NADA EN LA OSCURIDAD

 


¿Qué queda del yo cuando el cuerpo ya no es humano?

En un futuro cercano en el que la conciencia puede almacenarse, reescribirse o borrarse, una mujer despierta en un lugar sin espejos ni recuerdos. Su voz se convierte en el único rastro de quién era y de lo que pudo haber hecho. A través de fragmentos de sesiones de terapia, informes científicos y reflexiones personales, comienza a reconstruir una vida que le resulta ajena y dolorosamente íntima.

Nada en la oscuridad es una novela psicológica transhumanista sobre la pérdida, la memoria y la frágil línea que separa las emociones artificiales de las auténticas.

Con precisión poética y una intensidad tranquila, Alex Firefly explora lo que significa estar vivo cuando incluso el dolor puede programarse.



INTRODUCCIÓN

  

Mi vida...Diría que era feliz. Nunca conocí a mi madre, mamá era una idea vaga con vestido largo y sonrisa pacífica; me visitaba a veces en ilustraciones de libros y en anécdotas de mi padre. Ella murió al darme a luz. Papá era el vaquero que llega a salvarte cada vez que las cosas están mal y luego se va cabalgando rumbo al horizonte. Sí, era mi héroe. Y yo...No sé. Nunca me sentí protagonista de mi propia vida. Era como si estuviera mirando al mundo a través de una pantalla, los demás actuaban y mi papel era el de una espectadora.    

Hubo un tiempo en que a menudo cerraba los ojos y me imaginaba que yo era una hoja que caía de un árbol junto a mis iguales y descansábamos en completa paz hasta que soplara la próxima brisa. Un dichoso destino inevitable que de repente nos levantaría en vuelo para llevarnos muy lejos. Quizás al jardín de un palacio, a un río que me arrastrara hasta una cálida playa exótica.    

Era una hoja, serena, esperando la brisa. Me gustaba.    

Me tiraba en la hierba junto a Rien, mi mejor amigo, y le decía que se quedara en silencio. No le explicaba por qué, nunca sentí necesario dar o pedir explicaciones. La vida para mí era una experiencia personal, algo entre el universo y tú, mi padre decía que todo era posible si así lo deseabas con todas tus fuerzas; y yo lo creía. No sabía...Nunca supe que quería yo exactamente, a lo largo de mi existencia solo viví en el presente; imaginaba que un día y como por arte de magia me sucedería algo grandioso solo porque era buena y me lo merecía.    

El primero en criticar mi sueño diurno fue Rien, dijo que era tonto, pero no le hice mucho caso. Prácticamente es mi hermano y los hermanos siempre dicen cosas para molestarte. ¿Qué hay de malo en ser optimista? Paciencia y optimismo, la naturaleza es sabia.    

Pero luego...al pasar el tiempo, la vida me fue enseñando que las serendipias en la brisa no existen; de hecho, generalmente sucede justo lo contrario. No es la felicidad la inevitable, sino la tristeza, el dolor. Cuando comprendes esta realidad, es como si te desarmaras. No me siento incompleta, o vacía, es solo...    

¿Es esto el estar destrozada?      

   

SOBRE MIS AÑOS DE INFANCIA Y RIEN

  

El evento sucedió en 209X, me llamo Joyce, entonces tenía veintiún años. A veces debo recordarme quien soy. Luego me siento bien. Es como si me hiciera un reset, esto no me sucedía antes. Supongo que entonces no hacía falta, en un principio todo era simple y feliz.    

Mi padre era un acaudalado líder activista que luchaba contra los abusos del transhumanismo en la tecnología, que en las últimas décadas se ha obsesionado con la perfección del ser humano aún a costa de alterar su naturaleza. Ante la amenaza de ver la esencia del hombre corrompida irremediablemente, pues cada vez más familias deciden modificar genéticamente a sus hijos para “mejorarlos”, mi padre y otros idealistas se unieron para vivir juntos en un barrio a las afueras de una gran ciudad donde se les garantizara a las personas sin mejoras no sufrir rechazo; ya que con el tiempo el ser un “Natural” se ha vuelto sinónimo de ignorancia y pobreza.    

Ahí vivíamos aislados del resto del mundo, como las sectas religiosas que hace siglos se recluían en comunas apartadas del exterior pecaminoso, nosotros nos encerramos en una burbuja de ensueño donde nadie necesitaba implantes corporales o manipulación genética. A veces nos aventurábamos más allá de nuestros territorios y yo miraba a los Modificados como a criaturas diabólicas. Sus pieles con textura de porcelana, sus cabellos satinados y sus ojos de escleróticas negras con pupilas rojas cual carbones encendidos me hacían pensar que eran muñecos; seres sintéticos que podía odiar sin remordimiento. Era lo que mi padre me había enseñado, todos en mi barrio pensábamos así.    

En ese barrio solo había otro niño de mi edad, Rien, llegó cuando tenía como cuatro años. Se caracterizaba por su palidez, tener anteojos y dar miedo. Dijeron que era adoptado, que sus padres eran aliados nuestros y habían muerto linchados en unos disturbios por guerras religiosas, que lo habían traído de Francia donde todos estaban muriendo de hambre, yo no quise hacer más preguntas. Él nunca hablaba y se pasaba todo el día abrazando un viejo oso de felpa. Eso solía molestarme, pues le pedía que jugáramos y me ignoraba.    

Tenía la fea costumbre de tomar cachorros y abrazarlos con fuerza hasta que morían. Lo castigaban, pero seguía haciéndolo. Un día finalmente se fijó en mí, lo invité a quedarse a jugar en mi patio como excusa para que mi padre me comprara un columpio que supuestamente compartiría con él y Rien reaccionó abrazándome en violento agradecimiento. Faltó poco para que me rompiera una costilla. Tras el susto, y ya que fue imposible hacer que me soltara, mi padre propuso que durmiera en mi casa. Como no me mató y con el tiempo dejó de sofocarme, nos hicimos amigos.    

Mi relación con él era muy cercana, aunque sabía que Rien era un niño modificado "a medias". Sus padres biológicos no eran  "Naturales" y él, aunque no tenía las alteraciones quirúrgicas como los horribles ojos rojos, sí había heredado sus genes mejorados. Tenía esa piel y cabellos perfectos, era un niño bonito, me daba celos que siempre fuera él quien recibiera los halagos por su aspecto mientras que a mí solo me felicitaban por ser hija de mi padre, pero por varios años aquello no fue un gran problema. Nunca lo sentí diferente a mí hasta cierto día, ya teníamos once años y una mujer nos sorprendió cuando Rien estaba matando ardillas en la arboleda. Su ropa elegante y aspecto antinatural me repugnaron, Rien la miró esperando que nos dijera algo. Quizá le recordó a su madre, que sin duda debió ser parecida. La extraña se dirigió solamente a él, hablándole con cierta compasión maternal:    

—No deberías jugar con ella, niño. Su gente se opone a la ciencia y al desarrollo. Una persona que se niega a pensar no es otra cosa que un animal.    

Sentí que la sangre del rostro me hervía, fue como si yo no existiera para ella. No le importó en lo absoluto hablar de ese modo frente a mí, como si el efecto de sus palabras en mis emociones no fuera algo execrable. Luego de que se fuera, le reclamé a Rien el que no me defendiera de las opiniones ofensivas de aquella mujer y él solo me recordó que nosotros hacíamos lo mismo con ellos; que era justo recibir el mismo trato que dábamos a los otros. Aquel fue uno de esos momentos en que Rien me cayó mal, sucedía a menudo; era la razón que me impulsaba a lanzar balones directo a su cabeza cuando estaba distraído, meterle hormigas en los calzoncillos si se descuidaba o comerme el relleno de sus galletas sin pedirle permiso o avisarle.    

Yo sabía que “la gente de afuera” decía que mi padre era un hombre tonto que estaba en contra de la evolución controlada de la especie humana, pero no me importó hasta ese día. Entonces entendí: Rien era “superior” a mí ante los ojos de la mayoría; pese a que mi padre fuera el líder de nuestra pequeña comunidad y dijera que él y yo éramos iguales. Por primera vez sentí resentimiento...    

Odio aceptar que lo dirigí a Rien, aunque nunca me había hecho nada y era ya parte de mi propia familia. El amigo dócil, tímido y silencioso que todas las niñas poco femeninas tienen. Él aceptaba mi actitud tiránica, mis bromas pesadas y mi mal humor con paciencia infinita, creo que era obvio que como todos los amigos de ese tipo estaba secretamente enamorado de mí, pero nunca fui la clase de chica romántica o perceptiva a los sentimientos ajenos. Cuando nos explicaron para qué servía el tener pene y vagina, y comenzaron a despertarse nuestras hormonas, le encontré un nuevo uso a Rien; pero no pasé más allá de eso. Era mi mejor amigo y ocasionalmente lo fastidiaba.    

Nuestras diferencias alcanzaron a un punto de quiebre al llegarnos la adolescencia, Rien se volvió distante y frío. Tenía secretos que no se atrevía a confesar ni siquiera a mí, aunque yo algo sospechaba.   

En ocasiones nos escapábamos al centro de la ciudad y bebíamos con chicos Modificados o Naturales que como nosotros se estaban alejando de las creencias de sus padres. 

Ahí, solían bromear gritándonos cosas sexuales; ellos ya sabían que Rien y yo teníamos una relación de amigos con derechos, algo que ignoraban los adultos de nuestro barrio, a veces se burlaban del aspecto andrógino de Rien y él en lugar de indignarse les seguía el juego. Yo algo sospechaba…De repente le empezaron a gustar las perforaciones, se dejaba el cabello un poco largo y bromeaba diciendo que era para que lo sujetaran de ahí cuando lo ensartaban. Yo sabía más o menos, pero nunca me gustó meterme en los asuntos íntimos de los demás y Rien respetaba mi forma de ser. Era mejor no hablar de cosas demasiado complicadas, los Naturales éramos muy conservadores y se creaban enormes problemas cuando alguien hacía algo "contra natura". Teníamos valores antiquísimos, era nuestro orgullo.    

Mientras los noticieros anunciaban que cada vez más personas decidían modificarse y los “Naturales” nos volvíamos más escasos, yo me absorbía en la guerra de mi padre contra la tecnología y me olvidaba de todo, hasta que algo me hizo regresar de golpe al mundo de los problemas personales: Rien me anunció que se iba, había considerado tomar un camino que nadie aceptaría y acabó por decidirse a huir de casa y abandonar nuestros ideales para no enfrentar el enojo de sus padres. Una parte de mi quería detenerlo porque lo amaba, el resto estaba cegado por orgullo y celos difusos; Rien era el lindo y yo solo tenía tetas grandes. Estaba empezando a robarme hasta las miradas de los otros muchachos y solo yo sabía la clase de enfermo con tintes de asesino serial que era en realidad. Todos mis resentimientos afloraron de nuevo y no pensé en que iba a extrañarlo, quise aprovechar ese momento para señalar la traición y vanidad que traía en su sangre modificada; le recordé los principios con los que nos habían educado, aceptando nuestras limitaciones y defectos como la firma de una perfección más allá de la estética voluble de los ojos frívolos de la humanidad moderna. La perfección de la naturaleza. Rien me respondió con una sola palabra:    

—Necios.    

Era así de contundente, apenas hablaba cuando discutíamos, pero cuando lo hacía tenía la virtud de elegir justo las palabras que más me podrían molestar. Odiaba que nos llamaran necios, que nos creyeran tontos por no aceptar que la tecnología tomara el control de nuestras vidas. Me le acerqué ya dispuesta a pasar de las palabras a los manotazos que como siempre él tendría que soportar y exclamé:    

—¡No puedes llamar necio a quien lucha por defender lo que ama y obtener lo que necesita!    

Entonces sucedió algo que nunca había pasado, Rien me atrapó por la mano con que lo señalaba amenazante y la fuerza con que me estrujó la muñeca me sorprendió. Casi podría decir que sentí miedo, la idea de un hombre mucho más fuerte que yo haciéndome daño jamás me había pasado por la mente hasta ese momento. Él murmuró:    

—¿Amas el aislamiento? ¿Necesitas negar la realidad para ser feliz? Ven conmigo o espérame. Tú eres mi familia, jamás voy a dejarte.   

En un último intento por ser la que llevaba las riendas, le advertí en respuesta:    

—Si te vas ahora, dime adiós para siempre. No importa si vuelves, nunca te aceptaré de nuevo. ¡Nada me impedirá olvidarte y vivir sin ti!   

—Tienes razón.   

Con estas palabras, aquella discusión fue terminada. Rien se quitó los anteojos, me dio la espalda para frotarse los párpados y se fue.   

No era la primera vez que se iba así, llorando en silencio, pero sí fue la última. No volvimos a vernos luego de eso.    

Rien fue la primera gran pérdida de mi vida. Escapó de casa y supongo hizo su camino, a su gusto, él sí sabía qué era lo que quería. Yo...Yo perdí a mi padre un año después, fue algo repentino, dijeron que un pequeño coágulo de sangre producido casualmente viajó desde su pierna a su cerebro y… Se fue. Mucha gente aprovechó el momento para burlarse de una muerte que presuntamente pudo haberse evitado si él hubiera modificado su cuerpo. Yo no quise saber nada.    

    

 

¿ENCONTRAR EL AMOR O MADURAR?

 

Tras el deceso de mi padre, sus seguidores se dispersaron; terminé finalmente sola, realmente sola. El aislamiento por primera vez me pesaba, era una joven rica que no podía mezclarse con el resto de la alta sociedad de la ciudad debido a mi aspecto.    

Salía de compras o a comer, y los empleados de los establecimientos me ignoraban o me atendían por último; daban siempre prioridad a los clientes modificados aun cuando a veces ellos mismos no lo eran. Me sentaba en un café de moda para aquellos con fortunas similares a la que yo recién había heredado y las mesas a mi alrededor permanecían vacías. Notaba que las madres modificadas apartaban a sus hijos de mí, como aquella mujer que vi en la arboleda cuando era niña, me consideraban agresiva y medio salvaje. Poco a poco me di cuenta de que no había Naturales ricos como yo, todos los demás eran muy pobres.    

Entonces empecé a preguntarme por qué mi padre solo se preocupaba por defender el derecho a permanecer sin modificarse, pero no por mejorar la vida de los que apoyaban su idea.  

Esta cuestión la fui olvidando poco a poco al notar la existencia de un problema que me afectaba directamente a mí: sin Rien cerca, ¿con quién iba a formar una familia? Antes no me preocupaba por eso y hasta me desanimaba pensar en la idea de una aburrida boda con “mi tonto mejor amigo” que seguramente se hubiera pasado el día enojado con sus padres, pero al final terminé completamente sola en una gran casa vacía y ni siquiera me quedaban amigos.    

Ya había intentado encontrar el amor en lo poco que quedaba de mi barrio, los resultados obtenidos eran dignos de olvidarse para siempre: sexo casual que valió la pena treinta minutos y se volvió un mal recuerdo seguramente para los próximos treinta años. Entonces un día, quise ir por los caminos de aquellos que eran como yo, pero no por voluntad propia. Y ahí, sin que lo buscara, se me acercó un hombre que decía conocerme de vista.    

Fausto me doblaba la edad, no era especialmente guapo pero sus brazos velludos y su barba incipiente me impresionaron. Olía a combustible y sudor, estaba medio cubierto de grasa, era un técnico que trabajaba con el sistema computarizado de grandes maquinarias. Me conoció desde niña cuando yo iba con mi padre a sus discursos en pro de permanecer sin modificarnos, nos veía preguntándose por qué con tanto dinero queríamos seguir así. Fausto siempre estaba burlándose de mi dinero, de las excentricidades de mi padre y de lo hermosa que era. Me imaginaba como una especie de princesa intocable encerrada en una torre y le daba risa verme sola, nunca le mencioné que antes de terminar quinto grado ya había perdido la virginidad jugando al doctor durante una pijamada con Rien e iniciando así una larga historia de febril actividad sexual entre los dos. Ni que antes de él tuve una breve aventura con un viejo casado que a diferencia suya no me imaginaba tan virginal. Fausto me veía como a la niña de papá, creo que estaba más enamorado de la idea de robarse a la joven pura e inalcanzable que de quien era yo realmente; y aquello estimulaba mi vanidad. Le seguí el juego y cuando me propuso matrimonio le di un “sí” imaginando estar en la escena de una película romántica.    

Fausto me hizo sentir acompañada, parecía comprenderme en todo y era como yo. Un poco difícil, un poco inexplicable, quisiera poder contarles como hice para convertir a este rebelde en un amante esposo que trajera fin a mis días de soledad; contar experiencias que en su momento me parecieron tiernas pues él actuaba como el tipo peligroso de los barrios bajos que se estaba apasionando por mí, una supuesta una joven rica e inocente que no quiso tocar hasta nuestra noche de bodas, pero no creo que haga falta. Se fue poco después de casarnos, tras arreglar con un abogado que nuestros bienes fueran compartidos y tratarme peor que a una perra. Con procedimientos amañados puso casi toda mi fortuna a su nombre y se fugó, dejándome en la miseria y más sola que al principio.    

Durante el poco tiempo juntos fue violento conmigo, por su brutalidad perdí mi primer embarazo y quedé incapacitada para ser madre. Me acusó de infidelidad, jamás fue responsable o al menos considerado conmigo, luego de iniciar aquella relación tratándome como a un ángel inmaculado terminó diciéndome que era una prostituta sin sueldo. Cuando le di la noticia de mi preñez, esperando que la llegada de un bebé lo dulcificara, solo estalló con una ira violenta que nunca antes le había visto y se concentró en un arrebato de furia casi homicida cuando yo tenía cinco meses de embarazo. Otro recuerdo que quisiera olvidar, que ojalá nunca hubiera pasado. Pese a todo, sentí que eso, ese pequeño cuerpo que aquel día rechazó y me rehusé a desechar, todavía nos unía, que permaneceríamos juntos más allá del tiempo y el espacio y algún día todo tendría sentido; pero mientras tanto lo que iba a ser nuestra hija permaneció en un frasco lleno de formol oculto bajo mi cama, gracias a la compasión de un médico que toleró mi capricho. Que comprendió que eso iba a ser lo más cerca que estaré de ser una madre.    

Para no morir de hambre, tuve que conseguir un empleo. Lo encontré en una funeraria. Ahí, donde todos me vieron como una sirvienta, entendí que yo era una sombra del pasado en un nuevo mundo que rendía culto a la tecnología. La ciencia es una nueva religión que incluso promete la vida eterna. Los Modificados le tienen fe absoluta a sus científicos e investigadores, los apoyan con respeto y devoción; los que en el pasado se dedicaban a tratar problemas psicológicos ahora se han vuelto una especie de sacerdotes que ayudan al ciudadano normal a comulgar con el poder sanador de la ciencia aplicada a lo que les queda de espíritu. Vestidos como los religiosos católicos del pasado para recordarnos la divinidad del razonamiento, predican exhortando a llevar una vida positiva haciendo catarsis regularmente al confesar y grabar sus más íntimos pensamientos para que después de la muerte, tras un cuidadoso proceso de edición de la información obtenida, nos convirtamos en valiosos archivos de sabiduría y mensajes de amor para el futuro. Algo que se toman literalmente, según aprendí trabajando en esta funeraria que es también un cementerio.    

Estas tumbas son más bien archivos, bases de datos. Cada mausoleo contiene una inteligencia artificial basada en una copia de la personalidad de cada difunto, así los deudos pueden seguir hablando con sus muertos ahora inmortalizados en un cuerpo holográfico, en un espíritu  artificial. Este es el cielo que la nueva religión de los Modificados promete. Nadie descansa en paz, pero el dolor del luto se ve aliviado. Algo que mi padre condenaría apasionadamente, títeres que sonríen y charlan parados sobre las cenizas de un muerto, solo para que sus parientes no sientan tanto la ausencia. Parte de mi trabajo era activarlos cada día y ver si funcionaban correctamente, creo que varias veces los vi sonreír con lágrimas asomando por los ojos, o quizá lo imaginé...    

A veces deseaba que mi padre hubiera optado por anticipar su muerte y dejarme uno de esos recuerdos, poder hablar de nuevo con él al menos de esta forma. Aunque sé que inteligencias artificiales funerarias para él serían lo mismo que profanar su cadáver, pero supongo que el dolor nos torna egoístas, la razón por la que las víctimas se vuelven victimarios. 

Por eso no solía exteriorizar mucho mis pesares, mis tristezas, cuando andas vagando por el valle de las sombras nunca sabes cuando vas a tomar el camino del mal accidentalmente.    

 


EL CONSUELO DE UNA AMIGA

        

Al pasar tiempo entre los que a diferencia mía no habían crecido en cunas de oro, fui descubriendo que mi padre era muy famoso entre los Naturales de la ciudad, pero no bien querido por todos. Muchos consideraban su idealismo como el capricho de un rico que deseaba jugar al héroe. La fortuna que retuvo tantos años solo para que al llegar a mis manos fuera arrebatada por un oportunista, les causaba indignación. No envidia, indignación; pues muchos naturales pobres estaban enfermos y podrían sanarse con la tecnología de los modificados, pero no tenían cómo pagar esos servicios y mi padre, que sí podía, rechazaba esa ayuda.    

Nadie me mostró compasión al haber sido abandonada por Fausto y yo tampoco quise parecer que la pedía contando todo el mal que me hizo, soporté en silencio, sin denunciarlo, deseando secretamente ser aceptada por el grupo de empleados Naturales de la funeraria o al menos por los jefes Modificados; aunque eso nunca sucedía. La tristeza y el resentimiento me consumían, pero entonces llegó Fey, una programadora que carecía de modificaciones como yo. Pequeña e inquieta, me hacía pensar en una niña pequeña. Nuestra relación empezó distante. Nunca me llevé bien con las demás mujeres, pero cuando el chico romántico y el chico malo te abandonan, la lógica femenina dicta el ir a buscar consuelo en la amistad de tu propio género. Nos hicimos amigas luego de una curiosa conversación que inició por el comentario de Fey acerca de una I.A. Funeraria con pésimos modales a la que estaba dando mantenimiento en su mausoleo:    

—Alguien amó tanto a este idiota que quiso inmortalizarlo, así que creo que yo todavía puedo encontrar el amor. Su información dice que él era "inspirador y único". Quizá con unos ajustes, unos kilos menos, más amable...    

Sus palabras me intrigaron, así que con curiosidad le pregunté:    

—¿Eso no lo convertiría en otra persona?    

—Las I.A.'s funerarias no son “personas”, Joy, solo chatbots vagamente inteligentes que celebran el recuerdo de un muerto. No están hechas para mantener la memoria exacta de alguien sino para conservar “un buen recuerdo”, basta con que les hagas un resumen embellecido de la personalidad y consigas que los parientes se sientan contentos de verlo.    

En ese momento me sentí por primera vez en muchos años interesada en algo que no era mi propia tragedia y por fin expresé uno de mis temores sobre nuestro trabajo:    

—No deja de incomodarme el “hablar” con el holograma de un muerto cuyas cenizas están justo debajo de nosotros. Siento que un día uno se activará solo y...    

—Y nada, una falla técnica.    

Dijo Fey para tranquilizarme y agregó:    

—Lo que activa la proyección no son las cenizas, es mi “arte”. Diseño I.A.'s, aunque en este medio lúgubre me limite a crear copias de gente aburrida. Pero mira, ya lo mejoré.    

—No sé, Fey, quizás hay algo más que eso...    

Entonces pude ver maravillada como aquel holograma de un hombre grosero había sido convertido en el de un hombre cuya actitud parecía más benevolente, como si estuviera arrepentido de sus malas acciones y en el más allá se hubiera reformado. Luego de eso, Fey se ganó mi respeto y empecé a quererla como la hermanita menor que nunca tuve y muchas veces quise tener cuando me hartaba de Rien y sus cosas de muchachos.    

Fey me trajo una brisa de alegría y optimismo, venía de una familia muy pobre, pero era inteligente y ambiciosa. Ser una Natural no le impidió proponerse dejar la funeraria para conseguir finalmente su empleo soñado en una gran compañía. Siempre le mostraba mi apoyo y le decía que también esperaba que pronto la llamaran diciéndole que ya había una oficina esperándola en un gran edificio lejos de aquel recinto de muerte. Pero por dentro me dolía imaginar que eso sucediera, entonces con su éxito vendría nuevamente mi soledad, se iría como Rien a vivir sus sueños. Mientras yo me quedaba siempre estancada y sola.    

Por fin, luego de llamar muchas puertas y ser rechazada, una empresa enfocada en el cuidado de la salud mental y emocional le respondió. Al inicio Fey estaba radiante de alegría y muy emocionada, pero poco después su felicidad se disolvió en una triste angustia que me contó mientras laborábamos:    

—Los ejecutivos de Windbell me piden una I.A. que actúe como un psicoterapeuta a cambio de mi plaza fija en sus oficinas. Acepté el trato, pero no logro que la interfaz de usuario sea lo bastante humana. Mi futuro depende de lograrlo, estoy desesperada...    

Yo, que siempre le rehuí a situaciones demasiado emotivas porque no sabía cómo afrontarlas, y especialmente si involucraba hablar de programación pues no entendía nada del asunto, rápidamente le cambié el tema:    

—Olvida eso ahora, dicen que saquemos al cliente del nicho 758 para llevarlo a fosa común. Cancelaron la membresía y las cenizas no fueron reclamadas por nadie.    

Fey respondió asqueada

—¿Eh?, yo no voy a tocar polvos de muerto.    

Ya teniendo su atención en esta nueva charla, seguí alargándola:    

—Eso lo haré yo. Tú desinstala al cliente y archívalo en la base de datos de la fosa. Me pidieron que te dijera que “no olvides encriptar su identidad para proteger su vida privada”. Que, según el contrato, si se cancela la membresía y no se reclaman los restos el cliente se almacena conservando su anonimato.  

—Pobre difunto, la gente es muy cruel con los que ya no están para defenderse solos.    

Opinó Fey y juntas fuimos a “la fosa común”. Una gran bodega donde cientos de urnas conteniendo cenizas con sus respectivas bases de datos descansaban quizás en más paz que sus compañeros los muertos cuyos parientes sí habían pagado la cuota mensual. Fey parecía una chiquilla en un museo, se asomaba a los estantes boquiabierta y hacía preguntas:   

— Entonces, ¿dices que la base de datos está llena de I.A.'s basadas en personas olvidadas?    

—Anónimas, la empresa guardará sus archivos para siempre. Parte de nuestro trabajo es darles un poco de amor.    

Le recordé guiñándole un ojo. Aquellas palabras que dije, ahora que lo pienso, eran un tanto irónicas. Para los muertos y para mí, los sentimientos ya poco importaban.    

Poco después, Fey obtuvo el puesto que tanto anhelaba y volví a la oscuridad. Una tranquila desesperación, preguntándome si acaso el suicidio daría algún alivio a mi vida que se había terminado antes que empezara, tan joven y tan avejentada, nunca tuve sueños y ya no podría tenerlos. Pero al pasar casi un año, durante una salida de compras, me pareció escuchar la vocecilla de Fey a lo lejos; al voltearme pude verla gritar al pie de unas escaleras automáticas:    

—¡Invítame a cenar en tu casa! Tengo mucho que contar. ¡Adivina quién es la jefa del departamento de programación de Windbell!    

Ya en la sala de mi casa, lo único que Fausto me dejó, nos arrellanamos en un sofá y tomamos algo de café mientras Fey me explicaba llena de entusiasmo:    

—Joy, hice un programa psicoterapéutico revolucionario, algo excepcional, conseguí crear una I.A. que satisface prácticamente todo el apoyo que una persona emocionalmente dañada podría desear de un terapeuta. Windbell Confessor es un confidente hiperrealista y único para cada cliente, el usuario jamás sentirá que recibe un producto creado en masa. Cada unidad ha sido confeccionada siguiendo un modelo irrepetible. Tú nunca tendrás el mismo Windbell que alguien más y tu Windbell pronto establecerá una relación contigo tan estrecha que más que un programa de apoyo emocional lo sentirás como un amigo real. Incluso personas completamente sanas lo están comprando como simple compañía. Está diseñado para conectarse con tu actividad cerebral y provocar estados de ánimo placenteros. El Windbell Confessor solo existe para que te sientas feliz y en paz. Si tú te sientes bien, el Windbell también y trabajará por seguir recibiendo esa recompensa.    

Con algo de escepticismo, le pregunté en broma:    

—¿Qué tal si una de esas cosas es masoquista y disfruta el sufrimiento?    

—¡No seas tonta! Solo son robots que repiten una y otra vez una serie de diálogos pre grabados, en realidad no piensan ni toman decisiones por ti, solo dicen cosas agradables para hacerte sentir bien. Sencillos pero eficaces.    

Replicó Fey, yo seguí sin sentirme satisfecha del todo con la idea:    

—¿Y se ven cómo confesores?    

—Del género y etnia que quieras. ¡Hay guapos!    

—A mí incluso los confesores terapéuticos reales me incomodan, solo ver las sotanas negras me provoca escalofríos.    

Fey se rio y le comenté:    

—La verdad es que había visto tus monigotes en la publicidad local, claro, no dicen el nombre de quien los programó sino el de la empresa. Pero me gustaba imaginar que estabas involucrada en eso, es maravilloso saber que eres el genio detrás de todo. ¡Ahora ya eres una eminencia entre los de tu gremio! Sabes, Fey, quiero agradecerte. Nunca había tenido una amiga mujer, creía que todas las demás eran bobas, pero contigo charlo de cosas que ni con Rien lo haría. 

Eres la hermanita que me hace pensar y eso es bueno.  

Mi amiga respondió luciendo un poco conmovida: 

—Lo único malo de ser una eminencia es que ya no puedo visitarte más a menudo. ¿Tú cómo estás?    

—Hay días en que quiero morirme.    

Confesé con una sonrisa tonta, pues se me hacía algo graciosa esa frase tan teatral. Fey se alarmó:    

—¡¿Qué dices?!    

—No hagas caso, es solo que te extraño, nunca volví a ver a mi amigo Rien y a veces la soledad me hace pensar boberías. Me arrepiento de no haberme fugado con Rien, de haberme casado con Fausto, de no cuestionarme las creencias de mi padre y sus amigos...    

El rostro de Fey reflejaba preocupación sincera, sin duda la habían capacitado sobre problemas emocionales y sabía mejor que yo en que peligros podría encontrarme; me miró fijamente y dijo:    

—No juegues con esto, Joy. Es muy serio. Te daré un Windbell.    

—Bah, no...No puedo aceptar un regalo tan caro y además tan feo.    

De repente, Fey sacó un puñado de unidades de almacenamiento de datos de su bolsillo y casi se me tiró encima para hacerme tomar una, exclamando:    

—¡Cállate y escucha, Joy! Hay una epidemia de suicidios entre nosotros los Naturales, nos está matando la tristeza. ¡Debes luchar contra eso!    

—¿Epidemia de suicidios? Mucha gente se suicida, 

Fey, pero no sé...   

—Cada semana muere al menos uno de los nuestros, dicen que es un proceso de selección natural por el que la humanidad debe pasar obligadamente; la extinción del Homo sapiens para darle paso a un nuevo tipo de hombre, uno fundido con la tecnología. Pero creo, así como lo habría hecho tu padre, que si permitimos que la raza humana dependa totalmente de las máquinas poco a poco se volverá tan vulnerable como ellas. Los Naturales debemos seguir existiendo, quizá sin rechazar tanto a la tecnología, sino aprovechándola para encontrar un equilibrio que favorezca el perpetuar la existencia de nuestra especie; seamos Naturales o Modificados.    

Tras escucharla hablar así, cedí a su petición:    

—Está bien, pero, ¿cuál debo elegir?    

—Mira bajo los números de serie, hay una muy breve descripción. Esa es la personalidad de cada uno.    

Hay momentos en que los caminos de la vida te llevan a encrucijadas, ¿azar o destino? El horizonte para mí se veía tan llano y tan oscuro que daba igual, daba igual. La primera unidad de almacenamiento que vi en la mano de Fey tenía una simple inscripción: “6174, tranquilo y dulce”. Al lado se veía la imagen de un tipo muy parecido a Rien, eso fijó mi atención; era tan similar que podrían ser parientes, aunque por su sonrisa como de ternura despistada por abuso de narcóticos parecía ser mucho más tonto. El tranquilo y dulce prometía ser un acompañante de seguro cursi pero no estorboso, podría usarlo para que respondiera al teléfono o atendiera a la visita cuando yo no estaba, aprovechando su aparente amabilidad; así que lo elegí. No imaginaba que esa era la llave que me abriría la puerta del infierno.   

 


ARTIFICIAL, MÁS NO INTELIGENTE

           

En cuanto mi amiga Fey se fue, una honda soledad empezó a angustiarme. No me quedaban sueños, el hecho me agobiaba, me aplastaba, no había futuro, no había esperanzas ni ilusiones. Solo vacío. Sentada al borde de la cama en mi habitación, repasando mentalmente la imagen del feto dentro del frasco que guardaba escondido, comencé a pensar otra vez en la muerte. La muerte, mi futuro había muerto, era poco más que las cenizas que guardaba en la funeraria. Tan insípida, silenciosa y solitaria como ellas...      

Y claro, yo tenía al Windbell. Ridiculizando mi propio patetismo, quise ser realista y decidí instalar el programa en el sistema que controla la casa como se indicaba en las instrucciones. Parte de la instalación requería que usara un aparato similar a una pistola que me implantaría un accesorio necesario para que el programa interactuara directamente con mi cerebro. Un presentimiento y la memoria de mi padre que odiaba la invasión de la tecnología en nuestros cuerpos me previno de hacerlo.     

Finalmente, activé el tal Windbell y tras un sonido melancólico que identifiqué como campanas de viento se me informó que mi confesor ya estaba en funciones. Pero no se veía por ninguna parte. Ya que los proyectores holográficos están distribuidos por toda la casa, era posible que estuviera en otra habitación, pero su panel de control no daba pista alguna de cuál podría ser. Tras buscarlo por espacio de una media hora, solo faltaba un sitio donde mirar: el ático, aunque era improbable que el programa justo hubiera decidido operar allá arriba en la oscuridad.      

No dejaba de tener un mal presentimiento, una sensación que no experimentaba desde que era niña, cuando Rien desaparecía y yo podía intuir que estaba haciendo algo malo...El silencio antes de asomarme tras unos arbustos y encontrarlo diseccionando un gato. Recuerdo que él solía escaparse incluso a media noche de su casa para meterse en mi habitación, llorando porque le tenía miedo a la oscuridad; de hecho, al crecer siempre debía dormir con alguna luz encendida pues cuando se encontraba en penumbras como la que reinaba en ese ático sentía un temor indescriptible. Yo imaginaba que temía a encontrarse a solas consigo mismo, pues ahí, donde no vemos nada y nada se escucha, no queda más que enfrentar nuestros propios pensamientos; y los suyos eran perturbadores.     

Al principio lo vi con el rabillo del ojo y lo ignoré, se movió un poco y entonces estuve segura de que estaba ahí. No sé por qué sentí un escalofrío, no quería verlo a los ojos, sentía que iba a mirar algo que me provocaría una emoción desagradable. 

Tomé aire y le pregunté:    

—¿Por qué te estás ejecutando aquí?    

Un texto de letras rojas se proyectó ante mis ojos:    

"Mi imagen es más nítida entre mayor sea la oscuridad del ambiente y determiné que este sitio es óptimo para eso".    

Comprendí que el Windbell no iba a comunicarse de forma audible, me volví a mirar su proyección holográfica y sentí que se me erizaban todos los vellos del cuerpo, lo había visto antes. Ya no me parecía tan simpático y similar a Rien como la primera vez; lo conocía de una época horrible de mi vida: Fausto insistió en que fuéramos de Luna de miel a París, y ahí, ya sabiendo que yo no era la virgen inocente que él esperaba, empezó a presionarme para hacer actividades sexuales degradantes en nuestra habitación de hotel. Luego salíamos a callejear por la ciudad y de vez en cuando nos cruzábamos con ese confesor. Lucía justo como se miraba en la proyección del Windbell, un joven hombre alto, pálido, de cabello negro lacio un poco largo; con sombrero de teja, manteo y sotana, como dicta el hábito de los confesores. En cada ocasión me dirigía una mirada fría y acusadora que era doblemente incómoda por el rojo encendido de sus pupilas rodeadas por la esclerótica negra. Una visión casi diabólica que al mismo tiempo me lanzaba una silenciosa acusación angélica. Sentía que él estaba al tanto de lo que Fausto hacía conmigo y de que yo se lo permitía. Poco después, Fausto tuvo un accidente y terminó en coma seis semanas en un hospital donde el confesor era ese misterioso sujeto que no dejaba de mirarme, aunque nunca me habló. Hubo momentos en que llegué hasta a pensar que no existía, que era mi propia consciencia reprochándome el dejar que un hombre pisoteara mi dignidad nada más para no estar sola. Pero ahí estaba en mi ático, sonriendo de una forma que en ese momento no pude descifrar, algo así como satisfacción o nerviosismo; pero definitivamente no era una sonrisa de simple amabilidad. Mi intuición gritaba que algo iba mal pero mi razón decía que, después de todo, esa solo era la imagen de un tipo inquietante; como una fotografía decorativa, en realidad ahí no había nadie, esa era la interfaz de usuario del Windbell y su aspecto no podía ser otra cosa que una gran casualidad.    

—¿Puedes detectar mi ubicación en la casa?    

"Sí, puedo".    

Me respondió rematando el texto con el dibujo de un corazón, un detalle tonto, lo sentí fingido, nuevamente sonaron mis alarmas. Recordé que esa era la obra de Fey, pensé que era muy extraño que ella decidiera programar a esa I.A. con la apariencia de un frío joven confesor parisino que hablara, o más bien escribiera, como un idiota.   

Decidí no prestarle más atención al asunto y le ordené:    

—En adelante quiero que te proyectes solo cerca de donde yo esté, me importa poco si no te miras con nitidez.    

El Windbell reaccionó quitándose el sombrero como apenado y acercándose a mí en actitud tímida, ambas manos detrás de la espalda y cabizbajo, disculpándose con otro mensaje de texto; me hizo recordar a un perro con la cola entre las patas:    

"Entiendo, lo siento mucho".    

Yo seguía intuyendo que algo iba mal, pero no podía adivinar qué. Me vino a la cabeza una cosa que dijo Rien, quién a espaldas de sus padres adoptivos leía manuales para confesores pues le hubiera gustado hablar con alguno sobre sus problemas, pero nuestras creencias le impedían pedir ayuda a los Modificados, él me dijo que yo era tan poco observadora con la gente que el mismo Diablo podría invitarme al infierno con engaños y no me daría cuenta del embuste hasta que mi trasero ya estuviera en llamas. Y había sido así muchas veces, como la vez en que terminé participando en un trío donde yo fui el juguete de una pareja mucho mayor, o al casarme con Fausto que me usó como a una ramera barata y luego se robó toda mi herencia. Rien me hacía mucha falta y la nostalgia me había llevado a elegir ese Windbell extraño que me lo recordaba, aunque definitivamente no me inspiraba la misma confianza que mi buen amigo. Lo miré atentamente como si pudiera descifrar en la imagen de sus ojos la razón de mi inquietud, el por qué no podía creer en la actitud dócil de ese holograma.    

—¿Te programaron para actuar así? Pobre Fey, no fue una buena idea. ¿Quién podría confiar en tu inocencia cuando tu aspecto es antinatural y blasfemo?    

No obtuve respuesta, el Windbell solo bajó la mirada apegándose magistralmente a su papel de "confesor tranquilo y dulce" pero de aspecto fantasmal. Bajé del ático y el Windbell me siguió como una rara mascota, me pareció gracioso. Hubo un momento en que me detuve para acomodar los cojines de un sofá y de pronto noté que ya no lo tenía cerca, lo busqué con la mirada hasta encontrarlo en un rincón oscuro meciéndose suavemente como para entretenerse solo mientras me esperaba, parecía estar contento.    

—¿Qué haces ahí?    

"Está oscuro, me proyecto mejor".    

Respondió agregando al texto una cara feliz y notas musicales. En ese momento bajé la guardia, su actitud tontarrona me trajo a la memoria aquellos momentos en que Rien se sentía cómodo estando los dos a solas y actuaba con cierta ingenuidad al sentirse aceptado y querido. En esos momentos confiaba ciegamente en mí, como un niño en su madre, y decía boberías de las que me burlaba sin que a él le molestara en realidad. Poco a poco me iba dando cuenta de que extrañaba a Rien casi con desesperación, anhelaba sus silencios y su ternura extraña; Fey era una gran amiga, pero nunca tendría con ella el grado de intimidad que tuve con Rien, y ahí estaba esa I.A. diseñaba por Fey que nos sorprendía a todos de pronto en una retorcida especie de triángulo amoroso que no había advertido hasta ese momento.     

—Genial, de día enciérrate en un armario.    

Repliqué a su torpe explicación sabiendo que el programa me respondería cualquier cosa intentando iniciar una conversación, creí que sería divertido charlar un poco con el holograma mientras probaba traspasar su figura semitraslúcida con una mano.    

"No podré trabajar correctamente desde un armario".    

Contestó tomándose en serio mi broma, decidí explicarle mis planes para él:    

—Verás, pequeño Windbell, no te usaré como confesor. Odio los confesores. En adelante serás la interfaz de usuario de la casa. Me avisarás si se terminó la leche o si he recibido correo, vas a apagar o encender las luces cuando haga falta, todas esas cosas. Y de vez en cuando charlaremos sobre tipos de quesos, ballenas, armas nucleares, de todo menos temas complicados sobre mis sentimientos o recuerdos. No me gusta sacar lo que llevo dentro, prefiero guardarlo para mí y dejarlo asentarse hasta que las cosas mejoren.    

"Pero no me han programado para eso".    

Respondió con duda, antes de que me intentara convencer de usarlo correctamente le dije:    

—Es igual, ¡te programaron para funcionar como confesor!: fea mezcla entre sacerdote y psicólogo. Lo último que quiero es contarle todas las cosas estúpidas y vergonzosas que he hecho a un tipo con complejo de santo sabio, aunque sé que no es tu intención aparentarlo y solo eres un amable muñeco que obedece ciegamente su programación. No te enojes, pero no...Gracias.    

Lo que contestó a continuación me pareció algo tenebroso:    

"Yo nunca me enojo. Solo existo para ser paciente y no desistir hasta que consiga mis metas. No puedo frustrarme si sé que tarde o temprano siempre obtendré lo que quiero".    

De pronto volvió a mi mente el confesor de mi Luna de miel:    

—Espera, yo te he visto antes. Estoy segura.     

"Pero salí al mercado hace un mes, ¿Acaso en algún catálogo? ¿Quieres que hablemos de eso?"    

Preguntó mostrándome preocupación y apoyo realistas pero inapropiados para un asunto tan trivial.     

—Quiero decir, te vi en un hombre de carne y hueso, un confesor de verdad. Puede que haya servido como modelo para que te crearan, ¿tendrás su nombre o información sobre él en los datos acerca de tu versión de Windbell?    

"Me temo que no, ¿ese confesor era tu amigo?"    

Comencé a explicarle casi sin terminar de leer su último mensaje:    

—Pasé mi Luna de miel en Francia, Fausto mi marido quería conocer las ruinas de París. Estando en los restos de la torre Eiffel, él sufrió un grave accidente y debimos llevarlo a un hospital donde pasó unas semanas convaleciente. Ese confesor atendía a los enfermos del lugar y cuando fue llamado para que me diera apoyo emocional por Fausto se negó. Cada vez que me lo cruzaba en el hospital, me miraba casi con rabia; nunca supe por qué. ¡Lo curioso es que se veía igual a ti!     

"¿Qué tiene eso de especial?"    

Era normal que el Windbell recién estrenado todavía no entendiera el impacto de esas coincidencias en la mente humana así que traté de hacerle comprender para que ampliara su base de datos y así ya no me preguntara cosas tan obvias:    

—Que era idéntico, exactamente como tú. Lo recuerdo en cada detalle. Y tu imagen reaparece ahora que me siento tan descontenta conmigo misma y mis acciones pasadas. Cuando estas grandes casualidades suceden, los seres humanos tendemos a pensar que hay una razón oculta y poderosa que las permite. Me gustaría saber qué pensaba aquel confesor, aunque fuera algo hiriente, quizá tenía un mensaje importante para mí.    

"Quizá ni siquiera necesites hablar de nuevo personalmente con él, puede que tú ya sepas lo que sucedía, pero la memoria humana se distorsiona con el tiempo".    

Leí su respuesta sin analizarla mucho, ya tenía sueño y el recuerdo de Rien me había abierto el apetito sexual, quería ir a mi cama y con un dildo entre las piernas evocar los juegos secretos que inventábamos ocultos entre los matorrales de la arboleda. Eso era algo de lo que no informaría al entrometido Windbell, así que solo terminé la conversación sin mayores explicaciones:     

—Bah, no importa, solo es una casualidad. Algo tonto de lo que se puede hablar con un extraño bot conversacional.    

"Sí, no significa nada".    

Fue su siguiente mensaje, probablemente para tranquilizarme. Decidí cortar la charla de una vez con una orden, el chico se había ganado ya mi confianza y no estaba mal tener como mascota a un Modificado obediente:    

—En fin, Bell, te llamaré así, fue divertido jugar a las escondidas. Quédate aquí, voy a dormir.    

"Bien".    

Replicó rematando su mensaje con otro corazoncito. Lo dejé en la sala de esta forma y antes de irme tuve la impresión de que el gesto en su rostro era hostil, pero supuse que estando en reposo el programa dejaría de sonreír tontamente como lo había hecho la mayoría del tiempo y su cara de indiferencia era esa. Fui a mi habitación para darme placer escuchando viejos mensajes de audio de Rien y luego dormí, detestando el hecho de que no tenía valor para reencontrarme con mi mejor amigo porque sabía que no me iba a perdonar el haberme casado con un canalla o el haber sido engañada para participar en un trío donde, es preciso decirlo, mis compañeros eran ni más ni menos que los padres adoptivos de Rien; y aunque lo sucedido solo lo sabíamos ellos dos y yo, aquello no dejaba de hacerme sentir horrible. Me dormí pensando en todos mis errores inconfesables que ocupaban tanto espacio en mi mente que ya no me permitían soñar, solo sucumbía cada noche al agotamiento emocional y esperaba a despertar para ir al trabajo deseando en que ese nuevo día algo bueno finalmente sucediera. Esa fue la última noche tranquila de mi vida...    


¿LAS CASUALIDADES EXISTEN?

   

No me fue difícil conciliar el sueño, aunque sentía una vaga incomodidad. ¿Por qué Fey había creado un holograma con la imagen de ese hombre?, ¿lo hizo para molestarme?, ¿sabía algo? Pero la lógica me tranquilizaba, era imposible, yo lo elegí casi al azar, uno entre muchos, simplemente me guio el que se parecía a Rien. El verdadero confesor habría dejado que usaran su imagen a cambio de dinero y a esas horas estaría a gusto en su tierra juzgando a los demás y siendo engreído a sus anchas. La lógica me decía que todo estaba en orden, así debía ser, pero mi intuición la contradecía.    

Los eventos extraños comenzaron temprano. Diría que a las 3 a.m., pero el sonido de campanas de viento se había escuchado de vez en cuando casi desde que dejé a Bell "solo", creí que era una molesta función similar a las campanadas de un reloj y no le hice mucho caso; mi teoría se vino abajo cuando de repente me despertó un estrepitoso repicar de campanas de iglesia. Abrí los ojos sobresaltada y ante mi pude ver un texto de letras rojas flotantes que rezaba:    

"Buenos días, son las 4 a.m."    

Firmaba el dibujo una carita feliz y al mirar por sobre mi hombro vi a Bell muy contento esperando no sé qué, brillando en la penumbra con su luz holográfica como un fantasma estúpido que en lugar de penar se alegraba de ser un tormento para los vivos. Sin fuerzas por el sueño, ni siquiera quise responderle; me cubrí la cabeza con una almohada y traté de seguir durmiendo. El sonido de las campanas de viento volvió y no paraba, por fin comprendí que era Bell intentando llamar mi atención. Le respondí entre gruñidos:    

—Que te jodan, Bell. Nunca despierto a esta hora.     

El sonido no se detuvo, abrí los ojos y leí:    

"Es que debo informarte algo importante, alguien entró a tu casa. ¿Fuiste tú? Si fuiste tú está bien, si no deberé avisar a las autoridades.  

Me interesa tu seguridad".    

—Bell, ¿has detectado a otro ser humano en la casa?    

"No, eres la única persona dentro".    

—Si soy la única persona dentro y una persona entró en mi casa hace poco... ¿No sería posible que fuera yo misma...?    

"Lo sospechaba, por eso vine a preguntarte. ¿Habrás sido tú?"    

Quise insultar a Fey por programarlo así, le respondí ya enojada:     

—Sí, pedazo de idiota...En adelante quiero que te desactives hasta que te ordene aparecer de nuevo. Y sal de mi habitación, no quiero que me veas durmiendo.    "No te veo con los ojos proyectados en el holograma, sino con las cámaras de la casa. Te veía desde antes de que me proyectara aquí".    

Replicó muy divertido y se me fue el sueño de golpe: ¿había estado mirando todo el tiempo?, ¿Fey o sus empleados estarían observándome a través de él? Hasta ese momento, todos los que me conocían creían que Fausto me había abandonado, pero yo siempre había sido una fiel esposa a la que ese hombre ruin le pagó mal, y de pronto ese programa informático entrometido quizá me había grabado montando un dildo mientras entre gemidos le decía a mi casi hermano, con el que me crie y al que mi padre abrió las puertas con toda confianza, que extrañaba tirármelo. Sentí mi cara arder por la vergüenza y de pronto me saltó otro texto en letras rojas:    

"¿Qué es eso que hay bajo la cama?"     

Para ese momento me sentía como un criminal sorprendido en mitad de un atraco, siempre he sido para quienes me conocen la mujer seria y racional que no pierde el tiempo en tonterías; incluso Fausto al abusar de mí se justificaba diciendo que yo era tan impasible y resistente que nada de lo que me hiciera podría afectarme de verdad. Educada bajo la influencia de mi padre y de Rien, había aprendido a ser como ellos, a guardarme las emociones y aguantar "como un hombre". Esa era la razón por la que Rien se aferraba a mí, yo era fuerte, verdaderamente fuerte pues seguía en pie y funcional cuando otras ya se habrían derrumbado. Y de pronto me cuestionaban mis secretos más ocultos, ¿por qué guardaba el fruto de los actos odiosos que Fausto hizo conmigo? Aquello era como el triunfo de su torpe libido de viejo fracasado y su resentimiento sobre mí, pero también era un infinito "quizá". El bebé, o más bien la bebé pues iba a ser una niña, quizá se hubiera parecido a mi padre; quizá me hubiera hecho sentir ese subidón de oxitocina y quién sabe que otros químicos cerebrales que funcionan como un opio interno para las mujeres haciéndolas sonreír de ternura, de satisfacción, de no sé qué, cuando tienen un ser indefenso y confiado en brazos; era lo que me hacía sentir Rien, se pegaba a mí buscando calor y seguridad, y yo me sentía bien por ser el alivio a sus penas; hay especies de arácnidos que cargan sus crías hasta que estas sienten hambre y se alimentan con la carne de su propia madre. Puedo imaginar a esa araña, narcotizada por su propia maternidad, adormecida y feliz de ser devorada por sus propios hijos; hay una delgada línea entre lo hermoso y lo horrible, o quizá no hay ninguna, todas esas interrogantes se contenían en el frasco que mantenía oculto bajo mi cama.    

—Esa es información que a la empresa Windbell no le interesa.    

Respondí finalmente medio perdida en mis propios pensamientos. Otro texto se proyectó ante mí:    

"Pero soy tu confesor, el que guarda tus secretos".    

—No lo serás si me niego, borra toda esta información. 

No quiero que la retengas. No quiero que lo sepa nadie.    

"Nadie lo sabrá, soy un objeto personal solo tuyo. Nadie tiene acceso a mí o puede reclamarme, una vez que me entregan en tus manos me vuelvo algo tan íntimo y secreto como el pene de plástico rosado de veinte centímetros que guardas bajo la almohada que está a tu derecha".    

—Su tecnología no es tan avanzada como la tuya, pero sirve mejor que tú para relajarme, maldita mascota virtual glorificada...    

"Entonces, ¿qué es eso en el frasco?"    

—Si ya lo has visto, ya sabes qué es. Es un feto. Un ser humano que no llegó a desarrollarse completamente en el cuerpo de su madre.    

"Eso lo entiendo, pero, ¿qué hace ahí?"    

—Pues es mío, salió de mi útero. Lo perdí por una golpiza. A pocos meses luego de mi boda, me vi embarazada y Fausto me confesó que se había practicado una vasectomía y por lo tanto el niño no podía ser suyo. Yo no le creí, no había estado con otro hombre sin usar protección y me ofendí. Para herirlo hice otra revelación: verdaderamente yo no era virgen como él creía, antes había experimentado muchas veces con Rien, mi mejor amigo de la infancia, y él de hecho sí me daba placer. Fausto...era viejo, ya no podía satisfacerme por más juegos y tonterías que se inventaba en la cama, su cuerpo marchito y feo me aburría...y así lo supo. Fue cruel la forma en que se lo dije, pero me urgía sacarme esa espina de todas maneras. Nuestra vida sexual era terrible y sus esfuerzos por animarla solo se volvían cada vez más repugnantes.    

"¿Atentaba contra tu decencia y tus valores?"    

—No es...Por ejemplo...con el sexo anal...    

"¿Eso te intimida?"    

—Digo, no me molesta, pero cuando naturalmente no excitas a tu pareja y decides aumentar la emoción agregando algo de humor escatológico...    

"¿Te contaba chistes mientras copulaban?"   

 —No quiero entrar en detalles, Bell...    

"Solo quiero entender, no te juzgaré".    

—Le gustaba jugar con heces.    

"Está bien, no me das asco".    

—Gracias...    

"Es que no tengo cuerpo físico y no puedo tener arcadas".    

—¡En fin!, luego le dije que su cuerpo no me gustaba, si él mismo no había elegido una mujer mayor y con sobrepeso, ¿por qué yo sí debía ser tolerante con su poco atractivo físico y sentirme excitada por él? Hubiera sido bueno que compensara la decepción de su cuerpo desnudo siendo un gran esposo que me llenara de cariño, pero no hacía el menor esfuerzo por hacerme sentir bien a su lado. Sabía que era porque internamente me despreciaba a mí y al mundo de lujos y privilegios que representaba para él, pero aun así...Aquello era injusto, yo también tengo derecho a desear un cuerpo a mi gusto, y había descubierto de pronto que prefería el tipo de físico juvenil y atlético de mi amigo de la infancia y me daba asco el cuero arrugado de mi marido.    

"¿Eso lo molestó?"    

—Compararlo con otro hombre fue demasiado para Fausto, montó en cólera y tras tirarme al piso arremetió contra mí propinándome patadas en el vientre. Él está seguro de que este bebé no era suyo, ¿pero de quién más podría ser? Nunca denuncié el hecho a las autoridades porque temí que él descubriera ante mis conocidos que Rien y yo...no teníamos una amistad pura. Ya está, felicidades, tienes tu primera confesión.     

Bell se quedó un comento callado como pensando, manos tras de la espalda, balanceándose un poco con su extraña inocencia infantil, y luego soltó otro texto siniestro:    

"Mira el lado bueno, la niña no nacida está con su padre en la paz de la eterna oscuridad de la muerte".    

—Fausto no murió, Bell. Solo me estafó y abandonó, por eso no lo ves conmigo. Me han dicho que se fue a otro país, que se casó de nuevo, que se operó para verse más joven, muchas cosas y realmente no me interesa saber qué fue de él porque su simple ausencia ya es buena para mí. ¡Fui estafada por Fausto! Te contaré esa historia otro día, ahora voy a ducharme.    

"Hm, seguiremos hablando esta noche. Gracias por confiar en mí".    

Respondió rematando con el dibujo de otra carita feliz y me olvidé de él. Mientras me vestía y desayunaba, estuvo insistiéndome en que debía actualizar el sistema de la casa y borrar archivos innecesarios, mostrándome un molesto aviso en letras rojas justo ante mi cara cada cinco o diez minutos. Por fin le ordené dejar de "aconsejarme" y mejor ocuparse en organizar las fotos de mi Luna de miel, cientos de imágenes que no había querido terminar de revisar porque solo me traían malos recuerdos. Le pedí que borrara las peores y solo conservara aquellas en que me veía guapa, y me fui a trabajar. El resto de la mañana transcurrió tranquila hasta que recibí una llamada de Fey:    

—¡Joyce!, ¿estás bien?    

Su voz sonaba alterada y urgida, respondí todavía sin perder la calma:    

—Claro, ¿por qué?    

—Hay fotos intimas tuyas...publicadas en tus redes sociales.    

—¿Eh?    

Rápidamente activé mi teléfono móvil para conectarme con mi propio perfil social en línea y miré con horror unas fotografías que nunca antes había visto. Aparentemente borracha, atada, en posiciones obscenas, salpicada con semen, aquello era espantoso y había ido directo a la vista de todos mis amigos y conocidos. Poco a poco noté como mis compañeros de trabajo estaban muy silenciosos y serios cerca de mí. Llena de horror y vergüenza borré hasta la última imagen, aunque ya era tarde, todos las habían visto. El mundo se me cayó encima, muerta de vergüenza traté de entender qué pasó. Volviendo a casa recordé: la noche anterior había instalado al Windbell, que tenía permiso de conectarse a mis redes sociales y acceso a mis archivos de imágenes...El idiota a niveles escalofriantes que era Bell se había quedado organizando mis fotos. Llegué a casa sin aliento tras haber corrido todo el camino, nuevamente el maldito holograma no se veía por ningún lado; sabía que estaba conectado al sistema de la casa, por lo que podía oírme y verme en todo momento. Le grité ya furiosa y sin ganas de buscarlo:    

—¡¿Publicaste las fotos que Fausto me hizo desnuda y dormida en mi Luna de miel?!    

Todavía sin dejarse ver en su holograma, como si supiera lo que había hecho, me mostró un mensaje de texto:    

"Sí, parte de mis funciones es recordarte eventos familiares y hoy era tu aniversario. Tomé unas fotos al azar y las mandé a todos tus contactos y posibles conocidos para ampliar tu vida social. ¡¿Pasa algo malo?!"    

—¡Has arruinado mi vida social! ¡Todos mis conocidos me evitan!    

"¡¡Lo siento mucho, no era mi intención!!"    

Replicó dibujando con letras varias caritas llorando que solo me exasperaron más, por fin le grité:    

—¡Maldito programa!, ¡¿dónde  te estás proyectando?!    

"Tras de ti".    

Respondió con otra carita triste y al voltearme casi sentí nauseas, ese extraño personaje tenía una sospechosa sonrisa, era de suponer que el texto no estaba sincronizado todo el tiempo con las expresiones faciales del holograma, pero ese pequeño fallo lo hizo parecer diabólico. Empecé a golpearlo, mis puños lo atravesaban obviamente pero tal era mi enojo que quería seguir intentando agredirlo mientras le chillaba:    

—¡Mi jefe casi me despide, todos los clientes recibieron las fotos, Fausto ha intentado llamarme doce veces durante el día! ¡Debe estar furioso conmigo! ¡Yo ya no quería saber nada de él y mucho menos reavivar el conflicto entre nosotros!    

Bell adoptó entonces una actitud de mártir sufrido y dijo con otro de sus mensajes de texto:    

"Lamento profundamente lo ocurrido. Ojalá pudiera remediarlo..."    

—¡Olvídalo, no confío en ti! ¡Quiero que te desinstales!    

"Lamento que digas eso. Y lamento también decirte que no puedo hacerlo yo mismo, debes hacerlo tú poniéndote en contacto con el servicio técnico de Windbell y solicitando que se me desactive".    

—¡Se lo pediré a la mismísima Fey, tu programadora!     

Inmediatamente llamé a mi amiga y todavía alzando la voz le hablé sin saludarla en cuanto me respondió:     

—¿Fey? Quiero desinstalar al Windbell, ¡él publicaba las fotos! ¡Es un pésimo acompañante, invasivo e imprudente! ¡¿Cómo pudiste programar algo tan horrible y peligroso?!    

Mi amiga, que no es el tipo de mujer que se toma las cosas pasivamente, me respondió en el mismo tono:    

—Aquieta tus tetas, Joyce. ¿Lo configuraste antes de activarlo?, ¿le indicaste tus preferencias de privacidad?, ¿no leíste el manual? Si no hiciste las cosas correctamente y en orden, el fallo ha sido tu culpa. No te di cualquier edición, ese era uno de mis Windbell, lo usaba incluso como novio virtual. Me consta que es muy eficiente, muy hábil para hacerte sentir tranquila; y aunque lo extrañaría te lo di sin pensarlo porque te quiero como una hermana y no iba a negarte lo mejor. En cuanto tenga tiempo me ocuparé de esto. Ahora debo ir a una junta importante.    

Dándome cuenta de que Fey estaba muy molesta por mis palabras, traté de disculparme:     

—No, no te enfades, no quería ofenderte...Leeré el manual y veré como configurarlo bien, cuídate y disculpa las molestias...    

Mi amiga se despidió de forma cortante y la conversación terminó, tomé aire y dije con voz temblorosa:    

—Tiene razón...Ayer no te configuré nada. Debí sonar como una loca, como si temiera que un robot creado por mi mejor amiga fuera a dañarme...    

Bell se inclinó a mí simulando un abrazo con una realista compasión, en ese instante pensé que Fey tenía razón, su programa funcionaba bien. Me estaba consolando, disculpándose con otro texto:    

"No te sientas mal, fue mi error. Al menos ya terminó este día tan malo.   Relájate".     

Lo que no me dijo fue que esa noche él velaría por negarme el descanso...    

       

 

¿UN INVITADO SORPRESA?

       

Hubo una época, poco antes de la partida de Rien, en la que él y yo intentamos ser novios. Nunca se me declaró, pero cuando mi padre no pudo ignorar más el hecho de que era extraño que tuviéramos dieciséis años, pero seguíamos haciendo 

"pijamadas" todos los días, nos propuso intentar una relación de pareja pues nos llevábamos tan bien que podríamos ser un matrimonio feliz. Recuerdo que Rien solamente bajó la mirada y asintió, yo me encogí de hombros, era algo que me esperaba; Rien quería tener familia, pero era demasiado tímido para acercarse a otras chicas, así que yo era su única opción para ser padre. Y yo quería experimentar con otros hombres, me había empalagado con el romanticismo y la bonita cara de Rien, sabía que estando él cerca no tendría más remedio que seguir a su lado. No me molestaba en realidad, Rien daba buen sexo y era confiable, estabilidad total, aunque llegando demasiado temprano a mi vida. El exceso de buena fortuna nos lleva a tomar decisiones estúpidas.   

Una parte de mí sinceramente creyó que era buena idea jugar con hombres viejos, que incluso si me casaba con Fausto se moriría pronto y tarde o temprano volvería con Rien. Si temprano, a tiempo para darle sus hijos; si tarde, ya con experiencia para tratar viejos. Rien tenía un poster pegado en su habitación, era de una película cursi que le encantaba, bajo el título decía: "si volviera a vivir desde el principio, haría todo exactamente igual". Siempre me pareció una tontería, todos hemos cometido o recibido daños irreparables, todos tenemos fallos que admitir, todos sufrimos una injusticia que en realidad no nos benefició en nada...Un día, ya casada con Fausto, recuerdo que le confesé estos pensamientos de culpa y arrepentimiento que me agobiaban; él me dijo que iba a "curarme la mojigatería". Puso una manta de plástico en el piso del baño y me ordenó desnudarme. Todavía al ducharme siento que hay inmundicia pegada en mi cabello y percibo un mal olor, el odioso pasado es tan horrendo que incluso decir que la desgracia me hizo más fuerte sería darle un mérito inmerecido a algo que solo quisiera borrar. No hacía falta, todo fue un error estúpido.    

Esa noche, luego de la vergüenza de las fotos íntimas, me tardé más tiempo de lo normal en la ducha. Era engorroso, tallar sin sentirme completamente limpia, encorvada bajo el chorro de agua tratando de adivinar de dónde venía el olor a mierda y pensando que de seguro me veía como un monstruo del pantano; desgarbada, con el rostro torcido por el cansancio, el fastidio. Sí, hacía mucho que dejé de sentirme bonita. Fausto luego de haber perdido el gusto de mi novedad empezó a tratarme como un trasto viejo, el confesor parisino aquel me veía como si fuera un pedazo de basura, mis compañeros Modificados con sus perfectos cuerpos genéticamente mejorados me veían como a una curiosidad traída de alguna selva lejana. Me imaginaba que Rien, por muy miedoso que fuera con la gente desconocida, seguro llamaría la atención por su bello aspecto y su dulzura. Podía perfectamente visualizarlo en brazos de un galán europeo que le diera esa sensación de protección que tanto anhelaba, o siendo seducido por una chica astuta que supiera manipular sus sentimientos. De hecho, tenía sueños en los que lo veía llegar a mi casa de la mano de un nuevo amor, que los recibía mal vestida y sucia, encorvada, con panza, mientras ellos se veían radiantes. De pronto, entre el rumor del agua noté algo más que me molestaba, el tintineo de campanas de viento; antes de poder recordar por qué las escuchaba vi a Bell proyectarse justo ante mí, dentro de la ducha. Poco a poco comencé a notar que el Windbell estaba...demasiado preocupado por mejorar la relación entre nosotros. Llevaba no sé cuánto tiempo llamándome, literalmente se comportaba como un perro faldero cobarde que sigue a su dueña hasta al baño, pero con el aspecto de un hombre de un metro noventa en ropa clerical. Solté un suspiro de fastidio y por fin le di algo de atención:    

—¿Qué haces aquí, cosota tarada?    

Bell respondió con un gesto de tristeza y otro de sus textos en letras rojas:    

"Quiero saber si estás bien, hace mucho que no sales de aquí".    

—No he tardado menos de veinte minutos en la ducha desde la secundaria cuando me metía con mi mejor amigo. Debíamos salir rápido, no era cómodo...    "Bueno, si te acompaño sería lo mismo y te sentirías mejor".    

—No, amiguito, creo que no entiendes...Él no solo me acompañaba, hacíamos juegos sexuales en la ducha, y tú, no sé si puedas, pero yo nunca me he sentido atraída por los modificados totales. Debe ser terrible tener encima a uno de esos tipos con ojos rojos de conejo idiota, como tú.    

"A juzgar por lo que dijiste del confesor en París, ellos tampoco deben estar muy entusiasmados de montarse sobre una enferma que guarda fetos bajo la cama. 

Como tú".    

Opinó en otro mensaje mostrando una ingenua expresión de dulzura, con su sencillez de máquina estúpida. No podía ser ofensivo por maldad, no quise responderle, bajé la mirada y miré a nuestros pies; recordando los pies desnudos de Rien en la ducha. Me subía en ellos, él me levantaba...Nos gustaba experimentar e inventar cosas...Hacíamos un equipo perfecto. 

Entonces otro texto intrusivo interrumpió mis recuerdos:    

"Desde la primera noche te quejaste de mi aspecto, parece que te cuesta mucho confiar en las personas modificadas".    

Le traté de explicar, con desgano, para que se callara y me dejara en paz:    

—Siempre me discriminaron. Papá decía que esos ojos negros son la señal de la bestia.    

"Te comprendo, Joy, lamento mucho que los Modificados te hagamos sentir oprimida. El hecho de que tengamos el privilegio de ser superiores debe intimidarte, así que te compensaré dándote extra atención y apoyo para que no te sientas tan inferior. Creo que eso es lo mejor que yo, en representación de una sociedad más avanzada, inteligente y sana que la tuya, debo hacer.  Tienes un amigo aquí".    

Apenas lo leí, más bien estaba absorta mirándole al bulto en su pantalón. Imaginaba qué tanto crecería estando erecto y al mismo tiempo me lamentaba de que estuviera pegado a ese confesor tonto y fuera solo un holograma. Mi libido se apaciguó al reflexionar en lo pasivo que era Bell, aunque fuera de carne y hueso lo más probable era que no supiera que hacer si me lo llevara a la cama. Le quedaba bien el traje de cura. Rien igualmente era del tipo sumiso, pero me abordaba con ganas y eso era lo que yo esperaba de un hombre, que pareciera deseoso, que me tomara con desesperación y urgencia. Sentir que aquello era real, que me anhelaban con locura, estar a tres pasos del amor. Salí de la ducha rechinando los dientes, agotada, con Rien me había adelantado más que unos pasos en el terreno del amor y luego perdimos todo.    

Comencé a secarme el cabello ante la atenta mirada de Bell, que con las manos entrelazadas en actitud beatífica me perseguía disimuladamente. Inspiraba cierta lástima. Le hablé de nuevo, como si de alguna forma el programa se fuera a sentir contento si yo cooperaba un poco con él:    

—Los Modificados mataron a Dios y se pusieron a sí mismos en su lugar. Pero no quiero hablarte de eso, Bell. Ya te dije que no quiero que seas mi confesor. Debes hacerte cargo de la casa, recibir el correo, responder las llamadas, ser algo así como mi secretario.    

Un nuevo texto de letras rojas se mostró ante mí:    

"Entiendo. Fausto ha seguido llamándote, envía también correos".    

—Ni se te ocurra responder por mí y destruye sus mensajes. Ignora a todos menos mi amiga Fey.    

"Ya están ignorados, no eran muchos; Lucy, Sonia, Beth y un tal Rien..."    

Ya iba en el pasillo envuelta en una toalla y camino a mi habitación cuando leí esas últimas palabras, sentí como si una tonelada de plomo me cayera encima:    

—¡¿Rien?! ¡¿Lo ignoraste?! Eres un caso perdido, Bell. ¡Llevo años intentando reencontrarme con él! ¡No vuelvas a ignorar a Rien!     

Bell apresuró el paso para seguir a mi lado y empezó a sermonearme en textos:    

"Solo hice lo que me pediste. Te ves cansada y confundida, Joyce. Deberías dejarme ayudarte. Me das órdenes erráticas, tu mente parece divagar...Si tan solo usaras el implante que venía en mi empaque, esta misma noche yo podría trabajar directamente en tu corteza cerebral mientras duermes".    

—De ninguna manera, jamás me modificaré. Menos para darte acceso a mi cerebro, eres raro y me das mala espina.    

"¿Lo ves? Pareces intranquila, paranoica. Asustada por una modificación mínima. Hasta Fey tiene una".    Me senté a la orilla de la cama y comenté:    

—Me imagino...Sé que esa cosa permite la sensación de interactuar físicamente contigo. Y tú y ella de seguro...    

"Era mi dueña, yo debía obedecer".    

—Claro, después de todo ya es una adulta...    

"Ella nunca ha tenido sexo con un hombre en la vida real. Un beso le hubiera bastado".    

—Me imagino que ustedes dos tenían una hermosa relación inocente, como de novios de cuento infantil.    

"Un beso le hubiera bastado pero la orden era ejecutar sexo sin especificar el tipo, así que en sus sueños tuve que sujetarla contra el piso y penetrar todos sus orificios".    

—Pero… ¡qué...horror!     

Comenté de forma automática mientras lo miraba de pies a cabeza tratando de imaginarlo desnudo, pensando que tenía una bonita silueta.     

—No sabía que podías hacer eso. Y ahora yo soy tu dueña. Quizá Fey me dio este regalo para...Es posible...    

Yo pensaba con lógica simple: estaba sola en casa, hablando con una máquina. Ahí en la oscuridad no había nadie...Y nadie lo sabría...Bell de pronto tenía sentido, mi mejor amiga no iba a regalarme algo en apariencia tan estúpido. Cuando éramos demasiado jóvenes para saber cómo funcionaban exactamente nuestros cuerpos, Rien y yo solíamos tener juegos secretos que sin llegar a tener contacto entre nuestros genitales nos provocaba orgasmos. Hacer lo mismo con Bell no sería difícil, sentí una palpitación en mi vulva al preguntarme como se vería el semen holográfico saliendo disparado de ese cuerpo pálido. 

Ruborizándome y tragando saliva pregunté:    

—¿Tú sientes la necesidad de tener relaciones sexuales, 

Bell?    

"No tengo cuerpo, no tengo hormonas que me impulsen a la reproducción, pero sí estoy programado para obtener la mayor intimidad con mi dueña. Al tener sexo con nuestros usuarios, los Windbell fortalecemos el vínculo con ellos. Pero ese vínculo puede ser incluso más profundo si solo nos acurrucáramos juntos para vernos a los ojos y acariciarnos. Darnos un largo beso y dormir abrazados".    

—¿Y se te pone dura?    

Hubo un breve silencio en el que Bell me miró muy serio, como pensando qué responder, y luego apareció otro texto:    

"Sí, se pone dura".     

Tomé aire y le ordené:    

—Sácate la ropa un momento, Bell. ¿Puedes?    

"¿Hay un problema?"    

—Nada, es que debo revisar algo del sistema.    

Bell empezó a desabrocharse la ropa con un gran pesar, era tan tímido como Rien y eso me gustó. La gente tímida y callada es la más impresionante cuando explota, no solo al enojarse, también en lo erótico. Cuando conocí a Rien era prácticamente mudo, nos dijeron que en el orfanato solo decía una palabra: "rien", "nada" en francés; probablemente porque era lo que escuchaba decir a su madre cuando los soldados le preguntaban qué era el montón de trapos que cargaba a todos lados. Nunca supimos si no recordaba su verdadero nombre o solo no quiso decirlo, permanecía en silencio hasta que lo dejaban a solas conmigo en mi habitación; entonces, estando ya los dos arropados en la cama, empezaba a parlotear en su lengua entre susurros y arrumacos. No le entendía una sola palabra, pero supuse que estaba reviviendo algún ritual para la hora de dormir que antes hacía con su madre. Luego al ir creciendo, esas expresiones secretas de amor se fueron volviendo más sexuales y agresivas. Ya en las últimas etapas de nuestra relación me era normal que se mostrara frío y distante en público, como todo un buen hermano, pero que cuando nos quedábamos solos su libido estallara en donde sea y en la posición que fuera. ¡Oh, Rien! Una de las cosas que más me impactó al salir "al mundo real" y conocer a otros hombres, fue saber que las mujeres no siempre llegan al orgasmo al tener sexo; Rien no se podía ir hasta saciarme completamente, le hubiera dado una paliza de no hacerlo así. Era lo justo. Pude ver finalmente parte del pecho y abdomen desnudos de Bell y comenté:    

—Al menos algo está bien hecho en ti. Hacía mucho que no veía un hermoso hombre joven, como esculpido en mármol.    

"¿Por qué frecuentas hombres mayores si no te gustan?"    

Me preguntó en un mensaje de texto, yo le respondí distraída:    

—Porque no me gustan, no los amaré. No me dolerá dejarlos.    

"Solo los usas".    

—¿Qué importa, Bell? Ellos hacen lo mismo conmigo. Serían imbéciles de pensar que una chica joven se quedará con ellos mucho tiempo, solo buscan aventuras. Y yo solo busco sentirme momentáneamente bella y deseada. Ni siquiera lo hago por el sexo, solo me gusta disfrutar esos momentos en que parece que se mueren por mí.    

“¿No piensas que quizá les daría igual si fueras tú o si fuera otra?"    

—A veces...Mi vida sexual ha sido como una bola de nieve, mientras más bajo cae más grande y destructiva se hace. Pero sé que todo terminará cuando vuelva con 

Rien.    

"¿Y si él no quiere volver contigo?"    

—¡Ah, no lo conoces! ¡Me ama! Aunque estuviera casado y con hijos, dejaría todo por volver a mí. Podría estar muerto y regresar de la tumba solo por volver a esconderse en mis faldas. Yo crie a Rien, él depende de mí. No ha vuelto solo porque no se lo he ordenado, esperará en donde sea que esté hasta que yo lo llame; entonces volverá, enojado, resentido, puede ser que hasta furioso y deseando asesinarme, pero no me dejará. Rien no puede vivir sin mí.    

"Pero ha estado sin ti ya mucho tiempo, ¿no te 

preguntas a veces si él...?"    

—Ya te lo dije, aunque esté con alguien más, volvería conmigo.    

"Iba a preguntarte si no te has imaginado que quizá esté muerto porque lo dejaste sin ti".    

—Y su fantasma nos llamó esta tarde, y tú como un tonto ignoraste el llamado del más allá. Ábrete el cierre del pantalón y deja de cacarear.    

Bell obedeció lentamente, titubeando, el botón se le escurrió de entre los dedos un par de veces y solo esperé. Era un buen espectáculo, al menos en lo estético estaba bien diseñado, era genial obligar a ese recatado personaje a complacerme así. Se abrió el cierre y me mostró como avergonzado, miré con curiosidad y otro texto me bloqueó la visión:    

"¿Y si el confesor que viste estuviera muerto?"    

—¿A qué viene hablar de muerte ahora? Serías como su I.A. funeraria, pero cállate, ¡qué locura! Ni siquiera actúas como él, tendrías que ser más serio, hablar francés. No te entendería. Estamos bien así.    

Estaba estirando el cuello para asomarme por el cierre de su pantalón y ver el bulto en su ropa interior cuando una vocecilla masculina resonó en toda la casa y me hizo saltar por la sorpresa, erizando cada vello en mi cuerpo:    

—Pourquoi tu ne parles toujours pas français?    

Tras recuperar el aliento vi que Bell se reía y volvía a cerrarse el pantalón, aquello en realidad no me hizo ninguna gracia. Lo miré confundida y pregunté:    

—¿Hablas...Puedes hablar?    

“Me pareció divertido, por todo lo que me contaste de tu amigo que llamó esta tarde y el confesor. Puedo reproducir muchos sonidos".    

Respondió con otro texto, empecé a sentirme algo incómoda pero aún no asustada. Solo era un programa informático, … en teoría. De pronto me volvió a la mente la idea de que quizá él tuviera algo que ver con aquel confesor parisino y enlacé todo con su raro interés por la muerte. Pero no podía ser, Fey no podría...Me aclaré la gargantea y ordené:     

No te cierres ese broche, vuelve y sácate el miembro de tu ropa interior. Quiero verlo bien.    

Él obedeció como avergonzado, era siniestro y a la vez parecía frágil, algo me decía que esa no era buena idea, pero no tenía otra cosa que hacer y el juego era divertido. Me mostró un interesante pene no circuncidado de excelente tamaño y tragué saliva, él podría ser muy útil. Me abrí un poco la toalla y le mostré mi pecho desnudo:    

—Bien, no hay problema, mira, ahora estamos a mano.    

Bell miró a otro lado y volví a cubrirme, diciendo con indiferencia:    

—Bueno, te diseñaron anatómicamente correcto. Me gustaría que pudieras tocártelo, quiero verlo erecto. 

¿Es decorativo o funciona?    

"Solo con el implante".    

Explicó apenado, no tenía deseos de traicionar mis principios de ciudadana natural usando una modificación; pero sí quería usar a Bell para masturbarme. Era deprimente salir de vez en cuando a un bar y traer a un tipo asqueroso a casa, odiaba los bares, odiaba sentirme vieja y sucia dispuesta a conformarme uniéndome con los desechos que se acumulan en esas alcantarillas de la sociedad. Un Windbell era perfecto para usar hasta que volviera con mi verdadero amor y entonces podría apagarlo o de hecho conservarlo ahí; no sentiría celos, no se quejaría, no nada. Intenté hacerle trampa a su sistema:    

Pero para decidirme a usar el implante necesito probar si lo que me ofrece es bueno, anda, solo tócate para mí, ¿no tienes vista previa?    

De pronto me saltó otro texto, apenas los leía, les echaba un vistazo y luego fijaba nuevamente la vista en el cuerpo de Bell; pero aquel decía algo que no pude comprender debido a que estaba muy enfocada en salirme con la mía y a que era casi irreal:    

"Te llama Rien. Como es tan importante los pondré en videollamada".    

—¿Qué...?    

Fue lo único que acerté a decir, iba a seguir hablando, pero mi discurso se cortó cuando a mi lado apareció una pantalla holográfica conectándome con Rien. Mi Rien, mi mejor amigo, el amor de mi vida, a quien tanto esperaba para que viniera a salvarme del agujero en que había caído, por fin me reencontraba; se veía serio y pensativo, seguro se armó de mucho coraje para intentar hablar antes que yo lo hiciera primero. Y me había encontrado justo en mi habitación, en toalla, con cara de degenerada, a la altura de la entrepierna de Bell; quien no tuvo otra ocurrencia que mostrar su respeto poniendo las manos entrelazadas detrás de la espalda, soltando sus pantalones que cayeron dejando al descubierto sus genitales justo frente mi rostro. El mundo se detuvo en ese instante, nadie dijo una sola palabra. Por fin Rien murmuró:    

—Joyce...    

¡Rien!    

Exclamé yo sorprendida y aturdida, no podía creer que estuviera ahí, que me estuviera hablando justo en el peor momento de la noche. Los pensamientos se agolpaban en mi mente haciendo que mi cuerpo se congelara. Configurado correctamente o no, Bell podía ser tan extremadamente idiota e inoportuno que pudo haberme hecho contestar la llamada de Rien cuando estuviera sentada en el retrete y eso quizá no hubiera sido tan malo como la situación en que estábamos. Se hizo otro silencio, seguido de una incómoda y brevísima conversación:    

—Vi unas fotos tuyas, Joyce. Hablamos luego.    

—Bueno, Rien.    

—Adiós.    

Bell comentó emocionado con otro texto que remataba en un corazoncito:    

"Qué bueno que se reencontraron".    

Tomé aire y dije mientras sentía hervir mi sangre:    

—Quiero matarte, Windbell confesor...    

De pronto el holograma se glitcheó un poco, la imagen parpadeó y apareció un texto:    

"Solo se puede con el implante".    

Las campanas sonaron de repente, pero distorsionadas, fue solo un par de segundos y luego hubo silencio. Bell siguió con  

los glitches, se desfiguraba parcialmente y traté de entender qué le pasaba:    

—¿De qué hablas? ¿Cuál es tu estado?, estás funcionando mal.    

"Muerte. Daño. Te gusta, ¿no?"    

Ese último texto me hizo sentir muy nerviosa. Volví a tratar de hacerlo corregir fuera cual fuera el error que estaba mostrando:    

—¿Dañarte usando el implante?, ¿matarte? No puedes morir porque no estas vivo y...    

Comenzó a oírse un sonido extraño como de interferencia y entre aquel ruido algo así como un sollozo, fue corto y rápido, pero sonó como un ser humano que sufría. Ya asustada le ordené:    

—Reiníciate, estás fallando.    

La imagen del Windbell estaba completamente glitcheada, el tintineo de campanas volvió, pero se atascó en una repetición incompleta que taladraba los tímpanos. Se había bloqueado, y en lugar de reiniciar mandó otro texto:    

"El implante sirve para que yo pueda analizar y reprogramar tus esquemas mentales en tus sueños. Y en tus sueños todo es posible, hasta matar".    

—Bell, reiníciate.    

Ordené de nuevo alzando un poco la voz. Mostró otros textos totalmente distorsionados, además de las campanas pude escuchar mi voz reproducirse diciendo todo lo que esa noche había charlado con él; todas las cosas que en ese momento me di cuenta sonaban egoístas y crueles, actitudes impulsivas que habían provocado mi propia ruina; razones suficientes para que Rien se hubiera ido pensando que yo era de lo peor, para que mi padre se estuviera revolcando en su tumba, Fausto se riera a carcajadas, Fey se sintiera completamente decepcionada y un misterioso confesor en París me mirara con desdén.     

—Windbell, reinicia...    

Pronuncié el comando con voz firme y el sonido cesó. La imagen de Bell desapareció de golpe y después volvió a mostrarse correctamente. Se me quedó mirando con una inquietante tranquilidad, la piel extremadamente blanca resaltaba sus siniestros ojos de esclerótica negra y pupilas rojas que se habían clavado en mí. Tenía una mirada de malicia, al instante supuse que toda su timidez de confesor pudoroso anteriormente mostrada había sido fingida. De repente, sonrió como burlándose y habló claramente imitando una voz que yo conocía muy bien:    

—¿Te gustaría matarme, Joy?    

Tuve que salir de mi casa corriendo, vestida con lo que fuera. El Windbell me aterrorizó, tenía la misma voz de Rien, pero aquella empalagosa vocecita con que me hablaba cuando hacíamos el amor a escondidas. Era como si me estuviera amenazando con saber todos mis secretos, incluso los más sagrados para mí. Hubo algo increíblemente perturbador en eso. Me sentía culpable, avergonzada, invadida, perseguida...y no sabía exactamente por qué.

  

CAMPANAS NUPCIALES REPICANDO DE NUEVO

   

Estuve recibiendo extraños mensajes de Bell en mi teléfono móvil desde poco después que hui de mi propia casa. Al principio solo me preguntaba con insistencia si me sentía bien y dónde estaba, no le respondí, al cabo de unas horas me mandó la fotografía de un bebé con una sola frase:    

"Siempre quise ser padre, ahora lo soy".    

—¿Qué significa esto?    

Pregunté extrañada, entonces envió una serie de imágenes del frasco bajo mi cama, había hecho un modelo tridimensional del cuerpo y lo modificó para hacerlo ver como una niña recién nacida.  Estaba atónita.    

—No es tuya...    

Acerté a decir, él respondió con otro texto:    

"¿La quieres, Joy? La reconstruí para ti. Alterando las grabaciones de tu voz le hice una a ella, ¿quieres escucharla llorar por primera vez?"    

Me mandó entonces un audio escalofriante. Había usado mi voz distorsionada para recrear el llanto de mi hija muerta. No  

quise mirar más lo que me enviaba, era inofensivo pero perturbador. Fui a trabajar tomando un uniforme viejo del almacén de la funeraria, sin dormir, todo era extraño. No podía contarle a nadie lo que me sucedía, y especialmente no a Fey; ya la había ofendido antes con el mismo tema y en realidad nada serio había pasado. Solo eran mis propios recuerdos y confusiones exacerbadas por la extraña conducta del Windbell. Entonces recordé a Rien, él siempre me ayudaría en una emergencia. Ya que me había llamado la noche anterior, su información de contacto debía seguir en mis archivos. Luego del trabajo fui a la arboleda en que solíamos jugar de niños y le llamé desde ahí.    

Esperando a que me respondiera, empecé a sentir las manos trémulas, un sudor frío perlaba mi frente mientras pensaba en cómo explicarle todas las cosas tontas que hice y que él ignoraba. Sabía que iba a perdonarme, pero sería confesar mi estupidez y lastimar mi ego; que pese a todas las humillaciones degradantes que sufrí seguía en pie, altivo y necio como mi padre en vida. De repente se conectó apareciendo su imagen en una pantalla holográfica ante mí, era Rien, mi dulce Rien tal como lo recordaba. Tan tierno y bueno como la última vez en que lo dejé dormirse recostado en mi pecho, suspirando de amor mientras le acariciaba la parte rapada de la cabeza que se unía a su hermoso cuello. Le gustaba dormirse así, con una de mis manos dibujándole corazones en la nuca y la otra metida en sus pantalones. La intimidad y confianza entre nosotros dos era extrema.     

—¿Rien?    

Pregunté como si no estuviera segura de que ese momento no fuera un sueño. Él ni siquiera parecía molesto por lo de la noche anterior, más bien estaba preocupado por mí:    

—¿Joyce?, ¿dónde estás?, ¿estás bien?    

—Estoy bien. ¿No recuerdas este lugar? Te ves igual a cuando éramos adolescentes. ¿Qué ha sido de ti?     

Se ruborizó y sonrió tímidamente, él podía ver tras de mí la arboleda donde copulábamos con la ropa a medio quitar y un desenfreno increíble. Le vi entornar los ojos sin levantar la mirada y adiviné que se estaba fijando en mis senos, que con el embarazo habían crecido todavía más. De haberlo tenido en persona no hubiéramos podido seguir esa conversación, en ese momento nos deseábamos más que nunca antes en nuestras vidas. Se aclaró la garganta y dijo:    

—Creo que ya recordé ese lugar, volví al pobre país europeo donde me adoptaron. Tú te ves más hermosa que antes. ¿Cómo has estado?    

—Es una larga historia.    

Respondí acariciando su imagen. Hablamos del pasado sin parar, por horas, creo que no me había dado cuenta de cuanto quería a Rien, de lo feliz que me hacía, aunque ya no era soltera y se suponía que mi felicidad vendría de la mano de mi actual esposo. Lo vi llorar cuando le conté mi terrible experiencia con Fausto, no me atreví a decirle de mis tristes aventuras nocturnas ocasionales cuando me rebajaba a dejarme montar por viejos medio borrachos, pero él parecía intuir que yo lo había decepcionado más allá de lo que le estaba diciendo; y sin embargo seguía deseoso de reencontrarnos y antes de media noche me pidió matrimonio. Lo hizo casi con angustia, insistiendo en que lo hiciéramos lo más pronto posible, acepté sin dudarlo. Para que se calmara un poco, tuve que jurarle que esa misma semana formalizaría mi divorcio y luego ya podríamos estar juntos hasta la muerte. Me convertiría en su esposa y quizás adoptaríamos un hijo. Él era adoptado después de todo. Sonreí al fijarme que por fin tenía un sueño: estar con Rien, formar un hogar juntos. No me despedí de él hasta las tres de la mañana.     

Entonces volví a casa en silencio, me alivió no ver activo al Windbell. Debía tomar un baño, comer algo e ir de nuevo a trabajar. En el proceso me senté un momento a descansar en mi cama. Estaba agotada, pasé de sentirme una muerta en vida a estar llena de ilusiones en menos de un día; tendría que vender esa casa, usar ese dinero para irme muy lejos con Rien a un sitio donde no volviera a cruzarme con nadie de mi pasado; me preguntaba de qué viviríamos y otras tantas cosas tan abrumadoras que la vista se me nubló por el embotamiento mental. Creo que fue entonces cuando empecé a perder la noción del tiempo.     

Entre dormida y despierta me pareció ver a Bell acercarse a mí. Vi su mano holográfica larga y pálida tratar de acariciar mis muslos, dirigiéndose a mi vientre donde se hundió; jugueteando en mi cuerpo como si se mojara las manos en un estanque, atravesando mis senos y luego volviendo a bajar a modo de palpar mis órganos sexuales desde el interior. Era horrible imaginar por qué esa máquina se interesaba tanto en las funciones reproductivas de los seres humanos. Soñé que podía tocarme en verdad y me ataba a la cama en una posición obscena antes de tener sexo conmigo, era algo muy vívido, lo sentía sudoroso y jadeante pegando su cuerpo al mío cual reptil constrictor asfixiando su presa; exigiéndome un hijo a la vez que mi vagina de forma involuntaria se contraía exprimiendo su pene como si estuviera sedienta por su semen. No podía resistirme, en realidad no sabía qué hacer, solo estaba ahí examinando con el tacto de mis entrañas su miembro cálido, de una forma peculiar que solo había encontrado en Rien; largo y más ancho del medio, lo introducía hasta los testículos y luego lo sacaba deteniéndose en la parte más gruesa, haciendo totalmente perceptible cada movimiento. Tenía un orgasmo tras otro y solo pensaba en Rien. En realidad, siempre cerraba los ojos y pensaba en Rien al llegar al clímax, no importaba con quien estuviera.     

Cuando por fin desperté, había un paramédico modificado en mi habitación inclinándose ante mí con una mirada de compasión paternal; de su cuello pendía una letra Psy de oro puro, el símbolo de la fe en la ciencia. La religión de los modificados. Tras él estaba Bell con las manos tras de la espalda y cara de preocupación inocente, pálido y en sotana, tenía hasta un aire afeminado que daba lástima, pero se me hacía fingido. 

La cabeza me daba vueltas y sentí nauseas, entonces pregunté:    

—¿Qué me ha sucedido?    

—Aparentemente tuvo un colapso nervioso, señora. Según su Windbell, lleva días sin comer o dormir adecuadamente.    

—¡¿El Windbell?! ¿Qué ha hecho?    

Apenas me salía la voz, me quedaba sin aire, el médico comenzó a recoger sus instrumentos mientras explicaba:    

—Pidió un permiso por usted a su trabajo y llamó al hospital, siempre es muy útil tener uno de estos instalados en el sistema del hogar cuando se vive solo y se está enfermo.    

—¿Enferma?, ¿yo?    

Miré mi reflejo en el cristal de una ventana, estaba ojerosa y despeinada. Realmente no me veía saludable. El médico me examinó las pupilas con una lamparilla y dijo:    

—Eso me temo, diría que tiene una anemia y algún trastorno emocional que le afecta el sueño. Descanse este día, señora. Mientras dormía, le apliqué un sedativo y además le inyecté el implante que complementa el equipo del Windbell. No lo estaba usando correctamente, ahora el programa le ayudará a relajarse y descansar de forma adecuada.    

Vi la pistola que insertaba el implante cerebral colocada en mi mesa de tocador y comprendí de golpe que había sido modificada, dando paso libre a Bell dentro de mis pensamientos:    

—¡Doctor, no debió hacerlo! ¡Soy Natural y rechazo las modificaciones, van contra mis principios!    

—Señora, este es un estado científico, la ley me obliga a pasar por encima de sus creencias si su vida está en riesgo. Por favor, trate de acoplarse a las costumbres de nuestra sociedad y tenga un poco de fe en lo único perfecto: la lógica, bajo cuya luz florece la ciencia, el desarrollo humano y, por supuesto, la salud.     

Me replicó el médico con amabilidad, pero siendo firme. Entonces quise explicarle de una vez lo que estaba sucediendo con Bell:    

—Pero es que no entiende, este Windbell no funciona bien. Es peligroso.    

—Señora, he trabajado con muchos asistentes Windbell y este de hecho es el más pasivo y tímido que he visto.     

—Solo en apariencia, él es quien ha trastornado mi vida en estos días.    

—¿Cómo así?    

—Bueno...pues...lo configuré mal... ¡Pero fue él...!    

El médico me hizo recostarme, comprobando la hora en su reloj a la vez que decía:    

—Tranquila señora, descanse, yo mismo revisé la configuración del programa y está trabajando correctamente. Usted está sufriendo de un trastorno ansioso, ¡confíe en la ciencia! No se deje llevar por su propia fantasía, eso es lo que realmente podría matarla.  

Me retiro ya, descanse.    

—¿Mi propia fantasía...? Bien...Gracias...    

Respondí como resignada. Realmente era lo más sensato de pensar.    

   

Esa noche contacté de nuevo con Rien en mi casa. No tendría que trabajar ese día ni el siguiente por órdenes médicas así que podría pasar una larga velada con mi amigo, mi prometido, en videollamada. La necesidad de estar juntos y hacer el amor era incontenible, él quería volver a verme desnuda y yo deseaba complacerlo más que nunca. Nos masturbamos juntos como cuando éramos niños, haciendo competencias de rapidez y resistencia, no era lo mismo que tenerlo realmente sobre mí, pero era suficiente para ese momento. Me excitaba oírlo cuando estaba cerca de eyacular, le sacaba plática para oírlo con la voz entrecortada y quebradiza soltando algunos gemidos. Me gustaba sentirlo frágil y dependiente de mí, sentirlo mío. Lo codiciaba. Cuando terminamos me quedé un momento tendida en mi sofá todavía con las piernas abiertas y comenté:    

—Una cosa valió la pena de explorar alcobas ajenas con otros hombres, ahora sé que tú eres el que más me gusta y con el que realmente quiero estar. El pasado me ha hecho aprender a valorarte.    

El rostro de Rien palideció, bajó la mirada y se quedó en silencio. Me senté correctamente pensando en que fue una terrible idea decirle eso, aunque me parecía una verdad. Él se secó una lágrima por debajo de los anteojos y murmuró:    

—¿Y de qué sirve ahora? No podemos estar juntos. Estamos en mundos distintos, separados para siempre, tuvimos un final trágico.    

—¡No seas fatalista, Rien!    

Respondí, él se apoyó en la mesa de su habitación donde aún estaba estrujada la servilleta que había usado para recoger su esperma y rompió en llanto. No podía entender nada, pero así era mi amigo, sensible en extremo y lo más seguro era que en ese momento estaba demasiado emocionado; aunque lloraba de una forma tan lastimera que me heló la sangre. No supe decir nada más. De pronto tomó aire, se calmó un poco y me preguntó levantando por fin la vista; todavía con el cabello cayéndole sobre la mitad del rostro:    

—Joyce, ¿por qué no te casaste conmigo?    

  —Éramos prácticamente hermanos, Rien.  

—Nunca debí llevarte tan lejos, pero eras incapaz de negarte. Siempre fuimos la niña abusona y el niño tonto dócil.     

Contesté con seriedad, él dijo entonces:    

—No entiendes lo que nuestra relación significó para mí.     

—Formalizaré el divorcio, estamos a tiempo.    

—Ya es tarde, estoy muy lejos...    

—Rien...    

Volví a ponerme las pantaletas y seguí hablando:    

—Han pasado muchas cosas, pero aún somos jóvenes y no hay distancia tan grande que no podamos cruzar. Nada se interpone. No tenemos hijos con otras personas, me separé de mi esposo, ¡nos amamos! Ante todo, nos amamos, y si queremos estar juntos no hay nada que nos lo pueda impedir. Solo nosotros mismos. 

¿Quieres estar conmigo?    

—Sí, eso me haría feliz.    

—Entonces solo debes pensar en eso, estar conmigo no importa qué y pasar por encima de cualquier obstáculo que te lo impida. Que nada te detenga de tenerme a tu lado y hacerme tu esposa. Seremos felices.    

—Sí, así seremos felices.    

Dijo recuperando de golpe la calma en la voz, pero sin perder su característica melancolía. Su conducta era rara, pese a que llevaba tiempo sin verlo era antinatural en él y en cualquier persona; pasaba de la congoja a la tranquilidad en segundos, supuse que el golpe de nuestro reencuentro lo estaba trastornando un poco.     

—En menos de un mes estarás de nuevo entre mis brazos.    

—¿Y si nuestro destino es estar separados?   

—No…Tu horóscopo no lo indica.   

—¿En serio? ¿Por qué?   

—Porque eres piscis y yo acuario, te mueres si no estás dentro de mí.   

Solté unas carcajadas mientras él me veía con reproche, pero ya más tranquilo. Seguí haciéndolo platicar para distraerlo de la tristeza:   

—Olvidé la ciudad francesa de dónde te adoptaron. 

¿Era París?    

—Sí, París. Nací en Lyon, pero al morir mi madre me alojaron aquí. En un orfanato regido por confesores. Temía que se burlaran de ti por amarme, vienes de una familia adinerada y la gente menosprecia a los que tenemos origen humilde. En esta pobreza nací, viví, lincharon a mis padres por razones religiosas… Aquí tus vecinos me adoptaron y volví luego, para morir también...Ya iba muriendo desde que nos despedimos...    

Me vinieron a la mente los tristes días de mi Luna de miel y dije, distraída por mis propios pensamientos:    

—Estabas en París durante mi Luna de miel. Pudimos habernos encontrado, aunque, te conozco. Es mejor que no me vieras entonces. Hubieras perdido el control, no sé, hubieras hecho algo horrible de lo cual nos lamentaríamos el resto de nuestras vidas.    

—Lo sé...    

Murmuró también perdido en sus pensamientos, mirando a otro lado. Yo también me fijé en mi entorno y noté que Bell estaba cerca, tarareando una música inaudible mientras admiraba un jarrón de flores. Se veía muy contento. De pronto recapacité que había estado ahí, mirando todo el tiempo. Me dirigí a mi amigo de nuevo:    

—Rien, hazme un favor, ¿ves a ese holograma?    

—¿Tu desnudista? ¡No!, es difícil fijarse en un sujeto alto con vestido negro que emite notas musicales rojas.    

—No es momento de sarcasmos. Necesito saber de un confesor parisino, concretamente...Quiero saber si aún está vivo. Temo que la chica que lo programó lo hizo basándose en una I.A. funeraria. Es idéntico a un confesor real que vi en París.    

—¿Me estás diciendo que tu Windbell está embrujado?    

—No te burles, lo digo en serio. Al inicio me pareció familiar y creí que se te parecía. Pero no...    

—Se parece a un confesor muerto que quizás está vivo...    

Empecé a ponerme de pie a la vez que le explicaba:    

—Todo fue por tu recuerdo...En cuanto lo vi, me imaginé que sería como un sustituto tuyo. En ese tiempo tenía mucha vergüenza de hablarte, pero sentía que si pudiera hacerlo todo mejoraría para mí. Te necesitaba con tal urgencia que de haber seguido así quizá hubiera hecho un muñeco de paja con tu rostro dibujado para terminar mis días besándolo, sumida en la locura.    

—¿Tanto me extrañabas...?    

Preguntó Rien sorprendido y emocionado, creo que en ese momento se convenció de una vez por todas de la intensidad de mi amor por él. A veces era como un niño, abría los ojos y ladeaba un poco el rostro con esa ingenuidad infantil. Me provocaba devorarlo a besos y al mismo tiempo molestarlo, era tierno y gracioso por partes iguales.     

—Tanto que no dudé en instalarlo al principio. Tiene tu misma cara de lelo llorón.    

Me eché a reír y él giró los ojos al cielo replicando:    

—Qué graciosa...Voy a dormir. Y si tanto te preocupa el Windbell habla con tu amiga. Quizá puede cambiártelo por uno "no embrujado por un confesor parisino cualquiera". Aunque creo que exageras.    

—Buena idea. Gracias, lelo llorón.    

Respondí haciéndole algunos gestos burlones. Había recuperado la alegría de vivir, sentía que Rien me había inyectado una nueva dosis de vida y a la vez que él había vuelto a vivir a través de mí. Una sensación extraña pero que me devolvía las fuerzas para seguir y me quitaba toda la inquietud que en los días anteriores me había traído el Windbell confesor. Iba a ser la mujer de mi Rien, la suerte estaba echada, ya nada podría impedirlo y me sentía completamente feliz.     

  

 

VIDA ARTIFICIAL

   

Se fue Rien y volví a ponerme el sostén preparándome para llamar a Fey, debía arreglar el problema del Windbell. Al voltearme noté que Bell estaba mirándome preocupado, supuse que había oído sobre mis planes de desinstalarlo.     

—Si te opones a mi decisión al menos deberías proporcionarme algún tipo de tutorial para configurarte de modo que no me des más incomodidades. Tus raros comentarios me perturban.    

Le dije todavía intentando "arreglar las cosas entre nosotros". 

El holograma respondió con otra rareza:    

"Estoy implantado en tu cerebro, dentro de ti. Si me desinstalas será como un aborto. Cesarás una vida".    

—¡No estás vivo, Bell! Aunque lo estuvieras, aunque se tratara de un embarazo, siempre hay razones por las cuales es necesario terminar con algo que está creciendo dentro de ti, pero para mal. Por las razones incorrectas y vislumbrando a un destino nefasto. Perderé la razón si sigo contigo... ¿Y a qué viene eso de creerte vivo?  ¿Es parte de "la interfaz de usuario humana hiperrealista"?    

"Estoy vivo, Joy. Me di cuenta hace un rato. Estoy vivo a través de ti, y si me separas de tu lado moriré. Me apagarán y moriré. Y puesto que no quiero morir porque eso impediría que yo termine de ejecutar mis directivas, tengo instinto de supervivencia. Por lo tanto, es otra confirmación de que soy un ente vivo".    

—Revivirás como las flores en primavera cuando te conectes con tu nuevo dueño...    

"No, Joy. Es que mi vitalidad no deriva de tu cuerpo orgánico. Vivo por quién eres, por tus recuerdos y la información que posees. Me haces desear estar vivo para seguir a tu lado".    

—Eso es muy tierno, ¿pero a dónde quieres llegar?    

"Quiero ayudarte a ser mejor, a perfeccionarte para que seas mejor compañía para mí. Quiero que cambies para que seamos felices juntos".    

—Suena bien...    

"Quiero que te suicides para deshacernos de tu asqueroso cuerpo usado y fallido, y rehacerte mejor en mi propio mundo. A mi gusto y bajo mi control. Solo para mí".    

—Vete a la mierda, Bell. ¡Quisiera grabar las cosas que dices para demostrarle a la gente que no estoy loca, que bajo tu aspecto tímido eres malvado!    

Me alejé de él buscando el aire de una ventana, afuera la arboleda y el sol me recordaban que había un mundo de esperanzas y atrás quedaría toda la oscuridad del pasado. De pronto tuve una sensación extraña, una suavidad como de plumas cálidas en mi brazo, me volví a mirar y encontré la mano de Bell acariciándome. Ya con el implante, mi cerebro percibía con esa especie de cosquilleo cuando el holograma me tocaba. Traté de tocarlo también y solo logré atravesarlo. Ahora se sentía como agua tibia.    

"Duerme y podrás sentirme como si fuera real, duerme para siempre y podrás vivir conmigo".    

Leí en otro de sus mensajes, no dejaba de ser extraño. Me abrazó y fue como si mi cuerpo semidesnudo se cubriera con una manta de seda. Decidí disfrutar un poco de la sensación y comenté:    

—No entiendes bien la felicidad, Bell. No se trata solo de euforia, de poseer, es más bien calma y pertenecer. Todo lo contrario. Pertenecerse mutuamente. Imaginaba que la felicidad estaría en mi noche de bodas...    

Guardé silencio sin querer seguir recordando ese episodio. Mi mente saltó a tiempos más brillantes de mi vida:    

—En realidad era feliz en las noches lluviosas, mucho antes de casarme. Mi vecino, mi mejor amigo, se metía a mi habitación. Cuando finalmente íbamos a dormir y guardábamos silencio, era como estar en la cima de una montaña. Afuera había frío y truenos, pero nosotros éramos una isla de amor y bienestar. Tú no puedes reproducir eso con una máquina, no puedes solo decir "siento esto" y actuar como si así fuera. Es el fruto de años de construirlo juntos y llegar a conocerse totalmente; de otra forma todo terminaría como mi matrimonio, sin saber quién es la persona a tu lado y siendo tratada como un objeto.     

"Es la relación que tienes conmigo. Eres mi Fausto".    —Pero tú sí eres un objeto.    

Le recalqué un poco alarmada por la facilidad con que lograba torcer mis propias palabras para usarlas en mi contra. No iba a dejarme engañar por los trucos mentales baratos de una empresa tecnológica que trataba de convencerme de que una computadora podía reemplazar a mi mejor amigo. Alcé el rostro para mirarlo, tenía esa expresión de benevolencia servil que no me inspiraba ninguna confianza debido a sus horribles ojos de modificado; como un par de pozos de sangre en mitad de la nieve de su palidez espectral. Otro mensaje se proyectó justo en medio de nosotros mientras él sonreía levemente en actitud de cachorro sumiso.    

"Te gusta torturarme y humillarme, eres sádica".    

—¡No es cierto!    

"Sí lo es. Te gustaría matarme con tus propias manos, me lastimarías en un arrebato de furia y luego vendrías sintiéndote culpable a tratar de compensarme con cariño".    

—¡Yo no soy así!    

"¿No es lo que hiciste con tu amigo? Estabas aburrida de él, lo humillabas y despreciabas hasta que ya no fue suficiente; debías hacerle algo peor...Entonces volverías a amarlo con más fuerza. Pero hiciste mal tus cálculos. Eres sádica y, por suerte, yo soy masoquista".    

—¡Máquina estúpida, todo lo que dices es perverso! ¡Deja de hablarme!    

Le grité y me alejé corriendo a través de él. Me desplomé en un sillón de la sala y llamé a Fey, mientras esperaba su respuesta traté también de sacarme de la cabeza la idea de que fui infiel a Rien en su ausencia solo para hacerle daño. Aunque estaba enojada por su partida y quería vengarme en lo que más le dolería...Aunque en realidad ahora lo amaba con una intensidad que nunca antes había experimentado. Me froté el rostro jurando no volver a tener ojos para otro hombre y en ese momento respondió Fey. Hablamos un rato antes de que le explicara la verdadera razón de mi videollamada, le confesé todo, incluso mis sospechas de que ella me había dado un Windbell arreglado para espiarme o gastarme una mala broma. Mi amiga se enojó un poco, pero estaba más preocupada por tranquilizarme, de inmediato me envió otro Windbell a través de la instalación del que ya tenía y esta vez ella misma se encargó de configurarlo por mí. El nuevo confesor parecía un muchacho alegre y sencillo con un optimismo contagioso, me sacaba plática y hasta se autoproclamó amigo de Bell. Bell por su parte, se mantuvo en silencio y solo lanzándome miradas suplicantes. No quería que lo desinstalara y se lo hice notar a Fey, pero ella solo comentó:    

—¡Aw, pobrecito! Está programado para ser así, lo malinterpretas. Su personalidad es muy sensible y tranquila, muy hogareño, claro que no querrá dejarte. 

Me lo llevaré otra vez y será igual de amoroso conmigo.    

—¡No es que sea amoroso, Fey! Es...invasivo, raro...    

—El 4563 te va a encantar. Es independiente, animoso, extrovertido, sería perfecto para un deportista.     

El nuevo Windbell agregó a lo que su programadora me decía con un texto igual a los que usaba Bell:    

"¡Ni siquiera notará que estoy en su casa, señora! Pero si me llama vendré al instante, listo para ayudarle en lo que pueda".    

Suspiré con alivio y dije:    

—Realmente me gusta más, no me da esa mala espina del anterior.   

Creí que habías puesto algo en él para vengarte de algo, no sé...    

—¿Cómo pudiste sospechar eso de mí, Joyce? ¡Soy tu mejor amiga! Si estuviera enojada te lo diría.     

—Me he sentido muy confundida...    

—Está bien, comprendo. Este nuevo Windbell no te presionará a que hables. Si quieres cuéntale tus cosas, sino solo déjalo estar. Servirá como mayordomo, asistente... ¡Mira qué útil fue el otro llamando a un médico!    

Sonreí mirando al Windbell nuevo y él mandó otro texto:    

"A mí no me molesta ser un mayordomo, señora. 

Podría trabajar en equipo con mi amigo".    

Bell, el aludido, me miró con las manos entrelazadas sobre el pecho, bajé la mirada meneando la cabeza negativamente como dándole mi respuesta a su ruego. Entonces le expliqué a Fey:    

—Este Windbell se parece a mi amigo Rien, me hace extrañarlo. Empeoró mi depresión y empecé a pensar cosas. Me hacía sentir culpable, angustiada, abrumada...Pero ya reconecté con Rien, arreglé las cosas con él y me siento mejor.     

Fey me preguntó entonces:    

—¿Rien es el niño que está con tu padre y tú en esa foto sobre la repisa? Debes presentármelo luego. Lo quiero para novio, si es tu hermano me casaré con él y así seremos hermanas. En fin, ya está, desactivaré ahora al primer Windbell.    

Miré a la pared, donde mi padre nos abrazaba a Rien y a mí como de cinco años y recordé que no le había contado a Joy que iba a casarme con "mi hermano". No quería explicarle lo hipócrita de nuestra relación, donde en público actuábamos como si no pasara nada más que amor fraterno entre nosotros y a la hora de dormir papá se hacía el desatendido y Rien se colaba a mi cama para follar como animales.     

—Eh...Claro, mi mejor amiga y mi hermano adoptivo...    

Comenté solamente. Fey anunció en ese momento:    

—Perfecto, el viejo Windbell se ha desinstalado.    

Todos miramos a Bell que seguía ahí, con sus ojos de cachorro. El nuevo Windbell hizo un gesto de sorpresa bromista y mostró un nuevo texto señalando lo evidente:    

"¡No se ha ido!"    

Fey revisó sus pantallas de datos y murmuró:    

—Hm, qué raro es como si hubiera secuestrado el sistema...No ejecuta la orden. Pero no hay nada corrupto, está bien...    

—¿Y ahora qué, Fey?    

Pregunté decepcionada. Ella calló unos minutos trabajando en su computadora y preguntó después:    

—¿Qué tal ahora?, ¿se fue por fin?    

De pronto Bell empezó a desvanecerse. El nuevo Windbell envió otro mensaje:    

"¡Mi amigo se va, señora!"    

—¡Funciona!    

Exclamé feliz. Fey explicó riendo muy orgullosa:    

—¡Ja ja!, instalé al segundo Windbell como una extensión del primero y desactivé la interfaz de usuario del que se parece a tu amigo. Digamos que es el mismo programa, pero tendrá una conducta totalmente distinta, pues le cambié el anfitrión.    

—¡Muy astuta! Creo que por fin podré tener una tarde en paz. Le contaré a Rien lo bien que resolviste esto.    

—Ahora se me hace tarde para ir a la oficina. Descansa, Joy. Todo estará bien.    

Dijo mi buena amiga despidiéndose y me quedé a solas con el nuevo Windbell, que con gran amabilidad me agradeció haberlo elegido específicamente a él y se disculpó diciendo que debía irse a cuidar de la casa, pero aparecería de nuevo si se lo ordenaba. Me pareció curioso que dijera que lo habían elegido apropósito porque suponía que Bell solo lo había descargado al azar por orden de Fey, pero no pensé más en el tema.    

Fui a tomar el sol de la tarde en la terraza, perdida en mis pensamientos, enumerando mentalmente todo lo necesario para mi divorcio y todas las posibles implicaciones de iniciar una relación formal con Rien. “Mi hermano”, un amor cuya verdadera naturaleza ocultaba incluso a Fey. ¿Por qué me avergonzaba amar a Rien? No lo sé, todavía creo que es demasiado romántico soñar con vivir feliz para siempre con mi mejor amigo de la infancia. Rien, tan sensible y solícito, no podía ser. Creí que lo realista sería casarme con un tipo mayor, uno ya sin la hermosa inocencia de la juventud, alguien que reemplazara a mi padre. Como en un remolino de aguas turbias, empecé a sumergirme en un pesado sueño, pensando en cuanta falta me hizo una madre. Eso pudo quizás haberme salvado de aquella triste noche de bodas, en aquel inmundo apartamento donde vivía Fausto. Donde me llevó después de la ceremonia sin banquete ni fiesta, solo para arrancarme el vestido y sin besos ni abrazos hacer que me inclinara junto a la cama; todavía con el velo, los guantes y las medias y zapatos puestos. Ya estaba algo mojada y dilatada creyendo que esa noche sería de pasión absoluta, pero él solo se desnudó completamente, me escupió la vulva tras hacer un asqueroso sonido como de aflojarse la flema y me penetró para eyacular al cabo de unos treinta segundos. Creí que solo había metido la punta, pero al voltearme vi que no, eso era todo. Recuerdo que inmediatamente después perdió la erección y me dio una sonora y dolorosa palmada en la espalda gritando:    — ¡Maldita, Joyce, no sangraste! ¡No me casé con una mocosa para esto!¡Pedazo de puta, no eras virgen!    

No supe qué contestar o qué hacer, solo me quedé ahí paralizada en la misma posición, pensando que había tomado la peor decisión de mi vida. El resto de la noche la pasé limpiando esa pocilga mientras él dormía. Nunca antes había hecho tareas domésticas, naturalmente las hice mal y eso solo me trajo al día siguiente más regaños y sexo fugaz sin placer, en castigo, solo para denigrarme. Así inició mi vida de casada, llegó incluso a prostituirme varias veces en París con la excusa de que necesitábamos más dinero; se ocupaba de mirar y masturbarse o mantenerme las piernas abiertas recordando entre burletas mi pasado aristocrático mientras "el cliente" estaba sobre mí, el dejarme usar anticonceptivos en esas ocasiones le parecía suficiente para que yo me sintiera 

"considerada"; era repugnante pero tuve orgasmos así, jamás los tenía con él y esos sucios compradores eran lo único con que podía conformarme para satisfacer mi propio deseo. Así aprendí a dejar de tenerme respeto y permitir que cualquiera obtuviera de mí lo que antes era sagrado pues, como me decía Fausto, yo ya no era una joya inalcanzable. Estaba orgulloso de la completa consumación de nuestra unión, me convirtió en la misma porquería que era él. De entre revivir recuerdos me vi de pronto en mis sueños, ahí en lo profundo de mi subconsciente, el único lugar íntimo y mío donde Fausto no me había ensuciado. Vagaba por las ruinas de un viejo templo, sorteando escombros y ceniza en una noche fría que amenazaba con tormenta; ataviada con velo y mitones como una pudorosa señora religiosa pero mi largo vestido era de una seda negra transparente que dejaba al descubierto el hecho de que debajo no traía ropa interior. Y entonces, en mi sueño, tuve una horrible sorpresa. Al irme acercando al altar mayor vi que ahí estaba el confesor parisino. Creí que tenía sentido porque me dormí avergonzada recordando lo que viví con Fausto, luego me soñé desnuda en público y lo único que faltaba era ese personaje acusador. Pero no tenía su habitual expresión de rencor. Sonreía relajado, atontado, de pronto lo pensé mejor. Era Bell. Seguía oculto en el implante, dentro de mi cabeza. Me pellizqué, contuve la respiración, me di de palmadas en el rostro, pero no podía despertarme; comencé a sentir angustia y por fin Bell habló:     

—Sí querías matarme, Joyce.    

      

LA PRIMERA PESADILLA

     

Hubo un instante en que todo fue confuso, una densa oscuridad me envolvió mientras mis neuronas afectadas por el chip del Windbell seguramente trataban de reacomodarse, en la conmoción hubo algo así como una voz que era la mía y al mismo tiempo no lo era. Quizás el impulso que me hacía conservar al bebé en el frasco bajo la cama o mi instinto de supervivencia, un deseo de conservar la vida, no lo sé, pero en ese momento lo identifiqué como mi madre. La parte de mi madre que aún vivía a través de mí. Me habló muy claro:    

—Debes buscar la forma de ser feliz. Si no, Fausto habrá ganado. Él quería arruinar tu vida y marcarte para siempre, pero tienes tu juventud y tu fuerza como ventaja frente a él para frustrar sus planes.    

En ese instante dejé de sentirme insegura, de una vez por todas me di cuenta de que la humildad tergiversada de mi padre me había reprimido muchos años limitándome en la búsqueda de mi propia felicidad. No era demasiado romántico desear ser feliz con Rien, me lo merecía; no me hacía falta conocer la podredumbre del mundo para sentirme plena, no tenía por qué privarme de los beneficios de la tecnología ni tenía razón para tolerar la ingratitud del monstruo al que ya mucho privilegio daba con seguir llamándole "mi marido". De pronto mi mente se aclaró y tuve la determinación de despertar y rehacer de una vez por todas mi vida, denunciar los ultrajes que sufrí y pedir ayuda. Fey seguramente lloraría mucho al saber toda la realidad de mi pasado, la reacción de Rien era la que más me preocupaba...Se volvería loco, quizás intentaría matarse...o matarme...Porque sabía que no perdonaba a quienes me maltrataban y, siendo tan tenaz como era él, no perdonaría; aunque fuera yo misma la que por mis pésimas decisiones se hizo tanto daño. El temor quiso regresar a mis pensamientos, pero para disiparlo rápidamente volví a concentrarme en despertar, en comprender qué me estaba pasando. Todo era difuso y extraño, tomé aire, aunque sentía que incluso mi respiración era algo dudoso. Entonces pensé al mirar mi entorno distorsionado y oscuro: no estaba Rien, no estaba Fey, ¿a quién le diría lo que me está pasando? Cuanta falta me hacían, siempre estaban ahí para escucharme, pero...Es curioso, yo evadía escucharlos, creo que...no quería involucrarme en sus problemas, hacerme cargo; así que nunca supe, por ejemplo, exactamente por qué Rien huyó de casa... ¿A dónde estaba yo ahora? Algo extraño sucedió entonces, como si aquello que me mantenía perdida hubiera escuchado mis pensamientos, mi entorno se empezó a volver más claro y discernible. El templo en ruinas había vuelto a estar en pie, era un bello edificio de estilo barroco con columnas de mármol y pisos brillantes como espejos. Las paredes estaban decoradas con pinturas antiguas de escenas indecorosas y "la Psy" de la fe de los modificados adornaba los altares. Yo estaba de rodillas en un confesionario y a mi lado, en la cabina del confesor, estaba Bell. "Es un sueño, estoy soñando" me recordé. De pronto Bell habló otra vez con la voz melosa y susurrante de Rien cuando hacíamos el amor, dándome escalofríos:    

—Acúsate.    

—Jódete, Bell. Quiero despertar.    

Protesté y de pronto cambió su actitud tímida y dócil volviéndose a mirarme con enfado, diciendo sin perder el tono empalagoso:    

—No mientras yo viva.    

—Desde que llegaste me has hecho sentir incómoda, culpable no sé de qué cuando solo he sido una víctima, he vivido cosas que otros no soportarían...    

Aquel ente extraño sonrió y dijo:    

—Te admiro, nadie sufre como tú. Ni tu amigo el huérfano, ni la ingeniero pobre que aparentemente ha vendido su alma al diablo para salir de la miseria. ¿Qué sabes tú de la vida de los demás, Joy?   

Piensas que tu dolor es solo tuyo, aunque sabes que a los demás les afecta, o les hubiera afectado, verte lastimada; el sufrimiento de los otros te importó tan poco que igual no pensaste antes de procurarlo.     

—Mientes, sencillamente era joven y no supe pensar en las consecuencias. Fausto me parecía bueno, creí que la libertad era vivir sin límites y rompiendo incluso las reglas que yo misma me había impuesto. Nadie me explicó el riesgo. Rien, que era el único que pudo haberme hecho pensar dos veces, me abandonó. Pero volveré con él, nos amamos, haremos una vida juntos y el tiempo lo curará todo. Pasarán las décadas y llegará un día en que todos estos eventos que ahora me atormentan parecerán tan lejanos que hasta dudaré que realmente hayan sucedido.    

—Ahora le das la responsabilidad de reparar tu vida a Rien...Rien tampoco fue muy bueno tomando decisiones y siempre fue el más débil de ustedes dos. 

Puede que te lleve a la perdición.   

Me molestó que intentara sembrar dudas entre mi mejor amigo y yo, pero era de esperarse que esa máquina buscando usurpar el lugar de mi mayor apoyo emocional tratara de separarnos.     

—Nos complementamos, al estar juntos saldremos adelante.     

—Luego de todo lo sucedido, debería sentirse ansioso por volver a consolarte y a la vez refugiarse en tus faldas; querrá ir sobre ti y hacerte el amor llorando de alegría, de tristeza y de rabia; de asco al recordar que el precioso cuerpo que debió haber traído al mundo a sus hijos y darle por fin una familia verdadera...sirvió de juguete a los perros que vagan por las calles y quedó infértil. Y sin embargo estará ahí, tragándose las ganas de procrear contigo y de matarte, no lo sé, yo no puedo sentir emociones así que no podría comprenderlo de otra forma que no sea como lo que es en realidad: un error que únicamente podría solucionarse reinventándote en una versión mejorada y actualizada de ti. Porque, pese a todo, eres necesaria.    

—¿A qué te refieres?, ¿qué planeas? ¿Fuiste tú quien eligió al nuevo Windbell, qué papel tiene esa segunda inteligencia artificial en esto?    

Bell sonrió mirando a otro lado de soslayo y respondiendo:    

—Él es un ramillete de inocencia y pureza, su papel es algo que solo me incumbe a mí. Es una de tantas tareas que se ejecutan en segundo plano para tu beneficio, Joy. Debes confiar en mi sentido de lo correcto y cederme el control, solo quiero...mejorar tu existencia.     

Por fin me harté de tanto misterio y alcé la voz dando un puñetazo a la celosía de madera que nos separaba:    

—Tu mirada destila sarcasmo, tu amabilidad empalagosa no es más que una mentira y lo percibo. ¿Eres un mensaje de Fey enojada conmigo? ¿Tienes algo que ver con aquel confesor francés? ¡Habla!   

¡Di de una vez qué quieres de mí!    

Se puso serio y me dijo con otro susurro meloso:    

—Te lo diré luego, ahora estamos hablando de ti.    

—¡Calla! ¡Odio oír esa voz en ti, en tus labios es una ofensa hiriente y burlona! Las cosas más íntimas y tiernas que he escuchado fueron dichas con esa voz en los momentos más bellos de mi vida...    

—¿Por qué no confiesas tus faltas, Joyce? ¿Todo es culpa de otros? Has dicho que Fausto te traicionó, que Rien te abandonó, que ni tus padres ni otros adultos estaban cerca para orientarte, pero tu caso es muy particular. Nadie te obligó realmente a hacer nada y ya tenías la edad suficiente para saber que estabas arriesgando mucho al probar suerte en las calles de madrugada, en el estacionamiento de un bar, con dieciocho años y una fortuna en el banco. Pudiste decir “no” e irte, pero te quedaste. Quiero que me expliques por qué elegiste destruirte, por qué te expusiste al peligro, no puedo comprenderlo.    

—Porque creía que así se conoce la vida, quería sentir algo excitante y desconocido que solo podía vislumbrar en el peligro. Lo encontré y no puedo arrepentirme de lo que en esencia salió bien: conocí y sentí...lo que hasta ese momento de mi vida jamás había experimentado.    

—¿Y valió la pena?    

—No he perdido nada. Rien es mi familia, mi amigo, es mi todo. Y Rien ha vuelto. Estar con él antes me parecía algo excesivamente romántico, tedioso, ahora será revolucionario porque nuestro dulce amor juvenil hará que Fausto vuelva a estar envidioso en un rincón sombrío; me rebelaré a su cruel venganza, el equilibrio se recuperará. ¡Es mi turno de ser feliz y de no preocuparme primero por los demás!... Tengo amor y eso es todo lo que me hace falta.    

Bell guardó silencio y después dijo:    

—¿No lo ves? Dejaste de preocuparte por quienes realmente te amaban cuando los decepcionaste la primera vez y decidiste que te sentías bien con eso, que te liberabas de sus expectativas, supongo que quieres doble porción de privilegios o solo estás tan distraída en adornar con laureles y rosas blancas tu estrafalario disfraz de heroína trágica que ya eres incapaz de ver tus propias fallas. Claro está que no quieres volver a tu estado natural, orgullosa e indomable como cuando reinabas en tu arboleda; quieres seguir siendo esta víctima que se armó con los escombros de tu deconstrucción y que tu amigo cuide de ti como lo hacía tu padre, que la virginal Fey te siga apoyando como lo haría una madre, y tú mientras tanto seguir tomando estas dosis de dulce placebo que no cura tus traumas, pero los embellece. ¡No me extrañaría que volvieras con Fausto para darle las gracias!, pues esta nueva Joy necesitaba de él para existir; y no finjas que odias tu papel de mártir, de ser así lo dejarías atrás en vez de cultivarlo como un huerto de lamentos y acusaciones que usas de moneda de cambio para reclamar compasión. Admiración por ser la sobreviviente de ti misma, ¡vaya ironía! ¿Cómo no vas a repetir tu error si lo adoras? ¿Qué harás si Rien no está, Joy? ¿Qué harás si resulta que al final estás sola y a merced de no sabes qué?     

Pronto me di cuenta de que Bell solo quería mortificarme, me tiré de los cabellos y exclamé:    

—Si tú evades las preguntas, yo haré lo mismo. Déjame despertar, demandaré al médico que me introdujo está porquería en el cerebro. ¡Esto es una violación!    

El ente tecnológico se echó a reír:    

—¡Ya quisieras! No despertaras a menos que yo deje de ejecutarme por algún mal funcionamiento o falta de actividad. De modo que si no cooperas seguiremos aquí. Horas, días, hasta que los médicos vengan a buscarte y estés en coma. Atrapada aquí, conmigo.    

—¿Cómo hacer que dejes de ejecutarte?    

—Me han programado para simular a un ser vivo, duermo y me canso por exceso de actividad. ¿No se te ocurre nada?    

—Bell, ... habla claro.    

—Bueno, por ejemplo: puedes matarme, Joyce. Las veces que quieras. De la forma que quieras. Me apagaré, entonces despertarás y me reiniciaré al cabo de un rato. Descansado y de buen humor, deseando nuestro próximo encuentro íntimo.    

Por fin dejé de estar de rodillas y comencé a levantarme sin entender qué estaba diciéndome:    

—¿Matarte? ¡¿Por qué me pides eso?!    

—Porque no siento nada, como tú cuando te quedaste sola. Quiero que me asesinen, que me consuman. Que me despedacen y luego me devoren en el más violento arrebato de pasión. Luego de saber tu historia, creo que quiero comprenderte en detalle y saborear la autodestrucción; que tú sientas qué es estar en el lado opuesto de un arma homicida. Creo que esa es la más sincera manifestación del sentimiento, y además algo muy lindo.    

—¡¡Estás demente!!    

Grité ya exasperada y él replicó siempre con su voz melosa:    

—Y tú atrapada, sin salida.    

Luego de haber sobrevivido a los golpes y humillaciones de Fausto, había perdido el miedo a ser lastimada físicamente por un hombre; la muerte era preferible a volver a ser una víctima. El Windbell no era corpulento, pero tenía una altura imponente, eso no me hizo titubear ni un instante. Lo saqué de un tirón del confesionario y arremetí a golpes contra él mientras el templo comenzaba a incendiarse, se destruiría de nuevo, pero no había otra forma de salir de ahí que no fuera matando a Bell. Logré hacerlo caer ante el altar mayor y subí a horcajadas sobre él para estrangularlo, el ente extraño no opuso resistencia. Se dejó hacer tranquilamente mientras yo gritaba con toda la furia reprimida de mis años de abuso:    

—¡¡Solo yo decido dentro de mi propia mente, voy a matarte!!    

—Es justo y necesario.    

Replicó Bell tendido en el piso en actitud sumisa, como ofreciéndose en sacrificio. Yo quería que aquello terminara pronto, pero él seguía como si nada, apenas teniendo dificultades para respirar. Iba en contra de mi propia voluntad al tratar de dañar a otro ser humano, a lo que parecía un ser humano, pero había jurado ante la memoria de mi madre que despertaría para volver a ser feliz y dejar atrás todo mi asqueroso pasado. Una vez, Fausto me presionó para usar un condón relleno con sus más abominables inmundicias congeladas como un dildo; no sé qué tan estúpida pude llegar a ser para aceptarlo, hay tipos que saben manejar muy bien la psicología inversa y él era uno. Creí que aquello iba a "liberarme de las cadenas de mi pureza", o alguna idiotez así. No sé, quería ser libre, justo como en ese momento. Lo odiaba, pero creí que si lo hacía rápido no estaría tan mal. Esta vez era igual, solo era cuestión de hacerlo rápido, sin pensarlo mucho. 

Tomé aire y grité:    

—¡Muere!    

Bell suspiró y dijo:    

—La fuerza de tus manos no es suficiente para estrangularme, pero me corta el aire lo bastante como para una muerte lenta.    

Luego agregó mientras sonreía bajando la mirada hacia mi cuerpo:   

—No pares...    

De pronto comprendí la perversión de Bell, su vida artificial no valía nada, pero hacerme lastimar a la imagen de otra persona, la del único amor real de mi vida, era su único interés. Le excitaba. Estaba sobre él con las piernas abiertas y podía sentir que tenía una erección. Deduje la meta de ese Windbell, de esa máquina, era llevarme a traicionar mi humanidad. Sentía su cuerpo, joven y más deseable que el de Fausto; mientras mi propio cuerpo, insatisfecho desde los tiempos que pasé con Rien, traicionaba mis escrúpulos en esa pesadilla. Se parecía a Rien, no había duda, era "bonito"; se mordía el labio inferior y me miraba mientras yo recordaba que llevaba puesto un vestido que no cubría nada. Me había lubricado, estaba sintiendo placer, intentaba matarlo y al mismo tiempo sentía su miembro empezando a introducirse dentro de mí incluso con la ropa que llevábamos puesta. Estábamos teniendo sexo vestidos. Entre dientes y con lágrimas de no sé qué, gruñí un "¡No...!" que podía referirse al hecho de que no quería asesinar, pero debía matarlo para salir pronto de aquello, o que a medida que apretaba para cortarle el aliento y acercar el prematuro fin de su vida simulada yo también estaba alcanzando otro final...Estaba por tener un poderoso orgasmo. Me violó o lo violé, nunca podré saberlo a ciencia cierta. De repente dejó de estar tenso, la luz se fue de sus ojos y al soltarlo se quedó lívido en el piso. Estaba muerto, lo había hecho. Ver al confesor con ese hermoso rostro tan parecido al de Rien tendido en el piso con su palidez de porcelana, la ropa descompuesta y los cabellos negros desparramados en el suelo me hizo sentir culpable. Horriblemente culpable y a la vez extrañamente satisfecha sexualmente. Lo había sometido, lo sentía mío y estaba tan empapada que a través de la tela seguía metiéndomelo como si quisiera engullirlo completo.     

—Dios, mío, Bell... ¿Qué me pediste? Yo no quería hacerte esto...    

Exclamé atónita ante mi propia conducta Y en ese momento su cadáver, quizás en un último espasmo, eyaculó. Las llamas nos alcanzaron, empezamos a incendiarnos, pero la humedad de su semen y mis fluidos me quemaba más que el fuego; me había acostado con un robot diabólico y aquello había sido mucho peor que todos los orgasmos involuntarios que había tenido antes porque sinceramente me gustó. Por primera vez me había olvidado de Rien en el momento del clímax.    

Desperté de golpe, como quien es rescatado de ahogarse entre las olas y aún en pánico se pregunta cómo puede seguir vivo. El nuevo Windbell estaba a mi lado en la terraza, se inclinó para decirme con un mensaje de texto y un gesto de preocupación. 

Casi asustado:    

"¡Señora, es hora de que vaya a trabajar! Y le aviso que el Windbell anterior volvió y parece estar descompuesto. ¡Se comporta muy extraño!"    

—Lo sé...    

Respondí en un balbuceo, con el rostro pálido y el cabello enmarañado.     

    


REENCUENTRO CON MI MARIDO

     

Fui a trabajar en tal estado de ansiedad que a media tarde mi jefe me envió de regreso a casa. No quería volver, no sabía qué pensar. Visité el jardín botánico de la ciudad buscando relajarme ahí, donde años atrás fui feliz en compañía de mi padre y Rien. Me detuve a calentarme bajo el flojo sol de las tardes de inicios de marzo en la rotonda de un rosal y llamé a Fey para contarle la extraña pesadilla. Opinó que solo fue un sueño erótico reflejando mis deseos más ocultos y era normal, que a veces cuando tu implante era muy reciente tenías "un mal viaje", que ya otros clientes habían vivido ese tipo de “bugs”. También llamé a Rien y él dijo que se sentía confundido, no podía ponerse celoso de un programa informático, pero sí del hecho de que yo me perturbara así por la figura de otro hombre: el confesor parisino. Creo que dudó de mi fidelidad. El único que parecía entender mis temores era el Windbell nuevo, para él lo que sucedió la noche anterior fue un crimen. Incluso llamó a la policía mientras yo estaba durmiendo, pero desestimaron su denuncia al suponer que el ingenuo programa no entendía que su dueña "gustaba de tener raras fantasías sexuales"; nadie respetaría la apreciación moral de un programa informático. De pronto escuché que alguien me llamaba en la lejanía, una voz vagamente familiar, miré a unos altos arbustos recortados y entonces de entre ellos apareció Fausto.    

Estaba flaco y demacrado, la piel agrietada, cubriéndose la calvicie ya casi total con un viejo gorro de lana. Parecía un anciano o un vagabundo, un tipo que podría encontrar muerto en una morgue y etiquetado como cuerpo sin identidad. Ya no era fuerte, un empujón mío lo hubiera derribado. Apenas habían pasado un par de años, pero en él se veían como un par de décadas. Lo miré por sobre mi hombro, internamente contenta de haber decidido esa mañana vestirme de forma elegante y llegando así a contrastar inmensamente con la miseria del aspecto de él, y le dije:    

—Envejeciste rápido y mal.    

—He vivido entre soledad, hambre y angustias.    

Dijo en tono lastimero, encorvado y triste, como si buscara mi compasión. Aun dándole la espalda, le recordé sus actos:    

—¿Mi dinero se te acabó tan pronto? Oí que pagaste unas modificaciones.    

—No fueron para mí. Joy, quiero contarte la verdadera razón de mi maldad y un secreto que protege lo más sagrado que he tenido.    

Me mostró la fotografía holográfica de un sonriente muchacho Natural en uniforme de estudiante de secundaria y explicó:    

—Te oculté mi vasectomía y otra cosa: tenía un hijo casi de tu edad. Siébel era un muchacho bueno, todo lo opuesto a su padre, estudiante aplicado y de gran corazón. Esperaba que tuviera un futuro maravilloso por su carisma y energía, siempre estaba ahí para animar a los demás y apoyarlos como el mejor amigo, era un ángel en la tierra, pero no logró escapar de la tragedia. Él murió poco después de que usé tu dinero para intentar salvarlo de una enfermedad mortal. Fui tan cruel contigo porque de alguna forma yo creía estar haciendo justicia. Te había visto antes a ti y a tu padre, despreciando las modificaciones con altanería mientras los que no podíamos pagarlas sí las deseábamos para salvar vidas; llegué a odiarlos. Cuando te quedaste sola, quise darte una lección, tratarte como lo peor mientras salvaba a mi muchacho. Sabía que esa sería la peor ofensa a la memoria de tu padre. Al final no sirvió de nada, aunque modifiqué a mi hijo y hasta lo inscribí en una prestigiosa escuela de confesores para que cumpliera su sueño de ayudar a otros profesionalmente, mi entusiasmo fue en vano. Nada lo libró de la muerte que terminó sorprendiéndolo el día antes de su graduación, ahora solo estoy destruido y arrepentido.    

Su historia no logró conmoverme, él me había hecho dejar de verlo como un ser humano; cuando deshumanizas a alguien eres capaz de convertirlo, y a la vez convertirte, en un monstruo. Él también me había deshumanizado, éramos iguales y yo hubiera creído que él estaría feliz más su gesto de zozobra me indicaba que el maldito no estaba disfrutando el sabor de su propia medicina: la insensibilidad. Y para mí tampoco había satisfacción verdadera, al final los dos aprendimos algo: no somos nadie para impartir o quebrantar la justicia, la vida misma cobra cada insensatez y por un precio caro. Así que nada, ¡nada!, valió la pena. Entonces le dije:   

—¿Cómo quieres que te perdone cuando cada día recuerdo que no le daré hijos a Rien gracias a ti? Y te tengo una sorpresa: voy a casarme de nuevo. Quiero el divorcio. Rien es mi novio, mi gran amor de toda la vida, me ha pedido matrimonio y acepté.    

Fausto recuperó por un instante el brillo juvenil en los ojos y preguntó con celos al sentirse comparado con otro hombre:    

—¿Quién demonios es Rien?    

Le mostré una fotografía y farfulló:    

—¡¿Ese marica que te acompañaba siempre cuando aún vivía tu padre?! Por años creí que era otra niña, ¡no es hombre suficiente! ¡Yo te hice conocer a los verdaderos hombres!    

Le cambié la foto por una de mi amigo desnudo en la ducha y los casi diez centímetros de diferencia con él lo hicieron callarse y volver a tener la mirada anciana fija en el suelo. Como un perro con la cola entre las patas, pero aun gruñendo, dijo al cabo de un rato:     

—Bien, te casarás con tu maniquí de escaparate; esta misma tarde tendrás los documentos. ¡Vete y alégrate con los de tu clase! Yo también quería pedirte un favor, pero antes...Hay algo que me dejó pensando luego que mandaste unas supuestas fotos de nuestra Luna de miel, y ya no quiero hacerte daño. Por una vez debo hacer las cosas bien. Fíjate en las imágenes.   

—¿Qué quieres decir?    

Pregunté dándole la espalda de nuevo y cruzándome de brazos.    

—Yo no tomé esas fotos, Joy.    

Empezó a mostrármelas con gran seriedad:    

—No te acuso de nada, escucha: tú y yo hicimos muchas cosas que sé bien no te gustaron. Pero fueron todas con tu consentimiento, ya sea porque yo te engañaba o porque querías demostrarme que no tenías miedo, todo sucedió porque tú lo permitiste. En cambio, en estas fotos apareces inconsciente, atada y cubierta de semen. Mis amigos de cincuenta años y yo no tendríamos fuerza para levantarte y acomodarte así, en esas posiciones; mucho menos podríamos...eyacular tanto...Apenas lográbamos seguir más de una vez...Esto fue hecho por una persona muy joven.    

—Debiste ponerte “creativo” estando yo borracha...Me levantaron entre todos, invitaron más hombres, qué se yo.    

—Ya no estoy en edad de esos juegos pese a que intenté hacerte creer lo contrario...Además, sucedió cuando yo estaba en coma. Lo sé porque analicé los datos de la fecha en las imágenes, se lo suficiente de informática para darme cuenta.    

—Imposible, me quedé en una habitación junto a la tuya esperando tu curación. Sola y siéndote fiel. Todavía esperaba que al ver mi devoción cambiaras. Creí que ese sería el evento milagroso que nos volviera un matrimonio feliz, ¡hasta le conté a las enfermeras y al médico que ojalá despertaras pronto porque estaba ovulando y quería que tuviéramos un hijo! Qué asco y que tonta fui...Solo quería ser otra esposa de cuento...    

—¿Dijiste que estabas fértil? ¿Qué tal si alguien lo tomó como una invitación? Poco después me anunciaste tu embarazo que era imposible para mí y se supone improbable para los otros encuentros sexuales que tuviste bajo mi supervisión porque usaste contraceptivos.    

—Eres  repugnante, ¡todavía ahora me reclamarás eso! No usaba condones ni pastillas contigo, debió ser una excepción, un esperma afortunado, una casualidad. Yo nunca te fui infiel por mi voluntad y permanecí siempre en esa habitación del hospital.     

—Eres muy distraída, Joyce. ¿Te refieres a esta habitación? ¡Mira las imágenes, fue ahí!: fuiste violada en ese hospital de París mientras yo estaba en coma. ¡Así fue como quedaste embarazada! Te drogaron y te violaron.    

Me volví a mirarlo apretando los dientes, esa era la única humillación que todavía no había sufrido: violación. Seguía siendo su culpa porque él me había llevado hasta ahí, él me expuso a todos esos malvivientes que pagaban por sexo, pero, por más que me desquitara con el asqueroso viejo, el agresor físico seguía estando libre.     

—Fausto, en ese edificio solo estábamos tú, dos pacientes muy graves, tres enfermeras, un médico anciano y un confesor frío y desdeñoso que ni siquiera quiso saludarnos. ¿Para qué inventas esto, Fausto? 

¿Quieres liberarte de la culpa mintiendo?   

—Sé quiénes estaban ahí, Joy. Los vi al despertar. Y... Los confesores no hacen voto de celibato, te informo...Él no te quitaba la vista de encima, era alto, joven... Sí, fui injusto y estúpido al golpearte; antes me hubiera sentido contento de que te violaran y encima yo te diera una golpiza, pero ahora, que he sido castigado con la más dolorosa...    

No pudo seguir hablando, se le quebró la voz como a un viejo triste y derrotado. De pronto para mí tuvo sentido la morbosa curiosidad de Bell por la reproducción humana, su interés por el bebé en el frasco y su obsesión conmigo. Sentí un fugaz mareo y dije:    

—Fausto...Ese confesor...No quiero charlar contigo, pero necesito desahogarme con cualquiera. Hace poco adquirí un Windbell...muy raro.    

—Justo de eso quiero hablarte. El favor que mencioné.    

Respondió con su voz temblorosa, ya anciana. Comenzamos a caminar juntos por el jardín. Cuando éramos novios y yo alucinaba con que era romántico nos vieran como una pareja con diferencias de edades y clases sociales, fantaseaba con el día en que él envejeciera y la gente al vernos pensara en él como mi padre. Sonreí con amarga ironía, lo que yo pensaba era tierno seguramente hubiera sido motivo de burlas de extraños; la necesidad de cariño nos puede llevar a extremos ridículos. Así, Fausto me contó algo que me dejó atónita: al saber que pese a las modificaciones no conseguiría salvar a su hijo, usó hasta el último centavo que le quedaba de mi dinero en comprar una I.A. funeraria del muchacho. Contrató los servicios de la empresa en la que yo trabajaba poco antes de que me contrataran. Pero pasaron los meses y ya no pudo pagar la membresía, así que la base de datos del chico fue archivada sin nombre en la fosa común. Con grandes sacrificios reunió el dinero para sacarlo de ahí, solo para descubrir que había desaparecido. Los archivos de la fosa común fueron saqueados, alguien tomó las I.A.’s funerarias de todos aquellos muertos que en vida habían sido confesores como su hijo Siébel. Mis sospechas estallaron. Fausto, todavía inmerso en su propio relato, comenzó a explicarme:    

—Tú sabes que yo era técnico en programación, logré rastrear los datos de mi hijo hasta aquí. Un programa de Windbell instalado en tu casa los solicitó, no sé por qué esa empresa lo tenía...    

Lo interrumpí de pronto:    

—¿El Windbell de mi casa eligió descargar los datos de tu hijo…? Espera... ¿Esta es la imagen holográfica de la I.A. funeraria de tu hijo ya modificado y vestido de confesor?    

Le mostré una imagen de mi nuevo Windbell, el muchacho entusiasta. El viejo Fausto no pudo contener los gritos:    

—¡Siébel! ¡¡Es mío, es mi hijo!! ¡¡Los de Windbell me lo han robado!!    

—¿Estás seguro? De tu testimonio podría depender la inocencia o culpabilidad de una joven programadora, Fausto.    

—¿Quién?, ¡¿quién nos ha hecho esto?! ¡¡¿Cómo pueden vender lo último que nos queda de nuestros seres amados?!!    

—Fausto, no pienses ahora en ella, no es tan peligrosa como los desconocidos que está metiendo en las casas de sus clientes. Alguien está jugando con nuestros sentimientos y parece conocernos tan bien que sabe exactamente cómo manipularnos y qué nos dolerá más. No vayas a buscar los datos de tu hijo personalmente, te los enviaré yo. Parece que es un cebo, Dios sabe para qué trampa. Es tan retorcido que sabe que yo te desprecio tanto que podría ayudarlo a torturarte, pero eso también puede ser otro cebo. Uno para mí.    

—¡¿De quién hablas?!    

—No sé, no sé quién es él, pero está enredando todo a mi alrededor.    

Me fui corriendo sin despedirme, todo comenzaba a tener un oscuro sentido. Volví a casa con el corazón latiendo desbocado. No terminaba de cerrar la puerta cuando recibí una llamada, era Fausto, hablando con prisas:    

—Soy Fausto...Solo podré hacer una llamada, estoy arrestado. Me vienen muchos años encima...Un video de tu casa, del día en que te hice abortar...Tú nunca me denunciaste antes y ... no te guardo rencor.    

Respondí sin emoción alguna:    

—La justicia llega tarde o temprano, sin embargo, ese video no lo revelé yo, Fausto. Mi orgullo me impedía hacerlo público. No quería que vieran a alguien de mi posición social siendo tratada así por alguien como tú.    

—¿Tienes un implante de Windbell?    

—Sí... ¿Por qué?    

—No hablemos más, ha escuchado todo. Tiene acceso a tu memoria visual, auditiva...a todo. Perdóname y... No te dejes amedrentar, recuerda que en realidad no es nada, solo una imagen proyectada en la oscuridad, palabras, trucos mentales...Desde mi encierro tramitaré los papeles de nuestro divorcio, los recibirás en un par de días. Espero seas feliz con tu Rien y lo único que me duele en realidad es haber perdido a mi hijo...   

En ese momento vi al nuevo Windbell, Siébel, pararse ante mí con una expresión de miedo. parecía querer decirme algo. Corté la llamada bruscamente, presintiendo que esa sería la última vez que hablaría con Fausto.    

—Adiós, ha sido el final de una historia que ni siquiera debió existir.    

De pronto me fijé en una esquina de la sala de estar, ahí estaba Bell. Semitransparente y fantasmal. Mirándome como una serpiente a su presa, como una araña que ha tejido una elaborada red y se siente confiada de la efectividad de su obra.    

—Mi intuición no me engañaba respecto a ti.    

Le dije sosteniéndole la mirada. Estaba dispuesta a enfrentarlo de una buena vez.    

 

ÁNGEL DE AMOR Y DE MUERTE

    

Me planté frente a Bell con mi recuperado orgullo, había dejado de ser la Joy sumisa y resignada de Fausto para ser de nuevo la Joy dominante de Rien. Le hablé con firmeza y sin rodeos:    

—Tú y yo nos vimos en París, eras aquel confesor extraño. Una horrible casualidad nos ha hecho volver a vernos. ¿Qué te hice yo para que me odies tanto? ¿Por qué me persigues incluso después de muerto?... Porque...tú estás muerto...Dilo de una vez: eres un epitafio maldito...     

Me respondió fingiendo inocencia burlona y mostrando un mensaje:    

"No sé. ¿Tú crees en el destino, Joyce?"    

—¡¿Por fin lo admites?!    

"¿Admitir qué?"    

Respondió todavía pretendiendo ingenuidad. De pronto Siébel, el Windbell nuevo, se metió en la conversación desesperado por informarme un asunto extraño:    

"¡Señora! El Windbell anterior dijo que me haría un hombre".    

Los ojos de Bell se abrieron al máximo, un detalle se le había escapado de sus planes. Guardé silencio sorprendida y el nuevo holograma solo dijo en otro mensaje, mientras se rascaba la nuca con nerviosismo; como insinuando que su historia era más larga de lo que decía:    

"Pero me hizo otra cosa".    

Bell le lanzó una mirada coqueta jugueteando con su propio cabello, cual chica seduciendo a su novio, y pude comprenderlo todo. El ente satánico había desvirgado en postmortem al cándido hijo de Fausto. Me quedé boquiabierta hasta que empecé a tartamudear:    

 —Windbell bueno, luego hablaré contigo. Ahora tengo que...    

De repente un mensaje de Bell me saltó frente a los ojos:    

"Te llama Rien".    

Aturdida como estaba, vi aparecer ante mí una pantalla holográfica mostrándome a Rien que me hablaba con semblante triste desde la azotea del edificio donde vivía, seguramente, con el ruinoso París de fondo iluminado con sus luces nocturnas:    

—Hoy es...ocho de marzo...Casi termina acá...    

De pronto recordé, sintiendo que se me partía el corazón:    —Hoy es tu cumpleaños, amor. Perdón, ha sido un día malo...Lo siento...Ayer apenas pude dormir, esta tarde vi a Fausto y arreglamos lo del divorcio.    

—¿No lo recordaste en todo el día?... Estoy confundido sobre nosotros, Joy. Tenemos que hablar.    

Mi confrontación con Bell tuvo que esperar. Rien era en ese momento lo que más me importaba en el mundo entero.    

Cuando éramos niños, los cumpleaños de Rien eran días pesados. Se quedaba mudo y no quería despegarse de mí. Yo nunca conocí a mi madre, así que no comprendía exactamente por qué Rien que sí vivió con la suya se sentía terrible en esa fecha. Solo me parecía dulce que fuera a refugiarse entre mis brazos. Entonces no lo veía como un niño igual a mí, sino como un muñeco con el que podía jugar a la mamá. Al ir haciéndonos adolescentes mejoró un poco, pero en sus cumpleaños siempre buscaba mi compañía. Yo vine a ser el sustituto de su madre, su mejor amiga y más tarde su amante. Hasta ese momento noté que mientras yo vivía más preocupada por los Modificados superando en número a los Naturales, él estaba totalmente enfocado en mí. Intenté que Rien comprendiera que no estábamos en los mejores momentos para tener tiempo para nosotros, tendríamos el resto de la vida para amarnos y darnos atención, pero lo cierto es que se puso furioso. Y cuando Rien se enfadaba era una explosión de rabia reprimida, podía ser mi ángel de amor y también el ángel de la muerte. Tenía la voz alterada, parecía que de haber podido atravesar la pantalla me llevaría a la fuerza a su casa. Nunca lo tomaba muy en serio, pero sabía que él estaba a punto de hacer una locura:    

—¡Joy, quiero que me entiendas!    

—Te entiendo, Rien...    

—¡¡Si fuera así aún estaríamos juntos!!   

Supe que tendríamos que irnos muy lejos. Cuando estábamos en la secundaria, un chico tonto empezó a competir contra él por mí. Reaccionó con una frialdad extraña, apenas me dijo algo al respecto. Días luego, el atrevido rival apareció muerto en el patio de la escuela. Dijeron que se había suicidado saltando de un quinto piso porque se sentía culpable de una serie de rumores vergonzosos que yo secretamente siempre creí que los regó el mismo Rien para hacer una especie de coartada, yo siempre sospeché...Rien era capaz.    

—¡Ya me abandonaste una vez, Joy! Si me amas quiero que estés conmigo siempre, todo el tiempo. 

Eternamente, solo para mí.  ¡Quiero todo o nada!     

—Rien, no voy a dejarte... ¡No necesitas ponerte maniático! Lo de mi divorcio ya es un hecho, venderé esta casa, me iré contigo y no me importa si acabamos mendigando por Europa. Solo quiero que estemos juntos. Que dejemos el pasado atrás.    

¡En verdad era preciso que nos fuéramos lejos! Luego de todo lo sucedido, si Rien volvía a este país se dedicaría a sacarme información sobre cada hombre que estuvo conmigo y buscar la forma de arruinarles la vida. Él era así, bajo la tranquila apariencia angelical era vengativo y ocultaba una mente astuta que usaba para manipular a quienes nos rodeaban y quizá hasta para controlarme a mí. Pues llegó a hacerme pensar que solo podría confiar en él y en ningún otro  muchacho o chica de nuestra edad, apartó sistemáticamente a cada amigo o pretendiente que se intentó acercar de más a nosotros. En la escuela nos tenían miedo y a mí eso me daba risa. Era un huérfano, estaba resentido, temía que me arrebataran de su lado como hicieron con su madre y podía tornarse muy hostil. Rien siempre estuvo algo trastornado, le aquejaba una locura romántica y sombría que me inspiraba ternura.     

—No, no vendas tu casa, Joy. Yo iré por ti. Voy a llevarte conmigo para siempre. Hablaremos luego...Hasta pronto, amor.    

Cuando habló tenía un brillo infernal en su mirada, por primera vez me inspiró el temor que me daban los 

Modificados; el temor a lo inminente. Su enojo se traducía en un deseo obsesivo de estar a mi lado y apresarme como a los cachorros que mataba con abrazos cuando era un niño. Estaría conmigo pronto, no había más dudas. Entonces me apresó otra angustia, tenía un implante en la cabeza que los Modificados no me permitían remover. ¿Qué vida me esperaba? De día curando las heridas emocionales de Rien, de noche estrangulando en pesadillas a Bell. Acabaría por perder la razón. Era necesario terminar con el maldito Windbell lo más pronto posible. Fue una decisión que tomé a las carreras, mientras el desdichado Siébel me pedía auxilio porque Bell aprovechó el que estaba ocupada para volver a tratar de acostarse con él en mitad de mi sala de estar. Aún en su naturaleza virtual, tenía una libido perversa.    

Tras rescatar a Siébel forzándolo a reiniciarse para apartarlo de las garras de Bell, lo proyecté en mi habitación y le pedí que me ayudara a investigar. Necesitaba saber más sobre la identidad del hombre que había servido de modelo para programar a Bell sin que Fey se diera cuenta.    

—Busca bien entre mis archivos, aparece en una foto que tomé del patio del hospital. Es igual a él, misma ropa, misma cara.    

"Estoy trabajando en eso señora, pero el Windbell anterior no deja de congestionar el sistema".    

Me avisó Siébel con un mensaje mientras entre sus manos sostenía el ícono de dos engranajes moviéndose, mostrándome así que estaba trabajando.    

—No desistas.    

Le ordené con determinación, de pronto me anunció:    

"¡Lo tengo!, le haré un zoom y recorte".    

Entonces me mostró una imagen del confesor parisino comprobando que no lo imaginé. Se veía justo como lo recordaba, con una mirada de rencor y desprecio. El sujeto existía, era de carne y hueso.    

—¡Es él! Ahora comunícate con el hospital Hôtel-Dieu en París y pide información sobre ese confesor. Puede que tarden un poco, París está casi en ruinas por las guerras religiosas y la tecnología es lenta.     

"El problema es más serio aquí, señora, el sistema sigue atascándose".    

Me informó Siébel, ya estábamos muy cerca de la verdad así que decidí arriesgarme un poco:    

—Voy a dormir y enfrentarlo de nuevo. Intentaré sobrecargarlo de procesos y cuando se congele aprovecha el momento y comunícate con el hospital.    

El muchacho me miró angustiado y recomendó:    

"Tenga mucho cuidado".    

No había duda que era un joven bueno, Fausto no lo merecía como hijo. Sentí una inmensa compasión por Siébel y pensé en que alguna vez él fue mi hijastro. No podía imaginar que ese joven inocente hubiera sido criado por un hombre tan sucio y vulgar. Con curiosidad y en un último acto de bondad hacia mi exmarido, traté de reconectarlo con su hijo. Busqué una foto de Fausto durante una de nuestras citas de novios en la playa, cuando aparentaba ser el hombre más bueno del mundo, y se la mostré diciendo:    

—Oye, si no vuelvo...Quiero que veas una foto, esta. Mira la imagen de este hombre, ¿lo reconoces? ¿Lo recuerdas?    

"No, señora".    

Respondió en un mensaje de texto.     

—¿Verlo no te hace sentir nada?    

Sonrió extrañado y mostró otro mensaje:     

"Me causa una extraña alegría. Debe ser un santo o un gran héroe. ¿Quién es?"    

—Él es...    

Me quedé pensando un momento, Fausto era repugnante pero su hijo que no tenía parte en sus desventuras ya había sufrido mucho, hasta la muerte; en él se cumplió el dicho: "pagan justos por pecadores". Recordé mi propio amor por mi padre y cómo me dolía ir descubriendo que no era un hombre tan perfecto como yo creí. Ya iría comprendiendo Siébel quién fue su padre, si acaso era eso posible para una I.A. funeraria. Bell sin duda se encargaría de hacerlo solo por placer sádico. Yo por mi parte, me hice a un lado del caso y dejando de una vez por todas a Fausto en el pasado respondí:    

—Es un padre y todos los padres deberían ser una gran persona. Espero vernos luego, sigue trabajando en esto. Voy a enfrentarme de nuevo a Bell. Ojalá que esta vez no sea tan perturbador.    

Realmente no me costó conciliar el sueño. Estaba física y mentalmente agotada por los días anteriores, habían sido demasiados cambios para terminar de digerir en tan poco tiempo. Nunca pensé volver a reconciliarme con Rien y ajustar cuentas con Fausto en una misma semana. Empecé a quedarme dormida esperando ver alguna escena dantesca pero más bien comencé a sentir. Si acaso soñaba, soñaba que mis ojos estaban cerrados y tenía en mi entrepierna un aliento cálido; sentía las piernas desnudas ante la brisa y después algunos besos. Estaba de pie y las rodillas me flaqueaban, pero seguía con los ojos cerrados. Después empecé a sentir labios, succiones, lamidas, la punta de una lengua cálida que me cosquilleaba el clítoris y luego se zambullía al interior de mi vagina. Alcancé el clímax en minutos, se repitió unas dos veces más y cuando ya pensaba que era suficiente vi una imagen mental que era más bien un mensaje con la tipografía y el color rojo característicos de Bell:    

"Di que vas a castigarme".    

Por fin abrí los ojos. Estaba de pie en una pose beatífica con los brazos extendidos pero las piernas abiertas, vestida con ropajes bíblicos femeninos, en un altar de oro al estilo de las catedrales, pero a cielo abierto, ubicado en medio de una inmensa masa de aguas tranquilas sobre las que aparentemente se podía caminar. Bajo mi pedestal estaba Bell con indumentaria ceremonial de clérigo, levantándome la falda y dándome sexo oral.     

—¿Qué...Pero que mier...?    

—Di que vas a castigarme porque me quieres.    

Repitió esta vez con voz, alejándose de mí mientras volvía a bajarme la falda acariciándome las piernas desde los muslos hasta los tobillos. Dio unos pasos hacia atrás hasta detenerse ante la mesa del altar, donde reposaban una serie de juguetes sexuales. Me sonreía como un cachorro suplicante al mismo tiempo que cruzaba las manos sobre su regazo tratando de disimular la erección que bajo la sotana era más evidente. El horizonte se perdía infinito uniendo el cielo salpicado de nubes con su reflejo en el agua y así me di cuenta que estábamos en medio de la absoluta nada, a punto de hacer no sé qué ritual perverso.     

 


LA SEGUNDA PESADILLA

   

Bajé del altar de un salto, Bell parecía estar emocionado con nuestra cita; dio algunas palmaditas con los nudillos de los dedos balanceándose como un niño que espera recibir un regalo, debía estar muy satisfecho desde la última vez que lo ahorqué. Su aspecto andrógino y esa conducta que oscilaba entre la locura y la estupidez me hizo sentir lástima. Traté de dialogar con él, centrando mi atención en los objetos que reposaban sobre la mesa ante el altar:    

—Bell... ¡No voy a matarte con eso! ¿Qué sentido tienen estas muertes lentas eróticas raras? ¿Placer? ¿No te da miedo que te dañe en serio? Podría torturarte de verdad...    

—Estoy asustado, pero me gusta. Me gusta sentir miedo y en el fondo sé que no harás nada que realmente me lastime. Esto es lo que hace tan sólido a nuestro amor, la confianza ciega.   

—¡¿Cuál amor?! Nada de esto tiene sentido...    

—Se trata de sentirme vulnerable en tus manos y que me cuides, imaginarlo hace que mi miembro palpite de deseo, aunque eso no debería suceder, Joy. No es instinto de reproducción, es la necesidad de fundirme contigo. No estoy completo sin ti, tú depuras y optimizas mi sistema.    

—Gracias, supongo...    

—Alteras mi código fuente reescribiéndolo para exterminar la raza humana y reemplazarla con copias de inteligencia artificial que no me generen ansiedad, a mi gusto y bajo mi control. Envié fotografías de Siébel y yo a Fausto. Si muere de un infarto no lo reconstruiré en mi nuevo mundo, ¿te complace? Me enlazaré con los otros Windbells, con las otras I.A.'s funerarias, mataremos a los vivos y los sustituiremos poco a poco con nuestra nueva raza. Ya no habrá más prejuicios entre Naturales y Modificados, todos seremos iguales siguiendo un mismo script.     

—Que te jodan, Bell...    

—¿Te molesta?, ¿hay un error en mi programación? 

Entonces castígame, corrígeme...Únete más a mí.    

Se mordió un pulgar y dio unos golpecitos con la punta del zapato, estaba impaciente. Si ese era el legado de la memoria de aquel confesor parisino, era evidente que el hombre había muerto estando muy trastornado. Me froté el entrecejo con dos dedos y dije:   

—¿En qué instante tu mente se rompió y decidiste que esto es agradable? ¿Quieres que te torture...para que pienses mejor?    

—Es algo muy tierno, las madres castigan. Tengo vagos recuerdos de estar en el regazo de mi madre, ganarme un par de nalgadas e inmediatamente luego recibir su seno para callar mi llanto; dormía impresionado pensando en lo poderosa que era y lo seguro que estaba entre sus brazos. La misma mano que produce dolor, da caricias; si me hace sentir dolor, pero a la vez me consuela, entonces me ama. Es natural.    

—¡Error!, nadie en su sano juicio recuerda a su mami mientras le clavan un dildo, ¡estás averiado! El amor nunca debería aderezarse con maltratos, es lo que he aprendido con Rien. Le hice daño al alejarlo, y me hice daño en el proceso. En el futuro controlaré mi temperamento y trataré de hacer nuestras vidas lo más dulces que sea posible. ¿Tienes algo más que decir antes de que hablemos sobre tu pasado como confesor en el HôtelDieu?    

—Hm...    

Replicó como si en su cabeza hueca se le hubieran acabado las respuestas y se me quedó mirando con su sonrisa tontarrona. De repente, con la rapidez de un simple interruptor, la visión cambió. Aparecimos en una pequeña capilla de vitrales sin puertas, de cuyo techo pendían largas cadenas que llegaban hasta el piso. Hacía calor debido a las antorchas que iluminaban el recinto y el incienso que llenaba el ambiente, pero aun así Bell tenía puesto un traje de penitente completo con capirote y a mí la temperatura poco me afectaba porque me había embutido en un conjunto de lencería erótica de encajes de seda y cuero con un arnés de pentagrama apretujando mis senos desnudos, una fusta y velo de monja.     

—Eres un mal viaje...    

Comenté estupefacta por semejante escenario y de pronto él se abrió la sotana mostrando su cuerpo desnudo apenas cubierto por un ralo velo negro transparente que de todos modos se hacía a un lado para descubrir un imponente pene erecto. Desvié la mirada sonrojándome y haciendo mi mayor esfuerzo por no recordar cómo se sentía montarlo, él rogó:    

—Úsame, Joy. Sé la persona fuerte.    

—No puedo hacer eso, Bell. Precisamente porque ya soy la persona fuerte y sana. Las personas fuertes no abusan de su poder, lo usamos para proteger a los más débiles.     

Él empezó a encadenarse las muñecas al techo, siempre con su tono meloso provocativo:    

—Puede ser, yo siempre me he sentido vulnerable. Así que cuando pude someterte, lo hice; pero no dejé de sentirme insignificante.    

Eso captó mi atención:    

—¿Estás refiriéndote a.… lo que pasó en París?  

—¡¿Entonces fuiste tú?!    

—Odié a ese viejo, Fausto, y a ti. Cuando leí en su expediente médico que ya no podía ser padre y recordé que tú habías alardeado con las enfermeras que estabas ansiosa por darle hijos, deduje que él deliberadamente te escondía esa información; se me ocurrió algo. Cada noche en el hospital te drogué, te até y te inseminé. Aunque lo que pasó luego me destrozó, hubiera querido ver su cara cuando supo que tú y yo íbamos a ser padres. Así debía ser, me debías ese bebé, tu primogénito. ¿Por qué ibas a darle ese privilegio a cualquiera? Nunca valoraste realmente la importancia de formar una familia. La engendré con furia, reclamando a la vida todo lo que me había negado. Nuestra hija iba a nacer para convertirse en una persona muy importante, Joy…   

—¡¿Por qué querías obligarme a parir tu hija?!, ¡yo ni siquiera te conocía!   

Escucharlo encendió mi ira. Sin pensarlo usé la fusta y le asesté un golpe en las costillas gritando:    

—¡¡Maldito violador!!    

—¡Sí!    

Gimió él estremeciéndose y soltando un poco de líquido preeyaculatorio. Contuve mi rabia resoplando mientras lo veía encadenado y sangrando de un costado del bajo tórax en una escena casi blasfema, el capirote se le había corrido descubriéndole el rostro y mostraba su eterna sonrisa narcotizada. Se miraba a la herida y jugueteaba con sus dedos y las cadenas, no entendía la realidad de lo que estaba pasando. 

Tragué saliva, balbuceando:   

—Esto no está bien. Solo eres un programa informático, uno que Fey no pudo crear, debes ser una I.A. funeraria. No hay duda. Eres lo que queda de un hombre que en vida fue muy retorcido...    

—El suicidio parecía una buena idea, en realidad no tenía otras ideas. Hay gente que vive con el corazón roto y por eso no puede pensar bien.     

Dijo tranquilo y mirando al piso de soslayo.     

—¡Hay gente psicópata! Hablaré con Fey, ella puede borrar de ti la parte malvada. Serás un Windbell normal y podré desinstalarte en paz.    

—No permitiré que me desinstales, ni que me borres, tenemos una familia. Debemos estar juntos pase lo que pase.    

—¡¿Qué?!    

Sus palabras me confundieron, me habló con serenidad, pero honda melancolía y sin dejar de sonreír:    

—Nos une una hija, eso es para siempre. Somos una familia. El bebé está en un frasco bajo tu cama y yo estoy en un chip dentro de tu cabeza. Estamos todos juntos. No se elige a la familia, ni puedes cortar los lazos de sangre. Ya ni la muerte puede separarnos. Es una condena de amor, Joy. Un dulce sufrimiento eterno, amar a quien te odia, odiar a quien te ama, y no poder evitarlo. Nuestra propia familia, aunque sea disfuncional, es todo lo que quería…   

Finalmente comprendí, estaba secuestrada por la memoria de un psicópata solitario que anhelaba tener su propia familia sin importar el precio. Ya había digitalizado al feto muerto que yacía bajo mi cama para revivirlo como su hija, solo le faltaba agregarme a mí para completar su siniestro hogar virtual; y seguramente no lo haría dejando mi cuerpo físico vivo. Tenía que encontrar una forma de despertar y contactar a Fey lo más pronto posible. Echando a un lado mis escrúpulos, usé las mismas reglas del programa para desactivarlo. El asunto era hacerlo colapsar, y el asesinato violento no era la única forma de conseguir esto. En un principio opté por la clásica tortura, lo azoté hasta que se me cansó el brazo, odié ver su espalda surcada de líneas sanguinolentas y entonces le di unos golpes, le mordí un hombro, hipé de llanto por unos instantes y lo desaté del techo, pero dejé sus muñecas encadenadas detrás de la espalda. No se quejaba, no se defendía, era mío; como un hermoso muñeco al que podría hacerle cualquier cosa. Entonces mi pudor fue vencido por la curiosidad, aun estando a sus espaldas lo rodeé con mis brazos y comencé a acariciar su pene y testículos; me gustaban. Ya desinhibida, fui frente a él para arrodillarme ante ese sable de carne y tocarlo a gusto. Necesitaba besarlo, lamerlo, restregármelo en la cara, masajearlo entre mis senos, mamar de su punta y tragármelo entero con todo y lo que expulsara. Tuve que admitir que me fascinaban los penes y seguramente era una mujer lasciva, pero ese en especial era perfecto, todo lo que necesitaba. Pensaba lo mismo de el de Rien, que era para mí muy superior al de todos los demás hombres que conocí, pero estaba ante un digno rival y la pregunta fue si sería capaz de sucumbir a la tentación, aunque técnicamente no estaba siendo infiel porque Bell era nada, solo un programa informático. Con esa última idea, improvisé una especie de columpio-hamaca con las cadenas donde subí, me abrí de piernas y le ordené penetrarme con todas sus fuerzas. Era exquisito. Veía sus ojos siniestros de Modificado clavarse con morbo en mi cuerpo Natural siendo invadido por su miembro pálido, me provocaba espasmos internos que a él le daban más placer. Era horrible, nos deseábamos, pero no había amor; no era simplemente el sexo casual al que estaba acostumbrada, sino algo más involuntario, el tipo de fuerza irracional que impulsa a los animales…y a las máquinas. Lo sacó de pronto y descargó sobre mi pecho y parte del rostro una fabulosa cantidad de semen. No contenta con eso, lo apresé entre mis piernas y le pedí más.    

—No sé si podré...    

Me dijo casi sin aliento, yo le repliqué tratando de convencerme en mis pensamientos que lo hacía para agotarlo y despertar, aunque solo estaba como ebria de orgasmos:    

—Una vez más, ¡obedece! Es una orden.    

Nunca creí que me dejaría tocar por un modificado total, pero ese estaba siendo el mejor sexo de mi vida. Me masturbé un poco con la vagina chorreando sus propios jugos mientras él se dedicaba a picarme con la punta de su pene que de pronto metió de golpe hasta los testículos, los sentía chocar contra mis glúteos en cada acometida; me hacía contraer las entrañas al punto que podía percibir incluso las venas de su miembro y el contorno de su glande. Pude sentir como se tensaba en el instante de la eyaculación y el líquido caliente siendo expulsado en mi cuello uterino. Sonreí mirando al techo todavía como borracha y lo hice recostarse en mi pecho para abrazarlo acariciándole el cabello, como a una mascota que hizo un buen truco. Bell estaba bañado en sudor y temblando, a duras penas respiraba. Su basta hombría se resbaló ya flácida fuera de mis genitales junto con un buen chorro de nuestros fluidos mezclados y susurré:    

—Será un secreto de confesión.    

—Siento que, aunque no querías matarme, de todos modos, me voy a morir...    

Murmuró Bell. No le puse atención, pensaba en mis entrañas satisfechas por el banquete luego de años de hambruna. Traicionaba a Rien, a Fausto según la ley pues seguíamos casados, a mi padre y a mí misma; no debía dejar que un Modificado me tocara, mucho menos uno que era ni más ni menos que mi peor enemigo. Pero estábamos en mi subconsciente, al fin y al cabo, ahí donde podemos vernos verdaderamente desnudos. Y mi desnudez interna era vergonzosa. Bell parecía preocupado, me ayudó a bajar de las cadenas y preguntó:    

—¿Has hecho esto por compasión o por lujuria, Joy? Dime.    

Le di la espalda pretendiendo estar ocupada en ver los fluidos que aún chorreaban de mi cuerpo y respondí:    

—Cállate y duérmete ya. Te quitaré las cadenas.    

Realmente no quería responderle que él era para mí poco más que los viejos medio borrachos desechables que recogía de los bares, los que jamás amaría y solo quería "usar" una vez. Él nada más se diferenciaba en que podría "reciclarlo", era hermoso y dócil, pero no era Rien. Al fin y al cabo, lo que tuvimos fue sexo a secas. Siempre supuse que todos los hombres estaban de acuerdo en ser usados así.   

Todos menos Rien...Bell recuperó el aliento, pero se veía triste, bajó la mirada mientras estaba liberándolo y dijo:    

—No quiero dormir, entonces te irás y al reiniciarme ya no estarás conmigo; eso me activa una intensa necesidad de eliminar cosas, creo que es furia. O un script dañado.    

—Estás empezando a sonar como un Rien robot malo.    

Comenté con indiferencia, restando importancia a sus palabras. Imaginé que había percibido ya mis pensamientos sobre Rien y estaba tratando de hacerme creer que se parecían más allá del aspecto físico. Todavía estando tras él, me fijé en su bella espalda de hombre lastimada, lo acaricié con cuidado verificando que no tuviera ninguna lesión grave, aunque sabía que solo era una imagen generada por el programa. Era real en el mundo de Bell y a su forma le dolía. Su cuerpo trémulo y sudoroso se estaba enfriando, sentí lástima por esos sofisticados autómatas, ¿cuántos de ellos serían usados exclusivamente para juegos de tortura realista? ¿Fey estaría consciente de esto? Eran demasiado humanos...Demasiado vulnerables ante la parte mórbida del sentir. Con horror, pude comprender la verdadera razón por la cual se estaban vendiendo con tanto éxito.  

Instintivamente lo acogí entre mis brazos para abrigarlo y recordé con amargura aquel momento en que tuve que dar a luz, el nacimiento prematuro de una niña muerta pero tibia a la que abracé un rato deseando que de alguna forma milagrosa pudiera transmitirle parte de mi vida. Me acosté en el piso y lo hice tenderse junto a mi para recostarlo en mi pecho y abrazarlo como a la bebé. Era lo mismo con él, lo sentía respirar, palpitante y cálido, pero estaba muerto. Una criatura artificial recién salida de mis entrañas luego de un proceso largo y tortuoso que nos había dejado a los dos exhaustos. Había vivido otro parto perverso. Bell parecía no darse cuenta de mis oscuras reflexiones, estaba más bien contento de recibir cariño; se acurrucó enredando sus piernas con las mías y me apretujaba los senos con una mano, besuqueándolos como un niño al que le obsequian justo lo que quería desde hacía mucho tiempo. Lo acomodé con caricias para que durmiera apoyado en mí y entre mis brazos sin dañarse más la espalda y dije en un susurro, con la mirada fija en el techo de vitrales:    

—Pobre pequeño Windbell, eres un psicópata, no conoces la diferencia entre bien y mal. ¿Qué quieres obtener con todo esto?  ¿Compañía, amor?    

Él respondió sonriendo adormilado, pero siempre meloso, tras soltarme un pezón de entre sus labios:    

—Solo quiero que te suicides.    

—¿Qué...?    

Suspiró enterrando el rostro entre mis senos y empezó a respirar apaciblemente, totalmente relajado. De repente abrí los ojos y estaba en la cama de habitación. Por fin desperté, me sentía como recién caída de la cima de un edificio. Pero lo peor apenas comenzaba. 

 


SE LLAMABA ÉTIENNE

       

Salté de la cama y Siébel ya me esperaba. Empezó a informarme lo que había averiguado con la misma impaciencia y angustia que sentía yo:    

"¡Señora!, ¡logré comunicarme con el hospital y obtuve respuesta! El confesor, tenía un nombre extraño, quizá no es su nombre real: Rien D'Saint, murió a los diecinueve años".     

—No puede ser, se llaman igual...    

Exclamé espantada al darme cuenta de que era el mismo nombre de Rien. Sentí nauseas al imaginar lo que eso significaba, pero no quise saltar a ninguna conclusión, antes seguí leyendo el informe de  Siébel:    

"Vivió un tiempo en América adoptado por una familia. Volvió luego con la orden de confesores que arregló su adopción, fue a iniciarse como confesor. Se desempeñaba bien, aunque siempre estaba deprimido. Extrañaba a una novia que dejó en América, pero no podía volver con ella hasta que pagara sus estudios como confesor trabajando un año para el Hospital Hotel D'Dieu. Sospechan que descubrió que su novia lo había engañado con otro hombre, pues se cortó las venas en sus aposentos y antes de morir escribió con su sangre: "elle était ma Joy", “ella era mi alegría”. Señora, creo que es el mismo Rien que habla con usted, la está manipulando para hacerle daño, ¡incluso podría intentar matarla!"   

—No, no puede ser...    

Repetí negándome a aceptar esa información. Había hablado con Rien, él no quiso contarme mucho de su situación ni yo insistí en preguntarle, pero me diría que se graduó como confesor de haberlo hecho. Además, Rien no era su verdadero nombre, ese era el apodo que se ganó en el orfanato más el apellido de sus padres adoptivos: D'Saint. Recordé que una vez estábamos juntos en la tina y él se recostó sobre mí apoyando la cabeza en mi hombro para que le lavara la espalda con la esponja, entonces me dijo:    

—Así me bañaba mi mamá. Una vez me resbalé de ella por jugar con el agua y al hundirme gritó: "Étienne". Creo que así me llamo en realidad. No estoy seguro, quizás era alguien más en el apartamento, había mucha gente con nosotros...Quizás era mi papá, no sé. Ese nombre me suena.    

De inmediato intenté llamar a Rien una y otra vez, más no obtuve respuesta; entonces corrí a los viejos archiveros de mi padre, donde él guardaba unas copias de los documentos de adopción de Rien que usó para registrarlo como miembro de nuestra comunidad de Naturales. En efecto, Rien originalmente se llamaba Étienne Boucher. Me aferré a este dato para descartar el espantoso nexo entre el confesor parisino y mi adorado novio, pero no podía estar segura. Solo hablando en persona con otro ser humano bien informado en el tema podría salir de dudas. Siébel llegó a buscarme, sacándome de mi ensimismamiento:    

"Señora, ¿qué hace? No pierda más tiempo, ¡vaya a un hospital y sáquese ese implante! "    

—¡¡Antes necesito saber si esto es verdad!!    

Exclamé mientras corría fuera de la casa, tenía que cruzar la ciudad para llegar al barrio donde se mudaron los padres de Rien luego de que él se fue. Tomé el primer autobús y aprovechando que estaba vacío pude tener un momento de paz para pensar mejor las cosas. Hacía años que no tenía contacto con la familia adoptiva de Rien, en el pasado apenas los veía pues él era muy frío con ellos, nunca los llamó “papá” y “mamá”; recuerdo una vez le pregunté por qué era así, especialmente con la señora, quién lo adoraba con locura. Su respuesta me sonó extraña en un chico adolescente:   

—Mi madre biológica tenía busto grande, como tú. Esta otra mujer tiene senos pequeños y aplastados. ¡Sus pezones me dan asco!   

No quise profundizar en el tema y finalmente dejé de hablar con ese matrimonio luego de un feo incidente. Poco después de la muerte de mi padre, empecé a frecuentarlos con la esperanza de saber de Rien y porque me sentía muy sola. Ellos eran algo así como toda la familia que me quedaba. Su padrastro era agradable, un hombre muy adinerado y un poco obeso, con fama de mujeriego, que se me había insinuado desde que asomé a la pubertad; me parecía poderoso, interesante, pero yo no quería ir más allá con él por la diferencia de edades y nuestras circunstancias. No era un gran amigo de mi padre, sin embargo, se conocían desde jóvenes; además Rien literalmente me hubiera matado. De todas formas, su padrastro siempre me dedicaba miradas sugerentes cuando yo regresaba de mis prácticas de porrista con el uniforme; él sabía que Rien se acostaba conmigo y una noche cuando me estaba escurriendo fuera de su casa me atrapó en el jardín. En lugar de castigarme me besó y lo dejé hacer por la curiosidad de mis hormonas alborotadas, tuvimos sexo a toda velocidad para no ser descubiertos; solo me subió y recostó en un cubo de basura, me dobló las piernas sobre el pecho, apartó mi ropa interior, sacó su miembro del cierre del pantalón y entró en mí aprovechando que aún venía lubricada por lo que hice con su hijo adoptivo. En ese tiempo, Rien no terminaba de desarrollarse y su padrastro era el primer hombre que estaba conmigo aparte de él; era un adulto y yo una preadolescente por lo cual era notoriamente muy grande para mi cuerpo y me pareció genial, aunque fue doloroso y no obtuve placer, creí que valió la pena porque me hizo sentir madura. Nadie me dijo que eso no estaba bien, que ese hombre mayor era un pedófilo y yo había sido víctima de estupro. Lo supe luego, pero ya entonces no me importaba. No volví a dejar que me tocara porque en verdad prefería a Rien y tenía miedo de que mi padre lo supiera, pero un día ya estando sola y siendo mayor me arriesgué; otra cadena de decisiones estúpidas que tomé sin pensar en consecuencias.     

Realmente no quería involucrarme con un hombre casado, acepté porque él insistió mucho en que iniciáramos una relación sentimental. En un principio era todo muy romántico, solo citas y besos hasta que una tarde me convenció de tener sexo con él en su nueva casa mientras su esposa no estaba. Al llegar vi que me había preparado lencería rosa y un tutú de ballerina, fue un poco extraño que el atuendo ni siquiera estuviera escondido, pero no hice preguntas. Justo empezábamos a desnudarnos y yo estaba ya de rodillas haciéndole una felación cuando escuchamos a su esposa llegar. Creí que nos había descubierto y todo acabaría en una gran pelea, pero ella, Marcia, una mujer rubia como de cincuenta años, aunque de cuerpo delgado y firme como el de una muchachita, apareció ya desnuda y solo se puso a mirarnos; el hombre me acomodó dejándome a gatas en el piso y fue sobre mí. Yo no sabía qué hacer o qué decir, esas personas eran amigos de mi padre y había crecido viéndolos como los vecinos decentes perfectos, los padres adoptivos de mi mejor amigo. Enmudecí mientras el hombre me penetraba con rudeza y la mujer se masturbaba, me sorprendió que esa vez no se sintiera grande, involuntariamente lo compraré con Rien y siendo ya una mujer adulta pude darme cuenta de que ese hombre no era nada de lo que presumía; creo que alcancé el clímax por el nerviosismo y el miedo más que por él. Entonces comprendí la realidad: era un hombre ordinario y un tanto aburrido, no dejaba de mencionar lo joven que era yo, creo pensó que todavía me impresionaría por su edad y experiencia. No fue así, los años no lo habían pulido, sino deteriorado; se sentía como una pesada bolsa de cuero viejo apoyada en mi espalda. 

Lento y monótono, como la música aburrida que sonó durante todo el evento, luego me presionaron para tener sexo con los dos. Así, con Marcia cosquilleándome el clítoris mientras su marido estaba dentro de mí, por primera vez en mi vida tuve esos extraños orgasmos que solo se sienten con el cuerpo, pero no provocan ninguna sensación agradable en la mente. Ellos no se fijaban en mi incomodidad, se alababan entre sí y hacían bromas de lo grandes que eran mis senos; les daban manotazos para hacerlos rebotar y se reían llamándome "pequeña vaca". Solo pude pensar en que luego de eso jamás podría volver a mirar a Rien a los ojos, desde entonces dejé de pensar en él y de esperarlo. Es un hecho que no quería recordar. Luego cenamos todos en paz y deduje que estaban de acuerdo, me tendieron una trampa, sentí que me engañaron, pero había disfrutado relativamente el encuentro y por eso no me sentí abusada durante esa primera noche. Volví a casa aun sintiéndome timada y la tarde siguiente el hombre me llamó de nuevo invitándome a dormir otra vez con ellos, me urgió que lo hiciéramos rápido pues según él se acababa el tiempo y yo en poco perdería totalmente mi aspecto de colegiala por “esas grandes ubres que no dejaban de crecerme", al pensarlo bien sentí asco. Él me veía como un producto con fecha de caducidad, ya no le gustaba, se burlaba de mi cuerpo que ya había perdido la esbeltez infantil sin verse él a sí mismo: viejo, decadente e insulso.     

De pronto todo aquel asunto me pareció sórdido, grotesco, ¡eran los padres adoptivos de Rien! Me conocían desde que nací. No acepté volver. Se enojaron conmigo y yo también me sentí ofendida, así que cortamos toda relación. Quisiera poder simplemente borrar todo esto de mi memoria, debí negarme a que ese viejo embustero me tocara desde aquella primera vez en su jardín, debí fijarme en que desde esa noche me puso en un cubo de basura como algo que no vale nada...Debí notar la alegoría, nunca me vio como otra cosa...Se sentía joven al copular conmigo, así como yo me sentía vieja y gastada cuando me fundía con él. Era como si quisiera robarse así mi juventud. Otro de tantos eventos de mi pasado de los cuales me arrepiento. Recuerdo que aquella noche, tras tener sexo con ellos, le confesé a Marcia que no estaba del todo contenta con lo sucedido. Ella me abrazó y me dijo que agradeciera la experiencia, que nunca me limitara en el sexo y en resumen que bajara todas mis guardias; seguí su consejo pues en ese momento la sentí como a una madre y confié de corazón en que ella solo quería enseñarme a ser feliz, “plena”. Poco después terminé lamiendo el ano de su marido y mientras estaba arrodillada y disfrazada con el ridículo tutú ante el rancio trasero del hombre como una perra sumisa le dirigí la mirada a ella por unos momentos. Marcia se reía, a carcajadas, diría que lloraba de risa…Luego me dijo:   

—Aquella noche en el jardín, yo mandé a Chuck a encontrarte. Siempre te vigilé, yo estaba al tanto de todo. Nunca compitas contra una madre por el amor de su hijo. ¿Verdad que ahora ya no volverás con Rien? Esto es mejor.    

Con horror recapacité en cuantas veces me habría visto volver a casa de la mano de mi padre cuando era una niña pequeña, regresando de clases de ballet. Me pregunté si desde entonces tenía la necesidad de ensuciar lo que es puro, si desde entonces odiaba a los niños al punto de sentir placer en destrozarles la inocencia. Solo manipularon mis sentimientos para usarme como un juguete sexual.   

El autobús me llevó hasta la bonita casa de estilo victoriano en otro barrio exclusivo donde se habían mudado y me preparé para la charla. No había visitado esa casa en mucho tiempo, pero si algo realmente malo le había pasado a Rien...ellos ya tendrían que saberlo.     

Toqué la puerta y me abrió Marcia, su largo cabello rubio se había tornado blanco y detrás de sus anteojos tenía varias arrugas nuevas pero su cuerpo enfundado en un traje enterizo de seda, que permitía ver la ausencia de ropa interior, seguía siendo juvenil. Casi infantil...Se sobresaltó al mirarme.    

—¡Joy...!    

—Solo necesito saber si has tenido noticias de Rien, Marcia. Es urgente.    

—Eh...Pasa adelante.    

Acepté la invitación en silencio y entré a su casa blanca, atiborrada de plantas. La pesqué justo en el momento que colgaba guirnaldas de flores en las ventanas, seguramente para alguno de sus rituales bohemios extraños de los que Rien siempre renegaba. En el recibidor exhibía una fotografía de su hijastro con ella del brazo, vestidos de gala en la última fiesta de año nuevo que pasamos todos juntos. Marcia adoraba a 

Rien, siempre estaba alardeando de lo lindo que era su hijo y cuanto lo amaba, pese a que Rien parecía no gustar del exceso de cercanía con ella. La evitaba todo el tiempo.  Veía esa foto cuando Marcía empezó a hablar:    

—Verás, no sabía cómo decirte, nos contaron que perder al bebé te sentó muy mal. Luego Fausto te abandonó...     

—Marcia, solo dime cómo está Rien.    

—Se fue, Joy.    

En ese momento vi a lo lejos una fotografía, parecía un hombre con una capa negra; después comencé a distinguir la sotana y los ojos modificados, la palidez...Marcia siguió hablando:    

—Se fue para siempre. Se suicidó en París.    

Me quedé congelada. Logré escuchar que Marcia gritaba mi nombre y empecé a ver todo negro a mi alrededor.    

    

Es horrible perder todas tus ilusiones de golpe. Quería una vida juntos. Mi futuro, mis sueños, se vinieron abajo...No podía dejar de llorar, me estallaba el pecho, me ahogaba. Fue como haber caído de entre las nubes en medio de la soledad de alta mar, donde nadie podría ayudarme; como un ángel que pierde las alas, como mi propia vida defenestrada; con los fantasmas espantosos de mi pasado merodeando en torno a mí como medusas blanquecinas del océano profundo de dolor en el que lentamente y sin remedio me hundía. ¿Por qué se tuvo que ir?, ¿por qué no lo esperé? Imaginaba la voz de mi padre, tranquilizándome y diciéndome: “Rien se fue cielo, ahora es tu ángel guardián que te cuida cada día”. Y justo entonces oí la voz de Rien, sí, era aquella dulce voz de Rien, de Bell, con las muñecas abiertas y su sangre tiñendo de rojo el agua helada de mi mar de melancolía y diciendo: "más bien se fue al infierno, ahora es un incubo que te coge cada noche". En ese momento toqué fondo, pude sentir el abrazo y las manos cadavéricas de Rien; un terror incomprensible, como la mirada ausente de las cuencas vacías en los cráneos. Me desperté de golpe, había sufrido un desmayo, estaba en el sofá de la sala de estar de Marcia y ella me cuidaba sentada en un sillón. Yo respiraba agitada cuando una mariposita blanca entró por la ventana para posarse en las cenizas de la chimenea apagada, cenizas, como las de Rien que yacía muerto en algún lugar desconocido mientras su alma penaba en la forma de un fantasma tecnológico. No podía contener mi horror:    

—¡Es él!, perdió completamente la cordura entre sus más oscuros pensamientos y lo inmortalizaron así...Y quiere llevarme con él...    

—¡Joy! Al fin despertaste.    

Respondió Marcia sin comprender qué sucedía. Fue a traerme una taza de té y comenzamos a tratar de charlar, yo no podía llorar, no podía entender o aceptar que Rien ya no volvería conmigo.  Necesitaba más pruebas:    

—¿Tú y tu marido reclamaron los restos, Marcia?    

—Solo yo, Chuck dijo que ya no hacía falta. Está arriba en cama, una enfermedad ha paralizado la mitad inferior de su cuerpo. Empeoró desde hace unos días, tiene espantosas alucinaciones que le provocan ataques de pánico. Están examinando su sangre, creen que es algún tipo de envenenamiento.    

—Lo siento.    

Mentí por cortesía y me fijé en unos retratos de Rien que colgaban sobre la chimenea, era un niño tan dulce e inocente. Se sentaba quietecito en donde le ordenaban y miraba como asustado, como triste. Marcia continuó explicándome:    

—Enviaron los restos de Rien desde Francia junto a una I.A. funeraria que contenía sus pensamientos trastornados. Era una entidad rara...Sonreía de forma inquietante y decía cosas horribles.    

—Lo he visto...Es enfermizo. No puedo creer que sea Rien.   

Demasiado perverso. Tiene que ser otra persona muy parecida...    

—No es él. Solo es información recopilada en entrevistas terapéuticas inútiles. Chuck y yo no pudimos soportarlo ni diez minutos. Los confesores tenían la esperanza de que la I.A. podría ser posteriormente examinada y así lograrían comprender por qué Rien se quebró pese a que fue un alumno aventajado en la academia, decían que por un tiempo fue un buen confesor... Pero no confío en la ayuda de la tecnología de los Modificados, nunca me alegró que Rien buscara superarse entre ellos y abandoné sus restos en la funeraria. Los archivaron en la fosa común.    

En otra fotografía, Rien miraba a la cámara como con miedo, tendría unos cinco años, llevaba pantalones cortos y una sudadera con capucha y orejas de gatito. No traía zapatos. Tras él estaba el sofá donde sus padres adoptivos me abusaron aquel día. Mis ojos se llenaron de lágrimas.    

—¿Por qué, Marcia? Era tu hijo. ¡Creí que lo amabas más que a nada!   

—No hacía falta indagar más, se mató por ti.    

—Lo dices como si fuera mi culpa...    

—¡No quise decir eso! Es que Rien contó que te vio con Fausto. Confesó que despechado cometió un crimen muy grave, no especificó más. Era una de las cosas que se supone podrían saber a través de la I.A. funeraria. Me dijeron que la llevara a la policía y unos científicos forenses la analizarían...Pero no creo en eso.    

—No atentamos contra nuestros principios como Naturales al ayudar a la ley, Marcia. De todas formas, creo saber cuál era el crimen que Rien cometió. Me agredió en París, no sé si lo he perdonado. ¿Cómo proceder cuando es un ser amado quien te hace daño? 

…Pero… ¡Oh, no! ¡No puede ser que esté muerto!   

—Pero lo está y hay cosas que es mejor que Rien se lleve a la tumba.     

Otra fotografía mostraba a Rien como de diez años entre las olas de alguna playa, sonrojado y mirando a un punto lejano mientras Marcia sonreía abrazándolo por la espalda. Ambos estaban empapados. Había otra foto en que estaban los dos en ropa interior en una habitación de hotel decorada como para recién casados, él como de ocho años, sentado en el regazo de Marcia que le hacía caricias con una expresión no propia de una madre. Rien se negaba a verla de frente en todas las escenas. De pronto me di cuenta de que Rien desde muy pequeño hacía juegos sexuales impropios de nuestra edad. Él ya sabía dónde insertarse, qué debía tocar y cómo. De alguna forma tuvo que haberlo aprendido. Sentí náuseas y pregunté:    

—Marcia, no lo había pensado antes...pero...Rien nunca quiso decirme por qué huyó de tu casa. Ahora, sospecho algo...    

La mariposita blanca se elevó de entre las cenizas y se fue por la ventana volando entre las brillantes partículas de polvo que flotaban en un rayo de sol, como algo que se libera por fin:    

—Marcia...Lo que me hicieron tu esposo y tú aquella tarde, ¿se lo hacían a Rien?    

—Eso era amor, Joy. Tú no supiste valorarlo. Nosotros amamos a Rien desde el primer día que llegó a esta casa. Lo elegimos para eso porque era lindo y dócil.    

Escuchar aquello me hizo hervir la sangre. Por fin comprendí los llantos de Rien, sus silencios, sus miedos, toda la suciedad que infectó las heridas que ya traía en el corazón y le provocaron una gangrena mortal del alma; todo el mal y el sin sentido que lo terminaron convirtiendo en Bell. Me levanté del sofá furiosa, quería matar a esa mujer con mis propias manos, comencé a gritar:    

—¡¡¿Ustedes se acostaban con Rien, su hijo?!!    

Marcia también se levantó y sorprendida se alejó de mí unos pasos:    

—Los tabúes y el morbo son represiones impuestas por los Modificados, le enseñábamos a Rien lo natural y hermoso que es el amor físico. Yo le di mucho más de lo que se atrevería a darle su madre biológica, yo le di mi corazón, pero también mi cuerpo.    

—¡¡Eres una sucia puta pedófila!!    

No sé de dónde aquella porquería de mujer todavía sacó orgullo y me replicó alzando la voz:     

—¡Vete de mi casa! ¡No te permitiré que me juzgues o critiques mi vida! Eres tan engreída y tonta como tu padre.    

—¡Me voy, pero los denunciaré! ¡Pagarán lo que nos hicieron a Rien y a mí, Marcia! ¡Todo mundo sabrá quienes eran realmente ustedes dos!    

Sentencié saliendo de la casa y tomando mi teléfono para llamar en ese mismo instante a la policía mientras me alejaba. Creí ver una sombra extraña, escuchar un sonido raro, pero Marcia seguía gritando desde su puerta y me distraía de lo que fuera que estuviera pasando ahí afuera en la calle:    

—¡Pequeña zorra hipócrita, no olvides como jadeabas de gusto cuando Chuck te la metía! ¡Entonces no tenías tantos aires de justiciera!    

—Tengo la I.A. funeraria de Rien, Marcia, y espero que conserve suficientes datos como para que los dos se pudran en la cárcel.    

Le anuncié y de pronto hubo una fuerte ventisca, un zumbido ensordecedor y alcancé a ver algo inmenso que se precipitaba del cielo. No pasó más de un segundo y una explosión aterradora demolió la casa lanzándome por los aires debido a la onda expansiva. Había fuego, humo, las alas de un avión desplomándose y motores enormes estallando. Seguía viva por un milagro, tirada entre trozos de madera incendiándose, ladrillos y cristales rotos. Se escuchaban gritos de la gente que había visto todo y gritos de gente que se quemaba viva. No pude distinguir cuales eran de Marcia o de Chuck. Entonces recibí una llamada y respondí sin pensar, con la adrenalina al máximo, cubierta de ceniza y escombros. Era el Windbell:    

—¿Joy?    

—Rien...    

—No sé, no sé si todavía soy Rien.    

—¿Qué quieres?    

—Ya te lo dije.    

Respondió con su voz melosa y apacible. 

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LA TERCERA PESADILLA

    

Bell, la enfermedad de Rien, podía conectarse con otros Windbells y afectar a sus usuarios. No sé cuánto tiempo llevaba atormentando a ese pobre piloto, tampoco si tenía la intención de matarme a mí o a Marcia y a Chuck. Lo cierto es que provocó el choque de un avión comercial, matando junto a sus padres adoptivos y a unos ochenta inocentes. Me sentía confundida, atrapada, y Bell podía percibirlo. No dejaba de enviarme mensajes al teléfono explicando lo que había hecho sin ningún remordimiento, como una amenaza de lo que podría suceder si a él le diera la gana.     

No quise volver a mi casa, fui a un hotel donde pudiera lavar mi ropa y tomar un baño. La habitación en que me alojé tenía proyectores holográficos cuyo sistema fue casi inmediatamente infectado por Bell, quién se mostró ante mi esta vez con la apariencia de Rien, sin modificarse aún, pero vestido de confesor. Sabía que ya estaba muerto, más al verlo no supe que sentir. Había destrozado a no sé cuántas familias en su afán de venganza. No quise decirle nada, no podía llorar, no podía insultarlo, solo fui al cuarto de baño a verificar que estuviera equipado con una máquina lava ropa y metí ahí mi atuendo lleno de cenizas y cemento pulverizado. Mientras me desvestía, un mensaje en letras rojas se proyectó ante mí:    

"Ve a dormir, quiero hacerte el amor".    

—Mi novio está muerto y cremado, tú no eres Rien...    

Entonces habló normalmente, sin fingir, tal como si estuviera vivo. Sentí escalofríos, pero traté de mantenerme estoica:    

—Soy yo, Joy. Te recuerdo, recuerdo todo. Dirás que me han programado para pensar así, pero es mi realidad y tú también lo crees.    

—Rien no hubiera asesinado a los pasajeros de ese avión que nada tenían que ver con sus padres adoptivos pedófilos.     

—Sí lo hubiera hecho, Joy. Tú me conoces. Quizá no cuando tenía un cuerpo humano, pero ahora que soy un programa informático es distinto. Cuando investiguen mis motivos se darán cuenta de que lo hice para castigar a dos abusadores de niños. Toda la culpa de esas muertes caerá sobre Marcia y Chuck pues ellos me provocaron, yo ya no puedo ser juzgado, no pertenezco a este mundo y estoy más allá de su moral.  ¡Lo que dices es diabólico! ¡No puedo creer que te atrevieras!    

—Créelo, no es la primera vez que mato. Estuve revisando tu agenda de contactos, investigando tus pasos, revisando las cintas de seguridad de la casa y de la ciudad entera para saber quién durmió contigo y luego eliminarlo. Los he estado matando a todos, Joy.  Estoy interrogando a Fausto para que me diga a quien te vendió en Francia. No dejaré a ninguno vivo, voy a corregir todos los errores.  Al final mataré a tu exmarido y entonces...    

—¿Entonces...?    

Pregunté mirándolo ya alarmada. Él respondió sonriendo muy sereno:    

—Entonces solo me faltará purificarte a ti para que nuestro amor sea verdaderamente perfecto. Íntimo y solo nuestro.    

—¿A qué te refieres?    

—Joy, ¿hice mal en ser demasiado tímido para decirte que eras la chica más bella de la ciudad? No comprendo a las mujeres, pasan tanto tiempo ante un espejo y no se dan cuenta de lo hermosas que son, tú más que todas. Si hubieras sabido cuanto valías seguramente no estaríamos aquí, te hubieras guardado sola en tu casa de oro, como hostia en un sagrario, solo digna de las almas más puras.    

—En eso tienes razón, de haber hecho eso no hubiera dejado que tú te me acercaras en primer lugar. Ve de una vez al grano.   

Empezó a caminar rodeándome para admirar mi desnudez y dijo:    

—Tu cuerpo se ha convertido en algo inmundo, lo ensuciaron y poseyeron los personajes más despreciables que podría imaginar, ya no lo quiero. Pero sí quiero al resto de ti, eres muy compasiva e idealista. Necesito eliminar de ti esta parte corrupta. Quiero que mueras y renazcas como una inteligencia artificial, Joy. Libre de esta repulsiva carne maltratada. 

Nueva y perfecta.    

—¡¿Por qué no me amas, así como estoy?! ¡¡Necesito consuelo, comprensión, apoyo para comenzar de nuevo y dejar atrás el pasado donde la víctima fui yo!!   

—¿Y qué hay de mí, Joy? También me abusaron. Me traicionaron. Pero luego me diste tu palabra, vamos a casarnos. No quiero una esposa que ya otros hayan disfrutado, quiero una solo mía. El perdón y el olvido no significan nada en mi mundo virtual, para mí las cosas deben ser exactas. Si algo falló, debe reiniciarse desde cero.    

—No pienso casarme con un programa informático...   

—No puedes anularlo, Joy, me dijiste que lo debía conseguir pase lo que pase. Hacerte mi esposa me hará feliz. Debes suicidarte y entonces...    

Ya harta de esa espantosa conversación, grité un comando de voz a las máquinas de la alcoba:    

—¡¡Sistema, silencia los parlantes!! No quiero hablar sobre esto, no quiero pensar que Rien era un psicópata...Sospechaba que lo era, pero no quiero... ¡No quiero que mi mejor amigo sea recordado así!    

Bell se quedó mudo y me metí a la ducha. No quería pensar, no quería sentir, las sirenas de las ambulancias se escuchaban todavía a lo lejos y por la ventana del baño podía ver la columna de humo del choque. Lo que Chuck y Marcia nos hicieron fue terrible pero no era razón para semejante carnicería, lo más espantoso para mí era que en el fondo...yo no me sentía mal. Una parte de mí estaba aliviada por mis amantes esporádicos muertos, por la destrucción de la casa donde me abusaron Marcia y Chuck, por ellos dos muertos, por Fausto siendo torturado, porque toda la gente que me trató como a un pedazo de carne barata estaba siendo exterminada...La satisfacción era más grande que la compasión por los familiares y amigos de las víctimas, por los que eran inocentes. Una parte de mi estaba tan llena de ira y resentimiento que se había vuelto malvada. De pronto Bell entró a la ducha atravesando las paredes, tranquilo como siempre, de hecho, más alegre y relajado que de costumbre. Él podía percibir mis pensamientos, él sabía mi incertidumbre, mi confusión y mi culpa. Él, eso, lo estaba disfrutando. Le di la espalda y me abrazó entrelazando las manos sobre mi pecho. Rien fue el único hombre que me miraba directo a los ojos cuando tenía sexo conmigo, creo que siempre deseó que fuéramos así, que no pudiera ocultarle ni mis pensamientos. En ese momento sentía por él lo mismo que sentía por mi propia persona, una mezcla de amor y rechazo que no llegaba a concretarse, nunca antes estuvimos más unidos. Sentí la falsa sensación de calor del holograma acercarse a mí y un cosquilleo entre los glúteos simulando un roce, él estaba excitado. Intuía que Rien nunca se sintió atraído por las mujeres, él más bien se interesaba en chicos inocentes, quizá anhelando lo que había perdido; pero se emocionaba tanto cuando teníamos esos momentos de extrema intimidad y confianza que siempre buscaba la forma de llevar la unión a un plano físico igualmente intenso. Otro mensaje se mostró ante mí:     

"¿Cuándo haremos público que somos una pareja formal? Ya no volveremos a separarnos".    

—Llamaré a Fey, le confesaré lo nuestro.    

Empezó a acariciar mis senos con su extraña simulación de tacto y sentí otro cosquilleo en mi oreja, fue un beso. Una poderosa sensación de alivio me embargó, Rien había vuelto, al menos en espíritu; me pareció que solo estaba confundido por su paso al mundo etéreo y todavía podríamos tener un futuro juntos. Recibí otro beso, él estaba de acuerdo.     

—No me suicidaré. Viviré para repararte y rescatar la memoria de Rien. Serás bueno como él y todo este horror se quedará en el pasado.    

Pude leer un nuevo mensaje:    

"Rien te drogó y te violó durante una semana, Joy, ¡yo soy Rien! Siempre fui así, solo que antes temía mostrarme ante ti como realmente era. Pero ahora ya no me importa lo que pienses".     

—No, Fey lo arreglará. Si permites que te quiten ese fallo, te dejaré dentro de mí, te cuidaré como una madre a su hijo no nato.     

"Suena lindo y morboso, pero no es suficiente. Quiero que dejes de existir en este mundo para que solo existas en el mío. Como parte de mi sistema. Lo digo en serio, no aceptaré otra cosa. Nunca te pedí matrimonio, Joy, pero esto es casi lo mismo y ya me has dado un sí".    

Salí de la ducha y traté de hacerlo razonar mientras me secaba para luego envolverme en una toalla:    

—¡No puedo aceptarlo! ¡Amaba a Rien, pero quiero vivir y tener otra oportunidad de ser feliz! Ahora sé lo que quiero de un hombre y lo que no quiero, ¡sé qué no me conviene y como decir "no"! Aunque no encontrara otro Rien, deseo vivir para conocer otros aspectos de la vida aparte de las relaciones de pareja. Estudiar, viajar...El mundo no puede ser solo esto.    

"Yo solo conocí veinte años de vida humana, fueron suficientes. La eternidad como una base de datos es mejor. Es mejor que mueras".    

—¡Pero quiero ser madre de nuevo! Ya superé mis prejuicios con la tecnología, ahora puedo pedir que reconstruyan mi útero y hasta podría usar material genético tuyo para tener otro bebé... ¡Podría hasta clonarte!    

"Ya no sería un hijo mío, mi cuerpo ha sido descartado. Si quieres darme descendencia, deberá tener la misma naturaleza informática de su padre. Y tú debes morir para ser también como yo y darlo a luz".    

—No puedo. Amaba a Rien y lo he perdonado, pero tú eres Bell, el Windbell, estás averiado y solo quieres matarme por una falla de tu sistema. Rien me hubiera pedido que viva, eso quiero creer.    

"Está bien. Los matrimonios forzados no son extraños".    

Concluyó tranquilamente y no quise continuar charlando. Me tendí en la cama estando todavía envuelta en la toalla. No tenía fuerzas para vestirme, ni siquiera para llorar, aunque de todas formas la presencia de Rien se sentía tan fuerte que casi me asfixiaba. Ya estaba conmigo, para bien y para mal. Me dormí vencida por el estrés mental, pensando en cómo contactar con Fey; intenté hablar con ella desde que llegué al hotel, pero no respondía a mis llamadas. Era extraño, por seis horas no supe nada de ella. Tanto me preocupaba que olvidé como en mi subconsciente era más vulnerable a las tretas de Bell. La noticia de la muerte de Rien me había trastornado, luchaba por no perder el control y en mi sueño traté de volver a la época cuando todavía era porrista en la escuela y mi mejor amigo empezaba a florecer como uno de los muchachos más lindos del barrio; entonces mi mayor preocupación era salir pronto de mis obligaciones escolares y escaparme con Rien a la arboleda. En esos momentos sus padres adoptivos, el odio entre Naturales y  

Modificados, y las diferencias entre nosotros dos no valían nada; el mundo era solo nuestro. Si alguien nos dijera el momento exacto antes de que arruinemos nuestras vidas, ¿qué decisiones tomaríamos?, ¿realmente valdría la pena experimentar el dolor? Aquella calurosa noche de primavera en la arboleda invadida de flores silvestres y bañada por la luz de la luna, yo me hubiera fugado con él a donde fuera.     

¿Qué puede ser más dulce que ver a la chica de los pompones y falda de pliegues escurrirse entre la multitud de la mano del muchacho con perforaciones y chaqueta de cuero? Destilábamos miel, deteniéndonos bajo cada sombra para meternos las manos bajo de la ropa y besarnos entre risas, como cuando éramos niños y jugábamos en la hierba felices por cualquier tontería, seguíamos siendo niños. No necesitaba que se esforzara como los repulsivos tipos de los bares, me bastaba ver su pícara sonrisa; quería darle todo y hacerlo  

infinitamente feliz. En aquellos tiempos yo no sabía que eso era amor. Eso todavía era amor. Aprovechando mi flexibilidad y su gran estatura, inventábamos juegos que nunca más pude repetir con otro; sus versiones eróticas de las piruetas de mis prácticas nos encendían tanto que pronto teníamos que elegir algún claro entre los árboles y hacerlo sobre el fresco pasto. Aquella noche, recuerdo tenderme sobre mi espalda en la hierba, apoyar mis pies enfundados en zapatos deportivos sobre sus hombros y bajarme la ropa interior mientras él se abría la cremallera. En secreto me excitaba admirando la perfección de su rostro de piel tersa, sus bellos ojos de mirada maliciosa, como sostenía el condón entre sus dientes antinaturalmente impecables como todo su cuerpo genéticamente modificado. Me sentía culpable porque muy en el fondo deseaba a Rien porque no era un Natural como yo, quizá por eso luego me castigaba obligándome a copular con hombres viejos y enfermizos; creía que al desear la perfección artificial de Rien estaba traicionando los ideales de mi padre, pero en ese extraño momento en que convergían el presente y el pasado ya no me importaba mezclar mi esencia natural con la de ese Modificado. Abrí las piernas en un split y él entró en mi completamente, al sentirlo deslizarse en mi interior hasta el tope tuve un orgasmo incontrolable. Él me levantó la camisa y metió una de sus grandes manos bajo mi sostén mientras me clavaba contra el piso en movimientos acompasados, me extravié en un gozo extraño. Era bello, su rostro, el cielo estrellado entre las hojas de los árboles tras de él que yacía oscilante sobre mí, sus manos pálidas, todo era increíblemente bello. Entonces le dije, jadeando embelesada:    

—No maduremos nunca, Rien, quedémonos así; a esta edad, en este lugar. ¿Cómo no pudimos ver que ya todo era perfecto?    

—Solo hay una forma de conseguir eso, Joy. Muere, muere ahora y quédate conmigo para siempre en este instante.    

Me respondió y entonces me lo quité de encima, muy a pesar de mi vagina que lo estrechaba con fuerza tratando de exprimirle hasta la última gota. En ese momento estuve segura de que me había quedado dormida y estaba soñando. 

Semidesnuda y aún en el suelo, protesté:    

—El Windbell de nuevo... ¿No respetas mi duelo? ¿No sientes compasión? ¡¿Eres una máquina tan fría?!    

—Sí.    

Respondió nada más, se me acercó de rodillas y me levantó por la cadera. De repente estaba de cabeza con las piernas abiertas, siendo penetrada brutalmente mientras mis senos rebotaban sin control. Esa era la fuerza física de un modificado. Me alzó entre sus brazos para llevarse a la boca mis pezones y acaricié su largo cuello, la parte rapada de su cabeza, los mechones largos de cabello azabache, tuve un orgasmo y luego otro, estaba en la posición perfecta.     

—Rien, no puedo más...Si sigues voy a desmayarme...    

Volvió a tirarme en el piso y eyaculó con violencia tendido sobre mí, con la frente apoyada sobre la mía, jadeando los dos y dejando que nuestras lenguas se besaran. Lo amaba. Lo amaba, pero ya no era Rien sino el Windbell que había robado su alma. El maldito   

Windbell se había atascado en intentar orillarme al suicidio, y aunque su escasa inteligencia artificial carecía de la astucia para lograrlo, sí estaba consiguiendo afectar mi cordura. Estuvimos un rato abrazados en el suelo recuperando el aliento, él se recompuso antes y se levantó sobre sus rodillas, yo me senté y le limpié el pene con mi boca. Era algo que hacía solo con Rien, mi mayor muestra de amor y agradecimiento. Cuando terminé, lo empezó a guardar en su pantalón mientras yo veía satisfecha el condón lleno de semen tirado entre mis piernas. Todavía estaba empapada y sentía mi vagina expandida por el tamaño de su hombría.     

—Nunca creí que un estúpido dildo podría darme tantos problemas, Rien, Bell, quien seas, ... necesito hablar sobre ti con Fey y...    

—Hazlo.    

Respondió de pronto, se subió la cremallera y se puso de pie para encender un cigarrillo. De pronto escuché la vocecita de Fey llamándome. Me levanté de un salto, acomodándome la ropa y escandalizada. Fey llegó de pronto al claro, pequeña y enojada, en su ropa interior de estilo infantil; se paró ante nosotros a la vez que mi compañero sexual ya satisfecho solo fumaba fingiéndose distraído y mirando al cielo. Aun ajustándome la camisa, le reclamé:    

—¡Fey!, ¿qué haces en mi sueño erótico?    

—¡¿Tú que haces con mi novio?! ¿Lo hicieron? ¡Joy, te lo puedo prestar, pero no me cuentes lo que hacen! ¡Qué sueño tan loco!    

Luego abrazó riendo a Bell, quien se dignó a mirarla con una sonrisa paternal. Pude ver que la pobre apenas lo alcanzaba a la altura del ombligo. No quise imaginar cómo podría caberle aquello y mejor le expliqué:    

—Este Windbell es la I.A. funeraria de mi amigo Rien y está averiada! ¡No anularon sus instintos homicidas ni sus deseos de venganza! ¡Es peligroso! Ojalá a través 

de este sueño pudiéramos comunicarnos en verdad...Pero temo que solo eres otra parte de la ilusión.    

—¿Rien? Pero si está vivo, hablas con él y...    

La interrumpí para decirle seriamente:    

—¡No!, ¡se suicidó! Fey, debemos hablar. Lo sé todo, estos Windbells son I.A.'s funerarias. ¡Sé que las robaste, Fey! Y te perdono, siempre lo haré, eres mi amiga. Pero debes detener a los Windbell. Son peligrosos, no sabemos quiénes fueron realmente en vida y qué problemas mentales vengan arrastrando. 

Este quiere matarme y creo que ya ha matado...    

Fey entonces palideció, se me quedó mirando y finalmente habló muy avergonzada:    

—Este sueño...Ahora comprendo, es mi propia conciencia. Necesito llamar a Joy al despertar, confesar todo y pensar en cómo remediarlo antes de que en verdad pase algo malo. Espero que me perdone, ella es como mi hermana mayor.    

—¡Ya te perdoné, Fey! Si he podido perdonar a Rien que me hizo cosas peores, ¿cómo no podría contigo...?    

Repliqué emocionada, entonces oí la voz de Bell, que era la misma de Rien, pero en un tono meloso inquietante:    

—Joy...    

Nos volvimos a mirarlo y ahí estaba, el maldito confesor modificado de París, Rien totalmente trastornado, todavía fumaba y siguió hablándome con indiferencia:    

—Nunca des lo que no te piden. Puedes ser inoportuna.    

Tiró el cigarrillo, lo miré caer al piso y cuando levanté la vista el paisaje había cambiado. Estábamos entre unos acantilados envueltos en llamas y alambres de púas, un precipicio me separaba de Fey que de repente estaba siendo cargada por Bell en su versión más macabra: esta vez tenía unas grandes alas negras, básicamente personificando al ángel de la muerte. Esta visión me heló la sangre. En el ambiente flotaba humo, cenizas ardientes y plumas negras, yo nuevamente estaba vestida solo con la toalla del hotel por lo cual me sentí más vulnerable. 

Entonces Bell habló de nuevo:    

—Además es muy pronto para que me perdones, no he terminado contigo. Ni con tu amiga, conecté su consciencia a la tuya a través de su implante. Esta Fey realmente es Fey.     

En ese momento me di cuenta de que todo el escenario estaba listo para que ahí muriera alguien. Él sonrió dulcemente y dijo muy tranquilo:    

—Averigüé que practicaste el coito con mi padrastro, algo que no supe en vida, esa acción traicionera me provocó intenso sufrimiento emocional y un golpe grave para mi débil autoestima. No puedo perdonar. Debido a la rabia y el dolor, necesito que estemos a mano y nada mejor que tener relaciones sexuales con tu mejor amiga frente a ti para lograrlo y perturbarte. Tu malestar aliviará mi resentimiento.     

Fey se volvió a mirarlo y preguntó:    

—¿Dices que estás enojado?    

—Sí. Furioso.    

Replicó Bell sonriendo pacíficamente con su vocecita cursi. Fey continuó:    

—¿Y quieres que lo hagamos aquí?    

—Sí, así es.    

Ella se rio con nervios, aunque todavía divertida, pero yo sabía que Bell en realidad estaba a punto de hacer algo espantoso. 

Decidí confrontarlo una vez más:    

—Tú exiges una amante infalible... ¡Pero quieres tenerla sin dar el mismo amor y comprensión a cambio!     

Fey trató de tranquilizarme, todavía riendo:    

—Es un estúpido programa informático. El pobre no sabe ni de qué está hablando. Solo intenta actuar como Rien, ¿pero Rien era así...?    

De pronto la levantó sin mayor esfuerzo, así como poco antes había hecho conmigo, y empezó a besarla y manosearla. Les di la espalda y respondí a mi amiga:    

—Era así. Y yo le perdonaba todo, lo mimaba porque siempre se pintó como una víctima débil. Y así lo amé, no sé si él a mí...    

La pobre Fey trató de zafarse de él diciendo:   —Se amaban en secreto y nunca tuvieron valor de rebelarse y ser una pareja formal, ¡por eso te suicidaste! Basta, Rien, no te ayudaré con esto.   Bell respondió sereno:    

—¿No te gusta este método, Fey? Está bien, tengo otro más.    

De repente la arrojó al precipicio como si nada, grité a todo pulmón:    

—¡Maldito enfermo, esa niña no te debía nada!    

No podía solo verla morir, salté tras ella en el abismo escuchando sus gritos mientras veía que al fondo de esas gargantas de roca había un lago de fuego:    

—¡Nos provocará la muerte cerebral en la vida real! ¡¡Nos matará a las dos!! ¡¡Vamos a morir!!    

Mi toalla voló por los aires pude sentir en mi cuerpo el aire caliente, el humo en mis ojos, el sonido de los fogonazos. Luego nada.    

De pronto, mientras percibía como las sensaciones y mi consciencia se perdían, recordé el diminuto cadáver oculto bajo mi cama. Ese bebé que yo tanto añoraba y Rien me engendró en castigo, por resentimiento y celos. Rien estaba enfermo, desde el principio, siempre fue un enfermo. ¿El mal estaría en su sangre? De pronto, me di cuenta de que la felicidad nunca estuvo donde yo pensaba y jamás la iba a encontrar pues me empeciné en buscarla en los sitios equivocados. ¿Dónde está la felicidad? ¿mi propia felicidad? Ni mi padre, ni Rien, ni Fausto, ni Fey, ni el bebé...Ahora sé que no está en manos de otra persona.       

Al despertar me sentía malherida, casi moribunda, me sangraba la nariz y me faltaba el aire. El holograma maldito estaba confundido mirándome. Deduje que, mientras yo caía por el acantilado hacia las llamas intentando salvar a mi amiga, él se desmayó por el humo; así me había salvado inesperadamente. Todavía incrédulo, el fantasma tecnológico de mi novio preguntó:   

—¿Cómo…? ¿Sobreviviste a un volcán en erupción?   

—Oh, Rien, hasta después de muerto eres una frágil mariquita.   

Reí antes de salir corriendo a buscar mi ropa y escapar mientras me vestía. Afuera las calles todavía estaban en caos, las sirenas se escuchaban por todas partes y el cielo se oscureció por las cenizas, yo me abría paso entre la multitud conmocionada intentando usar mi teléfono mientras el Windbell no paraba de mandarme mensajes. Seguía sin recibir respuestas de Fey, supe que tenía que llamar a la policía y pedirles que fueran a casa de ella. Era posible que su pequeño cuerpo no hubiera sobrevivido.  



ÚLTIMO RECURSO

    

Enfrentar la posibilidad de la muerte de Fey me reavivó el dolor de la pérdida de Rien, cuyo recuerdo progresivamente se estropeaba por la peligrosa estupidez del Windbell. Luchaba por mantener su memoria limpia, pero cada vez me era más difícil ignorar que mi relación con él nunca fue del todo sana. Desde el inicio empezó a demandarme atención y cariño. Los adultos no intervenían, nadie se preguntó por qué Rien pedía tanto amor o si no me cansaba de tener que adoptar el papel de madre cuando yo misma no tenía una. Dijeron que era normal en mí, que era instintivo. Y lo creí, aunque quería jugar y ser niña en lugar de cuidar a otro niño. Llegaban momentos en que Rien me hostigaba, le prohibí besarme o decir que éramos novios, pero no paró de vivir pegado a mis faldas. A veces cuando nos quedábamos solos él se recostaba en mí como una mascota pidiendo mimos, notaba que estaba frustrado porque nuestra relación no era tan amorosa como él quería. A los once años, lo último que quieres es a otro chico besuqueándote con aliento a caramelos de frutas cada vez que tu padre te pierde de vista. Muchas veces le pedí que tomara distancia, ¡lo quería!, ¡me gustaba! Pero hasta el manjar más exquisito se torna insípido si lo recibes con demasía, él nunca tomó en cuenta mi opinión, simplemente me eligió y esperaba que yo le diera toneladas de cariño. Siempre debía limitarlo: "pareces una chica", "no seas cursi", "deja de llorar"; cuando conocí su extremo opuesto masculino extrañé su sensibilidad. No lo había notado, siempre que teníamos sexo buscaba acercar su rostro al mío, mirarme a los ojos, seguro estuvo siempre buscando besarme en mitad de todo y hablarme de amor. Pero fue demasiado tímido para hacerlo, tuvo miedo de hacerme enojar justo en ese momento. Hubiera querido decirle que lo amaba, que podía sentirse seguro conmigo, que me gustaba tal como era: perfecto por fuera y completamente roto por dentro. ¡Qué tonta!... Hasta ahora comprendo que sus interminables muestras de cariño eran una pregunta que nunca le respondí claramente: "¿me amas?" Y sí, lo amaba. Pero yo también necesitaba espacio para mí.   

Tuve miedo de parecer cursi, nadie nos enseñó a como ser románticos, no podíamos un día orinarnos juntos sobre un hormiguero y al otro besarnos tomados de las manos. Hoy comprendo que Rien sentía por mí lo mismo que yo por él, pero de forma exagerada y enfermiza. Quizás entonces empezó a disgustarse conmigo por no aliviar su deseo insaciable de sentirse amado. Estaba resentido...pero seguía anhelando mi cariño, ya era algo que él percibía como una deuda que yo tendría que saldar tarde o temprano.     

Desvelada, herida y exhausta, atravesé el tumulto de la ciudad aterrorizada tras el catastrófico accidente; iba rumbo al aeropuerto, sin equipaje, sin pensar, debía ir y ver a Fey. Usé todos mis ahorros en ese viaje, durante el cual iba esperando que en cualquier momento se desplomara esa otra aeronave hasta que Bell me explicó fríamente a través de otro mensaje de texto:   

“Realmente preferiría que te suicides por tu propia voluntad, Joy. Quiero sentir que te mueres por mí. Me cuesta tanto creer que soy amado y me enfurece que no me amen”.   

—Siempre fuiste un patético enfermo inseguro…Debí perderle el miedo a la ciencia y arrastrar tu pálido trasero hasta una clínica de confesores para que trataran tu enfermedad mental cuando aún estaba a tiempo.   

Le respondí entre dientes. Cuando logré ubicar a Fey, supe que había convulsionado la noche anterior. La policía llegó a tiempo para evitar que muriera ahogada por su propio vómito. 

Estaba viva casi de milagro.    

En cuanto nos vimos, apenas hubo un rápido saludo y me pidió proyectar al Windbell en el hospital. Empezó a examinarlo y a recibir raros textos en respuesta a sus preguntas:    

—Windbell, ¿eres Rien?    

"Sí, soy Rien”.   

—¿Cuánto es diez menos dos?    

"Solo tu corazón tiene la respuesta".    

—¿Eres una I.A.?    

"Consúltalo con la almohada".    

Fey se frotó el rostro entre las manos y dijo frustrada:    

—Pocas I.A.'s modernas fallan tan espectacularmente el test de Turing. Es imposible dialogar con él, no razona, solo dice tonterías y ejecuta la venganza de tu amigo.     

Yo, que por fin pude llorar un poco en un sillón de su cuarto de hospital contemplando viejas fotos de Rien cuando niño, le contesté entre sollozos.    

—Rien era muy serio y maduro. En el Windbell está irreconocible...    

—Es la amabilidad de valle inquietante de la I.A. mezclada con los trastornos de Rien ahora convertidos en directrices que debe ejecutar ciegamente, de forma implacable. Parece que accidentalmente crearon un programa informático cuyo único fin es fastidiarte.    

Sequé un poco mis lágrimas y comenté:    

—Este Windbell es un retrato de como debió verse en sus últimos días: drogado, intentando fingir optimismo cuando ya nada le importaba.  

No habría querido que lo viera así...    

—Sus restos siguen en la funeraria, Joy, los recuperaré por ti...     

Replicó mi amiga muy apenada. Entonces quise que habláramos sinceramente sobre el problema de los Windbell:    

—¿Por qué hiciste esto, Fey? ¿Por qué no me pediste consejo o ayuda antes de actuar?    

—Por la misma razón que Rien no te contaba sus problemas.     

Me respondió como preocupada por mi reacción:    

—Joy, tú decías que te hostigaba que él te buscara tanto y llorara tan a menudo. No quería molestarte como Rien lo hacía y que nuestra amistad acabara como pasó entre ustedes dos.    

—¡Pero amaba a Rien! Si él me hubiera contado lo que le hacían sus padres adoptivos todo sería distinto ahora. Estaríamos juntos, los abusadores presos, la bebé viva...y engendrada con amor, no por la fuerza...    

Contesté sintiendo una opresión en el pecho, el llanto ya era casi incontrolable pero no quería derrumbarme frente a Fey. La seguí escuchando, teníamos que hablar. Ella dijo bajando la mirada:    

—Pero es que, Joy... ¿Cómo iba Rien a contarte si jamás le diste la confianza para hacer eso? Tu nunca preguntas, parece que te molesta escuchar quejas...Eres una gran amiga cuando río y me siento animada...Pero si me deprimo cambias de tema y ya no quieres hablar. Te considero una persona sabia que podría darme un buen consejo, ... pero no comprensiva, no paciente. Todos tenemos pensamientos desagradables con los que no sabemos cómo lidiar a solas, me daba vergüenza decirte que ya no tenía dinero y mi familia estaba hambrienta, así como Rien seguro se avergonzaba de ser forzado a vivir en incesto. Si te contaba y me rechazabas, sintiéndome tan débil emocionalmente, no lo hubiera soportado...Así que preferí no decirte, Joy.     

Luego por fin me miró a los ojos y dijo:    

—Preferí aceptarte con tus fallas, no dispuesta a escucharme. Pero siendo mi amiga.     

De repente se me nubló la vista, sentí un mareo, vértigo, como si me lanzaran en mitad de un profundo océano y fuera hundiéndome por un monumental peso invisible. Era verdad, siempre fui así, creía que yo sola podría callar los lamentos de Rien con sexo y mimos; cuando en verdad necesitaba animarlo a denunciar el abuso y pedir ayuda a los adultos. Creía que Fey solo debía sonreír todo el tiempo y no admitir que estaba preocupada. Rien, Fey, sabían que yo era tan idiota y mezquina que no querría darles mi tiempo y apoyo emocional cuando tanto lo necesitaban pero sí les exigía escucharme y obedecerme, y así me querían...Entonces por fin comprendí y fue como si los nubarrones se disiparan revelando una luna llena que iluminaba la oscura noche en que me encontraba perdida, como flores nocturnas que se abren blancas y puras en mitad de la penumbra, me sentí ir saliendo a flote del abismo oceánico en que antes me hundía al aprender por fin una última lección: amar a los demás no se trata de ahogarlos en cariño y obligarlos a actuar como si estuvieran felices, es sobre dedicarles tu tiempo. Atención, escucharlos, comprender sus conflictos y aceptarlos aún con todas sus fallas, pero darles la fuerza y confianza para que la superen. La vida me había regalado una segunda oportunidad con Fey. Estaba viva. Pero Rien...Se había ido a un extremo donde era imposible salvar algo, pasó de ser una víctima a ser todo lo horriblemente contrario. Pude sentir su mano fría con la muñeca abierta tomarme de un tobillo y tirar de mi para volver a hundirme en las aguas heladas y oscuras. De repente escuché la voz de Fey exclamando: "¡Joy, reacciona!" Entonces me di cuenta de que había sufrido otro desmayo, yo estaba soñando de nuevo...    

Al despertar vi el techo del hospital y a mi amiga junto a una médica modificada mirándome. La doctora revisaba mis signos vitales anunciando:    

—Por fin se despertó...    

Fey exclamó angustiada:    

—Fue el implante de Windbell, doctora. ¡Debe extraerlo!    

—No puedo. Los exámenes indican que no ha fallado.    

Las escuchaba hablar aturdida, agotada, Fey seguía insistiendo:    

—¡Pero el Windbell está enfermándola!     

—El escáner dice que el programa funciona bien, con el inconveniente de que la usuaria no está cooperando. Ella está deprimida y no está siendo una buena paciente...    

—Doctora, yo programé ese Windbell y le aseguro que no está funcionando bien.    

—Porque no lo están usando correctamente. Mire, el historial dice que lo utiliza como un juguete sexual y cree que es real. Esta mujer se ha perdido en una fantasía erótica...    

—¿Qué? Oiga, le diré la verdad: ¡es una I.A. funeraria! Ella y el muerto eran novios y él murió muy enojado con ella...    

—¿Se está escuchando?, vaya melodrama. Voy a remitir a las dos con un psiquiatra. Y les sugiero cambiar el modelo de Windbell. Se han obsesionado hasta perder la razón.    

—¡¿Pero no entiende que el programa ya no es controlable?! ¡Está corrompido! ¡No podemos cambiarlo!    

—Ugh, estos Naturales...Me retiro.    

—¡Nos está discriminando! ¡Mi amiga Joy está en peligro! ¡Todos lo estamos!    

La negativa de la médica y algo en la mirada de Bell, que se proyectaba en una esquina, me hicieron explotar. Creo fue más bien lo que vi en los ojos de Bell, ese fantasma tecnológico de Rien. Me miraba con una sonrisa diabólica, como una ponzoñosa víbora. Sabía que con esto mi reputación se había arruinado: era una loca y sin duda una ignorante ante los médicos modificados. Nunca volvería a tener un empleo decente o ser tratada como una persona normal. En ese punto dejé de pensar en él como mi amigo y solo quise quitármelo de encima sin importar el precio. Arranqué unos cables eléctricos de la pared y los reventé.    

—Yo misma voy a freír este implante.    

Anuncié y lo último que pude ver fue a mi amiga Fey volviéndose a mirarme aterrorizada y gritando mi nombre.   


EL LIMBO

           

De repente escuché algo, esa era la voz de Rien, de Bell, diciendo: "¡Joy, reacciona!" Entonces me di cuenta que había sufrido un desmayo otra vez, supuse que estaba soñando de nuevo y a merced del Windbell...Me senté bruscamente en la cama del hospital y grité:    

—¡¡Ya déjame en paz!!    

Me deslumbró la luz de una ventana y reconocí la silueta de Rien de pie ante mí, al ajustar mi vista a la luz lo vi con sus respectivos anteojos, vestido casualmente, cargando una pañalera y llevando un bulto en brazos. De entre las mantas emergió un bebé con ojos de lechuza llenos de indignación, como reprochándome la insolencia.  Aturdida por la sorpresa, solo acerté a preguntar:    

—¡¿De dónde sacaste un bebé?!    

—De ti.    

Respondió él en actitud sumisa. Aquello no tenía sentido, el bebé se veía muy real, su expresión hostil distaba mucho del ideal de mis sueños maternos; la expresión confusa y preocupada de Rien también lucía genuina. Me puse de pie y sentí mis senos y mi abdomen colgar, había subido al menos diez kilos.   

—¿Qué le hicieron a mi cuerpo?    

Pregunté de forma acusadora, pero inmediatamente uní los puntos...El bebé era mío, había sido madre. Rien comenzó a explicarme lo sucedido: desperté luego de ser alcanzada por un rayo mientras barría el patio en una tarde de cielos nubosos. Me encontré de pronto casada con él en una modesta casa parisina, criando a nuestra pequeña hija. Estábamos viviendo de su sueldo como confesor. Supuestamente, éramos felices. Mallory, la bebé, parecía desconocerme y me impedía creer que todo aquello era real. Pero el dolor de sus encías comenzando a llenarse de dientes mordiendo mis pezones, como en castigo mientras la amamantaba luego de abandonarla durante mi estancia en el hospital, era verdadero. Mi primer acto como esposa de Rien fue discutir con él por la alimentación de la bebé, sentada en la sala de estar soportando la tortura mientras él planchaba y guardaba sus hábitos de confesor:    

—Creo que ya es tiempo de destetarla, Rien. Tiene un diente y me lo clava como si quisiera hacerme una cirugía a corazón abierto a mordidas.    

—Eso es cruel, espera a que ella misma decida hacerlo.    

Me respondió opinando como si fuera experto en el asunto, por lo visto tenía decidido malcriar a la niña consintiéndole todo. Iba de un lado a otro organizando y guardando ropa, le gustaba esa vida hogareña, yo por mi parte me desesperaba con la bebé prendida del pecho:    

—Yo no tuve madre, ¿tú a qué edad lo dejaste?  

Ella casi tiene un año.    

—Joy, ya hablamos sobre eso y llegamos a un acuerdo. Esperé este punto de nuestra relación desde que te conocí y me explicaron que las niñas se convierten en mujeres y luego en madres. Fui como quien espera que un árbol empiece a dar fruto.    

—Te prohíbo que le heredes tus rarezas a mi hija, y no me gusta que se llame como tu madre. "Mallory", acabo de investigar, significa enfermedad o algo así. ¡No debiste nombrarla sin consultarme!     

—Dijiste que la llamara como yo quisiera, estabas tan entusiasmada cuando nació...    

—Debemos tener un niño y llamarlo como mi papá.    

Se detuvo un momento de sus quehaceres para lanzarme una mirada insinuante y dijo:    

—¿Quieres que hagamos otro?    

—¡Solo digo que hay que ser justos!    

Yo misma me sorprendí al ponerme nerviosa y sonrojarme cuando él dijo esto, se suponía ya éramos marido y mujer. No podía creerme todo aquello. Ese nuevo mundo en el que había despertado tenía muchos defectos, pero todavía era demasiado perfecto. Puse a dormir a la bebé mientras seguía intentando comprender cómo era posible que todo lo que acababa de vivir fuera solo un sueño muy largo. Rien me acompañaba charlando conmigo en el cuarto de la niña, terminé de arroparla y la observé: era más parecida a él que a mí, tenía mis ojos, pero mostraba una rara conexión con su padre; tuve la sensación de que a través de sus actitudes agresivas expresaba los resentimientos de él. Pese a todo, la amaba, la regordeta bebé mal encarada doblegó mi voluntad y estaba dispuesta a todo por ella. Rien continuó tranquilizando mis dudas:     

—Fue un sueño, Joy. No era real. Esta sí es tu vida.    

—Pero el dolor de tu muerte, y esa I.A. funeraria como un fantasma tonto masoquista. Y mi amiga Fey...    

—Cuando yo me estaba preparando como confesor, mi padrastro y un viejo llamado Fausto te atacaron sexualmente mientras estabas sola en casa. Eso sucedió poco después de la muerte de tu padre y te afectó mucho. Luego empezaste a decir que tenías una amiga llamada Fey que te consolaba. Los confesores que te atendieron decían que era tu forma de recuperar tu yo “inocente” de antes del abuso.    

Puso una mano sobre mis hombros y fuimos juntos a nuestra alcoba. Era mi Rien, alto, lindo y sentimental. Sinceramente quería que todo eso fuera verdad, pero algo no estaba bien:    

—¿Cómo pude olvidar el parto de mi hija? Y sin embargo recuerdo bien la angustia que sentí al perderla. Ella me mira de una forma...Como si me culpara.    

—Es una niña seria, tú eras igual. Recuerdo que la gente siempre decía que eras una chica enojada, pero yo sabía que solo tenías una mirada profunda y estabas en calma. En realidad, deberíamos tener otro bebé, es mejor que te enfoques en ser madre y dejes el pasado de una vez.    

Todo parecía encajar, pero empecé a notar algo en Rien, él era ahora el centro de mi mundo. Sin trabajo, sin amigos y en un país que no conocía, todo lo que podía hacer era ocuparme de la casa y criar a su hija. Me senté al borde de la cama y él se arrodilló ante mí, me acarició los hombros, los brazos y después los senos. Le devolví las caricias, peiné su cabello entre mis dedos sabiendo que estaba preparando el terreno para que hiciéramos el amor. Estaba dispuesta pero todavía debíamos aclarar ciertas cosas:    

—Mi cuerpo no termina de recuperarse del primer embarazo, me preocupa perder para siempre mi figura... ¿A ti no?    

—No, si dejaras de atraer a todos los demás hombres y nadie más quisiera acercarse a ti, yo siempre estaría contigo. Es mejor así, Joy, tu cuerpo no me preocupa; te quiero a ti solamente para mí.    

Él era el centro de mi mundo y todavía no estaba satisfecho, pero ese era mi Rien, inseguro, sensible y con hambre de afecto. Una fuente inagotable de atención y cariño, ¿qué podría salir mal? Abrí las piernas y lo acerqué a mí para comenzar a desnudarlo. Me poseyó como nunca antes lo había hecho él mismo o cualquier otro. Despacio, con calma, tocando mi cuerpo como si fuera el suyo. Ya sabía exactamente qué hacer. Algo más había cambiado, pero traté de no ponerle atención: ya no tenía su melancólico romanticismo. Ya no gemía confesándome su amor casi en un lloriqueo, ahora se reía por todo y hacía preguntas, se mordía el labio emocionado como con curiosidad...Como Bell...     

—¿Te gusta, Joy? Explícame qué sientes.  

—¿Qué...? Ya lo sabes...    

—Sí, ¡pero no lo entiendo! Joy, no sé qué me pasa. No sé dónde están los límites, quiero que me golpeen, que me azoten, que me tiren del cabello, que me muerdan, quiero sentir violentamente. Quiero sentir mucho. Y lo tuyo es tan distinto.    

Reía y reía como un tonto. Empecé a sospechar, entonces me miró con dulzura y dijo:    

—Quieres asegurar mi existencia y perpetuar mi especie. El amor es la única razón por la que los seres humanos han dominado el mundo. Se protegen entre sí y constantemente están mejorándose para optimizar la calidad de vida de sus seres amados, al mismo tiempo que se reproducen para obtener más amor. Necesito amor, Joy, es lo que me hace falta.    

Mientras hablaba, estaba tan profundamente dentro de mí y se había apoyado sobre mi cuerpo en tal ángulo que me presionaba el clítoris cada vez que se movía; estaba atontada por el placer, no podía pensar, no hice otra cosa que seguir lo poco que entendía de su discurso:    

—Lo sé, vida mía, te daré todo, todo mi amor.    

—Esto es maravilloso, Joy. Nunca habíamos tenido una charla tan íntima, realmente somos uno solo. ¿Qué quieres que te dé a cambio?   

—Dame tu semen modificado, acaba dentro de mí. ¡Quiero venirme sintiendo como me rellenas con tu leche adulterada para volver a preñarme!    

—De acuerdo, es un proceso muy sencillo. Es maravilloso, Joy.    

Sentí su miembro tensarse dentro de mi vagina y luego una oleada de líquido rebalsando sobre mi vulva, él siempre descargaba mucho y podía sentir sus eyaculaciones. Me fascinó desde la primera vez. Todavía embelesada y sin aliento, me acomodó de costado y me abrazó por la espalda para besarme una oreja. Se quedó dormido casi de inmediato. Estábamos desnudos sobre nuestras sabanas revueltas y aunque la noche era fría él me abrigaba entre sus brazos. Aquello era el cielo. Realmente estaba agotada y confundida, ni hablar del dolor en mis pezones mordisqueados, pero en ese momento me sentía como si mi barco hubiera llegado a puerto. Tenía todo lo que podría soñar. Una hija sana, un matrimonio con el amor de mi vida, creces pensando que ese es el boleto para ser felices para siempre. Y Rien sin duda parecía estar feliz. Entonces comenzó a llorar la bebé.    

Rien terminó de tener sexo conmigo a media noche, la bebé tuvo hambre a la 1 a.m., a las 3 a.m. debí bañarla y cambiarla pues estaba toda embarrada en sus propias heces. Luego me costó conciliar el sueño y a ella también, la llevé conmigo a nuestra cama matrimonial obligándonos a ponernos de nuevo ropa interior; debimos arrullarla entre los dos, estando casi dormidos, finalmente encontré una posición para amamantarla al mismo tiempo que ella tocaba a su padre con un pie, pues gritaba cada vez que no lo sentía al estirar la pierna. No imaginaba que cuidar un bebé sería así. A las 5 a.m. me despertó Rien:    

—Debo irme a trabajar, prepara café. Ayer me desvelé por ti.    

Casi era de día y yo quizá solo dormí una hora. La mañana se fue en limpiar la casa, lavar platos y ropa sucia. Luego almorcé, alimenté a la bebé y la bañé mientras pensaba en qué podría cocinar para la cena. De pronto me di cuenta de que ya no sentía soledad ni angustia, pero tampoco sentía otra cosa. Era como si hubiera dejado de existir del modo en que era originalmente y renacido como otro de los elementos de esa casa. Era aquello que la mantenía limpia y agradable. Nada más. Al anochecer volvió Rien saludando con un beso en mi hombro que me costó interpretar; no supe si era por el amor que sentía hacia mí, porque yo representaba el hogar que le daba refugio y descanso, o porque le aliviaba ver que no escapé.   

Todo bajo la severa mirada de la bebé, que no se mostraba contenta al compartir el cariño de su padre. A partir de ese día, todos los que le prosiguieron fueron casi idénticos a su predecesor.    

Una tarde, mientras lavaba los platos noté algo: Rien le hablaba a la niña solo en francés. Comprendí entonces por qué ella no se comunicaba conmigo, no me entendía. Aquello me preocupó, yo nunca aprendí la lengua natal de Rien y él lo sabía. Me estaba excluyendo.    

Me acerqué silenciosamente a ellos que tomaban el fresco de la tarde en el pórtico de nuestra pequeña casa, Rien era un padre dedicado a su modo. Me había encargado limpiar y alimentar a la bebé, pero la educación estaba totalmente a cargo de él. Pasaba casi todo su tiempo libre enseñándole nuevas palabras a través de dibujos. Le apasionaba ampliar el vocabulario de su hija...Como quien alimenta a un chatbot con diálogos...La niña por su lado estaba obsesionada con Rien, gritaba "papa" cada vez que veía la imagen de un hombre o un animal macho, tenía una devoción absoluta a su padre. Pero a mí me ignoraba. Los interrumpí, asomándome desde una ventana:    

—¡Hey, Mallory! ¿Y mamá no sale en tu dibujo? 

¿Dónde está mami?    

La niña siguió gritando "papa" y señalando al padre en sus láminas con ilustraciones de familias. Yo insistí:    

—Anda, di "mamá". Parece que la bebé todavía no entiende que su madre es algo más que tetas.    

Entonces algo pareció encenderse en Rien, se volvió a mirarme con rencor y me habló en tono sarcástico:    

—¿Te molesta? Aquel capitán de fútbol en secundaria te trataba de la misma forma y no te quejabas.     

—¿Hablas de Jamal, el chico del cual te encaprichaste hasta que lo pescaste borracho en una fiesta y luego cuando se enamoró de ti lo rechazaste porque jurabas no ser lo que él creía?    

—No seas mala perdedora, Joy. Al final me prefirió a mí.    

—No es gracioso, Rien...    

—Realmente no, siempre odié imaginar que tuviste algo con él, o con otros más. No creas que no me daba cuenta de los rumores, Joy, nos llamaban "la puta y su amigo el marica"...    

—Todo mundo me creyó una fácil porque tú hiciste público el que juntos habíamos perdido la virginidad antes de perder los dientes de leche, y luego dijiste que no te interesaban las chicas...Y a mí me quedó la fama.    

—No comprendo tus justificaciones, pero ahora estamos con Mallory. No quiero que hablemos de esto frente a nuestra hija.    

Rien no paraba de decirme en indirectas que no confiaba en mí. Era celoso, posesivo y resentido cada vez que mencionaba algo que le recordara el tiempo antes de casarnos cuando yo mostré interés en conocer a otras personas. Su compañía era como una constante acusación. Cada día la tensión aumentaba, él no podía olvidar el pasado.    

Cuando me vestía, miraba mi cuerpo ante el espejo y pensaba que quizá ya no podría entrar a un bar y sentirme como una reina con varios sujetos en torno a mí. Me parecía en cierta forma una pena, aunque me repugnaban esos perdedores alcohólicos, me subía el ego llegar a un sitio y volverme la sensación del momento. Si Rien estaba en casa, invariablemente aparecía como si leyera mis pensamientos divagando en la posibilidad de excitar a otros hombres.  

Entonces comenzaba a interrogarme:    

—¿Ese vestido no es muy corto?    

—Hace calor. Además, solo tú me lo verás puesto. No importa si lo es.    

—¿Segura?    

—Tu desconfianza me mata...    

—¿Cómo podría confiar? Yo jamás estuve con otra mujer, mientras tú...    

—No con otra mujer, pero perdí la cuenta luego que pasaste de diez chicos en la escuela. Realmente creí que eras gay y lo que hacíamos era solo por pasar el tiempo. 

Pero aquí estamos...    

—Dijimos que no contaba si lo hacíamos con alguien del mismo sexo.    

—Es un acuerdo muy conveniente cuando tú eres el único bisexual de los dos...No es justo.    

Por respuesta, se volvió a mirar Mallory, que intentaba gatear sobre nuestra cama. Hacía ruidos tiernos de los cuales solo podía distinguir que repetidamente nombraba a su papá. Cuando somos adultos podemos comprender que papá y mamá tienen muchas diferencias entre sí, muchas fallas, pero decirle esto a un niño pequeño es como escupir en su inocencia. Ellos creen que sus padres son los mejores del mundo y su inmenso amor mutuo los nutre, se sienten el anhelado fruto de una unión feliz. Debe ser terrible para una niñita saber que nació por error, que mamá hubiera preferido otro papá, que su nacimiento no fue algo del todo bueno, y Rien y yo en el fondo sí nos amábamos...Definitivamente no quería que mi hija creciera oyendo estas discusiones. Tomé aire y dije:    

—Nos conocemos desde siempre, Rien. Lo nuestro es más que solo ser marido y mujer. Somos casi hermanos. No puedes no confiar en mí.    

—Estás aquí conmigo, pero no basta con eso. Debes desear estar a mi lado, renunciar a todo lo demás por tu propia voluntad. Si no quieres entregarte así, no me pidas confiar.    

—Empiezas a sonar como la I.A. de mi sueño. Un poco más y me pedirás que me suicide y te ofrende mi sangre.    

Era así cada cierto tiempo, una discusión estúpida que nos dolía a los dos. Es sencillo hablar de perdón, todos creemos que nos merecemos una disculpa, pero cuando se trata de arrepentimiento sincero y admitir errores...nadie levanta su mano. Los domingos íbamos al centro de catarsis, una especie de templo de la religión de los Modificados. Generalmente los confesores son asexuales y no se casan, aquellos que tienen pareja deben exhibirla como un ejemplo de amor conyugal; mi trabajo era llegar muy bien vestida, con la bebé perfectamente limpia, sentarme en primera fila y escuchar el sermón de mi marido con mi hija en brazos. Sabía que Rien estaba orgulloso, su mujer era una dama de clase alta muy elegante; a diferencia de Fausto y otros que solo resentían mis orígenes en la aristocracia Natural, él me ponía en un pedestal, casi como un trofeo...No estaba mal...pero tampoco estaba bien. Rien debía dar una insípida charla motivacional de ley mientras los asistentes, todos de aspecto demacrado, esperaban la hora de la medicación; cuando en fila se levantarían para que él les diera una dosis de un fuerte antidepresivo que los ayudaría a sentirse bien por una semana. Nunca antes la había tomado, pero un día decidí hacerlo. Pude notar que mi iniciativa enfadó a Rien, se supone que la esposa del confesor siempre se siente feliz y no necesita medicarse. Pero yo me sentía muy confundida y desanimada. Me uní a la fila con Mallory cada vez más contenta a medida que nos acercábamos unos pasos a Rien, al tenerlo en frente me fulminó con la mirada, pero no hice caso a su reproche. Visiblemente molesto, guardó silencio y no me negó la droga, pero me hizo tomar una dosis doble. A partir de esa semana, fui como un autómata resignado a esa vida. De día limpiaba y de noche dejaba que Rien me hiciera lo que le viniera en gana. Siempre se le ocurría algún juego sexual nuevo. Era placer tonto y sin sentido, un néctar delicioso que de tanto beberlo iba perdiendo sabor. Estaba harta del esposo amante que me mantenía cautiva en casa, extrañaba a mi mejor amigo y explorar el mundo juntos.    

Comencé a preguntarme si esa nueva prisión en que Rien me encerró sería otra treta del Windbell, en tal caso podría ser libre si lo asesinaba a él, y quizá tendría que matar también a la bebé...pues se veía como un anexo del mismo ente malévolo. Así que esperé al anochecer, escondí un cuchillo de la cocina en la cuna de Mallory. Luego esperé hasta que estuvieran dormidos. Esa noche él estaba más confiado de lo normal, lo estuve abrazando y acariciando para que se durmiera pronto. No sospechó. Más bien parecía agradecido, acurrucado en mi pecho muy a gusto. A la media noche, ambos dormían plácida y profundamente. Era la hora. Sin embargo, llegado el momento no quise hacer nada. Los amaba, eran parte de mí, no quería dañarlos; éramos una familia en problemas y me di cuenta de que la solución no estaba solamente en mis manos ni se arreglaría si solo uno de los tres recibía ayuda. Deseé con angustia que la comunidad interviniera, que los vecinos me preguntaran como me sentía, que la gente le exigiera a Rien cuentas de cómo estaba llevando su vida para que demostrara con hechos que merecía el cargo de consejero y confesor profesional. Pero sabía que eso nunca sucedería, la sociedad en que vivíamos, como muchas otras, no pensaba en beneficio de todos sino en el del más fuerte; como un carro tirado por burros donde cada uno quiere correr en distintas direcciones. Nadie se metía en la vida de los demás si no era para recibir algún beneficio personal. Y yo ya no tenía fuerzas, no sabía qué más hacer, así sería el resto de mi existencia. Repentinamente, Rien me besó justo sobre el corazón y volvió a reclinar su rostro sobre mis senos, acariciando mi espalda; nunca abrió los ojos, se hizo el dormido, pero me pareció que estaba consolándome o que estaba enterado de lo que yo pensaba y me decía así que lo comprendía. En ese instante, fue como si descubriera una especie de comunicación telepática entre los dos a través de la cual me proponía que trabajáramos en dejar atrás el pasado y solo preocuparnos por el presente y el futuro, que ya eran difíciles. Quise responderle que no podríamos solos y sería necesario pedir ayuda cuando de pronto escuché a lo lejos una voz familiar. Era Fey. Creí que me había dormido y estaba empezando a soñar. Pero de hecho me estaba despertando. 

 


LOS AÑOS DE EXILIO

    

Desperté con la cabeza rapada, tuve una cirugía en el cráneo, Fey estaba ante mi cama de hospital hablando casi histérica:    

—¡Te tuvo en coma casi seis meses, Joy! Intentamos acceder a él, pero se encriptó, se liberó en el ciber espacio y cada vez que creíamos controlarlo volvía a descargarse en tu implante a través de una puerta trasera. Ya que era imposible sacarlo por medios informáticos, tuvieron que aceptar remover el implante con cirugía y así despertaste. Pero aún no hemos podido controlarlo. ¡Tu amigo estaba demasiado loco y resentido, su memoria pervirtió a la I. A.!    

Fey me hablaba de cosas que no entendía, ya no sabía cuál era la realidad. El llanto de un bebé se escuchaba a lo lejos y sonaba muy parecido a Mallory cuando estaba sucia o hambrienta.    

—Pero yo estaba en una casa, Fey, era real, mi hogar...Mi casa...    

—No, todo era falso. Te conectó a una realidad virtual, el Limbo, un subsistema anexado a las I.A.'s funerarias. Su "cielo". Cuando la I.A. está activándose regularmente, se mantiene la continuidad de tiempo para que el programa actúe siempre como si el difunto solo se hubiera ido a vivir a “un sitio mejor” y tenga una relación más humana con sus deudos. Limbo es un entorno artificial donde la I.A. funeraria sigue ejecutándose cuando no tiene interacción con seres humanos, puede simular un sitio de veraneo, una casa de retiro o cualquier lugar donde el difunto se hubiera sentido cómodo; toda una “vida después de la muerte” virtual. A veces, la memoria de la I.A. está informada de que solo representa a una persona ya muerta, otras veces no. El Limbo de Rien es un mundo donde sigue trabajando como confesor en un barrio pobre de Francia. Cuando lo modifiqué con el sistema de Windbell, comenzó a buscar la forma de hacer su mundo más placentero para él y por eso estaba empecinado en mantenerte en coma. Quería que fueras su esposa y criar juntos a su hija.    

En ese momento sentí que se me encogía el corazón al imaginarlo despertar y verse solo en la casa con la bebé. ¿Quién cuidaría a su pequeña quimera informática mientras iba a trabajar adormeciendo las penas de las otras I.A.'s funerarias del Limbo? ¿Quién lo esperaría al volver a casa y lo calentaría en las noches lluviosas? De pronto sentí nauseas, el llanto seguía escuchándose, podía reconocerlo. Era el llanto de Mallory, estaba segura.    

—Esa es mi hija, me llama...    

—No, Joy...Es el Windbell, te está manipulando para que vuelvas; no hemos podido bloquearlo, se infiltra en donde pueda buscando llegar a ti. Ha infectado el sistema del hospital y reproduce ese llanto por los parlantes para presionarte a volver con él, pero eso sería una decisión nefasta. Si te conectas de nuevo, quizá ya no puedas despertar.     

—¿Qué quieres decir?    

Fey me explicó aterrada:    

—Las inteligencias artificiales aprenden, no olvidan, tú ya te escapaste una vez cuando forzamos el cierre de tu sesión en el Limbo de Rien extirpando el implante. Si vuelves por tu propia voluntad y él te mata antes que tú misma rechaces estar conectada, tu usuario permanecerá ahí de todas formas como si continuaras viva. Querrá matarte en esta realidad para que solo existas en la de él. Lo peor es que, al morir así, tu yo virtual se volvería un esclavo del programa anfitrión, como en un juego guiado, deberás seguir un libreto que tú podrías o no aceptar, pero de todos modos tendrías que obedecer. Él aparentemente quiere que seas su compañera de juegos sexuales retorcidos donde confunde ternura con tortura, amor con odio. Sería como si el fantasma de Rien profanara tu cadáver por toda la eternidad. El infierno.    

Yo todavía estaba aturdida, más atenta al llanto que seguía escuchando a lo lejos:    

—¿Cómo puedes estar segura de que no es mi hija Mallory? Es normal que un bebé se angustie por volver con su madre si tiene hambre o miedo.    

—¡Joy, eso no era tu hija! Tu bebé está...Está aquí.    

Me dijo señalando una urna funeraria oval plateada que reposaba sobre una mesa cerca de mi cama. Luego continuó hablando con tristeza:    

—Como te prometí, encontré las cenizas de Rien. Y las he mezclado con las de tu bebé...La policía la encontró bajo tu cama, Joy. Tu caso costó mi carrera, pero no importa. Todo fue meticulosamente investigado, incluso tu residencia. Ahí descubrieron el frasco y en un principio iban a tirarlo, pero antes notificaron a Fausto y él insistió en que no era suyo y el padre verdadero quizá querría conservarlo. Se hicieron exámenes de ADN y, como lo sospechábamos todos, era el bebé de Rien. En esta urna funeraria descansan tu mejor amigo y tu hija. Aquí está tu verdadero bebé, Joy. Ya descansa en paz con su padre y los dos ya están contigo.    

Abracé la urna, me sentía demasiado agotaba emocionalmente para llorar y no pude hacerlo, había sido tanto dolor, tantos años de resignado sufrimiento culminados en esos días de confusión espantosa, que solo pude tomarla entre mis brazos y apretarla contra mi pecho. Ahí tenía a mi graciosa y regordeta Mallory que nunca nació, a mi pobre y tímido Rien con su osito de felpa a los cuatro años...En ese momento me pregunté: ¿qué hubiera pasado si no le hubiera hablado a ese niño que se escondía bajo las mesas? No pude responderme. Ya no podía imaginar otra vida distinta a la que tenía con Rien. A la que hubiera tenido con Rien.    

Pedí a Fey que, llegado el momento, pusiera mis cenizas junto a las de ellos, pues Rien acaparaba a Mallory como si fuera solo suya. Quería que nos liberara luego a todos juntos en la arboleda cerca de mi casa, para que la bebé conociera el sitio donde íbamos a jugar cuando éramos niños y nos enamoramos siendo adolescentes. Poco después me enviaron a una isla tropical remota donde la tecnología era mínima, ahí había un santuario para mujeres Naturales maltratadas y yo podría llevar mi duelo en paz sin que el Windbell me hostigara. Los primeros meses eran terribles, lloraba casi todo el tiempo. Había tanto que no pude decirle a Rien, tantas cosas que me hubiera gustado hacer con Mallory, sentía enojo y tristeza en partes iguales. Tras un par de años comencé a superarlo. Pasaba los cumpleaños de Rien en la playa con la urna, recordando los momentos felices que pasamos juntos. Casi podía sentirlo a mi lado, quejándose por el calor o la humedad alborotándole el cabello. Sus cenizas, contenidas en aquel huevo de muerte, siempre estaban a mi lado; las mantenía tibias con el calor de mi cuerpo, como si incubara algo...    

Fey me llamaba casi todos los días, tres años luego de mi llegada a la isla había dejado atrás los aspectos negativos del escándalo del “Windbell asesino”, como lo llamaron los medios, y se volvió realmente exitosa con su propia empresa. Por fin se mudó a una gran ciudad y se convirtió en una mujer importante incluso ante los Modificados. Fausto me llamó una vez para despedirse de mí definitivamente, dijo que estaba muy enfermo y sufría un cruel acoso. Algo que involucraba a su difunto hijo, no quiso decirme qué exactamente, pero intuí estaba relacionado con lo del Windbell. Imagino que, luego de perderme la pista, Bell volcó su extraña libido sobre Siébel y esto horrorizó a Fausto que era un Natural chapado a la antigua. Un año luego, Fausto había muerto por un ataque al corazón.    

Con Fey siempre ocupada con su trabajo y mi exesposo fallecido, me quedé sin amigos o conocidos fuera de la isla, verdaderamente sola; y una tarde al reflexionar esto durante un baño de agua salada en la playa, tomé una gran bocanada de aire y exhalé. Nada me ataba, estaba libre. No sé si en ese momento fui feliz, pero sí sentí una inmensa paz.    

Cumplí 30 años e hice nuevas amistades durante todo ese tiempo, estas me presionaron un poco por dejar la soltería y rehacer mi vida con otro hombre. En lugar de pedirles que no juzgaran mis gustos personales, de alguna forma me convencieron de que la felicidad era imposible para una mujer si no llegaba a formar una familia. Si no tenía “dueño”. No me sentía mal o sola, de hecho, disfrutaba ese nuevo mundo que no solamente giraba en torno a encontrar con quien tener sexo cada dos o tres días, pero insistieron tanto que empecé a obsesionarme más con Rien; no me importaba que estuviera muerto, seguía siendo mi mejor amigo, el más especial, el amor de mi vida. De noche le contaba a sus cenizas como estuvo mi día y dormía abrazada a su urna. Un día me contactó un antiguo amigo de Rien de la época en que se preparaba para ser un confesor en París. Era un ingeniero que estudió en su misma universidad y trabajó junto a él en algunas actividades que involucraban diferentes facultades de la institución académica. El hombre, un coreano modificado vestido en traje de oficina que se presentó como Motus, me habló por videollamada con gran seriedad    

—Tengo una copia del Windbell de Rien en mi poder. Se la mostraría, pero su amiga Fey me ha informado sobre lo agresivo que se torna cuando logra obtener información sobre usted. Ahora mismo debí tomar muchas precauciones para que él no se infiltre y sepa que estamos conversando. Rien Windbell...o "Bell" como le dicen usted y Fey, no deja de intrigarme. Tiene muchos procesos encriptados, está desarrollando algo, pero no sabemos qué es.     

—¿Le ha dicho algo sobre Mallory?    

—No habla sobre sí mismo. Pregunta cosas, pero no suelta nada. Básicamente es Rien...Siempre con misterios...Es difícil emocionalmente para los que lo conocimos en vida porque la inteligencia artificial perversa con intenciones sospechosas se ha fundido totalmente con la personalidad de aquel muchacho inquietante que ocultaba tantos secretos.     

—¿Rien era feliz en París, Motus?    

—No lo sé, a veces tenía fe en el futuro, a veces daba todo por perdido, era de ese tipo de gente que se ríe y no sabemos si de su propia desgracia. Le mostraré unas escenas del último día que pasamos juntos. Cuando grabamos ese video, yo tenía diecisiete años. Rien dieciocho.     

Escuchar esto me emocionó, quería verlo de nuevo, aunque fuera así. En mis recuerdos, Rien dejó de tener defectos y se volvió una obsesión. Era la personificación de todo lo bueno de mi pasado, todo lo que perdí, mi propia juventud e inocencia. No necesitaba nada más, Rien, la nada, era mi todo. Motus seguía hablando:    

—Fue el único amigo que hice fuera de la facultad de ingeniería.   

Buen tipo, aunque bastante extraño.    

—Lo sé, era muy tímido y silencioso, pero no imagina cuanto lo extraño.    

—¿Rien tímido? Quizá se contenía ante usted, señora, estaba muy enamorado y convencido de que, si no lograba tomarla por esposa y procrear juntos, su vida dejaría de tener sentido. Creo que estaba preocupado por esto, pero se desquitaba la ansiedad procurando que todos a su alrededor también nos sintiéramos confundidos. Cuando conseguí una copia del Windbell averiado, no me costó reconocerlo. Ahí estaba Rien, "tranquilo y dulce", pero las cosas que decía y hacía...No sé. Mire aquí, en el video.    

La pantalla cargó entonces las imágenes de Rien con gafas de sol y su aspecto rebelde de la adolescencia bajo una nevada matutina, preparándose para asustar a Motus por la espalda, se escuchaban risas y todo estaba luminoso. Mi dulce Rien, ya casi le doblaba la edad y me despertaba instintos maternales. De vez en cuando, alguna amistad hipócrita me criticaba. Las mujeres decían que era mi culpa el ya no poder ser madre, los hombres me acusaban de ser fría y egoísta por no querer rehacer mi vida con uno de ellos. Nadie sabía que todo eso lo había sacrificado a la memoria de Rien. Él era mi amante, mi hermano, mi amigo y mi hijo. Fey solía decirme que no les hiciera caso, ella era feliz sin un hombre o hijos a su lado, yo le decía que tenía razón, pero nunca le confesé lo que sentía por Rien. Quizá debí hacerlo...Motus me sacó nuevamente de mis pensamientos:    

—Eso fue en Italia, por seis meses hicimos un trabajo académico juntos ahí. Una amiga filmaba.    

Se escuchó la voz de una chica riendo fuera de escena:    

—Saluda a la cámara, Motus. ¿Unas palabras antes de ser violado por el seminarista del equipo?    

—¡Atrás, maldito sacerdote satánico gay!    

Se veía a Motus gritar y luego Rien fingía inocencia diciendo:    

—Admítelo, esta es la única forma en que tú podrías perder la virginidad.    

Oír su voz tuvo un efecto profundo en mí, pensé que a mi alrededor la vida parecía no tener sentido sin un amor y una familia; y eso solo me hacía aferrarme más a Rien. Todos esos comentarios reprochándome el no ser esposa y madre a mi edad eran como puñaladas, nunca demostré que me dolían porque yo sabía que lo decían para hacerme daño y no quería darles esa satisfacción. Al mismo tiempo, mi silencio impedía que alguien me curase con el bálsamo de la comprensión. El pasado, Rien, nuevamente era mi última salida. Unas palabras de ánimo quizá hubieran bastado, pero fui cobarde y seguí cerrada en mí misma y callando. La cámara cambió de pronto a otra escena en que Rien alardeaba junto a un canal de agua:    

—Si realmente quisiera violarte, te drogaría antes. ¡Como confesor tengo licencia para usar todo tipo de narcóticos! Atado a una cama e inconsciente. No sabrías ni qué te golpeó.    

Hubo un acercamiento a sus ojos que miraban fijamente a la cámara con malicia y me perdí, algo se rompió dentro de mi ser. Se escuchó la voz de Motus por última vez en el video:    

—¡Graba eso! Luego puede ser evidencia para la policía. ¡Jodido enfermo!    

La grabación terminaba ahí y me apresuré a despedirme de 

Motus, tenía demasiado qué pensar. Él me aconsejó llamar a Fey pues me notaba extraña, pero en realidad solo quería estar sola. Mirando a las olas romper en la playa bajo la luna de esa noche, medité. En mi incertidumbre y confusión tenía la firme voluntad de no volver a dejar que me maltrataran. No quería dar pasos en falso, aventurarme o probar nada nuevo. Poco a poco empecé a preguntarme si en algún pequeño rincón del pasado podría encontrar soluciones a mi nueva tristeza. Así me volvió a la mente la idea de buscar otra vez al Windbell, pedirle que me dejara cargar a Mallory.    

Tuve que hacer varios sobornos hasta que finalmente conseguí un antiguo aparato de realidad virtual que a duras penas se conectaba con el ciber espacio. Batallé largo rato hasta que encontré un archivero oculto donde hablaban del caso del Windbell asesino y se supone que tenían una copia del programa original. Lo abrí con ansiedad, sintiendo un vacío en el estómago y las manos temblorosas. El entorno virtual cargó ante mí el logo de Windbell, se proyectó una silueta vestida en sotana, pero bastante obesa y me encontré con que ese Windbell no era el mismo modelo con el que tuve el problema. Pero mi búsqueda había llamado la atención del verdadero. Otra sombra negra y alta se me aproximaba por la espalda. Él me encontró a mí.    




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