La mujer de plástico
Una investigación en línea
INTRODUCCIÓN
Las fechas y mi mala memoria...
Desde sus inicios, Internet se volvió un refugio para aquellos con impulsos que difícilmente confesarían en persona; para opiniones que nunca podrían expresarse con los labios pero sí a través de un teclado, detrás de una pantalla. Cientos de miles de ideas, sentimientos y temores se vuelcan en el ciberespacio cada día en esa falsa sensación de intimidad sin ley, zambulléndose en las historias más complejas, excéntricas y muchas veces grotescas.
Con esto en mente, recordé una anécdota de esas que surgen entre escritores amateur y termina siendo un híbrido entre mentiras y realidad; ¡el cuento de la mujer que se suicidó porque la ofendieron en Facebook y resucitó meses después porque se aburrió de estar muerta y quería volver a postear!, chismes que tarde o temprano se convierten en el combustible de ese humor negro que la sociedad moderna nos obliga a desarrollar para soportar la frustración del día a día y que en Internet se magnifica; volviéndonos insensibles, por momentos inhumanos.
La mujer de plástico me pareció otro rumor idiota inventado por alguna mitómana, un hoax a todas luces pasado de boca en boca entre fanáticos religiosos y comenzando a tomar sabor a meme: “una joven ingenua es corrompida en Wattpad y acaba muerta a kilómetros de su casa en un sacrificio satánico”. Acompañaba a la noticia un video pseudopornográfico que incluso compartí entre mis amigos como una broma, era demasiado enfermizo para ser tomado en serio.
Pero entonces descubrí que entre las imágenes había un código oculto...
Mensajes ocultos
“Me describo como una persona tranquila. No hay que darle espacio al enojo o la tristeza”.
Sung Kim en Facebook.
Lo que leeremos a continuación es una serie de textos que se compartieron en diferentes plataformas de internet en forma pública, privada u oculta en videos. Al parecer los escritos estaban interconectados y relatan una historia desde el punto de vista de distintas personas. La información ha sido organizada de la mejor forma cronológica y lógica posible pero aun así resulta ser confusa, por momentos delirante. Esta obra no pretende sacar conclusiones, solo presentar las evidencias encontradas en línea y dejar todo al juicio del lector.
1
(Las siguientes confesiones fueron extraídas de un diario escondido en códigos QR dentro de videos subidos originalmente a Facebook por el usuario 성 김 y resubidos a Youtube por “Bruno2001” en un intento de denunciar sus actos depravados. La cuenta de Facebook donde presuntamente fueron compartidos los videos por primera vez mantiene casi todo su contenido privado, y el canal de Youtube de Bruno2001 permanece inactivo desde hace tiempo. No contesta comentarios ni mensajes).
¿Piensas que estoy loco? No me molesta si me juzgas así, declararme en tal estado me ayudaría en futuros juicios.
Te pregunto si lo piensas porque, si estás aquí, has puesto mucha atención a mi...A mis cosas. ¿Qué piensas? No puedes responderme y a decir verdad tu opinión no es algo de mi incumbencia. Esta será una relación un poco unilateral, en la cual tú tendrás un papel pasivo. Eso me agrada. Imposible no traer a la mente el sexo estando en nuestra situación pero no quiero hacerte sentir incomodidad alguna. Ya es suficiente con que sospeches de mi. Espero no sonar como un paranóico, pero es lo que creo.
Sí, a menudo caigo en la paranoia. Es un vicio de nosotros los perfeccionistas, somos esclavos de los detalles y las sospechas. La perfección es la base de mi vida, la idea de que todo debe ser perfectible sin importar el precio se me inoculó desde la primera infancia; mi padre no dudó un momento al someterme a cirugías estéticas para corregir el que no hubiera heredado exactamente la belleza de mi preciosa madre, cuyo rostro angelical sirvió de modelo en incontables obras de arte y solo podía acabar siendo propiedad de un coleccionista. Al igual que mi madre, no podía quejarme, no podía negarme, solo aceptar mi destino: ser fiel adorador de la perfección y la belleza, cada definición de la belleza sin importar cuán perversa fuera.
Supongo que la forma en que me conociste no fue la mejor. Sé que la primera impresión es la que define en gran parte cuál será el leitmotiv de las relaciones interpersonales, el protocolo y la etiqueta también tuvieron una parte importante en mi crianza; como hijo de un diplomático sé que un traje y una corbata bien elegidos pueden valerte el mejor trato. Estoy consciente de que mi aspecto pulcro y agradable te inspirará confianza en mí si estamos en una situación laboral, y el que me vieras por primera vez en un video de mala calidad usando una máscara de látex con rasgos femeninos y ropa a juego pudo haberte dejado...alguna inquietud. Una visión más allá del lado chocante de lo andrógino, algo así como una muñeca de goma o un cadáver profanado; una belleza muerta de hace tiempo, descompuesta pero todavía fiel a su esencia efímera. Si te explicara todas mis razones entenderías por qué prefiero que me creas un inocente loco.
Para empezar, seguro que a estas alturas ya te ha quedado claro que soy un hombre. ¿Cuanto tardaste en averiguarlo? Antes de esta carta, no importa. Ni siquiera sé por qué esto tendría que perturbarte, estamos en una época en que rechazar de cualquier forma a un surcoreano con mis gustos en América te haría ser tachado de homofóbico y racista, ¿cómo podrías ver algo malo en un doller? Quizá nunca habías oído hablar de este fetiche, será nuestro secreto. No es algo que haga siempre, solo a veces, en una habitación de hotel. Temo que si lo hiciera en casa, al quitarme la máscara y matar a la chica que fui esa noche, su espíritu quede vagando en mi hogar y me posea. Ha sucedido y es peligroso. Solo puedo ser violento y lastimar cuando encarno a una mujer, porque la mujer tiene ese poder. Una deidad que puede dar vida, también tiene que ser capaz de dar la muerte.
Disculpa si vuelvo a pensar en sexo, yo podría ser considerado como un gran admirador de las mujeres y a la vez un misógino. Eso creo. Recuerdo aquellas rubias argentinas, las morenas en Cuba, todas esas bellas esculturas de carne que veía cada vez que cambiaba de casa debido al trabajo de mi padre. Una nueva nana en cada nación, puesto que mi madre murió durante mi nacimiento. Todas jóvenes, bellas, inalcanzables debido a las prohibiciones de mi padre. De una raza, una casta, distinta a la mía. Eran intocables para mi, perfectas, poderosas, odiadas y deseadas por partes iguales. A veces fantaseaba con ser una, todavía lo hago, pero eso nunca me satisface. Para ser uno entre ellas, entre lo impecable, hay que ser uno con una de ellas; a menudo me enamoraba pero nunca lo confesé. Temía el rechazo o peor, el ser ignorado, el silencio, la eterna pregunta sin respuesta como la que queda en el aire cuando una madre muere sin dejar constancia de haber amado al hijo que le quitó la vida en el parto.
Sí, la verdad tu servidor odia las mujeres hermosas pero no tengo problemas con aquellas que no cumplen con los requeridos cuerpos esbeltos, piel tersa, rostro delicado y cabellos perfectos; de hecho una vez tuve una novia formal. Me atreví. Ser un misógino no me impide reconocer que las mujeres al ser criaturas racionales deben pensar de forma similar a como lo hago yo, solo cambiarán la perspectiva de las cosas pero la idea será prácticamente la misma. Así como sé que hay mujeres perfectas y mujeres imperfectas, ellas deben ser capaces de ver las diferencias existentes entre los machos humanos. Yo podría haber rechazado a esta mujer, pero la elegí, y ella no iba a rechazarme a mi. Ese era mi secreto y lo oculté en la mentira de que yo no me fijaba en lo físico. Abuso de privilegio, exceso de cobardía, ya no importa.
Milina fue mi novia durante poco menos de un mes, pero antes fue mi amiga de muchos años. Ella también odiaba a las mujeres bellas pero desde otra perspectiva: si yo resentía por no poder ser uno con ellas, Milina lo hacía por no ser una de ellas. Éramos como la zorra en la fábula de la zorra y las uvas, despreciando lo inalcanzable para disimular la frustración. Nuestro amor fue un manjar agridulce, ella era una columna a la que aferrarme durante el terremoto de mis pasiones; mirando su ancha espalda fundida a sus caderas en un viaje sin escala en su cintura y cuya última estación era un par de nalgas, aplastadas y cubiertas de hoyuelos, me sentía seguro. Fracasado pero seguro.
A las pocas semanas juntos concluí que era imposible juzgar nuestra relación en el plano físico, en lo material era algo patético pero podría sublimarse si lo elevaba a lo espiritual. La profundidad de los sentimientos que compartíamos debía darle a lo nuestro un valor muy por encima del de otros romances, debíamos alcanzar la perfección del amor, su eternidad. Comencé a obsesionarme con esta idea. Leí una y otra vez la historia de Romeo y Julieta tratando de encontrar qué era aquello que hacía a la gente pensar en ese tren de malas decisiones, que a mi me parecía hasta cómico, como en la descripción más detallada del amor perfecto. Finalmente comprendí.
El amor erótico es así como la felicidad, la felicidad no es un sentimiento permanente. Como todas las emociones, es transitoria; aun en ausencia de tristeza o enojo, se disipa con el tiempo hasta desplomarse en el tedio. ¡He ahí el enemigo! El tiempo. La solución es no darle tiempo al tedio para que ahogue la felicidad o el amor, congelar en la nada el clímax del sentir y volverlo eterno en la memoria. Deberé explicarme mejor...De una forma práctica, contando cómo lo conseguí con Milina.
Torturado siempre por el perfeccionismo, en ella buscaba la forma de complacer mejor a una dama. Examiné y experimenté en cada parte de su cuerpo, hasta que logré hacer de su clítoris casi una extensión de mi propia mano. Una herramienta para controlarla que a la vez nos unía mucho más que el mismo acto de la cópula, yo estaba muy satisfecho con este amor. Descubrí que Milina no solo era multiorgásmica, también llegaba a un punto en que al igual que un hombre era incapaz de controlar sus reacciones involuntarias; una vez que empezaba y yo encontraba el ángulo perfecto de mis dedos dentro de su vagina y frotando su clítoris, era incapaz de parar. En varias ocasiones terminó sollozando angustiada entre espasmos, con la respiración entrecortada, pidiéndome que no siguiera. Su cuerpo fuera de forma no podía soportar tanto. Ese era el camino.
Una noche, estuve titubeando un rato hasta que me armé de valor. La acomodé en mi regazo y otra vez empecé aquella tortura que ella aceptaba excitada pero con miedo, me parece que sospechaba...Amasé sus pechos colgantes, poniendo especial cuidado en exprimir entre mis dedos sus pezones endurecidos; las mujeres nacen con el privilegio de ganarse la victoria de la vida con solo ser madres, estimular sus instintos maternos y recordarles este poder parece que las enciende con una perversión narcisista; no tardó en comenzar a chorrear, su vulva rechoncha estaba lista, era el momento. Su entrega fue tierna, se dejó hacer, me gusta ser el dominante y ella lo sabía; me regalaba esa ilusión porque Milina siendo una mujer aunque imperfecta tenía más poder que yo, pero pronto equilibraríamos las cosas. Logré engancharla en la cadena de orgasmos, temblaba comenzando a sentir calambres y por sus súplicas empecé a notar que aquello ya no era placentero para ella, pero no paré, fueron unos seis orgasmos seguidos antes de que se desmayara; su consciencia estaba vencida pero no sus carnes. El clítoris permanecía erecto.
Violé su cuerpo inconsciente un rato esperando a que despertara, sin dejar descansar aquella pequeña masa de nervios abultados en su vulva; con una precisión exacta para no lastimarla pero tampoco dejarla descansar. Cuando recuperó un poco el sentido volví a arrinconarla entre la espada del placer forzado y la pared de sus límites físicos. No pudo más, se retorció por última vez con una mueca de dolor y tuvo un paro cardíaco, eso dijo el médico. En el funeral traté de lucir triste, pero estaba orgulloso, satisfecho. Algunos amigos que se enteraron de la verdadera razón de su muerte, aunque no de las razones subyacentes a la explicación oficial, bromearon conmigo diciendo que al menos se había ido feliz. Así es, alcanzó la felicidad y el amor eterno, fue la segunda mujer que maté sin querer ser un asesino. He matado a dos mujeres por sus vaginas, mi madre y novia, supongo que es correcto llamarme criminal sexual.
Otra vez, es imposible, no dejo de pensar en sexo. ¿Te parezco un loco? No me molestará si es así, luego podrías atestiguar a mi favor diciendo eso.
2
Tengo la costumbre de visitar el Museo de Madame Tussauds cada vez que estoy en Londres. No pierdo tiempo en ver las figuras de celebridades como todo el mundo, yo paso largo rato contemplando las cabezas de los guillotinados de la revolución francesa en la cámara de los horrores. Cuentan que la misma Madame Tussauds era obligada por las autoridades a recoger de entre los restos mutilados las cabezas más ilustres para usarlas como modelos de sus esculturas de cera, que luego eran exhibidas como recuerdo del castigo recibido por aquellos infelices. Me pregunto si la figura en exposición será la que originalmente modeló Tussauds, si todavía tendrá sus huellas ensangrentadas en alguna parte, si al acercarme olerán a muerte de siglos. ¡Qué hermosas máscaras! El que hayan sido creadas como la sombra de la verdadera expresión de la muerte las hace fascinantes para mi. Me anima a buscar una dama con el rostro más hermoso que puedas imaginar, decapitarla y usar su cabeza cercenada para hacer la que sería mi máscara favorita.
No se lo digas a nadie, es mi sueño de vida.
Por cierto, otro de mis intereses es la taxidermia. Particularmente la que se practica en humanos. Siempre he querido ir a ver la exhibición de cadáveres diseccionados y plastinados de Gunther von Hagens, pero no he podido por razones de tiempo y trabajo. Debo conformarme con viejos museos de anatomía cada vez que estoy en Europa. En ocasiones imagino cómo sería el sexo con un cuerpo muerto, pienso que debe ser algo muy cómodo; sin tener que preocuparse por dar una mala impresión a la compañera de faena. Lo intenté en una ocasión.
Aquella extraña aventura comenzó hablando con una joven estudiante de medicina en un anfiteatro anatómico al cual no me negaron la entrada por mi aspecto apacible y formal. Supongo imaginaron que era un médico de la facultad, todo menos un señor que se disfraza de muñeca sexual por las noches. Recuerdo que esta dama tenía a su lado un maniquí de reanimación cuyo rostro me resultaba familiar, era la desconocida del Sena, aquella hermosa suicida que sirvió de inspiración a toda una generación de artistas a finales del siglo XIX a través de su máscara mortuoria sonriente. Así descubrí que esa estudiante compartía conmigo un interés morboso por la belleza de los cadáveres, le conté que yo mismo tenía una pequeña colección de máscaras de muerte victorianas en mi residencia y accedió a ir conmigo a verlas. Fue en ese momento en que se me ocurrió probar con ella el sabor de la necrofilia.
Temí que la rigidez ceremonial en la decoración de mi casa fuera a intimidar a la señorita, pero de hecho pareció sentirse más a gusto. Hay algo que relaja a las mujeres cuando se les administra una dosis de lujo por vía de un tipejo pusilánime, verdaderamente son criaturas muy poderosas. Le pedí que se pusiera cómoda y pretendí estar distraído arreglando el nudo de mi corbata mientras la veía de reojo esperando el momento en que se quedara desprevenida. Tenía pensado matarla y después usar su cuerpo para varios experimentos, quizás incluso organizar una cena en su honor pero sin dejar restos; eso fue lo que le trajo problemas al señor Issei Sagawa, desperdiciar la comida.
Me entretuve cavilando sobre estos planes cuando de repente la sentí a mi lado, al voltearme vi que traía un bisturí y lo ponía en mi cuello recordándome que conocía perfectamente en qué puntos vitales cortar de ser necesario. Me ordenó conducirla hasta mi alcoba, donde me dijo que debía quitarme toda la ropa y luego me ató con unas abrazaderas plásticas que traía en los bolsillos. Aparentemente, esa muchacha llevaba algún tiempo seleccionando y cazando hombres de apariencia pasiva para someterlos a su extraña voluntad. Su rudeza me incomodaba, entre que podía robarme la vida o las piezas de arte fino que tenía diseminadas por toda la casa me sentía verdaderamente inquieto pero lo más desagradable era su actitud: decía todo el tiempo que yo deseaba violarla y me sentía profundamente atraído por su cuerpo, cosa que no era cierta, todavía, quería su cuerpo pero muerto. No por su belleza o su condición de mujer a decir verdad, solo quería un cadáver. Desgraciadamente no era buen momento para explicarle mi punto de vista, le pedí que fuera un poco más gentil pero como no obtuve buena respuesta de su parte tuve que soportar de la mejor manera que pude.
Había escuchado de mis amigos que ser violado por una mujer nunca podría ser un evento muy traumático, es una idea de hecho atractiva para nosotros los hombres que pensamos que las féminas son algo así como el puño de Dios en la Tierra. Pero lo cierto fue que la prepotencia y vanidad de la joven presumiendo que yo la anhelaba llegó a un punto en que me hizo empezar a querer rebelarme al puño divino, lastimosamente estaba muy bien atado y no soy el tipo de persona que se pondría a vociferar insultos. Mi sentimiento de impotencia se tradujo en una impotencia física y esto molestó a la joven. Empezó a acusarme de ser homosexual, cosa que me sorprendió; no porque dudara de mi masculinidad sino porque su discurso originalmente feminista se tornaba de pronto homofóbico, pero no siendo ducho en la jerga de la justicia social le recordé serenamente que fuera o no esa la causa, yo definitivamente no estaba dispuesto a insertarme en ella. A menos que falleciera previamente, pero no era adecuado aclarar esto en ese preciso momento.
Mi falta de entusiasmo fue un golpe al orgullo de aquella muchacha, pero no estaba dispuesta permitirme la opción del rechazo. Empezó a desnudarse frente a mi, mientras me veía a los ojos como si tuviera en la cara un televisor transmitiendo su programa favorito, atenta a mis reacciones. Se quitó el sostén y mostró sus pechos humildes, con los pezones tímidos mirando al suelo. Era como la visión de un par de zepelines desinflados. La mata de vellos bajo sus bragas era como otra braga pero hecha de lana negra; sin duda tenía un cuerpo muy modesto, casi púdico. Se dio la vuelta y comenzó una especie de baile sensual, supongo, arqueaba y encorvaba la espalda intentando que sus glúteos rebotaran por el movimiento pero estos permanecían estáticos ofreciéndome la visión de su piel salpicada de granos que hubiera bastado si mis gustos no se hubieran vuelto tan exquisitos con los años. Aquello era como la danza ritual de un gorila espalda plateada anunciando su dominio sobre el territorio. Estos animales me son simpáticos.
Para su desdicha, justo en ese momento entró la empleada de la limpieza equivocando el día en que debía llegar y nos encontró en tan penosa situación. La joven intentó hacerle creer que todo aquello era consensuado pero no estuve dispuesto a seguir su mentira. La policía vino poco después y al inspeccionar el lugar, encontrando mi parafernalia travestista, concluyeron que yo era un homosexual y no lo negué pese a que realmente soy heterosexual. Quería saber qué dirían los medios ante el caso de la mujer que abusó a un gay, ¿de qué lado se iría la justicia social del siglo XXI? Lastimosamente fue un dilema tan grande que los noticieros prefirieron no darle mucha cobertura. Mi intento de violación fue despachado por la vereda del olvido y desde entonces no he vuelto a Europa pero me volví un activista en pro de la liberación de la mujer, algo así como Carlos Monsiváis: “alternando la misoginia con una encendida defensa del feminismo”, pero en un sentido más sincero. Por la necrofilia terminé perdiendo el interés, hay perversiones menos engorrosas.
3
El voyeurismo es parte de mi vida, desde que era un adolescente frecuentaba los peepshows curtiendo mi curiosidad cada vez más hasta que ahora raramente voy por esos lugares. Ya no hay nada que me interese, me es más sencillo buscar videos novedosos en el internet. De hecho tengo poco más de un año sin asistir a uno de estos espectáculos, la última vez que fui tuve una experiencia más o menos trágica.
Todo comenzó a causa de uno de mis amigos, quien vive en cierta ciudad mexicana y está obsesionado con los animales antropomórficos; especialmente con estas criaturas fantásticas teniendo sexo con mujeres. Me contó que conocía un lugar donde podría ver actos zoofílicos reales del tipo que yo quisiera, solo debía pagar el precio correspondiente. Le pedí la dirección del establecimiento y por un tiempo me olvidé del tema, nunca he sido muy entusiasta de los animales. Una noche, estando en su ciudad, tenía planeado ir a un hotel para grabarme encarnando a mi víctima ocasional cuando supe que el hotel elegido ya no tenía vacantes. Decidí que no le daría tiempo al mal humor y busqué otra forma de amenizar mi noche a solas; entonces recordé el peepshow que mi amigo mencionó. Busqué entre los apuntes de mi teléfono e hice una llamada reservando una cita para dentro de dos horas esa misma noche. Mientras llegaba el momento de ir al local, fui a cenar y a visitar las tiendas de la zona. Me gusta comprar siempre algún figurín de cristal o porcelana. A mi abuela materna le encantaban, le enviaba uno nuevo a su residencia en Japón cada vez que podía porque ella en su demencia senil tenía la costumbre de romperlos para intentar apuñalar con sus trozos a las enfermeras. Debía reabastecerla a menudo.
A la hora acordada, llegué y fui amablemente recibido por un hombre obeso con un bigote que parecía un cepillo para lustrar zapatos. Fui conducido a una pequeña cabina amueblada únicamente por un sillón, había ahí una vitrina cuyo interior estaba cubierto por un cortinaje rojo; el hombre me dejó a solas y momentos después se descubrió el aparador para revelar a una sonriente mujer desnuda bailando en torno a un perro Pitbull. El animalillo se veía contento, saltaba junto a ella y ladraba, de vez en cuando se le montaba en una pierna pero se aburría pronto. Luego siguió un embarazoso proceso de cópula inter especies, ella debió ponerse a gatas, obligándome a inclinarme más cerca de la vitrina para ver qué pasaba, y empezó a buscar la forma de que el animal se apareara con ella. El perro estaba dispuesto pero era muy pequeño y se resbalaba constantemente, por fin logró alcanzarle la vagina con su rojizo pene puntiagudo y empezó a mover las caderas como loco mientras la mujer lo sostenía de las patas traseras apoyándose con el rostro en el piso sin dejar de sonreír. Lejos de excitarme, el asunto me sacó una carcajada. Me arrellané en mi asiento ya sintiendo vergüenza ajena y entre risas los vi reacomodarse unidos por sus glúteos, había una gruesa bola roja en el nacimiento del pene del perro que estuvo unos minutos dentro de la vagina de la mujer y después se escapó; terminando así el coito. Yo había pagado por una hora y eso apenas duró cinco minutos, la mujer empezó a darle sexo oral al perro con desesperación y debí menear la cabeza alzando las cejas. No hay palabras. Es fácil resbalarse de lo controvertido y caer en el ridículo.
Salí de la cabina un poco fastidiado y llamé al encargado del lugar para preguntarle si ofrecía otra cosa, el hombre muy apenado me dijo que por un cargo extra podría mostrarme a la empleada con un animal más grande; podía elegir entre un burro, un cerdo o un gorila. Me encogí de hombros y le pedí al gorila, era lo más exótico entre todas las opciones y ya he dicho que esas criaturas me parecen simpáticas. Volví a entrar a la cabina y debí esperar casi media hora ante el escaparate nuevamente cubierto; con el rostro apoyado en un puño y tamborileando en el apoya brazos con la mano libre, estuve mirando aburrido al cortinaje hasta que se abrió. La mujer bailaba siempre con su enorme sonrisa, esta vez junto a un ceñudo gorila que de vez en cuando le daba un manotazo; la bestia lucía dopada, como si le hubieran administrado algún tipo de narcótico afrodisíaco, el gorila se veía en el mismo estado. Ella intentó tocarle el miembro, un micropene que contrastaba con el gran tamaño del animal, y aquel gran primate lanzó un rugido que incluso a mi me sobresaltó; sin perder la sonrisa pero con terror en los ojos, la pobre mujer se apoyó en la pared siempre agitando las caderas para ofrecerse. Lo que sucedería a continuación sigue conmoviéndome al recordarlo.
De repente el gorila pareció perder los estribos, le dio un golpe en la nuca para derribarla y la penetró doblándola en un ángulo antinatural, ella seguía sonriendo pero sus ojos mostraban alarma. Me levanté de mi asiento ya inquieto y le hice señas para saber si estaba bien, ella hizo un gesto de preocupación con las cejas pero no paró de sonreír. El primate la estrelló varias veces contra la pared y la levantó por las piernas para penetrarla a su gusto mientras la mujer increíblemente seguía sonriendo pero su mirada estaba muerta en una expresión de: “¿ya qué importa?” Salí a toda prisa de la cabina para decirle al encargado que algo iba mal y fue conmigo ante la vitrina a ver qué pasaba. Con horror encontramos al gorila todavía apareándose con la mujer, la que agitaba en el aire como un trapo mientras su cabeza se zarandeaba con el rostro apuntando a la espalda. Tenía el cuello más que roto. Aquel pobre hombre de bigotes lanzó un grito de dolor, un “¡Karen!” angustiado, luego fue por una escopeta y sacrificó al animal para recuperar el cuerpo de la empleada que resultó ser su hermana. En ese momento estaban ellos dos solos trabajando en el lugar y solo yo estuve a su lado para acompañarlo en su pérdida. Lo ayudé a recoger los restos de su hermana, que se había ido del mundo con una sonrisa de oreja a oreja y una extraña mirada maniática.
Juntos la limpiamos y vestimos con solemnidad religiosa para luego recostar su cadáver en un sofá. Pudimos cerrarle los ojos pero no así la boca, los dientes blancos de su hermana muerta expuestos en señal de alegría solo hacían que el triste encargado llorara más. Me explicó entre lágrimas que no podía dar aviso a las autoridades sobre el deceso debido a la naturaleza ilegal de su negocio y que no sabía como deshacerse del cuerpo sin dejar rastro, luego de pensar un momento se me ocurrió que podíamos llevar los restos de Karen a una casa de playa que yo tenía a unos cientos de kilómetros de ahí; donde guardaba un bote de pesca con el que perfectamente podríamos llevar al cuerpo mar adentro para darle un entierro acuático. El hombre estuvo de acuerdo y nos preparamos para hacer aquel viaje. Hicimos lo posible por ocultar el cuello desbaratado de Karen con una bufanda y una vistosa peluca rubia que yo traía en el maletero de mi auto, luego la pusimos en el asiento del copiloto y nos fuimos los tres a mi propiedad en la costa.
Fue un viaje casi místico, íbamos en silencio sumidos en nuestros pensamientos y mirando al paisaje desértico mientras Karen sonreía como una celebridad con los ojos cubiertos por grandes gafas oscuras; recibiendo silbidos de algunos camioneros y sonrisas de los patrulleros que nos detuvieron en el camino y a los que les dijimos que era una extranjera que no hablaba español. En un bache, la pobre saltó tanto que su cabeza terminó colgando de lado sobre su pecho; la reacomodamos en poco tiempo y seguimos el trayecto.
Finalmente llegamos a mi casa de playa, subimos a Karen en el bote, le atamos varias rocas de buen tamaño y la llevamos a alta mar para arrojarla por la borda. Habíamos cortado algunas buganvilias de mi jardín que entretejimos en coronas de flores improvisadas y lanzamos al agua en su honor. Entonces lamenté en mis pensamientos el haber olvidado distraer un rato al hermano para violar el cadáver antes de desecharlo.
Pobre Karen, nunca olvidaré su sonrisa.
4
Desde la muerte de mi abuela materna, he tenido que viajar periódicamente a Kioto por un amargo pleito legal con mis primos a causa de una herencia. Estando ahí, aprovecho para satisfacer otro de mis fetiches. Me gusta levantarme temprano, vestirme de forma impecable, tomar un maletín de negocios vacío y abordar el metro a la hora pico. No voy a ninguna parte, me paso el día así. Espero que se me acerque la mujer más bella y me sitúo justo en su espalda, el movimiento del vehículo y la gente empujando a nuestro alrededor hacen el resto. Nunca me han atrapado, tengo la particularidad de llegar hasta el orgasmo sin agitarme o perder la expresión de indiferencia. Incluso mi víctima no se da cuenta, siente la dureza pero al voltearse intrigada solo ve un caballero serio. Invariablemente aparta otra vez la mirada, confundida.
Se volvió algo tan sencillo que empezó a aburrirme. Decidí aumentar el riesgo una noche en que luego de terminar de masturbarme disfrazado ante la cámara en una habitación de hotel caminé a tientas buscando detener la grabación y escuché un ruido afuera. Estando caracterizado como mi propia esclava sexual disminuye mi audición y quedo casi totalmente ciego debido a la máscara de mujer y a otra de látex debajo de esa, de esta forma se me ocurrió una idea al sentir el riesgo excitante de ser descubierto vestido así. Dormiría esa noche en el hotel y a la mañana siguiente volvería a casa en el metro pero como mujer, solo cubriendo parte del rostro con un tapabocas que suelo llevar en caso de que pesque un resfrío estando de viaje. Quería complicarme las cosas.
Obré así y fue una experiencia interesante, las mujeres se me acercaban con menos recelo y apenas sospechaban. Una pareció reconocer qué era aquello que se frotaba detrás de ella y al volverse a mirarme tenía una expresión de desconcierto. Fue realmente divertido, pero pronto me aburrió también. El día se estaba poniendo tedioso hasta que al atardecer una pequeña secretaria terminó ante mi miembro ya sin entusiasmo para nuevas erecciones, pero tenía la carne firme y frotarse en ella se sentía bien. Empezaba a disfrutar su presencia cuando ella se volteó a mirarme sobresaltada e instintivamente me levantó la falda para mirar debajo. Por alguna sincronía universal digna de mala literatura de superación, nadie se fijó en lo que estaba sucediendo; ella se quedó boquiabierta mirando al bulto bajo las bragas y yo no me moví. Era todo tan explícito, tan cínico, que me atreví a más; lentamente la ayudé a levantar la falda y aparté la tela mostrando de una vez lo que ella sabía que estaba ahí pero no podía creer que realmente estuviera. Fue un momento demoníaco y delicioso, pero todo tiene un precio.
Mi diversión exhibicionista terminó cuando aquella mujer súbitamente se metió mi hombría a la boca y comenzó a tratar de tragársela con violencia, su actitud me sobresaltó y empecé a perder el equilibrio. Rebotábamos entre la gente y algunos ciudadanos indignado nos gritaban; no podía arrancármela, cerraba los dientes cada vez que lo intentaba. Nos tambaleamos así hasta llegar a la próxima estación, donde nos arrojaron fuera a empujones. Eramos un nudo humano, no sabía como caminar con esa criatura pegada a mi pelvis, buscamos alejarnos de la multitud hasta un callejón solitario dónde finalmente me liberó. La levanté por la cintura hasta colocarla sobre un contenedor de desechos y le bajé la ropa interior por debajo de la falda, luego le abrí las piernas para penetrarla. Con el pasar de los años he aprendido a hacerlo así, me gusta poseerlas viéndolas a la cara, invadiendo no solo sus genitales sino también su privacidad en ese momento íntimo que no tendría que ser tan personal cuando es casual. Realmente lucía tan pequeña y vulnerable, el gesto de su rostro parecía el de un avecilla asustada, eyaculé dentro de ella sin condón. No me importaba si quedaba embarazada, no volvería a verla jamás.
La solté y la vi bajar del contenedor renqueando un poco, se alejó unos diez pasos y luego se volteó para gritarme que tenía VIH.
Pasó casi una hora en que no supe qué pensar. Meses después en un examen médico rutinario comprobé que lo que había dicho era cierto, desde entonces he vivido con esto. Con la ciencia avanzando tan pronto, la muerte vendrá para mi como iba a venir desde un principio; quizá tarde, quizá temprano. Siempre estuve en una cuerda floja. Ahora estoy seguro de que nunca tendré una familia propia, pero no es algo que resienta mucho. Mis padres insistieron en traerme al mundo, incluso poniendo en juego la vida de mi madre, al final nací y no dejo de preguntarme: ¿qué sentido tiene mi existencia? Hay personas que sencillamente no necesitaban nacer.
He seguido callejeando por Kioto desde entonces, ya no exponiéndome tanto y sin volver a ver a la pequeña secretaria de aquella tarde. Esas vías señoriales de arquitectura antiquísima me deprimen, ahora solo me hacen pensar en la banalidad de la vida y lo ineludible de la muerte. Me siento mejor en América Latina, hablando la lengua de las mujeres que deseaba en mi infancia, aliviando el agotamiento de la enfermedad con el clima tropical. Me recuerdo a menudo esa parte del primer acto de La Traviata, cuando Violeta se dice a sí misma: “me entrego al placer, pretendo con esta medicina aliviar mis males”. Yo ya estaba enfermo antes de esto, era así desde antes.
5.
Conforme pasa el tiempo y mi enfermedad avanza, comienzo a pensar más y más en la muerte. El médico me lo reprocha, dice que las medicinas harían mejor efecto si mi actitud ante la vida no fuera tan autodestructiva. Ya no me doy cuenta, es algo automático. Estuve mucho tiempo planeando un viaje a Irán, quería visitar una torre del silencio. Ver esa lenta y agresiva repulsión al cadáver, que al ser considerado impuro es arrojado en una especie de basurero humano donde los buitres pueden hacer su voluntad sin interrupciones inoportunas. Al final un problema con mi pasaporte me impidió ir, me distraje investigando sobre los entierros celestiales del Tibet, mirando videos de cuerpos siendo brutalmente diseccionados en la cima de una apacible montaña; dejados ahí para ser devorados por las aves de rapiña ante la tranquila mirada de los deudos.
Si dudamos del valor de la vida, es normal preguntarse si hay algo de sagrado en la muerte.
Quiero que mi partida sea discreta, sin llantos o ceremonias. Un amigo me contó la escena de una película en que un viejo sabio se retiraba a morir en un páramo según la costumbre de su tribu: abandonarse a la intemperie, en el frío de la madrugada, luego dejar el resto del trabajo a los animales. De momento me pareció un poco rudo, ahora creo que me gustaría experimentarlo. Dicen que no es tan malo morir de frío, se sufre un momento pero luego empiezas a quedarte dormido. La muerte durante el sueño se supone es la mejor.
Lo haría sin avisar, nadie sabría si morí realmente o no; así no obligaría a mis parientes a fingir pena por mi, ni tendría que ser humillado públicamente en caso de tener un funeral donde nadie luzca conmovido por perderme. Así lo haré, cuando sienta cerca el momento iré a un sitio solitario, donde nunca me encuentren, y esperaré al rocío del amanecer. En lugar de un final se sentirá como el inicio de un nuevo día y quizás hasta sea el comienzo de algo...Ese viaje etéreo que prometen las religiones, quién sabe.
Casi cada noche voy a una discoteca y veo a la gente bailar mientras me empeño en vaciar una botella de Hennessy, buscando en mi teléfono invitaciones abiertas a orgías. Cualquier fiesta de tipo erótico, no sé a cuanta gente voy a matar pero quizá sea hora de dejar de llamarme criminal sexual y tomar el título de asesino serial. Veo a las infelices que contagié besarse con otros más, y estos a su vez unirse a más parejas. Serán decenas, quizá cientos...
La vieja sensación de no pertenecer al resto de la humanidad se intensificó en mí. Ya no me siento una mancha cetrina entre la multitud sino una herida abierta de la sociedad. Los movimientos que buscan incluir y darles voz a las minorías me exasperan, me sitúan dentro de un colectivo sin poner atención a mi problema individual; hoy que recibo más atención es cuando menos me escuchan. A menudo tengo el impulso de irme, dejar de ser un extranjero y “volver a casa”, pero no tengo a donde volver. Soy extraño en Corea del sur al haber nacido y crecido en América, extraño en América por no ser latino; una sensación que parcialmente comparto con muchos otros hijos de inmigrantes pero que resiento un poco más pues soy además forastero en el mundo por ser un degenerado. Mis pensamientos ya no son los de algo que podría llamarse “persona”.
Y hoy conocí a una joven e inocente niña.
(A continuación se presenta una especie de novela publicada en Wattpad, el link a la misma fue compartido por 성 김 en un post privado de Facebook según información filtrada por Bruno2001 en Youtube; el link iba acompañado por una frase de sorpresa en coreano. “Cecyescritora” estuvo activa en Wattpad durante un tiempo, después misteriosamente desapareció como Bruno2001. Su perfil todavía existe pero está abandonado).
Diario de Inocencia
5 Noviembre de 2014
Me llamo Inocencia y si te es incómodo pronunciarlo, “Inocencia” es muy largo, puedes decirme “Cecy”. Así decía yo mi propio nombre cuando era pequeña. Me encanta leer, aprender palabras nuevas, y vivo con mi padre y mis abuelos en la ciudad de México. Mi mamá murió cuando nací, los médicos le habían dicho que si seguía con el embarazo pasaría eso pero me amó demasiado. Cumpliré quince años en un mes y empezaré este diario para contarte las leyendas de mi ciudad que más me gustan. No quiero narrarte los típicos cuentos de la llorona, voy a entrevistar a mi padre y mis abuelos para compartir contigo las mejores historias.
Quizá comenzaré con la historia de la calle de la mujer herrada, es un mito sangriento que deja una enseñanza moral; así que a la larga es bueno. Puede me tarde en escribir entre una leyenda y otra, la escuela apenas me da tiempo libre, y luego mi familia, las clases de natación...Y perdón si tardo en contestar comentarios pero mi padre solo me deja usar el internet una hora al día. No quiero ofender a nadie por esto, en la escuela no hago amigos por ser la más pequeña y todos me dicen “enana”. Tengo la esperanza de encontrar amistad por aquí.
Bueno, la mujer herrada era la amante de un santo cura que no era tan santo. Los amigos del sacerdote le aconsejaban que la dejara pero él estaba necio en seguir aquello. Un día, su amigo el herrero recibió una visita extraña: dos sirvientes negros que traían una mula diciendo que los mandaba el cura para que la herraran. El señor les creyó y así lo hizo, clavó las herraduras en las patas del animal y cuando la despachó vio que en la calle los sirvientes la golpeaban salvajemente. Se sorprendió, pero luego no pensó más en el asunto. A la mañana siguiente, la amante del sacerdote amaneció muerta a golpes con herraduras clavadas en las manos y pies.
Aquí sucedió algo sospechoso, nadie dudó que la mujer era la mula y fue asesinada por los sirvientes que realmente eran demonios; pero yo tengo una teoría: quizás el cura y el herrero estaban de acuerdo, la mataron e inventaron esa historia para escapar del castigo de la ley. ¿No les parece?
Siempre me gusta quedarme pensando en qué habrá más allá de la historia oficial. Mi papá dice que soy soñadora. Por ejemplo, ¿conocen la historia del charro y la partera? Este era un misterioso charro que se le aparecía a la gente, un día asustó así a una partera y le pidió que lo acompañara a su jacal para atender el nacimiento de su hijo. Así lo hizo ella y después el charro le pagó con monedas de oro, advirtiéndole que no le contara a nadie lo sucedido o moriría; luego desapareció como siempre. Claro, ella no hizo caso y murió en circunstancias extrañas. Yo me quedo pensando, ¿qué escenario de fondo tendrá ese charro fantasmal? Creo debe tener una bonita historia de amor, ¿cómo habrá conocido a su esposa? Parece que se preocupaba por ella y su bebé, sin duda los amaba pese a ser un espectro.
También conozco una historia sobre un abad de la basílica de la virgencita de Guadalupe, este confesó a un muerto que le dijo algo horrible; tanto que lo dejó sordo del oído con que lo escuchó hablar. No he averiguado más al respecto, les debo esa.
La mujer de plástico
Esta es una leyenda que hice yo, pero no es un mito en realidad. Es una experiencia rara que viví al día siguiente de empezar este libro.
Como cada madrugada, tuve que despertarme a las tres pues a esa hora se levanta mi papá a trabajar y solo puede acompañarme a la escuela antes de salir el sol. Las madres religiosas, que son mis maestras, ya conocen nuestra situación familiar y me permiten que llegue a su convento a las cinco de la mañana para desayunar con ellas y luego ir a clases. Pero hoy mi papá se despertó muy enfermo y no pudo salir de la cama, me pidió que de todos modos fuera con las madres para que no se preocuparan por no verme llegar. Debía caminar varias cuadras sola estando todavía oscuro y él no parecía muy seguro de dejarme ir porque en el camino se debe atravesar parte del área de La Condesa y eso no le gusta, pero finalmente mi abuela le dijo que estaría bien; que solo tendría que caminar rápido o correr hasta el convento.
Así lo hice, me despedí de mi padre y mis abuelos, ¡y me fui corriendo por la calle! Tras la primera esquina empecé a sentir algo de miedo. Esa madrugada era fría y no había nadie transitando, ni siquiera los señores panaderos con los que solemos cruzarnos cuando voy con mi papá; la bruma bajo las luces de la calle le daba al paisaje un aspecto muy tétrico, como de película de terror. Cuando iba por el callejón de La Condesa, vi entre la niebla que venía en dirección hacia mi una figura. Se movía lento, como cansada o borracha. Al tenerla a unos cinco metros pude ver que era una mujer y seguí andando más tranquila. El susto vino cuando la tuve más cerca.
Aquella mujer parecía normal de lejos, ya frente a mi la pude ver desgarbada, alta, flaca y tenebrosa; desprovista de curvas femeninas o delicadeza. Sus manos estaban enfundadas en guantes de color piel, de hecho todo su cuerpo estaba forrado en tela, y su rostro era una máscara de muñeca que apenas tenía unas estrechas rendijas en los párpados inferiores para ver al exterior; venía caminando como a tientas. Era una mujer de plástico, una muñeca articulada viviente. En un primer momento sentí mucho miedo, pero después recordé algo: la pasión de mi madre por las muñecas. Hablaré un poco al respecto.
Mis padres se casaron muy jóvenes y, según mi papá, mi mamá era tan soñadora como yo. Tenía una manía con las muñecas de porcelana, las coleccionaba desde niña; a mi padre le daban terror pero estaba tan entusiasmado por casarse con mi madre que le prometió regalarle una cada vez que cumpliera años si le daba el sí; ella aceptó entre risas y prometió que un día encontraría una que le gustara a él y se la regalaría. Cuando supo que yo iba a nacer se puso muy contenta. Su más grande sueño era tener una hija que pudiera cuidar como a una muñeca. Por eso, cuando los médicos le dijeron que si seguía gestando podría morir, ella quiso correr todo riesgo. Decidió que yo iba a ser la muñeca que le daría a su esposo, la única que le iba a gustar. Cuando murió, mi papá guardó todas las muñecas en una caja y solo me deja verlas de vez en cuando, con cuidado. Cada cumpleaños de mi madre compra una nueva, pues debe cumplir su promesa. Siempre intenta buscar una más bonita que la del año anterior, hace poco vio unas superdollfies japonesas pero eran muy caras. Sigue ahorrando para comprar una pues está seguro que a mi madre le hubiera encantado.
Recordando esto, comencé a pensar que aquella aparición extraña en realidad no debería ser tan inesperada para mi. La mujer de plástico era una especie de mensaje de parte de mi madre, pero no sabía qué quería decir exactamente. Su porte macabro, como moribunda, quizás era una referencia a la muerte que estaba desafiando para decirme lo que fuera que me tuviera que decir.
Me fui tras ella en silencio, se tambaleaba y de vez en cuando se apoyaba en las paredes para no caer. Tropezó en una banqueta y apenas logró no perder el equilibrio, entonces se volvió a mirarme y sin decir nada siguió su camino. Desde ese momento comenzó a detenerse a ratos para ver si yo aún la seguía. Por fin se paró ante una vieja mansión y otra vez se quedó mirándome, esperó a que me le acercara y sin darme la espalda empezó a buscar la puerta de la antigua residencia. La abrió lentamente y se quedó como dudando si entrar o no. Por fin alzó una mano, despacio, y me llamó con un gesto de los dedos. Obedecí con más curiosidad que temor. A medida que yo me le acercaba, ella se introducía más en la casa, siempre llamándome, cuando estuve dentro cerró la puerta tras de sí y se me adelantó unos pasos antes de volver a llamarme con los dedos. Me condujo a través de varios salones lujosos apenas iluminados por la poca luz que se colaba por las ventanas de vitral y las cortinas de seda hasta una gran escalera de caracol. Subí con recelo, se sentía como ir siendo absorbida por una espiral extraña; me apoyaba en el pasamanos viéndola medio desaparecer detrás de las vueltas de la escalinata y seguir llamándome para que no me detuviera. Seguimos a través de otros salones y finalmente llegamos a un dormitorio suntuoso de estilo victoriano.
La vi sentarse en la orilla de la cama y ahí me llamó por última vez. Llegué hasta estar al alcance de sus manos, me atrajo hacia ella tomándome suavemente de los brazos, me acarició los hombros y luego el cabello. Sin duda tenía algo que ver con mi madre, parecía que jugaba embelesada conmigo como si yo fuera una muñeca costosa. Estaba ensimismada tocándome el rostro con las yemas de sus dedos enguantados cuando la interrumpí preguntando:
—¿Verdad que te mandó mi mamá?
Mis palabras la hicieron detenerse en seco, no sé si se quedó confundida o sorprendida, entonces le expliqué mejor lo que quise decir:
—Mi mamá, adoraba las muñecas pero murió dándome a luz porque estaba empeñada en que yo naciera, quería una niña real. Tú debes saber mejor, ¿podrías decirle que le agradezco su sacrificio y que mi papá y yo seguimos pensando en ella?
La mujer de plástico me apartó entonces y se puso de pie bruscamente, se volvió a mirarme como si fuera a decir algo y después me dio la espalda. Yo hice un último intento de hacerme entender:
—Solo dile que no hacía falta que mi padre o mis abuelos me explicaran que ella voluntariamente dio la vida por mi. Su espera de nueve meses ya decía bastante, nada más quisiera que no se sienta preocupada por saber si yo creo que me quiso o no. Dile que su amor fue correspondido y eternamente agradecido.
No obtuve respuesta, la mujer se detuvo ante un antiguo espejo de cuerpo entero, se quedó mirándose y lentamente se llevó una mano al rostro como horrorizada. Cayó de rodillas y esta vez me indicó con un gesto que me fuera. Emitió un sonido similar a un sollozo, de nuevo me ordenó retirarme pero ahora con un movimiento rudo. Quería que me fuera de inmediato. Obedecí y salí de la alcoba corriendo. Para entonces ya estaba algo asustada. Tuve miedo de no encontrar la salida pero lo hice y después de cerrar con un portazo me alejé sin mirar atrás. ¡Nunca he corrido tanto en mi vida como en esa ocasión!
Llegué un poco tarde al convento pero nadie me preguntó por qué, yo tampoco les conté qué me pasó esa madrugada. Seguramente no me creerían y además me regañarían por hacer y decir cosas tan raras. Cuando volví a casa, mi papá se sentía mejor y al día siguiente pudo ir conmigo en el camino a la escuela. No volví a ver a la mujer de plástico ni regresé a la zona de su casa en mucho tiempo, hasta un domingo en que salimos a pasear con mis abuelos y nos detuvimos frente a la misma mansión antigua; mientras ellos se entretenían oyendo a un organillero, detuve a un señor que vendía algodones de azúcar y le pregunté si sabía quien vivía ahí. Me dijo que esa casa estaba vacía, no sabía de quien era pero sí que estaba deshabitada.
Cada vez que puedo, vuelvo a esa calle y me quedo mirando a la mansión, esperando ver algo detrás de sus ventanas de vitral. Siento que esta historia no puede terminar así nada más.
¡Capítulo nuevo al fin!
¡Hola, soy Cecy! Siento mucho haber cerrado mi cuenta tanto tiempo, mi papá tuvo algunos problemas económicos serios, debimos ahorrar y dejamos de tener internet en casa por varios meses. Pero ahora nos va mejor, decidí volver a escribir este libro pues algo interesante ha pasado: alguien se mudó a la mansión de la mujer de plástico y voy a retomar mi investigación del caso.
Creo que antes debo ponerlos al tanto de como va mi vida, pues bien, en estos tres años no he tenido muchos cambios. Crecí un poco, no mucho, al menos gané curvas de mujer. Sigo teniendo pocos amigos y me gusta un chico de mi calle: Bruno Santos. Él es básicamente un chico malo y lo único interesante que hay en mi existencia pese a que también parece ser lo único negativo, mi papá lo detesta. Bruno es un tipo atlético, alto, güero, ojiverde y sin duda muy guapo; pero su actitud deja mucho que desear. Su padre lo abandonó antes que naciera, así que es medio huérfano igual que yo, desgraciadamente no ha tomado su ausencia con la misma resignación que tengo ante lo imposible de solucionar. Bruno está enojado con todos, con su madre por no darle explicaciones de lo que pasó, con los adultos por no pensar en los niños, con los niños por no darse cuenta de los errores de los adultos, y conmigo por que intento consolarlo. Odia que le digan qué hacer.
La última vez, mi papá lo encontró fumando marihuana escondido en el pórtico de nuestra casa. Lo corrió a escobazos y me advirtió que nunca le hablara. Yo lo vi tiempo más tarde y le pedí disculpas en nombre de mi papá, porque sé que él tiene un problema con las figuras paternas y seguro aquello le debió doler bastante. Lo que hizo fue rascarme la cabeza como si fuera su cachorro, darme la espalda e irse en silencio. Es un poco desagradecido pero puede que simplemente no sepa qué decir en esas situaciones sin parecer blando. Es un chico malo, esa forma de ser es un escudo y un refugio para él, a veces pareciera que lo hace a propósito; como una actuación. Cada día se pone una chaqueta de cuero y se recuesta a tomar el sol apoyado en su coche de los años 70's, siempre del lado en que tiene una abolladura para tapar la parte más fea, esperando a meterse en problemas; creo que así se siente como James Dean, es hasta gracioso. Supongo que él es el tipo de hombre que las revistas para señoras dicen que es malo pero divertido.
Me gustaría teñirme el cabello para gustarle un poco más, o usar maquillaje, quizá vestir más a la moda; pero entre que mi papá sigue eligiendo y comprándome la ropa, y que yo no soy muy hábil para los trucos de belleza, nunca dejo de tener este aspecto de muñeca embrujada de 1800 que a mi mamá le gustaría mucho pero a Bruno le atrae tanto como si fuera boñiga.
Ya hubiera perdido esperanzas con él, especialmente después de saber que estaba enamorado de la chica rica del barrio: Allison, un ser inexpresivo que parece salido de una telenovela sobre super modelos y solo vemos salir y entrar de su casa para irse en un coche caro que nunca es el mismo; pero, para mi suerte, Allison no pone el menor interés en Bruno. Todo mundo dice que ella no presta atención a quien no pueda pagar los lujos que una princesa de su nivel se merece y esto le rompe el corazón a mi rebelde amigo pero no termina de apagar su pasión. Sigo a su lado, esperando que descubra que el amor sincero siempre estuvo junto a él.
Así las cosas, mi relación con Bruno parecía estancada hasta una tarde en que lo aburría tratando de sacarle plática y le mencioné mi encuentro con la mujer de plástico. Él, que como hacía James Dean se interesa por el ocultismo y lo paranormal, me pidió que le contara más pues hace unas semanas encontró una máscara rara de látex con rostro de mujer y una peluca metidas en una bolsa tirada cerca del callejón de La Condesa. Desde entonces ha sospechado que debe ser la pista de algo grande y la guardó, de hecho me regaló la bolsa y su contenido porque a su mamá le da muy mal rollo y a cambio de que lo deje ser mi socio en la investigación. Guardé todo muy bien en el fondo de mi armario para que no lo encuentre mi familia y empezamos a vigilar juntos la mansión donde ocurrieron aquellos eventos extraños, él tiene la intención de allanarla y entrar a tomar fotos o grabar el sonido del lugar para buscar psicofonías después. A los tres días observando la residencia, descubrimos que ahí estaba viviendo un hombre solo. Tiene una banderita de Corea del sur pegada detrás de su auto y la matrícula dice que pertenece al cuerpo diplomático. Quizás es un embajador o alguien muy cercano a uno, sin duda un extranjero con poder. Baja de su coche, alto, flaco, pálido, en traje de negocios; nos mira disimuladamente con sus ojos oblicuos color amarillo pis, tose y se mete a su casa. Tiene algo femenino, no sé si el cabello tan negro y tan lacio o la formalidad, no soy el tipo de chica que aprecia la moda andrógina Kpoper aunque lo de ese pobre sujeto no es moda sino mala genética. A Bruno le da risa, ya que no sabemos como se llama lo apodó “el señor Wasabi”.
Actualmente la investigación de la mujer de plástico está detenida, Bruno todavía no encuentra la forma de entrar a la casa de Wasabi y cada vez que intenta pensar en un plan aparece Allison y le estruja el corazón de alguna forma. Los últimos tres días acabaron con él tirándose de los cabellos o dándose de golpes en la frente contra la pared. A veces pienso que es una pena que me vea nada más como “su hermanita” y frente a mi se permita actuar como un bobo, desde esta perspectiva pierde todo el encanto misterioso de chico malo pero me sigue gustando. Pronto les contaré si logramos algún avance.
(Según Bruno2001, el siguiente texto fue escrito por 성 김 en Facebook mientras Cecy escribía en Wattpad. Aquí se evidencia que estaba pendiente de los movimientos de una joven mujer, posiblemente Cecy, a quien vigilaba tanto en internet como en persona).
김성
20 de agosto a las 22:20
¿Qué más podría decir yo sobre las grandes diferencias de edades en el sexo que no haya dicho ya Vladímir Nabókov? Quizá puedo agregar algo desde mi punto de vista, el de un sociópata. Alguien que no se entusiasma por este tema debido al morbo de la prohibición o una ternura distorsionada, sino por un impulso destructivo. La pureza, la castidad, la inocencia, es como estar a solas con una delicada copa de cristal; ¿cuantas personas sentirán el ardiente deseo de estrellarla contra la pared? El diáfano cristal me atrae, pero sé que si llego a tocarlo será solo para hacerlo añicos.
Mi refreno es en parte un aprecio sincero, remordimientos, no lo sé. Creí que ya no los tenía. Sin embargo conozco este mundo, me sentaré a esperar que la copa sea usada, luego la veré sucia, ya no será tan atrayente. Entonces quizá tenga alivio, mientras, lucho contra la tentación. La lógica de mi amor eterno me asalta a veces, sé que solo en la memoria se puede preservar la perfección; que para este proceso se requiere aniquilar la posibilidad del futuro...La muerte, que groseramente amenaza con no darme tiempo para prepararme a recibirla.
Los tratamientos retrovirales están siendo eficaces, hay semanas en que la fiebre y la tos no aparecen, sospecho que al final mi partida de este mundo no será tan pronta pero igualmente no quiero volver a mi vida normal; no quiero ver a nadie. Desde aquel día decidí aislarme de mis amistades y consagrarme al trabajo, así mismo me propuse borrar el calificativo “mortal” de mi enfermedad. No pienso morir hasta que encuentre algún sentido para esta vida mía. Así de simple.
Los muchachos del barrio en que vivo me miran de lejos, la paranoia me asalta como siempre. Por momentos creo que saben todo de mi, que me observan como a un animal extraño. Me orientan al impulso destructor de la copa, la niña de aquel día me hizo mucho daño en realidad. Quise poseerla pero acabó esclavizándome, fantaseo con romperla pero está quebrándome.
Con frecuencia recuerdo a Milina y me deprimo, creo que fue tiempo perdido. Ni siquiera tuvimos una relación completa, le oculté demasiadas cosas, nunca fui sincero. Me consuelo pensando que ella no debió quedarse atrás en cuanto a la falta de apertura, era tan orgullosa como yo. Volver a ver a la muchachita me ha puesto el dedo en la llaga, la acompaña otro chiquillo. No son celos, quizás envidia, no estoy seguro; ella después de todo es una de esas hermosas mujeres, ha nacido para ser venerada, pero imaginar que el jovenzuelo sea algo significativo para ella...Aun si no fuera hermosa, creo que nunca me conecté realmente con Milina. Con nadie.
No sé bien qué es lo que me molesta a estas alturas, pero algo me perturba profundamente.
(A partir de la fecha en que Cecy escribió en Wattpad sobre la relación directa que estableció con Kim “señor Wasabi” Seung, las publicaciones de 성 김 en facebook se volvieron más herméticas. Cecy inocentemente describe lo que bien podría ser el proceso de acecho de un depredador).
¡Hoy dejó la puerta abierta!
Este día fue bastante productivo en nuestra investigación. Comenzó un poco mal, le convidé unos Doritos a Bruno mientras estábamos sentados en la banqueta hablando sobre aparecidos cuando apareció un Ferrari, ¡un Ferrari rojo! Allison se bajó de ahí y pasó caminando junto a nosotros sin notarnos, como si fuéramos un par de bolsas de basura. Siempre es así, pero hoy Bruno andaba más determinado de lo habitual. Al ver que Allison se alejaba rumbo a la puerta de su casa, se levantó de un salto y corrió hacia ella para rebasarla; fingió tropezar accidentalmente al pasar a su lado y se detuvo protestando:
—¡Oye, niña, pero apártate! Mira que casi me caigo por esquivarte.
Allison no respondió, no reaccionó, no hizo nada salvo seguir caminando e ir a su casa; se encerró y eso fue todo. Bruno se quedó de pie donde lo dejó, mirando a su puerta muy serio. Sé que está preocupado por ella, intenta protegerla pero no sabe como y se siente mal por eso. Me acerqué a él para darle unas palmaditas en un hombro y me dijo:
—Es una chica muy misteriosa, me pregunto qué se trae.
—No seas menso, Bruno, nada más te ignoró. No le gustas, supéralo.
Dije tratando de no sonar fastidiada, entonces él me pellizcó un brazo y replicó:
—¡Que no! No sabes. No sabemos nada de Allison, quizá la tienen amenazada para que no hable. Tengo la sensación de que no está haciendo la vida que ella quisiera.
—¡Ay, Bruno! Yo tengo la sensación de que ella ni sabe lo que quiere. ¡De que no piensa en nada! Se me hace una mujer muy hueca y tú estás penando por alguien que no se lo merece.
—Puede...Puede que no piense en nada, hay un punto en que la gente sufre tanto que no gasta energías en filosofar; se concentra en sobrevivir. Estoy seguro de que Allison es víctima de una tragedia, algo que nosotros ni siquiera imaginamos.
Entonces volvimos a sentarnos donde estábamos al principio, Bruno me quitó un puñado de Doritos y siguió hablando mientras comía:
—Fíjate, Cecy, uno nunca sabe qué se oculta detrás de las puertas de las casas en una bonita calle. Ayer estaba con mi jefa viendo el Discovery Channel, emitían un documental sobre un tal Josef Fritzl. Mira, vivía en una colonia tranquila, como esta, tenía amigos y parecía un abuelo amable. Pero un día, la policía descubrió que tenía oculta en su sótano a su propia hija que habían dado por desaparecida cuando era adolescente, la violaba seguido y tuvo no sé cuantos hijos con ella. Ve tú a saber si Allison está en ese peligro, que un día nunca la volvamos a ver y la olvidemos mientras sufre encadenada en su sótano; justo debajo de nosotros. Pidiendo auxilio a gritos mientras nosotros tranquilamente comemos botanas. Podría pasar, podría pasarle a cualquiera. Pensar en esto me mata a pausas.
Seguimos comiendo Doritos con la mirada perdida en la nada, pensativos, y al cabo de un rato Bruno habló de nuevo:
—Te diré una cosa: Allison es la verdadera mujer de plástico. La leyenda de esta calle. Aunque resolvamos el misterio de lo que te pasó aquella madrugada, quizá nunca lleguemos a saber quién era realmente Allison y qué le pasaba. Ella es así, una mujer de plástico, una preciosa muñeca viviente, un completo enigma. Una vez oí decir que la perfección debe ser estéril, inmutable, silenciosa...
—Así como la muerte...
Comenté y después estiré de mala gana los brazos entrelazando los dedos. Entonces vimos de lejos al señor Wasabi saliendo de su casa a prisa, seguro tenía alguna urgencia. Iba tan apurado y distraído que se fue en su coche dejando la puerta de su casa entreabierta. Bruno me dio un codazo y se levantó como hipnotizado por la oportunidad, yo moví la cabeza negativamente y opiné:
—Ni lo pienses, yo no me meteré así. ¡Mira si vuelve y nos encuentra! Nos pueden arrestar.
—No seas maricona, Cecy.
—¡¿Cómo puedo ser maricona si soy mujer?!
—Como se puede ser homo sin ser maricón. ¡Ándale, corre!
Nos acercamos a la vieja mansión con cuidado, mirando a todas partes con temor a que nos vieran. Entramos de puntillas, el lugar seguía tal como lo recordaba. Grandes ventanas de vitral y muchos objetos antiguos: jarrones de porcelana, pinturas viejas, creo que una era de Diego Rivera; esculturas raras y cajas de cristal con cachivaches extraños. Bruno echó un vistazo a su alrededor y exclamó:
—¡Qué pinche perdedor! No tiene ni una tele para robar, pura basura sin valor.
—No sé, Bruno, yo creo que estas cosas son caras.
—Chencha, ¿por qué no eres una niña normal? Mira, esa estatua ni tiene brazos. ¿Quién va a comprar una estatua sin manitas?, ¡esto ya no vale nada, mensa!
—¡Más respeto que soy un año mayor que tú! Eso me hace más sabia.
Le recordé alzando la voz, Bruno se echó a reír y le di un empujón. Lo dejé revisando unos estantes de libros y empecé a mirar el contenido de un escritorio cercano. En un estuche habían mechones de cabello ordenados por color y textura, en otro ropa interior de mujer perfectamente doblada, oculta debajo de todo eso había una caja dorada muy bonita que contenía la foto parcial de una chica con el uniforme de mi escuela tendida en una cama; limpiándose un hilo de sangre que le corría por una pierna. Trataba de discernir que era aquello cuando oí a Bruno decir:
—Hay unos libros muy viejos que solo había oído mencionar en películas, aquí hay uno del marqués de Sade. ¿Es el mismo del sadismo? Dice el título: “Las 120 jornadas de Sodoma o la escuela de libertinaje”, suena a que es bien caliente. ¡Quien lo diría!, tan santito que se veía don Wasabi y mira las cosas que lee.
Justo entonces oímos un portazo y saltamos espantados, apenas tuve tiempo de meter la cajita dorada en su lugar y cerrar la gaveta. ¡Wasabi había vuelto inesperadamente rápido! El extranjero llegó, nos miró indignado, le quitó el libro de las manos a Bruno que parecía un niño pequeño castigado y nos preguntó:
—¿Qué hacen en mi casa?
Yo traté de explicar, mientras reprimía las ganas de ahorcar a Bruno pues pasó justo lo que le advertí que podría suceder:
—Pues es que...usted dejó la puerta abierta y vinimos a cerrársela, pero nos dio curiosidad y pues...No le hemos robado nada, solo entramos a ver.
Entonces una chispa de astucia loca brilló en la mirada de mi amigo, que de pronto me quitó la palabra para hablar por los dos:
—¡Somos honrados, señor! Lo que pasa es que acostumbramos entrar así a las casas de la colonia porque todos los vecinos nos conocen. Somos dos hermanitos huérfanos que hacemos trabajos caseros para sobrevivir. De jardineros, plomeros, carpinteros, lo que haga falta. ¡Podemos trabajarle gratis para pagar este mal rato!
Me volví a mirarlo extrañada y el señor Wasabi murmuró:
—¿Qué clase de disculpa es esa? Es una excusa demasiado falsa y estúpida incluso para tu edad, además, ¿para qué querría yo tener adolescentes metidos en mi casa...?
Después se quedó mirando la tapa del libro que estaba sosteniendo y agregó:
—Bueno, en realidad...El polvo se acumula por todas partes en verano y la mujer de la limpieza viene solo una vez por semana...Puede que necesite que...alguien...sacuda los muebles de vez en cuando. Me parece bien.
Le dio la espalda a Bruno para guardar el libro en su sitio y mi amigo aprovechó el momento para hacerle una mueca y sacarle los dedos del medio; cuando el señor de la casa se volvió a verlo, Bruno tenía una cara de formalidad solemne y dijo:
—Entonces será un placer trabajar para usted, caballero. Mi nombre es Bruno y mi hermana se llama Inocencia, estamos a sus órdenes.
Don Wasabi se me quedó mirando un rato como ido y después dijo murmurando:
— Kim. Kim Sung. Salgan de aquí, vayan a limpiar el vestíbulo.
Nos fuimos corriendo torpemente, conteniendo la risa, en el camino pregunté a Bruno en voz baja:
—¿Se llama Kim o Sung, el apellido va antes o después? ¿Y cuál es el vestíbulo?
—¡Yo que sé! Tu haz como que limpias mientras yo grabo el ambiente a ver si atrapo un fantasma, ¡tenemos permiso de entrar por fin a la mansión de la mujer de plástico!
Bruno se sacó un paliacate del bolsillo y lo partió en dos trozos para improvisar unos trapos con que ponernos a pulir los muebles que teníamos cerca, también hizo varias fotos y después me indicó que guardara silencio mientras dejaba la cámara encendida apoyada en una repisa para grabar el ambiente, diciendo:
—Ahora, voy a filmar un rato para ver si captamos una psicofonía o unas orbes fantasmales. Se siente una energía rara en este lugar, como una carga negativa. Aparentemente el dueño de la casa no lo nota, pero él mismo también parece un espanto. Quizás ya está poseído...
De pronto apareció el señor Wasabi tosiendo, realmente el pobre tiene mal aspecto, nos miró malhumorado y preguntó siempre hablando casi en susurros:
—¿Pero qué hacen en el salón del piano?
—Limpiando el vestíbulo.
Respondió Bruno muy serio. Wasabi lo miró con reproche antes de tener otro ataque de tos. Apoyó la espalda en una pared para tomar aire y Bruno le comentó:
—Esa garganta no se le oye bien si me permite decírselo, señor. Debería ir a checarse con un médico, puede ser una tuberculosis.
—No tengo nada, solo es el polvo de esta casa...
Contestó el extranjero y Bruno insistió:
—Cuando tenía diez años, recuerdo que el gato de mi jefa murió por tener gusanos en el pulmón. Se veía sano y todo pero se murió bien rápido después de una fuerte tos.
—Pierda cuidado, joven Bruno, por costumbre evito maullar o tragarme bolas de pelo. He dicho que no tengo nada, apenas una leve alergia. Cuando terminen, váyanse y dejen la puerta cerrada. Los veré mañana a esta hora, necesitaré ayuda en algo.
Tras decir esto, se fue cabizbajo y no lo volvimos a ver en toda la tarde. Me da como lástima, pero se ve que es una persona difícil. Quizás no tanto como Bruno, pero algo tiene. De ahora en adelante, creo que la investigación avanzará más rápido. ¡Pronto les tendré nuevas noticias!
¿Allison está en peligro?
Hoy fue un día complicado. Los líos empezaron desde ayer, en la cena luego de que Bruno y yo irrumpiéramos en la casa del señor Wasabi. Mi abuela servía la comida mientras mi abuelo y yo nos sentábamos en la mesa cuando llegó mi papá del trabajo, se veía muy enojado, me regañó sin saludar siquiera:
—¡Inocencia, tenemos que hablar! Me acabo de encontrar con Estercita, la mamá de Bruno. Dice que tú y su hijo se comprometieron con un señor de la Condesa para trabajarle en su casa. ¡Qué barbaridad, qué inconsciencia! ¿Con permiso de quién te metiste en esto?
Me espanté de momento, no me gusta mentirle a mi familia y traté de explicar las cosas:
—Es que el señor dejó su puerta abierta y Bruno y yo fuimos a cerrársela, pero ya estando ahí vimos que tenía muchas cosas raras adentro y entramos a ver. Entonces el señor volvió, nos encontró, se enojó...Tuvimos que prometerle eso para compensarlo.
—¡Qué vergüenza! Pensará que somos unos ladrones, que los mexicanos somos ladrones; porque para colmo parece que es un extranjero. Un diplomático surcoreano o algo así.
Dijo mi papá y entonces mi abuela se metió a la conversación con su voz de corneta:
—¡Ah, ese de seguro es el señor Sung! Vive por la colonia Roma y trabaja en la ONG que apoya al colectivo feminista de mi comadre Sonia. Ella me ha contado mucho de él.
De pronto mi abuelo también se sumó a la charla:
—Yo no estoy de acuerdo con esos colectivos feministas, el transporte tendría que ser para hombres y mujeres porque si es solo para mujeres no hay equidad.
—¿De qué estás hablando viejo? ¡Ponle atención a “tuijo” y tu nieta! Don Sung es buena persona, ¡es un hombre feministo! Él dice que hay que empoderar a las mujeres, darles más poder para que ya no sean víctimas y la lucha sea equitativa.
Mi abuelo se le quedó mirando con desconfianza y opinó:
—¿Cómo es eso que quiere una lucha equitativa con las mujeres? ¿Que las quiere madrear o qué? ¡A la mujer no se le pega ni con el pétalo de una rosa!
—¡No, viejo! Se refiere a la lucha social.
—Pues que mala elección de palabras...A mi ese señor me da muy mala espina. No me gusta nada que la niña esté sola con dos hombres en una casa que ni conocemos.
Entonces mi abuela por fin se sentó a la mesa y siguió hablando:
—Pero Cecy está segura con el señor Sung, además de ser feministo dicen que es un LGTB.
—¿Qué chingados es eso?
Preguntó mi abuelo y mi padre estuvo pronto a responder:
—Qué es puñal, papá. Se clava por la espalda.
Se me escapó la risa, no soy el tipo de chica aficionada a la moda Kpoper o el yaoi. En todo caso me sentí culpable, especialmente cuando mi abuela nos reprendió:
—¡Rogelio, qué vulgar eres! Y tú Genáro que no le dices nada, bien se ve quien te malcrió. Don Sung no es gay, es pansexual.
—¡Ah, caray! Esta mi mamá y sus palabras raras, ¿que tiene intimidad con bolillos o qué?
—Ustedes lo que son es un par de homofóbicos!
Sentenció mi abuela dando un manotazo en la mesa y se levantó ofendida para salir del comedor, mi abuelo le gritó desde su silla; sin dejar su cena:
—¿Cómo que homofóbico? No fui profesor de prepa treinta años por nada, Gladys, a mi no me quieras atarantar con neologismos. “Homo” viene de “igual”, y “fobia” de “miedo”. Don Sung y yo no somos iguales, yo no soy puto, no somos “homo”. Y no le tengo miedo, no hay “fobia”. A quien sí le tengo desconfianza es a ese muchacho Bruno, Rogelio.
Luego de dirigirse a mi padre, guardaron silencio un rato pensativos hasta que mi papá dijo:
—Bueno,...supongo que si el Sung este los acompaña no habrá problema. El coreano parece decente y honrado, un hombre bueno. Bruno en cambio es mala semilla, un malviviente vicioso, flojo, agresivo, resentido y corruptor de menores. Sí, ¡corruptor de menores! Kelvin el del Oxxo me dijo que ya desgració a la hija de doña Nancy la del taller de costura, la arruinó y no se hizo cargo de ella. ¡No vaya a saber que tú, Cecy...!
Giré los ojos al cielo y le respondí:
—La hija de doña Nancy es una zorra, papá, y ya nadie se hace cargo de esos sucesos; ni que estuviéramos en la época de Tin-Tan y el mambo. ¡Además, es mentira que ella tuvo algo que ver con Bruno! Él no se fija en ninguna chava salvo Allison, la de los coches caros. Solo inventó ese cuento para ser popular, todas quisieran tener una historia con Bruno.
Entonces mi abuelo fue a buscarse una cerveza y comentó:
—De Bruno corren bastantes historias. Desde que nació, de hecho. Tal parece que Estercita Santos ya venía embarazada cuando regresó de Estados Unidos, rumorean que la violaron los policías de la migra cuando la agarraron sin documentos; que Bruno en verdad es hijo de algún gringo maldito y por eso tiene los ojos tan verdes y ella se niega a hablar del padre.
Todos guardamos silencio y seguimos comiendo muy serios. Si ese chisme es verdad, entonces es algo demasiado triste.
El siguiente día empezó sin novedad, fui a la escuela y al volver me encontré con Bruno entusiasmado con volver a ir a buscar fantasmas. Desde fuera parece un tipo frío, duro y misterioso; pero cuando está conmigo es como un niño travieso. Solo cuando estamos juntos puede ser él mismo. Aunque no corresponda mi amor, al menos me da este privilegio. Nadie lo sabe pero yo soy la chica afortunada con Bruno. Sin embargo mi satisfacción no duró mucho, caminábamos tranquilos cuando Allison apareció corriendo; nunca la había visto tan asustada. Una gran camioneta se aparcó cerca de ella y alguien desde adentro le pidió que entrara. Ella se quiso ir en un principio, pero después le hizo caso con temor. Entonces Bruno reaccionó, fue directo al coche y sacó al tipo del interior con un espectacular tirón en el brazo. Era un chico de buena familia con barba y gafitas, quizás por eso Bruno le dio de puñetazos con más rabia, el pobre ni siquiera tuvo tiempo de saber qué estaba pasando. A todo eso, Allison parecía una tonta, mordiéndose las uñas junto al coche, lentamente subió al asiento del copiloto y esperó a que el extraño se escapara de Bruno y volviera al volante. Se fueron sin mediar palabra, mi amigo caminó a zancadas directo a su coche y traté de detenerlo pero él me apartó con cuidado; arrancó y me gritó antes de irse:
—¡Vete donde Wasabi, no es seguro que vengas conmigo! Ese wey puede estar armado.
—¿Vas a seguirlos? ¡No seas loco, te pueden matar!
Dije asustada, él solo me guiñó un ojo sin sonreír y se fue. En ese momento sentí una sensación rara, no celos, no miedo, no sé. Una tristeza extraña y ganas de llorar. Hay un no sé qué muy triste respecto a Bruno. Me fui a casa del señor Wasabi y aunque brillaba el sol para mi era como si caminara bajo una tormenta, al estar cerca de la mansión vi de lejos que el tipo raro ese me esperaba ya; vigilando la calle medio oculto tras las cortinas y los vitrales. Toqué a la puerta y Wasabi me abrió casi inmediatamente. Miró a mi alrededor y preguntó:
—¿Tu hermano no vino?
—Tuvo un contratiempo...
Respondí y entré de mala gana. Don Kim Wasabi Sung es bien extraño, se queda mirándome callado a ratos y tiene la manía de caminar despacito detrás de mi. Llega a ser incómodo. Hay que comprenderlo, es gay o algo así. Dicen que los gays tienen buen gusto y si uno se te queda viendo mucho es porque te está copiando, que te estudian. Supongo que está interesado en mi estilo “tan original” y está bien. Me detuve en mitad de su casa y estiré los brazos diciendo a la vez que giraba en la punta de un pie:
—Y bien, ¿qué quería que hiciera hoy?
Otra vez se quedó viéndome sin decir nada, finalmente murmuró:
—Solo acompañarme.
Me dejó desconcertada, él notó mi confusión y explicó:
—El médico me recomendó que no me quede mucho tiempo solo, no he obedecido sus consejos últimamente y mi enfermedad ha estado avanzando. Quizás es tiempo de tomarme las cosas en serio, no quiero acortar mi vida por negligencia.
—¿Su enfermedad es grave?
—Es algo serio.
Replicó en un susurro casi inaudible. No sé si es tímido o no le gusta gastarse las cuerdas vocales. Se sentó ante su escritorio y empezó a toser, por un momento se quedó mirando al piso sin aliento; me le acerqué intrigada y le toqué la frente, ¡estaba ardiendo! Los genes de mi padre emergieron y tuve que regañarle, ese hombre es un inconsciente:
—¡Tiene fiebre! ¿Qué hace deambulando por su casa estando así?
—Solo es el calor de México, no me acostumbro.
—¡Claro que no! Vaya a meterse a la cama, le haré un té. ¿Qué es lo que tiene?
—Nada, insolación. La molestia se va cuando baja la temperatura.
—Pero ha dicho que tiene una enfermedad, ¿qué es?, ¿algo le hizo daño? Una vez mi papá se comió un mole de hace tres días y...
—Es una alergia.
—¡Las alergias no dan esa palidez de muerto!
—Es una enfermedad inmunodeficiente. Ya está controlada...
—Usted no se ve controlado. ¿Qué tiene? Si me lo dice quizás pueda conseguirle una hierba, algún remedio, mi abuela tiene muchas infusiones...
—Esto no tiene remedio...
—¿Pero qué tiene? ¿Qué es?
—Ya te lo he dicho...
—¿Qué es?, ¡dígame!
—¡SIDA!
Dijo alzando la voz por fin. Me alejé unos pasos, no por su enfermedad sino porque se enojó de veras. Luego se calmó un poco y habló otra vez en voz baja:
—Es mejor que te vayas, quiero estar solo.
—No creo que sea buena idea dejarlo así...
—Vete.
Le hice caso a medias, empecé a irme pero realmente sentía que eso estaba mal. No se debe dejar a un enfermo así, abandonado a su suerte. Me detuve un rato en la puerta y por fin me armé de valor, busqué la cocina y ahí conseguí un paño húmedo. Regresé a donde había dejado al señor Kim y lo encontré tendido en un diván, no se veía muy descansado, más bien parecía estar obligándose a dormir. Me acerqué de puntillas y le puse el paño en la frente, se sobresaltó y sin pensarlo hice un sonido de “shhh” al mismo tiempo que me sentaba a su lado y le recostaba la cabeza en mi regazo. No tengo idea de por qué hice esto, fue algo espontáneo y rápido, la actitud maternal en una chica que nunca tuvo madre solo puede ser instinto animal e irracional. Por suerte se dejó hacer. Estuve cuidándolo hasta que se quedó dormido y bastante tiempo más. Supongo que de ahora en adelante se convertirá en una especie de responsabilidad mía, alguien tiene que “adoptarlo”. Cuando me fui prometió irse a dormir a su habitación, la fiebre se había ido y se veía mejor.
Después, caminando de regreso a mi casa vi que el coche de Bruno no estaba; traté de esperar a que apareciera lo más que pude pero se hizo muy tarde y debía volver. Seguro qué Allison tiene problemas, pero Bruno también por intentar salvarla. Estoy preocupada, ¿dónde estarán?
Reto a la paciencia
Casi un día entero sin que Bruno aparezca. Tenía pensado ir a preguntarle a su mamá si sabe algo de él pero la chismosa de la comadre Sonia estaba justo en su puerta, seguro le contaría a mi abuela; tuve que hacerme la distraída arreglando las largas mangas de mi sweater y me alejé del lugar para que no me viera. De todas maneras, mi papá también se enteró de la ausencia de Bruno y previendo que fuera a buscarlo le pidió a mi abuelo que fuera él mismo a encaminarme a la casa de Wasabi para que pase la tarde segura y encerrada con él...
Llegué y como siempre parecía estar esperándome detrás de la puerta, abre al instante, esta vez me mostró su reloj para decirme que llegué tarde. ¡Es un perfeccionista! Le pregunté como había seguido y dijo que estaba bien, no le gusta hablar de su enfermedad pero tampoco es muy bueno disimulándola. Ignoro que tan mal estará pero por momentos como que pierde el equilibro y debe sentarse, evito comentarle al respecto. Ya sé que le molesta. De todas maneras noté que se sentía lo bastante mal como para no levantarse del sillón en que se sentó a morirse en negación y se me ocurrió decirle que jugáramos con un tablero de ajedrez que estaba cerca. Me ganó tres partidas y a la cuarta me empezó a regañar de nuevo pero sin dejar de jugar:
—Si juegas a lo loco siempre vas a perder, esto requiere estrategia.
—Es mejor jugar improvisando, así lo tomaré por sorpresa y será más probable que le gane.
—Suena razonable pero lo único que haces es sacrificar todas tus piezas menos la reina.
—Porque es la más útil, una vez le gané a mi abuelo solo con una reina.
—Me parece que no sabes usar las otras piezas.
Guardé silencio porque era verdad. Él se me quedó mirando y después dijo:
—Siempre es igual con las mujeres hermosas.
—¿Qué es igual?
—Un sabio cuyo nombre no recuerdo ahora mismo decía que son fuente de miedo y dolor.
—¿Las mujeres hermosas?
—Sí. Se llena uno tanto de expectativas con ellas que su rechazo es fulminante.
—¿Ya lo ha rechazado alguna?
—Nunca me he arriesgado a sufrir de esa manera. Prefiero ignorarlas.
—¡¿Entonces como habla de lo que no sabe?!
Fue su turno de mover y lo hizo rápido, sin poner cuidado pero de todas maneras me dejó en desventaja. Mientras yo pensaba en como salvar a mi rey con solo dos caballos y un puñado de peones, él siguió sacándome plática:
—¿Bruno es realmente tu hermano?
—No...Supongo lo dedujo porque él es güero y yo morena. No somos hermanos pero él me trata como si lo fuéramos, así que es casi lo mismo.
—¿Bruno te gusta?
—¡Le gusta a todas las chicas de la escuela! El otro año empezaré la universidad y quizás conozca a otro chavo lindo. Uno que sí me pele, así se me morirá de una vez la ilusión.
Comenté encogiéndome de hombros y moviendo a mi rey a un sitio seguro, un pasito a la vez. El señor Kim movió su reina también una sola casilla y me pareció raro, pero me distrajo con más conversación:
—¿Nunca has tenido novio?
—No, ni novio, ni besos, ni enamorados, ni nada. Una vez un chico del salón vecino le pidió mi teléfono a una compañera y empezó a llamarme por las tardes. Pero mi papá se dio cuenta y le gritó muchas cosas. Desde entonces nadie se volvió a acercar.
—¿Qué edad tienes ya?
—Acabo de cumplir dieciocho.
—¿Una mujer hermosa de dieciocho años que no se acuesta con nadie? No mientas.
Su comentario me ofendió, me olvidé del juego y me levanté de donde estaba sentada exclamando:
—¡Oiga, no sea payaso! No voy a mentirle sobre esto, es algo más allá de mi moral o mis valores, sencillamente tengo poca vida social. Y ultimadamente, si yo quiero o no permanecer así es mi problema. No tiene por qué estarme juzgando.
—No te juzgo, te admiro. La virtud es un don difícil mantener aunque haces que parezca más bien una condena inexorable. Tengo la impresión de que eres una mujer muy fuerte, admiro esa fortaleza exclusiva de las féminas. En la antigüedad les valió para ser consideradas poseedoras de capacidades divinales.
—Y lo dice por mi, que soy más hombruna que la chica promedio. Bruno bromea con que nunca seré una mujer de verdad; que tengo pinta de niña, alma de macho y así será hasta que me haga viejita. Esa fortaleza que usted señala la aprendí imitando a mi papá, a los hombres.
—Pero un hombre cedería a sus impulsos físicos con o sin limitaciones sociales.
—Un hombre débil. No es cuestión de hombres o mujeres, señor. La entereza es cosa de quien se esfuerce por tenerla. No sea tan prejuicioso.
Se quedó callado pensando. Después buscó un encendedor y un cigarro en su bolsillo, lo encendió y empezó a fumar murmurando:
—Juegas mejor al ajedrez cuando no usas piezas.
Tuvo un ataque de tos y aproveché para devolverle el regaño:
—Mire, ya está otra vez con la tos por no cuidarse. ¿Se ha tomado sus medicinas?
—No quiero seguir tomándolas, me hacen sentir peor y alargan mi sufrimiento.
—¡No se haga la víctima! Esa cursilería ya pasó de moda. ¿Cómo se contagió de esto?
Me miró como si hubiera dicho algo muy estúpido, me imagino que se supone que yo debería adivinar algo pero realmente no sé qué. Tengo la idea de que se trata de una enfermedad que se transmite sexualmente, pero por eso mismo me intriga en él. Parece tan frío y distante del mundo que si me dijera que también es virgen le creería. Soltó una risita nerviosa que se disolvió en una mirada al piso cuando decía:
—Si supieras las cosas que he hecho ni siquiera querrías dirigirme la palabra.
—Ya sé que usted...tiene sus gustos y es rebelde. Y no se crea, Bruno tampoco es un ángel. Estoy acostumbrada a tratar con gente difícil que hace cosas de las que luego se arrepiente.
—¿Qué cosas ha hecho Bruno?
—Lo usual, fumar, beber, uno que otro robo en el Oxxo, experimentar con drogas...
—¿Nada más?
—¿Pero qué más ha hecho usted? ¿Tumbó las torres gemelas o qué...?
Todavía sin alzar la vista, respondió:
—Cosas por las que dudarías de mi cordura y me odiarías.
—¿Qué cosas?
Se tapó el rostro con las manos para tomar aire y después descubrió los ojos para decir, visiblemente avergonzado de sus palabras:
—Demasiadas autoindulgencias, muy pocos escrúpulos...Un amigo me recomendó un libro simplemente llamado “La muerte: un amanecer”. Describe las fases del duelo, del duelo propio que pocos tenemos el macabro privilegio de experimentar. En una parte dice que me prepare a ser guiado por la envidia y el resentimiento, el odio hacia los que tienen vida por delante. Vida. Yo ya sentía eso desde antes, es un ejemplo de las cosas por las que ya no deberías acercarte a mi. Todavía tienes futuro, te ves sana, en paz, así que te detesto y por eso no dejo de reprocharte y criticarte.
—No lo comprendo...¿Quiere que me vaya?
—No...Todo lo contrario, debo confesar. Háblame, de lo que sea, de tu madre.
—¿Mi mamá? Ya no está viva, señor.
—Cuéntame lo que sepas de ella. Yo también soy huérfano de madre.
Volví a sentarme y comencé a hablar, rascándome la nuca sin entender nada:
—Dicen que se parecía a mi...Coleccionaba muñecas de porcelana y le hacía mucha ilusión tener una hija. Tanta que el médico le dijo que debía elegir entre ser madre o su vida, y ella quiso ser madre para tener por fin su hija: su muñeca de carne y hueso.
—¿Ella murió por tener una hija...con la cual jugar como si fuera una muñeca?
—Pues...sí.
—Se me hace una razón muy estúpida para morir.
Comentó arrellanándose en a silla y exhalando el humo se su asqueroso cigarro, de haberlo tenido más cerca le hubiera dado un puñetazo automático aunque se terminara de morir por el golpe. Contuve la rabia y le repliqué:
—¡Es usted un sangrón, señor Kim! No se extrañe si llega a morirse solo.
—Nada más expresaba mi opinión sincera. Acepto que hay algo poético en la actitud de tu madre ante la muerte y la maternidad enfrentadas, pero a a la vez fue espectacularmente infantil. De haber vivido, serías mucho más mojigata e inmadura, debe haber un Dios que se apiadó de ti y te salvó de esa extrema catástrofe.
—Ella no murió solo por “tener una niña muñeca”, murió para que su hija viviera. Si usted no tiene el coraje suficiente como para morir por alguien, entonces su vida no vale nada.
—¿Cuantos casos de suicidio por un amor idiota han existido en el mundo? La gente muchas veces se mata por personajes que solo existen para robarle el oxigeno a otros seres vivientes y sus sacrificios son más bien ridículos. Desperdicio de esfuerzo y valentía. Aunque no fue el caso de tu madre, basta para llegar a la conclusión de que lo mismo muere por amor un héroe que un bufón. No es ninguna gran proeza.
—Un amor erótico no se compara con el amor maternal. El amor de una madre es sagrado.
Los dos nos callamos un momento. Él fumando con la mirada perdida y turbia por no sé que mal recuerdo, yo con una espina en el corazón; imaginando cómo sería si Bruno muriera por Allison, si me llegan a decir que algo le pasó por intentar salvarla...Entonces el pinche Wasabi siguió con su fea y extraña plática:
—¿Por qué es sagrado el amor de una madre?
—Por que nos da la vida, simple.
—Nos da la vida...Es un acto natural, fisiológico. El resultado de haber tenido sexo y nada más. Me da algo de risa ver a las embarazadas, con su sonrisa beatífica mientras se acarician el vientre; yo solo puedo imaginarlas en el acto, como perras en celo. Quieren hacer algo angelical de lo que fue simple y vulgar sexo.
—¡Wow, wow, pare sus caballos! No va así la cosa. Recuerde que será muy sexo pero hay amor de por medio. Sé que no es así en todos los casos pero se supone que hay un amor trascendental y eterno, hasta la muerte, en todo el proceso de traer una vida al mundo.
—Es sagrado porque queremos pensarlo así, porque nos avergüenza pensar que “mamá” alguna vez fue un animal apareándose. Hay un Dios porque queremos creer que hay uno.
—Hay un Dios porque lo hay, por fe.
—La fe no es más que convicción ciega, pídele a Dios de todo corazón que me caiga un rayo y eso no sucederá sencillamente porque Dios no existe. ¡Pero igual puedes creer que no lo hizo porque es bueno y me tuvo compasión! Todo depende de lo que quieras creer.
—Por pensar estas cosas se está muriendo, señor Kim...
—¡No, no! Piénsalo tú. Es lo mismo con el amor, maternal o del que sea, todos los sentimientos, la moral y lo sagrado son meras construcciones de nuestro imaginario colectivo. Esta sociedad moderna nos dice que debes ser una señorita decente de dieciocho años, que no debes salir con Bruno, que no debes dejarme morir, todo a costa de tu propia represión y sacrificio. ¿Dónde quedas tú? Te vuelves una santa, un ángel, una pura copa de cristal, frágil en su pureza; ¡esclavizada, en riesgo! Debes rebelarte, ensuciarte, córtate esos rizos de muñeca, quítate ese feo vestido de niña de iglesia, usa una minifalda y sal a vivir la vida sin frenos a las tres de la mañana. Debes liberarte de esa fragilidad de cristal diáfano...
—Pero...Si hago eso me van a violar o matar o algo, señor Kim. No porque sea una chica reprimida sino porque esto es el D.F. y la delincuencia azota a quien sea que se exponga...¿Qué pretende que haga si me atrapa un loco asesino en la madrugada?
—Déjate hacer, o sino te matará. En todo caso, aun ese abuso te ayudaría a liberarte de la pulcritud de tu represión.
—¿Represión de quién?
—Tuya, por supuesto, ¿de quién más?
—Oígase, señor Kim. Más parece que mi “decencia” reprime pero al loco asesino...
—Has entendido mal...
—Se hace usted bolas. Sus consejos para ayudarme suenan como a psicología inversa para hacerme daño.
Me miró de pronto como sorprendido, es medio tonto. Con razón nadie le hace caso a la gente del colectivo feminista de la comadre Sonia, si este señor tan menso es el mecenas del grupo...están jodidas. Fumó unos segundos como pensando qué más decir y comentó:
—Definitivamente juegas mejor sin piezas, pero sigues jugando sin técnica...
No le hice caso y traté de retomar el juego donde lo dejamos, me tenía casi en jaque pero prefería seguir esa mala partida a continuar discutiendo con él. No es que no supiera que responderle, es que se las iba a devolver todas hasta que lo matara de un coraje. Por fin moví un caballo y esperé su turno, él ya no hizo caso al juego y volvió a la carga con lo de las madres santas:
—A lo que quiero llegar es que endiosar a las madres es la raíz de todos los problemas sociales. La maternidad es un yugo que somete a la mujer y a la vez le proporciona un látigo para torturar al hombre, debería ser degradada, ya que no puede ser abolida. Trivializada, con que se volviera opcional y desechable ya habría un avance. La mujer tendría que sentirse libre de decir con toda libertad que odia a sus lindos bebés, que aborte sin remordimientos, ya no obligarla a santificarse en el sacrificio de ser madre sería el primer paso para liberarnos a todos. ¡Para ya no deberles nada!
—¡No mame, señor Kim! Si no por respeto a las madrecitas tan siquiera respete a los niños!
—Los niños son el segundo problema. Las cadenas que atan a la madre a su pedestal de diosa dadora de vida. Los niños igualmente deben ser arrebatados de ese estado angélico. Se les protege del mundo de los adultos como si madurar fuera algo malo, nuevamente esa moral basada en juicios arbitrarios. Atentar contra la sagrada infancia es en sí un crimen contra la decencia.
—Es que si usted atenta contra un niño le causará un trauma que arruinará el resto de su vida...No es simplemente un capricho de los moralistas...
—¿Quién dice que le causará un trauma? ¿los psiquiatras, los psicólogos? Foucault decía que el poder otorgado a estos “loqueros” no era más que otro medio con que los gobiernos controlaban a la población. El psiquiatra dice que tocar a un niño le causará un trauma permanente que aunque no sea notorio a simple vista quedará en el subconsciente y de cualquier manera le arruinará la vida, como has dicho. De esta forma atentar contra la divinidad del niño, y por extensión de la madre, se vuelve un crimen imperdonable cuando en realidad los niños solo son nuestros iguales y deberían ser echados al mundo adulto sin restricciones; en cuanto sus cuerpos estén listos que trabajen, que vivan.
—¡Eso es cruel! Son débiles, indefensos. ¿Cómo los protegería de los accidentes laborales, de los pedófilos, de tantos peligros que hay afuera?
—¿Pedófilos? ¿Existen? Existen porque los psiquiatras dicen que existen, como bien señaló Foucault. Razón por la cual él y pensadores de la talla de Jacques Derrida, Louis Althusser, Gilles Deleuze, Jean-François Lyotard, Jean-Paul Sartre y Simone de Beauvoir entre otros firmaron una carta dirigida al Parlamento francés para pedir la despenalización de toda relación consensuada entre adultos y menores de quince años. Un hecho ocurrido ya hace décadas que pasó a la historia sin pena ni gloria, es así de fuerte y despótico el sistema de la maternidad y la infancia sagradas.
—Señor Kim...no sé quienes son todos esos weyes pero...¡en serio no mame! Les hizo falta calle, como a usted. ¡Salga afuera, hable con la gente normal! Si las cosas fueran como las pinta, el mundo sería una distopía que no la ve ni en Mad Max. Cuando uno se pasa mucho tiempo pensando a solas y lejos de la vida real, de la vida que se vive en las vecindades con la gente común, termina por creer que los monstruos imaginarios con que sueña son reales. ¿Cómo se pone usted a creer que los niños no se marcan con eventos desagradables o inadecuados para su edad? ¿Usted nunca fue niño o tan feliz fue su infancia?
Se quedó un momento pensando con la mirada perdida, puso el cigarro en un cenicero y respondió:
—Mi niñez fue...como la de todos. Me preguntas qué siente un niño. Digamos, en un caso hipotético, un niño que pierde a su madre durante el parto. Pero en realidad no es el niño el que ha perdido, el niño ni siquiera sabe qué es una madre...
—¡Sí que lo saben! No lo piensa, pero sus sentimientos...
—Déjame terminar la idea, la madre muere y quien siente y piensa en la pérdida es el padre. La partida de la madre fue culpa del niño y tendría que pagarla él, ¿no entra aquí la moral? Hay una deuda moral. El niño tendría que pagar tomando el puesto de la madre...
—Lo que dice suena bastante horrible...
—¿Sabes qué?...Esta no es mi cara, es la de mi madre...Desde muy joven mi padre empezó a someterme a cirugías estéticas para que me viera justo como ella. Yo llevo una máscara de mujer las veinticuatro horas del día, y tuve que tomar el puesto de mi madre hasta que mi padre ya no tuvo la fortaleza física para...No se lo digas a nadie...
Tuve que levantarme casi de un salto y mejor lo abracé para callarlo, ¡qué horror! No quiero saber detalles, sin querer validó mi punto. Hace tiempo leí que con la gente asiática hay que evitar el abuso de contacto físico porque los incomoda, pero por alguna razón él de hecho se pegó más a mi. Pide cariño pero no deja de ser distante. Al tocarlo pude darme cuenta de que nuevamente tenía fiebre, esta vez muy alta y seguro por eso estaba diciendo tantas mamadas. Fui por su medicina y un trapo húmedo, hay que tenerle paciencia.
¡¡Urgente!!
Es de madrugada, las cosas han dado giros inesperados y violentos. Esta tarde, poco después de que hablé con el señor Kim y él se volviera a quedar dormido aprovechando que yo estaba sentada en el apoyabrazos de su sillón, al menos no se queja de mi desempeño como almohada, tomé mi teléfono y me puse a escribir el capítulo anterior para pasar el tiempo. Casi una hora después, escuché unos ruidos dentro de la casa y me asusté. Para mi alivio y alegría, era Bruno. Se veía agotado, angustiado, pero estaba bien aparte de eso. Sus pasos y su respiración jadeante después de correr despertaron a Kim y entonces sucedió algo curioso: se sentó bien rápidamente, alejándose de mi. Tal parece que frente a otras personas no va a mostrar que tiene sentimientos, supongo que es parte de su cultura; me hizo pensar que quizás realmente tiene una doble vida, fue muy raro. Bruno lo saludó casi sin aliento:
—Señor Kim, lo siento por la tardanza...Yo...he vivido momentos muy...desafortunados.
—¿Cómo entraste? No te escuché tocar.
—La puerta de servicio estaba abierta.
—Debiste cerrar bien, Cecy, espero no vuelva a pasar este descuido.
Dijo el Wasabi con una tremenda frialdad y no le hice caso, antes traté de averiguar qué tenía Bruno. Le pregunté que pasó luego de que se fue en su coche y empezó a contar:
—Conduje media hora entre el mal tráfico tratando de alcanzar la camioneta en que se llevaron a Allison, por fin se detuvo ante un edificio de apartamentos y entonces ella saltó del asiento del copiloto y se escapó corriendo. Tanto el tipo de barbas como yo corrimos tras ella intentando detenerla, aproveché para darle otros madrazos cuando lo tuve cerca y después lo dejé tirado para ir a buscarla. Fueron horas y horas vagando por calles que no conozco, medio perdido, preguntando si habían visto a una chica pasar corriendo por ahí. El señor de un taxi me dijo que la había recogido, que la llevó a cierta dirección que ya ni siquiera recuerdo. Volví a mi coche y me dirigí al sitio, otra colonia rara. Para entonces era de noche y todo estaba lleno de prostitutas, gente mala. Después de las dos, una chica de las que trabajaban ahí me dijo que era amiga de Allison y que ella había regresado a pie a su casa, que si corría podría alcanzarla camino del callejón de La Condesa. Me fui a toda prisa, quería ofrecerle un aventón y mi apoyo, pero al llegar al callejón...
Entonces dio la vuelta y escondió el rostro en una pared, se echó a llorar. Corrí a darle un abrazo y el señor Kim se nos acercó ya alarmado, preguntando:
—¿Qué había en el callejón?
—Me da vergüenza decirlo porque no me van a creer y además me duele mucho...¡Demasiado!
—Ya veré yo si te creo o no, tú solo di de una vez qué pasó.
—¡La mujer de plástico! La mujer de plástico estaba de rodillas junto a ella y la apuñalaba una y otra vez, hasta que su pecho y su rostro desaparecieron...La hería casi con placer...
Nos quedamos sin palabras, eso era más que difícil de creer. Lentamente se sentó en el piso junto a la pared y siguió hablando:
—Al instante pensé que aquello no podía ser real, era quizás una pesadilla y me alejé caminando sin que el espectro me notase, temiendo que lo hiciera. Caminé y caminé sin rumbo por la ciudad y después, ya con la luz del sol del medio día, volví al callejón de La Condesa...¡Y habían patrullas y cinta policial, no fue una pesadilla! ¡La mataron!
Siguió llorando y yo no sabía qué hacer o decir, el señor Kim se veía más bien confuso; encendió otro cigarrillo y trató de entender:
—¿Han matado a una amiga tuya?, ¿pero la mató “una mujer plástica”? ¿Superflua?
Entonces intenté explicarle:
—No señor, literalmente de plástico. Hecha de plástico, pues; una muñeca de goma tamaño natural que está viva. Es una leyenda urbana de esta zona...No mucha gente la conoce. Se supone que por aquí ronda de noche una mujer de plástico. Nadie sabe si es peligrosa o no. Bueno, parece que sí era peligrosa...
Me miró y por un momento abrió tanto los ojos que se le desachinaron, después dijo:
—Esto no puede ser, realmente nadie le creerá semejante historia. Es una locura.
Bruno se levantó despacio, tomó aire y habló de nuevo:
—Sé quien la mató, pero no pude evitarlo. Ya no importa si me creen o no, ¿eso la revivirá? No. ¿A quién habrá llamado pidiendo ayuda cuando recibió la primera puñalada? Seguro que no a mi, puede que a nadie, ¡porque ella estaba sola en el mundo y nadie quiso ayudarla! Yo quería, pero nunca me aceptó, nunca me dejó...
En ese preciso momento tocaron a la puerta principal, eran unos federales. Abrí con temor, venía un detective norteño pesado, típico imbécil con sombrero, gafas de aviador y actitud de macho. Se sonrió mirando a Bruno y nada más le dijo:
—Güerito, ¿a dónde estabas anoche?
Mi amigo fue atrapado de los brazos por los federales y respondió ya a la defensiva:
—¡Buscando a una amiga!
—¿Allison? Qué raro, qué raro. Pues Allison nunca fue tu amiga, pero todos en tu colonia dicen que la acosabas.
—¡Eso no es cierto!
—También supimos por una amiga de Allison que tú fuiste tras ella minutos antes de que la mataran. ¡Mira qué casualidades!
Me sentí angustiada y grité entonces:
—¡El fue a buscarla y la encontró en el callejón de La Condesa, pero vio justamente cuando la atacaba una mujer de plástico, alguien con un disfraz de muñeca de goma!
Los federales se echaron a reír pero el detective perdió la sonrisa y comentó:
—Interesante...Porque la madrecita de Bruno nos comentó que él tenía una máscara de muñeca de goma. ¿Será que encontraremos la máscara llena de sangre, junto al arma homicida? Estás bien jodido, Bruno Santos.
Nuevamente hablé, tratando de arreglar las cosas aunque parecía que solo las empeoraba:
—Él no tiene esa máscara, me la regaló a mi. La tengo en mi casa.
—Y “usté”, señorita, ¿dónde estaba hoy a las dos de la madrugada?
—En mi casa, dormida, mi papá y mis abuelos pueden decírselo.
—¿Y este señor chino, japonés...?
Ese comentario pareció indignar profundamente a Wasabi, se le descompuso el rostro y replicó:
—Surcoreano. He estado en mi casa desde ayer por la tarde sufriendo de fiebres, de eso es testigo la muchacha y mi médico. Suelte al joven, es mi empleado.
—Ni madres, don, este wey se va ir con nosotros.
—No tiene razones más allá de su propia especulación. Mi empleado no saldrá de esta casa.
—Yo que usted le buscaría ya un buen abogado a “su empleado”. Él va directo al bote...
—Se quedará con las ganas, agente. Pienso pagarle la fianza.
—Yo no soy un simple agente, sino técnico forense y además licenciado en criminalística, señor...Usted es de los que creen que todo se compra...Yo también...Podemos llegar a un acuerdo, pero solo por ahora, mientras usted contacta a sus abogados y yo reúno mis pruebas...Después va a ser guerra sin treguas. Si llego a descubrir que Bruno Santos es el culpable, como creo que lo es, le voy a caer con todo porque lo que le han hecho a Allison para mi es personal...Ella sí era mi amiga.
Dijo el norteño bajando la mirada y con rencor en la voz, Bruno pareció sentirse herido por sus palabras. Diría que celoso. El señor Kim le tiró la colilla del cigarro a los pies y exclamó antes de darle la espalda despectivamente para escribir en su teléfono:
—¡Pida! No me importa el precio. Preocúpese usted cuando sea mi turno de cobrar.
Vi como la mandíbula del detective se tensaba rechinando los dientes y uno de los federales le alzó las cejas como animándolo a aprovechar la oportunidad. Se caló el sombrero bajando la mirada, debe andar necesitado de dinero, y murmuró:
—Digamos...Cinco mil pesos...
El señor Kim sacó una chequera de su escritorio, firmó por la cantidad y se lo entregó al hombre diciendo:
—Me ha salido usted barato. ¡Ahora váyase!
El detective tomó el cheque de mala gana, hizo un saludo tocándose la punta de un ala del sombrero y se fue con sus hombres en silencio. Cuando nos quedamos solos, Kim dio un golpe a Bruno, no me esperaba que pudiera pegar teniendo una pata en la tumba, y dijo:
—¡Tú sí me saliste caro! Pero no me iba a dejar humillar por ese animal de rancho.
Luego se alejó unos pasos de nosotros para hacer unas llamadas hablando en su idioma, regresó a os pocos minutos y anunció:
—Mi abogado vendrá en unos treinta minutos. Bruno, será mejor que digas realmente qué sucedió anoche.
—¡No le miento, señor, le juro por Dios! ¡Había una persona con máscara de mujer de plástico que estaba apuñalando a Allison! De hecho...Cecy, era una máscara muy parecida a la que te di. El dueño original debe tener más respuestas.
Dijo Bruno seriamente. Yo me abracé otra vez a él, diciendo:
—Buscaré la máscara y se la enseñaré a los policías. Yo sí te creo, Bruno.
Entonces el señor Kim dijo, tosiendo pero buscando otro cigarro de todas formas:
—Yo le creo a medias...Sí hay personajes...“curiosos” que vagan por las calles de las grandes ciudades por las madrugadas. Algunos con el fetiche de usar máscaras de látex que inducen cierta asfixia que les resulta erótica...entre otras cosas...Bruno no es el tipo de hombre que uno se encontraría en el mundo del BDSM. Demasiado joven, demasiado violento e impulsivo. Parecerá irónico pero es así. No hay una sola gota de sangre sobre el chico y el asesino tendría que estar completamente ensangrentado, a menos que haya estado cubierto por un disfraz...Pero Bruno...No podría,...demasiado ingenuo...
Se quedó un rato pensando y me le acerqué a rogarle:
—Le aseguro que no. Él no dañaría a la mujer de sus sueños, me consta que estaba sinceramente enamorado de Allison. Voy a encontrar esa máscara, verá que está intacta y si contactamos a la tienda que las vende o al dueño original quizá los policías obtengan nuevas pistas y lo dejen en paz. Pero ahora por favor ayúdelo, le pagaremos trabajándole de por vida, y...Bueno, si se muere le prometemos ir a limpiarle la tumba cada día y para siempre.
El Kim se rió así, como con tristeza en el fondo, y después dijo:
—Bruno, ya no vuelvas a tu casa. Hay un cuarto de servicio detrás de la cocina, quédate ahí hasta que este asunto se arregle; sospecho que en cuanto pongas un pie fuera de esta residencia te llevarán preso. Ve a lavarte la cara, quiero que hables con el abogado en cuanto venga. Por ahora,...es tarde, Cecy. Vuelve a tu casa y busca esa máscara, si existe...Cuando la encuentres avísale por teléfono a tu amigo. Luego veremos qué hacer.
Al terminar de hablar se fue dejándonos solos un rato, era hora de irme pero antes me tenía que despedir bien de Bruno. Temía que por la noche se lo llevaran y no lo volviera a ver jamás. Lo abracé fuerte y le pregunté:
—¿Te quedas tranquilo aquí? No te vayas a pelear con el Wasabi, es bien pesado.
—No te preocupes, voy a estar bien. La verdad, no quería volver a mi casa, menos luego de saber que mi propia madre dio información para incriminarme así. Ella, que no sabe ni de quien quedó embarazada...No, no quiero volver con ella. Y Wasabi no me enoja, fue bueno. Hizo lo que ningún otro hombre mayor haría por mi. Lo que tendría que hacer un padre.
Lo abracé de nuevo y se me salieron unas lágrimas, pobrecito. Ese momento en que el coreano lo defendió y lo reprendió, fue lo más cercano a tener un padre para él. Me fui muy triste, como dijo el señor Kim, afuera estaba el detective norteño y sus hombres. Seguramente esperando a que Bruno saliera para llevárselo. El tipo me sonrió y me fui sin decirle nada, vaya cínico. Fui a echar un vistazo al callejón de La Condesa. Todo parecía normal salvo por unos trabajadores públicos que lavaban una gran mancha negra de la banqueta...No habían ofrendas florales, ni peluches ni velas...Quizás Allison sí estaba sola en el mundo y solo la lloró Bruno.
Al llegar a mi casa encontré más policías, ¡mi papá estaba histérico! Revisaron mi cuarto mientras no estuve, movieron el colchón, rompieron mis almohadas, voltearon mis gavetas, rompieron el candadito de juguete de mi viejo diario de princesas Disney, no respetaron nada. Estaban buscando la máscara y dijeron que no apareció, me enojé porque estoy segura que estaba ahí; mis abuelos y mi padre no pudieron haberla sacado, ni siquiera sabían que existía, se dieron cuenta hasta ahora y estaban furiosos por eso. Fui a buscarla yo misma a donde la escondí y ya no estaba. Sospecho que ellos mismos la tomaron y se la llevaron en secreto para alterar las pruebas e inculpar a Bruno...Cuando se fueron, mi papá me dio la gritada de mi vida...Hizo un coraje increíble...Me prohibió terminantemente volver a hablar con Bruno e ir a la casa del señor Kim. Además me quitó mi teléfono pero antes me dejó llamar por última vez a Bruno para avisarle que ya no podría llegar a trabajar mañana porque estaría castigada. Me dijo que qué pena, que lo sentía y le avisaría a Wasabi...Apenas hablamos, mi papá ni me dejó decirle adiós. Unos diez minutos luego, mi teléfono recibió una llamada. Era del mismísimo señor Kim, estuvo discutiendo no sé qué con mi furioso padre hasta que él aceptó un trato. Al colgar me avisó que el Kim Wasabi me había contratado de asistenta y me daría un sueldo, que estaba bueno que tuviera mi primer trabajo pero que evitara hablar con Bruno. Como que el dinero le bajó un poco la rabia, pero no me regresó el teléfono hasta hace unas horas y con la condición de que estaría revisando mi Whatsapp cada cierto tiempo. Yo seguí buscando la máscara hasta ahora, ya casi sale el sol y no apareció. Estoy tan cansada y confundida, en unas horas hay escuela, por lo menos veré a Bruno esta tarde...
(Lo siguiente es información compartida por el usuario “Látigo Negro” en un foro sobre ciencia forense. Látigo Negro se identifica solamente como un detective mexicano, por los detalles que comparte acerca del caso de “la mujer de plástico” aparenta ser el mismo detective norteño que Cecy describió en su novela. Látigo Negro participó poco en el foro, publicó algunas entradas y después se dio de baja).
Crímenes sin resolver en La Condesa
El asesinato de la señorita Allison H. ha sido uno de los menos sonados en la ciudad de México, por no decir ignorado. No solo está impune, se oculto al público. Implicaba a cierto diplomático poderoso y, con tal de no dañar la reputación del señor, no se le mencionó ni en un noticiero. Ni una notita en los periódicos. ¡Nada! Al punto que tengo amigos que viven por La Condesa y cuando les comento sobre la chica que mataron a puñaladas en el callejón me responden: “oye, ¿y eso cuando fue? ¡Si yo vivo aquí y ni me di cuenta!” Pues sí, señores, Allison H. fue asesinada por noventa y seis puñaladas en el rostro y el pecho. Ahí, en una madrugada fría en el callejón de La Condesa. Y de esto quiero hablarles ahora, a ver si me echan una manita para de una vez por todas hacer justicia por esta reina, porque Ali fue una reina. Les iré compartiendo datos en partes:
-¿Quién fue Allison?
Ali vino de Sinaloa, que también es mi tierra, hace unos siete años. Cuando llegó era una morrita, se crió mal que bien bajo el cuidado de su abuela hasta que la señora murió; desde entonces Ali empezó a descarrilarse. De sus papás nunca supe nada, que estaban en Estados Unidos y nada más. Tiene un hermano mayor, Alexis, estudiante de arquitectura en la UNAM; el pobre chamaco fue el que tuvo que ir a reconocer los restos. Alexis hacía lo posible por mantener a su hermana en el bien, pero era rebelde la condenada. El día antes que la mataran, trató de llevársela a la fuerza a una clínica de rehabilitación; se le escapó con la ayuda de Bruno Santos, sospechoso principal y de quién hablaré en un rato.
Cuando conocí a Allison, ella estaba trabajando de edecán para la cerveza Corona en un jaripeo, era una hembra guapa pero diferente a las otras. Tenía clase, era una reina. No te sonreía, nomás te lanzaba una mirada de dulzura. Yo caí rendido a sus pies desde entonces. Al irla tratando, rogando, fui descubriéndole sus rollos. Se había enganchado a la coca desde que fue mujer de un narco de los malos, el tipo la dejó cuando ya no le encontró gracia pero no la abandonó el vicio. Para pagarlo empezó a prostituirse, pero siempre con muy buenos gustos. Ali era, lo que dicen, “una puta de alta gama”. Ella solo se acostaba con empresarios importantes, famosos y políticos influyentes. Era muy discreta con su clientela y tan guapa que valía su precio.
Cada vez iba subiendo más alto, más alto, un día se consiguió de cliente a un millonario árabe, y así iba subiéndole al precio. Hasta que mi sueldo ya no alcanzó para pagarle sus amores y por lástima me dejó al menos seguir siendo su amigo. Ahí de cuando en cuando algún favor, me tenía cariño, decía que la hacía sentirse protegida; pero necesitaba el dinero para pagar la adicción y yo no podía dárselo. Tuvo que elegir entre el maldito vicio y un amor sincero, tomó la mala opción. Con todo, uno de hombre es bien pendejo y yo seguí tras ella. Me conformaba con verla. Bien dicen que la hembra cae por el tacto pero el macho se pierde así, nomás con la vista.
Recuerdo la semana en que la conocí, supe que regresaba a su casa todos los días a las tres de la mañana y a esa hora tomaba un baño de tina oyendo la radio. Durante cinco días seguidos me desperté retemprano para llamar a sus emisoras favoritas y pedirles que le dedicaran “Mi fantasía” de los Tigres del norte, esperando que en una de esas la oyera. Cierta madrugada, tuve que ir a atender una balacera cerca del hospital Paraná y se me olvidó dedicarle su canción. Me llamó como a las cuatro para preguntarme “¿oye, y Mi fantasía?” Desde entonces siempre llamé para dedicársela, se sentía tranquila al saber que tenía un hombre de la ley pensando en ella. Es lo que más me pesa, que le fallé cuando confiaba en que iba a protegerla de lo que le pasó.
-El asesinato:
El cuerpo de Allison fue encontrado a las 5:30 de la mañana por una pareja de corredores que pasaban por el callejón de La Condesa. Estaba completamente vestida, llevaba puestas todas sus joyas y en su bolso había mil quinientos pesos. Tenía noventa y seis puñaladas, número estimado pues se cree que el arma entró varias veces por las mismas heridas. Le provocó la muerte un corte que le seccionó la arteria carótida, al menos treinta heridas fueron hechas post mortem y de las que le hicieron estando viva la mayoría no eran mortales. Las puñaladas en los ojos, brazos, senos y mejillas dan a entender que el asesino la odiaba, quería torturarla pero además destruir su belleza. Fue un crimen con saña, diabólico.
Allison no tuvo relaciones sexuales esa noche, no se encontraron rastros de semen, pero sí había restos de piel bajo sus uñas y bastante sangre en la punta de sus dedos; debida sin duda a los arañazos que le hizo al agresor. La pobre luchó por su vida en aquel último momento, pese a que parecía haber estado procurándose la muerte todo el tiempo antes del ataque. Las muestras de tejido fueron enviadas a un laboratorio y se espera más tarde tener un perfil de ADN. Los análisis hematológicos salieron con más prontitud, al menos ya sabemos que el asesino tiene un tipo de sangre A y debe mostrar profundos rasguños en los brazos. Este detalle fue determinante para hacerme soltar a Bruno Santos cuando pude capturarlo, sus antebrazos se veían intactos. Pero habría que desnudarlo y verle el torso para ver si Allison no lo rasguñó en otra parte; cosa que no pude hacer pues inmediatamente le fue proporcionada ayuda legal. Su patrón, un diplomático que me da muy mala espina, y la criada del mismo, estaban en compañía de Bruno y ambos tenían los brazos cubiertos; pero la verdad no me interesaron. Todo apunta a que Santos fue el homicida.
-Bruno Santos, el sospechoso perfecto:
La descripción física de Santos quizá no concuerda con la clásica idea del asesino, se trata de un tipo bien parecido, el wey que podríamos ver medio encuerado en un anuncio de perfume. Pero le recuerdo al amigo lector que igualmente Ted Bundy, Jeffrey Dhamer y Richard Ramirez eran personajes bien parecidos que no obstante fueron célebres por sus crímenes atroces. Todo mundo en la colonia donde vivía Allison puede atestiguar que Bruno solía abordar a la señorita cada vez que podía, pero lo ignoraba. Es lo que uno esperaría de ella, Allison despreciaba a los hombres que confiaban en su atractivo físico para obtenerla “gratis”. Posiblemente ese rechazo constante fue creando en él un odio, un apasionado deseo de matarla.
Santos nunca conoció a su padre. La madre se niega a revelar quien le engendró al hijo y es de suponer que quizás no sabe cual de todos los santos le hizo el milagro de Santos. Al parecer Bruno resiente este hecho y la relación con su progenitora es mala, peleas constantes y frecuentes distanciamientos, no es raro que el joven duerma en la calle porque la madre lo echó de la casa. Como podemos ver, todo el panorama de la crianza de Bruno va encaminándonos a la psicología de un sociópata, un asesino. Santos es además conocido por haber hecho algunos robos y peleas con otros muchachos de la colonia, consume marihuana ocasionalmente. Ahora mismo está bajo el amparo del diplomático de origen extranjero antes mencionado. De este personaje se sabe poco, apenas empezamos a investigarlo pero ya se rumorea que tiene inclinaciones homosexuales; un informante del despacho de los abogados del “señor” nos filtró sin dar nombres que los motivos de este extranjero para proteger a Santos son de alguna forma sentimentales. Razones para considerar que la sexualidad de Bruno pudo haberlo desviado al mal, recordemos que todavía es menor de edad y quizás está siendo corrompido por un sujeto mayor. En medio de todo este problema está la criadita del diplomático, “Cecy”, que juró tener en su poder una máscara que aportaría nuevas pistas al caso pero nunca fue encontrada.
-La mujer de plástico.
Este es el aspecto sensacionalista del crimen, si es que todavía puede serlo más. Que los medios no hayan dado cobertura al caso con todos estos detallazos solo es una muestra de que en este país se nos oculta la verdad inescrupulosamente. Según Bruno Santos y Cecy la criada, Allison fue asesinada por “una mujer de plástico”, una especie de muñeca inflable viviente. Puede parecer una explicación descabellada, pero haciendo algunas averiguaciones descubrimos algo llamativo: en la colonia Roma opera secretamente una especie de burdel sadomasoquista, digo “especie de burdel” porque en el lugar no hay simple comercio de sexo; es más bien un club donde acuden degenerados con extrañas inclinaciones, una de estas es la de usar disfraces de aspecto femenino, como muñecas sexuales monstruosas. Lo que a estos enfermos les excita, a nosotros nos recuerda a la clásica escena de la película Psicósis donde un trastornado Norman Bates se viste como su madre y apuñala a la chica que lo inquieta; de inmediato salta la idea de que quizá sí exista una conexión entre los sátiros vestidos de prostituta de hule y la muerte de Allison.
Hemos intentado conseguir más información sobre este establecimiento pero no obtuvimos mayores resultados, no se nos concedió la orden de cateo y debimos conformarnos con revisar la basura; trozos de látex y cuero meados, algunos ensangrentados, látigos rotos, máscaras rasgadas. Algo muy feo sucede ahí dentro y puede que tenga que ver con este asesinato, aunque el sospechoso principal sigue siendo Bruno Santos.
(A medida que los hechos iban tornándose más siniestros, “Cecy” empezó a escribir en un tono más oscuro. Lo que inició como una novela juvenil basada en la vida real empezó a tornarse en algo parecido a un grito de auxilio).
Luto
No sé bien qué escribir, solo no entiendo como puede haber gente tan mala. La muerte de Allison nos ha dejado como al desnudo, indefensos ante la realidad, hoy cuando me encontré con Bruno lo vi y me costó reconocerlo. Ya no parece un chico malo, ahora es un niño perdido. No sé como consolarlo esta vez, no hay palabras que reparen lo sucedido.
Nos sentamos al pie de la gran escalinata de caracol donde una vez subí siguiendo a la mujer de plástico y conversamos un poco, tratando de ordenar ideas juntos. Bruno hablaba con los dedos de las manos entrelazados entre las rodillas, sin levantar la mirada, se veía muy triste:
—¿Ya no viste al norteño, Cecy?
—Pasó en su patrulla frente a donde la comadre Sonia, me saludó y preguntó si sabía algo de la casa de los farolitos. Le dije que no y me preguntó si tú solías ir ahí, le contesté que tú no sales de noche porque debes cuidar a tu jefa y dicen que la casa de los farolitos solo abre después de las diez. Que es una casa de citas o algo así. Me insistió mucho en eso.
—Suena como a que ahí tienen una pista...Voy a echar un vistazo cuando pueda. Ayer hablé con el abogado del señor Kim, me dijo que mientras no aparezca el arma homicida o alguna prueba que directamente me incrimine, no pueden llevarme preso. Por la mañana me acompañó a dar mi declaración y me aconsejó no hablar más con ellos. Si vieras, hoy que llegué acompañado por un profesionista hasta me trataban distinto, “joven Santos”, todos los policías respetuosos...Menos el pinche norteño...Me tiene ojeriza...
—Déjalo, también vive su duelo. Parece que era el novio de Allison.
—Para peor...
Respondió Bruno lánguidamente y suspiró. De repente oímos un auto aparcando, me levanté con la intención de ir a abrir la puerta a quien viniera pero mi amigo me detuvo diciendo:
—Deja, es el señor Kim. Salió hace un rato y dijo que ya volvía.
—¿A dónde fue?
—¡A saber! Entra y sale de su casa a horas extrañas. Anoche lo oí salir a las doce bajando no sé qué bulto, volvió a las dos, después se fue de nuevo a las once. Es raro pero buena onda, hasta me agregó a su Facebook de amigo y le dio like a todas tus fotos. De seguro te agregaría a ti también si tu papá te dejara abrir un perfil en Face.
El señor Kim apareció entonces, siempre formal y taciturno, recordé que tenía asuntos que tratar con él y lo hice de la manera más profesional que pude:
—¿Cuando me paga?
—A fin de mes.
—Bueno.
Luego de hablar de negocios, volví a enfocarme en Bruno:
—¿Qué harás ahora? El norteño ya no puede meterte preso pero sigue vigilándote.
—Que lo haga. El que nada teme, nada debe.
—Pero me da miedo que intenten inculparte, Bruno. Así como va la investigación de la muerte de Allison parece que nunca van a encontrar al asesino y van a usarte como un chivo expiatorio para que no digan que la ley no hace justicia.
—Entonces yo mismo voy a encontrar al asesino...Y no para salvarme, realmente quiero saber quien le hizo esto a Allison y...
Se golpeó la palma de la mano con un puño y frunció el ceño. Cuando a Bruno se le mete una idea en la cabeza, no hay quien se la saque, estoy segura de que no va a descansar en paz hasta que encuentre la verdad sobre el asesinato de la mujer de plástico. El señor Kim empezó a toser y se alejó en dirección a su despacho, tuve que ir tras él pero antes dije a mi amigo:
—¿Me prometes que al menos esta vez si me dejarás acompañarte? Siento que no te hubieras metido en todo este rollo de haber estado conmigo.
—No quiero hacerte lío, igual por ahora solo empezaré mi investigación googleando. Me dejaste con la intriga de qué estará buscando el norteño en la casa de los farolitos.
—Avísame de cualquier cosa que encuentres.
Llegué con el señor Kim y él como siempre se tiró a morir en su sillón e inmediatamente señaló al tablero de ajedrez, se lo traje de mala gana y protestando:
—¿Otra vez? Siempre me gana y además siempre juega igual.
—Si ya conoces mis movimientos, ¿por qué sigues perdiendo?
—Una puede tener la información, pero de ahí a saber usarla...
No me hizo caso y empezó a poner las piezas exactamente como las habíamos dejado la última vez, nada peor que un obsesivo con buena memoria. Seguimos el juego y en un momento en que Bruno se alejó para ir a mirar por las ventanas, el señor Kim me habló en voz baja:
—¿Estás segura de que no fue él quien mató a la muchacha...?
—¡Segurísima! No es mala persona, fue detrás de Allison en primer lugar porque un tipo raro se la llevaba y quiso ir a salvarla. Ese puede ser el asesino.
—Ya lo encontraron, resultó ser su hermano mayor intentando ingresarla en una clínica de rehabilitación. Tal parece que era una adicta.
—Si le soy sincera,...Allison nunca me cayó bien. Era una mujer materialista y vacía, pero Bruno la amaba así. Se la imaginaba como a un ángel, sensible, profunda. Para él era la mujer más buena e interesante del mundo, nunca le haría daño.
—A veces disfrazamos de amor a nuestro odio para no sentirnos tan culpables...
—¿Que no es al revés? En fin, él definitivamente no la odiaba.
Escuchamos que Bruno hacía ruidos y nos volvimos a verlo, estaba desempolvando unos cojines, así que seguí la charla sin alzar mucho la voz:
—¿Ha leído el libro del Principito? ¿La parte en que él tiene una rosa y la idolatra? Bueno, figúrese que Bruno era así con Allison, habían muchas y mejores chicas enamoradas de él, pero prefería a esa niña tonta. Era como algo suyo, algo que uno atesora como por nostalgia. Creo que hasta el momento él no acepta que Allison era una...
—Te entiendo, y si quieres que sea también sincero...
Movió por fin a su reina y me comió un caballo, pinche coreano, luego siguió hablando:
—...yo tampoco creo que su muerte valga más que la de una perra en la carretera.
Lo miré y estaba tan tranquilo que me dio miedo, no sé, sentí que ese momento fue algo raro. No solo por lo que dijo él, yo misma sonaba extraña. Moví el caballo que me quedaba, ya solo por mover, estaba resignada a perder otra vez y él comentó:
—¿No te vas a rendir?
—Voy estilo usted. Ya sé que me voy a morir pero sigo moviéndome nomás por chingar...
—Este mundo se mueve por los que podemos seguir en batalla aunque estemos heridos de muerte, me alegra que seas así. Especialmente en estos momentos sería imprudente deprimirse y bajar la guardia, el detective aquel ha seguido presionando con lo del asesinato. Se le nota convencido de que estamos implicados.
—Si teníamos razones para matarla, ¿somos sospechosos?
Otra vez me hizo jaque al rey y se volvió a mirarme como esperando una explicación, yo aclaré:
—Digo, ya no importa. Lo cierto es que Bruno no la mató.
—Todo depende de lo que quieras creer...
Respondió antes de ponerse a toser y volví a ordenar las piezas. Se levantó tras indicarme que esperara con un gesto de manos y fue a decirle a Bruno que fuera a podar los setos del patio, él obedeció dócilmente. Creo que el pobre en verdad lo está empezando a sentir como a un padre. El señor Kim volvió a sentarse donde estaba y dijo:
—Es mejor que hablemos de estas cosas sin él cerca.
—No creo que se ofenda si usted desconfía, es normal, nos conoce poco.
—Ayer hablé hasta tarde con Bruno. Es un joven muy ingenuo, pero la impulsividad es instintiva. Podría ser un santo e igualmente haberla matado en un arrebato de pasión.
—¿Bruno un ingenuo y santo?
—Lamenta la muerte de Allison pues se fue dejándolo virgen, estaba esperando a que ella lo iniciara con sus “bastos conocimientos del tema”. ¿Qué le pasa a esta generación?
—¡¿Bruno?! ¡¿El peligroso y ardiente Bruno por el cual no duermen todas las chicas de la colonia?! No me lo esperaba...Aunque a decir verdad, en estos tiempos la curiosidad se satisface con el internet, ya nadie va a buscar respuestas viviendo la vida, ¿pero Bruno...? Descubrir esto me da sentimientos encontrados, aparte de la sorpresa, me alegra que esté “intacto”. Su enamoramiento por Allison al final lo conservó solo para mi,...si llego a conseguirlo. Por otro lado, siento celos...Celos de la muerta. ¿Qué tan profundo era su amor para entregarse a ella así? La creía tan única, tan la elegida...Por momentos pienso que se lo merecía, solo con ella muerta iba a despertarse de esa ensoñación sin sentido...
Me mordí los labios para no seguir hablando y el señor Kim solo se quedó mirándome un rato, al cabo del cual preguntó:
—Pues ya está, ha muerto. Tienes el campo libre.
—No es tan simple...
—Si no te apresuras, otra tomará la oportunidad.
—No puedo, no sé cómo...No sé como abordarlo...
—Estarán solos aquí, a veces sin nada que hacer, o vayan a limpiar el sótano o el ático; ofrécete, insiste, tócalo, no podrá decir que no.
—¡Usted no conoce a Bruno! Me dará un guamazo para que me esté quieta y ya está. Suerte que no es usted mujer, da unos consejos muy de urgida.
—Puedo ofrecerle dinero para que se acueste contigo, decirle que quiero verlos.
—What?!
Entonces se encogió de hombros con una sonrisa tonta y exclamé:
—¡No! Usted está más desesperado por juntarnos que yo. ¡Es el Celestina más extremo del mundo! Solo le falta aconsejarme que lo drogue y lo viole.
—Solo digo que si uno no toma el puesto, otro viene y lo hace...
—Creo que, al menos durante un año, Bruno no pensará en otra mujer. Mientras tanto yo no tendré muchas más opciones, no hablo con otros hombres aparte del norteño y usted.
El coreano se echó a reír, diciendo:
—Yo ni siquiera soy una opción. La gente reaccionaría mal si nosotros tuviéramos algo. No somos iguales, en demasiados sentidos. La raza, la edad, el estrato socio económico...
—El problema no es tanto eso, usted está...
—¿Enfermo? Lo dices como si estuviera envenenado. Tienes razón. La infeliz que se involucre conmigo, tendrá una muerte lenta y hostigosa.
—Si encuentra una mujer que lo ame aun así, habrá encontrado una persona muy valiosa. Con suerte, usted quizás llegue a ser el Allisono de alguna Brunesa.
Se arrellanó en su sillón y respondió todavía con algunas risas:
—Si encuentro una mujer que se deje matar, no sería algo muy grato. La pasividad femenina me repele. Y si llego a amar a una mujer deberé hacerlo como si se tratara de manipular una copa de cristal finísimo. Las recomendaciones del médico para no contagiar a mis parejas son desalentadoras, los besos de preferencia rápidos y a boca cerrada, no sexo oral, no sexo anal, y el coito entre la mayor cantidad de capas de poliuretano que nos puedan separar. Así es como una tortura, como beber a gotas cuando se muere de sed.
—No se preocupe, verá que irá aprendiendo a disfrutar nuevas formas de mostrarse cariño.
—Un apasionado apretón de manos, una sensual caricia con los ojos...
—Usted no parece el tipo de persona que extrañe la ternura.
—A veces, estando a solas, me entra una angustia rara y quisiera recibir un abrazo. Pero no sé si es por la enfermedad, en mi infancia veía a los otros niños correr a buscar consuelo en los brazos de sus madres si algo los lastimaba. Yo nunca tuve ese tipo de refugio. Quizás es solo esa necesidad que nunca fue satisfecha. Me ha hecho sentir ajeno al resto de la humanidad desde que tengo memoria. Rechazado, desamparado y solitario.
—Lo abrazaré yo, ¿le sirve?
—No...Es peor...
Me contestó ya serio y mirándome:
—Me acostumbro y después me hace falta. Ahora ya no duermo a menos que estés conmigo. Me estás convirtiendo en un ser dependiente, un parásito.
—¡Usted me está pagando por esto!
No me respondió, solo se quedó mirándome con cara de funeral. Entonces dije:
—¡En fin!, si solo dormirá cuando esté yo, aprovechemos el tiempo. Vamos a ese diván. Se le ve un poco mejor ahora, diría que se robó la energía vital de Allison.
En verdad no me molesta el contacto físico con el Wasabi, es como abrazar un salami, carne muerta, pero es un hombre al fin y al cabo; medio empiezo a entender a los machos que tienen mujeres solo por tenerlas, no porque las quieran. Hoy desarrollamos cierta intimidad, no entiendo cual es su urgencia por que seduzca a Bruno pero tampoco voy a oponerme a que me ayude en esto.
La casa de los farolitos
Hoy por fin sepultaron el cuerpo de Allison, tras estar un tiempo refrigerada en la morgue de la policía y otro más para sus funerales. Bruno y yo fuimos a ver el entierro de lejos, dicen que el hermano de Allison iba armado y que estaba dispuesto a matar a Bruno si lo veía. Miramos todo medio ocultos bajo unos viejos cipreses, no llegó mucha gente a despedirse de la finada. Mi amigo llevaba gafas de sol, pero de vez en cuando se rascaba los ojos por debajo. Creo que fue el único que lloró. Esperamos a que se fueran todos y luego fuimos a ver la lápida, estaba mal puesta, tenía un dibujo mal hecho de la virgen del perpetuo socorro. Bruno le traía flores, unas rosas blancas que hicieron que las margaritas feas dejadas por el hermano se vieran todavía más feas. Para mi sorpresa, lo vi persignarse y después quedarse en silencio como para rezar. Me puse a jugar con un palito mientras él terminaba y entonces le pregunté:
—¿Por qué hiciste eso? No eres religioso.
—Por si las dudas, no sé si existe el purgatorio ni si alguien va a rezar para sacarla de ahí.
—¿Qué es eso del purgatorio?
—Es como...una sala de espera de la cual no te dejan salir si no mueves tus influencias. Tú sabes, hasta después de la muerte hay que tener cuello.
Nos sentamos un rato para “acompañar” a Allison, que desde ese día se le hacía a Bruno que estaría muy sola, y charlamos mientras:
—Bruno, no te entiendo. ¿Qué tenía de especial Allison? Era tan aburrida, tan silenciosa, fíjate como jamás sonreía. Se me hace que debió ser muy amargada.
—¡Cállate niña tonta con complejo de única y diferente! A mi no me gustan esas pendejas que siempre están sonriendo como pinches Barbis de tianguis.
—Por menso, una chica risueña significa que es dulce y buena.
—Todas las arpías que he conocido eran dueñas de una amplia sonrisa, Allison nunca dañó a nadie, se mantenía al margen de todo. Óyeme, es mejor esa gente que raramente sonríe. Con ellas, sabes que cuando pelan los dientes lo hacen por una alegría sincera, no por cortesía. Pero con todo y todo, a mi sí me sonrió Allison. Una sola vez.
—¿Cuándo?
—Un día en que el hijo pequeño del licenciado Pineda estaba jugando con una pelota en la banqueta y casi lo atropella un camión. Allison venía caminando y yo revisaba el motor de mi coche, los dos vimos lo que pasaba y casi se nos escapa un grito por el susto; por suerte el chavito logró apartarse a tiempo y salir corriendo sano y salvo con su mamá. Cuando todo estuvo bien, me volví a mirar a Allison y ella tenía una sonrisa bellísima. Una preciosa sonrisa difícil de obtener, verdadera, que valía por un millón de sonrisitas baratas de pendejas dientes de elote. ¡Como tú!
Quise patearlo pero se fue corriendo, salí tras él armada con unas piñas de pino que le lancé al tenerlo cerca. Una le dio tan duro en una nalga que pegó un brinco y se tropezó, cayendo en un ángulo tan raro y con tan mala suerte que justo venía saliendo de una esquina entre las tumbas el norteño, apareció en el momento preciso para recibir un cabezaso de Bruno en el estómago. Los dos cayeron al piso, uno nervioso y con dolor en el trasero, el otro sin aire pero tratando de mantenerse serio. Se levantaron rápidamente y tras recomponerse habló el norteño:
—Ajá, Santos, ¿por qué tan violento?
—Fue un accidente, señor.
—Hablando una cosa por otra, ¿qué sabe usted de la casa de los farolitos?
—Nada...¿Tiene que ver con la muerte de Allison?
—Quizás, ¿qué me cuenta usted?
—Por ahora nada, detective. Con su permiso.
Se quiso ir pero el norteño lo detuvo de un brazo, estuvieron un momento cara a cara, como retándose, finalmente se soltaron y nos fuimos de prisa. De regreso a casa cenamos en un McDonalds, Bruno no dejaba de revisar su teléfono. Está empecinado en investigar el asesinato de Allison por su cuenta. De repente suspiró con desánimo, se comió media hamburguesa y me dijo:
—No hay información de la tal casa de los farolitos, puse la dirección en Google y los resultados son irrelevantes. Decidí buscar solo por “La casa de los farolitos la condesa” y me salió una publicación de facebook en que una chava la menciona. Es una gótica-cosa-rara, de día atiende una sex shop cerca de aquí y de noche va a “trabajar” donde los faroles.
—Suena rete turbio.
—Ella debe saber algo, hay que verla y preguntarle si conoce a alguien relacionado con ese sitio que sea capaz de cometer un crimen tan horrible.
—Bruno, sería ir a buscarla a una tienda “de esas” y además...¡No sé, me da miedo!
—Si quieres voy solo, igual yo tampoco creo que sea buena idea que tú entres ahí.
—Olvídate, capaz no voy y matan a otra lagartona frente a ti. Iré, tengo una idea.
La tarde siguiente, antes de que nos fuéramos de la casa del señor Kim, tomé un tiempo para recogerme el cabello bajo una gorra, tratar de ocultarme el pecho con una gran chamarra y ponerme un bigote que compré hace tiempo para representar a Pancho Villa en una obra de la escuela. Todo bajo la vigilancia disimulada de Kim, que pretendía no ponerme atención mientras tocaba no sé qué porquería de canción triste en el piano. Para cuando me puse el bigote, ya no pudo seguir la melodía y mirar de reojo a la vez, se equivocó de cómo iba la tonada; quedándose un rato tratando de seguirse el hilo. Me dispuse a salir de la casa pero antes excusé mi rareza:
—Eh...Es que, tengo que ir a un sitio y...
—A veces un hombre tiene que hacer lo que una mujer tiene que hacer, y viceversa.
Simplemente asentí con la cabeza, salimos con Bruno rumbo a la sex shop mientras él refunfuñaba diciendo que pensarían que se hizo gay y novio de un enano. Obviamente yo no podría hablar, así que lo dejé entrar primero y tomar control de toda la situación. El sitio era, ya desde afuera, un nido de degenerados. Maniquíes con cosas raras como para perro, montones de penes de plástico o goma, asuntos que no quiero imaginar por donde se meten y cadenas; ¡hartas cadenas! No quería tocar nada, sentía que alguien me iba a regañar o algo así. La cara de Bruno era otro espectáculo, con el ceño fruncido, miraba a su alrededor caminando muy rígido. Un tipo pasó rozándolo para salir del local y casi le pegó. Fue hasta el mostrador, donde había una chica gótica de película: pelo blanco, ojos azules y la boca negra; no era tan voluptuosa como una se esperaría pero apenas estaba cubierta por tiritas de cuero negro y montones de cadenitas de metal. Bruno se quedó un momento como dudando de hablarle hasta que se le acercó con desconfianza:
—Hola.
La chava le respondió con un marcado acento argentino:
—¿Querés algo en especial? Tenemos artículos que no vas a encontrar en otro lado.
—No, nada...Solo hablar un poco contigo...Eres muy bonita, no te hace falta ese montón de maquillaje.
—Pues deciseló a mis padres, la “belleza natural” si acaso existe es mérito de ellos. Que lástima que no apreciés el arte que tengo para maquillarme pero total no lo hago para gustarte a vos, sino porque me gusta a mi. ¿Tenés algo más que decirme?
Bruno se cruzó de brazos cohibido, no se esperaba una respuesta así, se lo merece por soltar un piropo tan Ricardo Arjona. Luego se aclaró la garganta y trató de seguir la plática:
—Yo...estoy haciendo una investigación independiente...para mi universidad. ¿Podrías contestarme una especie de encuesta?
—¿Dónde está el instrumento en que debo escribir mis respuestas? ¿Recopilás datos solo usando tu memoria?
Mi torpe amigo torció la boca insatisfecho con su contestación, pero siguió intentando sacarle algo:
—¿Qué sabes de la casa de los farolitos?
—Si te referís a la casa victoriana adornada con faroles de colores...
—Esa misma.
—Oficialmente se llama “El calabozo”. Es un club de BDSM...bastante exclusivo.
—¿Qué quieres decir por “exclusivo”?
—Que ahí no dejan entrar a cualquiera, tienen reglas muy distintas a las de otros clubes de su tipo. Van más allá de simples spankos o sexo rudo. Importan sus propias herramientas y hasta tienen su propio equipo de abogados, es algo bastante serio.
—¿Peligroso?
—A veces. Sus clientes no siempre respetan las reglas...adecuadas al caso. Creo que vos no estarás muy al tanto de este mundo...
—Solo quisiera saber si alguien ahí sería capaz de matar.
La chica se echó a reír y después dijo:
—¡Ah, se me vienen a la mente varios! Decíme la verdad, ¿por qué me preguntás esto?
—Una amiga muy querida apareció apuñalada hace poco, un tipo disfrazado de muñeca de goma la mató. Yo lo vi, pero no pude identificarlo.
La expresión de la chava cambió de pronto, se puso muy seria y salió del mostrador para llevarnos a una salita aparte, ahí nos ofreció té y se presentó:
—Me llamo Lucía, trabajo en el calabozo como sumisa. La paga es muy buena, pero el ambiente no siempre es agradable. La clientela está casi en su totalidad conformada por extranjeros ricos y empresarios poderosos, algunos de ellos parecen verdaderos enfermos. Sí, creo que más de alguno mataría. Pero si decís que estaba disfrazado como muñeca de látex, reducís la lista de sospechosos. A esos personajes les llaman dollers, tienen un fetiche raro con estar literalmente “dentro” de una mujer que parezca un juguete sexual. Supongo que es algún trauma con la madre, andá a saber. No puedo decirte la identidad real de todos porque no siempre los veo “en acción”, pero sí conozco a cada uno de los que entran al club. Mi trabajo es recibirlos en la entrada. Puedo decirte sus nombres y más o menos quienes y cómo son.
—Necesitaría saber cuales se disfrazan de mujer de plástico.
—Hmm...Intentaré ayudarte. Pero no te prometo nada. A menos que me llamen “de apoyo”, no me entero de las cosas que pasan en las recámaras. Pero, de vez en cuando el juego se les va de las manos y se arma un quilombo...No tienen límites, no hay freno.
Bruno escribió su teléfono y correo electrónico en un papel, luego se lo entregó diciendo:
—Si sabes algo, por favor avísame aquí. Igualmente si...necesitas ayuda con algún cliente que se ponga baboso contigo, llámame. No estoy muy lejos de aquí, me quedo en la mansión que está al final de esta calle, ahí trabajo.
—¿No vive ahí Sung Kim? ¿Un coreano alto, flaco, pálido y ojeroso?
—Es mi jefe.
—¡Tené cuidado!
Exclamó con cara de susto, luego siguió hablando:
—Sung Kim llega de vez en cuando al calabozo, es un dominante cafisho pero muy raro. Extremadamente frío, desapegado de todo, y eso no es parte del juego; en verdad parece que no siente nada por el resto de la humanidad. Nunca he aceptado estar con él, ese hombre exhala pura maldad.
—Haces bien, el señor Kim tiene SIDA. No sé qué hace metido ahí... Hará una epidemia.
El rostro de Lucía se descompuso, miró a todas partes y murmuró:
—No importa si no me acosté directamente con él, ya debe haber infectado a medio mundo, incluso a quienes sí son mis parejas...¡Pero por Dios!...Debo ir a un médico...
Luego de esto nos despedimos de ella y ya afuera de la tienda me quité el disfraz de hombre antes de separarme de Bruno e ir a mi casa. Él se veía un poco consternado, en realidad los dos nos sentíamos así, demasiada información de golpe.
La tarde siguiente, Bruno estaba muy callado y distante. En cuanto me quedé sola con el señor Kim, le conté todo. Quizá no debí, no sé, por alguna razón siento cierta complicidad con él. Me escuchó mientras jugábamos otra vez al ajedrez, no parecía muy interesado en lo que le decía, hoy estaba más concentrado en jugar. Volvió a dejarme bien fregada con solo cuatro piezas y por fin opinó:
—La tal Lucía no debería hacer escándalo, sabe a lo que se expone en su trabajo.
—¿Pero no le parece que usted también tiene cierta responsabilidad...?
—Nunca me dijeron que debía seguir alguna norma para proteger a las...empleadas.
—Pero se entiende por lógica.
—Lo que entendí fue que podría estar mal pero no estaba prohibido.
Me ganó otra vez y volvió a quedarse un rato mirándome, pensando. Después dijo:
—En realidad debería alegrarte. ¿No dijiste que tu Bruno le coqueteaba al principio? Ahora ya no querrá tocarla ni con guantes, un obstáculo menos.
—¡No está bien decir eso...!
—No seas hipócrita, sabes que en el fondo su vida te importa tanto como la de Allison o la de una mosca. Solo es otra zorra, esas feas costras que se pegan a la gente buena; por las que luego te da asco tocarles. ¿No te molestaría imaginarlo con ella?, no hay dolor más ardoroso que el de mirar al objeto de tu afecto enamorándose de alguien más, habría que estar enfermo, que ser un degenerado parcialmente masoquista para disfrutar esa situación.
—Supongo que lo que dice es cierto...
Fui a sentarme a su lado en el apoyabrazos del sillón y me abracé a él para tomar valor y decir de una vez mis temores:
—Pero no puedo cantar victoria. Le he dicho que es muy posible amar aun bajo el riesgo de muerte, especialmente cuando se tiene un corazón tan bueno como el de Bruno.
—¿Buen corazón? Desesperación, diría yo.
—Claro que no. ¿No cree usted que es posible amar a alguien más que a la propia vida?
—Si lo creo, solo me molesta aceptar que eso suceda pero no para mi.
—Usted de veras es malo y egoísta.
Se echó a reír y entonces perdí el equilibrio, resbalándome hasta caer sentada en sus piernas. No me pareció algo inadecuado, él sabe y yo sé que no podemos hacer nada entre nosotros. En esa despreocupación de nuestra nulidad, me empezó a peinar el cabello con los dedos mientras yo retomaba la conversación:
—Voy a estar muy cerca de Bruno, creo que van a seguir viéndose con Lucía. No voy a dejar que estén ni un minuto solos.
—Suena interesante, cuéntame todo lo que suceda.
—¿Tiene Whats? Así puedo escribirle al momento lo que pase.
—Es buena idea, te daré mi número personal. Solo no se lo digas a nadie...
—Bien, será un secreto.
Justo en ese momento entró Bruno y al vernos fue como que lo hubieran golpeado en la cara, de repente se sobresaltó, obviamente malinterpretó las cosas. No dijo nada, solo dio media vuelta y se fue. Me dejó confundida un momento pero al señor Kim le sacó una carcajada, diciendo luego:
—Ve a buscarlo, quién sabe qué se imaginó. Y no olvides mantenerme al tanto.
—¡Sale!
Me bajé de él de un salto y corrí a buscar a Bruno, estaba apoyado contra una ventana y parecía preocupado. Me paré a su lado poniendo las manos detrás de la espalda y balanceándome un poco, seria pero tratando de hacer que la situación fuera casual. Incliné la cabeza para mirarlo y le hablé tomando las cosas con humor:
—¿Te comió la lengua el gato?
—No dejes que ese wey te toque, te va a contagiar de algo...
Tuve un sentimiento malo que se sintió bien, me di cuenta de que estaba de alguna forma celoso. Hice lo posible por ocultar mi alegría y dije:
—Está bien, solo te pasa la enfermedad si su sangre o su semen entra en contacto con una herida abierta o con tejido mucoso. ¡Tampoco es una maldición mágica, Bruno!
Mi amigo miró al piso mordiéndose un labio, con el ceño fruncido, luego me comentó:
—Lucía, la chica de ayer, me dijo que fuera a visitarla hoy a su casa; hasta me pasó su dirección. Parece que debe decirme algo importante.
—Voy contigo, no quiero que vayas solo.
—Nel, es a tres calles de aquí y se te hará tarde. Tu padre se enojará.
—Saldré temprano, no creo le moleste al señor Kim. Además como no la verás en la tienda podré ir sin disfrazarme.
—¿No crees que le moleste? ¿Desde cuando tanta confianza?
Me encogí de hombros, en el fondo estaba pasándola bien al verlo enojarse por eso. No quiso seguir hablando al respecto y pasamos el resto de la tarde en ese estira y encoge entre los dos. Salimos de la mansión vieja antes de las tres, la casa de Lucía estaba como a un kilómetro de distancia, es un apartamento pequeño que comparte con una lesbiana tan gorda que no puede levantarse de su sofá. El olor en el lugar me enferma solo de recordarlo. Lucía estaba ahogándose en llanto desde que nos abrió la puerta, pasamos unos diez minutos tratando de entender qué le pasaba hasta que por fin pudo hablar algo coherente:
—Mi amiga me prestó dinero...Un doctor privado me pasó el ELISA...Seropositiva...Prueba de Western Blot confirmó...VIH, tengo VIH, estoy infectada, me contagió...
Me alejé discretamente para escribirle al señor Kim lo que estaba sucediendo, él me respondió preguntando si realmente estaba enferma, cuando le confirmé contestó con los emojis que lloran de risa. Bruno se quedó un momento desconcertado, la abrazó con miedo, como si fuera un puerco espín. Lucía solo lo miró con los ojos de un cachorro triste, creo que comprendía el temor de Bruno. Entonces yo le pregunté, siguiendo las últimas instrucciones que me envió el señor Kim:
—¿Ya informaste de esto a tu trabajo?
—En la sex shop me mostraron apoyo emocional y dijeron que tenía mi empleo asegurado siempre...En el Calabozo fueron unos hijos de puta, el gerente ni me dejó terminar de hablar, dijo: “tomá tu liquidación y no volvás, hasta aquí llegamos”. Le avisé que Sung Kim era el que nos contagiaba y me amenazó con deportarme, que esas son calumnias...
—¿Puede deportarte?
—Me vine de Argentina solo de vacaciones, me quedé a vivir aquí sin papeles, y ese es el problema...
Usó ambas manos para apartarse las lágrimas que le empapaban el rostro y siguió hablando:
—Sin seguro social no podré acceder a los antirretrovirales que necesitaré para vivir, apenas tengo dinero para comer y pagar la renta. Y volver a Buenos Aires con esto...No, no quiero. Tengo dos hermanitos varones y mis viejos, no los quiero exponer...Me dijeron que a partir de cuando empiece a mostrar los síntomas me quedarán como dos años de vida...
Lloró más fuerte y Bruno exclamó:
—¡Tranquila, ten valor! Vamos a buscar una organización benéfica de esas, seguro que en algún lado te pueden ayudar.
—Una ONG, sí, hay una que opera en esta zona. Una que el mismo Kim financia.
Se encogió de hombros extendiendo un poco las manos y sonrió con ironía, como reprimiendo un grito de rabia. Nos fuimos poco después.
Acercándose mucho al fuego
Estuve hasta las dos de la mañana hablando por Whatsapp con Kim, o Sung, él mismo odia su nombre porque generalmente nadie lo entiende. Dice que sus amigos le llaman “Bad Song” o simplemente Sung, me quedaré diciéndole Sung. No quiero recalcarle lo negativo. Bruno me mandó a contarle a la comadre Sonia sobre el caso de Lucía y ella me dijo que verá si puede conseguirle ayuda, la vieja chismosa aprovechó para preguntarme si yo estaba enamorada de Bruno; se la regresé preguntándole si ella estaba enamorada de alguien, me respondió que a su edad una ya no se enamora con los sentimientos sino que con la calculadora. Me dejó pensando.
Hoy como a eso de las tres de la tarde tocaron a la puerta de la vieja mansión, Bruno abrió desprevenido y Lucía se metió apartándolo de un empujón. Iba hecha una fiera buscando entre las habitaciones hasta encontrar a Sung aburrido tomando el té en un sillón mientras yo picaba teclas del piano intentando tocar algo. Lucía se le hubiera tirado encima de no tener cerca a Bruno para detenerla atrapándola casi en el aire, logró pararla físicamente pero no impidió que gritara:
—¡¡Loco de mierda!! ¡¡Hijo de puta!! ¡¡Sos un asesino, me mataste!! ¡¡Me mataste maldito, yo tenía sueños, tenía metas, tenía futuro, hijo de la grandísima puta!!
Sung permaneció indiferente, siguió con su té y al menos se dignó a decir algo:
—¿Tenías sueños? ¿Qué tan relevantes podrían ser? Ya me imagino ese futuro soñado tuyo: “la mujer que empezó en un burdel y acabó siendo Cristina Fernández de Kirchner”. De hecho tiene sentido, ibas por buen camino sin duda.
De nuevo Lucía intentó atacarlo retorciéndose en los brazos de Bruno y por fin rompió en llanto, gritando de nuevo:
—¡¡Andáte a la mierda!! ¿Quién sos para decidir acabarme la vida?
—Yo no sé ni quien eres tú. La muerte te llegó por casualidad, como a mi. Al menos recíbela de forma honorable, estas manifestaciones emocionales están de más.
—¡¿Cómo querés que reciba la muerte cuando no la esperaba?! ¡¡Si vos te querés morir, moríte solo!! ¡¡No tenés por qué joderle la vida a los demás!! Sos un hijo de puta, ¡hijo de puta! Despreciás a todo mundo porque tu propia vida ya no vale nada, moribundo maldito, yo vine a esta tierra para enamorarme de ella y buscar la felicidad trabajando junto a su gente; vos viniste para odiarla, para emponzoñarla, para abusarla y joderla; sin necesidad, sin amor para nadie. ¡Lo que te mueve es el odio!, y lo único que te espera es el infierno...
Entonces Sung se echó a reír, Bruno y yo no sabíamos qué hacer; más allá de dos personas afectadas por una enfermedad que amenaza sus vidas eran dos inmigrantes enfrentándose, uno rico y una pobre. Bruno abrazó a Lucía tratando de tranquilizarla y ella por fin recuperó un poco la calma, diciendo con la mirada vidriosa y fija en Sung:
—¡Vos!, vos mataste a la chica del callejón de la Condesa. ¡Nadie más tiene el corazón tan negro como lo tenés vos!
Al terminar de hablar se zafó de Bruno y se fue a la calle corriendo, mi amigo fue tras ella y yo me acerqué a Sung sin saber qué decir. Él solo puso la taza vacía en una mesita y murmuró:
—Debería entender que hablar de la muerte es de muy mal gusto. La muerte es la necesidad fisiológica más bochornosa de todas, uno se pudre completamente sin poder pedir disculpas a los demás por las molestias. Nada de romántico o elegante en eso, mejor ni mencionarlo.
Tomé la taza y la llevé a la cocina, en el camino me encontré con Bruno. Parecía perdido en sus pensamientos, lo detuve tomándolo de un brazo y le pregunté si Lucía se había ido. Él respondió:
—Ya se fue. Oye...Quiero ir a hablar con el norteño.
—¿Por qué?, ¿descubriste algo?
—No...Es que me siento muy confundido. Mañana, dile al Wasabi que te irás temprano.
Como era de esperarse, le dije eso y de hecho hablamos toda la noche por Whatsapp al respecto. Bruno tiene una debilidad por las mujeres fáciles que se pintan como víctimas, es un poco tonto.
La siguiente tarde fuimos al centro de control de confianza y asuntos internos de la policía federal, el norteño ya se había puesto de acuerdo con Bruno y lo íbamos a encontrar en su oficina. Cuando llegamos nos estaba esperando refundido entre montañas de papeles, oyendo una canción de amor horrible de Los Tigres del Norte. Bruno le contó todo lo que habíamos averiguado a través de Lucía y como ella había acusado a Sung del asesinato el día anterior, la mirada del norteño se aguzó como la de un halcón mientras lo escuchaba. Después sacó una carpeta y la abrió, hablando mientras nos mostraba una serie de fotos de Sung y recortes de periódico:
—No me extraña del todo que este cuate tenga algo que ver. Los abogados del coreano se negaron a que inspeccionáramos su casa, también se opuso a darnos una muestra de ADN; tuvimos que revisarle la basura y recoger sus colillas de cigarro para obtenerla. Su archivo es impresionante: Sung Kim, soltero, cuarenta y tres años, está vinculado a una serie de muertes raras y sucesos extraños. En 1984, la niñera que lo cuidaba en su infancia cuando vivió en Cuba lo denunció ante la justicia por intentar envenenarla; luego en 1987, otra niñera en Chile dijo que el mismo chamaco trató de meterle un cuchillo entre las piernas mientras dormía. En ambos casos hubieron procesos legales que la familia Kim ganó. En 1995 perdió a su novia en una curiosa muerte durante el sexo, en 2003 parece que intentó secuestrar a una chica en Bélgica, en 2007 estuvo involucrado en la desaparición de una bailarina exótica aquí en México, se presume muerta, y en 2011 fue sospechoso de ciertos abusos sexuales en Japón. Por lo visto, Kim es una joyita que no deberíamos pasar por alto en esta investigación.
—Lo voy a matar...
Dijo Bruno entre dientes y apretando los puños, el norteño estuvo pronto a decirle:
—¡No seas pendejo! Estamos cerca de agarrarlo y si te precipitas podrías joderlo todo. No tenemos nada que lo ponga realmente en la escena del crimen, la máscara no apareció, ni el arma homicida. Todo lo que tenemos son nuestras suposiciones.
—No podré volver a esa casa y simplemente tenerlo enfrente sin desear molerlo a golpes, es que todas las piezas encajan. Él frecuenta el Calabozo, vive por esa zona...
En ese momento me sentí ofendida, no sé por qué, tuve que decir algo en defensa de Sung:
—Tú mismo dijiste que quien la mató tenía un disfraz, no tienes nada para probar que Sung tenga ese fetiche. Puede que todo sea un montón de coincidencias.
—Las casualidades no existen. Detective, Lucía me dijo que los “dollers” se reunen esta noche para hacer sus porquerías en el burdel. En una coincidencia no muy sorpresiva, Kim Sung me avisó que no lo espere esta noche. Usted y sus hombres tienen que ir a la casa de los farolitos, la máscara y quizás el cuchillo ensangrentado deben estar ahí.
El norteño respondió:
—No podemos hacer eso sin una orden. Las cosas no funcionan así, carnal.
Bruno dio un puñetazo en la pared y salió de ahí pisando fuerte, el detective le gritó que se detuviera pero él no hizo caso. Fuimos en su auto rumbo a casa de Lucía sin hablar, se le veía como en un trance; yo le escribí a Sung poniéndolo al tanto de todo y él solo me respondió que no me preocupara, que no importaba, de hecho se puso a hablar de otra cosa. Lucía estaba sacando la basura de su casa cuando llegamos, Bruno le preguntó desde la ventanilla sin bajarse de su coche:
—¿Hay una forma de entrar al Calabozo sin que nos detenga la seguridad?
Ella le respondió dudosa:
—Hay una forma...¿Pero para qué querés entrar ahí?
—Si lo hago puede que metamos preso a Kim Sung.
Al escuchar estas palabras dejó la basura tirada en mitad de la banqueta y se metió al coche por una ventanilla, diciendo:
—Conducí por la calle vecina, hay una reja rota en el patio trasero del Calabozo donde nos escapábamos a comprar maría en horas de trabajo. Ya estando adentro nadie te va a decir nada, solo los que están en la puerta saben quien entró y quien no.
El teléfono de Bruno empezó a sonar, lo miró y chasqueó los dientes sin responder:
—El norteño. Si me quiere detener que entre al Calabozo, ahora ya tiene una razón.
Bajamos todos frente a la reja rota, en la calle que pasa detrás de la casa de los farolitos y es muy poco transitada. La acción tenía que empezar después de las diez de la noche, así que yo me fui a mi casa un rato para que mi papá no sospechara; a las nueve y media me escapé por la ventana de mi habitación y quince minutos después me reuní con Bruno y Lucía. Entramos en silencio hasta un cobertizo y después por una escalera al interior del edificio. Fue como llegar al infierno. Sonaba algo que pudo ser música, pero se perdía entre gritos y el sonido de correazos. Lucía nos fue conduciendo entre los salones y a través de las escalinatas, en cada habitación había algo grotesco. Mujeres desnudas en posturas raras y atadas a dispositivos extraños, algunas con los senos amarrados con tanta fuerza que se empezaban a ver azules; recibían latigazos o eran penetradas por distintos hombres. Había gente con collares de perro que andaba a cuatro patas, hombres mayores que aguardaban en tinas a que las empleadas hicieran sus necesidades sobre ellos; como si fueran retretes humanos. En una habitación había una chica suspendida del techo por ganchos de metal que se clavaban en su piel, mientras los hombres hacían fila para tener sexo con ella estando así. Trataba de no mirar, pero era imposible, especialmente por los gritos. Toda esa gente estaba ahí por su propia voluntad, y aunque era feliz con aquello no podía comprender. Al menos no en ese momento. Pensé en mi papá acompañándome a la escuela, las muñecas de mamá, mi abuelo y sus memorias de cuando fue profesor de la prepa, mi abuela y la comadre Sonia; hasta pensé en Allison con su cara seria caminando hacia su casa. Creo que ya sé qué pensaba, creo que ya sé por qué era así. Va a ser difícil salir de esta casa y volver a la colonia como si nada, sería más fácil quedarse por siempre aquí y agarrarle gusto. Bruno parecía un animal acorralado, miraba amenazante a quien fuera que se me acercara y su teléfono no dejaba de sonar. Por fin subimos por la escalerilla que lleva al ático, había algunas huellas de sangre en las paredes, un hombre con un traje de lobo pasó rodando escalones abajo, le sangraba la entrepierna. Nos detuvimos ante una puerta que Lucía abrió. Dentro había una chica vestida como yo, exactamente la misma ropa, con mi peinado, de hecho parecida a mi; estaba atada sobre un colchón entre piezas de ajedrez y un grupo de “mujeres de plástico” se turnaban para tener relaciones con ella. No sé si sentirme halagada, evidentemente aquella rara representación trataba sobre mi. Todos se detuvieron para mirarnos y Bruno entró con los ojos desorbitados, miró a la chica y preguntó:
—¿Por qué? ¡¿Por qué la Inocencia?!
Su teléfono seguía sonando, lo respondió por fin con manos temblorosas, tocando el altavoz accidentalmente. El norteño se escuchó del otro lado de la línea:
—¿Aló, bueno? ¿Santos? ¡Santos, respóndeme! Acaban de llegar los resultados del laboratorio, el ADN no pertenece a Kim. No es el asesino, tú tampoco, ¿Santos?, ¡Santos! Apareció la máscara y el cuchillo, estaban en la bodega de un colegio católico de la zona. ¡Santos, necesito que hablemos urgentemente! ¡Contesta, carajo!
Bruno dejó caer su teléfono rompiéndolo y cayó él mismo de rodillas, también roto. Lucía se le acercó unos pasos y lo tomó de los hombros como compadecida. Mi atención pasó entonces a las demás personas en la habitación, al final, en una esquina, había un personaje que reconocí al instante. Era la mujer de plástico, la original. La que encontré aquella madrugada. En ese momento tomé consciencia de que había olvidado detalles de aquel encuentro, su aspecto poco femenino no era para menos, en realidad era un hombre. En realidad...pasaron muchas más cosas de las que escribí, ya no soy virgen y tengo cicatrices de arañazos ocultas bajo las mangas de mi sweater. La verdad, no he escrito muchos eventos que son importantes, creo que se me olvidaron, o solo no quería hablar de eso. Las cosas nunca fueron iguales después de aquella primera madrugada.
Honestamente, ya no quiero escribir. No tiene caso. Sung me contagió algo más que el VIH. No sé que demonios sea, pero Bruno, Allison, y todos lo lamentan.
(Casi tres meses después que Cecy publicó su último capítulo en Wattpad, dejando abandonada la cuenta, “Látigo Negro” escribió esta respuesta a una entrada en el foro de ciencia forense que trataba el tema de los secuestros).
Amigo, tome en cuenta que muchas veces “el perdido” no está perdido sino que se esconde. Tengo una jovencita sospechosa de homicidio que al día siguiente de que se le encontraran pruebas concretas en su contra “se la robaron”. Los esfuerzos del papá y los abuelos por recuperarla parecen sinceros, pero hay detalles que me hacen pensar que las cosas no son tan simples.
El mejor amigo parecía tener información sobre su paradero, pero comenzó a ser asediado por la mafia coreana, casualmente cuando la muchacha implicada en el homicidio tenía lazos con un diplomático surcoreano con muchos clavos. Al joven debimos meterlo en un programa de protección de testigos, lástima que es tarugo como él solo y se nos escapó para ir a cuidar a una su amiga enferma. Dios sabe qué fue de él.
Estamos trabajando en conjunto con la INTERPOL para localizar a la sospechosa, creemos que se oculta en Japón con otro nombre pero el gobierno nipón no para de poner trabas. Conseguimos que una empresa de lácteos japonesa emitiera un pequeño anuncio en sus cajas alertando sobre la desaparición de la muchacha, nos dijeron que una señora reconoció a la joven en la región de Kansai y fue junto a un amigo hispano a hablarle en un momento en que estaba sola en el jardín de su residencia actual. Nos informó que no obtuvieron respuesta, aparentemente está privada de sus facultades mentales, algo que no pudimos comprobar; luego de eso perdimos comunicación.
Un caso muy turbio, en el que por momentos nos hace pensar que ya solo nos queda esperar la justicia divina; que aunque tarde, siempre llega.
(La siguiente es la transcripción traducida del coreano al español del último post de 성 김 en facebook, obtenida hace poco a través de uno de sus contactos que de forma reticente y completamente anónima aceptó colaborar con esta investigación).
김성
3 min
Las últimas semanas de otoño en Kioto siempre me han deprimido. Se acerca un invierno ambiguo, como todos los inviernos, final definitivo o florecer de un nuevo comienzo. Así como todo tiene un fin, también tiene un inicio, que no siempre es el de algo bueno.
Tengo los brazos rotos para dar amor, el miedo al rechazo sigue siendo fuerte, temo ofrecer un abrazo y que ella me desprecie. Prefiero esperar a que se acerque y se cuelgue a mi con esa despreocupación inquietante que tiene. Me estrecha, quizá confundiéndome con el padre, ya no sé, sin ponerme atención; perdida en su propio mundo.
El día a día es un constante trabajo de mantenimiento, de reparación, de besos secos y rápidos, a cuentagotas; incontables precauciones porque aunque la finísima copa de cristal ya se ha roto, todavía podría quebrarse más. Se ha vuelto una obra de kintsugi, las fracturas unidas con oro y plata, la máxima sublimación de las más crudas fallas. La perfección de la ruina.
Caminamos siempre sobre la cuerda floja, el último descuido tiene al médico en vilo y a mi también. A la señora no parece importarle, la encuentro casi entusiasmada con la idea de jugar a las muñecas con carne infectada. Le he dicho que quizá la solución sería que nos retiremos juntos para descansar, que hagamos un pequeño viaje; hay un sitio en las faldas del monte Fuji, caminando al noroeste. Siempre quise ir por ahí.
No me responde aún, en todo caso siempre nos tendremos que ir.
FIN
La mujer de plástico fue un experimento literario y de alguna forma publicitario, una obra que se promocionó a través de rumores y “pistas” diseminadas en distintas partes. La idea era sembrar la duda de si la historia fue real o no y dejar que la imaginación de la gente “escribiera” las partes que hagan falta. Lamentablemente falló la elección del tema, no pude narrar de forma interesante, no desarrollé un buen gancho y creo que no obtuve buenos resultados. Puede que con otra historia funcione o que aun este mismo cuento de “la mujer de plástico” sea mejor expuesto por la pluma de otro autor. Es por esa razón que decidí dejarla sin firmarla como de mi autoría.
Mi motivo para hacer este proyecto fue la necesidad de encontrar una forma de que el escritor pueda llegar al público sin necesidad de ser machacado y obligado a entrar a el molde de “lo que la gente quiere leer”. Actualmente, si un autor en línea quiere ser leído debe contactar con ciertas personas y ganarse su favor; de otro modo no importa si ha escrito la mejor novela del mundo, permanece ignorado siempre. De la misma forma, si la élite literaria virtual (lo digo con sarcasmo) decide que el autor no debe leerse, se encargan de difamarlo y sacarlo de la atención pública en una versión barata del Damnatio memoriae romano. Mi intención era y es encontrar una forma de que el escritor llegue a los lectores sin intermediarios, sin rebajarse a vender su obra como si fueran tomates, dejando que el argumento y los personajes hablen por él.
He ahí mi error, mandé a la mujer de plástico a dar una charla sobre psicología forense y terminó contando chistes de humor negro. Pero seguro alguien podrá aplicar mejor este sistema.
Sospecho que es posible, en realidad espero que alguien lo intente y tenga éxito. Pero la mala suerte nos persigue a los excéntricos. Dejo la idea esperando que la tome un buen escritor y posiblemente la vea luego siendo usada por alguna Corin Tellado para expandir la infección de la novela rosa.
En fin...

























