajó la mirada, ruborizándose, y respondió:
—Es su forma de ser. Hablaré con Abel esta misma noche y le contaré lo de Yamada.
Maggie regresó a casa tratando de hacer tiempo para llegar tarde, en el fondo no quería volver. Si bien la intimidad con su extraño esposo le era un delicioso desborde de placer desenfrenado, cuando no estaba sexualmente excitada la realidad se le venía encima y sentía miedo. La mirada inquietante de esos ojos oblicuos de párpados negros y diminutas pupilas rojas le daba escalofríos, y su figura siniestra de movimientos felinos gravitando a su alrededor le provocaba una tensión constante. Se entretuvo en un supermercado comprando confites, cuando se volteó sin fijarse y chocó con el raro señor Joseph White que hacía sus compras de la semana. La muchacha dio un grito y luego dijo, riendo nerviosamente:
—¡Pero si es usted!, qué sorpresa verlo aquí.
—A mí también me sorprende verte. Creí que estarías con Kisa en su “la Luna de miel secreta”.
—¿Usted sabe...?
Preguntó ruborizada y White se rio un poco al explicar:
—Disculpa, he sido indiscreto otra vez. Kisa me contó algo al respecto, esa es la razón por la que ya no sale más conmigo. Me alegro por él, por ustedes, y al mismo tiempo me entristece. Ahora me siento solo. ¡Pero qué le voy a hacer!, tomo mi medicina, trato de relajarme y salgo a menudo para estar entre la gente. Así consigo mitigar un poco la soledad y la melancolía se hace llevadera.
—Debería buscar una novia. Usted es joven, educado...
El rostro de White se ensombreció respondiendo casi en un susurro y mirando al piso:
—¡¿Qué dices, Maggie?! ¿Olvidas lo que le hice a mi última amante? Nunca más deberé buscar una novia, todavía conservo mi humanidad bajo todas mis deformidades y trastornos; es lo que me impulsa a mantener la distancia para proteger a quienes me rodean. Pero no es mi soltería forzosa la que me deprime...Seguramente te sonará un poco ridículo, ¡pero extraño a mi amigo Kisa!; con todo y lo severo, terco, malhumorado y ... totalmente adorable que es. No entiendo por qué insiste en esconderse, es una criatura preciosa. ¿Serán así de encantadores todos los rusos?
Maggie sonrió, ayudando a White a escoger verduras:
—Bueno, él no es ruso es selenita. Señor White, ... ¿usted se ha enamorado de él, cierto?
—¿Lo preguntas por cómo hablo de Kisa, verdad? Es solo una profunda admiración. Él es un ser realmente bello, encantador al tratarlo y descubrir que en realidad es una persona tan necesitada de afecto. Era imposible para mí no amar en silencio a esa aberración tan dulce. Sé que tú me comprendes, quizás mejor que yo, porque también ves la belleza oculta y tuviste la suerte de que, siendo mujer, pudieras acercarte a él de una manera más romántica. Yo no pude, no me lo permitió.
La muchacha guardó silencio, sintiéndose un poco culpable. Hasta ese momento, ella no amaba a Kisa. Solamente le tenía lástima y había aceptado entregarse a él para saciar su propio apetito sexual, más no podía verlo de otra forma que no fuera como a un engendro medio salvaje y potencialmente peligroso. White prosiguió:
—Cuando me contó que tú finalmente lo habías aceptado, me sorprendió. Nunca lo había visto sonreír realmente, se veía deslumbrante, tan lindo que hubiera querido abrazarlo y llorar...Y matarte con especial saña de no ser cierto el que lo amabas. Pero cuando le llamé al otro día para saber cómo seguían las cosas supe que realmente lo habías hecho feliz. Sonaba tan reposado, tan seguro...Me di cuenta de que yo ya no tenía esperanzas y luego me pregunté qué será de mí.
—¿Que qué será de usted?
White dijo, tomando aire:
—Así es...Verás, siempre culpé a Selene de mi incapacidad para adaptarme a este mundo, pero veo a Kisa y observo cómo en tan poco tiempo encontró al amor y formó algo...No de forma espectacular, pero lo suficientemente concreto como para vivir feliz. Entonces comprendo que no es mi aspecto el que me aísla, no son mis limitaciones...Soy yo...Joseph no encaja, ni siquiera con otro afectado por Selene. ¿Qué futuro me esperará siendo como soy? Entonces pienso desesperadamente en una solución y decido cambiar radicalmente, pero si yo cambiara... ¿Verdaderamente cambiaría todo lo demás? He llegado a considerar la cirugía estética, pero los pronósticos no son muy favorables según me han dicho los médicos. La cirugía facial podría ayudarme a tener un aspecto más “normal” pero sería un proceso lento, doloroso y sin garantía de realmente hacerme lucir sano. La psicoterapia y la medicación me ayudan, pero mi sistema nervioso siempre me orientara al lado oscuro de mi propia personalidad, lo siniestro es parte de mí.
Pareció turbarse de pronto y sacó un frasco de pastillas, tragó una en seco y prosiguió diciendo a medida que el fármaco iba haciendo efecto y se le empezaba a notar sedado:
—Los sentimientos nos consumen a los que sufrimos este mal. Cuando odiamos es a muerte, cuando amamos también; la muerte siempre es el fin. Deseamos con ansias que alguien venga y nos saque del pecho eso que nos explota todo el tiempo por dentro y nos va extinguiendo el alma poco a poco, pero es imposible, nadie puede salvarnos y la decadencia avanzará hasta que un día, no sé, perdamos el último rastro de humanidad y nos convirtamos verdaderas fieras. Me siento caer en un abismo mientras intento asirme del amor, la medicina, la fe...Pero es una carga muy pesada y no puedo sostenerme. Al final caigo, siempre caigo.
Tiempo después, Maggie volvió a casa pensativa. Su extraño amante ya la esperaba detrás de la puerta, oculto en la penumbra; la recibió besándola febrilmente y tomándola ahí mismo en la antesala. Luego de haber satisfecho el deseo, descansaron juntos en el sofá. Como solía suceder cada vez que terminaban de tener sexo, Maggie se comenzó a sentir arrepentida y melancólica mientras Kisa se abrazaba a ella y era feliz. Entonces ella recordó su charla con White y tuvo una idea. Le acarició el mustio cabello rubio y dijo:
—¿Qué dirías si te contara que has flechado a una persona?
—¿Esa persona eres tú, mi amor?
Maggie tuvo un escalofrío sin saber exactamente porqué, y luego respondió:
—Otra persona. Alguien que te aprecia mucho.
—No me interesa.
—Bien. Solo estaba pensando. ¿A ti no te hubiera gustado ser una mujer?
—No sé. Quizás me hubiera gustado.
—Entonces, ¿nunca has considerado la idea de tener una relación con alguien de tu mismo sexo?, ¿amar a otro hombre...?
—No, si un hombre se enamorara de mí, lo mataría.
La muchacha suspiró dándose por vencida y dijo, estirándose para alcanzar su teléfono:
—Debo comunicarme con un amigo del trabajo, me conectaré desde mi teléfono.
—No me gustan tus amigos, ahora estamos juntos.
—Es por asuntos de trabajo, estaré aquí contigo. Hoy iban a transmitir “Casablanca” en la televisión, te gusta esa película, ¿no? Anda, recuéstate en mí y relájate.
Kisa aceptó confiado, acomodándose en el pecho de Maggie, mientras le daba algunos besitos perdidos y se enfocaba en ver la película. Ella aprovechó el momento para distraerse leyendo noticias de su familia y amigos, a quienes evitaba desde hacía mucho, y justo entonces se conectó Turn. De inmediato lo saludó por el mensajero:
“PrincessFairy: ¡hola, Abel! ¿Tienes tiempo?, tengo mucho que contarte”.
Poco después recibió una respuesta:
“Absolute_Lord_Slayer: ¿Maggie?, ¡esta vez si eres tú!”
“PrincessFairy: ¿cómo que “esta vez”?”
“Absolute_Lord_Slayer: casi siempre es Kisa haciéndose pasar por ti. Sé quién es quién porque él no saluda y solo hace preguntas; tú en cambio me cuentas cosas, usas emoticones cuando escribes y tienes mejor ortografía”.
“PrincessFairy: no sabía que se hacía pasar por mí”.
“Absolute_Lord_Slayer: no hay problema. Es interesante hablar con un psicópata verdadero. Con todo respeto”.
“PrincessFairy: está bien, yo sé lo que es”.
Pasaron varios minutos antes de que Maggie recibiera respuesta:
“Absolute_Lord_Slayer: te extrañaba”.
“PrincessFairy: suenas algo triste, ¿cómo te ha ido?”
“Absolute_Lord_Slayer: bastante bien. Con lo que gané en Nevada logré por fin independizarme de mi madre y escapar del barrio de mi infancia lleno de chismosos que no paraban de criticar mi vida. Compré una cadena de tiendas de videojuegos, luego me compré una gran casa, un gran auto, varios animales, todas las mierdas que siempre anhelé...Y ahora que lo tengo todo me siento como cuando te acabas un juego que estaba bueno. Pero ya se terminó, eso era todo y nunca fue realidad”.
“PrincessFairy: pero es real, es tu dinero, tu casa, tus sueños cumplidos”.
“Absolute_Lord_Slayer: la verdad...Descubrí que esos sueños solo eran sueños y que aún sigo siendo un vago que la gente jamás tomará en serio. La única amiga “normal” que tengo eres tú. A veces veo tus fotos y me pregunto: “¿por qué me habla?” Pero bueno, si incluso pudiste enamorarte un extraterrestre...”
“PrincessFairy: ¿enamorarme?, ¡solo es mi amigo!”
Hubo un largo silencio, y luego escribió Turn:
“Absolute_Lord_Slayer: Maggie, debo confesarte algo”.
“PrincessFairy: ¿sí?”
“Absolute_Lord_Slayer: hay cámaras por toda la casa”.
Maggie palideció y solo atinó a escribir:
“PrincessFairy: creí que habías abandonado la investigación”.
“Absolute_Lord_Slayer: acepté ayudarles en esto porque me caíste bien y tenía curiosidad por Kisa. Soy el único que los vigila y destruyo todo lo que pueda causarte problemas...Como la grabación del día en que la vieja loca llegó y trató de darte un tiro. Sobre tu relación con Kisa...En un principio me parecía tierno verlos juntos aunque me asustaba un poco. Con solo verte, comencé a sentir más cariño por ti y hasta él me cayó bien...Luego empezaron a tocarse, y bueno, pienso que tienen derecho a hacer lo que quieran con sus vidas y por eso les mantengo el secreto. Perdóname, no creas que los observo cuando lo hacen...Las primeras veces me atreví porque creí que él te estaba haciendo daño, bueno de hecho me parece que es muy violento contigo pero tú lo toleras...Ahora, prefiero desconectar la transmisión cada vez que sucede. No sé, es perturbador verlos...Es...violento”.
Turn dejó de escribir y al poco rato continuó:
“Absolute_Lord_Slayer: Hay una cámara escondida en cada detector de humo. Desconéctalas cuando quieras, no diré nada a nadie; me comprometí a alertarlos solo si sucedía “algo raro” ... Pero ya es tarde para eso y es mejor así. Créeme que quise decirte esto desde hace mucho tiempo, pero casi nunca hablas conmigo así que no tuve oportunidad; y cuando le dije a Kisa solo se rio, no le importa que los vean, de hecho empezó a pedirte que lo hicieran justo frente a las cámaras”.
Estas últimas palabras molestaron a Maggie, que sacudió a Kisa diciendo:
—¡¿Sabías que había cámaras grabándonos todo el tiempo?!
El selenita respondió, indiferente:
—Solo era tu amigo fisgoneando. Tú le atraías y por eso preferí que fuera testigo. Creo que ya debe haberle quedado claro que eres mi mujer.
Maggie se levantó presurosa y dijo:
—Ven, ayúdame a desconectarlas...Luego terminaré esta charla a distancia. Ya lo sabe White, ya lo sabe Turn, ...no puedes o no quieres guardar el secreto...
—Tanta felicidad no me cabe dentro, tenía que compartirla.
Justo en ese momento llamaron al teléfono, Maggie atendió de mala gana y luego pareció asustarse con lo que le estaban informando. Terminó la llamada y dijo seriamente:
—Era el doctor Mitkov. Acaban de encontrar muerto a White, se ha suicidado.
Kisa no dijo nada. Solo la miró, se levantó y fue a vestirse.
Joseph White colgaba de una lámpara de su casa, tenía las comisuras de la boca cosidas con hilo negro, las muñecas cortadas y a su alrededor estaban diseminadas varias botellas de licor vacías. Un joven policía se estremeció mirándolo, mientras murmuraba a un compañero que examinaba la escena de la muerte:
—Es lo más espantoso que he visto en mi vida...
—El pobre diablo sufría de alguna enfermedad extraña. Los médicos que lo atendían vendrán en poco, tienen una orden judicial para llevarse el cuerpo aun antes de que lo vean los forenses. Hay órdenes muy específicas venidas desde arriba para que la menor cantidad de personas vean al cadáver. Incluso enviaron una sola patrulla.
—Es extraño. ¿Quién será este tipo...o qué será?
El policía aún no terminaba de hablar cuando Maggie irrumpió en la sala, conteniendo un grito al ver al cuerpo colgado de la lámpara. El policía más joven la detuvo, diciendo:
—Señorita, ¿no vio la cinta policial? No puede pasar, ¿es pariente de la víctima?
La chica tartamudeó:
—No, ... yo vine aquí siguiendo a ... a mi...mi esposo.
Tomó aire y continuó diciendo:
—Él era muy amigo del señor White, que en paz descanse, y pareció muy perturbado al recibir la noticia. Salió de casa de muy mal humor y se dirigió a este sitio...
—Bueno, señora. Su marido aún no ha llegado o simplemente no vino aquí. Ahora será mejor que vuelva a su casa o espere fuera...
El fuerte sonido de un portazo, y luego el de una cerradura, se escuchó desde la entrada principal. Segundos después se apagaron todas las luces y los policías desenfundaron sus armas, apuntando y sosteniendo sus linternas al mismo tiempo. Maggie murmuró:
—Es mi esposo. Por favor, no disparen, tiene una seria enfermedad mental...
—Señora, le aconsejo que hable con su marido ahora mismo. Estos juegos podrían costarle una visita a la comisaría a los dos.
Respondió el oficial más viejo, comprobando que los interruptores de electricidad no funcionaban; después de esto avisó:
—Cortó la electricidad. Señora, están en serios problemas, esto es obstrucción de...
Se escuchó un goteo mientras la luz de la linterna del policía más joven oscilaba. Su compañero lo iluminó inmediatamente, descubriendo horrorizado a la espantosa criatura pálida y de rostro siniestro que acababa de cortarle el cuello de un mordisco. El policía más viejo disparó inmediatamente al mismo tiempo que Kisa desaparecía en la oscuridad. Dejando tirado al joven policía a los pies de su compañero que gritó sin soltar su arma:
—¡¿Pero que mierda es eso?!, ¡¿es un extraterrestre, un fantasma o qué?!
—Es...Es mi esposo señor...Le dije que estaba enfermo...
Balbuceó Maggie, mientras le temblaban las piernas. El policía mayor tomó su radio y buscó por toda la habitación iluminando con su linterna, y diciendo:
—Señora, tiene usted gustos muy raros, ¡muy raros!... ¡Oficial caído, necesitamos refuerzos! ... Échele un vistazo, creo que aún respira ... ¡Muchacho, resiste!
Maggie tomó la otra linterna y corrió a examinar la herida del joven, notando que la sangre brotaba a chorros. La chica intentó pararla con sus manos, mientras el moribundo le suplicaba ayuda con la mirada. Maggie presionó la carne abierta conmovida, diciendo:
—¡La ayuda viene en camino, se pondrá bien!, ¡esta noche volverá a casa y todo será como siempre!, ¡solo resista un poco, unos minutos...!
El muchacho intentó tragar, una lágrima le rodó por la mejilla y luego se puso blando; como un suave paño. Entonces toda expresión se borró de sus ojos y Maggie sintió que se le rompía el corazón. Lo sacudió, trató de encontrarle el pulso y luego lo abrazó en silencio. Había muerto en sus brazos sin que pudiera hacer nada por él. Levantó la mirada y descubrió que el otro policía había desaparecido. Recostó al cuerpo del joven en el piso y salió de la casa con la mirada vidriosa llevando la linterna y cavilando: “Maggie, gran idiota, ... ¿vas a salvar al mundo entero del dolor?, ¿A Kisa, a Tommy, a Turn, a tus amigas...a todos? Tú misma soportaste tanto, callaste tanto, que empezaste a pensar que te volviste inmune al sufrimiento; y en cierta forma sí, desarrollaste una coraza, te volviste de piedra. Insensible...y después cruel. Todo ese tiempo siendo la muñeca de tu abuela, la joyita de papá, la mascota de tus amigas. ¿Por qué lo soportaste? ¿Por qué? Porque sabías... Sabías que por dentro tenías algo, ... algo siniestro, ... algo que un día podría explotar y dañar a toda esa pobre gente a tu alrededor...A esos que tú tanto aprecias porque en realidad los consideras delicados, ... frágiles, ... niños inmaculados en comparación tuya; porque en el fondo eres un monstruo implacable y lo sabes. Aquel día en tu casa natal, dejaste a tu madre paralítica al empujarla y tirarla del balcón cuando ella te llamó “bocona” porque le dijiste a tu padre que tus hermanos mayores te obligaban a tener sexo con ellos, ¡mamá te había dicho que no le contaras a nadie! Y aunque conseguiste que tu padre te salvara llevándote lejos con tu abuela, contigo se fue dormido el monstruo de ira y frustración; por eso tratas de endulzarle la vida a todos, de aliviar cada pena que encuentres, de mantener al monstruo dormido...Siempre con temor a enfrentarte a tu único miedo: volver a encontrar ese sufrimiento que ya venciste ahora devorando a otros y no poder hacer nada, como sucedió la primera vez contigo; como repitiendo la misma historia hasta que la ira de la bestia explote otra vez”. Los gritos de dolor la guiaron a una arboleda donde pudo ver entre unos arbustos a Kisa haciendo algo en el piso. Se acercó mientras el miedo se desvanecía convirtiéndose en una fría determinación, diciendo:
—Mataste a un chico como de mi edad. Murió esperando que lo salvara.
Kisa la miró sonriendo. Tenía algo demencial, sádico, mientras decía:
—Bien, otra familia que despierta al dolor. ¡Más gente que me comprende!
—¿Para qué tendrían que comprenderte? Es injusto...
—¡¿Nunca has estado tan furiosa como para matar a alguien?! Mi amor, no me mientas...Sé que sí...Alguien con tanta pasión es perfectamente capaz de llegar a cualquier extremo… ¿No te sentiste bien al tirar de aquel gatillo y ver los sesos de la tía de Tolley volar? ¡¿No te sentiste satisfecha?!
Maggie se acercó lo suficiente para ver como Kisa cortaba con sus uñas secciones de piel al viejo policía herido, que luego levantaba dejando expuesta la carne viva. Entonces ella explotó. Se lanzó sobre el selenita golpeándolo con instintiva certeza, con su ferocidad interior desbocada. Antes de que él pudiera siquiera reaccionar, ya lo había arrastrado varios metros lejos del policía a puñetazos y patadas; atacando y esquivando por intuición, enfocada solamente en matarlo con sus propias manos. Él trató de contenerla pero no resultó ser una tarea fácil, Maggie se las ingeniaba para volver a zafarse o golpear con una fuerza incongruente con su físico; una fuerza proveniente del alma de una mujer corrompida por años de represión. La lucha se prolongó durante varias horas, en las cuales Maggie cazó a su esposo por entre los árboles; decidida a matarlo a como diera lugar. El sol salió para encontrarlos en algún punto perdido del bosque, con la ropa desgarrada, ensangrentados y sin aliento; pero todavía dispuestos a pelear. Se acechaban como lobos entre los arbustos, hasta que Kisa dijo:
—Nadie había logrado hacerme frente, estás tan o más loca que yo...Y aún no sé de dónde sacas fuerzas...
—Acércate, hijo de puta...Deja de hablar y acércate.
—No ganarás nada provocándome, ahora es cuando más te quiero para mí.
Replicó el selenita con una risa irónica. Maggie gritó entonces:
—¡Jamás vas a tenerme realmente porque nunca te he amado!, ¡solo ha sido sexo bizarro y algo de cariño porque pensé que eras un poco humano!
—Lo he supuesto siempre, ¿crees que no me he visto?; una linda muchachita como tú jamás iba a enamorarse, así nada más, de mí. Sin embargo me has aceptado y me parece suficiente. Como en todo matrimonio arreglado, el verdadero amor vendrá después; y ya tengo la ventaja de hacerte feliz en la cama.
—No...no, eso no es cierto...
Kisa se acercó lentamente, casi arrastrándose, mientras decía con una sonrisa sarcástica:
—Eres muy buena mintiendo.
Maggie le saltó encima atacándolo de nuevo, y él se dejó hacer; diciendo:
—Anda, usa mis propias uñas para cortarme la yugular. Solo abrázame luego mientras me desangro, como hiciste con el otro policía; para que así piense que me estoy quedando dormido entre tus brazos y me vaya feliz.
La joven le dio un último puñetazo y se sentó en la tierra, dándole la espalda. Él se le acercó de nuevo, hasta llegar a besarle los hombros, descubriéndoselos y murmurando:
—¿Esto no te gusta?, ¿no sientes nada?
Le quitó la blusa y comenzó a acariciarla con la punta de sus uñas afiladas, haciéndola tener un escalofrío de placer. Una fina llovizna comenzó a caer y Maggie hizo un leve intento de alejarse, poniéndose sobre sus manos y sus rodillas. Kisa siguió adelante con sus propósitos, mientras decía:
—¿Es un rechazo?, porque parece todo lo contrario.
—Ese pobre policía despellejado...Debí quedarme con él...
—Se habrá levantado ya por su propio pie y pegado las tiras. No era nada serio.
—Claro...Y el chico con la garganta abierta también se habrá ido a casa como si nada.
—Esto es una guerra, Maggie, mi guerra. ¡Es normal que haya muertos!
—¿Contra quién peleas?, ¿contra todo el planeta Tierra? Si es así, debo informarte que perdiste la guerra desde antes que empezara.
Le bajó la ropa interior de un tirón y se ensartó en ella como en castigo, de golpe, tomándola del cabello para decirle casi al oído:
—Si repudias tanto mis métodos de ajustar cuentas, ¿por qué estás conmigo? Has tenido suficientes oportunidades de escapar, pero prefieres quedarte a mi lado para ser la víctima justiciera; y es que en el fondo me aceptas. Eres igual que yo. Sé bien que disfrutas entregándote a mí, y eso me excita. Te encanta que te pise, ¿no es así?
Maggie mordió sus labios conteniendo un gemido, mientras Kisa insistía ardorosamente:
—¿No te gusta que cohabitemos como bestias?, ¿acaso no te estremeces en cada empellón?, ¡¿quieres que pare ahora?!, ¡¿quieres que te suelte?!
Después hubo una débil calma. Y él rio diciendo:
—¡Mira cuanto te disgustó!
La joven apoyó los antebrazos y la frente en el suelo mientras jadeaba trémula, mirando como se escurría de entre sus muslos la evidencia de los hechos. Entonces dijo sin emoción:
—No voy a avergonzarme de las reacciones y necesidades de mi cuerpo. Esto es solo una prueba de que me gusta el placer como a todos, y nada más, es una tontería darle tanta importancia a algo tan natural como el sexo. Me siento cansada de actuar un personaje irreal, de ser lo que todos los demás, incluyéndote, quieren que sea. Vivo prisionera del miedo a ofender o defraudar a los otros si me muestro tal cual soy, vivo fingiendo... Siempre fingiendo.
Kisa la abrazó suavemente por la espalda y dijo:
—A mí no me ofendes, me gusta lo que eres. Estás siendo una buena esposa.
Nuevamente se tranquilizó con un subidón de oxitocina inoportuna, ternura patológica que permitía esos coitos degenerados. Pensó un momento y después dijo, ya resignada:
—Es una locura...pero quizás podríamos, sí...Podríamos irnos a algún lugar lejos de todo y empezar de nuevo. En un sitio donde nadie nos conozca ni le importe quien o cómo seamos. Mientras peleábamos, perdí mi relicario que contenía el localizador; ahora mismo nadie sabe dónde estamos y podríamos escapar juntos. Pero tendrías que dejar de matar...Dime, ¿matarás de nuevo?
—Sí, amor mío. Quiero un muerto por cada año que mi familia estuvo abandonada. Fueron treinta y cuatro años en la Luna, y llevo veintidós terrestres muertos.
—¿No perdonarías a los doce que faltan...Ni por amor a mí?
—Es mi deber hacer esto, el deber está antes que todo.
Maggie se soltó, sentenciando:
—No te lo voy a permitir... ¡Haré lo que sea para detenerte!
Entonces Kisa se le acercó hasta llegar a recostarse en su hombro y murmurar:
—¿Hasta matarme?
Tal pregunta hizo dudar a Maggie sobre qué contestar. Finalmente respondió:
—¡Me mataré si dañas a alguien más!, ¡vas a perderme definitivamente!
Por unos segundos, Kisa pareció preocuparse por la seriedad con que Maggie había hablado; pero luego ideó algo y comenzó a acariciarle el cabello mientras susurraba con una media sonrisa sarcástica: “tan hermosa...”
31 de octubre de 2012
Ludmila se veía asombrada ante el espejo de su alcoba, como si acabara de despertarse de un largo sueño. Luego se asomó a la ventana, mirando el tranquilo paisaje de Moscú bajo el cielo plomizo; todo era tan sereno y hospitalario para ella que la vida en la base lunar ahora le parecía una horrible pesadilla difícil de creer. Escuchó que tocaban a su puerta y se volteó suavemente. Miller Estaba parado en el dintel. El enfermero sonrió tímidamente y luego dijo con preocupación:
—Hay malas noticias, su hijo lleva tres días perdido luego de meterse en un extraño altercado con la policía. Mató a un oficial e hirió a otro más. Cuando intentaba matar a este segundo hombre, apareció su nuera; comenzaron a pelear por todo lo que él había hecho y mientras discutían se internaron en una zona boscosa. Desde entonces no se les ha vuelto a ver.
—¿Mi hijo?, ¡¿mi hijo ha matado?!
La mujer lo miró como incrédula, y Miller continuó:
—Así es, Ludmila...Creo que...Me temo que ha olvidado de que su hijo se convirtió en un hombre muy violento desde que se separó de usted en la Luna. Verá, él dictaba las reglas en la base y, para lograr ese poder sobre los otros, mató a muchos de sus parientes: a todos sus tíos, varios primos y medios hermanos. Al llegar a la Tierra continuó actuando de forma sanguinaria y se ha vuelto un problema grave.
—Entonces...ha matado a su propio padre. Me imagino que él sabía que su padre debía ser... ¿Pero cómo pudo...? Y, ¿ha dicho usted que tiene una esposa?, ¿aquí en la Tierra?
—Maggie, sí. Es una adolescente que ayudaba en la investigación. Era una chica muy dulce y tímida, le tomó cariño a su hijo y ... se dieron las cosas.
Esta noticia sorprendió a la madre, que se acercó a Miller emocionada y preguntó:
—¡¿Cómo es ella?!, ¿es hermosa?
—Es muy bonita y, para él, demasiado bonita. Me cuesta creerlo. Ella es el tipo de chica que acaba siendo la novia de un capitán de equipo de fútbol, no de un...
—¡¿Pero en realidad es bella?!, dígamelo, ¿cómo es?
—Es bella, sí. Es morena, tiene el rostro de una muñeca, su cuerpo es hermoso y además es muy lista; solo tenía diecisiete años cuando empezó la universidad.
—Ya veo...Me alegra y me entristece tanto...Por favor, Miller, traiga mi Biblia. Ahora recuerdo y comprendo...Con el corazón aquel que encontramos, Kisa se refería a esa joven; su esposa. Por desgracia, ahora quizás esté muerta.
—¿Muerta?, ¿por qué?
Ludmila tomó asiento en un sillón y explicó:
—Porque mi hijo no tiene un límite para sus emociones. Quien conviva con él terminará un día siendo víctima de su ira asesina, a menos que sea lo bastante fuerte como para obligarlo a contenerse o para soportarlo; lo que a la larga le terminaría contagiando su mal. Vivió en relativa tranquilidad con su primera mujer porque ella era muda y su mente como la de una sumisa niña pequeña. Convivió en “paz” conmigo porque yo era extremadamente estricta con él...y me temía. Una joven y hermosa universitaria no conoce esos mórbidos extremos de conducta, y si no es capaz de manejar la situación...la matará.
El enfermero la miró perturbado y se sentó en cuclillas ante ella, replicando confundido:
—Pero...su hijo ha cambiado mucho. Maggie lo “domesticó” sin necesidad de perder los estribos o doblegarse ante él, según lo que yo vi.
—No, los ha engañado. Kisa no cambiará en unos meses lo que ha sido toda su vida. Desde que él era muy pequeño supe que sería como un tornado o un volcán, un fenómeno natural incontrolable. El día en que me dio este corazón lo supe con certeza. Todo fue a raíz de un terrible error mío que sucedió el primero de enero de 1988. Kisa estaba cumpliendo tres años ese día, pero yo nunca se lo dije porque me parecía cursi celebrar su nacimiento. Sin embargo, le regalé unos carbones y unas hojas de papel para que garabateara. Estuvo horas dibujando círculos con patas y rayones, parecía feliz. Era tan pequeño, delgado y frágil como un gatito; y ese día sonreía como si su miserable mundo de diez metros cuadrados fuera el mejor de todos. Su carita deforme era como una caricatura con la cual la vida se burlaba de mí. Yo lo dejé un rato solo para ir a lavarme el cabello. Asearse en la luna requería de mucho tiempo y esfuerzo debido a la baja gravedad, pasaba casi una hora lavándome con un paño humedecido en una solución limpiadora. Mi cabello, largo y rubio, era lo único hermoso que tenía. Estaba flaca, pálida y ojerosa; pero mi cabello era un precioso manto dorado que flotaba a mi alrededor como un halo, y a Kisa le encantaba. Pasaba horas peinándolo con sus manitas y se dormía en mi espalda tomando un mechón. Supongo que mi cabello era la única parte de mí que lo trataba con suavidad...De alguna forma, él sentía que al rozarle mi cabello yo lo acariciaba mientras lo abrazaba para protegerlo del frío o lo alimentaba; y eso debía significar para él lo mismo que para otros bebés significa el que sus madres les digan que los aman. Los bebés vienen al mundo creyendo que mamá invariablemente va a cuidarlos y hacerlos sentirse amados, pero no es así en todos los casos. A veces, mamá es todo lo contrario a lo que ellos esperan; y ese día, Kisa se dio cuenta de que él era uno de esos desafortunados que vienen al mundo para recibir tal desilusión. Estuvo garabateando hasta que comenzó a sentirse cansado, le dio sueño y como siempre fue a acurrucarse en mi espalda; mientras me acariciaba el cabello aún húmedo. Poco después comencé a ver algunos mechones de mi cabello ennegrecidos, al tocarlos mis dedos se tiñeron también de negro y me volteé furiosa. Kisa había olvidado lavarse las manos llenas de carbón y así había llegado a dormir mientras se chupaba un dedo sucio y me acariciaba el cabello, ensuciándome a mí también. Pensé en todo el trabajo, tiempo y recursos que perdería en volver a lavarme y, ciega de ira, lo desperté a patadas. Él se echó a llorar sin comprender que pasaba, mientras yo explicaba a gritos lo que acababa de hacerme. Me pidió perdón ahogándose en llanto, pero sus lágrimas no eran nada para mí; aún debía hacerle algo más para sentir que realmente lo había castigado y para cobrarle el disgusto que me había hecho pasar. Lo levanté halándolo del cabello y lo arrastré a la caldera, diciéndole que iba a lavarle las manos con fuego mientras él gritaba aterrorizado y trataba de zafarse de mí. Eso me hizo enfurecer más y volví a golpearlo, lo acusé de desobediencia por no dejarse hacer lo que yo quería; entonces mi pobre hijo se dejó llevar, mientras lloraba desconsoladamente. Le ordené que extendiera las pequeñas palmas de sus manos y luego lo obligué a presionarlas contra un panel al rojo vivo que cubría la caldera. Kisa grito de dolor mientras yo lo sujetaba para que no se moviera, hasta que sus manitas comenzaron a humear; entonces lo solté y se alejó de mí llorando a gritos por el dolor mientras me miraba confundido. En ese momento recapacité en que acababa de cumplir tres años, todavía era un bebé, la locura estaba consumiéndome y no pude darme cuenta antes. Entonces traté de cargarlo para curar sus quemaduras y él se encogió alejándose de mí, gritando de miedo; tuve que tomarlo por la fuerza y curarlo así. Después enfermó gravemente, creo que de tristeza, durante casi un mes. No quería comer, no quería dormir, solo lloraba en silencio; con la piel de las palmas de las manos desprendida y el corazón roto. Yo no era capaz de hacerle una sola muestra de cariño, nada más con intentarlo me sentía avergonzada, insegura, ridícula...Simplemente me era imposible consolarlo. Finalmente le quité las vendas y notamos que la piel había desaparecido, y en su lugar había solamente cicatrices lisas. En poco tiempo volvió a garabatear con carbones y nunca volvió a olvidar ser meticulosamente limpio, me parece que tampoco volvió a confiar en mí; y desde entonces su mirada ha sido sombría. Una noche no soporté más, y por fin tuve el valor de sentarlo en mi regazo y abrazarlo solo por abrazarlo. Lo mecí un rato y lo arrullé, y me sorprendí de lo fácil que era hacerlo sentir mejor; en pocos minutos estaba sonriendo agradecido. Entonces me di cuenta de que era el momento de decirle a mi hijo que lo amaba, pero la torpeza de mi mente enferma me empañó los pensamientos y solo acerté a darle un enredado discurso acerca del hecho de que él había nacido de mi sangre, y que la sangre era la esencia de la vida; por tanto él era muy preciado para mí. Terminé de hablar besándolo en la frente y él me abrazó emocionado. Saltó de mi regazo y fue a la habitación del huerto hidropónico. Lo vi hacer algo en una mesa, que tuvo que alcanzar parándose en la punta de sus minúsculos pies descalzos, y luego regresó trayendo esta hoja de papel con este corazón, que en ese momento era rojo pues lo había coloreado con la sangre de las yemas de sus deditos, heridas a propósito. Mi primera intención fue castigarlo, pero luego levanté la vista y vi a mi pobre hijo temblando de frío y amor mientras esperaba mi aprobación; me había entregado mucho más que un garabato hecho con sangre. Y entonces comprendí que sus emociones son mucho más profundas, fuertes y explosivas que las de cualquier persona normal. Tuve que haberlo abrazado y besado, y decirle que todo estaría bien, que descansara. Pero no pude hacerlo, me sentí incapaz de dar todo el cariño que mi hijo esperaba; aunque deseaba más que a nada en el mundo haber podido hacerlo. Entonces ideé algo para quitarme esa pena de encima. Le dije que no podía aceptar su regalo porque él debía guardar ese sentimiento que representaba el corazón para su esposa. Que ella lo trataría bien y le daría mucho cariño cuando fuera mayor. Él pobrecito me creyó como si fuera a “hacerse mayor” en un par de horas, preguntándome quién sería su esposa y como luciría. Le dije que iba a ser una joven muy bella, como las que adornaban las estampas de los libros, que iba a tratarlo amablemente y lo haría feliz. Le prometí que guardaría el corazón en mi Biblia hasta que esa joven llegara y él se fue a dormir satisfecho, esperando mientras yo lloraba en silencio; pues sabía que nunca encontraría una mujer así en la base y que aún si lo hiciera jamás iba a llegar a amarlo, pues él es espantoso. Por eso, cuando usted me dijo que una bella joven de la Tierra se había entregado a él, realmente me sentí contenta; pues el único sueño de mi hijo se hizo realidad. Pero la verdad es que Kisa es una criatura espeluznante y que dudo que esa muchacha llegue a amarlo con la intensidad que él espera, por lo que seguramente se encienda su ira y termine por matarla; acabando su sueño de forma trágica.
Miller se quedó mirando al suelo boquiabierto y luego comentó:
—Es terrible...Es espantoso lo que la desesperación puede llevarnos a hacer...Sé que usted es una mujer buena y que si tuviera que criar a su hijo de nuevo, en el presente, sería la madre más dulce y comprensiva de todas; pero ese maldito sitio...
Entonces Ludmila se puso de pie y volvió a la ventana, diciendo:
—No fue solo el sitio sino yo misma, mi debilidad y descontrol; era un animal en la Luna. Nadie es realmente una persona hasta que logra domar sus propios impulsos. Ahora que he recuperado mi salud, quisiera recuperar también a mi hijo, Miller. Sé que nunca podré reparar todo el daño que le hice cuando era pequeño, pero eso no borra el hecho de que aún lo amo y quiero ayudarlo. Cada vez que asesina, firma con sangre su propia sentencia de muerte; no puede continuar así, debe parar.
—Haré algunas llamadas para estar al tanto de lo que suceda con su hijo...
Contestó Miller por decir algo, aunque por dentro solo estaba lleno de incertidumbre.
En ese mismo momento, J. Gabin informaba a Wellman y Tom Tolley en el patio de la casa de Maggie mientras un equipo de investigadores forenses examinaba el inmueble:
—Es toda una casa del terror. Además de haber encontrado el cuerpo de la señora Tolley enterrado en el patio junto a una caja que contenía las probetas de embriones muertos, se encontraron evidencias de que la sala estaba cubierta de sangre; falta comprobar si esa sangre solo pertenece a la señora asesinada. Y por si todo eso fuera poco, también hay rastros de semen y fluidos vaginales en toda la casa: el piso, el sofá, la mesa del comedor, las alfombras, ¡las paredes! ... Comenzamos a sospechar que todo fue planeado y simplemente escaparon para “amarse a gusto”.
Tolley lo interrumpió rudamente:
—¡Cállese usted!, lo que haya pasado aquí es realmente retorcido, perverso...Algo totalmente ajeno a Maggie. Quizás ese monstruo la violaba, o se acostaba con otras mujeres...Quizás abusó de mi tía...
Entonces Wellman preguntó, mientras tomaba una aspirina:
—Había cámaras de vigilancia, ¿no? Gabin, ¿cómo es que nadie se dio cuenta de lo que estaba pasando aquí?
—Al parecer, el joven encargado de vigilar a nuestra curiosa parejita, Abel Turn, decidió guardar silencio sobre todo lo que sucedía en la casa. Unos agentes fueron a buscarlo en su residencia en Colorado solo para encontrarse con que había desaparecido, borrando todos los registros de vigilancia de la casa y transfiriendo sus cuentas bancarias al extranjero. Es todo lo que sabemos, doctor Wellman.
—¿Encubrió a los novios y luego huyó? ¡Pero qué gran tipo!
Bromeó Wellman y Tolley dijo, cubriéndose el rostro mientras tomaba aire:
—Estamos perdiendo tiempo aquí... Maggie y el extraterrestre se internaron en un bosque al sur de la ciudad, no encontraremos pistas de su paradero hurgando en las porquerías de esta casa. El localizador de su antebrazo había sido extirpado hace tiempo y estaba oculto en el relicario que encontraron tirado entre la maleza, lo que me hace sospechar que ella debió haber considerado la idea de escapar desde hace mucho; y probablemente quería huir de ese animal horripilante.
Todos guardaron silencio un momento, después habló nuevamente Gabin a la vez que encendía un cigarrillo:
—El equipo de búsqueda y rescate está peinando la zona, sin embargo, el mal tiempo dificulta la operación. Para colmo, están llamando insistentemente de Roscosmos, la Agencia Espacial federal Rusa; han vuelto a empezar el pleito por el señor Mijáilov y van muy en serio. Pretenden llevar el caso hasta la Corte Internacional de Justicia y hacer público todo.
Luego Tom Tolley exclamó:
—¡¿Pues que están esperando para devolverles su psicópata alienígena?!, ¡la investigación puede continuar perfectamente sin él; ya se ha obtenido información suficiente acerca de su odiosa persona, Gabin!
—El problema es que el señor Mijáilov sigue desaparecido, doctor Tolley.
Unos niños disfrazados para la noche de brujas pasaron corriendo cerca, y Wellman murmuró mirándolos:
—Dios no lo quiera... ¿Pero qué tal si esa cosa ya no está en el bosque y anda suelta en la ciudad? Travestido, con la cara cubierta y sin hablar. Sí... Podría ser un chico solitario esperando el autobús, un muchacho silencioso merodeando las fiestas de noche de brujas; uno de tantos chicos disfrazados que de repente comience a actuar extraño, a acosarte comportándose de forma siniestra...y de pronto comience a desgarrarte la piel y arrancarte la carne a dentelladas.
Gabin opinó, exhalando el humo del cigarrillo:
—¿Y dónde dejaría a la señora Maggie?, si no la ha matado, dudo que ella se quede de brazos cruzados mientras él comienza una orgía de sangre. Vendría a avisarnos o llamaría a la policía al menos. Yo más bien creo que siguen perdidos en el bosque y que no tardaremos en encontrarlos. Ahora, caballeros, está oscureciendo y en veinte minutos tengo una videoconferencia con un pesado representante de las Fuerzas Militares Espaciales Rusas. Les aconsejó que se relajen, vuelvan a sus casas y esperen en calma. Lo peor que podría pasar es que la joven esté muerta o que comience un nuevo pleito legal internacional.
Tolley volvió a su casa preocupado. Mientras conducía trataba sin éxito de recordar las razones por las que había dejado burlada a Maggie. Ahora la tenía en la memoria como un ser angélico, una niña pura e ingenua que él había conquistado y que por un descuido suyo había caído en las garras de un animal despreciable, un ser repugnante que osaría tocar a su pequeña mujer. Esa idea le daba escalofríos y al mismo tiempo le ardía en el pecho, le parecía inconcebible y grotesco el ser sustituido por alguien que no le llegaba ni a los talones en cuanto a hombría, personalidad, popularidad y, sobre todo, en capacidad sexual. Pensando en estas cosas, llegó hasta su casa mientras caía la noche.
Luego de estacionarse, caminó el largo trecho de césped hasta su puerta y de repente miró bajo un gran árbol a alguien meciéndose suavemente en un columpio. Un muchacho que llevaba una máscara de conejo, su cabello era rubio, descuidado y largo hasta los hombros. Por un momento se dijo a sí mismo que no podía ser, pero algo lo hizo desconfiar. Miró fijamente a quien estaba en el columpio y esperó, hasta que esa extraña persona que se mecía le hizo una señal obscena; entonces estuvo seguro. Tiró su maletín al piso y se acercó furioso:
—¿Qué quieres aquí?, ¿vienes a presumir?, ¿quieres probar algo? ¡Peleas a mordidas y arañazos como una nena! ¡Anda, ponte a gritar, marica!
Tumbó de un empujón a quien ocupaba el columpio, haciéndole caer de bruces mientras gritaba de espanto, quitándose la máscara y revelando el rostro de una jovencita con aparatos de ortodoncia y acné que se alejó corriendo. Tolley se quedó un momento sorprendido y luego entró a la casa de prisa. Encontró todo a oscuras y descubrió que no había servicio eléctrico; parecía que algo no andaba bien. Llamó a su esposa Lindsay pero no recibió respuesta. Al llegar a la sala encontró una misteriosa nota que leyó inmediatamente:
“Si te importa, ven y quítamela”.
Convencido de que el selenita tenía que estar involucrado en esa extraña amenaza, corrió con intenciones de ir al segundo piso pero cuando se volteó para subir las escaleras encontró a Lindsay en el piso, amordazada, violada y degollada.
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